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El parque

en Confesiones

A veces la edad puede causar estragos en las personas, en lo físico y en lo intelectual. Lo sé por la experiencia en años que tengo de trabajar en un hospital de ancianos. Hablo de esto por el caso que me ocurrió hace pocos días con Martín, un abuelo muy simpático que me contó su propia historia, tan increíble que no sé si creerla por si sufre demencia senil, aunque el hecho de que la contara con todo lujo de detalles le confiere veracidad.

Esto le ocurrió hace varios años cuando aún vivía con su familia, con sesenta y tantos años. Tengo que confesar que la historia me excitó. Martí contó su historia más o menos así:

Una tarde salí a pasear por un parque cercano a mi casa. Atardecía pronto y caía la noche sin remisión. Iba pensativo por ciertos problemas familiares que me tenían aturdido, confuso y triste. Los padres y madres que jugaban con sus hijos por el parque se retiraban ya a sus hogares y yo seguía paseando. Recorrí una senda que se iba perdiendo en un bosquecito todo flanqueado de árboles, arbustos y setos. Mis pasos por la arena batida apenas se escuchaban, yo mismo era como un fantasma entre la vegetación. Oí gemidos y me detuve en seco para tratar de identificar su procedencia y motivos. Eran de al menos dos personas.

En principio pensé que podía tratarse de una violación o estupro y me puse en guardia aproximándome a un macizo de setos tras lo que parecía estar ocurriendo la tropelía. Mis primeras intenciones de héroe bienhechor se vieron frenadas cuando vi a un hombre y a una mujer apoyados en un árbol teniendo un encuentro sexual en apariencia consensuado, digo en apariencia porque ella se quejaba de palabra diciéndole a él ¡oh, eso no!, ¡por favor no toques ahí! y cosas por el estilo, aunque en realidad, la mujer se dejaba. Traté de reconocer a los amantes, pero desde esa distancia me era difícil además del oscurecimiento de la tarde.

Sí veía cómo él abusaba acariciándola por encima de la ropa, sobeteándole las tetas y la entrepierna, a la vez que la besaba en la boca. De pronto me sorprendí a mí mismo excitado por la escena y prodigándome como vouyeur, una faceta nueva en esos días de mi vida. No era la primera vez en mi vida que veía a otros inmersos en tareas sexuales, pero mi extraña tendencia surgió apenas una semana atrás cuando al regreso de uno de mis paseos sorprendí a mi mujer con otro hombre, sí, tal como lo cuento.

Entré a la casa con esa facultad mía de no hacer ruido y voces de gozo y gemidos captaron mi atención, las cuales me atrajeron hacia la cocina, dependencia separada del pasillo por una puerta acristalada a través de la cual contemplé la terrible escena. Mi mujer estaba apoyada con los codos sobre la mesa dejando su culo al descubierto, con la falda subida hasta la cintura y las bragas caídas hasta los tobillos; un hombre, al que no vi el rostro porque estaba de costado a mí, le estaba dando desde atrás ¡y por el ano! Me vinieron a la cabeza la multitud de quejas de mi esposa por mi incurable impotencia y me dije a mí mismo que la muy puerca se había buscado a quien la satisficiese, y por si fuera poco dejó que la sodomizase, algo que a mí jamás me consintió.

Ya pensaba en entrar a la cocina, coger el más grande de los cuchillos y clavárselo a aquel cabrón por la espalda y a ella degollarla para limpiar mi honor, pero yo jamás fui un hombre violento, así que me planteé abandonar el hogar, aunque algo me retenía y era el seguir contemplando como Constanza, que así se llamaba mi mujer, gozaba a cada embestida de su eventual amante, que por cierto tenía un pene tremendo que entraba y salía de aquel esfínter agradecido. Sentí un resorte en mi polla inactiva, pero me avergoncé de mi reacción confrontada a mi recién estrenada situación de cornudo, o al menos de tener constancia de ello. Decidí marcharme de allí, pero de repente Constanza exclamó el nombre del que la follaba: ¡ Dame más Tomás, dame más! Quedé atónito, no podía ser verdad, al único Tomás que yo conocía era a…¡nuestro yerno! Y efectivamente, de él se trataba, porque pude oír su voz cuando exclamó: ¡Sí, toma más querida suegra!

Era inaudito, dejé mi casa lleno de rabia, sobre todo por mi hija, la cual era engañada por su marido. No me quedaba más remedio que contárselo a Esperanza, mi hija. Mi sorpresa fue mayúscula cuando al decirle que su marido estaba liado con mamá, se quedó como si nada, diciendo que lo comprendía. Papá – me dijo- es normal, Tomás y yo llevamos muchos años casados, nuestros hijos son mayores y el matrimonio es como una libreta de ahorros, cuanto más metes y sacas más se pierde el interés. Tú estás harto de mamá, ella de ti, lo sabes bien; ha sido muy fogosa en el sexo siempre y Tomás muy tímido como para conocer mujeres nuevas. Se han liado acuciados por la necesidad sexual. Perdona que te lo confiese, pero fui yo misma la que animé a mamá a buscarse un amante y a ella le pareció buena idea, y fui yo también quien le puse a tiro a mi marido a través de una serie de tretas, como provocar varios encuentros a solas y lo más comprometidos posibles, ¿entiendes? Papá…, tú has disfrutado mucho en la vida, no nos engañemos; has tenido a todas las mujeres que has querido a tu disposición. ¿Por qué va a ser malo lo que hace ahora mamá?

Callé, no muy convencido de los motivos que mi hija esgrimía, aunque en muchas cosas llevaba razón. Por eso esa tarde en el parque la escena de los amantes me recordó a la infidelidad de mi mujer. Me aproximé cuanto pude para ver de quienes se trataba y escuché la voz de un chico decir: ¡Se acerca un mirón! Dejemos que disfrute, ¿verdad zorra? Ella asintió y me hicieron señas para que me acercase. Mi sorpresa fue mayúscula al descubrir a mi hija en plena faena con un chico veinte años más joven que ella, que era por cierto, el mejor amigo de mi nieto.