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Olor a mar

en Hetero: Primera vez

OLOR A MAR

Lucía invitó a sus amigos y amigas a celebrar su décimo octavo cumpleaños en la playa. Entre los chicos se encontraba Imanol, con el que Lucía mantenía algo parecido a un noviazgo desde hacía apenas una semana. Se divirtieron bebiendo cerveza, comiendo sándwiches y jugando al voleibol. De vez en cuando se sumergían en las aguas de la playa y chapoteaban, se abrazaban y gritaban alborozados y divertidos. El grupo lo formaban en torno a veinte o veinticinco chicos y chicas que formaban un gran estruendo en la playa aquel día de verano. Lucía miraba a Imanol, quizá era el día indicado para mantener la primera relación sexual de su vida, y él era el chico indicado para desvirgarla.

A la orilla arribó un pescador con su barca. Era un hombre de unos treinta años, con la piel curtida por el sol y con el rostro de aquel que vive de esforzarse con sus manos y de sudar para ganarse el pan. Arrastraba sus redes y aparejo, y la faena la almacenaba en dos cubetas mediadas de boquerones.

Los chicos reían a carcajadas en la fiesta de cumpleaños y el pescador apretaba los dientes arrastrando su barca hacia el interior de la orilla. A él estos niños de papá venidos de la ciudad le gustaban muy poco.

Con el agua de la playa y el calor, Lucía se encontraba ciertamente excitada, pero Imanol era incapaz de proponerle nada. Como se sintió frustrada y cansada de las estupideces de sus amigos, cogió un refresco de una de las neveras y se aproximó al pescador, que desde la distancia le pareció un hombre atractivo.

Atardecía. Lucía le ofreció a Adriano, el pescador, un refresco de naranja para combatir la sed. El rudo hombre la miró sañudo, pero finalmente aceptó beber. La chica lo miraba, entre impresionada por su virilidad marinera y asustada por su aparente fiereza. Lejos el resto de los chicos jugaban distraídos.

Adriano pidió ayuda a Lucía para arrastrar la barca tras unos juncos y así dejarla durante la noche semioculta. La chica accedió de manera algo intrépida y entre ambos arrastraron la barca, hasta desaparecer a la vista de los bañistas tras unas dunas, juncos y gramíneas.

- No has sido bondadosa por serlo al ayudarme, ¿verdad? –dijo él.

- ¿Qué quieres decir?

- Lo sabes de sobra nena.

- Soy virgen –dijo Lucía con voz ciertamente temblorosa.

- Eso no nos impedirá pasar un buen rato.

La chica reflexionó acerca de si hacía bien en enrollarse con aquel tipo, pero él pensaba más rápido y la había abrazado ya por la cintura. Adriano la besó en la boca y a continuación deslizó la braga del bikini de Lucía hasta el suelo. Violentamente el macho introdujo el dedo corazón en la vagina de la chica, haciéndole ver a un tiempo que así lo que viniese después no le dolería. Pero ella estaba muy burra de excitación y prefirió ignorar el dolor si este en efecto se produjese. De modo que ella fue más audaz y no se achantó ante la naturaleza ruda del pescador. Empujó al hombre haciéndole tumbar boca arriba y ella misma cogió el magnífico pene para llevarlo hacia la entrada de su jugosa gruta.

Lucía siempre recordaría el día en el que un marinero la desvirgó, con la piel marcada por el salitre, con la arena de la playa en sus labios vaginales y con aquel olor a mar.