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Celia 02 - En busca del orgasmo perdido

en Lésbicos

Marta era una mujer paciente, pero en ese momento y tras haberse organizado la montaña de informes que tenía por revisar, para tener libre a partir de las doce del mediodía y siendo la una, llevaba mas de tres cuartos de hora de brazos cruzados y con una ligera irritación.

Se volvió a abrir el ascensor de la primera planta de la comisaría de la Policía Nacional del distrito 10, y volvió a ver abatida como su amiga a la que esperaba, no salía del cubículo.

n      ¡Buenos días! –saludó Celia mientras descargaba una palmada en la cabeza de la inspectora de policía.

n      ¿Por qué no subes por el ascensor como todo el mundo? – Preguntó algo molesta Marta.

n      Por que entonces siempre me verías venir y nunca te sorprendería –respondió la menuda detective--, además así se me pone durito  el culo.

La inspectora Marta Torres, tras abroncar a Celia por su retraso, buscó en su bolso hasta extraer un teléfono, con el que realizó una llamada. Tras fruncir el ceño colgó y miró a Celia con intensidad.

n      Ahora a esperar media hora mas – dijo Marta--, la persona a la que tenemos que ver, está ocupada en estos momentos.

n      Pues, tomamos algo mientras tanto –dijo sonriente Celia, para rebajar la tensión--, vamos al Pirata a hacernos unas tapas que estoy muerta de hambre.

Celia se llevó una desilusión cuando vio que no se dirigían al Pirata, que era como una extensión de la Comisaría del distrito 10, donde se tapeaba de lujo. En cambio anduvieron más de cinco manzanas, hasta llegar a una oscura taberna de ambiente familiar.

n      Anda quítate un poco de ropa que pareces un esquimal –dijo Marta mientras tomaban asiento en la mesa mas discreta del local.

n      Inuits, no esquimales –rectificó Celia--, que parece que la empollona fuera yo y no tú.

Celia y Marta se habían conocido cuatro años atrás mientras cursaban el Master de Criminología. Marta había cursado Derecho en su ciudad natal, una pequeña capital de provincia y se había desplazado hasta la capital para cursar dicho master.

Lo cierto es que Celia conocía a la gran mayoría de los que se matricularon en Criminología, puesto que el Master se realizaba en la misma Universidad y Facultad en la que ella había cursado Derecho. La poca simpatía que le despertaban sus excompañeros de Derecho y las casualidades de la vida hicieron que ella y Marta se convirtieran en inseparables durante aquellos años y aún hoy en día, mantenían una estrecha amistad.

Eran polos opuestos pero tal vez por eso se encontraban tan bien la una con la otra. Celia se había criado en un minúsculo pisito de un barrio obrero con su abuela, con la que vivió hasta hacía dos años, la anciana había muerto dejándole en herencia el domicilio y algunos ahorrillos. Su madre sufría de trastorno bipolar y la solía ver un par de veces al año. En unas ocasiones para pedirle dinero y en otras para arrojarse derrumbada en sus brazos sollozando por lo mala madre que había sido siempre, a su padre no lo conocía ni su propia madre, a si que no le dio nunca mucho por pensar en aquel individuo.

Marta era el día si Celia era la noche. Era simplemente preciosa, con su metro setenta y su estilizada figura iría llamando la atención de no ser por lo sencilla que vestía y lo humilde que era en su comportamiento. De familia adinerada, sus padres vivían en un gran adosado con su hermana pequeña, un gran mastín y un Volvo familiar en el garaje, la familia idílica. Pero a pesar de todas las diferencias entre ambas chicas, se querían mucho y no pasaba más de una semana, sin que alguna echara de menos a la otra y necesitaran verse.

n      ¿Algo nuevo? –interrogó Marta arqueando la ceja izquierda.

Marta tenía un rostro ovalado de facciones muy dulces presidido por dos grandes ojos color miel. Cuando hacía lo de la ceja Celia pensaba que pretendía poner cara de tipa dura, pero lo cierto es que parecía una mala imitación de un presentador de la TV.

n      Si, tía –respondió Celia mientras terminaba de apilar toda su ropa de abrigo en una impresionante pirámide sobre la silla libre de su derecha—, hice un trío con dos sementales, guapísimos, riquísimos y romantiquísimos y me quieren poner un piso cada uno.

n      Tía, estás fatal de lo tuyo.

n      Fatal no, lo que estoy es salida –dijo Celia soplándose el flequillo a modo de fastidio--, que no me ligo nada que no esté de psiquiátrico.

n      ¿Y mi compañero Juan?, ¿Quedaste con el? –preguntó la inspectora de policía.

Celia se levantó de la silla y encogiendo los dos primeros dedos de la mano derecha, golpeó con los nudillos en la cabeza de Marta.

n      Yo sabía que algo se me olvidaba –dijo Celia mientras volvía a tomar asiento.

n      ¿Tan mal fue? Volvió a preguntar Marta.

n      ¡Tía!, me estuvo comiendo la oreja toda la puta noche de lo muy puta que era su exmujer –respondió Celia--, y no muy puta de fogosa no, puta de hija de puta, Que tío más cansino.

n      Perdona cariño, la próxima vez intentaré tener mejor ojo –dijo la joven policía mientras acariciaba mimosamente la cara de Celia.

n      Si lo que quieres es que me vuelva lesbiana, lo estás haciendo de cojones –suspiró Celia, la cual tenía el secreto convencimiento que su preciosa amiga gustaba mas de las mujeres que de los hombres y había aprovechado para pincharla a ver si conseguía que esta lo reconociera.

n      Pues mira tengo una compañera del gimnasio que seguro que estaría encantada de quedar contigo –sonrió irónicamente Marta.

Celia comenzó a contarle a Marta lo sucedido por la mañana en sus observaciones al edificio de oficinas del abogado Campos. Por supuesto ocultó el pasaje con el anciano octogenario.

n      Así, que te gustaría probar con una mujer y de paso que te estrenen la puerta trasera –rió abiertamente Marta.

n      Joder, joder, no te rías cabrona, que te lo cuento en plan confesión –refunfuñó Celia apretando los dientes—además no tiene que ser ambas experiencias al mismo tiempo.

n      Bueno veré que puedo hacer con respecto a ambos temas –susurró Marta con voz cómplice.

n      ¿Y tú, de sexo que tal? –preguntó Celia aunque conocía la respuesta de sobra.

n      Jajajaja, yo con mi chico y el trabajo tengo más que de sobra –por su chico Marta se refería a un Labrador Retriever, con el que compartía casa. Por lo que correspondía a su trabajo era la inspectora mas joven del departamento, tan solo hacía año y medio que había salido de la academia. Marta aprobó en la última convocatoria de oposiciones con la tercera mejor nota del país, a esas oposiciones también se había presentado Celia, pero estaba visto que lo suyo no eran los estudios, por que se quedó a 300 puestos de entrar en la academia.

n      Joder, no concibo que con tu cuerpo, practiques la abstinencia –suspiró Celia.

n      ¡Hola Sofía! –interrumpió Marta a la contrariada Celia, mientras se levantaba para recibir a la recien llegada. Se encontró con u una impresionante rubia vestida de uniforme policial Una rubia de las de verdad, no como su castaño claro o el de el ondulado y largo cabello de Marta, al que algunas personas denominaban rubio oscuro. Esta tía era rubia, rubia, y además natural, impresionantemente atractiva de rostro y con un tipazo que te caes para atrás.

Celia imitó a su amiga por cortesía, girándose para saludar a la persona con la que suponía había quedado Marta.

Sofía sonrió ampliamente cuando Marta le presentó a Celia y acto seguido le dio dos sonoros besos en las mejillas.

Cuando se hubo sentado la policía de uniforme, Marta agitó la mano en el aire para llamar la atención del camarero.

n      Dos cervezas y lo que pida la rubia –dijo Marta.

n      Yo por lo menos necesitaré un Gin Tonic, para subirme el ánimo –dijo Celia mientras esbozaba una pícara sonrisa—que me acabáis de bajar el autoestima a los pies con vuestra mera presencia.

La chica de uniforme alzó ambas cejas al unísono, como no entendiendo nada.

n      No le hagas caso, Sofía, que esta enana tiene complejos un poco absurdos –respondió Marta.

n      Gracias por lo de enana –dijo Celia— ¿Algo más? Paticorta, chata, plana, etc.

n      Va, no te hagas la víctima, que sabes que eres preciosa –contrarrestó Marta, al mismo tiempo que le sacaba la lengua a su mejor amiga.

n      Supongo que el sobre es para Sofía ¿No? –consultó la detective a la agente uniformada.

n      Si, es su hermana –respondió la inspectora de policía.

n      Pues te acompaño en el sentimiento –dijo Celia con tono serio, mientras alargaba un sobre color tabaco a la chica rubia.

Esta lo cogió y lo abrió con aire serio, se imaginaba perfectamente lo que iba a ver en las fotografías que le había entregado la joven detective. Pero como siempre pasa en estos casos la realidad supera a las expectativas y cuando tan solo llevaba vistas la mitad de las imágenes su cara estaba surcada por regueros de silenciosas lágrimas, que descendían hasta su mandíbula, la cual temblaba descontroladamente.

n      Lo mato, te juro que lo mato a ese hijo de puta –balbuceaba Sofía apretando enérgicamente las quijadas--, este no vive para volver a ponerle un dedo encima a mi hermana.

n      Mujer hay una cosa que se llama policía, son gente muy maja, disfrazados así como vas tu –intervino Celia con la esperanza de rebajar la tensión—también están los jueces, tipos secos también disfrazados.

n      Celia, cállate anda –recriminó Marta con sequedad.

Cuando se hubieron tranquilizado un poco a base de tragos de cerveza, decidieron que debían llenar el estómago de algo mas que no fuera zumo de cebada.

n      ¿Ella, nos ayudará? –preguntó Sofía, mirando alternativamente a Marta y a Celia.

n      ¿Quién, Celia? Ella está fuera de esto –respondió Marta algo intranquila.

n      ¿Fuera de que? –preguntó Celia— ¿No se os estará olvidando contarme algo?

n      Ya hablaremos tu y yo –dijo la inspectora mirando un poco abochornada a Celia—y tu mantén el pico cerrado Sofía, por la cuenta que te trae.

Celia no terminaba de olerse la tostada de aquello, pero era claro que algo se cocía allí. ¿Acaso aquellas dos pretendían darle matarile al cuñado de Sofía? Si hubiera tenido una hermana y a esta su marido le hubiese pegado las palizas, que el cuñado de Sofía le daba a su hermana, ¿Acaso no hubiera querido cargárselo? En el trabajo de detective se dice, que hay que saber lo mínimo de los asuntos turbios, con esta máxima Celia se dispuso a despedirse.

n      Supongo, que me invitareis a la comida –afirmó mas que preguntó Celia.

Sofía por un instante puso una cara confusa, para acto seguido sacar un sobre del bolsillo interno de la chaqueta.

n      Perdona Celia, con la mala ostia se me había olvidado pagarte –dijo la agente de policía algo abochornada por el olvido.

n      Nada, nada tía, ya me lo cobraré de alguna de las dos en carne –respondió Celia mientras empujaba el sobre de vuelta a su propietaria inicial.

n      Pero has estado un montón de horas de vigilancia –insistió Sofía, enrojeciendo visiblemente por el comentario de Celia.

n      Bueno, pues hoy por ti mañana por mi, quien sabe –filosofeó Celia.

n      ¿Quedamos esta noche a tomar algo? –preguntó Marta dirigiéndose a Celia.

n      Tengo una cita a ciegas, tía –dijo Celia sonriendo.

n      ¿A ciegas? –respondieron ambas policías simultáneamente.

n      Si, con un amigo de Isabel –respondió la pequeña detective—, ¿Recuerdas a Isabel?

n      Tu amiga del instituto –respondió Marta— ten  cuidado, no le abras la puerta a desconocidos y menos los vayas a meter en tu cama –dijo Marta con tono maternal.

n      Si, mami –rió Celia mientras daba dos besos a su amiga--, además le he obligado a que ella venga con nosotros.

n      ¿Cita doble? –ironizó Marta.

n      Si, ella con el memo de su novio, vamos un despiporre –respondió Celia mientras se terminaba de colocar el gorro de lana y los guantes—bueno si me necesitáis para algo mas, testificar ante el juez, etc. Me lo decís.

Mientras decía esto Celia no pudo dejar de reparar en las caras de Joker que ponían ambas policías, como preguntándose, ¿Un juez que será eso de un Juez? Cada vez aquello le olía mas a ajuste de cuentas, pero eso hubiera sido mas propio de la desastrosa e impulsiva Celia no de la organizada y correcta Marta. Con estos pensamientos en la cabeza salió Celia de la taberna en busca de una parada de Bus o Metro, cualquier transporte que le llevara a la oficina.

Lo que pretendía ser un portazo seco y contundente, se convirtió por culpa de la mala calidad del aluminio, en un portazo vibrante y bamboleante que casi acaba con la cristalera de la Agencia Fleming.

Ni los portazos me salen bien, pensó cabreada Celia, a medida que se alejaba en busca de la marquesina de la parada de autobús. Un trabajo de mierda, una carencia de buen sexo que rallaba en lo angustioso, una amiga ajusticiadora y probablemente corrupta y por si fuera poco un jefe jilipoyas integral.

Pensaba que sabía hasta que punto Cristóbal podía ser invecil del culo, pero aquella tarde le había sorprendido superando cualquier expectativa de idiotez. Será que se ha leído las novelas de Milenium y cree que soy su Lisbeth Salander particular. Pensó Celia.

Su jefe le había encomendado descubrir quien hacía acoso cibernético a una niña de 15 años. Había asegurado a la mamá de la chiquilla, que en su Agencia tenían ha la persona indicada, experta en informática, redes sociales, etc. Pero será tarugo, el analfabeto digital, piensa que por tener Facebook y hacer las presentaciones de la Agencia soy experta en informática.

Aún rezaba por lo bajo cuando llegó al bar de Ceferino, el cual estaba abarrotado a esas horas como todas y cada una de las tardes de invierno, salvo claro los Domingos, por que Ceferino era muy de su Real no se que, un equipito de capital de provincia de la parte baja de la clasificación y se negaba a comprar en el canal de pago cualquier partido de los equipos importantes del país y muchísimo menos de los dos equipos importantes de la ciudad, en su bar se veía a su equipo o no se veía nada, así que los días de fútbol el bar se quedaba casi vacío, cuestión esta que encantaba a Celia.

n      Un Gin Tonic Cefe –pidió la joven saltando sobre un taburete—y un cenicero.

n      ¿Es que fumas Celia? –preguntó Manu.

n      Tabaco no, Manu, es para tirar el chicle –respondió la chica mientras se giraba en su banqueta—, dame uno para esta noche.

n      ¿De cual? –respondió el joven mostrando una ristra de papeletas de los ciegos.

n      Si te digo que del que toque será muy manido, ¿No? –preguntó Celia.

n      ¡No, que va! será de lo mas original que me hayan dicho últimamente –rió el vendedor de cupones—, igual de original, que si yo te respondo, que si quieres que te toque algo te puede tocar el ciego y a ti te tocaría encantada.

n      Respóndeme a una pregunta –dijo Celia mientras pagaba los dos boletos-- ¿Eso tuyo es natural o te pones un par de calcetines por la mañana?

El muchacho ciego puso una cara extraña de total incomprensión. La hija de Ceferino reía quedamente tras el mostrador.

n      Coño Manu, ¿El paquete que te gastas que si es todo tuyo o te pones relleno? –Dijo descarada Laura.

Manu comenzó a palparse la entrepierna, sonriendo.

n      Tendrás que descubrirlo por ti misma, --dijo el invidente--, no eres investigadora, pues investiga.

Celia hubiese jurado al oír a Laura que el chico ciego se sonrojaría y en la vida entraría al trapo, pero si el entraba ella no se iba a quedar atrás. Con resuelta determinación posó suavemente su mano sobre el enorme paquete del joven, y lo acarició descendentemente. Vaya con la herramienta que se calzaba el colega.

n      Un consejo, cariñito –dijo Celia juguetona—ponte pantalones más holgados que eso de ahí está sufriendo.

n      Y como sigas así va a sufrir bastante mas –dijo desde la otra punta de la barra,  un Ceferino risueño.

Celia se percató de que les miraban la mitad de los parroquianos del bar e inmediatamente soltó el paquete de Manu.

n      Ahora no estoy trabajando como para investigar un enigma tan grande, pero estate tranquilo que lo investigaré –dijo Celia entre carcajadas—, que parece de verdad pero a lo mejor engañas.

Todos los que estaban atentos a la conversación rieron, hasta el propio Manu.

n      ¿Si, quieres investigar después de cenar? –susurró Manu mientras se acercaba a pagar su cerveza.

n      ¡Coño! ¡Que vas a meter la manga en los calamares en su tinta! Gritó Celia mientras agarraba por la manga al muchacho—, es que no te fijas jodío, bromeó Celia con el ciego.

n      Si, es que hoy no me he puesto las gafas de cerca –continuó la broma el vendedor de loterías.

Celia sintió como le metían un dedo en el ojo y se giró encolerizada hacia el ciego.

n      Pero que haces energúmeno –gritó Celia con enojo más fingido que real--, que me vas a sacar un ojo.

n      Perdón que te quería atizar en la cabeza –rió el joven--, a ver si así dejas de darle de picar al perro.

n      ¿Y tu como sabes…?--preguntó la investigadora.

n      Por que aún no le he enseñado a comer con la boca cerrada –bromeó Manu.

n      Serás gay –dijo Celia--, un pibón sobándote el paquete y tu pendiente de que le doy de comer a tu chucho.

Celia se quedó aún un rato mas armándose de valor, para subir a su casa a cambiarse y dirigirse a su cita a ciegas, las ideas de Isabel no la dejaban nada tranquila y temía el regalo de aquella noche.

n      ¿Otro? –preguntó Laura.

n      Nop, creo que otro sería ya demasiado, será mejor que suba a cambiarme –respondió una alicaída joven.

n      ¿Sales de marcha?

n      Salgo –respondió Celia--, lo que no se es si habrá mucha marcha.

n      Cuando quieras te puedes venir conmigo y con mis amigos –invitó la joven camarera.

n      No es por ofender Laurita, pero tus amigas son todas unas chonis salvo contadas excepciones.

n      Que clasista que eres Celia, como eres toda una licenciada –se enojó Laura—, pues nos lo pasamos de puta madre con el botellón y por na de pasta.

n      Perdona Laura, es que no me ha ido muy bien el día –suavizó Celia con un tono cariñoso, a pesar de que estaba Arta de la misma discusión con la chiquilla día si día no—tu me presentas a un amiguete tuyo que esté potente y te prometo que me voy de marcha con vosotras.

La cerveza se le comenzó a subir a Celia, nada mas comenzar la tercera copa, la comida Árabe no le entusiasmaba y había cenado escasamente picoteando de un plato y otro.

n      Pues como te decía Dafne –dijo Roberto, la cita a ciegas de Celia--, las Driades no son invención de Tolkien, ni de Sapkowski, ni de ningún escritor freaki de fantasía, son originarias de la mitología griega y son un tipo de Ninfa, la más famosa de ellas fue Dafne, bla, bla, blá.

Como se puede atrever a denominar a alguien como freaki este zumbao. Joder el tío no ha parado ni para echar un trago a su cerveza. Lo de piropearme llamándome Driade pase, pero hacerme una disertación sobre la mitología griega, pues como que no.

n      Perdona Roberto –dijo Celia-- ¿Te vas a terminar la cerveza?

Celia no esperó respuesta puesto que su hipotético acompañante tampoco había advertido la pregunta. Estaba disertando con ángel el novio de Isabel, sobre el mundo Marvel y comparándolo con el de los mangas. La cerveza estaba algo caliente pero no le importó, a ver si conseguía emborracharse para poder soportar aquello con algo de humor.

n      ¿Me acompañas al aseo? –dijo Isabel.

Cuando llegaron al baño Isabel miró con ojos de cordero degollado a Celia.

n      No sabes como lo siento, ángel me dijo que era muy culto, profesor de facultad –Isabel incómoda por la situación intentaba justificarse.

n      Joder tía por su edad debe ser el decano de los profesores –dijo Celia mientras se soplaba el flequillo--, pase que esté gordo y calvo, pero es que es insoportable.

n      Ya tía si te doy la razón –resopló Isabel angustiada—si quieres en cuanto traigan el café decimos que te encuentras mal y nos vamos las dos solas de marcha.

n      Buf, ¿Y a mi quien me come el chichi? –dijo Celia mientras se secaba con un trozo de papel la entrepierna tras haber orinado—, tenía que hacer que me satisficieras tu, por mala amiga.

n      Mujer, puedes intentar emborracharme y abusar de mi, quien sabe, una noche loca la tiene cualquiera –dijo entre risas Isabel.

En el más frío invierno no hay nada mejor que bailar en una discoteca atestada de gente, a las tres de la madrugada y con varios Gin Tonics en el cuerpo, para entrar en calor. Celia intentaba a pesar del mareo creciente, imprimir a su baile, movimientos sensuales y cadenciosos. Otra cosa muy distinta es que lo lograse. Cerca de ella, Isabel algo más alta y corpulenta sin llegar a ser gorda, se apoyaba en una columna, sin el más mínimo resuello para continuar el baile.

n      ¿Como vas? –preguntó Celia a gritos, acercándose a la oreja de su amiga.

n      Bien, bien el puntito nada mas, controlo tía –balbuceó una ebria Isabel.

Por fin los insinuantes movimientos de Celia habían surtido efecto. Un chavalote de más de metro noventa se contoneaba a milímetros del trasero de Celia. La joven se recostó un poco más para incitar al chico a avanzar en sus roces. Un poco mas atrevido por esta insinuación el alto joven, agarró suavemente de las caderas a Celia y le frotó su endurecida entrepierna por los riñones. Viendo que de esta manera no conseguía su objetivo de manera plena el muchacho flexionó ligeramente las rodillas para ajustar su verga al trasero de la muchacha.  Con lo hipersensible que tenía su nabo, el muchacho no tardó en disfrutar de las redondeces de las nalgas de Celia, la cual realizaba ligeros

 Movimientos a izquierda y derecha para notar mejor la dureza del joven.

El chico intentó acercar sus labios al cuello de la joven, pero como esta se había puesto un ajustado suéter de cuello cerrado bajo el vestido de lana, decidió cambiar de estrategia y comenzar a lamer y succionar los lóbulos de las orejas de la chica. Viendo que introducir las manos bajo aquel vestido grueso, sorteando la camiseta o los leguins de la muchacha iba a ser tarea imposible comenzó a masajear los pechos de la joven por encima del vestido.

Celia sintió como el reguero de sudor que descendía por su espalda hasta introducirse entre sus nalgas, adquiría una gelidez ártica. A este súbito frío se le unieron un cosquilleo en el estómago que descendía peligrosamente hacia su entrepierna, donde con un calor abrasador intentaba compensar los escalofríos de su espalda.

El magreo de sus senos por parte de aquellas manazas enormes, estaba logrando un endurecimiento a ritmo vertiginoso de sus pequeños pezones. Celia se moría por poderse desprender de la ropa y amorrar aquellos labios que tan buen trabajo estaban haciendo en sus orejas y quijada, a sus enhiestos pezones.

Celia ojeó a su alrededor en busca de mirones, la posición de Isabel les protegía de gran parte de posibles miradas indiscretas de un lado y del otro el tamaño de su adquisición masculina hacía que fuera difícil mirar por detrás del joven y poder ver alguna cosa.

Sintiéndose protegida Celia se animó a coger una de las manos del chico, separándola de su pecho derecho y bajándola hasta su calentísima gruta del placer. El grosor de los léguins no permitía una penetración sobre la tela, pero el frotamiento de los dedos del muchacho la estaban llevando irremediablemente a las puertas de un orgasmo.

La humedad de Celia rebasaba su ropa interior para mojar los leguins color berenjena que llevaba puestos. Estaba tranquila por las posibles consecuencias puesto que su grueso vestido negro ocultaría cualquier problema, pero dios como le gustaría en ese momento poderse desprender de toda la ropa.

El joven subió ligeramente la parte trasera del vestido de Celia ingeniándoselas para discretamente introducir una mano bajo la ajustadísima prenda morada. La mano izquierda del muchacho avanzaba desde el trasero de la joven amasando hora los glúteos hora introduciéndose bajo el tanga avanzando inexorable hacia el volcán de fuego húmedo que tenía la chica entre sus labios mayores.

Su mano derecha que antes había estado sobre el pubis de Celia se introdujo como buenamente pudo entre la goma de los leguins, buscando con algo de torpeza poderse introducir bajo la ajustada camiseta de un oscuro tono morado a juego con la parte inferior.

Celia decidió que tenía que poner algo de su parte, no fuera a quedar de tía egoísta. Alargó su mano derecha hacia atrás agarrando por encima del pantalón el endurecido miembro del fogoso joven.   

La mano derecha del muchacho acariciaba con pericia la zona del perineo de la joven introduciendo de vez en cuando la primera falange de uno de sus dedos en la vagina de la chica, la posición forzada desde atrás y la goma de las prendas interiores de Celia dificultaban una mayor penetración entre los muslos de Celia y por tanto el clítoris de la chica quedaba libre de los tocamientos del muchacho, Celia no estaba muy conforme con esta situación por lo que ella misma comenzó a frotarse por encima de los leotardos.

La mano izquierda del joven no llegaba mas allá del estómago de Celia por lo que este, se tenía que conformar con acariciar el vientre y ombligo de la chica. A todo esto Celia manipulaba con entusiasmo creciente la polla del muchacho. Su punto de excitación había ascendido vertiginosamente desde que había comenzado ella misma a trabajarse su botoncito, mientras las penetraciones en su horno interior por parte del muchacho arreciaban introduciendo ahora dos dedos hasta la segunda falange.

Ambos se devoraban las bocas, comprobando el joven con la punta de la lengua la salud de las encías de Celia, mientras esta jugueteaba a morderle al chico su lengua. La humedad que desbordaban sus labios y lenguas desbordaba por sus carrillos y barbillas, manifestando gráficamente el nivel de excitación de la pareja.

En un arrebato pasional, Celia decidió deslizar la cremallera de los pantalones del joven, intentando acceder a su endurecido miembro. Ante los esfuerzos infructuosos de Celia, el joven decidió retirar su mano derecha del estómago de la chica para ayudar a esta en la tarea de liberar su nabo. En cuanto Celia posó su cálida mano sobre la suavidad sedosa de la polla del muchacho un ardiente volcán entró en erupción escupiendo lava como si se tratase del Vesubio. Celia pensó en un arrebato de estupidez que su vestido en unos minutos estaría tan acartonado como la ciudad de Pompeya, puesto que la corrida del muchacho había ido a parar al lateral de la falda del vestido.

Entonces Celia creyó morir, con un movimiento rápido el muchacho extrajo la mano izquierda del interior de los muslos de Celia y agarrando el bajo del vestido de esta se limpió pulcramente la verga. Tras esta insólito comportamiento, posó un casto beso en la mejilla de Celia.

n      Ha sido un verdadero placer –susurró al oído de la investigadora.

n      ¿Cómo? –pudo articular Celia, que se había quedado inmóvil.

El joven se perdía ya entre la marabunta de gente. De verdad que estaba muy bueno, alto, moreno y de cuerpo atlético, pero que me parta un rayo, pensó Celia, si he conocido en mi vida tío con la cara mas dura.

n      ¿Tu que coño miras invécil? –insultó Celia a una chica morena que la miraba con una amplia sonrisa.

n      Yo que tu me pondría bien el vestido, insultando con esa pinta pierdes agresividad –se mofó la joven, que seguía mirándola de manera divertida--, tranqui no eres la primera al que ese hijo de puta le hace la púa.

n      ¿A ti también? –interrogó Celia mientras se adecentaba lo mas que podía.

n      Ya te digo, entran ganas de matarlo –dijo la chica mientras tendía la mano izquierda a Celia.

Celia se miró la mano derecha embadurnada de semen y comprendió de súbito por que la chica le ofrecía su mano izquierda. Mientras estrechaba su mano, con la mano libre la joven le ofreció un pañuelo de papel para que Celia se pudiera adecentar la mano derecha.

n      Cuando he visto a ese invecil, ya estabais muy calientes y no hubiera servido de nada avisarte –dijo la chica a gritos en el oído de Celia.

n      Imagino que no hubiera atendido tus advertencias –respondió Celia.

María  que era como se llamaba la morenita de pelo corto y Celia congeniaron bien. María le contó que ese invecil hacía lo mismo cada semana, buscaba a alguna chica en un rincón que estuviera sola o con compañeras borrachas para que no le engancharan y le atizaran y comenzaba con su espectáculo.

n      ¿pero no entiendo? –preguntó Celia—que le hubiera costado terminarme.

n      Pues  por putear directamente o por reírse de nosotras o vete a saber si tiene algún complejo el idiota –rió María.

Tras ver el estado en que se encontraba Isabel, la detective decidió invitar a María a terminar la juerga en su casa alegando que su amiga se iba a desplomar de un momento a otro y que con la falda llena de semen tampoco estaba en condiciones de seguir de garitos.

Una vez hubieron entre ambas jóvenes, acomodado sobre la alfombra el cuerpo inerte de Isabel, la cual comenzaba a emitir suaves ronquidos, síntoma de que se encontraba a las mil maravillas, se acomodaron en el pequeño sofá del pisito de Celia.

n      ¿Qué tomas? –preguntó Celia a su nueva amiga.

n      Lo que tú tomes estará bien –respondió coqueta María.

n      Eso ha sonado a ligón de discoteca –rió Celia mientras se levantaba hacia el mueble bar— ¿no estarás intentando ligar conmigo?

n      Viendo las miradas que me hechas, yo diría que a lo mejor eres tu la que quiere sofocar el calentón de ese idiota conmigo –rió a su vez María.

Celia de pié con una botella de Ginebra barata miró a María a los ojos, con aire pensativo.

n      Pues a lo mejor luego me cortaba, pero con el calentón que llevo no te diría yo de apagarlo contigo –dijo con una sonrisa tímida Celia--, además es de esas fantasías que siempre me he prometido que tendría que realizar.

n      ¿AH que fantaseabas con que un capullo te calentara, para que luego una chica te sofoque el fuego? –preguntó irónica María.

n      No capulla, que siempre he fantaseado con tener el cuerpo de una mujer entre mis manos –respondió haciéndose la enojada una Celia a punto de la risa.

Celia sirvió los dos Gin Tonics, y se sentó de lado en el pequeño sofá, mirando a María de frente, la cual ocupaba una posición simétrica a la de Celia.

Celia propuso un brindis, por los buenos orgasmos provengan de donde provengan, al que se le sumó una entusiasta María.

n      Bueno, ¿Lo intentamos? –preguntó María.

Celia sujetaba su baso de tubo con la mano izquierda mientras se acodaba con el brazo derecho en el respaldo del sofá. Con una mezcla de indecisión y ansiedad desplazó su mano derecha desde debajo de su mentón, hacia el rostro de María. Acarició con sensualidad las mejillas de la morena, hasta que vio que esta se relajaba y cerraba sus ojos. La investigadora aprovechó para retirar con delicadeza las estilizadas lentes que llevaba María y dejarlas sobre la mesita de café. Acariciaba los mofletes de la chica con la palma de la mano, mientras delineaba sus labios con la punta del pulgar. De pronto Celia se sorprendió a si misma, llevaba ya unos segundos acariciando la cara de la mujer, sin atreverse a dar el paso definitivo. Con decisión fue retrasando la posición de su mano hasta colocarla en la despejada nuca de la morena. Con un súbito anhelo se acercó a la boca de esta y besó tiernamente los carnosos labios de la joven. Celia no tenía unos labios muy jugosos pero se apañó bien para masajear con ellos primero el labio inferior de María y luego su labio superior.

La morena mientras Celia succionaba su labio inferior extrajo la punta de su lengua para acariciar con ella el labio superior de Celia, la cual cada vez se entregaba más al tierno beso. Cuando la pequeña detective sintió la lengua de María, no pudo por más que alzar ligeramente la boca para permitir que su propia lengua ávida de contacto buscase a la de su amante improvisada.

Ambas lenguas chocaron, como dos trenes de mercancías, para al poco tiempo apaciguarse en una serie de caricias lentas, húmedas, pausadas, delicadas.

Celia comenzó a jugar con su amiga, movía con desesperante lentitud su apéndice por los carrillos de la morena, para más tarde dirigirse a  sus muelas, luego a sus encías, para culminar buscando debajo de la lengua de María. Esta perseguía como podía la humedad de la lengua de Celia, intentando que esta no huyera de su propia calentura. Se persiguieron, se enfrentaron, pelearon desaforadamente y se rozaron con timidez con caricias sedosas, cálidas, tiernas e infinitas.

Ambas parecían extasiadas en el beso, sin reparar en que tenían dos manos y un par de cuerpos para los pecados más inconfesables.

María despegó con cierta pereza sus labios de la boca de Celia, para descender  por el mentón de la joven investigadora, dejando tras el paso de su lengua un reguero de saliva. Cuando llegó a su mandíbula ayudada por sus labios y la punta inquieta de su lengua comenzó un camino ascendente por su quijada en busca de la oreja de celia.

María chupó, lamió, succionó el lóbulo de la oreja de Celia. Con pasmosa lentitud recorrió el perfil de la oreja con la punta de su lengua haciendo espirales que sin prisa pero sin pausa dirigían el húmedo apéndice hacia el interior del oído de Celia. Esta no pudo reprimir un suspiro exhalado desde lo mas profundo de su ser cuando la cálida lengua de María jugueteó con la entrada a su oído.

Celia no podía haber imaginado nunca que se pudiera llegar a tales niveles de excitación con tan solo un beso. Decidió sacar fuerzas de flaqueza y abandonar su laxitud para corresponder a tan delicioso tratamiento labial con caricias en el muslo de María. Con decisión se llevó el baso a los labios vaciando su contenido de un largo trago, para posteriormente arrojar el baso en la alfombra, el cual rodando fue a detenerse en la cara de Isabel que ajena a todo seguía durmiendo la mona sobre la alfombra.

Posó Celia su mano sobre el muslo de María, el calor que desprendía la pierna unido a la sedosidad de los pantys encendieron en Celia unas adictivas ganas de acariciar, tocar, apretar, amasar. Los muslos de María eran deliciosos, torneados sin ser musculosos y tiernos sin ser blandos.

La chica morena había cambiado de oreja dedicando antes un sutil recorrido con la punta de su lengua por las pestañas de Celia. Se afanaba ahora en introducir su apéndice en el interior del oído de la joven bajita.

Celia estaba al borde de empezar a echar humo por las orejas de lo caliente que tenía estas, que avían adquirido un color rojo intenso, y del propio calor que pugnaba por escapar de su interior.

Celia meditaba cual sería su siguiente jugada. Podría apoyar a María en el respaldo y subirse a horcajadas de su nueva amiga, podría hacer el movimiento inverso o intentar en esa misma posición ir poco a poco liberando a la joven de algo de ropa. Optó finalmente por esta última opción, no fuera a ser que con los cambios de posición se fuera a romper la magia.

Mientras la mano que tenía sujetando todavía la nuca de María descendía hasta la cintura de esta, su otra mano se peleaba con el inicio del jersey de la chica. Cuando con ambas manos tubo asido el borde de la prenda abrió los ojos para interrogar mudamente a su amante. Puesto que María no cejaba en sus apasionados besos, Celia decidió comenzar a subir la prenda de la joven atenta a cualquier indicación de que iba demasiado deprisa. Cuando el jersey se encontraba enrollado bajo las axilas de la morena, Celia asió con delicadeza las manos que la abrazaban para alzarlas y posibilitar que la prenda continuara ascendiendo.

María dejó de besar a Celia en el comienzo de su cuello para mirarla fijamente. Con un levísimo asentimiento María se quitó ella misma el jersey, haciendo lo propio con su fina camiseta de tirantes. Celia posó su dedo índice sobre los labios de María, la cual depositó en la punta un leve beso, como confirmación de que todo aquello iba bien. Esto tranquilizó a la joven detective que se animó a realizar un suave camino de descenso de su dedo. Comenzó por acariciar el mentón de la joven, para lentamente y mientras esta reclinaba la cabeza hacia atrás, descender por el fino cuello en busca de la unión de las clavículas de la morenita. Se detuvo un momento como meditando si seguir su descenso o desviarse a derecha o izquierda, finalmente decidió dirigirse con amorosa suavidad en dirección al hombro derecho mientras delineaba por encima de la piel la clavícula de la joven. Cuando el tirante del sujetador obstaculizó el avance del pertinaz dedo, este lo empujó con decisión haciendo que el elástico descendiera por el brazo de María.

Celia retiró el dedo y depositó un tierno beso en el hombro de su amante, luego y con ayuda de la lengua hizo el recorrido de regreso hasta el comienzo del esternón. Una vez en el centro realizó el camino de la izquierda pero en esta ocasión de manera inversa, fue hacia el hombro con la lengua, empujando con esta el tirante del sujetador, para retornar zigzagueando con su dedo índice por encima de la clavícula.

Cuando su dedo regresó al esternón de María, el pulso de Celia se aceleró, ahora ya no había otro camino que bajar hasta sus pechos, la sensación de apremio creció en su corazón, el cual martilleaba en sus oídos y en su pecho como si fuera a despertar a todo el edificio.

Comenzó a descender suavemente por el canalillo de la chica rozando con delicadeza primero un pecho y luego otro, no era un canalillo tan estrecho como para poder rozar ambos pechos surcándolo por su interior. Entonces cualquier reparo, tabú, o reserva que aún anidara en Celia se rompió en mil pedazos y con la mayor ternura del mundo mientras posaba sus labios sobre uno de sus pechos con una mano bajó ambas copas del sostén de María.

Celia pensó que se iba a correr de tan solo besar aquellos pechos, su olor a piel caliente, limpia y sedosa, su tacto, ¿Con que podría comparar un tacto como aquel? terciopelo, seda, cualquier comparación era fútil. Su sabor entre dulce y cálido la embriagaba hasta tal punto que creyó perder la razón.

Mientras tanto María jugueteaba con las orejas de celia dándoles suaves masajes y pequeños tironcitos como incitando a Celia a acercar mas su boca a sus pechos si aquello hubiera sido posible.

A medida que Celia se acercaba con sus besos al centro del pecho de María comenzó a sentir en su mejilla la dureza del pezón de la chica, aquello si aún era posible la enardeció mas y comenzó entonces a besar y lamer aquel seno con verdadera voracidad, no tardó en aferrarse al pezón y con movimientos circulares de su lengua contornear la aureola del mismo. A medida que su excitación crecía, su necesidad de obtener más de aquel pecho, de tenerlo más dentro de su boca, de saborearlo más intensamente, se acrecentaba con la misma intensidad. Tras juguetear con la punta de su lengua sobre y alrededor del pezón y la aureola, comenzó a llevar a cabo lentos y profundos lametones, aplastaba cuanta lengua era capaz de sacar de la boca sobre toda la superficie del pezón. Ansiosa por probar mas cosas, inició un leve movimiento de succión, sujetando con dulzura el pezón entre sus dos labios., los jadeos intermitentes de María la animaron a arriesgar un poco más y modificó la succión por una más enérgica realizada con la presión del labio superior y la lengua. Celia estaba embriagada, no tan solo por la cantidad de Gin Tonics, si no por aquel tacto, aquella tersura que notaba en sus labios y mejillas, embriagada por aquel olor a ternura, a calidez, por aquel sabor a prohibición, a cariño y pasión.

Cuando las suaves succiones se le hicieron insuficientes a Celia, comenzaron los pequeños mordiscos, las profundas succiones sobre el pezón, incluso en un arrebato de pasión la joven intentó succionar con la boca abierta cuanto pecho le cupo dentro de la misma, lo cual debido al generoso tamaño de las tetas de María y su pequeña boca no fue mucho, si bien el gemido, mas parecido a un aullido, de María la colmaron de seguridad en si misma y de orgullo.

Mientras esto hacía Celia con uno de los pechos de la joven morena, el otro era insistentemente amasado, acariciado, pellizcado, contorneado, por la hábil mano de la detective.

María mientras tanto acariciaba la espalda y el pelo de Celia, pero viendo que aquella postura no era la más idónea para dos amantes, decidió reclinarse sobre el sofá subiendo las piernas al mismo, entre las cuales se acomodó Celia sin dejar su labor en la que estaba tan concentrada.

n      ¡Para un segundo! –dijo sofocada María—Que nunca me he corrido sin que me toquen abajo, pero como sigas va a ser hoy la primera vez.

n      ¿Y eso sería un problema? –preguntó Celia mientras separaba sus labios del pezón de María al que durante unos segundos la unió un hilillo de saliva.

n      No, pero después de lo del capullo de la discoteca, imagino que no tendrás problemas en que yo te de un poquito a ti –susurró María—a sí, que esa ropa se va fuera ahora mismo.

Celia no se hizo derrogar, con agilidad se puso de pie y a la pata coja se fue deshaciendo de sus botas. Luego cogiendo el vestido de lana por los bordes se lo sacó por la cabeza de un movimiento rápido y certero. A la escasa luz del salón, Celia parecía que fuera vestida con un mono de una pieza todo en color morado oscuro.

n      ¡Ven aquí! Mi berenjenita –dijo María mientras hacía movimientos insinuantes con el dedo.

Celia se quitó rápidamente tanto el suéter ajustado, como los leguins y los calcetines, quedando en un sencillo conjunto de tanga y sujetador negros.

Con algo de teatralidad Celia hizo un remedo de estreptease, el cual no quedó muy sensual debido a los constantes bamboleos fruto de los vapores etílicos de Celia.

María se deleitó un momento con la visión del menudo cuerpo desnudo. Pechos pequeños pero firmes, de una bonita forma de gota. Un vientre plano flanqueado por una hilera de costillas, demasiado marcadas y unas caderas redondeadas, femeninas, delicadas, de formas más sutiles que rotundas. María nunca había admirado a ninguna mujer de ese modo, tal vez si de manera objetiva, incluso en alguna ocasión con envidia, pero nunca con esa mezcla de lujuria y cariño que le embargaba al ver completamente desnuda a Celia.

n      Ahora por detrás –dijo María haciendo un movimiento circular con el dedo índice.

Celia se giró obediente mostrando su estrecha espalda y su trasero. Un culo precioso, pequeño pero redondeado y ligeramente respingón, no era desde luego el trasero de una niña de quince años, era todo un culo de mujer, escueto pero un culazo.

Tras la exhibición la detective se agachó para asir los zapatos de María y despojarla de ellos. Luego recorrió con ambas manos la cara externa de las piernas de la morena introduciéndose por debajo de la falda hasta llegar al elástico de los pantys, los cuales fue bajando con la celeridad justa para no engancharlos pero si para no sufrir mas de la cuenta en la espera.

Se inclinó sobre uno de los muslos de María y le dio un casto beso, para a continuación repetir la acción en el otro. Seguidamente depositó otros dos besos en la cara interna de cada uno de los dos muslos, ante este gesto María se estremeció, por último posó un tierno beso sobre el triángulo de tela blanca que cubría el pubis de la chica.

Llenó de besos desde el ombligo hasta llegar a los labios de María a los cuales se aferró como un niño se aferraría al pezón de su madre. Las manos se buscaron, acariciaron, palparon, amasaron, pellizcaron.

Celia se abrió ella misma los labios mayores de su vagina colocando su húmeda carnosidad sobre el muslo de María contra el que comenzó a frotarse como una perra en celo. Mientras tanto, una de sus manos se introducía entre el elástico de la braguita de María, buscando su punto de placer. Recorrió con su dedo corazón los labios mayores de la morena con lentitud desde la zona clitoridiana hasta la del perineo incluso alguna de las pasadas, Celia se atrevió a presionar el esfínter de la chica.

María amasaba  los pechos de Celia mientras presionaba con los pulgares sobre los pezones de la pequeña chica. Todo esto tenía a Celia excitadísima, la cual necesitaba penetrar a María inmediatamente, se lo pedía el cuerpo, moría por meter sus dedos en aquel antro de perdición que hervía de calor.

Jugueteando con dos dedos, hizo unas cuantas pasadas alrededor de la entrada de la vagina de María, Celia sintió que no podía más y de una certera estocada penetró con dureza el coño de la joven morena.

A María la súbita impresión, de un punzazo de dolor con una descarga de placer brutal, la condujeron directamente a una corrida monumental. Agarró con fuerza a Celia por sus nalgas y se impulsó hasta incorporarse mordiendo con salvajismo los labios de Celia hasta hacerlos sangrar.

n      ¡Dios! ¡Que polvazo! –gritó María cuando hubo terminado de ensañarse con los labios de Celia.

Celia esbozó una magullada sonrisa.

María no tardó en recuperar el aliento y recostar a Celia en el sofá. Comenzó por pedirle disculpas por lo del mordisco, besando amorosamente sus labios. Descendió por su cuello, lamió la amplia zona del canalillo de Celia sin desviarse hacia los pechos, los cuales estaban recibiendo un tratamiento intensivo por sus manos, las cuales acariciaban las aureolas dando de tanto en tanto ligeros pellizcos a sus pezones.

Bajó con su lengua hasta el diminuto ombligo de la detective y lo besó y lamió con voracidad. Se detuvo unos segundos en el ombligo de Celia como tomando fuerzas para dar el siguiente paso. Alzó la cabeza mirando a Celia.

n      No se como saldrá la cosa –dijo María algo dudosa. 

n      Si no puedes o te da reparo no pasa nada tía –respondió Celia--, me gustaría que lo intentases, si te soy sincera, pero si paras no pasa nada.

María algo mas tranquila por las palabras de su amante bajó directamente a la entrada de la gruta de Celia. Soltó uno de los pechos de la joven para tener una mano libre con la que ayudarse en la tarea que iba a emprender.

En el recortado bello pélvico de Celia resaltaban con un brillo especial sus inchados labios mayores. María ayudándose de la mano que no torturaba los pezones de Celia abrió ambos labios depositando un amoroso beso en la zona vaginal de Celia. Tímidamente fue asomando la lengua de la muchacha recorriendo primero con algo de nerviosismo y precipitación y luego cada vez con mas intensidad y calma toda la zona vaginal de Celia. Tras succionar con cariñosa delicadeza los labios mayores de Celia, dirigió su húmeda lengua a la puerta de la vagina de la chica, en la cual, introdujo su apéndice todo lo que pudo, iniciando un mete y saca lento, lentísimo, terriblemente lento, que acercaba a Celia a las puertas del paraíso. Ascendió lentamente hasta posar sus labios en el clítoris de Celia. Celia creyó morir de placer cuando notó los labios posarse sobre su clítoris, En ese preciso momento estalló todo a su alrededor.

Un gruñido gutural invadió el salón y a continuación un sonido desagradable indicó que Isabel había echado hasta la primera papilla. Celia abrió los ojos y giró la cabeza observando una imagen espeluznante que le bajó el libido a los pies, centésimas antes de haber podido llegar al tan esperado orgasmo.

Isabel estaba sentada en la alfombra mirando con ojos perdidos hacia su propio regazo en el que se acumulaba la mayor cantidad de vómito que Celia había visto en la vida.

A Celia le entraron ganas de golpearse contra la pared, de cortarse las venas, de tirarse por la ventana. Aquello no podía ser verdad, le acababan de joder la mejor corrida de su vida.

Se levantó del sofá y con paso vacilante se arrodilló en la alfombra junto a Isabel y sin proponérselo ni siquiera siendo consciente de ello comenzó a llorar quedamente. María mientras tanto se había internado en la casa, a los pocos minutos volvió con una palangana llena de agua y un par de toallas. Celia todavía permanecía de rodillas sobre el suelo lloriqueando.

Ambas comenzaron a adecentar a Isabel, que se dejaba hacer como si fuera una muñeca de trapo.

n      Vaya pinta que tenemos las dos aquí en pelotas –dijo entre carcajadas maría, intentando provocar una sonrisa en la cariacontecida Celia.

Entre ambas mujeres llevaron a Isabel a la cama de Celia, esta se había repuesto algo del shock que le había supuesto el abrupto final de su orgasmo frustrado.

n      ¿Lo retomamos? –preguntó María, conociendo la respuesta por anticipado.

n      ¿Qué esperas de esto? –preguntó a su vez Celia—se que es un royo de una noche, pero ha tenido un yo que se muy especial.

n      ¿Un yo que se? –preguntó irónicamente María—para mi a sido un polvazo con alguien con la que he congeniado muy bien.

Lentamente, como sin prisa María iba recogiendo la ropa tirada por el sofá y vistiéndose.

n      Mira yo del tema de tabúes, prejuicios, etc., paso mil –dijo María mientras se colocaba los zapatos—aunque hace dos horas hubiera jurado que Hera hetero, no me importaría intentar una relación con una chica guapa y simpática.

n      Si, claro cenas a la luz de las velas, paseos por el parque y los domingos al cine –se carcajeó Celia—casi mejor nos vamos conociendo, poco a poco.

n      No seas capulla, me refería a quedar cuando nos apetezca –dijo María algo más seria--, amigas con derecho a roce.

n      ¿Para follar? –preguntó Celia.

n      Te debo un orgasmo ¿recuerdas? –dijo la joven morena—además me caes bien y por mi estaría dispuesta a soportarte alguna tarde tomando una cerveza.

n      Joder, si hablamos de follar y cervezas me hago tu novia ya mismo y si me dices que sabes cocinar algo mas que una pizza congelada, directamente te pido matrimonio –dijo Celia mientras se acercaba a María.

Ambas chicas se acercaron la una a la otra con cierta timidez, como si todo el ardor hubiera desembocado en una especie de tregua incómoda. Se besaron dándose un casto beso con la boca cerrada, para explotar en un abrazo pasional y en una comida de boca en toda regla. María fue la que rompió el apasionado beso golpeando la nalga desnuda de Celia con la palma de la mano.

n      anda vístete que te vas a enfriar –dijo con fingido tono cabreado María.

n      Joder ahora si que pareces mi novia –respondió la joven investigadora.

n      Y deja de decir tantas veces joder, que eres muy mal hablada.

Se despidieron en la puerta del piso, Celia aún desnuda por completo, comenzó derepente a corretear hacia el interior de la casa.

n      ¡Te olvidabas los lupos! –gritó la joven agitando en el aire las gafas de María.

Ya no quedaban excusas para la despedida y con un, nos llamamos, ambas se dieron la vuelta, cerrando Celia tras de si la puerta.

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