miprimita.com

Matrimonio de conveniencia y sabroso en realidad

en MicroRelatos

Convine que dado que la naturaleza me hizo un hombre hermoso y que la providencia me situó de nacimiento en un país con graves problemas económicos y sacudido constantemente por conflictos políticos y armados, era justo que emigrase y aprovechase mi apostura varonil para lograr establecerme en la vida desahogadamente. Así llegué a este país, acompañado por Croachick, mi viejo padrino, un hombre al que la vida no había tratado muy bien y que aún habiendo servido en el ejército, el gobierno había abandonado a su suerte. Ahora yo era su apoyo, y como él había sido el único padre y referente que yo había tenido, decidí traerlo conmigo.

En unos días nos establecimos y de inmediato di comienzo a una caza que consistía exclusivamente en encontrar a la mujer apropiada, y por apropiada se entiende que con una posición económica rentable para mi, para casarme con ella. Eso me llevó un par de meses y entre tanto di con la ideal, conocí a varias mujeres con las que lo pasé muy bien, pero que no me convenían en absoluto por encontrarse en la inopia.

Conocí pues a Mercedes, una chica no muy guapa, pero por suerte atractiva. No fue difícil intuir que su cuenta corriente era abultada; dinero que provenía de una herencia. Su padre, que le dejó toda su fortuna, era un cabrón que dio el pelotazo vendiendo más de dos kilómetros cuadrados en solares junto a la capital. Hija única, el único problema era que su madre vivía con ella y casi no se despegaban la una de la otra. En todo caso fue fácil seducirla y a partir de ahí todo vino rodado porque ella misma decidió que nos casáramos, cosa que haríamos sólo seis meses después.

Croachick se puso muy contento con la noticia e hizo hincapié en que yo había tenido suerte y que por eso había de tratar bien a Mercedes, que parecía una gran mujer y que procuraría nuestro sustento. No dejó tampoco mi padre de alegrarse al conocer a Indalecia, la madre de Mercedes, pues ambos se equiparaban en edad y se cayeron bien. Bien me daba el padrino estos consejos al saberme un pichabrava que perdía constantemente la cabeza con cualquier mujer. Y sí, Mercedes merecía la pena y pronto me di cuenta de que además de procurarme sustento, también me procuraría el suficiente placer sexual.

Así llegó el día de la boda y ella, aunque lo consideraba un momento especial en su vida, era lo suficientemente discreta como para celebrar aquel evento con sencillez. Poco despilfarro, pocos invitados, ceremonia y banquete sencillos y ganas de irnos pronto al hotel en el que nos hospedaríamos la noche de bodas. Pero hasta el punto llegaba el amor por su madre que hizo que nos acompañara al hotel para que pudiese ver personalmente la fantástica suite que habíamos reservado; entonces por no hacerle el feo a Croachick, del mismo modo le invitamos a venir.

Una vez allí, madre e hija, las dos mujeres, tras el champagne, se pusieron sentimentales entre ellas. Que si la despedida, que si los abrazos, que si las lágrimas… Croachick, muy comprensivo él, abrazó a Indalecia y la consoló con muy tiernas palabras y asegurándole que dejaba a su Merceditas en manos de un buen hombre. Me pareció increíble comprobar que Croachick en realidad estaba metiendo mano a mi suegra, lo que curiosamente divirtió a Mercedes, que se aproximó a mí para besarme. Extrañado le dije a mi esposa que por qué no esperábamos a quedarnos solos y ella casi se burló de mí al preguntarme si tenía escrúpulos sobre la intimidad, el pudor y el sexo. Mi sorpresa fue mayúscula al oír a Mercedes proponerme que nos exhibiésemos ante su madre y mi padrino y así de paso animarles a ellos también.

Reí de buena gana y dije a Mercedes que no nos conocía a Croachick y a mí. "Pues veréis cómo somos mi madre y yo" –respondió. Y sí, esa noche lo comprobé: unas perfectas guarras que nos hicieron pasar al padrino y a mí uno de los mejores momentos de nuestra vida en una maravillosa orgía.