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Mi pequeño gusto escondido

en Confesiones

MI PEQUEÑO GUSTO ESCONDIDO

Soy una mujer joven, mi vida gira en torno a mi trabajo, mis amistades y mi familia, de vez en cuando me gusta darme mis gustos, y no puedo negar que tengo una sutil y costosa adicción por los zapatos, es que desde que pude lograr tener el nivel económico necesario para saciar mis caprichos por el calzado, me prometí a mi misma llegar a tener la mayor cantidad posible, y eso es que lo que hago, juntar zapatos,  aunque, en secreto, tengo otro gusto, claro que este es un gusto diferente,  prohibido y algo malvado, pero muy delicioso, me gustan los hombres casados.

La semana pasada mi amiga María Luisa me presentó a su marido, la conozco hace tanto tiempo y no sé porque nunca me lo había presentado, quedé maravillada con su figura, un moreno alto de ojos verdes, con una espalda amplia y bien formada, me saludó de mano, como todo un caballero y yo no pude evitar lanzarme encima de él para besarlo; al oler su fragancia sentí el despertar de mi deseo al chorrear una pequeña dosis de mi calor por mi entrepierna, que me dejó pasmada.

María Luisa es una mujer demasiado confiada y sin saber mis gustos prohibidos me invitó a ser parte de una pequeña reunión de amigos en su casa, yo acepté encantada, pues sabia que era el momento de crear una posibilidad de probar del sabor de su marido, soy una mujer culta y bien hablada, por eso siempre me  rodeo de buenas personas y de amigas con deliciosos maridos, me gusta demostrarme como una fémina recatada y de sencilla, para que nadie logre notar mis apetencias, pues sé que así, en secreto, el placer y el morbo que me provoca intimar con hombres con dueña es mucho mas enorme e intenso.

Cuando llegué, me asombré al darme cuenta de que la pequeña reunión a la que me habían invitado se había convertido en un tremendo festín, lo que me alegró mucho, pues eso me facilitaba la tarea, caminé tratando de no llamar la atención por entre la gente y me acerqué a Tomas, el marido de mi amiga, mi presa de esa noche, mi banquete, mi postre, pensé. Lo saludé demostrando una timidez inventada, quería darle a entender que yo no era de vida fácil ni casquivana, quería que lo que tenia que pasar pasara ya, pero sin que pareciera que yo era la culpable, así es mas excitante, parecer victima siento victimaria me provoca un goce solo comparado con el deleite de tener a un macho encima de mi cuerpo.

Lo acompañé a la cocina a buscar unos tragos, el pobre estaba loco con tanta gente entrando y saliendo de su casa, mi amiga estaba con sus amigotas de infancia por eso, a mi ni me miró, mucho mejor para mi, pensé. Mientras ayudaba a Tomas a acarrear el trago y las cosas para comer, pensaba como era que lo abordaría, pensé en inventar un desmayo y tomarlo de improviso, en inventar una caída y aprovechar su descuido para besarlo, pensé varias formas, pero al final fue todo muy fácil.

Avanzada la noche, Tomas y yo quedamos refugiados en la cocina, nos habíamos aburrido de ser los anfitriones y garzones de la fiesta, a esa altura todo el mundo estaba borracho o dormido, hasta mi amiga se había quedado dormida en el sillón, presa de una borrachera monumental que se había cogido compartiendo con sus amigas, por eso nos quedamos sentados en el piso con una botella de vino hablando cosas de la vida, me contó de sus planes de trabajo, de su proyecto de familia, de sus sueños, pero yo no lograba escucharlo, elucubraba  el momento de lanzarme en sus brazos para succionar sus labios carnosos, el tiempo se me estaba agotando, era hora de que fuera mío, era mi turno de disfrutar de la fiesta, por eso, utilicé mi viejo y útil truco de siempre y lentamente me fui acercando a su boca, sin decir nada, hasta sentir su respiración agitada en mi cara y en el momento en el que él quiso besarme, me convertí en una dama y lo rechacé, esa es la mejor parte de mi trama, el momento del rechazo, muchos hombres han caído rendidos a mis pies después de esa actitud, ellos juran que son especiales para mi, pero lo único que tienen de especial y que los hace de mi gusto, es que son casados.

En seguida de mi fingido rechazo, el hombre  se me alborotó, y cual potro desbocado se lanzó en cima de mi besándome con lujuria y apetito, no necesitamos mas previa que nuestro deseo mutuo, por eso, me despojó de mi diminuto vestido negro y quedé en ropa interior, que bueno que me había puesto mi mejor lencería, pensé, mientras mi boca esbozaba una pequeña sonrisa de satisfacción por el gusto que a él le daba mi ropa interior en mi figura, me seguía besando, succionando, casi mordiendo, podía sentir que estaba loco con el sabor de mi cuerpo y la belleza de mis curvas, me  sacó el brasear y apretó mis pechos con lujuria, mis pezones estaban tan erectos como dos grandes torres que asomaban victoriosas luego de ser mordisqueados por su boca, entonces decidí dejar de fingir y me convertí en la ramera que todo hombre desea en su cama, comencé a hurguetear en su pantalón hasta encontrar su sexo, estaba duro fuerte y tan enorme que me estremecí, sonreí al pensar en la suerte de mi amiga al poseer tamaña herramienta y cuando logré tenerlo en mis manos lo introduje en mi boca, pero era tan grande que no alcancé a cubrirlo todo, eso a él pareció no importarle, si no todo lo contrario, dejó escapar un gran bramido de su boca y apretó mis nalgas como muestra de el gusto que le provocaba mi noble tarea.

Yo estaba emocionada, entregada completamente a disfrutar de aquel delicioso dulce de miel que era su increíble poder, lo chupaba, lentamente le daba pequeños lengüetazos , lo escupía para facilitar la fricción y siempre, lo miraba a los ojos para observar en él, el milagro que yo estaba provocando. Quería continuar con mi cometido, es mas, quise quedarme pegada a él, pero considero que era hora de fundir nuestros sexos húmedos y palpitantes, entonces logré ponerme de rodillas en el piso y lo sentí juguetear con mis partes íntimas con fuerza y profundidad, uno, dos, tres de sus dedos reconocí en mi caverna, uno, dos, tres dedos lubricaron mi ano.

Su cabalgadura fue monumental, pues era de aquellas cadencias que casi logran dejarme sin respiración, quería gritar del gusto, quería conferenciar aquellas palabras obscenas que hacen del sexo un paraíso, pero no podía, pues mi amiga podría despertar con mis canticos magistrales, por eso me dediqué a disfrutar de la fiesta que se había armado entre nuestros sexos, mis pechos se revolvían por todo mi cuerpo producto de la loca y colosal clavada que él me hacia y sentía sus manos apretar mis nalgas, no pronunciamos ni media palabra, no era necesario, mi sexo demostraba mi gusto, chorreando mares de mis caldos por todo lados y su respiración agitada y medio cortada me dejaba saber que estaba logrando llevarlo al cielo, sé que es de todo el gusto de los hombres sentir un pequeño apriete en su sexo al momento de penetrar, y eso era lo que hacia, apretar, soltar, apretar, soltar, el éxtasis era inmenso.

No sé exactamente cuanto tiempo estuvimos sumergidos en aquella escena lujuriosa e impúdica, en la cual le entregué mi boca, mi sexo, mis  nalgas y mi ano, y le habría entregado mas si me lo hubiera pedido, es que este toro salvaje lo merecía, por su calentura y buen tamaño.

Llegado el momento de subir al cielo nos comunicamos por apretujos y contorciones, con mis piernas en sus hombros él comenzó a darme con mas y mas fuerza, mil empujones fueron necesarios para lograr que acabáramos al unisonó, sentí sus manos grandes apretando con una fuerza casi salvaje mis pechos, miré su cara desfigurarse y supe que había llegado mi momento del clímax, me dejé llevar a aquella deliciosa experiencia, comencé a sentir miles de pequeñas agujitas incrustándoseme desde la punta de los pies, hasta la punta de la cabeza, concebí un mar de salados jugos de adentro de mi caverna, levanté la vista me fijé en la guinda de la torta, había dejado chorrear toda su leche en mi vientre. Nos reincorporamos y retomé mi actuación, le pedí mil disculpas, volví a ser la buena amiga y la mujer recatada de siempre, le pedí el favor de nunca jamás comentar la escena, ni mucho menos volver a repetirla, él también estaba complicado y sin palabras. Adiós, le dije y perdona por todo, le prometí que esa situación jamás volvería a pasar, claro, eso si, esa promesa fue echa con los dedos cruzados.