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Celia - 01. El octogenario.

en Sexo con maduros

Una alarma nuclear, o de fuga radioactiva. Una pequeña mano asomó para arrebujarse con el edredón de plumas, hasta cobijar por completo la nariz y la oreja que no estaba aplastada contra la almohada. Rápidamente se internó bajo el edredón buscando el calor acumulado entre los muslos de la muchacha.

Insistente la Alarma nuclear, o de fuga radioactiva. Indecisa la misma mano salió de su refugio, para tantear sobre la mesita de noche, hasta localizar el teléfono móvil, causante de tal estrépito.

Envuelta aún en el edredón de plumas Celia se incorporó encogida para que no quedaran descubiertos sus hombros.

-         Ostia puta, cada día me despierto con más sueño. Refunfuñó entre dientes una voz pastosa.

Tras desperezarse, se acercó a la pared, agarrando los calcetines de ski, escrupulosamente extendidos sobre el radiador y tras olfatearlos unos segundos decidió que están suficientemente calientes y en condiciones para ponérselos un día más.

Frente al espejo del baño, revisó atentamente su rostro, en busca de legañas que  limpiar.

Sus marcados pómulos junto a un afilado mentón y como no, sus grandes y almendrados ojos verdes, le conferían una imagen infantil que no sabía bien si adorar o aborrecer. Para colmo una boca pequeña en la que se insinúan dos hoyuelos cuando sonríe, terminan de configurar lo que sería mas propio del rostro de una quinceañera, que no de una mujer de veintiséis años y por si fuera poco encima chata, con una naricilla que apenas se insinúa sobre la cara.

Una vez totalmente equipada: calcetines de ski, leotardos, camiseta interior, vaqueros, jersey grueso y un enorme abrigo con capucha, es el momento de calzarse sus guantes, bufanda y gorro de lana y salir de su diminuto apartamento.

Antes de salir de casa verificó en el bolsillo de la mochila, que estuviera el paquete de chicles de hierbabuena, siempre le molesta lavarse los dientes por la mañana y tras desayunar en el bar de la esquina rutinariamente refresca su boca con un chicle.

Tras siete plantas a la carrera y recorrer casi cincuenta metros hasta la esquina, se sentía algo mas despejada, si bien su ánimo no es el mas amistoso y sus ganas de hablar, eran escasas por no decir nulas.

El bar de Ceferino, es un local angosto y alargado, con una barra que ocupa todo el lateral izquierdo y una única fila de mesas a la derecha. Celia se encaramó en uno de los taburetes de la barra, con un pequeño salto, pues con su poco más de metro y medio el asiento quedaba por encima de la altura de sus escuetas caderas.

Como cada mañana Laura, la hija veinteañera de Ceferino, se acerca a su altura, con una gran sonrisa en la boca.

--Imagino que lo de siempre, ¿No? --pregunta resuelta la desenfadada camarera.

Celia tan solo es capaz de asentir levemente con el mentón. No entiende como puede ser que siendo todas las mañanas tan rematadamente arisca, esta muchacha le siga recibiendo tan cariñosamente. Tal vez no tenga amigas, o tal vez sea bollo y se lo quiera montar conmigo, piensa por enésima vez la silenciosa clienta.

--¿Qué tal el curro? --insiste Laura en iniciar la conversación.

Por toda respuesta Celia se encoje de hombros y sorbe un poco del café con leche, que la camarera acaba de dejar delante de ella.

Al salir del bar, la nieve ya había comenzado a caer suavemente sobre la aún nocturna ciudad. Celia se caló el sombrero de lana hasta tapar por completo sus orejas, mientras subía su bufanda hasta no dejar ver de su cara más que sus dos grandes ojos verdes. Por último se colocó la capucha del abrigo impermeable y a la carrera, recorrió el camino de dos manzanas hasta la parada de autobús.

Una vez sentada en el interior del autobús, comenzó la tarea de despojarse de la ropa mas abrigada. A medida que se quitó tanto la bufanda como el sombrero, un muchacho de unos quince años sentado tres filas mas adelante, le sonrió con picardía. De improvisto una mano se cernió sobre su cara, explotando el globo de chicle, que emergía de la boca de la chica.

--Veo que sigues llamando la atención entre los críos --afirma jocoso un muchacho mientras se sienta enfrente de Celia.

--Si, un día de estos cuando tenga ganas de follar, me compraré una falda tableada y unos calcetines hasta las rodillas. --respondió entre sarcástica y cansada Celia, mientras se retiraba los restos de chicle de la cara--  entonces me pondré en la puerta del cole a ver que quinceañero tiene mejor paquete.

El muchacho sentado en frente de Celia, rió suavemente.

-         Que vocabulario mas fino que te gastas, enana.

Por toda respuesta Celia volvió a crear un globo con su chicle y a explotarlo ella misma.

Marcos y Celia llevaban dos años compartiendo viaje de autobús, era una relación estupenda según Celia. Su compañero de viaje, no buscaba amistad, ni quedar con ella mas allá de sus encuentros en el bus, tan solo media hora de conversación, sin intimar en cuestiones personales. A nivel profesional, de Marcos sabía que trabajaba de enfermero en un centro de salud, lo que con su aspecto alternativo, con el pelo lleno de rastas y la cara de piercings, le resultaba cuanto menos curioso a Celia.

--Si apareces así en la puerta de un cole, te tendrás que detener a ti misma por corruptora de menores. –rió Marcos su propia broma.

Celia suspiró sonoramente, le había explicado a Marcos como mil veces que no era más que detective privado, encargada de fotografiar adulterios y bajas laborales fraudulentas, pero al joven de las rastas le encantaba hacer la misma broma una y otra vez.

Una vez en la oficina, tras saludar a la señora Carmen y dedicar casi cinco minutos a colocar todo su arsenal de ropa de abrigo en el perchero, Celia se dirigió con paso resuelto hasta la cafetera en la que se sirvió una enorme taza de café humeante. Con ella entre las manos, como si quisiera calentárselas con la loza de la taza, se dirigió a su mesa, la cual formaba parte de un box con tres mesas más.

--¿Hoy haces la calle? --preguntó Julián, un entrañable cincuentón mientras miraba a Celia, que se sentaba en ese momento.

--No, que va, hoy me voy a la ópera y luego al ballet --respondió Celia tras sorber sonoramente un gran trago de café.

--Pues está el día bonito.

--Pues nada tu haces la calle y yo me dedico a redactar informes, aquí  calentita --respondió la joven con algo de impertinencia.

La agencia de investigación privada “Fleming”, era una pequeña oficina en la cuarta planta de un edificio de viviendas. Nada más entrar se encontraba el recibidor, en el cual se encontraba la Señora Carmen, madre jubilada del propietario de la agencia. Una puerta se abría hacia el pasillo en el cual se encontraban, la sala de espera, y una pequeña cocina, a continuación un baño. Enfrente de las tres puertas estaba tras una doble puerta lo que debería haber sido el salón-comedor y que contenía las cuatro mesas de trabajo de Celia y sus tres compañeros. Cerrando el pasillo estaba el despacho del propietario de la agencia, Cristóbal, un pusilánime, afectado por demasiadas películas y novelas de espías e investigadores privados.

Celia comenzó la narración de lo acontecido en sus observaciones el día anterior, mientras manipulaba la cámara de fotos para volcar su contenido al disco duro del servidor. Sabía que estaba siendo demasiado escueta en sus explicaciones, pero Julián tenía arte para inventar y adornar los informes, para que a los clientes les parecieran una novela de acción y suspense.

--Vale, las tienes en tres carpetas en tu usuario --dijo Celia mientras desconectaba la enorme réflex del puerto USB--,  con sus fechas, horarios y coordenadas GPS.

--¿Algo entretenido para hoy? --preguntó Julián mientras visualizaba las fotografías recién descargadas por Celia.

--Un cornudo y una cornuda. El súmmum de la diversión. Ya verás que encima con mi perra suerte me tienen dos horas bajo la nieve esperando como una panoli  --refunfuñó Celia, mientras imprimía sendos planos sacados de Internet, con las direcciones de ambos sujetos de investigación.

--Bueno, abuelito, me las piro --dijo mas risueña Celia mientras despeinaba los cuatro pelos del cincuentón.

--Péinate un poco duendecilla, que pareces una loca --le sonrió a su vez Julián.

Celia tenía un lacio cabello que caía desde su nuca en una inclinada pendiente hasta su mandíbula, cuando usaba gorros, que era siempre, puesto que en invierno con los gruesos gorros de lana y en verano con las gorras de Baseball, su pelo tendía a adoptar formas caprichosas, ninguna de las cuales terminaba por resultar favorecedora para la muchacha.

--Cuando sea dependienta de El Corte Inglés, ya me arreglaré para estar guapa --dijo Celia mientras le sacaba la lengua a su compañero de trabajo.

--Si, claro en la sección de juguetes o en la de moda infantil --ironizó Julián, haciendo referencia con ello al menudo cuerpo de la joven y a su rostro aniñado. Recibiendo así, un golpe con el rodillo que había hecho Celia con los planos imprimidos.

Dos horas más tarde, Celia aún paseaba arriba y abajo de una estrecha callejuela del centro de la ciudad. La nieve había dejado de caer y un tímido sol de invierno intentaba asomar entre el cargado cielo. A Celia esto le daba lo mismo, en esa estrecha callejuela no habría habido sol aunque fuera mediodía. Volvió a pasar por delante del decimonónico portal, abarrotado de placas de latón, en las que se ofrecían como fulanas de sección de contactos, todo tipo de profesionales de dudoso carácter moral.

Las diez y media de la mañana, digo yo que ya es una buena hora para bajar a desayunar. Pensó la joven de rostro oculto bajo capas de gruesa lana.

No pasó mucho tiempo hasta que de la hoja abierta de la gran puerta forjada, salieron una pareja. Celia no dudó ni un segundo en reconocer al hombre como el individuo de la fotografía de su dossier. Se trataba de un cuarentón bastante apuesto, alto, por lo menos metro ochenta, delgado y con un rostro interesante acentuado por unas gafas de montura al aire y un impecable traje de chaqueta con gabardina. A su lado una morenita de no más de la edad de Celia caminaba con paso firme y resuelto, como las modelos de las pasarelas. Celia a pasos cortos y casi al trote siguió a la pareja por unas cuantas callejuelas, hasta que se internaron en una cafetería, alejada sus buenos ocho minutos a buen ritmo del edificio de oficinas de ambos.

Celia tomó asiento en una banqueta de la barra, ayudándose para ello de su habitual saltito en estas circunstancias. Mientras esperaba su café, observaba a la pareja en la pantalla de su teléfono móvil. Ladeó ligeramente su espalda para que la cámara frontal del aparato tomase una mejor imagen de la chica morena.

Joder lo que daría por unas piernas así, pensó Celia cuando la presunta amante, se despojó de su largo abrigo y tomó asiento cruzando las piernas. La morena medía su buen palmo y medio más que Celia, además vestía una mini y unas botas hasta la rodilla, que a Celia le hubieran dado aspecto de disfraz de pirata, pero que a la morena le quedaban de infarto.

Unos segundos después pudo filmar la imagen que esperaba. La pareja comenzó con pequeños piquitos en los labios, para ir ganando confianza y terminar en un breve morreo, antes de comenzar con sus consumiciones.

Esperaba que se calentasen lo suficiente para que pudieran desfogarse en cuanto llegaran a la oficina. Otra cuestión sería localizar un sitio donde se pudiera tener una buena vista del despacho del adúltero.

Pagó su consumición y se fue a la carrera hasta la callejuela del edificio de oficinas en cuestión. Se introdujo sin pensarlo en el portal del edificio que enfrentaba a las oficinas del presunto adúltero. Con resolución Celia se acercó al portero que, con cara de concentrado leía alguna cosa tras su mesa.

--Buenos días, vengo a ver un cliente, investigación privada --dijo Celia mientras depositaba una tarjeta de visita sobre la lustrosa mesa del conserje.

--¿De quien se trata? señorita –preguntó  el portero, mientras Celia ya se dirigía con paso resuelto hacia el ascensor.

--Hombre, que estas cosas son de lo más discretas, caballero --respondió Celia con un tono solemne, mientras abría las puertas del ascensor.

Cuando llegó al quinto piso, no tardó en orientarse para encontrar la puerta del piso que debería dar a la fachada principal. Pulsó el timbre incrustado en un embellecedor de bronce y esperó. Tras un buen rato la enorme puerta de roble, se abrió y tras ella apareció un anciano octogenario.

--Dime, bonica --saludó el anciano.

Celia comenzó su discurso, cientos de veces expuesto. Modificó la información diciendo que era la esposa desalmada la que engañaba a su honorable marido con su jefe, por lo que supuestamente le habría contratado el esposo de la joven morena. Esta versión gustaría más a un abuelito carca, el cual, con el dinero que hacía falta para tener un piso allí, pensaría que un jefe que se cepilla a la secretaria es de lo más comprensible del mundo.

Como ocurría en la mayoría de ocasiones, la curiosidad y morbo de la gente le volvieron a flanquear el paso a otro piso calentito.

El abuelo le llevó hasta un salón-comedor de lo mas rococó. Cortinas de terciopelo con cordones dorados, visillos transparentes, alfombras oscuras y enormes muebles más oscuros aún, daban un aspecto de piso pudiente de las películas de los años 70.

--Muy bonito el salón, Don Ramiro --dijo Celia simulando un tono de profunda admiración.

--Si quieres chiquilla puedes salir al pequeño balconcito y si no desde aquí mismo --respondió el arrugado hombre.

Celia declinó la oferta del balconcito y tras despojarse de lo más superficial de su ropa agarró una de las butacas de la gran mesa ovalada.

--¿No le importa? --preguntó Celia, sin esperar respuesta, mientras cogía la gran butaca y la apoyaba de espaldas a la ventana.

Celia adoptó su pose preferida para una larga espera, en busca de la foto perfecta. Se acodó en el respaldo del silloncito, mientras apoyaba una rodilla en el asiento del mismo.

Esa postura hacía que se pusiera en pompa su trasero y no tardó en darse cuenta de que el abuelito estaba detrás de ella, peligrosamente cerca. Los leotardos y el grueso pantalón vaquero no ayudaban mucho a estilizar su trasero, pero imaginó que el anciano, era lo mas cerca que había estado en mucho tiempo de un culo de verdad.

Se acodó bien en el respaldo del butacón, la Réflex pesaba como una condenada, como tardara en empezar la función comenzarían los calambres en sus antebrazos en poco tiempo.

Celia enfocó al que por las informaciones previas de Julián debía ser el despacho del abogado Ángel Campos, nombre que había leído en el informe cuando lo ojeó antes de subir al piso del anciano mirón. El cual seguía sin quitarle ojo al culo de celia.

Desde su ubicación la joven investigadora podía ver sin problemas más de la mitad de la gran mesa de despacho del adúltero, la puerta del despacho y un extremo de lo que debía ser un sofá forrado en cuero granate.

La puerta del despacho se abrió y apareció la secretaria maciza, ya sin su abrigo. Tras ella entró el abogado despojándose de su gabardina y colgándola en un perchero que quedaba fuera de la vista de Celia.

Mientras tanto la secretaria se había acodado en la mesa de oficina colocando su culo en pompa. El adúltero cogió lo que parecía un taco de notas y se lo dio a morder a la joven morena. Tras esto se colocó tras ella y le soltó sendas palmadas en cada una de sus cachas. Tras masajear con cariño el trasero de la chica el abogado subió la mini de esta, hasta dejar al aire toda la popa de la muchacha  y procedió a bajarle los pantys hasta el inicio de las botas de montar.

Celia desde su posición no podía ver si la chica no llevaba ropa interior o tan solo llevaba un fino tanga de hilo dental. Lo que si tubo claro que esa no tomaba el sol solo en la playa, puesto que sus nalgas y muslos se percibían con un tono broncíneo muy uniforme, atípico en el mes de Enero.

Una segunda tanda de nalgadas con la palma de la mano fue suministrada por el abogado a su dócil secretaria y tras esto una nueva serie de masajes en la zona de la grupa. Cuando hubo repetido cuatro o cinco veces la misma operación, bajó el tanga de la chica, con lo que Celia pudo ver que si llevaba uno y que este era negro, hasta acompañar a los pantys en las rodillas. También pudo ver como la nalga izquierda, la que quedaba en primer plano, comenzaba a tomar un color más rojizo que broncíneo, debido imaginaba Celia a que las palmadas en el culo eran bastante contundentes.

--Qué, bonica ¿piíllas a esa golfilla de adúltera? --preguntó el anciano, mientras achinaba los ojos, pensando que así incrementaría su agudeza visual.

Celia no se dio cuenta de lo abstraída que estaba hasta que no hubo hablado el anciano. Entre el ambiente caldeado por la calefacción reinante y lo que veía por el visor de su cámara, se estaba comenzando a dejar llevar.

--Ajá --susurró Celia con la boca casi seca, como toda respuesta.

Mientras tanto en el edificio de enfrente el adúltero había sacado un botecito de uno de los cajones de la mesa de despacho y se estaba embadurnando con algún tipo de crema, un cipote algo fino pero con una longitud nada desdeñable que apuntaba hacia el cielo como dando gracias a este por haber sido liberado de su prisión.

Joder, Celia no se lo creía, iba a ver una enculada en vivo y en directo. Siempre que había comentado algo sobre el sexo anal con algún amigo o amiga, siempre había llegado a la misma conclusión, había tantos entusiastas como detractores. No se negaría a si misma que tenía curiosidad por provarlo, si bien le daba un poco de reparo, por lo doloroso que pudiera ser, lo poco higiénico, etc.

El tal Ángel Campos estuvo un buen rato jugueteando con el trasero de la morenita, con una mano tan lubricada por la sustancia, como su larguirucha verga. Celia podía ver como el hombre ahora acariciaba los muslos, ahora azotaba las nalgas, ahora introducía una mano buscando el felpudito de la chica, etc.

Mientras con una mano acariciaba la húmeda entrepierna de la chica, con la otra subió la blusa de la misma, liberando los cierres del sujetador. Dos enormes y redondos pechos colgaron por efecto de la gravedad, ante el objetivo cada vez más indiscreto de la cámara de Celia.

Joder, las debía de tener como rocas, pensó Celia, puesto que los pezones marrones de la chica apuntaban mas en dirección al lateral de la mesa que al suelo. Vaya par de melones, se admiró no sin cierta envidia la detective.

El apuesto abogado comenzó a refregar la punta de su polla a lo largo de la raja del culo de la morena, al tiempo que estiraba el pezón izquierdo de esta como si fuera de chicle.

En un momento dado el hombre se quedó unos segundos quieto, como evaluando el siguiente paso. Asió firmemente de ambas caderas a la muchacha y con desesperante lentitud fue introduciendo centímetro a centímetro todo su rabo en el recto de la guapa secretaria.

Celia vio como la cara de la chica se tensaba al máximo abriendo los ojos de par en par, cuando toda la longitud de la verga de su amante le llenaba el intestino y los huevos de este golpeaban contra sus glúteos. El abogado comenzó entonces a imprimir a sus caderas un ritmo infernal, el cual Celia no sabía si agotaba de tan solo mirarlo o le ponía cachonda perdida. El tío percutía con una saña inhumana, con ese ritmo o reventaban ambos de puto placer o les daba un síncope. 

El cuerpo de la morena se estremecía a cada empellón del rabo del adúltero. Este había perdido cualquier compostura, boqueando y haciendo muecas como si se le fuera a desencajar la cara de puro vicio. Los grandes pechos de la chica oscilaban como si fueran un péndulo loco, que se hubiera salido de su habitual ritmo pausado, para adoptar otro que de no llevar bien sujetas al pecho las tetas de la chavala, mandaría a estas a tomar por saco.

La joven secretaria bajó una de sus manos de la mesa y la llevó al encuentro de su propio sexo. Celia imaginó que se habría penetrado con los dedos o que se estaría frotando el clítoris, por que la cara de gusto que mostró fue inconfundible de que estaba apunto de correrse, aunque desde allí no se pudieran oír sus gemidos. Al poco la morena apretó con fuerza las mandíbulas mientras replegaba los labios sobre las encías. Acto seguido se desplomó sobre la mesa, escupiendo a un lado el taco de notas. La indiscreta observadora miraba extasiada las nalgas de la chica perladas de sudor, que reflejaban el brillo de los alójenos del techo del despacho, a medida que su culo seguía temblando a cada envestida de su amante.

Una amplia boqueada fue el aviso de la detonación de la corrida del hombre, el cual se dejó caer durante unos segundos sobre la espalda de su secretaria.

Cuando se hubieron recuperado, la impresionante morena se arrodilló delante de su jefe y con amorosa dedicación limpió con una toallita húmeda, la menguante verga de este, la cual supuso Celia que no solo tendría restos de semen, si no que parte del contenido de los intestinos de la chica seguro que estaba allí. Por que la chica era una monada pero cagaría igual que cagaba ella y cualquier persona.

Celia ahora pudo corroborar que efectivamente lo de las tetas de la chavala, debía tener truco, por que efectivamente eran enormes y parecían como dos globos inmunes a los efectos de la gravedad.

Tras limpiar bien la polla de su jefe, la amorosa secretaria le dio un par de largos y lentos lametazos a la verga antes de guardarla en el interior del pantalón de su amante. Luego se incorporó de espaldas a la ventana, componiéndose la ropa. La investigadora pudo ahora apreciar en toda su magnitud el buen trasero de la chica el cual debido a la transpiración y el bronceado tenía un aspecto magnífico, tubo que reconocer Celia, no sin cierto desagrado.

Joder le había salido la mañana redonda, habían presupuestado cinco sesiones para poder pillar al pringao este y en una sola mañana tenía documentación para que su señora esposa se pajeara un mes por lo menos.

Pensando en eso de las pajas, Celia se percató de que estaba bastante caliente y además de eso también se dio cuenta que el vejete llevaba un rato hablándole.

--Estás muy callada, ¿Necesitas algo? --preguntaba el anciano por tercera vez.

--Um, creo que no --respondió Celia, mientras se mordía el labio inferior como cuando tenía una idea peregrina.

--Lleva un buen rato usted mirándome el trasero ¿No? --preguntó Celia.

--Como, no, no, ¡ni hablar! --respondió azorado el abuelete.

--No, si yo lo digo por que como su vista no debe ser muy buena si lo prefiere puede tocar –Celia no se creía que hubiera dicho lo que acababa de decir, su cabeza había pensado una cosa y su boca había hecho lo que le había dado la gana. Aunque en lo más profundo de su mente, aquella situación le parecía divertida a la par que excitante.

--¿Cómo? --pudo a duras penas articular el octogenario.

Celia no sabía si aquella situación la tenía cachonda por lo que acababa de fotografiar, descojonada por los balbuceos del anciano o directamente se aburría mucho. Si no actuaba pronto los temblores del vejete amenazaban con dejar en este alguna secuela irreparable. Era el momento de echarse atrás y decir que había sido todo una broma o liarse la manta a la cabeza y tirar para adelante. Con un rápido gesto, se desabrochó los vaqueros y metiendo los pulgares entre las cinturillas tanto del vaquero, los leotardos y las bragas de algodón, bajó las tres prendas de un solo tirón.

Subió las dos rodillas al butacón y apolló la cara en el borde del respaldo, dejando una inmejorable panorámica de su culito de forma de pera. Tenía un trasero que si bien no destacaba por su tamaño, Celia lo tenía todo proporcional, si tenía una bonita forma respingona.

Viendo que los segundos pasaban y el abuelo había entrado en shock, la investigadora comenzó a hacer oscilar sus caderas juguetonamente.

--¿No le gusta lo que ve? –preguntó coqueta Celia.

El viejete llevó una mano temblorosa a las lumbares de la chica, las cuales seguían cubiertas por el jersey.

Poco a poco deslizó su traqueteante mano hasta situarla en la zona sacra de Celia. Como tuviera que esperar a que le metiera mano al coño, a esta velocidad se podía morir de aburrimiento en el intento.

Celia alargó una de sus manos hasta agarrar la mano libre del abuelito y con cuidado de no asustarlo la introdujo entre sus muslos. Esperaba no tener que dar más instrucciones de lo que quería.

El anciano tanteó torpemente alrededor de la rasurada zona externa de los labios mayores, sin parecer que tuviera claro como abrir aquella puerta que se le ofrecía con paso franco.

Con mas miedo que otra cosa uno de los artríticos dedos del anciano se fue introduciendo entre los labios de la joven. Si ese dedo continuaba con el temblor rítmico aquello iba a ser mejor que un vibrador a pilas. El calor, la humedad y ese tacto de seda atemorizaron al anciano, que avanzaba a una velocidad endiabladamente lenta.

--Así, muy bien, ahora hasta dentro Don Rogelio.

--Ramiro –rectificó algo sofocado el abuelito.

--Eso Don Ramiro –Amase el culete con la otra mano, verá que calentito está –Celia no se creía ni lo que estaba haciendo ni lo que estaba diciendo, pero la situación la tenía cada vez mas caliente.

El dedo del anciano se introdujo lentamente en el interior del cuerpo de la muchacha, la vibración que sentía Celia en su vagina, no sabía si se debía a los nervios del abuelo o a que este padeciera Párkinson, pero lo cierto es que le iba a llevar a una corrida espectacular.

--¿Meee, meme, memeenseñas, un poquito las teticas? –preguntó azorado el octogenario.

--Eso Don Raimundo, lo dejamos mejor para otro día –Celia quiso dejar una puerta abierta por si necesitaba el piso del abuelo para algún otro menester y básicamente por que lo que le interesaba ahora era correrse y no quitarse mas ropa de la estrictamente necesaria.

--Ramiro querida, me llamo Ramiro –insistió el anciano en rectificar, mientras respiraba trabajosamente.

El abuelo tenía un dedo vibrador muy efusivo en el coño de Celia pero este más que dedicarse a entrar y salir de su cuerpo, hurgaba en el interior de su vagina como si quisiera rascar las paredes de la misma, el anciano era posiblemente la primera vez en su vida que tocaba el interior cálido de una mujer con los dedos.

--Meta otro dedito mas señor –dijo Celia mientras se llevaba una mano a su clítoris—ya verá que caben dos y si lo hace despacito hasta tres.

Cuando dos trémulos dedos se encontraban ya dentro de la vagina de Celia, esta decidió que si Mahoma no iba a la montaña… Así que comenzó un movimiento lento de adelante hacia atrás con las caderas, con la finalidad de que los dedos artríticos hicieran un movimiento de mete saca. Mientras con una mano sujetaba con fuerza el respaldo del silloncito para no caerse, con la otra pellizcaba y rotaba su inflamadísimo clítoris.

Con la otra mano el ochentón realizaba torpes y erráticos movimientos en círculo sobre la nalga izquierda de la joven, el octogenario no había tocado nada más suave en su vida, ni tan solo las finas colgaduras de terciopelo de las cortinas. Aquella piel era maravillosa, cálida, suave y olía a femineidad de manera deliciosa. A Celia aquellos movimientos erráticos, la estaban poniendo más nerviosa que otra cosa.

--Don Rami –Agarre fuerte el culo y masajéelo con firmeza –dijo Celia entre jadeos.

El abuelito silbaba como una cafetera que tuviera mal la válvula, parecía que en cualquier momento fuera a darle un síncope, pero hizo caso a Celia y comenzó a apretar con sus huesudos dedos la tersa nalga de la chica.

A Celia esto le produjo más dolor que placer, pero una especie de dolor agradable, que unido a la tortura que ella misma estaba ejerciendo sobre su clítoris, y al traqueteo de los dos dedos dentro de su coño, la llevaron en poco tiempo a un orgasmo muy placentero. No había sido tal vez el más brutal de su vida pero el morbo había hecho que se quedara muy satisfecha. Con un leve gemido Celia tensó la mandíbula y se dejó llevar por las sensaciones.

Se dejó caer aún más sobre el respaldo del butacón. El anciano seguía aún con sus maniobras, no enterándose o no queriendo enterarse de que la chica ya había terminado.

--Pare Don Ramiro, que ahora ya molesta –dijo suavemente Celia desde su posición reclinada.

El anciano se detuvo y extrajo los dedos del interior de la joven. Girando la cabeza la chica vio como el abuelo, sin saber muy bien que hacer con las manos ahora libres, extrajo un pañuelo bordado del bolsillo y se limpió los fluidos que humedecían sus dedos.

Celia se dio la vuelta y se sentó correctamente sobre el butacón. Tenía aún bajados, tanto los pantalones, como los leotardos y las bragas. Estiró una mano y sopesó el paquete del anciano, el cual la miró con ojos de miedo. Aquello ni siquiera llegaba a tener una consistencia de semierección, como se diría vulgarmente algo morcillona. La joven miró cariñosamente al abuelete, negando suavemente con la cabeza. El anciano apesadumbrado, también negó con la cabeza algo ruborizado.

--Pues no pasa nada señor mío ¿Se lo ha pasado usted bien? –preguntó amable la chica, mientras acariciaba la entrepierna del octogenario.

--Mumumumucho –valvuceó el anciano.

--Lo que si le agradecería a usted, es un cafelito, si no es mucha molestia.

El abuelo asintió y se marchó raudo hacia el interior de la casa. Celia una vez algo mas recuperada de su orgasmo, miró por el objetivo de la cámara en un acto de despedida, cuando lo que vio la dejó perpleja.

En el despacho correspondiente al abogado Campos se le veía a este trabajando con su ordenador. Lo que dejó anonadada a Celia es que un despacho por encima de el de este, alguien al que no se le veía, por estar tapado por el respaldo de un sillón de oficina, parecía comerle los bajos a la rubia mas voluptuosa que había visto la joven en su vida.

Sobre la mesa de oficina una cincuentona algo rellenita, pero de buenas formas, se espatarraba frente al sillón que ocupaba su comensal. La mujer estaba semidesnuda y sobre las copas de su sujetador, suelto y bajado hasta mitad de estómago, aparecían las ubres más grandiosas que Celia había visto en su vida. Aquello parecía una vaca lechera, dios mío que pedazo de tetas, harían falta dos o tres pares de manos para abarcar todo aquello. Sus oscuras y enormes aureolas, contrastaban de manera espectacular con la palidez de su pecho, el cual se agitaba rítmicamente con una cadencia hipnótica.  

Joder con el edificio de oficinas, aquello era un lupanar. Celia estuvo un rato observando como las manos de la rubia pechugona iban hora a sus pechos amasándolos con brío, hora a donde Celia suponía que debía estar la cabeza del lamedor, hora a estirarse con violencia de los pezones.

La de tiempo que llevaba sin un buen cunnilingus, pensó para sí la joven investigadora. Un estremecimiento y un grito sordo confirmaron a Celia que la rubia de gigantescas pechugas había culminado la mamada de Chichi con un espectacular orgasmo. Vio como del sillón se levantaba lentamente una mujer de mediana edad con una cara que reflejaba una profunda satisfacción. Acto seguido la mujer, alta y muy delgada, sin busto apreciable a aquella distancia, se acercó a la pechugona y le besó tiernamente la frente.

Joder, joder y mil veces joder, en una mañana había asistido en directo a dos de sus fantasías mas inconfesables, sobre todo inconfesables, por que no tenía claro que se atreviera a llevarlas a cabo. Se había planteado más de una vez como sería hacerlo con una mujer, tenía claro que le ponían los hombres pero esa tersura de la piel de una mujer, era algo que le hacía sentir un cosquilleo de curiosidad.

Llegó el anciano con una bandeja en las manos, Celia se apresuró a cogérsela de las manos, puesto que el tembleque del anciano amenazaba con tirar las tazas por los aires. En su afán de evitar el desastre que supondría la bandeja por los suelos, Celia se levantó presurosa, sin darse cuenta que aún tenía los pantalones, los leotardos y las bragas por los tobillos.

El ostiazo fue inevitable, Inconscientemente alzó las manos para proteger la Réflex de cualquier golpe, lo que originó que no pudiera amortiguar el golpe salvo con su nariz y su barbilla. El tremendo golpe sonó atenuado por el mullido de la alfombra del salón, pero aún así la ostia fue impresionante.

Celia se hallaba tendida cuan larga era, que no era mucho, delante de ella, el anciano con cara de incrédulo miraba a la chica tendida a sus pies, con el culo al aire.

Joder, joder pensó Celia vaya espectáculo. Como buenamente pudo dejó la cámara en el suelo y se incorporó subiéndose toda la ropa de la parte inferior del cuerpo.