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Tyrion de Lannister

en Amor filial

 

 

En el último mes las cosas habían cambiado mucho en mi vida. Ahora tenía una novia que se tomaba muy enserio su papel; teníamos que ir al cine, a pasear y a cenar juntos. ¿Y follar?, bueno, en eso iba haciendo algún progreso pero había resultado más tozuda de lo que mis habilidades de seducción podían superar y, mi querida Inés,  aún permanecía virgen. Tocamientos y pajillas mutuas casi todos los días pero de meterla en caliente ni flores.

 

Elsa me visitaba noche sí y noche también en mi habitación. Aquellos polvos hacían que no me importase demasiado esperar a que mi novia estuviera preparada. Si el sexo con mi prima seguía siendo espectacular, el buen rollo había desaparecido. No es que no me hablase, pero no quería contarme qué pasó con Noa, ni a dónde iba casi todas las tardes desde hacía un mes. Cada vez que sacaba alguno de esos dos temas los esquivaba con rapidez. Se había vuelto amiga de la hippie pero no sabía si estaba liada con ella por el día y conmigo por las noches o si tan solo era una amistad inofensiva.

 

Lo que más había cambiado era la relación con mi hermana. Al principio, cuando María nos pilló a mi prima y a mí en la cama, la situación había sido muy tensa. Nos controló completamente y no nos permitió ni que nos acercásemos. Desde que la pelirroja tenía novio, sí, el guaperas de la Harley-Davidsson, las cosas estaban mucho más relajadas.

 

Las dos chicas de la casa pasaban todo el rato que estaban juntas cuchicheándose al oído. Aquello me tenía un poco mosca, pero si eso hacía que mi hermana nos dejara a Elsa y a mí pasar las noches juntos no tenía demasiados problemas en que se susurrasen todo lo que quisieran. Nunca se habían llevado demasiado bien ni demasiado mal, pero últimamente parecían que fuesen las mejores amigas del mundo. Mi prima tampoco me quería contar qué se traía con María y en todo lo que escapase de la cama me tenía a dos velas.

 

-O-

 

–¡Vamos, Inés, no me jodas!

 

–Vale, olvídalo, haz como si no te hubiera dicho nada.

 

Sus ojos, tras las gafas, que antes habían estado temerosos y expectantes, se comenzaron a endurecer con una mirada osca. Me había reído un poco de ella, pero era comprensible dado lo que me había confesado.

 

–Escucha, esa peña es friki, no digo que sean mala gente…, pero están un poquito para allá.

 

–¿Ah, sí?, ¿yo también estoy un poquito loca? Son mis amigos y es buena gente que no prejuzga, no como un pelirrojo que yo me sé.

 

–Vale, vale, perdóname, es que no me lo esperaba –dije recuperando la seriedad, mientras me imaginaba cómo sería la fiesta de disfraces entre aquellos zumbados y la ironía se escapaba de entre mis labios–: ¿Y tú?, ¿de qué vas?, ¿de Hermione?   

 

Me agaché a tiempo para que el golpe no me diera muy de lleno y tan solo rozara mi coronilla. Estaba jugando con fuego y no era raro que me llevase algún quemazo.

 

–Mira, capullo, te lo voy a explicar una única vez, son mis amigos y si no te gusta no vengas a la fiesta, pero respétame y respétalos.

 

Nunca había visto a Inés sacar el temperamento, pero la verdad es que acojonaba. Con lo menudita y buena chica que parecía… Se dio media vuelta y comenzó a andar a toda prisa hacia el aulario. Realmente parecía mala idea haberme metido con su grupo de juegos de rol y novelas de fantasía.

 

–¡No corras, malandrina!, que te tiraré un hechizo con mi varita mágica –dije arrepintiéndome al instante de mis palabras. “¿Pableras, tío, por qué coño tienes que ser tan bocazas?”, me dije mientras corría a toda velocidad para darle alcance.

 

Al final pude convencerla de que tomásemos una cola en el bar, hacer las paces bien merecía perder una clase y más si esta era de contabilidad financiera.

 

–¿Y no te dio miedo conocer a gente con la que solo habías hablado en foros? –pregunté intentando tomarme todo aquello en serio.

 

–Pues la verdad que un poco sí, pero luego resultaron ser gente muy maja. Hay gente de todo tipo; un señor mayor muy culto, un matrimonio joven, varios frikis de manual, como nos llaman a los que tenemos gafas, y una chica, rubia platino,  un poco loca pero muy simpática.

 

–Pero… ¿Cuando quedáis, estáis metidos en vuestros roles o sois normales?

 

–Un poco de todo, la mayor parte del tiempo somos nosotros mismos, pero siempre sale alguna broma relacionada con nuestros personajes en los diferentes juegos, con nuestros avatares o con el disfraz que llevamos en ese momento.

 

–¿Y tú?, ¿quién sueles ser? –pregunté al mismo tiempo que Inés comenzaba a ponerse rojísima.

 

–Yo…, bueno…, tengo varios personajes preferidos. Pero…, el… que más… uso… es… Hermione…

 

–Ups, siento haberme metido antes con eso. ¿Y tienes varita y todo?

 

–Pues claro, tonto, vamos bien equipados para luchar contra las fuerzas del mal –respondió muy seria y luego se echó a reír–. Ja, ja, ja, menuda cara has puesto.

 

–Claro, claro, ¿y yo?, no me dirás que tengo que ir de rojo con un león dorado en la pechera ¿no?

 

–¿Qué tienes en contra de Tyrion?, tú mismo utilizas ese sobrenombre. Además es mi personaje preferido de la saga.

 

–Oye, no estarás conmigo queriendo estar con un personaje de novela ¿no?

 

–¿Tú eres tonto? A mí me gusta Pablo, por mucho que me guste el personaje no tenéis nada que ver. Bueno, sí, en lo impertinentes que sois.

 

–Y si yo admito ir de Tyrion, ¿tú de qué irías?

 

–A ti, de que te gustaría que fuera –preguntó con una media sonrisa que me resultó muy sugerente.

 

–Hmmm, la que más me pone es Cersei, con lo malota que es. Pero deberías cumplir una condición.

 

–¿Cuál?

 

–Debajo de esas faldas tan amplias, solo quiero unas medias hasta las ingles, sin nada más.

 

–¡Oye!, que seré tu hermana –dijo con un falso rubor–. ¿Quieres hacer cochinadas con tu hermana?

 

–¿Con cuál de ellas?, ¿contigo disfrazada?, ¿con la actriz que hace de Cersei?, ¿O con María? Da igual, la respuesta es la misma para las tres, os haría todas las cochinadas del mundo.

 

–¡Pablo!, ¡pero qué bruto eres!, ¿con María?

 

–Joder, ¿a ti no te parece preciosa?

 

–Quiero pensar que estás de broma.

 

–Sí, sí, tú piensa lo que quieras…. –concluí poniendo mi mejor cara de pervertido–. Por cierto, la nariz no me la corto.

 

–¿Entonces vendrás?

 

–Si mi prima y mi hermana me dejan sí.

 

-O-

 

–¡Suéltameeeee! –grité cuando Elsa me alzó en volandas.

 

Había pensado que nos echaríamos unas risas a costa de los amigos frikis de Inés, pero cuando se lo conté a María y a mi prima, solo la segunda puso caras raras. Mi hermana abrió mucho los ojos y se puso súper contenta.

 

Nos explicó que a mi nuevo cuñado le encantaban todas esas locuras. Yo no salía de mi asombro, pero ella se empeñó en que los dos nos acompañarían. Además argumentó que no conocían Cuenca, y  que un fin de semana en una casa rural sería estupendo. Él iría a la hora de la cena, porque tenía un congreso, pero ella nos podría llevar a todos en su coche.

 

No había terminado de asimilarlo, cuando, mi prima Elsa se apuntó sin haber sido invitada.

Para colmo dijo que se lo diría a nuestra amiga la hippie, y aquello sí que no. Aún no sabía que había pasado entre ellas y no estaba dispuesto a que viniera la enemiga. Hasta que no me enterase de todo lo que había ocurrido en el último mes, no quería ser puta y poner la cama. Noa tampoco había querido decirme si Elsa y ella se habían enrollado aquella tarde.

 

Así que allí estábamos, haciendo las maletas para irnos a Cuenca. Mi queridísima prima se había empeñado en que me probara el disfraz antes de marcharnos. Yo, viendo una oportunidad de despelotarme delante de ella no había dudado ni un segundo en calzarme las mallas bajo su atenta mirada.

 

–¡Que me sueltes! –volví a gritar mientras mi prima corría por el pasillo conmigo en brazos.

 

–¡Elsa!, ¡que pesa un montón!, te vas a deslomar –dijo María cuando entramos en su dormitorio.

 

Con unos vaqueros y un sujetador negro por toda vestimenta, era la imagen más excitante del mundo. La media erección, que la intensidad de la mirada de Elsa en mi entrepierna  me había producido, era un chiste comparado con lo que estaba creciendo bajo las calzas en aquel momento.

 

–¿Tú crees que este niño puede ir así vestido? –preguntó Elsa pasando sus brazos por debajo de mis axilas y sosteniéndome en alto frente a mi hermana.

 

–¡Madre mía!, hay que llevarlo al médico enseguida, ese bulto tiene que ser dolorosísimo.

 

Las mallas se ajustaban a las dos piernas como una segunda piel, lo peor es que también lo hacían con la tercera de ellas.

 

–Imagínate si le dejamos ir así, van a pensar que el pobrecito está deforme –dijo mi prima continuando con la broma.

 

—¡Vale ya! —grité comenzando a indignarme.

 

Aquella situación hubiera sido inimaginable hacía un mes, pero todo había cambiado demasiado y yo no me había enterado de la mitad. María parecía que últimamente riera todas las bromas de mi prima, aunque estas fueran subidas de tono.

 

–Parece que los niños de ocho años no necesitan tanto espacio ahí en medio, porque a ti te falta tela por todas partes –mi hermana no apartaba la vista de mi polla, la cual amenazaba con escapar por el elástico de la cinturilla y de mis pelotas, que junto a mi muslo izquierdo, parecían dos paquetes de pilas de las grandes.

 

–Pues esto no estaba así cuando se las ha probado –dijo Elsa bajando una de sus manos hasta posarla en la estaca que tenía bajo las mallas.

 

–A ver si nos ha salido exhibicionista. Elsa, no seas cochina y no le toques, que luego se nos pone malito.

 

–¿Pero cómo queréis que esté, si dos tías buenísimas se pasean por mi casa ligeritas de ropa?

 

María me lanzó su camiseta como si quisiera pegarme con ella, lo que logró aunque sin mucha fuerza. Luego cruzó sus brazos por debajo de las tetas haciendo que estas se alzasen y juntasen aún más:

 

–Eres un guarrete, ¿sabes? A tu hermana y a tu prima mirándolas con vicio.

 

–Es que al pobrecito Inés lo tiene a pan y agua –dijo Elsa poniendo aquel tonito que yo quería creer que era de celos.

 

–Pues será que tú no lo dejas suficientemente agotado.

 

–¡Yo hago lo que puedo pero es que es insaciable!, está salido a todas horas.

 

–¡Mierda, mierda, mierda! –grité mientras mi prima, con una de sus manos sobre mi rabo, hacía movimientos apenas perceptibles.

 

–¡Serás guarro!, ¡pues no va y se corre en las mallas!

 

–Ja, ja, ja, se ha puesto como un tomate, ahora no eres tan chulito, ¿eh?

 

–Podías haber avisado y te la habríamos sacado para que no mancharas –dijo Elsa destornillándose de risa.

 

Las dos se descojonaban mientras a mí se me subían todos los calores a la cara. María se acercó más a nosotros y tirando de las perneras me quitó las mallas dejándome en pelotas colgado por las axilas. No sabía si todo aquello era súper excitante o tremendamente humillante.

 

–Anda trae que lave esto, que con el tiempo que nos queda para irnos, habrá que secarlas sacándolas por la ventanilla del coche —¿La que decía aquello y me acababa de despelotar era mi hermana?

 

–Vamos al baño, que al peque también habrá que lavarlo.

 

—Sí claro, y luego me dais la papilla, ¡no te jode!

 

–De eso te encargas tú, que te conoces mejor esa zona –dijo María encaminándose al baño.

 

–¿Que tú nunca le has bañado de pequeño?

 

–De pequeño no tenía esa cosa entre las piernas.

 

—¡Pero que no me ignoréis! —Aquellas dos tenían alguna mala idea en la cabeza e iban a pasar de todo lo que les dijera.

 

Había que ver lo que mi hermana se había liberado con Roberto. No, si al final le iba a tener que agradecer al guaperas que espabilara un poco a María.

 

Elsa me dejó sobre el bidet y mi hermana llenó el lavabo para dejar en remojo las mallas. La situación era surrealista y, no sabía muy bien por qué,  sentía que estaba de mero espectador en todo aquello.

 

–Madre mía, lo que ha echado –dijo mientras examinaba la prenda–. Aquí hay una barbaridad.

 

–Pues aquí aún queda –Elsa llenaba su mano de agua y la dejaba caer sobre mi rabo y mis pelotas–. Está todo pringoso —“Como te pille sí que te voy a dejar pringosa a ti, sí.”, pensé observando las maniobras con excitación.

 

Entonces, aquello por lo que había rezado durante muchísimos años ocurrió. María agarró el botecito de jabón de manos y se acercó a nosotros, poniéndose una generosa cantidad en la palma.

 

–Habrá que enjabonarlo bien –dijo mientras yo veía a cámara lenta, cómo la mano de Elsa se apartaba y mi hermana acercaba la suya a mi cipote. “Hostia, hostia, hostia, que no sea una broma, por favor.

 

En el momento que sentí aquellos dedos largos moverse por la punta del ciruelo creí estar en el paraíso. Acercó la mano izquierda para tirar de la piel del prepucio y dejar el capullo al aire, el cual pudo enjabonar mejor. Tras dejar la cabezota con suficiente espuma, la mano bajó hasta mis huevos amasándolos deliciosamente.

 

–Pero mira qué cara de vicioso pone –dijo Elsa que lo miraba todo apoyada en la pared.

 

–Pobrecito, que ha tenido una polución a su edad –respondió mi hermana volviendo a llevar su mano a mi polla, la cual parecía querer reaccionar–. Vaya. Esto parece que está volviendo a la vida.

 

“Sí, sí, a la vida, como sigas un poco más vas a ver lo que es vida.”, quería decir algo, pero tenía miedo de cagarla y romper aquel sueño que se había hecho realidad. “Pableras, tío, no se te ocurra abrir la boca, concéntrate en disfrutar y por lo que más quieras no seas bocazas.”. 

 

–Ya te dije, ¡es insaciable! Enjuágale la cosita al peque, que se le va a arrugar de tanto agua y jabón –Elsa utilizaba un tono muy diferente al que solía utilizar, hacía un mes,  para dirigirse a mi hermana. Entre ellas había una complicidad que no lograba entender.

En aquel momento, con mi hermana arrodillada junto al bidet y sus tetas, cubiertas tan solo por el sujetador, a centímetros de mis manos, comenzaba a perder la noción de la realidad. Tuve que hacer un tremendo esfuerzo para no agarrar una de ellas y empezar a sobarla con desesperación. Interrumpir aquello no parecía la mejor idea aunque las peras me estuvieran gritando: “Agárranos fuerte”.

 

A medida que María iba echando agua caliente sobre mi amiguito, este iba creciendo más y más, gracias a las caricias que me iba dando.

 

–¿Ya está limpio de espuma? –preguntó mi prima a lo que María asintió con la cabeza.

 

Mi hermana se había puesto roja como un tomate y no apartaba la mirada de mi amiguito.

 

–Sigue tú, que yo no puedo.

 

–Anda trae, sabía que no te atreverías.

 

María tensó un instante sus facciones y después cerró los ojos tomando aire lentamente. Se levantó y cedió su lugar a mi prima. Yo seguía sin entender nada de nada, pero tampoco es que en aquel momento me importase mucho. Me acababa de prometer a mí mismo que no abriría la boca, y aunque hubiese querido decir algo, seguro que no habría sido nada muy inteligente.

 

La boca de Elsa comenzó a bajar hacia mi polla y la lengua perfiló sus labios haciendo que estos brillaran sensualmente. Aquello era un puto sueño del que no quería despertar.

 

 Mi prima frunció los labios y posó un largo beso sobre la punta de mi ciruelo. Con las manos me pajeaba y sobaba los huevos simultáneamente y yo creía morir de placer. La boca se comenzó a mover abriéndose y cerrándose en besos que cada vez abarcaban más cantidad de mi estaca.

 

Por fin los labios se abrieron más y todo mi capullo entró dentro de aquella boca tan calentita, que parecía hecha para él. No perdía detalle de aquellos labios tensos abarcando todo el perímetro de mi glande y de aquellos ojos que alternativamente se cerraban y se abrían para mirarme fijamente. Con el hábito que da la costumbre, llevé mi mano a su cabeza, con el fin de ayudarla a conseguir un buen ritmo.

 

María apoyada en el lavabo, no se perdía detalle de la mamada que Elsa me estaba haciendo, incluso le brillaban los ojos, juraría que de excitación. Cuando la miré fijamente, ella me sacó la lengua haciéndome una desenfadada burla. “Sí, sí, tú sácame la lengua, que la prima me la tiene bien metida.”. No sabía qué me ponía más burro: la mamada de polla de mi prima, que se aplicaba con devoción o la mirada pícara de mi pelirroja preferida.

 

Todo aquello era raro de cojones, ¿qué se llevaban aquellas dos entre manos?, ¿por qué parecía que se llevasen mejor que nunca?, ¿por qué María hacía tanto caso últimamente a mi prima?, ¿por qué aquella exhibición delante de mi hermana?, ¿qué había querido decir ella con aquello de sigue tú?, ¿había tenido intención de hacerlo ella? Me prometí a mí mismo que debía investigar lo que pasaba allí, todo me sonaba muy, pero que muy raro, aunque en aquel momento, las succiones de la boca de Elsa me sonaban a gloria.

 

-O-

 

Al menos el encuentro con los frikis serviría para que Inés y yo durmiéramos juntos. Lo malo es que Noa y mi prima también compartirían dormitorio con nosotros, el albergue solo tenía dos habitaciones dobles y se habían distribuido una para el guaperas y mi hermana y la otra para el matrimonio amigo de Inés.

 

Tenía que reconocer que los frikis no eran tan raros como había pensado en un inicio. Todo estaba organizado minuciosamente, decoración, complementos, disfraces y poniendo la guinda, una enorme mesa completamente vestida como para un gran banquete, con sus candelabros, su vajilla y su gran mantel de un blanco impoluto.

 

Había sido uno de los primeros en bajar al comedor y ya me había servido dos copas de sangría, de la gran jarra de barro que había en el centro de la mesa.

 

Comenzaron a bajar las escaleras algunos de los amigos de Inés: elfos, enanos barbudos, hadas y vestidos medievales comenzaron a colorear el salón.

 

–Mis respetos, lord Tyrion de Lannister –me saludó un tipo vestido de Gandalf.

 

En aquel momento, Noa bajó por las escaleras como no la había visto jamás. Vestía un corpiño rojo oscuro con una amplia falda, del mismo color,  adornada con cuchilladas verticales en un rojo más claro. Realmente estaba preciosa y muy femenina. Cuando se me acercó me percaté de que en vez de bolitas de colores, sus rastas estaban rematadas por diminutas campanillas doradas que tintineaban al caminar.

 

–¡Hostia, tía, que guapa estás! –dije con la boca abierta–. ¿De qué vas?

 

–De una especie de mujeres hechiceras que se agrupan en colores, no sé de qué va todo eso. Yo quería ir de Peter Pan. ¿Y tú?, pareces un paje.

 

–Voy de Tyrion, tía.

 

Otra espectacular mujer, que al llegar me habían presentado como Edith,  bajó por las escaleras. Llevaba un vestido muy similar al de Noa aunque con algo menos de escote y en tonos azules. Era una rubia platino de oscuros ojos a juego con su vestido. Enseguida comencé a divagar con lo que habría bajo las faldas de aquella chica. En sus brazos, descansaba un minino blanco, empeñado, con una de sus uñas, en ampliar el escote de la rubia a base de tirones.

 

Por fin bajó Inés, iba preciosa con un amplio vestido que se ceñía a su cintura. El rojo intenso de la tela se veía interrumpido por bordados de leones dorados.

 

Enseguida se me acercó y me plantó un beso en la boca.

 

–Has hecho lo que te pedí –pregunté en su oído.

 

–Sí –respondió enrojeciendo completamente.

 

Miré a mí alrededor y tirando de su mano me la llevé hasta un extremo de la mesa. Le di una copa de sangría y con un hechizo de mi cosecha, desaparecí de la vista de todo el mundo.

 

–Pablo, estate quieto por favor.

 

–Tranquila, tú bebe un poquito y sonríe a todo el mundo –dije desde debajo de la mesa, comenzando a descalzar los pequeños pies de Inés.

 

–Pablo, te voy a matar…, hmmm, no hagas eso…

 

Tocar el pequeño pie enfundado en delicada seda me puso completamente palote. Lo acerqué a mi boca y comencé a succionar y lamer el dedo gordo. Inés intentaba golpearme con su pie libre pero con una rápida maniobra lo sujeté y fui alternando en lamer los dos pies, incluso llegué a introducirme los dos dedos gordos en mi boca.

 

Poner nerviosa a mi chica y lamerle los dedos de los pies estaba muy bien, pero quería confirmar que me había hecho caso. Metí la cabeza bajo la falda y fui mordisqueando y lamiendo las dos piernas, desde los tobillos hasta donde la seda terminaba y daba paso a las ingles y a una rala mata de vello púbico. Inés se había portado bien y efectivamente, me había hecho caso, no llevando braguitas.

 

Ayudándome con las manos abrí un poco más los labios de Inés e hinqué mi cara en lo más profundo de sus muslos. Lamí toda la vulva, entreteniéndome en los labios menores y prestándole especial dedicación al clítoris, el cual succioné con fuerza como le gustaba a Elsa, lo que servía para una, servía para otra.

 

Era un maestro, en pocos segundos los labios mayores se inflamaron y aquel agujerito tan prieto comenzó a destilar la esencia que tanto me gustaba. Alterné entre beberme los flujos que salían de la vagina con subir a saludar de tanto en tanto el prieto botoncito que producía espasmos, en las piernas de Inés, a cada lamida mía. Aún a oscuras, encogido y bajo una mesa era el puto amo de las comidas de coño.

 

–¡Inés!, ¿te pasa algo?, estás rojísima –dijo una voz que enseguida reconocí como la de Elsa.

 

–Bi… bien…, estoy bien… –respondió mi chica mientras sufría otro espasmo en sus piernas a causa de una fuerte succión de su clítoris.

 

–¿Dónde está mi primo?, no se le habrá caído nada debajo de la mesa, ¿no?

 

Mierda, mierda y mil veces mierda, Elsa me conocía mucho mejor de lo que yo pensaba y también conocía las reacciones de Inés. Escuché un correr de sillas, la muy cabrona se iba a asomar bajo la mesa. Abandoné con desgana aquel chochete tan calentito y salí de debajo de las faldas de Cersei Lannister. Allí abajo no se veía un carajo y me dirigí hacia el extremo opuesto por el que había escuchado a Elsa. De repente me topé con otras faldas y no dudé en meterme debajo de ellas, ¿en qué coño estaría pensando?, en cualquiera que estuviese calentito, como pensaba siempre.

 

–¿Pableras?, ¿Tyrion? –llamó Elsa en susurros.

 

Al meterme debajo de aquellas faldas anónimas me encontré con otras piernas enfundadas en seda, las cuales dieron un pequeño brinco al sentir mi presencia. Comencé a acariciar lentamente aquellas pantorrillas con la sana intención de que la chica, fuese quien fuese, se tranquilizase y no gritase. Mis pequeñas manos obraron maravillas, pues no solo se tranquilizó, sino que abrió los muslos permitiéndome una postura más cómoda.

 

Ante aquel ofrecimiento no me iba a quedar quieto, no era la entrepierna que me interesaba en un principio, pero si se había abierto sería que me invitaba a subir. Pasé mis manos a aquellos muslos desconocidos y continué acariciándolos. La jodía tenía piernas largas y bien torneadas o al menos era lo que yo percibía. Podía tener la piel negra como el carbón o blanca como la nieve que allí abajo todo aquello daba igual.

 

Recorrí los muslos alternando entre caricias, lametones y algún mordisco cariñoso y al parecer era del agrado de la chica pues cada vez abría más las piernas. Alcancé el final de la seda, en algo que debía ser encaje y más allá de este una piel suave y delicada.

Al contrario que Inés, aquella chica sí llevaba braguitas y mis primeros besos a su panochita, fueron por encima de una fina tela. A tientas busqué el elástico de su prenda íntima y comencé a tironear de ella. Un pequeño saltito del trasero favoreció en la faena y ya tenía el tanguita a medio muslo.

 

–¿Estás bien, Edith? –preguntó el que por su voz debía ser el mago Gandalf.

 

–Sí… sí… perfectamente… –respondió una vocecilla por encima de mi cabeza. Por lo menos ya sabía de quién era aquel tanga que estaba deslizando por las piernas hasta sacarlo por completo.

 

Dicen que la oportunidad la pintan calva, y así debía ser, porque aquel chochete no tenía ni un pelo de tonto. Era el primero que saboreaba de aquel tipo y para nada me pareció que le estuviera comiendo la cosita a una muñeca de goma.

 

Era delicioso, por fin me iba a hinchar a chichi, después de que me interrumpieran con el de Inés. No pensé que la rubia platino pudiera ser virgen y mientras con mi boca torturaba su duro clítoris, con dos de mis dedos, penetraba la intimidad rugosa y cálida. Aquella vulva estaba buenísima, a duras penas podía aguantar la erección bajo las ajustadas mallas. Mi emoción fue aumentando hasta que comencé a acuchillar la vagina con tres de mis dedos y utilizaba mis dientes para tironear suave pero firmemente de la hinchada perlita.

 

–¡Aaay! –exclamó la rubia platino con una mezcla entre jadeo y suspiro.

 

—¡Miau, miau, miaou! —El puto gato se posó sobre mi cabeza y empezó a arañarme a través de la falda. Seguramente estuviese en el regazo de la rubia, ¿a que me jodía el plan?

 

Me quedé muy quieto por si el gemido de la chochete pelón y el pesao del gato habían alertado a alguien. Unos pasos se acercaron mientras una mano se posaba en mi cabeza y me empujaba hacia la entrepierna que había abandonado momentáneamente. ¡Coño, mi cabeza iba a terminar llena de cosas!

 

–Tyrion –susurró Elsa a mi espalda–. ¿Qué coño haces?

 

Mientras volvía a saborear los jugos que brotaban de aquel chochete sentí que la falda se levantaba y alguien me pellizcaba el culo.

 

–Deja eso….

 

Asustado por lo que pudiera pasar me separé de la entrepierna y me giré para intentar dar explicaciones a mi prima.

 

–¡Eh!, ¿sigues o qué? –dijo una cabecita rubia asomando por debajo del mantel–. Ahora no me dejes así.

 

—¡Miau, miau, miaou! —Al parecer el puto gato también quería que continuara trabajándome a su dueña, la cual cerró los muslos impidiendo que me pudiera escapar.

 

–Eh, sal de ahí, ¡vamos! –insistió Elsa, tironeando de mi túnica–. ¡Ay! –una de las piernas que me encerraban se movió con velocidad y golpeó a mi prima.

 

–¡Ay! –se quejó Edith cuando la mano de Elsa pasó por encima de mi hombro y le pellizcó la cara interna del muslo.

 

—¡Miaou!

 

Estaba empezando a estar harto. Las orejas me ardían por la presión de los muslos de la rubia y Elsa no paraba de tironear de mí para sacarme de allí sin que terminase los entrantes.

 

Redoblé mis esfuerzos penetrando aquella húmeda vagina hasta con cuatro de mis pequeños dedos. Hice el helicóptero con la lengua sobre el clítoris esperando que aquello funcionara tan bien como lo hacía con mi prima. En cuestión de segundos, los muslos apretaron más si aquello era posible y luego con un profundo suspiro de la dueña, se aflojaron permitiendo que Elsa me arrastrara por debajo de la mesa.

 

Gateamos hasta una esquina y salimos al exterior ante la sorprendida mirada de un señor mayor que vestía de druida.

 

—¿Qué coño haces con un gato en la cabeza?

 

—¡Miaou! —El gato, aparentemente cabreado, saltó de mi cabeza y anduvo por encima de la mesa hasta el extremo opuesto.

 

 Miré a mi prima con la boca abierta. El top y la minifalda verde de corte irregular le quedaban de maravilla. Al ver mi expresión se giró y me mostró sus alitas. “¡Menuda campanilla más buena!”, pensé deleitándome con la observación de sus largas piernas.

 

–Te voy a matar, juro que un día de estos te mato –amenazó mi prima mientras me limpiaba los morros con una servilleta–. Pero qué cochino que eres.

 

–Hay cosas que no se pueden comer con cuchillo y tenedor.

 

–A ti te voy a dar yo tenedor. ¡Joder!, lo que te has espabilado en tres meses.

 

Corrí, tironeando de mi túnica para ocultar el pedazo de erección, hasta la esquina en que Inés hablaba con un tipo travestido de guardabosques, al que me habían presentado como programador de juegos de rol on line, y agarré una copa de sangría a la carrera. Mi novia me miró extrañada, pero sin ira o desconfianza. Hice como que escuchaba la conversación, sobre gremios, conjuros y puntos de exploración,  mientras me giraba disimuladamente para mirar a la rubia platino. Aquella, cuando se percató, alzó su copa y tras mandarme un beso volado tomó un sorbo del contenido.

 

Mi hermana y el guaperas fueron los últimos en bajar al comedor. A María se la veía espectacular con un traje de guerrera, que apenas dejaba nada a la imaginación. Mi cuñado vestía completamente de negro, con dragones bordados en las mangas de su chaqueta. Tal vez fuese para hacer juego con las planchas metálicas que adornaban sus curvas y que le daban un aire de tipa dura, pero lo cierto era que el rostro de mi hermana parecía que se hubiera transformado. Sus dulces rasgos habían desaparecido y su rostro era amenazador. “No me gustaría estar en el pellejo del motero”, pensé mientras me volvía a llevar otro canapé a la boca.

 

Me imaginaba que si habían tardado tanto en bajar, sería porque el motero no habría podido aguantar el morbo de ver a María vestida tan solo con aquellas placas metálicas y habría aprovechado para unos buenos refregones antes de cenar. Con lo formal que era María, seguro que le había echado la bronca por andar guarreando y llegar tarde. Aunque bien pensado, en aquel momento ya no tenía claro si mi hermana era una santurrona o una libertina.

 

-O-

 

La cena estuvo muy, pero que muy bien. No solo comí como un auténtico energúmeno, sino que me reí a carcajadas durante toda la noche. La fresca y dulce sangría, desde luego que ayudó a alegrar los espíritus.

 

-¿Inés?, ¿te encuentras bien? –preguntó Elsa acercándose hasta nuestra posición.

 

-Sí…, me estoy riendo muchísimo…

 

-No me extraña que te rías tanto –dijo mi prima–. Vaya pedazo de pedo –susurró en mi oído.

 

-Bueno, el dormitorio está al final de la escalera, no será difícil que llegue a su cama –dije yo, un poco achispado y con la perspectiva de poder ver en pelotas a aquellas tres que compartían dormitorio conmigo.

 

Desde hacía un rato ya no prestaba atención a los chistes y las pullas que se echaban los unos y los otros. Mi mente estaba anclada en el momento en que tuviésemos que subir al dormitorio los cuatro.

 

-Inés, si te apetece ir a que te dé un poco el aire me lo dices y te acompaño –dijo mi prima.

 

Por toda respuesta, mi novia miró a Elsa y le sonrió de manera bobalicona. “Pues sí va pedo sí”, me dije ante aquella situación. Elsa lejos de preocuparse, rellenó la copa de mi novia de sangría.

 

-Una noche es una noche –dijo mi prima ante mi muda pregunta.

 

Extrañado por todo aquello, me alejé a la parte de la chimenea, donde el humo del hogar se confundía con el de los porros. Allí se habían congregado todos los fumetas y una densa niebla lo cubría todo.

 

–Eeese paje guapetón –dijo Noa con voz pastosa mientras me sujetaba por un brazo.

 

Ante la falta de asientos libres, opté por subirme al regazo de mi amiga, total en su estado no creí que le fuera a importar demasiado. Ella lejos de molestarse me achuchó contra sus tetas plantándome un sonoro beso en la mejilla.

 

–Pero que guapetón es mi chi… chichitín… chichichín… chiquitín ¡coño! –dijo ante la carcajadas de todos los que estaban en el rincón de la chimenea, no sé bien, si por los arrumacos que me dedicaba o por la torpeza de su lengua.

 

–Para guapa, guapa, mi rastafari preferida –respondí introduciendo mi dedo en el principio del canalillo de su escote.

 

–¿Qué pasa?, ¿Que tiene dedo el frío?

 

–¿Dedo el frío?

 

–Bueno, eso, tú ya me enti… entinedes… entiendes… que se lo voy a decir a Inesita –comenzó a descojonarse como si hubiera escuchado un chiste en su cabeza, que solo ella hubiera oído.

 

Ante su permisibilidad, moví lentamente el dedo hacia una de las tetas. Ella continuaba riendo y fumando, por lo que seguí hasta que rocé un pezón y la polla instantáneamente se me puso como el hormigón.

 

Un fuerte pescozón en la coronilla me sacó de mi momento erótico festivo.

 

–No te puedo dejar solo ni un momento –dijo Elsa tirando de mi mano para que sacara el dedo del escote.

 

–De… déjalo… tía… que tiene que caaalentarse el deeedo.

 

–¡Joder, pues esta también está guapa!, vaya pedo lleva.

 

–Ya te digo, prima –dije haciendo fuerza por retener mi dedo junto al duro pezón de Noa.

 

–Eeeh tía, déjale, que da mucho guuustito.

 

–Anda baja de sus rodillas, que nos la subimos para el dormitorio y luego a Inés, que también va a terminar por los suelos.

 

Tomada de cada mano por mi prima y por mí, subimos a Noa hasta el dormitorio, donde la tumbamos sobre una de las dos camas de matrimonio. Ella no paró de partirse el culo durante todo el trayecto, incluso reía una vez la dejamos tumbada.

 

–Ven, pajecito, mete el dedito que si no se enfríaaa.

 

Noa agarró mi mano y la llevó al interior de su corpiño, permitiéndome que aferrara su teta por completo. Aquello devolvió a mi polla la dureza que había perdido con el capón que Elsa me había dado. Miré a mi prima y por toda respuesta, negó con la cabeza y se marchó diciéndome que iba en busca de Inés . Creo que nos consideraba un caso perdido.

 

Aprovechando que Noa no ponía mucha resistencia y que Elsa tardaría en subir con mi novia, comencé a manipular el corsé para poder llegar mejor a aquellas dos peras. No me sentía muy orgulloso de aprovecharme de una borracha, pero es que Noa me ponía mogollón y con el calentón que llevaba, mi moralidad se había ido a tomar por saco.

 

–¡Oye!, no seeeas bruto, que es de alguiler… alfiler… alquiler ¡coño!

 

Pensé que se me había acabado el chollo, pero mi amiga se llevó las manos a la espalda y estuvo un buen rato forcejeando con las presillas del corpiño hasta que vi cómo este aflojaba la presión que hacía sobre sus tetas. ¡Joder, joder y mil veces joder!, era el puto amo, me iba a comer un nuevo par de melones. Aquello ya no era abusar de una borracha, si me lo ponían en bandeja, sería estúpido decir que no, y estúpido, era algo que no me consideraba.  

 

Tiré de la prenda y desnudé el torso de Noa ante su descojono. Parecía que todo le daba muchísima risa. No eran enormes y mucho menos tumbada de espaldas como estaba, pero sus pezones destacaban puntiagudos, invitándome a probarlos. “A ver si ahora se ríe tanto.”, pensé mientras me inclinaba y me llevaba uno de ellos a la boca. Vaya nochecita, dos coñitos y ahora un par de tetas. Me iba a empezar a aficionar a los juegos de rol y los mundos de fantasía.

 

–Así, así, mi chichichín, chichitín, toma el pechito –me rodeó la cabeza con sus brazos y me acunó como si fuera un niño pequeño. Qué más daba, el caso era comer teta fuese como fuese. Si tenía algún trauma raro, yo sería su bebé.

 

Con un pecho en la boca y con el otro bajo la palma de mi mano, me encontraba en las nubes, hasta que de nuevo un golpe en mi coronilla me devolvió a la realidad.

 

–Anda, deja eso y échate a un lado –me ordenó Elsa que llevaba a mi novia recostada sobre su hombro.

 

Me aparté ante lo que Noa comenzó a hacer pucheros, al parecer estaba disfrutando de lo lindo de mis atenciones. Mi prima recostó a Inés junto a la otra borracha, imaginé que para que ambas durmieran la mona.

 

Entonces Elsa y yo nos quedamos boquiabiertos. Al parecer la rastas no había quedado muy conforme por dejar sus pezones desatendidos. Miró a Inés pensativamente y luego tomando su cabeza con cuidado la puso sobre una de sus tetas, con la boquita de mi novia sobre su pezón.

 

–Chupa, Inés, chupa un poquito –dijo Noa mientras mi prima y yo nos mirábamos alucinados.

 

Aunque la mayor sorpresa fue ver cómo mi novia abría la boca y sacaba la lengua, iniciando una lenta lamida del pezón. Entonces sí que mi polla desafió al acero en cuanto a dureza. Ver aquellas dos monadas, en encarnadas ropas de época, una con las tetas al aire y la otra amorrada a un pezón, me puso malo, pero muy malito. Toda la adolescencia machacándomela con videos de lesbianas y por fin iba a presenciar un rollo bollo en vivo y en directo.

 

Pero las sorpresas no terminaron ahí, Elsa se acercó a la mesita de noche regresando con una de las jarras de sangría. Ante su ofrecimiento, arqueé las cejas interrogativamente y ella señaló la otra cama, puesta en paralelo a la que ocupaban mi amiga y mi novia.

 

 –¿De qué va esto? –susurré al oído de mi prima cuando nos hubimos sentado en el borde de la cama.

 

–Shhh –fue toda la respuesta de Elsa y luego indicó con un dedo la escena de la cama de enfrente.

 

Noa, con la mano que no sujetaba la cabeza de mi novia, se había subido la falda y comenzaba a frotar su chochete por encima de unas bragas tan rojas como su vestido. Elsa y yo nos pasábamos la jarra de sangría sin perder detalle de la escena. Aquello no se podía comparar con un video porno y además, tenía asiento de primera fila.  

 

Al parecer, Inés ya no tenía mucho interés en lamer aquel pezón o se habría dormido, porque se había quedado inmóvil sobre la teta de Noa. Con un movimiento torpe, debido posiblemente a lo fumada que iba, abandonó su braguita y llevó la mano al rostro de mi novia dando unos golpecitos suaves sobre este.

 

Ante la falta de reacción, volvió a bajar la mano a su entrepierna, pero en esta ocasión la introdujo bajo la braguita. Me levanté, esquivando la mano de mi prima que me quería detener, y me acerqué para ver mejor la jugada. Noa comenzó a masturbarse, al poco tiempo volvió a sacar la mano, con dos de sus dedos brillantes por la lubricación.

 

Como a cámara lenta, vi cómo aquellos dedos de largas uñas rojísimas, se iban acercando a los labios de mi novia. Ante el roce, ella sacó la lengua y comenzó a lamerlos exhaustivamente. Noa fue más allá y los introdujo en su boca permitiendo que Inés los succionara sonoramente. Aquello me iba a volver loco, en mi vida hubiese soñado vivir algo tan…, tan…, tan…, me faltaban las palabras para expresar todos los escalofríos y cosquilleos que recorrían mi tripa y mi espalda.

 

Con una delicadeza que no pensé que pudiera tener, Noa recostó a mi novia sobre su espalda y se incorporó con una risita tonta en los labios. Luego se acercó a sus pies y la descalzó, para acto seguido comenzar a subir su falda hasta descubrir que no llevaba braguitas. Mi amiga intentó fijar en mí su turbia mirada balbuceando lo que parecía una risita satisfecha.

 

Mi prima había aprovechado el momento, para arrodillarse a mi espalda. Mientras me iba dando mordisquitos en una oreja, introdujo la mano bajo mi túnica, posándola sobre la barra de hierro que tenía por polla. Debía de haberme muerto y aquello era el puto paraíso, no le encontraba otra explicación posible. Tendría que mirar si las alitas de Elsa eran de verdad, porque aquellas tres debían ser ángeles.

 

Noa descendió en dirección al chochete de mi chica y a escasos milímetros de llegar a este, sacó la lengua, comenzando a repasarlo de abajo hacia arriba.

 

–¿Te gusta cómo le comen el coñito a tu noviecita? –preguntó Elsa en un susurro mientras introducía su mano bajo mis calzas y aferraba mi estaca.

 

–¡Hmmm! –respondió Inés por mí, ante la succión de clítoris que le estaba haciendo la rastas.

 

Mi amiga cada vez lamía con más devoción, o al menos eso intuía yo, porque tenía la cabeza tan incrustada entre las piernas de Inés, que su pelo no me dejaba ver nada. Llevó una de sus manos al coño de mi novia, mientras la otra la utilizaba para intentar, sin mucho éxito, bajar sus propias bragas.

 

–Anda, ayúdale –dijo mi prima que también observaba las dificultades de Noa para quitarse las bragas.

 

No me lo tuvo que decir dos veces, como un resorte, salté encima de la cama poniéndome tras mi amiga y aferré el elástico de su ropa interior. ¡Dios!, ver aquel culo blanquísimo, delimitado por los bordados de las ligas me puso fatal. Continué deslizando las braguitas hasta que con la colaboración de la propietaria, logré que pasaran por sus rodillas y por fin las arrojé lejos.

 

Aquel culito, expuesto a cuatro patas me estaba llamando insistentemente para que lo poseyera. Antes de tener tiempo para pensarlo, ya me había bajado las mallas y estaba apuntando con la cabeza de mi ciruelo a aquella sonrisa vertical, delimitada a izquierda y derecha por dos finas líneas de vello rubio oscuro. “Tyrion el Empalador.”, me dije preparando la lanza.

 

Como ya se había convertido en norma aquella noche, cuando mejor me lo iba a pasar, recibí un pescozón. Mi prima, tras atizarme, me agarró del brazo y me tiró de malos modos de la cama. Iba a terminar pensando que más que un ángel, era mi demonio particular.

 

–Tú, se mira pero no se toca –susurró visiblemente enojada.

 

Tras decirme aquello, se apoyó en la cama donde Noa no dejaba de chupar el chochete de Inés, al tiempo que iba poco a poco moviendo las rodillas para girar su cuerpo y acercar su trasero al rostro de mi novia, que tenía una expresión beatífica, como si estuviera en trance.

 

Acodada como estaba, Elsa movió sugerentemente las caderas, como solía hacer cuando reclamaba mis atenciones.

 

–Espera –susurré, y me fui corriendo hasta la cabecera de la cama. Lo último que deseaba era perderme el momento en que la lengua de Inés se introdujera en el coño de la rastafari.

 

El rostro de mi novia por fin quedó encajado entre los muslos con aquel chochete a escasos centímetros de su boca, la cual se abría emitiendo quedos jadeos a consecuencia de los lametones que Noa le daba en su propia vulva. Parecía no decidirse y tuve que actuar, acercándome a su oído le susurré que no se reprimiera y que chupara todo lo que quisiera.

 

Mis palabras no hicieron mucho efecto, pero las caderas de la rubia, descendiendo hasta aprisionar entre ellas la cara de Inés, fue mano de santo. Comenzó tímidamente a dar ligeras lamidas, mientras Noa se movía de lado a lado buscando una mayor fricción. Finalmente, perdiendo todo el pudor, llevó sus manos al culo de la rastas y abriéndolo por completo, fue ella misma quien hincó la boca en el coño, que desde mi posición, relucía de la cantidad de flujos que rezumaba.

 

Aquello era la hostia, lástima que no tuviera el móvil a mano para filmar un video espectacular. Sin perder ojo de la lamida de Inés, escuché una palmada. Elsa se había golpeado el culo invitadoramente. Dejé de preocuparme por lo que mi novia hiciera y volví corriendo hasta donde mi prima me esperaba. Ya iba siendo hora de que liberara a la bestia, ella también tenía ganas de juerga.

 

La luz de la lamparilla daba un suave tono bronceado al culo expuesto de Elsa, que si de normal ya era sumamente apetecible, con el calentón que llevaba, me pareció la cosa más invitadora del mundo, pero como siempre, me equivocaba. Mi prima quitó los codos del colchón, apoyando sobre este la cabeza, llevó sus manos al culo, aferrando cada uno de los cachetes, ensanchando la profunda gruta que los separaba, hasta que sus rincones más ocultos quedaron completamente expuestos. Entonces sí me pareció algo imposible de aguantar.

 

Agradecí no haberme subido las mallas, un trabajo menos que tenía ahora. Dirigí la punta de mi estaca hasta que rozó los labios mayores de mi prima. Agarrándola por la base, dibujé pequeños círculos, rozando toda la superficie ya inflamada. Elsa comenzó a colaborar moviendo las caderas y emitiendo unos cortos jadeos que me pusieron más bruto aún si aquello era posible.

 

Ya no aguantaba más y me decidí a hacer algo que llevaba toda mi vida queriendo hacer. Enfilé la entrada a la gruta y, de un seco empellón, se la metí hasta que los huevos chocaron con su vulva.

 

No me importaron los insultos ni los resoplidos que daba mi prima. Aquella vez lo iba a hacer como a mí me diera la gana, ya estaba bien de intentar dar gustito a todo el mundo, aquella noche era para mí disfrute personal.

 

–¡Pero quieres parar, desgraciao!, ¡que me vas a despellejar el chichi!

 

Por toda respuesta, asesté una palmada en la nalga derecha y Elsa pareció tranquilizarse, porque dejó de maldecir. Soltó su trasero y llevó las manos de nuevo hasta la cama, pero no se limitó a acodarse en esta, no señor. Estiró una mano y la posó sobre el muslo desnudo de Inés.

 

Yo continuaba dándole con un ritmo infernal, pero es que estaba más salido que un mono. Por si no estuviera ya suficientemente excitado, Noa advirtió la mano de mi prima y, con las suyas propias, alzó las piernas de mi novia hasta que su culito quedó expuesto ante nuestra mirada. ¡Joder!, ¿hasta dónde estaban dispuestas a llegar estas dos? La cabeza me estaba empezando a doler de absorber tantas sensaciones, suerte que la tenía grande y allí dentro, cabía todo aquello y aún había sitio para más emociones.

 

La hippie no tardó en volver a la faena succionando el clítoris como si la vida le fuera en ello. Elsa acercó una mano temblorosa hasta el coño expuesto y comenzó a frotarlo con los dedos.   

 

–¡Fóllatela! –grité mientras soltaba  otra palmada sobre el trasero de mi montura. Quería conservar la calma pero es que era imposible, y al final me dejé llevar por la situación. ¡Qué coño!, un día es un día y aquello seguramente no me iba a volver a pasar en la vida.

 

Dicho y hecho. Mi prima puso un dedo en la entrada de Inés y lentamente fue penetrando aquel agujerito virgen. Noa alternó entre succionar el botoncito y bajar a lamer el dedo que mi prima sacaba y metía de las entrañas de Inés.

 

No tardó otro dedo en acompañar al primero mientras yo por mi parte, continuaba clavando mi mástil con saña en el coñito de Elsa y lo combinaba con palmadas rítmicas en sus nalgas, que temblaban de manera muy sexi a cada golpe. “Tyrion, tío, estás hecho todo un semental, cabalgando un pedazo de hembra que flipas.”, ya que nadie hablaba conmigo, lo hacía yo mismo.

 

Mi prima sacó los dedos de la vagina y los llevó a la puerta oscura de Inés. ¡Dios, dios y rediós!, ¡la muy puta se la iba a follar por el culo! Vi a cámara lenta cómo aquel dedo iba desapareciendo en el interior del culo de mi novia y estuve a punto de correrme con la mera visión.

 

Elsa comenzó un suave mete y saca que al parecer gustó mucho a la dueña del culo, pues comenzó a gemir, y más gemía cuanto mayor era la velocidad del dedo. Aquello no podía ser real, todas mis fantasías se estaban haciendo realidad una detrás de otra. No era mi cumpleaños, ni mi santo, ni nada de eso, pero aquel regalo era una puta maravilla.

 

Reduje un poco el ritmo de las embestidas y preparé una buena cantidad de saliva, la cual dejé caer sobre el culo de Elsa y luego la extendí con ayuda de mis dedos, hasta embadurnar bien el ojete de mi prima. Si ella se follaba un culo, yo no quería ser menos y me follaría el suyo. Intenté introducir uno de mis dedos pero aquello estaba muy cerrado. Palmeé con ganas el culo y la presión del esfínter se relajó lo suficiente para que entrara la punta hasta la primera falange. Mi prima forzó el trasero de Inés, hasta que un segundo dedo comenzó a sodomizarla a toda velocidad. La muy jodida gemía más y más fuerte a medida que le daban tras-tras por detrás.

 

Empecé a follarme el culito de mi prima con verdaderas ganas. Ella había llevado su mano libre hasta introducirla entre sus muslos y ahora se dedicaba a acariciarme las pelotas, a medida que estas se acercaban y se alejaban de ella.

 

Estuvimos así hasta que, por los gritos que daba, entendimos que Inés se estaba corriendo como una loca. Elsa extrajo los dos dedos del culo y rápidamente Noa se los introdujo en la boca mientras gemía poseída por el segundo orgasmo que se alcanzaba en la habitación.

 

Yo, a punto de reventar, no me lo pensé más y saqué el dedo del culo y la polla del coño al mismo tiempo. Aquella noche no iba a terminar sin que el gran Tyrion de Lannister se follara un culito.

 

Elsa, adivinando mis intenciones, pidió a Noa que me ayudara.

 

–Anda, tía, échale una mano que si no este me rompe el culo.

 

La rastas no se lo pensó dos veces. Se desnudó por completo y nos dejó ver su estupendo cuerpo. Si al quitarse el corpiño, había podido averiguar que las tenía pero muy bien, al verla completamente desnuda, salvo por las medias, me dieron unas tremendas ganas de comérmela enterita.

 

Noa se agachó delante de mi rabo y por supuesto detrás del culo de su amiga.

 

–¿Pretendes meterte todo esto?, ¿no será mejor que me lo meta yo?

 

–¡Tú, te metes un dedo, guarra! –respondió Elsa visiblemente ansiosa.

 

“Yo se la meto a la que sea, pero se la meto por el culo, hoy follo culo como que me llamo Pablo.”.

 

Noa se agachó y comenzó a lamer el prieto anillo al tiempo que me pajeaba con la mano. Luego cambió, y mientras me comía el rabo, introducía dos dedos dentro del culo de mi prima.

 

Finalmente terminaron los preparativos y tras sacar sus propios dedos del culo de Elsa, dirigió mi lanza hacia el objetivo que tenía que perforar. Entró, como un cuchillo en mantequilla caliente, como si aquel agujerito estuviera hecho para él. Era perfecto, las paredes se ajustaban presionando de una manera deliciosa.

 

La mano de Noa impactó en el culo de mi prima y ella en respuesta, movió sensualmente el trasero mientras suspiraba de placer. Luego la mano se apartó y masajeó la zona golpeada. Un súbito movimiento y esta vez fui yo quien recibió la palmada en mi propio culo. Aquello picó, pero no dejaba de tener su morbo. Luego el masajito y mi polla se introdujo un par de centímetros más. Noa estuvo un rato más así; palmeando y masajeando alternativamente mi culo y el de mi prima, hasta que por fin mis huevos chocaron contra el perineo.

 

Los azotes en el culo no me maravillaban, pero estaba dispuesto a eso y más, en tal de no sacar mi rabo de aquella cueva tan estrechita.

 

–Ahora despacito, la vas sacando y metiendo –dijo mi amiga, mientras se montaba a horcajadas sobre la espalda de Elsa con lo que dejaba sus tetas al alcance  de mi boca.

 

Bombeé con más ímpetu del que Noa me había dicho, pero es que era imposible contenerse, mientras taladraba el culo de mi prima y le mordisqueaba los pezonacos a mi amiga.

 

–Así, así, sigue –pedía Elsa, como si fuese necesario que me diera ánimos. Sentí el roce de sus dedos en las pelotas y supe que se estaba follando el coño con sus propios dedos.

 

Aquello era la leche, cada vez que lograba meter todo mi rabo dentro, el placer iba aumentando a medida que los gritos de mi prima pidiendo más y más subían de tono.

 

Por fin escuché un hondo suspiro procedente de la garganta de Elsa, y supe que se estaba corriendo toda ella. Aceleré y succioné con fuerza la media teta que tenía en la boca. Un volcán me recorrió desde el perineo, pasando por toda mi entrepierna y terminando en unas brutales palpitaciones en mi polla. Luego llené el culazo de Elsa de leche calentita y me retiré para recuperar el aliento, aún con la polla más dura que el cemento.

 

Noa se agachó rápidamente e introdujo la lengua en el interior del recto de Elsa, succionando todos los restos de la lechada. ¡Joder!, aquello sí era digno de una peli de porno duro.

 

De repente, sentí que algo más quedaba dentro de mi polla y apunté para cumplir otra de mis fantasías, si querían porno heavy lo iban a tener. Empalmado como estaba, el chorro de orina salió con una potencia descomunal, bañando todo el cuerpo de Noa y el culo de mi prima.

 

Mi amiga se puso rápidamente frente a mí y aferrando mi polla la dirigió hacia sus tetas y su tripa. Aquello sí que era un sueño hecho realidad. Elsa no tardó en darse la vuelta comenzando a acariciar el cuerpo de nuestra amiga mientras le comía los morros. Sus pieles brillaban por la meada en la que ambas se habían bañado al refregar sus cuerpos.

 

–¡Pablooo! –escuché que me llamaba Inés, como si lo hiciera desde muy lejos, al tiempo que la risa musical de Noa servía como banda sonora a su grito.

 

Miré a mi alrededor completamente desconcertado. En el interior del diminuto Kia de mi hermana viajábamos cinco personas: María, lógicamente conduciendo, con mi prima a su lado, detrás, Noa e Inés me flanqueaban. Esta última me miraba con cara rara mientras Noa no paraba de reír.

 

–¿De qué te ríes tanto? –preguntó Elsa girándose para mirarnos.

 

–Aquí el pableras, que no ha aguantado a que hiciéramos una parada técnica para ir al baño.

 

Miré mi entrepierna, la cual llevaba un rato mirando Inés visiblemente sonrojada. “¡Me cago en todas las cosas!”, exclamé para mis adentros al ver la mancha húmeda que empapaba mis pantalones.

 

Mi prima me miró y comenzó también a reír. Miré por la ventana, intentando desviar la vista de los rostros congestionados; el de Noa y Elsa por la risa y el de Inés, por lo que imaginé que era vergüenza. Allí, sujetas de la maneta del techo, colgaban mis mallas secándose con la brisa del exterior del coche.

 

Me jodían las risas, pero más me jodía que todo lo que había disfrutado, fuera simplemente un sueño. Con lo bien que me lo había pasado yo.

 

–Primero se le pone tiesa y luego se mea, qué cosas más raras sueña este chico –dijo Noa mirando a mi prima.

 

–¡Coño!, ¿también iba empalmado?

 

Mi amiga, ante el sonrojo de mi novia, asintió afirmativamente.

 

–De verdad que este chico es insaciable –concluyó Elsa, mientras mi hermana detenía el coche en la cuneta, junto a unos almendros.

 

María bajó y se dirigió al maletero del cual sacó mi mochila. Luego me hizo indicaciones para que la siguiera.

 

–¡Eh!, ¿dónde vais?, que se cambie aquí que le veamos todas –rio divertida Noa.

 

–Ya hace más de cuatro años que no te pasaba ¿no? –preguntó mi hermana en voz baja mientras nos alejábamos del coche.

 

–Ya sabes, la vejiga demasiado grande para mi pelvis.

 

María me revolvió el pelo como hacía siempre que sabía que me encontraba mal. Llegamos detrás de un almendro, lo suficientemente alejado del coche para evitar miradas indiscretas.

Me senté en una piedra y comencé a quitarme las zapatillas y luego los pantalones.

 

–No te preocupes, cuando lleguemos al albergue, te los lavo a mano y nadie tiene por qué enterarse.

 

–¡Ay! ¿Qué haría yo sin mi ángel de la guarda?

 

–Pues…, quitarte tú solito los calzoncillos –dijo tirando de mi bóxer hasta sacarlo por mis piernas.

 

Abrió su bolso y sacó del interior un paquetito de toallitas húmedas, con las que comenzó a limpiarme amorosamente.

 

–La verdad es que es enorme… –dijo enrojeciendo hasta la raíz del pelo.

 

–Pues no lo sé, no he visto muchas –mentí para ver que decía ella.

 

No dijo nada y continuó pasando la toallita por mis ingles y por mis huevos. Luego, tiró de la piel del prepucio y limpió el glande con muchísimo cuidado. Aunque no era el mejor momento, la mano de mi hermana, junto al recuerdo del sueño, hicieron que mi amiguito se pusiera firme.

 

–¡Pablo!

 

–Lo… lo siento…

 

Ella meneó la cabeza negativamente y se inclinó sobre mi polla, dándole un casto besito en la punta.

 

–Al final, tú, y tu prima, me vais a volver tarumba con todas vuestras locuras.

 

–Bueno, no hacemos daño a nadie, solo lo pasamos bien.

 

María se quedó mirándome muy seriamente y luego volvió a inclinarse, pero en esta ocasión, no me dio un casto piquito, abrió su boca y engulló toda la polla que le cabía dentro. Presionó con sus labios sobre mi tallo y con su lengua, recorrió toda la superficie del ciruelo.

 

Me miró a los ojos y luego cerró los suyos, concentrándose en la tarea. Aquella calidez, aquella humedad, aquellas lamidas, ni treinta segundos tardé en avisar a mi hermana de que me iba.

 

Ella me aferró de las caderas y aguardó la corrida mirándome fijamente a los ojos. Tras el cuarto trallazo, María separó sus labios de mi mástil y escupió todo mi semen en la toallita que había utilizado para limpiarme.

 

–¿Por qué? –pregunté sin salir de mi asombro.

 

–Necesitaba… quería… saber si era igual que con otro chico.

 

–¿Y bien?

 

–Ya hablaremos cuando estemos de regreso.

 

No comprendía nada, pero ¿realmente quería comprender? Aquello no había sido como mi sueño, allí había sentido una calidez y un… un… un… amor, que en los sueños no existía.  

 

El fin de semana fue un tostón, allí todo el mundo hablaba de elfos, enanos y hechizos varios. Al menos la comida y la bebida sí estuvieron a la altura, aunque la noche la tuve que pasar durmiendo castamente junto a mi novia y ni siquiera ninguna de las tres tuvo la consideración de cambiarse delante de mí, las muy desconfiadas se metieron en el baño para ponerse los pijamas.

 

Yo no dejé de pensar en los labios de María ni un solo segundo de aquel viaje. ¿Qué sería todo aquello?, ¿qué diablos ocurría? Al menos mi hermana había dicho que hablaríamos de todo eso al llegar.