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Tyrion IV. El Conciliador.

en Amor filial

Volví a llevarme el teléfono móvil a la oreja. No, aquel tic tac definitivamente, solo sonaba en mi cabeza. Hacía más de una hora que mi hermana y Elsa se habían marchado. La primera para verificar que mi prima cumplía su palabra y quedaba con el chuleras de la moto a tomarse una cerveza. María era muy desconfiada y ni siquiera la palabra de mi prima le había bastado.

Hacía una semana de la “pillada” y habíamos comenzado a cumplir parte del trato al que días después llegamos. Aquella tarde, la discusión se prolongó hasta altas horas de la madrugada. Elsa defendía su derecho a acostarse con quien le diera la gana, María le echaba en cara los engaños y lo que le habíamos hecho cuando se emborrachó. El punto álgido de la discusión llegó cuando mi amante acusó a mi hermana de frígida y reprimida. María amagó con volverle a dar una bofetada, pero se lo pensó mejor y a mitad de trayectoria cerró la mano atizándole un puñetazo en toda la nariz.

La sangre sirvió para que la agresora sintiera algo de culpa y se relajara un poco. Elsa, taponándose la nariz, no quiso atender a las disculpas de mi hermana y le cerró la puerta del dormitorio en los morros. María, tras mirarme largo rato, se marchó a su habitación dando otro portazo.

Aquel era un trabajo para Tyrion el conciliador por lo que me puse manos a la obra. Dejé que estuvieran dos días sin hablarse y al tercero comencé mi estrategia. Había tenido mucho tiempo para darle vueltas a todo y para elaborar un plan que tuviera alguna oportunidad.

Convencer a Elsa fue fácil después del puñetazo que había recibido. Argumenté, con mucho sentimiento, que María, en secreto, siempre le había tenido envidia por lo decidida y extrovertida que era ella. A esto añadí que, mientras una gozaba de buen sexo a diario, la otra pasaba la mano por la pared. Me llevé un par de capones por creído pero al final, pareció que su corazoncito se ablandaba, incluso se rio cuando le palmeé el trasero de forma desenfadada. La cosa con María no fue tan sencilla y tuve que recurrir a todo mi ingenio para tocar un poquito su fibra sensible.

—¿Podemos hablar? –pregunté tras entreabrir la puerta del dormitorio de mi hermana.

—Si vienes para hablar del temita, será mejor que te marches.

—Pues tendrás que sacarme a rastras porque no me piro. –Tras esto, María resopló y cerró el libro con el que estaba estudiando.

Con una camiseta vieja y los pies descalzos me pareció la mujer más guapa del mundo y cuando se puso de pie, al parecer no pude disimular lo que sentía.

—¿Se puede saber qué miras?

—¿Te puedo contar un secreto? –pregunté yo a su vez.

—Dispara –dijo ella sentándose en la cama y palmeando a su lado.

—Soy el tío más afortunado del mundo por vivir con dos chicas tan especiales como vosotras. –Subí a la cama y me senté tan cerca de María que su muslo desnudo se rozaba con mi pierna.

—Ya sé lo que pretendes y no te va a dar resultado.

—¿Y qué pretendo?

—Convencerme de que os perdone. Me dirás que nunca has tenido amigos, que Elsa siempre te defendía cuando se metían contigo, que yo siempre te curaba los rascones, que las dos te llevábamos con nuestro grupo aunque nuestras amigas se quejasen. Que somos lo más importante que tienes. Vamos, lo que siempre dices cuando nos cabreamos y quieres ablandarnos, pero ahora lo dirás de las dos. ¿Me dejo algo?

—Pues sí, ¡listilla! –aA partir de ese momento, se me olvidó todo lo que llevaba preparado y escupí lo que realmente sentía—. Te dejas mucho.

Te dejas, que ya hace años que pasé la pubertad, que cuando todos los adolescentes del pueblo soñaban con verte en la piscina, yo a diario te veía en ropa interior y en pijamitas.

Te dejas, que cuando eras intocable para todos, yo recibía tus besos y tus achuchones. Podía oler tu pelo y sentir la tibieza de tus tetas contra mi cara.

Todo el mundo te deseaba, pero solo yo tenía tus atenciones. Luego, un buen día, te fuiste y me dejaste solo. Eras mi pasión, mi vida. Claro que sabía que eras mi hermana y que estaba mal que sintiera aquello, pero eras la cosa más bonita del mundo y, por si fuera poco, encima me hacías caso.

Cuando volvías algún fin de semana intentaba grabar todos tus gestos, toda la piel que me dejabas ver, todo lo que lograba tocar. No me avergüenza decir que luego me hacía pajas pensando en ti. No pongas esa cara y déjame terminar.

Sabes, no es nada fácil tener catorce años y menos cuando las chicas no quieren saber nada de ti. Solo me quedaba Elsa y me apoyé en ella.

Con lo flaca y huesuda que era cuando cría, no se te podía ni comparar pero era una buena amiga y casi siempre estaba ahí para echarme una mano. Fue como un amigote hasta que empezó a tener curvas y tuvimos que dejar de jugar al “Pressing catch”. Se dio cuenta que las manos se me iban siempre a los mismos sitios y ganar o perder me importaba un pito.

Tú apenas volvías por el pueblo y Elsa y yo cambiamos nuestras peleas de niños por salidas a tomar algo con el tío Paco. Si bien aquello tenía mucho de bueno, también era un peñazo porque cuando iba a su casa a recogerla ya no se cambiaba delante de mí e intentaba no achucharme poniéndome las tetas en la cara. Pero por otro lado, me gustaba que pensara en mí como un hombre y no como en un niño inocente.

Comenzamos a hacernos buenos amigos hasta que ella también me dejó y se vino aquí contigo. Entonces solo me quedó el tío Paco, pero claro, no es lo mismo. es majo y tal, pero no tiene vuestra sensibilidad.

—No es necesario que sigas, creo que me hago una idea –dijo María poniéndome una mano en el hombro.

—No, tú no comprendes. Tú eres de hielo y controlas tus instintos. Pero yo… antes de saber lo que era el cielo junto a Elsa, algunas noches veía la puerta de tu dormitorio y… tenía que correr al baño porque no me podía aguantar las ganas que tenía. Comenzar a vivir con vosotras fue la hostia pero  también un sufrimiento.

—Claro, y tú crees que yo no tengo mis momentos –confesó María enrojeciendo hasta la raíz del pelo.    

Arqueé las cejas haciendo una muda pregunta.

—Cómo me desahogo es algo que no te pienso contar –rio graciosamente—. Pero que sepas que comprendo lo que te pasa. No dejo de ser casi psicóloga.

—¿Qué tiene que ver la psicología con los picores de chichi?,

—¡Peque!, no seas grosero. Solo quiero que no os hagáis daño… bueno… que Elsa no te haga daño…

—Siempre protegiéndome como si fuera un bebé. ¡ya estoy harto! — —grité mientras de un salto me acercaba a la puerta para marcharme.

—¡Pablo!

—¿Qué? –grité indignado.

—El otro día pude comprobar que ya no eres un niño. –Me giré viendo la sonrisa de medio lado que mi hermana lucía. Hizo un gesto con los dedos e insistió—: ya eres Todo un hombretón.

¿Se refería con aquel gesto al tamaño de mi amigo? Desistí de intentar entender a mi hermana y por toda respuesta bufé agarrando el pomo de la puerta.

—¡Pablo!

—¿Qué…?

—Que me alegro mucho de que hayamos hablado. Ahora te conozco mejor. Bueno, al Pablo adulto y no a mi pableras chiquitín.

—Yo también –respondí más dulce de lo que hubiera creído posible.

—¡Pablo! –¡Por Dios!, ¿esta mujer no iba a dejar que me marchase?

—¡Qué! –exclamé mientras ella se ponía de pie.

—Ahora que sé lo que sé, ¿puedo ir por el piso así o a lo mejor no te aguantas las ganas? —¿Esa era mi hermana? Pero si incluso tomó el borde de la camiseta y la alzó lo suficiente para que pudiera ver el triángulo de sus braguitas.

—¡María! –Mi hermana había activado el modo coquetería y estaba irreconocible aunque muy suelta no se la veía porque tenía la cara tan roja como su pelo.

—Aunque… si ya has tocado el cielo… tal vez…

Pellizcarme para comprobar que estaba despierto hubiera requerido de un mínimo de inteligencia que en aquel momento no tenía. Me dio lo justo para abrir la boca como si fuera tonto. ¿Mi hermana celosa? Con muchísimo esfuerzo, logré menear negativamente la cabeza y darme media vuelta para marcharme definitivamente.

—¿Peque?

—¡Dios!, ¡dime!

—Que te quiero… A pesar de todo te quiero… –Vaya, mi hermana se ponía sexi y luego me recordaba que era un degenerado. Pese a todo me seguía queriendo. ¿Era algo bueno o algo malo?

—Yo también… aunque nunca entienda a las mujeres y a la que menos a ti… te quiero… —Aquello tuvo que hacer mucha gracia a María porque me regaló una de sus risas musicales.

Aquella conversación derivó en una cumbre familiar. María nos expuso sus condiciones. Según ella, admitía que éramos adultos y que podíamos hacer con nuestros cuerpos lo que quisiéramos. Solo quería que no hubiera conflictos sentimentales entre nosotros.

Para garantizarse ese punto, Elsa y yo debíamos salir con otras personas abriendo el círculo. María no estaba dispuesta a que los celos, una ruptura o cualquier mal entendido, pudiera fastidiar la relación de convivencia.

Tras escuchar la argumentación de Elsa, parecía que ella estuviera muy a gusto follando sin complicaciones. Bueno, sus palabras fueron algo más contundentes: ”No quiero novios. Tolero las manías del peque y es todo un semental”. Mi hermana se limitó a enrojecer e insistir en la necesidad de que nos buscáramos novios y novias. Según ella era la solución perfecta. No había discusión posible. Si no comenzábamos a quedar con otras personas en el plazo de un mes, la propia María tomaría medidas que nos aseguró que no serían de nuestro agrado.

Allí me encontraba yo, esperando que la puerta se abriera y alguna de mis dos chicas entrase por ella. Claro que estaba celoso, pero por otro lado, si mi hermana cumplía el trato, aquella misma noche podría disfrutar de mi prima. Una semana sin mojar se me estaba haciendo muy larga. Ya pensaría cómo evitar que el profe de derecho mercantil se la beneficiase.

El ruido de la cerradura me sacó de mis pensamientos. Por fin tendría noticias. Lo que no hubiera esperado en ningún momento es que estas vinieran por triplicado.

Abría la marcha María, con cara de circunstancias, seguida muy de cerca por mi prima tras la cual iba mi mayor enemigo, un melenas de metro noventa. Saludé intentando disimular la confusión que sentía en ese momento.

—¿Queréis tomar algo? –preguntó mi prima,

El motero se hizo de rogar pero al final aceptó una cerveza y mi hermana una cola. Yo le iba a pedir otra birra cuando Elsa me pidió ayuda:

—Vente conmigo y me echas una mano.

Hubiera jurado que aquello lo dijo con una sonrisa disimulada y, nada más cruzar el pasillo y entrar en la cocina, lo comprobé dándole una palmada cariñosa en el trasero.

—¡Oye!, que no he sido mala.

—¿No?

—Bueno, un poquito sí. Tu hermana se ha quedado al otro lado de la plaza mientras me acercaba a la terraza del bar. He saludado a Roberto y, al rato, he hecho como que veía a María a lo lejos.

Repetí la palmada, esta vez con algo más de intensidad, pero también más cariño, puesto que después estuve unos segundos magreando la zona.

—Así como si la hubiera visto por casualidad –Elsa se había empinado para agarrar unos paquetes de frutos secos de lo alto del armario—. Con mi querida prima de aguantavelas, el profe se ha cortado bastante y al final le he invitado yo a que viniera a ver si se la liga a ella y me deja en paz.

Nada más terminar la explicación y con el cuerpo inclinado buscando una cerveza en la nevera, movió incitadoramente las caderas buscando un nuevo azote. No me pude aguantar y le propiné una palmada, tal vez más fuerte de lo que realmente quería.

Alertada por el ruido de mi palma contra sus tejanos, Elsa se asomó al pasillo:

—María le está hablando de psicología y el profe la atiende encantado –dijo mi prima entrando de nuevo en la cocina y dándome la espalda—. ¿Ya he tenido suficiente castigo o vas a continuar?

Aquel ofrecimiento y el movimiento de caderas que le siguió, consiguieron despertar a mi amigo y ponerlo en estado de “firmes”.

—Un buen castigo no se puede dar en estas condiciones. El vaquero es un estorbo.

Pensaba que Elsa me sacaría la lengua, se reiría de mí o en el peor de los casos, me daría un capón. Nada me hizo imaginar lo que pasaría a continuación.

Mi Prima, asomando la cabeza por la puerta de la cocina para verificar que no se acercase ninguno de aquellos dos, se llevó las manos al botón de su pantalón y lo desabrochó. Con movimientos de cadera que me pusieron tan caliente como un horno, comenzó a bajar la prenda por sus piernas hasta llegar a un par de dedos por debajo del culete.

—¿Así mejor? –preguntó con voz de niña inocente.

—No es la mejor postura. Un poquito inclinada y con las braguitas bajadas estarías perfecta para un par de azotes.

—Cómo te pone ¿eh? –dijo girándose y observando el bulto de mis pantalones—. Pervertido.

Que me dijera todas las veces que quisiera pervertido, porque yo estaba seguro que a ella también le ponían aquellos jueguecitos. Al fin y al cabo, eran muestras de cariño.

Con una sensualidad que me secó la garganta, Elsa se acodó en la mesa de la cocina ofreciéndome un inmejorable plano de su precioso culo. Cuando ya iba a bajarle las braguitas, ella misma se llevó las manos a los laterales y las empujó hasta que hicieron compañía a los pantalones. Un nada sutil movimiento de su culo me indicó que estaba lista.

Me quedé unos segundos admirando la bronceada piel que brillaba por los destellos de los tubos fluorescentes y la hendidura que en aquella postura me ofrecía a la vista todos sus secretos.

La primera cayó con desgana, como queriendo comprobar que aquella carne era real. El frescor de la piel y el sonido de mi mano contra su nalga, encendieron en mí unas tremendas ansias de palmear de verdad aquel monumento de culo.

La segunda, sin ser demasiado fuerte para hacer daño, sí fue un azote en condiciones. Sentí un picorcillo en la palma y admiré cómo la carne bailaba ligeramente. En esta ocasión el ruido fue tan fuerte que me acojoné pensando que desde el comedor se pudiera haber escuchado.

—¿Necesitáis ayuda? –gritó mi hermana desde el otro extremo de la casa.

—¡No!, enseguida vamos. –respondió Elsa mientras yo le masajeaba la nalga palmeada.

Aquella piel me llamaba tanto que sobarla o acariciarla no me era suficiente. Volví a levantar la mano y le aticé en el otro cachete. Me estaba poniendo muy malo y no sabía cómo terminaría aquello.

Ni siquiera aquel nuevo azote calmó las ganas que tenía de más Elsa. Me incliné levemente y Comencé a besar y mordisquear todo el culo. Los primeros gemidos por su parte, no se hicieron esperar mientras yo mordía cada vez más fuerte, temiendo poderle hacer daño. Sentir la carne suave y tierna en mi boca me puso a mil y, sin darme cuenta, tenía el rostro encajado en la raja de su  culo.

Aquella piel tan íntima conservaba toda su esencia personal; un ligero sudor, que sazonaba el sabor y una calidez muy diferente a la de las nalgas, mucho más frescas.

Mi lengua investigó por los recovecos más ocultos. Atendí como se merecía aquel anillito de carne tan prieto, lamí su perineo e incluso pude saborear sus jugos por un breve momento, antes de que algo golpease mi cabeza con fuerza.

—¿Se puede saber qué hacéis, panda de degenerados? –escuché que preguntaba mi hermana en un susurro—. Si se entera Roberto, os mato.

—La pregunta era retórica ¿no? –respondió chulesca mi prima mientras se subía bragas y pantalones.

—¡Cómo os odio! —María emitió una especie de gruñido ahogado y bajó el puño que acababa de levantar. Con esa misma mano, aferró la cintura de los pantalones de Elsa y bajó estos junto a las braguitas de un fuerte tirón.

Cuando el culo de mi prima volvió a estar al desnudo, María rozó con la mano una de las nalgas.

—Hmmm, pero cómo me gusta –respondió Elsa a las caricias con voz susurrante, a lo que mi hermana azotó el culo con fuerza—. Hmmm, te gusta jugar ¿eh?

—Caya loca y tú, salvaje, ¿has visto el mordisco que le has dado?

Miré confundido hacia donde apuntaba el dedo acusador y pude ver a qué se refería. La marca de mi dentadura dibujaba unas líneas rojas en uno de los lados del culo expuesto. 

—Ya sabes lo que dice mamá, que no me pegues en la cabeza que tengo que estudiar –dije mientras esquivaba, por poco, el golpe de María.

—¿No vas a continuar conmigo, primita?

—¡Dios!, pero cómo os odio –respondió mi hermana a las insinuaciones de Elsa—. En un segundo os quiero en el comedor.

Al parecer, el melenas no había oído nada de lo ocurrido en la cocina o tenía mucha discreción a la hora de guardar un secreto. El resto de la tarde fue mucho mejor de lo que yo esperaba. Al profe macarra parecía que le interesase más mi hermana que Elsa. Aunque el que realmente más atenciones recibió fuy yo.

El cabrito era listo, pero que muy listo. En ningún momento hizo insinuaciones burdas de lo buenas que estaban las chicas. Fue muy elegante al tocar esos temas pero pillé su estrategia al vuelo. Yo era el objeto de todas sus atenciones. Parecía que fuéramos amigos de toda la vida. Que si las motos, que si el rock, que si me gustaba alguna chica.

Cuando creía haberse apuntado un tanto conmigo, enseguida buscaba la mirada aprobatoria de María. Aquel maromo quería hacerse a mi hermana a costa de caerme bien a mí. Pues si me aprobaba su asignatura, en la cual se había ofrecido a quedar para explicármela y me daba una vuelta en su Harley, por mí, María, toda para él, a ver si así nos dejaba en paz a Elsa y a mí.

En un principio me jodieron sus intenciones, pero debía reconocer que el tipo era majo y tiraba más de simpatía que de buen físico. Mis esperanzas de hacerme a mi hermana eran pocas y prefería amarrar lo mío con Elsa que soñar con María. Que tuviera novio sería una buena solución. La pena era por mi amiga Noa, que no hacía más que preguntarme por ella. Imaginármela haciendo un sesenta y nueve con mi hermana había sido una fantasía diaria en la última semana de sequía sexual.

—*—

Estaba aburrido como una ostra. La microeconomía no era mi pasión, pero si encima tenía que asistir a las clases de conceptos básicos que Inés le daba a Noa y hacer como que atendía, la cosa se ponía muy cuesta arriba.

La trencitas era la mejor alumna de su grupo y cuando Noa pidió ayuda para la asignatura, se me puso en bandeja la posibilidad de acercarme un poco más a las dos. Con lo que no conté fue con la timidez de Inés que se negó a ir a la comuna hippie donde vivía Noa. Al final habían acabado las dos viniendo a dar las clases a mi casa y, como según la profe, yo también necesitaba afianzar conceptos, allí estábamos los tres.

Por más que intentaba fijar mi atención en los pectorales de mis dos amigas, no era capaz de adivinar si las tenían grandes o pequeñas. Inés sería incapaz de ponerse ninguna camiseta que se ciñera a su pequeño cuerpo y Noa siempre vestía ropas amplias que ocultaban todas sus formas.

—¿En qué piensas, tyrion? –preguntó Noa—. La profe está esperando el resultado.

—Con lo que lo conozco, seguro que está pensando en si la profe las tiene grandes o pequeñas, más que en el resultado del ejercicio. –Cojonudo, mi prima ayudando como siempre. Se podría haber quedado en su habitación.

—Hola Elsa –saludó Inés a la recién llegada, poniéndose roja como un tomate.

—Mira lo que has conseguido, que se ruborice.

—Sí, claro. Ahora me dirás que no te interesan las tetas ¿no? –me respondió mi prima.

—Pues las de una chica guapa y simpática siempre me interesan. –Mis palabras pusieron aún mucho más roja a mi amiga, si aquello era posible.

—Eh, flipao, que tendrás que ser más rápido –dijo Elsa tras escapar por poco de la palmada que le iba a dar en el culo.

—Acércate y verás, ¡cotilla!

Mi prima acercó su trasero a mi cara y lo movió insinuante. Cuando levanté la mano para atizarle, volvió a hacer un quiebro y terminé pegándole al aire. Noa no paraba de reír e Inés lo miraba todo como un cervatillo asustado.

—Venga, va. Reconozco que me he pasado un poquito, pero no me pegues muy fuerte.

A centímetros de mi cara se detuvo aquel culo prieto que me hacía perder la cabeza. Antes de que pudiera zurrarle, Elsa se inclinó, apoyando las manos en la mesa y puso su culo en pompa. La palmada cayó plana, haciendo más ruido que daño. Noa rio diciendo:

—¿Si te metes conmigo también me puedo vengar así?, que culitos así no se ven todos los días. —¡Dios!, Noa tenía aún menos vergüenza que mi prima o yo.

—Hmmm. Debe tener su puntito eso de probar con otra chica —respondió mi prima, coqueta.

—Ves lo que te decía. Más de dos horas es demasiado para las cabezas o para alguna de ellas. –Mi advertencia a la profesora amateur no había sido tomada en cuenta en un principio. Esperaba que no fuera la última clase por culpa de mi prima.

—Entonces, Pableras, ¿Inés te parece guapa y simpática? –Mi prima había sacado el arpón y parecía que lo quería clavar en alguien.

—Pues sí, por supuesto y tú y Noa.  

—Vaya, yo que pensaba que era especial para ti cuando me guiñabas un ojo jugando a las cartas.

—Pero si le acabas de tirar los trastos a mi prima, serás…

—Tío, es que de vez en cuando un cunnilingus da mucho gustito hacerlo y no que te lo hagan.

—Hmmm, un cunnilingus. Qué bien suena eso. –Mi prima cada vez ponía más aquella voz rasposa que tanto me gustaba.

—Eh, pues si te apetece empezamos ahora mismo. Estoy saturada de microeconomía y aquí el zanahorio no nos ha sacado nada de merendar.

—Pues menos mal porque… no veas cómo tiene la zanahoria… —No sabía qué juego se traía mi prima, pero fuera el que fuese, Noa le entraba perfectamente al trapo.

—¿A sí? Pues ahora no sé qué me apetece merendar: zanahoria o almejita.

Si Inés se hubiese podido poner más roja, sin duda alguna en aquel momento lo estaría. Sus ojos, asustados, iban de Noa a mi prima sin detenerse en ninguna. Seguramente estuviera pensando cuál de las dos estaba más loca, cuestión para la cual yo tampoco tenía respuesta.

—Pues mientras te decides, nos vamos conociendo mejor que así en frío soy muy tímida. –Elsa se acercó sensualmente a Noa y se sentó sobre sus rodillas. Aquella, que no parecía sentirse muy violentada, enseguida metió las manos por debajo de la camiseta de mi prima acariciándole la tripa.

—Anda, Inés, vamos a traer algo fresco de beber a ver si algunas se enfrían un poco. –Por primera vez desde hacía mucho tiempo, mi amiga sonrió tímidamente y se levantó para seguirme.

Antes de que llegásemos a la cocina, cuando pasamos por la puerta del baño, se me ocurrió una idea peregrina pero que tal vez hiciera que me apuntara un tanto con ella.

—Ven, pasa.

—¿Al baño?

—Sí, tú confía en mí.

La tomé de la mano y la puse frente al espejo. Luego, con mucha delicadeza, le quité las gafas y las dejé sobre la cisterna.

—Si no enfriamos esa cara te van a empezar a salir llamas por la nariz. –Ella sonrió y se dejó hacer mientras yo abría el grifo y le empapaba el rostro con mis manos.

—¡Madre mía!, tienes la almejillas ardiendo. –Como respuesta a mi broma, recibí un golpe cariñoso en la cara.

Inés se llevó la mano con la que me había pegado al pecho haciendo profundas inspiraciones.

—En el fondo ha sido divertido…, lo que pasa es que no estoy acostumbrada y paso mucha vergüenza.

—Están como cabras –dije mientras continuaba empapando su cara.

—Son un poco alocadas… y tan seguras de sí mismas… 

—¿Y tú?, ¿por qué no tienes seguridad en ti misma?

—Bueno… no sé… no tengo cosas por las que destacar…

—Pero si eres la mejor estudiante de primero. Además, se puede hablar contigo de cualquier cosa.

—Yo… me… refería… a las otras cosas…

—Ya, ya comprendo –dije fijando la vista en su delantera de la cual seguía sin apreciarse gran cosa—. Pues para empezar, lo que tengas, lúcelo orgullosa.

—Es  que… son… pequeñas…

—Yo soy pequeño todo yo y no por eso valgo menos. Aunque sean pequeñas, seguro que son preciosas.

La suave carcajada sonó como música celestial para mis oídos. Realmente le estaba tomando mucho cariño a aquella chica.

—Pues si son preciosas o no, tú no lo vas a saber –rio ella dando un manotazo flojo sobre la mano que había descendido para refrescar su cuello—. Que te conozco y te veo las intenciones.

—Vaya, yo que había organizado todo esto con Elsa y Noa para tenerte a solas y me sales con estas –dije sacándole la lengua—. Además, si te quitases la camiseta podrías refrescarte más. El calor te llega por debajo del cuello.

—Pero si tú y yo ya hemos estado solos.

—Sí, pero no en mi casa. Además, si te quitases la camiseta sería como verte en bikini y no olvides que soy un tipo legal, no tienes nada que temer de mí.

—¿Nada que temer? Pues no eres tú peligroso ni nada. –Pero sus actos desmintieron sus palabras.

Se giró y se alzó la camiseta hasta dejarme ver toda su espalda al desnudo salvo por los tirantes del sujetador blanco. Sin pensármelo dos veces, empapé una toalla y se la pasé por toda la piel que, también allí, estaba ardiendo.

—Pensarás que soy tonta por haberme puesto tan sofocada.

—Son muy brutas y es normal que te pusieras nerviosa.

—¿Crees que estarán haciendo algo?

—¿Lo de comerse el chichi?

Un asentimiento de cabeza, con el que se agitó su trenza,  fue toda la respuesta de Inés. Volví a dejar la toalla debajo del chorro de agua y mientras tanto, aproveché para abrir el cierre del sujetador de Inés.

—¿Me fío de ti?

—Pues claro. Eres muy guapa, pero creo que me sabré controlar y no me arrojaré encima de ti.

—Gracias –dijo en un susurro.

—¿Por no arrojarme encima de ti?

—No. Por lo de… guapa… —Le costó decirlo, pero al final salió.

—Tal vez te falta un poquito de carne –dije tocando con mis dedos sus marcadas costillas-, pero tienes una cara muy linda.

—Y no olvides que tengo el pecho pequeño –rio al responder, lo cual la acercaba mucho al punto de complicidad que yo buscaba. ¿Qué carajo estarían haciendo las otras dos?

—Pero seguro que muy bien puesto. Me juego lo que quieras. –Mis dedos reptaban sobre sus costillas avanzando hacia la parte delantera de su cuerpo.

—eh, para, que te conozco. Que no se toca.

—¿Y si no se toca se puede ver?

El cuerpo se quedó inmóvil, respirando con inspiraciones lentas. Poco a poco fue girándose hasta quedar frente a mí. Seguía con los brazos cruzados sobre su pecho, sujetando la parte posterior de la camiseta, la cual al alzarse había dejado al descubierto su ombligo.

—Ring, ring, ring… —pulsé tres veces su ombligo como si fuera un bebé y le hiciera la broma del timbre.

—¿Ahora te interesa mi ombligo? –dicho esto, tiró de su camiseta, la cual arrastró al sujetador, hasta que ambos quedaron hechos una bola en su mano.

No podía apartar la vista de aquellas pequeñas montañitas con un gran valle entre ellas. No eran las más bonitas que hubiera visto, pero pertenecían a Inés y eso las hacía muy especiales. Las estuve mirando largo tiempo. Memoricé cada curva, cada tonalidad, cada detalle de los diminutos pezones y de las grandes areolas que parecían desproporcionadas en aquellas tetitas. Finalmente, devolví la mirada a los ojos de mi amiga.

—No te has reído –dijo ella visiblemente aliviada.

—¿Por qué?

—Porque son pequeñas y feas.

—Mira, pequeña. No es que tenga mucha experiencia sexual, pero si algo sé, es que lo importante en unos pechos es su sensibilidad –dicho esto me incliné para acercar mis labios al centro de su areola.

A aquella distancia se podía sentir el fuego que despedía la piel de Inés. Su respiración se fue agitando a medida que mis labios se acercaban más y más a su pecho. Cuando faltaban unos centímetros, comencé a soplar suavemente sobre la superficie de la oscura areola. No tardó en encogerse y erizarse permitiendo que apareciera un pezón bien tieso, deseoso seguramente de más atenciones.

La respiración de ambos se había detenido y los dos al mismo tiempo tomamos aire con una profunda inspiración. La coincidencia hizo que rompiéramos a reír.

—Te has vuelto a poner roja –apunté mirando su cara.

—Toma, normal. A Ver si te piensas… 

—Entonces, ¿es que vuelves a tener vergüenza? –pregunté, a lo que ella respondió negando con la cabeza.

—No me pongo colorada por vergüenza precisamente.

—¿A no?, ¿entonces puede ser porque te haya dado gustito? –Por el brillo de sus ojos, supe que había dado en el clavo.

Nada me impedía continuar con lo que tanto deseaba hacer. Volví a inclinarme, esta vez sobre el otro pecho y soplé sobre la areola. Casi pude sentir cómo el cuerpo de Inés se estremecía y cómo la areola se iba haciendo cada vez más rugosa hasta que se fue definiendo un duro pezón. Los jadeos me indicaban que iba por el buen camino.

El fuego de aquel cuerpo me atraía muchísimo. Deseaba probarla a toda costa. Las emociones y el calor que se acumulaba en el interior de Inés, hicieron que la piel comenzara a transpirar. Una gota descendió a toda velocidad, recorriendo la suave curva de un pecho. Cuando se acercaba a la areola fue mi oportunidad de saborear aquella piel.

Acerqué más aún mis labios, que habían dejado de soplar, a la cumbre de la montañita y, alargando mi lengua, atrapé aquella gota de sudor que se dirigía hacia el pezón. A esa distancia me resultó imposible no comenzar a besar la tersa piel de aquellas tetas.

Primero fueron besos castos, tan solo con los labios, recorriendo y examinando toda la piel. Luego ascendí hasta los pezones que ya se mostraban duros y me fue imposible no utilizar mi lengua. Chupé y lamí aquellas puntas que tan flexibles se mostraban bajo las presiones de mi boca.

Los jadeos iban en aumento, así como la transpiración. Toda la piel del pecho de Inés relucía bajo los halógenos del baño. Quería devorar aquellas tetas y aunque no eran muy grandes, me faltaban bocas para poderle dar todo el placer que deseaba darle.

Aferré un pezón entre mis labios y comencé a tironear de él hasta que los jadeos se convirtieron en agudos gemidos. Succioné como un niño lactante logrando que aumentara aún más de tamaño.

Con la boca muy abierta y toda la carne que cupo dentro de ella, comencé a bajar las manos hacia ese culito que tanto deseaba amasar.

Como si estuviera poseída por el espíritu de Elsa o de Noa, mi compañera llevó sus manos al botón de su pantalón y lo desabrochó. ¡Joder!, era el tipo más afortunado del mundo.

Mientras abandonaba con desgana aquella teta para dedicarme a su gemela, mis manos bajaron la cremallera y se introdujeron bajo el pantalón. Primero en busca de aquellas carnes redonditas y prietas que tanto me gustaban. Luego, cuando ya tenía el culo de Inés bien sobado, bajé el pantalón hasta medio muslo. Trabajar la zona delantera requería de más espacio libre.

Una mano regresó al culo mientras la otra acarició la suave pelusilla que tenía entre las piernas. La derecha masajeaba y amasaba las dos nalgas mientras que la izquierda comenzó a abrir los pétalos buscando zonas más húmedas.

Con dos dedos acaricié los labios menores alargando el momento de introducir alguno de ellos en aquella cueva que tanto me llamaba, pero no fue mucho lo que pude aguantar.

El dedo corazón entró con facilidad. No era muy largo y el peligro de hacerle daño era mínimo. Los muslos de Inés se cerraron de repente atrapando mi mano entre ellos.

—Despacito, porfa.

—¿Te puedo hacer una pregunta?

—¿Si soy… virgen…?, lo… soy…, pero confío en ti…, no tengo miedo…

—Pero si estás acojonadita. –Intenté darle un tono desenfadado a mi respuesta e Inés se rio de sus propios nervios.

—Es… muy especial… no paremos ahora…

Decidí no entrar a saco y utilizar otras técnicas. Me arrodillé poniendo mi cara a la altura de su pubis. La entrepierna de Elsa me quedaba más a mano en aquella postura, pero aunque tuviera que agacharme, me comería aquella almejilla.

Nada más sentir mis labios sobre su clítoris, Inés adelantó la pelvis y me agarró de los rizos. Para ser virgen, sabía muy bien lo que le gustaba.

Succioné y lamí aquella pequeña perlita, degustando el suave sabor de la vulva de la que empezaba a considerar mi chica. Las caderas comenzaron a moverse rítmicamente haciendo que mi barbilla golpease contra la entrada a su vagina. “Menos mal que me he afeitado esta mañana, si no le dejo el chichi en carne viva”, pensé mientras uno de mis dedos reemplazaba a mi mentón y se metía lentamente en aquel agujero.

Entonces sí que las caderas se movieron rápido. Con el vaivén, fue ella misma quien se empalaba en mi dedo, haciendo que cada vez llegase más profundo. Mi boca, mientras tanto, no había dejado de machacar su clítoris con un ritmo infernal.

De repente, Inés comenzó a soltar grititos como los de un gato. Aquello me acojonó. A lo mejor le había dado un chungo. Levanté la vista lo que sus dedos en mi pelo me permitieron  y la vi en un trance brutal. Tenía los ojos fuertemente cerrados y la boca abierta como si no pudiera controlarla, incluso juraría haber visto un hilillo de baba en la comisura de sus labios.

Soltó mi pelo y me agarró con ambas manos de la muñeca que tenía entre sus piernas. Comenzó a empujar hacia dentro como si quisiera meterse todo el dedo. Entonces toqué la flexible membranita y me detuve.

Inés apretó los muslos hasta que sus manos y la mía quedaron enterradas entre sus carnes. Un último gritito de gato, más parecido a un aullido lastimero y se arrodilló a mi lado abrazándome.

Dejé unos momentos para que recuperara el resuello mientras yo le acariciaba la trenza y la espalda. Luego pregunté:

—¿Qué tal?

—No sé… si… hemos hecho bien…

—¿Sentimiento de culpa? –aquella fase ya me la conocía por mi prima y no me iba a asustar—. Es normal, tranquila. No pasa nada.

—No… es… por… ti…, es qué… 

—tranquila, han sido emociones muy heavys. Vístete y mañana hablamos si quieres.

—¿Estás… seguro…? –preguntó con mirada agradecida—. ¿Y tú?

La delicada mano de Inés se había posado sobre mi rabo que llevaba más de media hora como el hormigón armado.

—No necesitas cumplir. Yo viéndote disfrutar he tenido suficiente. –Sí, por los cojones, pero no podía ser sincero en aquellos momentos—. Luego me haré una pajilla pensando en tus tetas.

Ante mi arrancada, ella sonrió y se levantó lentamente.

—Lo siento Pablo. De verdad que ahora no puedo. Me gustaría pero…

Terminó de vestirse en un silencio tenso. Me imaginaba las caras de sorna que nos íbamos a encontrar al salir al salón, pero que me quitasen lo bailado. Cuando Inés terminó deponerse la camiseta, se inclinó y me dio un pico en los labios:

—Gracias por todo.

Regresamos al comedor en el que Elsa y Noa bebían cervezas tranquilamente.

—Si queréis birra aún está fría. –Mi prima sonrió de manera normal, sin dejar entrever que sospechase algo.

Comencé a pensar a toda velocidad. Llevábamos más de media hora en el baño. Ellas dos tenían cervezas frías por lo que habían pasado por delante de la puerta y tal vez habían pegado la oreja para escuchar qué pasaba dentro. O aquellas dos habían estado tan entretenidas como Inés y yo, o algo allí no me encajaba. Que Elsa no me tirase ninguna pulla era increíble.

Agarré un vaso y me serví del litro, luego me fui hasta el sofá, me dolía la espalda de haber estado medio doblado sobre las tetas y el chichi de Inés. Ella también se sirvió cerveza y se sentó en la mesa junto a mi prima y la hippie.

Qué raro era que no hicieran ninguna broma. Me acomodé mejor en el sofá y vi que había algo azul a mi lado, medio oculto por unos cojines. Rebusqué hasta dar con lo que enseguida deduje que eran unas braguitas que yo conocía muy bien. Me sabía toda la ropa interior de Elsa de memoria. ¿Eran las que llevaba puestas hacía media hora?, ¿enserio Noa le habría comido el chocho? Cuando mis amigas se fueran, mi prima y yo íbamos a pasarlo muy bien contándonos algunas cosillas.

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Agradezco muchísimo el tiempo empleado en dejar un comentario. Es la mejor forma de interacción entre autores y lectores.