miprimita.com

Celia 05 - Extraños en la noche

en No Consentido

Aviso, violencia extrema

Lo que a continuación se expone, es un relato ficticio, en ningún momento y bajo ningún concepto se pretende hacer apología del sexo mediante la violencia. Es más el autor rechaza cualquier forma de violencia.

Un denso olor a humanidad invadía la habitación, ni agradable, ni desagradable, simplemente espeso. La plomiza mañana iluminaba con tristes tonos grisáceos el anárquico dormitorio. La joven se revolvió entre los últimos estertores del sueño, buscando infructuosamente prolongarlo unos minutos más.   

Un eructo metálico, se inició a los pies de la cama de Celia, corriendo rápidamente por las paredes del piso en dirección a la cocina. El estruendoso ruido terminó por despertar a la joven.

Puta mierda de caldera, pensó Celia ¿Por qué no soltará los gases tirándose pedos como todo el mundo? Eran frecuentes las burbujas de aire en la vieja instalación de tuberías del piso de la abuela. Al gutural ruido le solía acompañar la bajada estrepitosa de temperatura de alguno de los radiadores del apartamento. La muchacha rogó por que el baño no se hubiera vuelto a quedar helado, porque se iba a duchar su puñetera madre.

Celia con los ojos cerrados por una gruesa capa de legañas, inspiró en sucesivas y breves inhalaciones. Introdujo la cabeza por el cuello del pijama olisqueando su propia piel a la altura de las axilas. Olía a hormonas que tiraba para atrás. La noche había dejado rastro de lo agitada que había sido. Primero las pesadillas, luego aquel puto gato, que parecía que estuviera justo a su lado y casi de madrugada aquellos calores que habían hecho sudar a Celia bajo el cobertor de plumas, como si fuera una sauna.

Pues iba a haber ducha si o si. Pensó la joven mientras se colocaba una chaqueta vieja de chándal, para compensar la diferencia de temperatura entre el interior del edredón y la temperatura del piso. De camino al baño aprovechó para lanzar una de sus pesadas botas de montaña contra el radiador que tenía más cercano. Acto fútil, pues el ruido metálico siguió como si nada, pero era su bota y su radiador y tenía derecho a tener los impulsos que le diera la real gana.

Se introdujo bajo el chorro de la ducha dejando que el agua casi hirviendo acariciara su piel. Por suerte el baño estaba caldeado cuando Celia entró y la cosa estaba siendo bastante agradable. Quedamente como sin ganas, la joven comenzó a sollozar, a los pocos segundos ya lloraba abiertamente.

–Joder si que estoy ormonando –habló consigo misma en voz alta.

Casi una hora después Celia bajaba las escaleras de su edificio en busca de un desayuno que le subiera un poco el ánimo. Se había secado el pelo, puesto crema, vestido y todo ello con una desgana creciente y la mayor de las parsimonias.

Con el pomo de la puerta del portal en la mano, Celia pegó un respingo que casi llega al techo del salto que pegó. Un maullido desgarrador la había pillado por sorpresa. Se giró rauda poniéndose en guardia por si se producía un ataque. Le gustaban bastante los gatos, pero eso no impedía que se fiara lo justo de los pequeños felinos. Agazapado bajo el último tramo de escalera un gato negro como la noche, bufaba amenazadoramente. Todos los idiotas que le decían que tenía mirada de gata, tenían que ver en esos momentos los ojos de aquel depredador.

Celia abrió con cuidado la puerta y haciéndose a un lado dejó el paso franco para que el gato, por si mismo, decidiera salir a la intemperie de una gélida mañana. Si, este va a salir a la calle por los cojones, pensó la joven. Pues que la anciana señora Patro o los Libaneses del segundo se vieran las caras con el malencarado felino, pensó Celia mientras rauda salía al exterior cerrando tras de si.

–Un bocata de calamares y una cerveza, Cefe –dijo Celia señalando la vitrina de cristal que había sobre el mostrador del bar.

–¿Qué, reglosa? –preguntó Laura con cara resacosa.

La detective por toda respuesta extendió el dedo medio, alzándolo a la vista de la camarera. En el bar de Ceferino, conocían sus hábitos casi mejor que ella misma, solo desayunaba bocadillos y cerveza cuando estaba con el periodo, al igual que si desayunaba un carajillo sabían perfectamente que se había levantado con resaca.

–Hola, preciosa –masculló al teléfono celia con la boca llena de calamares—estoy depre ¿Me invitas a comer?

Al otro lado de la línea telefónica una sofocada Marta asentía entre jadeos.

–¿Joder, te he pillao follando? –Celia hizo un esfuerzo por pasar un gran bocado de calamares garganta abajo.

–Corriendo, enana, corriendo.

–Joder, en pleno clímax, pues nada espero a que te corras y hablamos –con aquella infantil broma a Celia ya le estaba mejorando el humor.

–Eres imposible tía –cedió Marta—¿te paso a recoger o vienes tu?

–Pues si tienes que venir a la capi para algo, pasa tu a por mí.

–Bien me ducho y voy, que tendremos que ir al híper si queremos comer algo –Dijo Marta con unos acompasados trotes de sonido de fondo—dame media hora más o menos.

Celia siguió embutiéndose el enorme bocadillo de calamares, mientras agitaba el botellín de cerveza vacío, en señal de que quería una segunda bebida.

–¿Ha venido ya Fede? –preguntó la detective a la camarera.

–Pues mira por la puerta entra –apuntaba Laura con el mentón hacia la entrada del local.

–A los buenos días ¿Se me buscaba? –preguntó un hombre bajito, de unos cuarenta o cincuenta años. Era difícil determinar la edad del mecánico del barrio, con aquella cara de mustio que se gastaba.

Celia agarró sus consumiciones y se dirigió hacia una mesa libre en la que indicó con la cabeza a Fede que se sentara.

–¿Cómo va la cosa en decesos? –preguntó la joven con la boca llena. El mecánico era un obseso de las crónicas, sabía quien, cuando y como había muerto, siempre y cuando hubiera salido publicado en los periódicos locales o fuera vecino del barrio.

–¿Tráfico, asesinatos, violencia de género? –preguntó a su vez Fede mientras sacaba del bolsillo de su mono de faena, un bocadillo envuelto en papel de aluminio y pedía una cerveza a Laura.

Celia meditó por unos instantes, si Marta y su amiga uniformada hubieran hecho algo, imaginaba que sería muy sutil.

–Varón, unos 35 años, mujer sin hijos –la joven detective no podía concretar la causa de la muerte, así que lo intentó por las características del sujeto.

–Un suicidio, el notas había especulado con todo el dinero de su familia, en no se que negocio de importación, se metió una caja entera de ansiolíticos—respondió Fede con la boca aceitosa del atún del bocadillo—hay más pero con hijos o solteros.

–¿de donde era el notas? –preguntó Celia mientras alzaba la mano para indicar a Laura que ya podía traer su café.

–De la urbanización del nuevo velódromo, donde los nuevos casirricos –Federico era una auténtica enciclopedia de la crónica negra de la ciudad.

–Ole y olé, las cosas bonitas –gritó Ceferino hacia la puerta cuando una estilizada joven de pelo castaño, embutida en un chaquetón de piel, hacía su entrada en el local.

Celia saludó alzando las cejas por encima del diario que hacía media hora leía sentada en una de las últimas mesas del bar.

–Hola guapísima Marta retiró el periódico de las manos de Celia y lo dobló dejándolo a un lado sobre la mesa.

–Eh, que lo estaba leyendo.

–Es de mala educación leer cuando se está en compañía –dijo Marta tomando asiento enfrente de su amiga—Un té por favor.

–Guapa y encima educada –dijo Ceferino desde la barra—a ver si te dejas ver más por el barrio.

Pasaron lo poco que quedaba de mañana comprando en una gran superficie comercial. Marta no era una tía con la que te descojonaras, pero su fluida conversación empujó hacia arriba el ánimo de Celia. Hablaron de trivialidades, la detective no quería sacar en esos momentos ninguno de los temas escabrosos que pretendía tratar con su amiga.

–¡Celia! No seas guarra –amonestó Marta tras el sonoro eructo de su amiga.

–Joder, es para agradecerte lo buena que estaba la musaca y el Riberita del Duero, además me he tapado la boca, eso es de señorita fina.

Marta rió, jamás cambiaría algunas cosas de Celia, eran aquellas salidas de tono lo que le daban a su amiga aquel carácter tan especial.

Celia narró a su amiga, como se había desarrollado la cita a ciegas que su amiga Isabel le había preparado. Marta sonrió con la anécdota del cara dura de la discoteca, pero Celia pudo percibir como apretaba la mandíbula y desviaba ligeramente la mirada, cuando esta le contó su experiencia lésbica con María.

¿Podía ser que Marta estuviera celosa? Los últimos triunfos sexuales de Celia, la habían enardecido, pensando ahora que todo el mundo de su entorno estaba por sus pequeños huesos. Eres tonta Celia, se dijo la joven investigadora, sería desconcierto, sorpresa, pero celos, no lo creía en serio.

–¿Marta, te puedo hacer una pregunta?

–Si me vas a preguntar si soy lesbiana, la respuesta es no, vamos que yo sepa –se anticipó Marta a la pregunta—no me gustan los hombres, pero creo que tampoco las mujeres.

Celia había percibido, tristeza y seriedad en la respuesta de Marta, con el fin de quitar hierro al asunto, dirigió su mirada hacia Jordan, el labrador Retriever y alzó las cejas.

–Serás salvaje –Marta se carcajeó, que era el objetivo de su amiga.

En un súbito arrebato de ternura, toda una rareza en Celia, se levantó y abrazó a su amiga.

–El día que quieras hablar de ello, allí estaré.

–Lo se –dijo Marta con la cabeza recostada en el pecho de la menuda joven, la cual besó con ternura el pelo de su amiga—¿no será que ahora lo lésbico te pone y me estás tirando los trastos?

Pasaron toda la tarde tendidas en el sofá bajo una suave manta, mientras veían horrendas películas de sobremesa de sábado. Una leve melancolía invadía a las dos jóvenes, la cual se acabó por contagiar al perro, el cual en vez de trastear por la casa dormía plácidamente a los pies de las chicas.

Marta terminó por pasar un brazo sobre los hombros de Celia, y esta se acurrucó en el pecho de su amiga. Ambas notaban en la otra la necesidad de calor y compañía. Celia decidió que no era el momento, para tratar el tema del presunto ajusticiamiento del cuñado de Sofía. 

El olor a limpio, a gel y champú, el calorcito de sus pies por la proximidad del perro, unido a su mala noche hicieron que Celia quedara dormida en brazos de Marta. Esta miraba arrobada a su amiga dormir, que solas estaban en realidad, aunque ninguna de las dos quisiera reconocerlo. Marta comenzó a idear algún plan para que las dos se lo pasaran bien aquella noche, no era muy marchosa, pero esa noche creía que ambas necesitaban desmadrarse un poco.

 Que no tuviera demasiado interés en el sexo, no era obstáculo para que a Marta no le gustara arreglarse de tanto en tanto. Celia tumbada boca abajo, sobre la cama del dormitorio de Marta, con la mandíbula apoyada en las palmas de las manos, miraba aburrida como su amiga escogía de entre toda la ropa de su armario.

–Te vas a congelar, con esa mini –apreció Celia mientras su amiga se vestía—yo con medias no salgo ni de coña.

–si no vamos a bajar del coche salvo para entrar en alguna disco.

Marta terminó de vestirse con un conjunto de mini y chaqueta larga en un Burdeos aterciopelado, debajo un suéter gris perla, de ligero escote, una fina cadenita en la garganta.

Como si de una premonición se tratara Celia miró la sobaquera con la 9 milímetros reglamentaria, que colgaba del perchero. Alzando las cejas interrogó mudamente a su amiga.

–Ni de coña –sentenció enérgicamente Marta—pesa un huevo y nos puede meter en un lío.

–Mira que si nos violan –rió Celia. En los próximos meses, recordaría muchas veces aquellas palabras.

El coqueto adosado de Marta no tenía garaje propio, bajaron por una puerta metálica situada en la cocina, en dirección al garaje comunitario. Ambas chicas subieron al enorme Toyota, gracias a las estriberas del todo terreno, Celia pudo subir al mismo sin tener que saltar, odiaba aquellos mastodónticos camiones, más propios del campo que de una gran ciudad.

Cuando llegaron al descansillo del piso de Celia, una no muy grata sorpresa les esperaba sobre el felpudo de la joven. Enroscado sobre si mismo dormía placidamente el gato negro que le había bufado por la mañana.

–Kieta, no te acerques es peligroso –susurró Celia con la esperanza de que el gato no se despertara.

Con un movimiento ágil Marta cogió las llaves de manos de Celia y mientras abría la puerta con una mano, con la otra enganchó por el pescuezo al escuálido gato.

–Le daremos algo de cenar –Marta se internaba ya en el piso con el gato en ristre.

–¿Por qué a ti no te bufa? –Celia seguía asombrada a su amiga hacia el interior de su propia casa.

–Ella tiene miedo, si le demuestras miedo, se defiende, si le muestras tranquilidad, se tranquiliza –explicó magistralmente Marta.

La alta muchacha, más si cabía aquella noche por los tacones que calzaba, rebuscó entre los armarios de Celia hasta encontrar una lata de paté de oca.

–No le irás a dar mi paté ¿No? –gruñó Celia.

–El Lunes ya le compras comida de gato, pero ahora es lo que hay –Marta vaciaba la lata en un plato que puso delante del animal.

–Como que el lunes, esta alimaña se pira ya mismo –refunfuñó la detective.

–Mira pequeña, a ti te hace falta compañía y esta gatita te ha elegido a ti, así que a llevaros bien—Marta se lavaba las manos en el fregadero, mientras la gata comía satisfecha—anda cámbiate que yo también tengo hambre.

Resoplando Celia se marchó en dirección a su dormitorio en donde estuvo revolviendo cajones hasta dar con unos pantalones ajustados de color negro. Un jersey fucsia y una chaqueta a juego con los pantalones completaron el conjunto de la joven.

–Te podías haber puesto zapatos planos –Celia se calzaba unas altas botas de tacón mientras observaba a su amiga apoyada en el marco de la puerta.

–Deberías explotar mas tu imagen juvenil –sonrió Marta—eso le pone mucho a los tíos.

De un salto la ágil felina saltó y se arrebujó junto a Celia apoyando su cabeza en la cadera de esta.

–¿Y ahora que quiere este bicho? –gruñía Celia mientras se subía la cremallera de las botas—seguro que tiene pulgas y garrapatas.

–Lo que tiene es varias heridas, con el celo le habrá asediado algún gato poco sutil –Marta se había sentado al otro lado de la gata y la examinaba con ojo crítico—no se la ve muy sucia, los gatos cuidan bastante su propia higiene. ¿Cómo la llamarás?

–Ah, ¿pero que me la quedo? –resopló Celia—no si ya sabía yo que me la ibas a meter por algún lado.

–¿Tienes alguna maceta? –preguntó Marta levantándose de la cama.

–Si, claro con rosales plantados, no te jode.

Marta salió al frío de la noche observando por el pequeño balconcito, el tropel de macetas con plantas muertas que decoraba el saliente. Cogió una de las macetas y volcó parte de su contenido en un plato el cual dejó en el suelo.

–Para que haga sus cositas –Explicó la inspectora ante la muda pregunta de Celia.

–Ya me lo veo venir, con 40 seré la vieja solterona de los gatos, como la señora Flora –Celia mascullaba entre dientes, mientras recogía su bolso de encima del sofá—Fosca, le llamaré fosca.

La cena en un restaurante Italiano, fue amena y divertida. La extraña laxitud que había invadido a las jóvenes, durante la tarde, había desaparecido. Marta pensaba que había sido una idea excelente la de salir juntas de marcha, sin saber en ese momento cuan equivocada estaba.

Tras visitar un par de Pubs, ambas mujeres caminaban cogidas del brazo, mientras se apoyaban la una en la otra para mantener un precario equilibrio, que se había visto mermado con el pasar de las horas y de los Gin Tonics. Los adoquines de piedra, de las callejuelas del barrio antiguo, no ayudaban a facilitar la tarea de andar en línea recta.

–Mira un Disco-Pub –informó Celia con la lengua de trapo– ¿La última?

–¡Vamos! –gritó alborozada marta, nada les hacía presagiar lo que aquella decisión supondría.

El pequeño local se encontraba abarrotado, el sofocante calor que reinaba en el interior golpeó los rostros ateridos de frío de las dos jóvenes. Despojándose de los abrigos se acercaron a una barra adherida a la pared.

–Esta ronda me toca a mi –Celia ya se marchaba esquivando a la gente hacia la barra.

Cuando regresó donde su amiga la esperaba, vio complacida que dos morenazos la acompañaban. No tardó en ser presentada a ambos chicos. Los dos eran del sur, se encontraban en la capital en una feria de turismo y habían salido a conocer las bondades de la noche capitalina.

Todos los plastas que les habían entrado aquella noche, habían sido verdaderos engendros, o bien con manos como pulpos o bien chavales presuntuosos pagados de si mismos, que pensaban que con su cara bonita se las iban a llevar a la cama. Aquellos dos jóvenes eran por lo menos graciosos. Celia pensaba que sus intenciones no diferían mucho de las del resto de pretendientes de esa noche, pero por lo menos se tomaban la molestia de charlar amigablemente y además las estaban haciendo reír.

Fran, que así se llamaba el más bajito y delgadito, comenzó a bailar con Celia, arrimándose lo justo para parecer interesado sin parecer pegajoso. Juan Manuel, el mas alto y fornido, era más paradito y conversaba con Marta sentados ambos en altos taburetes.

En la segunda ronda de copas, Celia notó como los acercamientos del muchacho se intensificaban.

–Oye, me lo estoy pasaando en la glooriaa… pero es que… verás… no estoy en un buen día… –Celia se colgaba del cuello del joven gritando con voz estropajosa en su oído.

–Bueno, pero yo puedo hacer que la noche si sea buena –el joven abrazaba a Celia por la cintura, acercando sus labios al cuello de esta.

–Noo, noo lo dudo… pero… es que… no tengo el Chichi para nada… –insistía Celia sin separar los brazos de la nuca del sureño.

–Bueno, pero le puedo hacer una puesta a punto –el muchacho ya mordisqueaba la oreja de la detective.

–Jaja, jaja, no… lo siento pero… no tengo el cuerpo para… –se justificaba Celia soltando el cuello del muchacho—toy reglosa y entre los dolores y el sarao de esta noche, no podría aguantar ni un asalto.

–Chiquilla, que a mi no me duele naa… que yo te pongo a tono… –el joven volvía a sujetar a Celia por la cintura, bajando sus manos hacia el trasero de la joven.

–Yo me las piro –Celia recogía su chaqueta mientras se dirigía a Marta y se deshacía del abrazo de Fran– ¿Vienes?

–¿Te pasa algo? –Preguntó Marta a gritos por encima del volumen de la música– ¿te ha molestado?

–No, que va es un tipo muy majo –Celia agarraba al muchacho por el brazo para impedir que la volviera a sujetar—pero estoy reventadita.

–Pues ale a casita, que yo también estoy molida –Marta sujetaba el brazo de Celia para dirigirse a la salida.

–Esperad preciosas, que os acompañamos a pillar un taxi –dijeron ambos chicos.

Los cuatro jóvenes se adentraron en las estrechas callejas. El frío húmedo barnizaba de una fina capa los lustrosos adoquines, reflejando la mortecina luz amarillenta de las pocas farolas que funcionaban. El golpeteo arrítmico de los tacones de las jóvenes retumbaba en el silencioso Eco de los oscuros patios de los edificios decimonónicos.

El trabajo se le acumulaba a la pequeña Celia, mientras intentaba mantener el equilibrio con sus altos tacones, tenía que esquivar los sobeteos del joven sureño, el cual había comenzado a actuar como un verdadero pulpo.

–¡Vale ya! –Se cabreó Celia dando un fuerte empujón al joven– ¡Déjame!

–Venga pero si estás muy calentita, vamos a mi hotel y te apago ese calorcito tuyo –se acercaba Fran acorralando a Celia contra una pared—si lo estás deseando, seguro que estás toda mojadita.

Su compañero se le acercó agarrándolo con fuerza del brazo e insistiéndole que no hiciera tonterías, que dejara a la muchacha en paz.

–Tío, Juan Manuel, que esta zorrita lo está deseando –el joven se escabullía del brazo de su compañero obstaculizando la posible retirada a Celia—ya verás que bien nos lo vamos a pasar chiquitina.

Marta de momento mantenía la calma, la serena actitud del más alto de los muchachos la tranquilizaba como para no montar un número.

Fran en un impulso agarró con fuerza a Celia por el brazo haciendo que esta trastabillara y cayera al suelo.

–Eeehh, chiquilla, que ha sido sin querer –se excusaba Fran.

–¡déjame en paz bruto! –gritaba Celia.

–Veenga, no te cabrees –el joven tendía su mano para que la joven se ayudara al levantarse.

–¿No has escuchado a la señorita? –dijo una voz profunda a espaldas de Marta—quiero que comiences a correr y no pares hasta que llegues a tu casita.

Los dos jóvenes sureños miraron al recién llegado, el cual rodeaba la cintura de Marta con un ademán protector.

–Oye que ha sido sin querer, se tropezó –Fran pensaba que se trataba de algún amigo de las dos jóvenes, por la confianza con la que trataba a la más alta de ellas.

El tamaño de aquel tipo también era un motivo para tomar en consideración su advertencia de que se marcharan, debía medir más de metro noventa y era recio como un roble.

–No quiero excusas, largaos –dijo la voz desconocida. Marta se dejaba abrazar por el extraño, había pensado al igual que los jóvenes, que este lo hacía para transmitir una sensación de que era algún amigo de ellas. Si aquellos dos, así lo pensaban no le importaba el abrazo varonil de aquel grandullón.

Ambos jóvenes se disculparon y dando media vuelta marcharon a paso vivo en dirección opuesta por donde habían venido junto a las chicas.

El extraño soltó la cintura de Marta y se acercó a ayudar a Celia a levantarse. Marta pudo verlo  de espaldas, realmente se trataba de un tipo enorme. Vestía totalmente de negro, con lo que su silueta se confundía entre las sombras de las mal iluminadas callejas. Se agachó el desconocido tendiendo la mano a Celia para ayudarla a levantarse del suelo. En aquel justo instante se abrieron las puertas de los siete infiernos para Marta y Celia.

Mientras el extraño cogía de la mano a Celia con su diestra, con la siniestra descargó un seco y brutal puñetazo en la boca del estómago de la joven. Sin tiempo para que la detective reaccionara lanzó un zurdazo en el rostro de esta. Celia del impulso golpeó la pared cercana con su cabeza y volvió a desplomarse en el suelo.

Marta estupefacta no reaccionó hasta no ver que aquel individuo se acercaba a ella. Comenzó a andar hacia atrás en una fútil huída. Había recibido cuatro años de instrucción en artes marciales, pero en aquel instante su cuerpo se paralizó. La ostia que recibió en el rostro, fue como si le hubieran atizado con un bate de baseball, calló redonda al suelo

Con una mano que parecía una tenaza de acero, el hombre de negro agarró a Marta por el cuello con toda la fuerza de la que era capaz.  . La joven inspectora notaba como le faltaba el aire a medida que aquel energúmeno la arrastraba por los adoquines, el pánico la invadió, intentó arañar aquella mano que la atenazaba, pero fue inútil. Con la mano libre, aquel individuo,  asió del pelo a Celia, que no se encontraba en condiciones de oponer resistencia.

Con las dos mujeres en ristre, como si de fardos se tratara aquel extraño giró una esquina llegando a un callejón sin salida. Observó a la titilante luz de una tenue farola a sus dos víctimas. Decidió que comenzaría por la bajita, había despertado su apetito.

Con un enérgico movimiento lanzó a Marta contra la pared más cercana, la joven golpeó con el costado de su cuerpo contra la dura piedra de una fachada. La repentina impresión del aire entrando en sus pulmones le ardió y le escoció. Comenzó a toser mientras boqueaba en busca de la mayor cantidad de aire posible. El extraño, se acercó a la joven y asestándole una enérgica patada en los riñones, la dejó casi inconsciente arrebujada sobre si misma en el suelo.

Marta no podía creer que aquello le estuviera pasando, no después de todo lo que había pasado en su juventud, aquel energúmeno la iba a matar, joder era una niña a sus 26 años y había estado toda su juventud sufriendo en silencio, no se merecía aquello, no se merecía morir así. Lloró desconsoladamente tirada en el suelo, no vio venir la patada que recibió en la sien, tan solo una negra oscuridad que se cernía sobre ella.

Con la más alta de las jóvenes fuera de combate, el hombre de negro se acercó a Celia. Esta algo recuperada lo miraba agazapada contra la pared opuesta, mirándolo con mirada felina, como aquella misma mañana su ahora gata negra la había mirado a ella desde debajo de la escalera. Saltó con la fuerza que la desesperación le otorgaba, arañó, mordió, pataleó, pero fue inútil aquel demonio era de piedra, sus golpes desesperados apenas hacían mella en aquel enorme cuerpo.

Celia calló de espaldas sobre los adoquines, su ataque había sido neutralizado con facilidad, una pesada rodilla le calló sobre el estómago exhalando todo el aire que contenían sus pulmones. Una ruda mano bajó la cremallera de su ajustado pantalón, acto seguido bajó la prenda junto con las braguitas hasta el borde de las botas donde quedaron enrolladas las ropas.

Celia notó el frío y húmedo suelo de piedra en sus nalgas, los golpes contra la pierna que la empotraba contra el suelo no tenían el más mínimo efecto. Un creciente pánico se abrió camino en su cabeza, la iban a violar, la iban a violar y ella no podía hacer nada para evitarlo. De lo más angustioso de su alma, brotó un grito desesperado, un grito de rabia, de impotencia, un grito del más profundo terror. Un fortísimo mazazo contra su sien, un    seco golpe contra los adoquines y el silencio, la oscuridad, la nada, la muerte llegó a pensar la joven con sus últimos instantes de conciencia.

Entre la angustia de su estómago, las brumas de una jaqueca monumental y el entumecimiento de todo su cuerpo, Marta pudo sentir como su espalda desnuda y helada se aplastaba contra una superficie dura y fría. Alguien o algo, no sabía bien el que estiraba con fuerza de sus pezones, provocándole un dolor espantoso. Una de las amplias manazas, liberó un maltratado pezón para dirigirse a la falda de la joven, de un brusco tirón arrancó y destrozó los finos pantys de la muchacha.

–Vamos a ver si tu también estás indispuesta –susurró el extraño mientras brutalmente introducía con saña el dedo pulgar en el reseco sexo de Marta—, muy bien, vaya, vaya tu estás bien limpita, ya dejaremos lo de la sangre para luego, por que habrá sangre, mucha sangre, te lo garantizo.

Marta tan solo tenía fuerzas para gemir quedamente, el dolor que las salvajes penetraciones le proporcionaban era insoportable. Un doloroso mordisco en su pezón, la hizo sacar fuerzas de flaqueza y comenzar a gritar de nuevo. Una ruda bofetada de aquel individuo la atontó lo suficiente para no poder gritar más. Solo quería que aquello terminara, como fuera, que terminara, daba igual el final que tuviera, pero que terminara, no soportaría más dolor, quería que todo se acabara.

Cuando las dolorosas penetraciones cesaron, Marta aliviada pensó que todo habría terminado, que vendría ahora, ¿la muerte? Le daba igual. Tan solo buscaba desesperada que aquello no continuara más, que todo hubiese terminado. Pero lo que no podía saber Marta es que lo peor estaba por llegar.

Con un súbito movimiento la joven quedó de cara al suelo, un enérgico tirón de su largo pelo, le hizo separar involuntariamente la cara de los fríos adoquines. ¿Ahora que? Se preguntó la joven con los ojos anegados en lágrimas. Y entonces el dolor más inhumano que hubiera sentido en su vida la atravesó como una espada. Aquel dolor no podía ser de este mundo, no podía existir un dolor tan atroz, ni el cuerpo que lo soportara. Desde sus entrañas un desgarrador infierno se cernía sobre todo su cuerpo. Era fuego, era el mismísimo infierno, que se abría paso en su culo, para atravesarla sin compasión. Y rogó, y rezó, no recordaba como se hacía, jamás había creído, pero rezó con todas sus fuerzas, con la desesperación del desahuciado, con la última esperanza de caer muerta en ese instante, de que terminara aquel sufrimiento, no podía ni llorar, ni gritar, la habían roto, ya no tenía cuerpo, solo su alma, su alma atormentada por las tenazas candentes de la tortura.

En aquel momento sus ruegos fueron escuchados, con un seco golpe contra el suelo sintió como su nariz se desquebrajaba y volvió la oscuridad, ese silencio tranquilizador, ese vacío en el cual no hay dolor, la quietud sosegada de lo inerme, el fin de todo.

 Encaramada a la espalda de aquel salvaje, Celia estrangulaba con todas sus fuerzas aquel robusto cuello, tirando del cable de su cargador. Al mismo tiempo gritaba, gritaba como jamás lo había hecho, con la desesperación que otorga el miedo más infinito, la ansiedad más apremiante. Con las rodillas firmemente ancladas en la enorme espalda Celia se dejaba caer hacia atrás, para que el poco peso de su cuerpo ayudara a la asfixia y para que el violador no llegara a sus manos. Este aleteaba torpemente intentando agarrar por su espalda las manos de Celia. Viendo que con aquella maniobra no lograba su objetivo, desde su posición arrodillada entre los muslos de Marta, se dedicó a empujar las rodillas de la minúscula joven para que esta cayera de espalda.

Celia calló al suelo con un golpe seco que le extrajo todo el aire de los pulmones, pero se negó a soltar el cargador del móvil con el cual estrangulaba el cuello del violador. Los mismos gritos que ella profería, le impidieron escuchar los pasos y gritos que se aproximaban. El enorme violador se puso de pie y con el, Celia colgada, ahora de su cuello, por el cable. La joven ni siquiera tocaba el suelo con los pies, por lo cual hacía más fuerza sobre la tráquea del energúmeno, si eso era posible. Un durísimo golpe contra su cabeza la aturdió, pero debía aguantar, tenía que lograrlo, por ella, por Marta, tenía que seguir aferrada a aquel cable. Un segundo golpe mas brutal que el primero y notó como el cable del cargador se deslizaba por sus dedos exánimes, como se alejaba de sus pequeñas manos. Lo había intentado, había estado muy cerca de lograrlo, de salvarse, de vencer. Ya no habría ninguna otra oportunidad para ella ni para su amiga, no más risas, no más abrazos, no más comilonas en el bar de Ceferino, no más cañas en el Pirata, no más siestas en el sofá bajo una manta, habían perdido la partida, la partida definitiva.

El Presente relato es fruto de la ociosidad del que lo suscribe, puede agradarte o puede repugnarte, pero te ruego que lo respetes es consecuencia de un esfuerzo.