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La playa y nuestro calor

en Grandes Relatos

La Playa y nuestro calor

Caminábamos por la orilla de la playa felices, la brisa tibia del verano nos incitaba a pasear animadamente por la arena, las pequeñas olas formadas en la orilla nos acariciaban los pies y yo me sentía en el paraíso.

Decidimos acampar cerca de unas rocas, que nos servirían de escudo para aplacar el viento de la tarde y para armar nuestra fogata, levantamos el campamento y nos preparamos para cenar, la caminata había sido mucha y el hambre se apoderó de los dos, listo el fuego y la carne comenzó, lentamente a cocinarse. Mientras, él sacó su guitarra y cantamos nuestras canciones de amor, todo era como me lo haba imaginado, solo faltaba nuestra noche de amor.

Hasta que por fin llego, entrada la noche y cuando la luna alumbraba con más fuerza, nos besamos apasionadamente, nuestros cuerpos empezaron a demostrar la necesidad de fundirse uno con el otro, mis mejillas enrojecidas por el fuego comenzaron a chorrear mi sudor y mi sexo empezaba a humedecerse gradualmente, según me estimulaban sus manos hambrientas por tomar mi deseo, la soledad de aquel lugar nos permitía desinhibirnos al punto de desnudarnos impúdicamente sin mayor preámbulo, y ni el canto venido de pájaros extraños logró desconcentrarnos en nuestra tarea.

Subimos nuestras revoluciones y mis manos comenzaron mí recorrido por su cuerpo, con la yema de mis dedos acaricié suavemente cada centímetro de su cuerpo, recorrí su espalda, sus piernas, su pecho frondoso, su pubis y encontré su poder, llano a ser saboreado por mis labios secos de tanto lamer su cuerpo, lo tomé del tronco, agarré sus testículos inyectados de su semilla y los deleité con pequeñas succiones y lengüetazos que hicieron que su sexo creciera más aún, luego, lo fui posando en mi boca, con finura, con maestría, como sé que a él le gusta y recibí su complacencia al sujetar mi pelo y susurrar un pequeño bramido.

Ambos conocemos nuestros cuerpos con afán, por eso, encontrar nuestros puntos débiles no nos es para nada difícil, las caricias van siempre directas y firmes, conozco cada centímetro de su cuerpo y él del mío, por eso, sé que saborear el dulce sabor amargo de su virilidad lo hace volverse loco de pasión.

Quedamos desnudos y con nuestra temperatura a mil, tendidos en la arena, él recorría mis labios íntimos con rudeza y mucha lujuria, sus dedos acariciaban mi clítoris y a ratos mordía suavemente mi entrepierna, mis jugos brotaban desenfrenados de mi caverna, mientras su lengua ancha y deliciosa lograba que mi corazón latiera desenfrenadamente y que mis ganas por tenerlo dentro de mí se presentaran sin defensa, mientras, yo seguía disfrutando de su poder, succionándolo con fuerza, mi lengua escarbaba en cada uno de sus pliegues, sintiendo como brotaban pequeños chorros de su semilla desde su cráter y metiendo uno de mis dedos en su ano, haciéndolo casi aullar de placer, mantuvimos aquella escena por largo rato, no quería separarme de su intimidad, me sentía adicta a su sabor y al placer que ambos nos propinábamos, nuestros bramidos eran colosales, intensos y cargados de amor.

Después de un rato, la otra parte de la fiesta llegó y fue el momento de tenerlo dentro de mí, por eso, me levanté de mi posición, miré su sexo, enorme, jugoso, luminoso y todo para mí, y me posé sobre él hasta sentirlo en lo más profundo de mis entrañas, entonces comencé mi cabalgata certera, el sonido que provocaba nuestra fricción era alucinante, eso, me alimentaba aún más la libido y mi calor se enaltecía, subía mis caderas y bajaba con fuerza, para sentirlo aún más profundo, me movía en círculos para que rozara todos los contornos de mi caverna, él apretaba mis pechos intensamente y yo metía mis dedos en mi boca para enaltecer su morbo, mis gemidos pasaron a ser bramidos, me sentía como una Eva en el edén, teniendo aquel lugar paradisíaco solo para nosotros, luego de un rato , volvimos a cambiar, me puse de rodillas, él aceitó mis partes prohibidas y se fue raudo a clavarme por detrás, no pude menos que gritar, pero no de dolor, sino de gusto, porque sentí sus dedos acariciando mi clítoris y el dolor desapareció.

Sus empujones eran increíbles, fuertes, exquisitos, me aferraba de la arena para no caer y seguir disfrutando, mis pechos saltaban de gusto y mi boca estaba sedienta de sus besos, me mordía los labios, trataba de tocar sus testículos para sentir su casi explosión, estaba enferma de deseo y con ganas de que ese momento no terminara jamás, al unísono nos alejábamos y volvíamos a acercarnos con más intensidad, él me daba pequeños golpes en mis nalgas y me hacia sentir su gusto, su trabajo era perfecto, chorreaba por mis piernas litros y litros de mi deseo.

Hasta que llegó el momento de recibir su leche en mi intimidad, me apretó fuerte de las caderas y comenzó a calvarme salvajemente como un loco, mi respiración se corto por un segundo, hasta que logré sentir miles de espasmos que me recorrían, creí perder el conocimiento por instantes, estaba en mi momento de gloria y me sentí victoriosa al concebir un orgasmo monumental, él regó toda su saciedad dentro de mí y yo la recibí satisfecha, nuestra noche romántica en la playa había tenido su primer fruto. Más tarde, nos metimos al mar, ahí nuevamente nos volvimos a mar con lujuria.