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Enloquecidos y Apasionados (17)

en Hetero: General

Como ya dije, este relato es 100% ficticio, pero podría ocurrir. Recomiendo que lo lean desde el primer capítulo, si no lo han hecho ya.

Enloquecidos y Apasionados

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msn: tioguacho52@hotmail.com

Capítulo 17.

Las experiencias vividas durante los meses siguientes hasta el parto -que merece un capítulo aparte-, fueron algo fuera de lo común para ambos, y no siempre motivadas por el embarazo. Aquí iré mencionando algunas, procurarando que estén en orden cronológico.

Por ejemplo, aquel domingo, los cuatro (Cecilia, Diego, Micaela y yo) nos sentimos muy cómodos. Ceci se disculpó conmigo por su comportamiento del día anterior, a lo cual accedí sin problema alguno con un amigable beso en la mejilla.

Mi nena hermosa indagó, con muchísimo disimulo, si nuestra anfitriona tenía tendencias lesbias; pero, pese a comentarle las ventajas de depilarse la rajita y ayudarla a hacerlo por primera vez, la novia de Diego no dio la menor señal de querer intentar el sexo con otra chica. Pero resultó obvio -al menos para mí, que conocía a mi nena como nadie- que Cecilia le gustaba mucho… y no era para menos: su rotro triangular, de pómulos salientes, enmarcaban una frente ancha, cejas discretamente pobladas, bellísimos ojos rasgados de un celeste impactante, una nariz de tamaño ideal para esa carita, una boca que parecía pintada por Leonardo en su mejor momento, con el pequeño y delicado mentón, cerrando aquel rostro en su parte inferior; el cabello le caía, pesado, abundante y peinado con raya al medio, como cascadas doradas que daban la sensación de brillar en la oscuridad total. Por lo demás, su cuerpo menudo se veía un poco más desarrollado que el de mi adorada pareja… nada más natural: Mica era casi un año menor y, a esa edad, la diferencia, por lo general, se hace notar; y ésta no era la excepción. Sin embargo, la vestimenta informal pero elegante de mi novia, así como su cabello tirado hacia atrás, terminando en una cola de caballo, mientras por delante, su clásico flequillo muy prolijo, le cubría, parcialmente, las cejas, la hacía la más sensual y bella de las dos… al menos, para mí.

-Tu nena está preciosa. -aseguró Diego, acercándose a mí, mientras ambos mirábamos a nuestras novias cuchicheando, al otro lado del amplio living, junto a un ventanal que daba a una hermosa galería.

-Perdón… mi nena es preciosa -corregí, medio en broma, medio en serio, pero con una sonrisa de satisfacción en todo mi rostro; enseguida, ambos largamos la carcajada, creo que, más que nada, por nervios.

-¿De qué estarán hablando? -preguntó, con gesto de mucha curiosidad y una mirada muy particular en sus ojos.

-Probablemente, de nosotros, así como nosotros hablamos de ellas. Pero hay algo que es innegable -anadí, luego de un suspiro dedicado a mi adorada adolescente-: somos dos hombres muy afortunados. Claro: la mayoría nos crucificaría sin piedad, si supiera nuestras historias con nuestras respectivas novias. Pero, aun así…

-Sí, aun así, valdría la pena, ¿no? -dijo, completando mi frase. Luego, con lujuria inconfundible, agregó-… sé que te va a parecer raro lo que voy a proponerte; pero, ¿no te animarías a cambiar parejas?

-¡¿Pero vos estás loco?! -reaccioné, furioso, pero en voz baja-. ¡¿Qué te creés, que las chicas son cosas que podemos intercambiar a nuestro antojo?! ¡No, decididamente, no!

-Sí, de acuerdo: no son cosas -afirmó, intentando tranquilizarme, lo cual logró sólo de manera parcial-; pero decime, ¿no están para comérselas?

-Sí, por supuesto: cada uno a la suya y en habitaciones separadas. Por si no te has dado cuenta, mi estimado amigo, Mica y yo nos amamos y nunca haríamos algo así. ¿Qué clase de amor sentís por Cecilia, que serías capaz de entregársela a otro tipo para que se la coja? Sí, dije "coja", porque no sería hacer el amor… sería lisa y llanamente una cogida, sin ningún sentimiento más que lujuria y morbo. Para eso, salí a la calle y vas a encontrar unas cuantas adolescentes de esta edad, que se prostituyen para conseguir droga… o, simplemente, para sobrevivir; chicas de la calle, ¿viste?

-Bueno, gaucho… ¡no te pongas así! -replicó, con un obvio (al menos, para mí) sentimiento de culpa.

Almorzamos relativamente temprano por ser un asado dominguero: a la una ya empezamos a comer. Un poco antes, mi pareja me había comentado lo de su investigación sobre los gustos sexuales de Cecilia y que le había enseñado, con una "clase práctica" a depilarse la conchita. Le prometí que esa noche le pagaría esa información con creces… no porque su "alumna" fuese la novia de Diego, sino porque me la imaginé a Mica mostrándosela y fue como si la estuviese viendo en ese preciso momento.

Para el almuerzo, mi furia para con mi amigo se había aplacado lo suficiente como para comer en paz y hasta hacer bromas entre nosotros; los cuatro, quiero decir. Por otra parte, no quería arruinar esa visita a esa otra pareja tan particular y censurada como la nuestra, por una sociedad pacata.

A las tres de la tarde, los cuatro compartimos la tarea de lavar los platos, pese a la insistencia de los dueños de casa de quedarnos conversando en el salón. Así, terminamos unos quince minutos más tarde. Los anfitriones, no sin antes invitarnos a acompañarlos, salieron a comprar helado, consecuencia de un antojo de Mica. Resolvimos dejarlos solos un rato y nosotros también aprovechamos para tener un poco de intimidad, sin pasar por descorteses, encerrándonos en alguna habitación… de hecho, había dos; pero, de esta manera, no fueron necesarias.

Tomé algunas fotos de mi novia en el jardín, con el vestido celeste que le llegaba a medio muslo y la pancita que, con esa ropa, se le comenzaba a notar. Me sentí orgulloso al pensar que ese bebé que llevaba dentro y que ya comenzaba a "deformar" su adorado cuerpito, también era mío. Quiso quitarse el pulóver, para que su embarazo fuera más notorio, pero no la dejé; le dije que igual se observaba y lo que quedaba oculto, lo admiraba yo cada vez que la veía desnuda… o sea, en un día normal de semana, eran dos veces por día: al levantarnos y al acostarnos. Caminamos hacia la galería, donde le acaricié el vientre sobre la tela de su ropa. Espontáneamente, comenzamos a besarnos, abrazándonos casi como si estuviésemos en el depto… digo "casi", porque, en la intimidad de nuestro hogar, seguramente, el siguiente paso habría sido hacer el amor.

Un carraspeo travieso nos sacó del clima; era Cecilia, quien rió cómplice y con un sentimiento extraño pero comprensible que nos explicó enseguida.

-Perdón… no me reía de ustedes: simplemente, me pareció raro ver a una pareja como Diego y yo, besándose… fue como si estuviese viéndonos en un espejo, con otras caras.

-Sí, nos imaginamos -dije, en nombre de nosotros dos, seguro de que mi dulce adolescente habría dicho algo similar-; además, a mí, personalmente, me pasó lo mismo, cuando los vi abrazados, cuando llegamos esta mañana. Es una sensación muy tranquilizadora.

-Sí -agregó mi novia-… eso comentábamos con Ceci antes de almorzar, ¿te acordás? -le preguntó, y ésta asintió.

Después de un rato, las chicas y nosotros, los dos varones, volvimos a tomar distancia; no era por cuestiones de edad -eso, para mí, estaba muy claro-, sino porque pasaba en la gran mayoría de reuniones sociales de distintas empresas, donde las esposas y maridos de los empleados y empleadas (por lo general de alto rango) estaban invitados: los grupos de mujeres por un lado, y varones por el otro, eran inevitables. En este caso particular, Diego y yo conversábamos sobre las dudas y certezas que teníamos con respecto a nuestras relaciones con nuestras respectivas parejas, y las chicas sobre las suyas. Todo se desarrollaba con normalidad, hasta que un accidente tonto desencadenó hechos inesperados. Cecilia pegó un gritito -nada espectacular- que llamó la atención de nosotros dos. Sentada en el sofá junto a Mica, donde hasta ese momento, conversaban animadamente, la pareja de mi amigo trataba de arreglar un fino bretel de su remera. Mica intentó ayudarla, diciéndole que le haría un "nudito", según escuchamos. Parecía que la tira era elástica, así que la idea de mi nena sonaba lógica… en especial, cuando Cecilia dijo que no tenía sentido ir al dormitorio a cambiarse: no tenía mucha ropa en esa casa y la mayor parte de ella eran trajes de baño y ropa interior. Su compañera de asiento estaba logrando su objetivo, cuando una breve sacudida de frío o por cosquillas no intencionales hizo que la tira, casi atada, escapara de las manos de Micaela; mi nena -lo advertí por la expresión de su rostro- intentó atrapar el bendito bretel pero, en su lugar, su mano fue a parar dentro de la remera de Cecilia, tocándole la teta izquierda que quedó parcialmente expuesta, sólo cubierta por parte de la tela de la prenda (pude comprobar que no tenía corpiño… y tampoco lo necesitaba demasiado) y el dorso de la mano de Micaela. Los dedos de mi novia llegaron al pezón muy rápidamente y Ceci no pudo evitar exhalar un suspirito de placer.

Así, empezó un espectáculo inesperado: en lugar de intentar taparse, la pareja de mi amigo deslizó el otro bretel por su brazo, poniéndose de frente a nosotros, aún sentada. De este modo, mi encantadora futura mamá, sorpendida por la actitud de la otra adolescente, sólo atinó a retirar su mano de aquel pecho ajeno… en el fondo, no quería que creyéramos que había hecho algo para insitar a su compañera de asiento a hacer ese incipiente striptease. La hermosa rubia terminó de quitarse la remera.

-¡No sabés, Mica, el esfuerzo que tuve que hacer hoy para parecer indiferente, cuando me enseñaste a depilarme… ¡te hubiera sacado toda la ropa ahí nomás para comerte y chuparte entera! -confesó, ante la mirada estupefacta de su novio, mientras quedaba desnuda hasta la cintura, sobándose sensualmente las tetitas-. Pero no te preocupes, Dieguito… esto no significa que quiera cambiarte por una mujer; sólo quiere decir que también me gusta coger con chicas. ¿Qué me decís, preciosa? -preguntó, a mi excitada y anonadada pareja.

Por toda respuesta y tomando el toro por las astas -ya que ni siquiera me consultó con una mirada… así estaba de caliente-, bajó la parte superior de su ropa, quedando tan desvestida como Ceci, a quien besó en la boca, casi con desesperación. La otra adolescente le devolvió el gesto y, en un santiamén, se chupaban las lenguas, con eróticos hilos de saliva uniéndolas. Además, acariciaban lo desnudo de sus adorables cuerpos como dos expertas. En honor a la verdad, el más asombrado fue mi compañero de trabajo, porque yo ya había visto a mi nena hermosa en tales circunstancias con Carolina y, por lo tanto, imaginaba qué podría suceder luego. El pobre Diego, pese a estar acariciando su verga por encima de los pantalones, miraba incrédulo y extasiado la manera en la que su novia manoseaba a la mía, permitiendo que siguiera desnudándola. En un momento dado y sin separarse demasiado, ambas se pusieron de pie, a fin de terminar la deliciosa tarea de sacarse todas las prendas que las vestían, por lo cual nuestra anfitriona acabó primero con Mica, pero no por mucho. Volvieron a abrazarse y se sentaron sobre una gruesa alfombra. En realidad, yo no podía discernir cuál de las dos era más experta en la materia. Conocía el "historial" lesbio de mi nena hermosa tanto como ignoraba el de Cecilia. Pero no era momento de estar averiguando -ya habría tiempo para eso-, sino de gozar de aquellos dos cuerpos desnudos, protagonizando escenas tan inesperadas como pornográficas. Sí, ya pasaban del erotismo. A la perfección, podíamos ver las conchitas totalmente pelonas de nuestras respectivas novias, siendo dedeadas y penetradas por la otra y se chupaban con un ardor infrecuente en dos adolescentes de tan corta edad. Incluso, ambas abrían sus piernas hacia nosotros, exhibiendo sus cositas, mientras sus manos acariciaban las tetas, las panzas, los rostros.

Casi sin darnos cuenta, tanto Diego como yo habíamos sacado nuestras pijas al aire, mientras, absortos, mirábamos el show que nuestras respectivas parejas estaban montándose. Las chicas se dieron cuenta casi de inmediato e hicieron breves comentarios entre ellas, según supimos luego. Por ello, después de estar manoseándose mutuamente y dándose besos con lengua, nos miraron con caras de viciosas, observaron nuestras erectas vergas y gateando, con paso muy lento, recorrieron los tres metros -aproximadamente- que las separaban de nosotros, y cada una llegó hasta su hombre. Tomaron nuestras porongas y se las metieron en sus bocas. No miré mucho porque estaba concentrado en lo que hacía Mica, pero me pareció notar que Cecilia no era muy ducha en aquello de las mamadas, pero ya aprendería… o, quizá, no era el tipo de sexo que ellos disfrutaban más… ¡nunca se sabe!

De todas maneras, mi nena sí que hizo bien su tarea, como, por otra parte, ya me tenía acostumbrado. Sin embargo, esa tarde, se esmeró y me hizo gruñir de placer. Mica me chupaba y me pajeaba a dos manos. A esta altura, su cola de caballo, prolijamente hecha por ella misma (aunque yo también, a su pedido, había ayudado a peinarla), ya no estaba más y tenía sus cabellos desparramados por todas partes, lo cual no dejaba de tener su parte caliente: me recordaba a nuestros cientos de encuentros sexuales o, sencillamente, a cuando se levantaba por las mañanas. Yo mismo contribuía a su desprolijidad, al tomar su cabeza entre mis manos para "sacudirla", mientras mi pijota -como ella la llamaba- rozaba su paladar, labios y lengua en uno de los "mete-y-saca" más excitantes de mi vida. Bastante lógico es que no recuerde quién de los dos (Diego o yo) terminó primero, pero sí que fue casi simultáneo. Como siempre que estoy cerca del orgasmo, tenía los ojos cerrados y el resto de mis sentidos obnubilados, gozando de cada segundo. Sin embargo, la cosa no terminaría ahí: una vez que nuestras respectivas leches invadieron las encantadoras bocas de nuestras novias, éstas volvieron a besarse, como cuando estaban "jugando" sobre la alfombra, sólo que ahora con los líquidos blanquecinos y viscosos aún sin tragar, mezclándolos, al igual que se confundían sus salivas. Luego y sin ningún tipo de problema, mi nena tragó aquel cóctel de fluidos; Cecilia la imitó con cierta reticencia, lo cual nos dio la pauta a Mica y a mí de que no estaba demasiado acostumbrada a beber la lava de su pareja. Sea como fuere, como gran corolario de tan maravilloso momento, cada una besó a su hombre con lengua, invitándonos implícitamente a acariciar cualquier rincón del cuerpo que quisiéramos. Por mi parte, escogí sus hermosas tetitas y creo que mi amigo eligió las nalgas de su novia. Hecho esto, se levantaron, se vistieron y arreglaron -o intentaron arreglar- sus arremolinadas cabelleras con sus manos, más que nada para quitar los mechones que molestaban sus preciosos rostros. No conformes con eso, Mica pidió permiso para pasar al baño un instante, mientras que Ceci, tras acomodarse la remera, cuyo bretel había arreglado con un nudo, antes de volver a ponerse la prenda, tomó un cepillo que yacía sobre una mesita ratona y, frente a un pequeño espejo de pared en la sala donde estábamos, peinó su brillosa catarata de pelo rubio, hasta que estuvo satisfecha con su tarea. Unos instantes después, llegó mi adorada pareja, tan bien peinada como cuando habíamos llegado.

Pocos minutos más tarde, Mica y yo nos retiramos. Nuestros anfitriones dijeron que se quedarían ahí a dormir y que, a la mañana siguiente, saldrían temprano: él debía ir al trabajo y ella, al colegio.

Cuando llegamos al departamento, me dirigí al teléfono y verifiqué el contestador automático para ver si había mensajes: había uno de los abuelos de adorada pareja. Él quería hablar conmigo, por lo cual, si no recibía un llamado mío antes, iría a mi oficina por la mañana.

En efecto, alrededor de las diez de la mañana del lunes, recibí la grata visita de Tomás Vargas, el abuelo de Micaela, tal como se hizo anunciar, antes de entrar en mi estudio… bueno, mío y de otras dos personas que, en ese momento, no estaban. Lo recibí con un apretón de manos, pidiéndole que se pusiera cómodo; ya ubicado en una de las sillas, me dispuse a escucharlo, apoyando mi trasero contra la mesa de dibujo más cercana.

-Bueno, Tomás… usted dirá en qué puedo ayudarlo. -le dije, cruzándome de brazos.

-Es muy sencillo -respondió, tranquilo-: como sabrás, Sara y yo estamos invitados a pasar unos días en Miami, durante las vacaciones escolares de julio; en realidad, lo considero injusto, porque es mi nieta quien debería ir a visitar a sus padres, particularmente ahora, porque en diciembre no podrá volar: ninguna aerolínea seria llevaría a una embarazada tan avanzada en su estado, como estará Micaela a fin de año. Pero ésa es harina de otro costal. Lo que quería pedirte, Carlos, es que, en nuestra ausencia, vos me cuidaras la casa… sé que a Micaela le encanta el lugar y podrá… o podrán disfrutar de quince días de aire puro; no creas que no pensé en tu trabajo, Carlos: sé que vas a estar más lejos que si te quedaras en tu departamento, que está a cuánto, ¿veinticinco, treinta cuadras de acá? -arriesgó, bastante acertado, y yo asentí-. Pero, teniendo auto y con las autopistas, en veinte minutos estás acá. Yo mismo acabo de tardar media hora, porque, te digo la verdad, le tengo miedo a estas autopistas modernas, donde todos te pasan a ciento veinte, como mínimo.

-Sí: cuente conmigo… es decir, con nosotros. Mica va a estar encantada con la noticia. Además, estoy totalmente de acuerdo con usted: el aire puro… por lo menos, más puro que el de esta bendita ciudad, va a hacerle muy bien a Mica. En cuanto al viaje, no se preocupe: podré "sobrevivir" a diez días manejando veinte minutos; sólo diez más que de mi departamento hasta acá, aunque le cueste creerlo. Por otra parte, es mucho más sencillo cerrar un departamento por dos semanas que cerrar una casona como la suya… aunque ustedes tienen caseros, ¿verdad?

-Sí, desde hace unos diez años… vinieron a pedir trabajo, recomendados por un vecino y amigo nuestro. Resultaron muy responsables y laburadores -rió brevemente, ante el uso tan poco frecuente de ese término de nuestro lunfardo-. Hoy tienen una hija de seis o siete años, muy bien educada, debo admitir.

-No, le preguntaba, más que nada, porque no me gustaba la idea de que Mica quedara tan aislada; pero, con caseros, la cosa ya cambia: si llegara a necesitar algo, tiene a quién acudir… aunque más no sea, compañía, mientras yo no esté.

-Sí, tenés razón. Ahora, sacame de una duda -dijo, con tono misterioso que, sin embargo, me dispuse a escuchar muy tranquilo… ¿por qué no?- … prometo no enojarme si mi sospecha es correcta, no te preocupes: yo conozco a mi nieta y, a pesar de lo que mi hijo y mi nuera dicen, no es ninguna "putita", como ellos dicen. El hijo que está esperando es tuyo, ¿verdad?

¡Me quise morir! Imagino que me puse de todos los colores del arco iris, de todas sus combinaciones y gamas posibles, de todos los existentes y de los inexistentes. Pese a su promesa de no enojaría, pensé que me degollaría, previo lento y sanguináreo corte de mis bolas y la verga. De sólo pensarlo, me dolió toda esa zona. Un sudor frío invadió todo mi cuerpo. Sólo habrán sido unos segundos, pero a mí me pareció una eternidad… creo que a cualquiera de ustedes, en mi lugar, le habría pasado lo mismo; y no es mi intención justificarme, ni mucho menos.

-Sssí-síi, sí-ii -tartamudeé, irremediablemnte-… a-aasí es, señor. Pero yo la amo… o sea, nos amamos… se lo juro: nunca le haría algo malo… un daño. El embarazo fue decisión de los dos: ella también lo deseaba; le juro que nunca la forcé a nada…

-Tranquilo, muchacho -respondió, con una calma pasmosa-… te dije que no me enojaría y, ya ves, no me enojo, así como tampoco voy a denunciarte. Sé que mi nieta y vos tienen una relación muy especial que la mayoría no aceptaría y que se reasgaría las vestiduras al conocerla… "¡¿Cómo es posible que este depravado esté libre, después de haber abusado de esa pobre criatura?!", se preguntarían. Pero, ¿sabés qué, Carlos? Yo sé que no fue así: que ni abusaste de ella, ni de nadie, y, además, que ella no es ninguna pobre criatura. Me basta con verlos, para darme cuenta de que se aman profundamente, mucho más allá de lo que pueden quererse una chica y su padrino. Desde luego, hubiese preferido que esperaran un poco más para darme un bisnieto; pero sé que vos, Carlitos, vas a cuidar a los dos muy bien… es decir, a Micaela, que ya se nota que la cuidás con todo tu amor (y te juro por lo más sagrado que no estoy siendo sarcástico) y al bebé.

-Le prometo que así será, Tomás -me animé a decir, bastante más sereno-. Le aseguro que así será, porque amo a Mica como nunca amé a nadie. No sé muy bien qué me pasó, pero el día que nos reencontramos en enero, sentí algo raro y, de pronto, me di cuenta de que amar a una adolescente como Micaela, aunque tuviera trece años, no estaba mal, aunque nuestra diferencia de edad fuera de veintidós años. Quiero… necesito que me crea cuando le digo que voy a cuidarla con mi vida, si fuera necesario.

-Lo sé, Carlos. Soy un poco corto de vista, pero se ve a la legua que se aman profundamente. Por eso estoy tranquilo. Además, si le prohibiera a Micaela verte, en primer lugar, no tendría la autoridad legal para hacerlo; aunque la tuviera, me odiaría por el resto de su vida; y, por otra parte, la convertiría en la chica más triste del universo… y todo por un par de convencionalismos. Como te decía, realmente se nota que se aman como pareja. Bien dicen que una imagen puede más que mil palabras; y digo esto porque, cuando van a casa, se portan como ahijada y padrino que son, pero hay miradas y sonrisas que los delatan. Sara no sabe nada… no sé si sospecha algo, pero si es así, no me ha dicho nada. Pero no se preocupen: si se pone en contra de esta relación, seré su más ferviente defensor: podés creerme… y Micaela también, porque supongo que le contarás lo de nuestra conversación, en cuanto llegues a casa.

Ésos eran mis planes, junto con un pequeño festejo, saliendo a comer afuera. Pero me temo que me he excedido en los detalles aquí expuestos, por lo cual sólo adelantaré lo que no me permitió ser tan estricto con mi esquema: sólo lo demoró un rato.

Al llegar a casa, vi a Mica sentada frente a la computadora, chateando con una chica muy bonita, de Caracas, según sabría luego. Ambas estaban con sus cámaras encendidas, totalmente desnudas y teniendo cibersexo… la única diferencia era que la adolescente venezolana estaba por introducirse una banana en su conchita pelona, en tanto que mi nena hermosa ya sostenía su vibrador en la mano derecha y hacía su mejor esfuerzo por escribir rápido con la izquierda.

Continuará