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Escultural

en Lésbicos

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La hermosa estación de Rossio comenzaba a llenarse poco a poco de vida a pesar de la temprana hora. Constança se dirigió con su habitual paso tranquilo, hacia las grandes puertas de herradura que le dieron paso a una neblinosa mañana. Las brumas ascendían del Tajo por la plaza del Comercio hasta envolver la ornamentada fachada de la estación.

Con cuidado de no resbalar en el ajedrezado pavimento, tomó camino norte en dirección a su puesto de trabajo.

Se sorprendió al observar junto al obelisco, la figura aún difusa de Nuno. Nunca le había visto comenzar su actuación a una hora tan temprana. Desde hacía un año, solía tomar café a mitad de mañana con el joven artista. Le había parecido más personal invitar a desayunar al mimo que ofrecerle una fría moneda diaria.

Su atención en las húmedas baldosas, impidió que se percatase de la peculiaridad de la figura que permanecía junto al monumento central de la plaza. Se quedó boquiabierta ante la impresionante visión de la estatua en bronce de una bella joven. Aquello no era su amigo Nuno. Tampoco era una estatua de verdad, si bien le llevó unos segundos lograr esa certeza. La perfección del maquillaje y la inmovilidad corporal, convertían a la hermosa joven en un verdadero monumento.

Constança sucumbió a la necesidad de observarla detalladamente. Debía parecer idiota, allí detenida a un metro escaso de la mimo, pero aquella imagen ejercía una atracción fortísima de la cual no podía escapar.

Era increíble. Incluso el bronce adquiría tonalidades verdosas aquí y allá como si realmente estuviera envejecido. Arrebolada, apartó la mirada del desnudo seno de la muchacha para dirigirla a la balanza que sostenía en alto con una inmovilidad admirable.

–A Nuno… le solía… invitar a café… si tú quieres…. –Sintió la boca reseca. Estaba haciendo la tonta, allí detenida, hablando con una estatua. ¿Qué esperaba? ¿Que le respondiera? ¿Que le sonriera? ¿Que se arrojara a sus brazos? Definitivamente, no parecía estar muy inspirada aquella mañana. Cuando de hablar con una chica guapa se trataba, su estupidez crecía exponencialmente.

Constança creyó ver que aquellos enormes ojos pardos sonreían. Si a una chica así de guapa le dirán mil cosas al cabo de la mañana y tú has estado de lo más torpe, se recriminaba mentalmente la joven, mientras repartía planos y dípticos tras el largo mostrador de la Oficina de Turismo.

–No sé si lo tomas solo o con leche –preguntó la joven mientras dejaba dos vasos de plástico frente a la chica—. Imagino que descansarás en algún momento.

Por toda respuesta, la muchacha fijó sus pardas pupilas en el vaso que contenía el líquido más oscuro. Con el vaso en la mano, la joven se dejó caer pesadamente en el banco contiguo a la estatua. No le agradaba el café con leche pero haría una excepción.

–¿No te lo tomas? –quietud por toda respuesta. Por lo visto no se sentaría junto a ella como hacía Nuno.

Las tripas de Constança rugían cuando atravesó la plaza de los Restauradores en dirección al Hard Rock Café. Se detuvo un instante frente a la Justicia. El vaso de plástico que yacía a sus pies estaba vacío, por lo menos se había tomado el café que le dejó. Tras recogerlo del suelo, lo lanzó con desatino a una papelera cercana. Vaya manera de pretender lucirme, pensó la muchacha mientras repetía la acción tras recuperar el envase del suelo.

Cuando se giró hacia la joven, creyó ver que las comisuras de sus labios se curvaban ligeramente, insinuando una leve sonrisa. ¿Le habría sonreído? Parecía más sencillo detectar una sonrisa en la boca que en los ojos y aún así, no podía tener la certeza de que esto hubiera pasado.

Con cierto sigilo, observó la parte trasera de la broncínea escultura viviente. La luz del sol incidía en su desnudo hombro, provocando verdosos reflejos. Sus apretados rizos parecían una cascada sólida de denso bronce. Desde aquella posición, se apreciaba por completo la espada que asía en la mano, en la que se apoyaba disimuladamente. Dudaba de haber visto en su vida algo tan bello.

A la mañana siguiente, la joven se encontró admirando una representación distinta a la del día anterior. El cuerpo, el cabello y la túnica de la muchacha parecían terrosa arcilla. Los plácidos rasgos del día anterior habían mutado a un rostro de esfuerzo y determinación. En las manos portaba dos tramos de cadenas truncadas y oxidadas, único elemento que no presentaba el aspecto típico del barro cocido.

En lo personal, Nada o muy poco cambió. Constança creyó percibir un cambio en su mirada cuando depositó el café ante ella pero tampoco podría asegurarlo.

Al tercer día, una exquisita Victoria alada de alabastro, aguardaba inmóvil junto al obelisco. Vestía una minúscula túnica adherida a su cuerpo como si la transpiración la hubiera convertido en una segunda piel. La joven sintió un cosquilleo iniciarse en la parte baja de su vientre. El mecánico gesto de alzarse las gafas, Evitó que Constança fijara la vista en aquellas insinuantes curvas. En esos momentos, la ausencia de interacción dejó de incomodarla. El mero hecho de poderla admirar la perturbaba suficientemente.

Siguió con su rutina de depositar un café junto a los pies de la muchacha. Esta no modificó ni un ápice aquel rostro de anticipación que hoy le pareció más afilado que de costumbre.

A la hora de la comida, la muchacha volvió a acercarse a la mimo Con paso inseguro. Intentaba no mirar de frente las sugestivas formas que se mostraban, más que se insinuaban, tras la translúcida gasa de la túnica. Divertida, observó cómo una oscura mancha afeaba los blanquísimos labios.

No se atrevería. Sabía que aunque la idea podía no ser mala, no tendría valor para llevarla a cabo. Estuvo un rato paseando por delante de la escultura viviente, intentando reunir las fuerzas suficientes. La expresión de la joven no cambió lo más mínimo durante aquel titubeante deambular.

Más tarde, se preguntaría en muchas ocasiones, cómo reunió las fuerzas necesarias para dar aquel paso. Con torpeza, logró abrir el paquetito de toallitas húmedas que guardaba en su bolso. Aferrando una de ellas con manos temblorosas, se acercó hasta el rostro de la joven. Frotó suavemente el labio de la chica, allí donde el café había dejado su huella. Sentía cómo un sudor helado recorría su espalda mientras cada vez era más consciente del calor que emanaba la estatua. Esta, por toda respuesta, separó ligeramente los blancos labios, permitiendo que Constança limpiase con mayor comodidad la fina piel.

Una pensativa Atenea apareció el cuarto día. El material que había elegido para representar la sabiduría, era la plata. Toda ella refulgía bajo los primeros rayos de sol de una despejada mañana. Con el disimulo acostumbrado, la joven volvió a observar detenidamente el carnal monumento.

La osadía de la tarde anterior le dio alas para acercarse a mirar con atención el rostro de la chica, con cuidado de no tropezarse con la lanza sobre la que se apoyaba. Quedó perpleja al descubrir que todo su rostro estaba perfectamente realizado en fina plata.

–¡Ostias, hasta las pestañas! Menudo trabajón –La admiración artística de Constança era sincera, más allá de lo sugestiva que le pudiera parecer la muchacha. La espontaneidad de la joven provocó una amplia sonrisa de la argéntea Minerva.

Constança no cabía de felicidad; aquello sí había sido un pequeño triunfo. No sabía muy bien qué lograba con aquella victoria pero se sentía radiante.

Los días y las semanas se fueron sucediendo con aquella singular rutina: Justicia, libertad, Victoria y Sabiduría y vuelta a empezar. Podía contar con los dedos de la mano cuántas sonrisas había provocado en la guapa muchacha, pero ahí terminaban todos sus logros.

Con su acostumbrado paso cabizbajo, pendiente del dibujo del pavimento, Constança no se percató hasta llegar al obelisco, de la ausencia de su estatua preferida. Miró en derredor con una angustiosa sensación de vacío en el estómago.

Cruzó la plaza hasta la fachada del Hard Rock Café. Por allí pasaba mucha gente y tal vez la escultura hubiera decidido cambiar de ubicación. No la encontró allí ni tampoco en la puerta del hotel el Vip Eden.

Bajó apresuradamente hacia la plaza del Rossio, pasando por delante de la estación de trenes. Recorrió la plaza observando a todos los artistas callejeros. Incluso a alguno de ellos, los de semblante más amigable, llegó a preguntarles por la peculiar estatua.

-desazonada, tomó camino al Elevador de Santa Justa. Desde su parte superior podría ojear toda la Baixa e intentar descubrir a su joven artista. Ese día debería ir de Atenea por lo que el brillo de la plata la podría delatar desde aquella altura.

Compró el boleto y se introdujo en una de las cabinas rodeada de turistas alemanes y españoles. Cuando llegó al nivel superior, subió la corta escalera de caracol hasta la cafetería, donde tendría mejores vistas.

El café del desayuno, sabía hoy más amargo que de costumbre por la ausencia de su artista favorita junto al banco.

–¿no me has esperado a tomar café? Hoy tenía pensado invitar yo –Constança sintió erizarse todo el vello de su cuerpo ante el sonido de aquella voz, sabía que era ella. ¿Podía ser verdad? ¿Le hablaría a élla? Una joven, de larga y rizada melena azabache, tomó asiento a su lado.

–Me llamo Dulce –dijo la risueña muchacha mientras plantaba dos sonoros besos en las sonrojadas mejillas de Constança.

Nada hacía imaginar que aquella muchacha sencilla, vestida con sudadera y vaqueros, fuera la visión más hermosa que hubiese admirado hasta aquel momento, pero aquella amplia boca, de sonrisa sincera, tenía una belleza que no podía igualar las majestuosas poses mitológicas que había admirado hasta el día anterior.

Tal vez y solo tal vez, las cejas fueran demasiado pobladas. Quizás los labios en exceso carnosos. El rostro no era ovalado y delicado como el maquillaje lo hacía parecer. Pero Constança solo era capaz de ver aquella contagiosa sonrisa de blanquísimos dientes.

–Hoy no actuaste.

–Bueno… ayer por la tarde me surgió sustituir a una compañera en una obra de teatro. Ahora vengo del ensayo. Me hubiese gustado avisarte pero ya sabes cómo son los imprevistos…    

Aquella voz profunda y rasgada, sumía a Constança en una irrealidad tremendamente placentera. Pero, no volvería más. La realidad golpeó a la joven con extrema dureza.

–¿Volverás por la plaza?

–Bueno… lo cierto… que había pensado… como la función es a las siete… que… me gustaría que vinieses al teatro…

–¿Qué obra representáis? –pero si realmente no le importaba cuál fuese la obra, iría de todos modos.

–Bueno… se trata de un montaje experimental… arte conceptual…. Si te apetece podríamos ir a cenar tras la función.

¿Le estaba pidiendo una cita? Las palmas de las manos de Constança comenzaron a transpirar con profusión. Debía aceptar antes de que se arrepintiera.

–Me encantaría. Claro, si a ti te parece… bien.

–Ja, ja, ja, has estado velando por mí todo este tiempo, que menos que invitarte a cenar.

La representación fue un verdadero fiasco. Dulce apenas había podido ensayar su papel, por la escasez de tiempo libre. Constança, aunque lo intentó con ahínco, no logró captar el sentido del extravagante drama.

–Estás muy guapa con el pelo suelto. ¿Te has puesto lentillas? –preguntó Dulce mientras salía de los camerinos con la mochila al hombro.

–No… Tengo muchas dioptrías… en ocasiones, si no tengo que leer, me las guardo en el bolso.

La cena fue maravillosa. Ambas congeniaron a la perfección; no obstante, habían estado predestinadas por el alcahuete de Nuno. El sonrojo fue mutuo cuando descubrieron que Constança se había estado sincerando con el mimo durante el último año. Este conocía de la tímida muchacha todos sus gustos, temores, inquietudes, etc. Por su parte, Dulce había roto con su novia hacía seis meses. Nuno había esperado a notar cierta recuperación en el ánimo de su compañera, para insinuarle que cambiaran sus puestos. Esta decisión mosqueó a la escultura viviente, pues el puesto en la plaza de los Restauradores era mucho mejor que el que ella tenía hasta aquel momento.

Aquel metomentodo lo había preparado para que ambas chicas se conocieran, y por lo fluida de aquella cena, parece que había dado en el centro de la diana.

Constança inspiró con fuerza. Lo que debía exponer a Dulce era complejo y no sabía si le saldría como ella quería.

–Mira Dulce, esta noche… lo cierto es que me lo estoy pasando como en la vida. Eres simpática, guapa y muy interesante.

–¿Pero…?

–Pues que –carraspeo— eres la primera chica con la que he salido y no me gustaría parecer… ya sabes….

Dulce soltó de golpe todo el aire que aguantaba en sus pulmones. Había esperado escuchar: eres simpática pero… no eres lo que busco…

–Por mí no hay el más mínimo problema en poner la velocidad que tú quieras –con sus intensos ojos pardos miraba cariñosamente a Constança mientras acariciaba su mano por debajo de la mesa— aunque no te negaré que me encantaría probarte enterita.

Si durante la cena las hormonas de Constança habían estado alteradas, en cuanto entraron a la discoteca se revolucionaron por completo.

Cada mirada pícara, acompañada por una sonrisa por parte de Dulce, la perturbaba. Un roce de caderas mientras bailaban la trastornaba. El delirio llegó cuando la abrazaron por la cintura posando en su cuello unos carnosos y lúbricos labios.

Constança podría culpar al vino de la cena y al Ron de la discoteca. Podría refugiarse en la amplia destreza de Dulce con las mujeres, en lo mucho que había conectado con la joven artista, pero lo cierto es que en ese momento lo que más deseaba en el mundo era saber cómo se sentiría una en aquellos delicados brazos.

Deseaba entregarse a los besos de Atenea, a los brazos de la Victoria Alada. Quería ser por una vez ella la estatua para que Dulce hiciera lo que deseara con su cuerpo. Se debieron de transparentar sus pensamientos puesto que su labio inferior fue apresado por las tenazas más sabrosas que hubiera podido imaginar. Un beso digno del nombre de quien lo ofrecía, pausado, tierno y delicado.

Constança cerró los ojos y la muchedumbre, la ensordecedora música, dejaron paso al sabor de los labios de Dulce. Un centenar de hormigas recorrían su columna, mientras parecía que en su estómago se hubieran instalado una legión de mariposas. Algo en su interior explotó cuando sintió aquella cálida lengua adentrarse en su boca. Sus piernas parecían negarse a sostenerla, mientras que sus manos se habían vuelto rígidas como granito.

Ante el aparente consentimiento tácito de Constança, unas manos firmes y seguras recorrieron su talle estrechándola en un sensual abrazo.

–¿Voy demasiado rápido? –jadeó más que susurró Dulce al oído de su compañera de baile.

–Si… continúas… me matas… y si te paras… te mato yo…

–Y si te invito a la última en mi casa, ¿Quién crees que pueda morir?

Pasearon agarradas de la mano por las rectilíneas calles de Belem. Constança rezaba por que no fuera muy evidente la transpiración de sus manos. A cada paso que daban, se acercaban un poco más al piso de Dulce. Las mariposas de su estómago se convirtieron en murciélagos que arañaban y mordían sus entrañas.

–¿Estás segura de que quieres subir? No me gustaría fastidiar esto por ir demasiado rápido –preguntó Dulce mientras sacaba las llaves del bolso–. Yo es como si te conociera de toda la vida. Estas semanas te he podido observar detalladamente y tú apenas conoces nada de mí.

Aquellas calmadas palabras, acompañadas de una mirada franca y tierna, hicieron que se derrumbaran todas las barreras de Constança.

–Creo… que llevo esperando esto mis treinta años… Cada vez que te admiraba de justicia, con el pecho al aire, me moría por acariciarte. Cada vez que tu cuerpo se delineaba bajo la túnica de la Victoria, deseaba poderte abrazar y todos y cada uno de los días ansiaba probar los labios de mi escultura preferida.

Una vez cerrada la puerta del pequeño piso, Dulce se esmeró en cubrir de delicados besos las sudorosas manos de Constança. Multitud de caricias fueron necesarias para que el cuerpo objeto de las atenciones comenzara a mostrar cierta relajación.

La húmeda boca ascendió por la cara interna de los antebrazos hasta el pliegue del codo llenando de besos cuanta piel dejaba a su paso. Con deliberada calma, los cuerpos fueron acercándose al sillón que presidía el pequeño saloncito.  

Dulce fue la primera en sentarse, ofreciendo sus propias rodillas como reposo de las nalgas de Constança. Los labios se saborearon una y mil veces. Las lenguas batallaron en una guerra sin cuartel, en la cual no había ni vencedores ni vencidos. Las manos reconocieron a tientas las inflamadas carnes por encima de las ropas.

Una intrépida mano se introdujo bajo el suéter de Constança, acariciando la fina piel de la espalda de esta, mientras sus orejas eran objeto de tiernos besos y lametones que la conducían al paroxismo.

La segunda mano de Dulce tomó el camino frontal y atacó con decisión la calidez del vientre. Mientras sus labios descendían hacia el cuello de Constança, su mano ascendía al encuentro de aquellos gloriosos pechos. Las caricias fueron lentas, delicadas, tanto que más allá de lograr tranquilizar a ambas jóvenes, inflamaban más aún sus espíritus.

Constança atravesó la línea de no retorno. Desde aquel momento, tan solo podía continuar hacia delante y así lo hizo. Sentándose a horcajadas sobre las rodillas de su escultural compañera, ella misma tomó la iniciativa de deshacerse de su jersey al cual acompañó instantes después su sujetador.

Dulce dedicó lúbricos besos a los enhiestos pezones. Aquella zona que tan solo había recibido leves caricias de sus manos, tendría ahora las mejores atenciones que su lengua supiera ofrecer.

Posó delicadamente sus labios sobre la punta de los pezones, cubriéndolos de sensuales besos, lamió con lentas espirales ambas aureolas, culminando en las pétreas protuberancias, succionó ávidamente como si aquellos pechos fueran a desaparecer en un instante. Cada gemido exhalado de la garganta de Constança, la animaba a esforzarse más aún en sus atenciones.

Dulce debía repetirse una y otra vez que debía permanecer calmada. Todo su cuerpo anhelaba sentir que Constança se deshacía en un orgasmo brutal entre sus brazos. Deseaba morderla, quería comerla entera, necesitaba adentrarse en sus cálidas humedades.

Recostó a Constança de espaldas sobre el sillón. Continuó con los besos, descendiendo a su vientre, mientras las manos se afanaban por desabrochar los botones de sus pantalones .

El cuerpo completamente desnudo de Constança, se mostraba tumbado de espaldas sobre el sofá. Dulce, plácidamente sentada junto a su amiga, recorría cada curva de aquel cuerpo con la yema de sus dedos. La frente, la nariz, los finos labios, la varbilla, el cuello, el esternón…

–¿Sabes lo que te voy a hacer ahora? –Constança asintió levemente con el mentón—te voy a follar, porque me muero por sentir tu calidez en mis dedos, tu humedad en mis manos. Quiero que seas mía.

Dulce se aferró a la boca de la que sería su novia, con verdadera devoción. Sus inquietos dedos juguetearon con el recortado pubis mientras no tardaban en encontrar el cálido camino hacia el interior de Constança. Mientras sus bocas se devoraban con dentelladas húmedas y calientes, el pulgar de Dulce localizaba y torturaba el inflamadísimo clítoris. Dos de sus dedos dibujaban círculos sobre la entrada de aquella cálida caverna mientras que el pulgar, por solidaridad, circunvalaba la pequeña y endurecida perla.

Cuando Dulce sintió unas afiladas uñas clavarse en su espalda, supo que el ansiado orgasmo estaba próximo. Con dulzura pero con determinación, fue penetrando la ardiente vagina con sus dos dedos mientras que en su propia boca resonaban los suspiros emitidos por su amante.

Las piernas apretaron la mano de Dulce como si de tenazas se trataran, aferrándola a un ardiente horno. Los dientes de Constança se clavaron en los labios agenos, ahogando un alarido gozoso. Las uñas dibujaron surcos de pasión sobre el grueso jersey de la artista, que sentía en sus brazos las convulsiones de un orgasmo, que sin ser suyo, le había llegado hasta lo más hondo de su ser.

El aprisionado cuerpo se arqueó, preso de una exquisita tensión, reflejada en la fuerza con la que Constança apretaba los dientes y los ojos. Secos espasmos recorrieron los muslos y el vientre de la joven mientras sus pulmones se negaban a funcionar con normalidad.

Constança aún jadeaba tenuemente cuando su estatua favorita la tapó con un cobertor. Las emociones habían sido muy intensas aquel día. Sabía que se había angustiado al no verla en la plaza, que la había buscado por los alrededores. Luego, aquel fracaso de representación y aquella culminación nocturna.

Estuvo un rato observando a la dormilona, con aquel rostro que parecía más inocente que de normal, si eso fuera posible, con aquellas orejas de soplillo que tanto cariño despertaban en la joven mimo. 

Dulce se introdujo bajo el cobertor tras desnudarse. Abrazó a Constança por detrás sujetando a la joven por la cintura mientras sus pechos se aplastaban contra la calidez de la espalda y su nariz inhalaba tras la oreja de su bella durmiente. Inspiró con fuerza, queriendo evitar un creciente ahogo que amenazaba en convertirse en llanto.

¿Se habría enamorado?

La respuesta podría darla yo. Efectivamente, Dulce se enamoró de Constança, amor que fue totalmente correspondido por esta. ¿Fueron felices? ¿Comieron perdices? Las respuestas a estas preguntas quedan fuera de esta historia. Yo tan solo fui el instigador de que se conocieran. Si debían gustarse o no, si congeniarían, escapaba de mis maquinaciones. Suficiente tuve con explotar artísticamente la pequeña placita de Dulce, en la cual hacía un frío del demonio y la recaudación era una miseria, pero qué se le va a hacer, todo por una buena amiga o por dos, que aquí nadie me trae un café a media mañana.

Nota: La ambientación pertenece a la ciudad de Lisboa.

Dedicatoria: Son muchas autoras y algún autor los que han derramado sensibilidad en esta categoría, en especial para Mar.

Agradecimientos: A todo aquel que me ha corregido ortográficamente en especial para mmm, de la que agradezco sus correcciones aunque discrepemos radicalmente en cuanto a contenidos literarios.