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14F San Valentín

en Orgías

Desde que hubiera salido de su pequeño apartamento en el nº3 de la Rue de Vièvre en Sain-Sulpice, habían pasado cerca de 26 horas, tres metros y dos trenes de largo recorrido. Alain Pingeot se encontraba exhausto y aún le quedaban 24 horas por delante de verdadero infarto. La estación de trenes de Madrid se encontraba atestada de gente, con paciencia se dispuso a seguir a alguno de los ríos de gente, con la difusa esperanza que le condujeran al exterior de la estación de Atocha.

Diez minutos después el francés lograba disfrutar de una soleada mañana de invierno, frente a una concurrida avenida de la capital Española. El gentío deambulaba sin rumbo fijo, mientras cantaba, gritaba, enarbolaba pancartas o banderas, un auténtico caos, para quien tan solo deseaba encontrar una cafetería en la que poder desayunar. El frío seco de la meseta hispana le mordió con insistencia las orejas y la nariz, pero su estómago o mejor dicho las carencias de este, se antepusieron a su necesidad de calor.

Había llegado a España con las ganas de poder volver a probar la tortilla de patatas. Deambuló durante un tiempo prudencial por las callejuelas aledañas a la estación de ferrocarril, pero cuanta cafetería encontró se hallaba atestada de gente y Alain necesitaba poder sentarse para ojear la información de su tableta. Finalmente tubo que decidirse por una franquicia de hamburguesas. No comería tortilla española, pero tampoco dependería del roamingg, pues el restaurante contaba con zona Wi-Fi, que le permitiría actualizar sus datos.

Alain se acercó llevando una bandeja con su menú a una de las mesas menos concurridas, en aquellas circunstancias no podía esperar comer en tranquila soledad. Con su castellano macarrónico saludó a sus dos compañeras de mesa. Las dos jovencitas que compartían mesa con el francés quedaron muy satisfechas e impactadas con su nacionalidad o eso le pareció al galo, pues ambas chiquillas no paraban de mirarle, para a continuación mirarse entre ellas y estallar en sonoras risitas.

Con su tableta en una posición estratégica de la mesa, para que no se manchara de mostaza ni de mayonesa, el francés se conectó con su usuario y contraseña a las agencias de noticias de España y Francia. Como periodista Freelance que era, se había sacado una suscripción temporal a dichas agencias, pues no estaba dispuesto a que la mitad de su exiguo salario se le fuera en la obtención de información que en ocasiones lograba rentabilizar y en ocasiones no.

Más de 1800 Autocares aparcados entre la plaza de Castilla y el barrio de Mirasierra, otros tantos en Vallecas y sobre 900 en Carabanchel, prolongación al doble de todos los convoys ferroviarios, de 15 a20 kilómetros de retención en las principales arterias de incorporación a la ciudad. Allí se iba a montar la de Dios. Según AFP se esperaba que al mediodía cuando comenzara la manifestación hubieran en las calles de Madrid más de cuatro millones de personas, la Agencia EFE, bajaba la cifra a tres millones y medio, pero Alain sabía por propia experiencia que aquello significaba que realmente serían más de cinco millones seguro.

El gobierno español había reforzado la seguridad ciudadana añadiendo 5000militares a los 15000 gendarmes, que patrullaban la ciudad en esos momentos. Bueno gendarmes o como se llamaran allí, que Alain no tenía muy claro si vestían de azul o de verde. También tomó nota mental de cuantos puntos de atención médica se habían colocado alrededor del trazado de la manifestación, del recorrido de la misma y de cuantos datos consideró de interés. Aprovechó para hacer un listado de monumentos significativos, situados en el recorrido de la marcha reivindicativa, por lo menos podría ver algo de Madrid aparte de cubrir el evento. Con su enorme Réflex en bandolera y su gran mochila el periodista se dirigió hacia el punto de partida de la manifestación, mientras limpiaba los empañados cristales de sus lentes de diseño, único lujo que Alain se había permitido en los últimos meses.

Carlos recogió su maleta de ruedas y su gran mochila, del maletero del autobús que le había llevado hasta Madrid. No conocía a nadie de los que le habían acompañado durante 350 kilómetros y algo más de seis horas, pero se sentía radiante. Su autocar había sido desviado a la zona suroeste de la capital, puesto que ni en Vallecas, ni en Plaza Castilla, quedaba sitio para aparcar. Atravesó Marqués de Vadillo en dirección a la entrada del Metro, había cola hasta para poder acercarse a las escaleras de descenso a las taquillas. . La presencia de personas con camisetas verdes, con pancartas, con bocinas neumáticas, inflamaron su sentimiento patriótico. Carlos jamás se había sentido un patriota rancio, ni se emocionaba al escuchar el himno de su país, ni se enardecía con las victorias deportivas de sus compatriotas, ni festejaba el día de la Hispanidad, pero en esos momentos, cuando emergió por la boca de Metro de Banco de España, en pleno centro de la capital, una presión en su pecho hizo que sus ojos se humedecieran, allí había millones de personas unidas, en concordia, persiguiendo los mismos sencillos sueños, gritando con una misma voz, exigiendo que se les respetase, impidiendo que gobiernos nacionales o extranjeros los pisotearan.

Se dejó llevar por la marea de gente, hacia quien sabía donde, pero daba igual, todo daba igual en ese momento, desde que se había quedado en paro, hacía ya dos años, era la primera vez que sentía que hacía algo de verdad, algo productivo, más allá de recorrer todas las empresas de programación entregando su Curriculum de Ingeniero Informático, con tres idiomas y dos años de experiencia en programación dirigida a objetos. Una sonrisa tonta se instaló de manera permanente en su joven rostro, realmente estaba emocionado, un cosquilleo insistente le recorría la espalda y el estómago.

La guardia en el Hospital había sido realmente tranquila, Ángela se compadecía de sus compañeros que tuvieran que trabajar aquel sábado infernal, pues el trabajo iba a ser impresionante, incluso con los refuerzos implementados por la dirección de Urgencias. A pesar de la plácida noche, ella solo tenía ganas de irse a su casa a dormir, quien le mandaba a ella a sus 50 años dejarse engatusar por su hijo adolescente y prometerle que acudiría a la manifestación. Seguro que acababa pisoteada, con los pies destrozados por el caminar, habiendo recibido empujones y que no tuviera la mala suerte de que algún antidisturbios le atizara con alguna pelota extraviada.

Estaba hasta el coño, de que todo el mundo la manejara, de que todo el mundo mandara sobre ella, su hijo, su madre, el capullo de su exmarido y la peor de todas su amargada jefa, que era una malfollada. Aunque ella no tuviera relaciones sexuales desde hacía dos años y de que tuviera recientemente la menopausia, consideraba que lo llevaba muy bien, no tenía el mal humor de su jefa o de su amiga Pili. Ella era una mujer sonriente y de buen carácter que controlaba perfectamente sus hormonas sin que estas dominaran su humor.

El camino desde el céntrico Hospital hasta el punto de inicio de la manifestación se le hizo eterno, a las bocinas, gritos, empujones, se le unió la sensación opresiva de humanidad concentrada. Que se vayan todos a tomar por culo, pensó Ángela, la gente no sabe ni andar civilizadamente. Manda cojones, pensó la enfermera cuando vio varios puestos en la calle, que vendían esas espantosas bocinas de aire comprimido. No si encima los mentecatos como yo les haremos el agosto a alguno que otro. Ángela se había resignado hacía mucho tiempo a vivir la vida tal y como se le presentase. No es que agachara la cabeza sin más, pues ella había sido una persona de fuerte ideología, pero estaba Arta de que nada cambiara, de que siempre se le tomase el pelo a pobres curritos como ella. A tomar por saco todo el mundo, si los políticos se iban a reír de ellos desde los asientos de sus amplios despachos. Aquello no serviría para nada y por si fuera poco le comenzaban a doler los pies.

Una anciana nonagenaria, se acercó al punto de reparto de bocadillos en Sol, con una gran bolsa. Leire la recibió con su eterna sonrisa de marcados hoyuelos.

–He hecho una docena de bocadillos de tortilla de patatas y os traigo un bizcocho recién sacado del horno –la anciana parecía que fuera a sostener una pancarta de un momento a otro de la emoción que destilaba.

–Pero que amorcico de señora –respondió Leire con su acento mañico, mientras un gruñido animal surgía de sus tripas.

–Anda, antes de repartirlos cómete uno de los bocadillos tu, que te vendrá de perlas, preciosa –Un colaborador como Leire ya se acercaba con una camiseta reivindicativa para la abuelica. Leire cariñosa y solicita como era, ayudó a la anciana a ponerse la camiseta encima de su grueso jersey, para a continuación comenzar el reparto de la docena de bocadillos entre los más jóvenes y entre algunas embarazadas que había visto cuando se levantó de una dura noche en la tienda de campaña. Ya habría tiempo para que ella pudiera comer alguna cosica.

Recorrió el campamento en busca de las embarazadas, los equipos de limpieza de la asamblea habían realizado un trabajo ejemplar aquella noche, pero el repliegue del campamento volvía a generar suciedad y residuos por todas partes. El frío, aunque soleado, día de Febrero ayudaba a que por lo menos el olor a humanidad fuera tolerable. Tras repartir los doce entrepanes y dividir el bizcocho entre ocho críos de los cuales ninguno superaba los doce años, Leire se dirigió a la carpa instalada por el ayuntamiento, que hacía las veces de aseos y duchas para la gente de la acampada. Era lo peor de llevar allí 15 días, las duchas se tenían que organizar y solo cada tres días podías disfrutar de 8 minutos de agua caliente. Por suerte a la “G” le tocaba hoy y la centena de Garcías que poblaban Sol se podría duchar hoy.

Alain estaba sorprendido, si sus cálculos no le fallaban, debían ser más de 8 personas por metro cuadrado, pues uno no se podía rascar la nariz sin meterle el codo a sus compañeros en la cara o en la espalda. A pesar del frío día, podías ir en mangas de camisa sin pasar frío, es más, era probable que incluso sudaras de calor. Las avenidas por las que habían transitado debían de tener de media unos 50 metros de ancho y en ningún momento el río de gente había llegado a despejar ningún tramo de los 8 kilómetros que de manera desesperantemente lenta habían recorrido. Sus cálculos arrojaron una cifra cercana a los 4 millones de personas sin tener en cuenta la gente que aún no había podido entrar al circuito programado. Habían sido ocho horas de un constante fluir de personas por el recorrido, la gente que lo terminaba, si tenía suerte buscaba algún sitio desde donde poder escuchar el concierto. Más de diez grupos de Rock y Pop, habían ofrecido sus servicios de manera gratuita, para amenizar la tarde y la noche de vigilia, incluso un par de famosos cantautores españoles se habían sumado a la iniciativa a pesar de que ninguno de los dos gozaba de una salud envidiable.

Introducirse en la manifestación como uno más había sido duro, pero el resultado era impresionante. Dos tarjetas de memoria de imágenes impactantes, parejas de octogenarios marchando cogidos de las manos, madres empujando carritos de bebés, policías ayudando a reparar una pancarta, voluntarios de “El movimiento San Valentín” abriendo hueco para que desfilasen discapacitados en sillas de ruedas, adolescentes de jarana, bomberos de uniforme, gente con sus mascotas, Roqueros, Heavys, Góticos, Alain estaba orgulloso de la jungla que había logrado fotografiar.

De nuevo otra plaza con una puerta renacentista, no sabía si sería la de Alcalá, la de Sol o definitivamente estaba desorientado entre tanta gente. Entre el mar de gente y de tiendas de campaña encontró un sitio vacío sobre el cual sentarse a descansar. Eran ya las once de la noche en las últimas 36 horas apenas había podido pegar un par de cabezadas incómodas, necesitaba descansar y reponer energías. Con esa idea rebuscó en su mochila hasta dar con su preciada botella de Beefeater, no se había equivocado al pensar que en aquellas circunstancias le vendría de perlas.

Estaba reventada, le habían pisado hasta dejarle los pies destrozados, la habían empujado, zarandeado, le habían pitado cerca del oído con aquellas espantosas bocinas más de diez veces, uno incluso le había tocado la Bubucela, pero lo peor, lo insoportable, indignante y asqueroso, es que algún guarro le había meado en la falda. Se sentía mareada, hambrienta, sucia, irritada y lo peor era pensar en el cabrito de su hijo, que seguro que se habría fumado hasta el césped de los parterres y estaría de lo más feliz. Por supuesto el huevón de su jodío exmarido, estaría en casa viendo la manifestación en la TV, mientras se hacía un aperitivito, acompañado de alguna de esas fulanas, que tenía por amigas. Su hijo insistía que eran compañeras de trabajo de su padre o amigas de los Singles, pero Ángela pensaba que tan solo una loca desesperada aguantaría a aquel capullo. Quien le había mandado a ella meterse en aquel marrón, había hecho cosas inimaginables, pidió a unos jóvenes que le dieran un poco de su bocadillo, había rogado a la gente por un poco de agua, hasta que una señora mayor, le había invitado a compartir su botella. Tenía ganas de sentarse y llorar de desesperación. Una luz se abrió en su angustia, cuando vio a un joven con aspecto de intelectual, bebiendo a cortos tragos de una botella de Beefeater, era delgadito por lo que si se negaba a compartir, estaba dispuesta a soltarle un bolsazo. Con un golpe seco el rotundo cuerpo de Ángela se dejó caer al lado del periodista francés.

Alain vio como una mujer madura de media melena morena, se le acercaba tambaleándose. Debía estar borracha por los bandazos que daba, pensó el joven de las gafitas. La mujer se sentó a su lado mirando con deseo su botella de ginebra.

–Hola –suspiró Ángela mientras se descalzaba y examinaba sus agujereadas medias—estoy muerta, que día más horrible.

–Hola –respondió con duro acento Alain—mi nombre es Alain.

–¿Francés? ¿Vosotros también reivindicáis? –preguntó Ángela mientras hacía ojitos a la botella de Beefeater.

–No, no, estoy como cogesponsal –Alain había sucumbido a la caridad y compartía su botella con aquella señora.

Ambos estuvieron bebiendo en silencio, mientras por las grandes pantallas instaladas por doquier, se retransmitía el concierto que había dado comienzo a las 10 de la noche, tras los parlamentos de notables intelectuales de la escena literaria, periodística, cinematográfica, etc.

Ángela estubo un buen rato en silencio, pero se le hacía opresivo, por lo que poco a poco comenzó a desahogarse con aquel atractivo francés. Habló de su hijo, de su exmarido, de su jefa, incluso se sinceró al respecto de sus deseos sexuales y  la de tiempo que llevaba sin echar un buen polvo.

Alain estaba cansado, pero aquella mujerona entre el alcohol y su depresión, se le estaba poniendo en bandeja. Además hacía frío y se dormiría mejor abrazado a alguien con aquellas carnes. La mujer no es que estuviera gordísima, pero tenía unas curvas rotundas, de prietas carnes las cuales se insinuaban a la perfección bajo su traje de chaqueta.

–¡Hola! ¿Necesitáis alguna cosica? Bocadillos, agua, café, leche calentica –una impresionante rubia de rastas asomaba la cabeza entre Ángela y Alain.

–¡Coño chiquilla, que susto me has pegao! –Ángela había pegado un brinco involuntariamente al oír a la joven.

–Si has logrado relajarte lo suficiente entre tanta peña, como para sorprenderte, te felicito –la sonrisa de aquella joven era contagiosa y a Ángela se le terminó por pasar el mal humor, a causa también de la media botella de ginebra que llevaba en el cuerpo.

–¿En segio hay paga comeg? –las tripas de Alain rugían desde hacía seis horas, la comida basura de su desayuno no había aguantado hasta aquellas horas.

La joven se marchó, volviendo al instante con tres bocadillos envueltos en papel de aluminio, una bolsa de naranjas y dos cervezas de litro.

–¿Eres perra flauta de esas? –preguntó Ángela sonriente, ante la mirada de desconcierto de Alain.

–Ja, ja, ja, no tengo perro y tampoco se tocar la flauta, pero imagino que debo ser una de esas holgazanas que dice el gobierno, que no tiene suficiente con una carrera y se matricula en la segunda, que en vez de trabajar por 300 € aprende Inglés y Chino, porque no tiene ni un duro para pagarse el master, pues si, imagino que seré una perro-flauta –la voz de Leire era musical y alegre, no se sentía ofendida por las palabras de aquella mujer, todo lo contrario aquel era un día de fiesta y debían estar todos hermanados.

–Perdona, como llevas Pearcings, rastas y parece que le hayas robado el poncho a Evo Morales, pues pensé… –Ángela trataba de congraciarse con la muchacha que aun sostenía las dos litronas en la mano, por si se le ocurría salir corriendo con la bebida.

–Entonces yo también debo ser un perro-flauta –dijo un joven moreno sentándose junto al trío—me llamo Carlos.

El joven había pasado todo el día disfrutando de cuanto veía, había sido todo espectacular, increíble, estaba orgulloso de si mismo, de haber realizado aquel esfuerzo. En sus 28 años de vida jamás se había sentido tan útil a la sociedad. Pero el hambre y el cansancio hacían mella, así que cuando escuchó aquellas palabras de la rubia y vio la bolsa llena de naranjas, decidió echarle morro al asunto y adherirse a aquel singular grupo.

–¿Has cenado? –preguntó Leire mientras le ofrecía su propio bocadillo del cual tan solo se había comido un tercio.

–No, no, de ningún modo, cómetelo tu, yo me comeré un par de naranjas, si me dejas –el joven abrió su maleta de ruedas, de la cual extrajo varias bolsas de snaks y una cantimplora de plástico.

–Veo que vienes equipado –dijo sonriente el francés.

–Barceló –dijo el moreno agitando la cantimplora—solo nos falta el café.

–Café a lo mejor puedo conseguir algo –Leire había logrado que Carlos tomase su propio bocadillo y se afanaba por abrir una de las bolsas de gusanitos –me chiflan estas guarradas.

Aquel pintoresco grupo se fue conociendo mientras disfrutaban de aquella peculiar cena, sentados en el césped delante de una tienda de campaña, mientras las horas pasaban rápidamente.

Alain era soltero, vivía en París, en un piso compartido. Se medio ganaba la vida como periodista y fotógrafo freelance. Tenía 35 años, delgado, con amplias entradas que trataba de disimular rapándose el pelo y con un aire intelectual que le daba cierto aire de gay adinerado.

Por el contrario Carlos era de lo mas normal, soltero, sin llegar a los 30 años todavía, de complexión media, altura media y un modo de vestir muy discreto. No tenía nada destacable si no fuera por ese brillo en la mirada, esa sonrisa de felicidad y esa conversación ágil y fluida.

La madura del grupo, Ángela era divorciada, tenía un hijo de 22 años, el cual afirmaba que era una piraña que le chupaba la sangre. Era una mujer de poca sonrisa, pero cuando relajaba sus rasgos, era una mujer bella, con unos grandes ojos marrones muy expresivos. Sin llegar a ser una mujer gruesa, destacaba por sus impresionantes caderas y su voluminoso pecho.

La jovencita del grupo era por tanto Leire, tras terminar Bellas Artes y verse sin dinero para realizar uno de los carísimos masters, había decidido comenzar la carrera de Historia, pero todo cambió cuando el gobierno comenzó a reducir las becas, a privatizar todas las autopistas del país, haciéndolas de peaje, a eliminar las dos pagas extraordinarias, de los funcionarios y de los pensionistas y a cobrar una tasa por cada operación quirúrgica y cada ingreso en un Hospital. En ese momento hacía de aquello 15 largos días, Leire decidió dejar Calatayud y hacer lo único que se podía en ese momento, alzar la voz. Muchos la confundían con un perro-flauta debido a su atuendo y a sus pelos, pero el respeto y la colaboración, que se había vivido allí en esas dos semanas, le habían hecho que volviera a creer en las personas.

La conversación fluía libremente entre los cuatro, la euforia de la manifestación, la música de Amaral de fondo, el alcohol y el buen ambiente, era un coptail ideal para que se desinhibiera la gente.

–¿Fumáis? –preguntó Leire mientras regresaba de una ronda por los alrededores a ver si alguien necesitaba algo.

–No gracias –dijo Carlos mientras devoraba la tercera naranja, mientras la joven sacaba de debajo de su poncho una bolsa repleta de mariguana—ah, de eso si fumo, no a menudo, pero hoy es un día muy especial.

 Con destreza la joven lió un porro en segundos y tras encenderlo lo pasó al joven moreno, este tras un par de caladas lo pasó al francés, el cual no le hizo el más mínimo asco. Ángela cuando se vio con el canuto en las manos, puso una mirada de incertidumbre, pero que carajo, su hijo no fumaba de aquello a todas horas, pues a ella no le sentaría nada mal unas caladitas.

Leire se volvió a marchar, volviendo al poco tiempo llevando un Brick de vino peleón en la mano. Se agachó frente a la tienda de campaña y abriendo el candado que la aseguraba, invitó al trío a entrar dentro.

–Aquí ya hace demasiado frío y me parece que tendréis que pasar la noche aquí, si no queréis pasar por encima de millones de personas. Carlos no lo dudó y abriendo ahora su abultada mochila, extrajo un saco de dormir con el que se precipitó al interior de la cabaña.

El francés y la opulenta enfermera no tardaron en seguir a los dos jóvenes al interior, Ángela incluso tubo la precaución de dejar sus zapatos fuera y entrar descalza.

Si las cervezas, unidas a la ginebra y el ron ya habían comenzado a hacer su efecto, la densa neblina de maría, que se inició en el interior de la tienda de campaña unida al vino peleón remataron las voluntades de los cuatro manifestantes.

Entre la distendida charla y las risas flojas, Ángela contó a sus nuevos amigos, el incidente de la meada durante el recorrido de la manifestación. Carlos se ofreció a prestarle un chándal viejo que había llevado por si las moscas. El joven se dispuso a salir al exterior en busca de su maleta, cuando Leire, le dio su propia mochila para que no estorbase allí dentro. Antes de darle la gran bolsa al joven, la rubia de las rastas, rebuscó entre sus cosas hasta dar con un paquete grande de toallitas refrescantes.

–Por si alguien se quiere limpiar un poquico –dijo la risueña chica mientras alargaba su mochila a Carlos y comenzaba a liarse un nuevo porro de mariguana.

–Madre mía vaya marcha que hay ahí fuera, la peña no se cansa –Carlos acababa de entrar de nuevo llevando un chándal y unos calcetines de deporte en la mano—te he traído calcetines para que estés más calentita.

–Calcetines, ji, ji, ji, ji –Ángela se destornillaba de risa mientras aspiraba el humo del porro que le acababa de pasar Leire—ji, ji, ji, ji calcetines, ji, ji que me parto.

La risa tonta de la enfermera no tardó en contagiarse al resto del grupo estallando los cuatro en sonoras carcajadas. Las mezclas de distintos alcoholes y la hierba, les estaban llevando a un estado de felicidad y placer cercano al nirvana.

–Venga Ángela quítate esa ropa y ponte el chándal de Carlitos –Leire lloraba de la risa mientras incitaba a la madurita a que se despojara de la ropa.

–Ji, ji, ji, ji, Carlitos, ji, ji, ji como el de Cuéntame –Ángela perdía la compostura por segundos, inflamada por el humo de aquel submarino—¿que quieres que te haga un streaptease, rubita?

Los cuatro prorrumpieron en carcajadas, Alain no lograba captar todas las bromas del grupo, pero se reía como el que más, aunque en ocasiones no supiera ni de que se reía.

Con un titubeante tarareo de “You can leave your at on” de Joe Cocker, Ángela comenzó a quitarse su gruesa chaqueta de paño, a esta le siguió una blusa celeste, la mujerona desabrochaba los botones con insinuación, mientras que movía los hombros al ritmo de la música. Cuando se hubo quitado la blusa la lanzó contra Leire, después de haberla agitado en el aire como si fuera la lazada de un vaquero del lejano oeste.

Los tres compañeros se revolcaban por los suelos muertos de la risa.

–¡Vamos nenita, dámelo todo! –La joven gritaba entusiasmada agitando la blusa de Ángela a modo de trofeo—venga esa camiseta interior, que no se diga.

La madura mujer había agarrado la parte superior del chándal con la intención de ponérsela de inmediato, pero ante la insistencia de sus compañeros por verla sin la camiseta interior y el cosquilleo agradable que toda aquella situación le estaba provocando, decidió que los satisfaría. Continuó con el tarareo mientras sujetaba la camiseta por el borde inferior y poquito a poco la iba ascendiendo hasta sacarla por su cabeza. La prenda se le encajó en la cabeza y la enfermera peleaba con la prenda para poderla pasar y quitársela de una vez. Las risas arreciaron cuando vieron moverse convulsivamente a Ángela, fue la chica joven quien se apiadó de su compañera y se acercó a ella para ayudarla con la prenda. Ángela suspiró aliviada, por volver a tener la cabeza al aire libre, bueno si libre se podía denominar a aquella espesa niebla de humo de porro.

–Madre mía, que par de melones que te gastas –A pesar de la poca luz reinante, Leire miraba fijamente las tetas de Ángela desde su posición privilegiada a centímetros de aquellos monumentales globos– ¿Son de verdad? Eso debe ser una 120 por lo menos.

–110 copa “D”, que no veas la pasta que me dejo en sujetadores –Ángela se destornillaba, agitando con ello aquellas gloriosas ubres—mira toca como son de verdad.

La fornida mujerona sujetó la mano de la joven chica llevándola hacia uno de sus senos. Leire mimosa se recostó sobre uno de los hombros de la maternal mujer mientras, masajeaba suavemente aquella enorme mama. Con el pedo que llevaba encima, la joven decidió ruborizar a la mujer mayor introduciendo para ello su delicada mano debajo del sostén amasando todo el pecho que pudo que no era mucho debido al tamaño de este. Ángela en vez de ruborizarse y gritar como había pensado Leire, lo que hizo dejó a la joven sorprendida. Agarrando la mano de la muchacha que campaba por el interior de la copa de su sujetador, indicó a esta que amasara con fuerza. Leire colocadísima como iba no lo dudó y comenzó a hacer lo que con gestos le había indicado la propietaria de aquella tetaza.

–Oye, yo también quiero probar si son de verdad –dijo Carlos entre sonoras carcajadas—que unas tetas como esas pensaba que ni existían fuera de las pelis.

Como pudo el joven trastabilló hasta llegar junto a la mujer y se sentó al lado opuesto de Leire, tras apoyar la cabeza en el otro hombro de la mujerona, sopesó el otro pecho de esta, sobre la tela del sostén.

–Joder, son la caña, peazo de tetámen –Carlos notaba como su entrepierna comenzaba a adquirir una dureza considerable—joder, que pasada de tetas, increíble.

Con dificultad Leire soltó el pecho que amasaba gateando hasta la entrada a la tienda.

–Voy a ver si encuentro algo para beber, portaos bien, que no coja frío nuestra angelita.

–No hay pgoblema –Alain se dirigía ya a ocupar el sitio dejado por Leire—no dejaguemos que se enfgíe.

Ambos hombres se dedicaron a la tarea de magrear con placer, los inmensos pechos de Ángela, esta tras desabrocharse y quitarse el sujetador había pasado sus brazos por las espaldas de los muchachos, mientras ambos lamían con deleite aquellos enormes y endurecidos pezones.

–Ah, pues va a ser que frío no va a pasar no, –Leire entró en la tienda de campaña portando una botella de brandy “Veterano”.

–Joder, tía de donde sacas tu tanta bebida –preguntó Carlos separando sus labios del enorme pezón mientras rozaba con su afeitada mejilla la superficie del pecho de Ángela.

–Un pellizco de mi hierva y la peña se vuelve muy generosa –rió  Leire—¿A ver la cosa va de juerga orgiástica?

–A mi ya me da todo igual –Ángela se carcajeaba con la boca de Alain succionando con fuerza su endurecido pitón—orgía, ji, ji pues orgía, ji, ji.

Leire agitó sus trencitas, provocando un tintineo de los cristalitos que las decoraban y tras unos segundos se decidió a intervenir. La joven decidió tras un tiento a la botella de “Veterano”, que se lo iba a pasar bien dirigiendo aquella orquesta. Se sentó la joven sobre las rodillas de la mujer mayor y agarrando ambas tetas intentó juntarlas para que ambos pezones se rozaran. Pesaban como demonios y estaban calentitas como pequeñas estufas.

Los dos hombres tenían los labios y las lenguas a milímetros, cuando Leire colocó sus propios labios sobre la zona besaban simultáneamente a ambos chicos, mientras lamía lo poco de pezón que quedaba descubierto.

–Comeros un poquito la boca, orfa –pidió Leire con voz juguetona, mientras miraba a ambos hombres.

–¿Y tu que te comes? –preguntó Carlos tras rozar la lengua de Alain con su propio apéndice.

–Pues empezaré por mi angelito y luego ya veremos –la joven de rastas ya descabalgaba a Ángela al tiempo que bajaba la cremallera de la falda.

–Pues a mi se me ocurre algo mejor –Carlos se abalanzó sobre la boca de Leire, la cual se comenzó a comer con deleite.

Mientras los dos jóvenes se devoraban las bocas, Ángela veía todo aquello entre las brumas del alcohol, la mariguana y la excitación. Pensó repetidamente que todo aquello era una locura como un piano de grande, pero que carajo, si lo tenía delante y no aprovechaba, no le volvería a suceder muchas más veces en su vida. Se tumbó sobre el saco de dormir que había extendido en el suelo y ella misma se terminó de quitar la falda, a la que acompañaron en rápida sucesión unos pantys maltratados y una braga-faja de cuello alto. El gabacho cuando vio las bragas que se gastaba Ángela comenzó de nuevo a descojonarse rodando por el suelo.

La risa del francés se contagió a Leire, la cual acabó soplando una bocanada de aire fresco en el interior de la boca de Carlos. La joven se separó del moreno e inclinándose sobre la mujer que yacía en el suelo comenzó a comerle los enormes pezones. Al mismo tiempo que esto sucedía Carlos más despejado que el francés, comenzó a desvestirse con celeridad, quedando rápidamente como dios lo trajo al mundo.

–¿Tenéis condones? –Preguntó el joven, a todos en general—yo los tengo fuera en la mochila.

–Yo también los tengo en mi mochila y la saqué fuera –Leire se había separado del endurecido pitón de la madura, para hablar.

El periodista que a duras penas acababa de recuperar el aliento comenzó de nuevo a carcajearse con frenesí.

–Alain debes ir tu a mi mochila –dijo Carlos mientras también se reía.

–Ya voy yo que este es capaz de perderse en el camino de vuelta –la joven rubia se reía a la par que se sujetaba los abdominales.

Mientras Leire se encontraba a la intemperie buscando los condones en su mochila o en la de Carlos, este aprovechó para tal y como estaba recostada Ángela, acercarle su endurecida polla a la boca. La enfermera llevaba años sin saborear una tranca y en un principio pensó que no sabría complacer al joven, pero pronto supo mantener una cadencia de lametones y succiones suficientes para hacer gemir al muchacho.

Mientras su miembro era absorbido por aquella glotona boca de carnosos labios, sus manos se atareaban, una en sostener la cabeza de la mujer, mientras con la otra acariciaba, pellizcaba y retorcía uno de sus pezones.

Alain que se había recuperado lo suficiente para poder respirar con cierta normalidad, se introdujo entre las piernas de la mujerona, apartando la prieta carne de sus muslos con ambas manos. Cuando llegó a su objetivo comenzó a saborear la vulva de la mujer madura. En un principio el fuerte olor y el intenso sabor le desagradaron, claro llevaban todo el día andando por las calles de Madrid. Pero que carajo, aquello era un coño y se lo iba a comer estuviera en las condiciones que estuviera.

Cuando la joven volvió gateando a la tienda, se quedó unos instantes oteando el panorama mientras buscaba la botella de Brandy. Alain le comía el coño a Ángela embutido entre los muslazos de esta, Carlos montado a horcajadas sobre el pecho de Ángela le magreaba a esta las tetas con los brazos hacia atrás, mientras ella le comía la polla de abajo a arriba y de arriba abajo. Leire decidió que habría tiempo para intervenir, se bajó los pantalones y las braguitas y se sentó tranquilamente a hacerse una paja, mientras se fumaba el porro que hacía rato había dejado liado pero sin encender.

La joven se frotaba la vulva con lentas pasadas de su mano, mientras de tanto en tanto uno de sus dedos se desviaba para juguetear con su clítoris.

Carlos se encontraba en la gloria, había pasado un día verdaderamente especial, se había manifestado, gritando hasta quedarse ronco, se había reído y bebido con sus nuevos amigos y ahora le estaban chupando la polla, lo que hacía un par de meses que no sucedía. Por si fuera poco la mamada era espectacular o a el se lo parecía.

Leire quería observar mejor toda la escena que se desarrollaba delante de ella, con ese pensamiento liberó una de sus manos dejando el porro en sus labios y estiró la mano en busca de la linterna, que se encontraba algo atenuada por la camisa de alguien. Cuando liberó la iluminación, todo se vio algo más nítido, si bien la neblina debida al humo daba a la tienda una apariencia onírica. Leire no se había dejado de pajear mientras volvía a su posición inicial en ese momento comenzó a moverse descontroladamente.

–Cago en la puta de oros, que me quemo –gritaba la joven mientras se palmeaba el vello cúbico.

Los gritos no tuvieron demasiada repercusión en el trío, tan solo Carlos giró la cabeza en su dirección.

–¿ja, ja, ja, que te pasa tía? –a esas alturas cualquier cosa provocaba el descojono generalizado.

–Que se me ha caído una china en el coño –Leire se retorcía de la risa una vez apagado el conato de incendio en su felpudito—ja, ja, ji, ji, ja, ja que pestazo a churrascao.

Carlos entre risas volvió a concentrarse en la tarea de magrear aquellos espléndidos melones. Sosteniéndose sobre sus rodillas el joven fue descendiendo hasta sentarse sobre la tripa de la enfermera. Agarrando su polla enhiesta, la colocó en el canalillo de la mujer, que más que canalillo se asemejaba más al cañón del Colorado. Agarrando ambas ubres comenzó a pajearse con ellas El joven deliraba por la presión y calor que transmitían las magníficas tetas.

Ángela creía que iba a estallar de un momento a otro, a la tremenda comida de coño que le estaba haciendo aquel francesito tan gracioso, se sumaba la excitación que sentía al notar aquella barra de carne dura y caliente entre sus tetas. Una nueva sensación vino a embargarla cuando notó como se oscurecía todo a su alrededor y una suave presión se instalaba sobre su boca. Ángela no había chupado una vulva en su vida y pensó que aquello le desagradaría, que le molestaría el olor y  el sabor, pero aquel coño olía a limón, como carajo podía oler un chumino a limón.

Leire dejó el paquete de toallitas húmedas en un costado del suelo y ayudó a Carlos con la tarea de agarrar las tetas de Ángela para pajear al muchacho. Mientras la joven mantenía los pechos bien agarrados, Carlos aprovechó para dirigir sus manos al poncho de la joven para extraérselo por la cabeza. Continuó desvistiéndola, mientras ella le hacía una cubana con las tetas de otra mujer. Entre prenda y prenda los jóvenes aprovechaban para comerse las bocas, para succionarse las lenguas, morderse los labios.

Cuando por fin Carlos logró desabrochar el sujetador de la rubia, con lo que esta quedaba totalmente desnuda, se aferró a aquellos pechos pequeños y delicados pero firmes como rocas.Aquello fue demasiado para el moreno, que sintió como de su perineo ascendía un escalofrío que recorría la base de su polla y se dirigía raudo hasta su glande por el cual explotó hacia el exterior.

La corrida embadurnó las tetas de la mujerona de denso, cálido y oloroso semen. Esta sensación entre sus pechos fue el detonante para que la mujer rompiera en un sordo orgasmo silenciado por el conejo de la rubia, la cual no paró ni un instante de dar suaves botes sobre la cabeza de Ángela.

Carlos derrengado descabalgó de la cintura de la mujer y se tumbó a su lado a recuperar el resuello.

–Alain, Alain ¡ALAIN, cooño! –gritó Leire para hacerse oír entre los carnosos muslos de su felatriz.

–¿Ouí?—

–Que te despelotes que tengo condones –gritó la joven enardecida por los lametones que recibían su clítoris y sus labios menores.

El francés ni corto ni perezoso, entre risitas comenzó a realizar las órdenes de la joven de las rastas. Leire por su parte había aprovechado para tumbarse sobre el torso de su compañera de juegos lésbicos y empuñando una nueva toallita refrescante limpió y refrescó toda la vulva de la mujerona. Frotó su vientre contra los pegajosos pechos de Ángela embadurnándose del cálido semen recién derramado por la incandescente verga de Carlos.

–Así, si me lo comía yo –dijo Alain viendo la maniobra de limpieza genital de la joven, mientras esta se afanaba por introducir la punta de su lengua en el humedecido y ahora refrescante coño de Ángela.

Cuando la joven rubia vio que el francés estaba preparado se volvió a enderezar retornando a su posición de inicio.

Alain se acomodó entre los rotundos muslos de Ángela introduciéndole su tranca de un golpe seco y certero, la enfermera gimió bajo la vulva de Leire, la cual notó sensuales cosquilleos provenientes del aire de los suspiros de la mujer. El periodista se aferró de las caderas de su montura y acercó la boca a los tiesos pezones de la joven. Leire pensaba que no aguantaría mucho a aquellas dos bocas. Por un lado Ángela le lamía el clítoris, mientras le introducía dos dedos por el dilatado coño, en sus pechos, Alain besaba, lamía, succionaba y mordisqueaba con verdadero frenesí, sus pétreos pezones, de manera alternativa. Ángela comenzó a lamer el trasero de la joven, el culito de aquella zorrita, también olía a limón, pensó Ángela. Cuando sintió que la boca de la enfermera se retrasaba hasta el orificio de su ano, Leire creyó que explotaría en un orgasmo brutal, pero bien por la cantidad de alcohol, bien por la cantidad de mariguana, o por el cansancio su placer tardaba en llegar. Decidió que una le comiera el culo mientras otro le comía el clítoris.

La estudiante comenzó a presionar la cabeza del francés para que este descendiera hasta su clítoris, lo que no recordaba Leire es que su vientre se encontraba rebozado de esperma. Alain comenzó a lamer la tripa de la joven hasta que dio en su camino con una sustancia de sabor salado y amargo, el francés enseguida detectó de que se trataba, pues no era la primera vez que saboreaba el semen caliente, si bien este se encontraba algo reseco y frío.

Alain lamió con deleite la tripa de Leire bañada en semen, la joven ante aquella visión se excitó muchísimo. El francés tuvo que retorcerse para continuar descendiendo hacia el clítoris de la joven, sin dejar ningún momento de bombear el coño de la madurita. Cuando la lengua de Alain por fin rozó el clítoris de Leire, esta estalló en un orgasmo brutal, el cual casi la parte en dos, puesto que tanto placer le llegó desde su clítoris, como el que le llegó de su culo.

Cuando la joven se tumbó al lado de Carlos este ya exhibía una nueva erección, indicando a la joven por señas que si quería podían continuar. Leire asustada negó con la cabeza, mientras gateaba en busca del material para confeccionarse un nuevo porro.

El periodista continuó con su penetración salvaje, mientras lamía desesperado los tremendos pechos de la mujerona. Carlos vio como el gabacho lamía con desesperación los restos de su corrida, sobre las enormes tetas de Ángela. Aquello le estaba poniendo burrote, nunca lo hubiera pensado, pero ver como un hombre chupaba su semen le ponía, ni corto ni perezoso se acercó a la pareja colocándose a horcajadas de la cabeza de Ángela como hacía segundos había estado Leire.

Ninguno puso la más mínima pega, Ángela se amorró a chupar con verdadera devoción sus testículos y en particular la fina división de la bolsa escrotal. Lamía todos sus huevos, llegando al perineo y más allá hasta su esfínter en el cual daba golpecitos con su lengua. Por su parte Alain no lo dudó lo más mínimo y se tragó más de media polla de un golpe. Lamió y succionó la verga del muchacho, sin desatender en ningún momento las duras penetraciones a las que sometía a Ángela.

Los labios de Alain besaban el glande de aquel duro instrumento, para posteriormente lamerlo por completo con su lengua, más tarde lo devolvía a aquella húmeda cavidad y succionaba con delicadeza el prepucio. Carlos pensó que era la mejor mamada que le habían hecho en su vida, manda cojones que me la tenga que estar haciendo un gabacho. En ese momento Ángela se animó e introdujo un dedo en el culo del joven moreno. Este pegó un ligero respingo pero, no tardó en disfrutar de todo aquello sin plantearse ningún prejuicio. Disfrutó la mamada de Alain y disfrutó la enculada que le suministraba la enfermera, ahora introduciendo dos dedos hasta el fondo de su culo, mientras lamía y chupaba sus pelotas.

El primero en correrse fue Alain, que tubo que separarse momentáneamente de la polla de su ahora amigo, para poder gritar con libertad, derramándose en cálidos borbotones sobre el condón. Ángela que notó la llegada de su amante, del propio gozo de verlo correrse y del calor que notó a través del condón, se deshizo en un segundo orgasmo más brutal que el primero.

La venida de Carlos estaba próxima y este decidió facilitarla siendo el mismo quien se pajeara. Con vigor se sacudió la polla hasta que esta comenzó a escupir gruesos y cálidos goterones de espeso semen. El primero impactó en los morros de Alain el cual estiró todo lo que pudo la lengua para recoger la mayor cantidad de esperma. Con la mano se ayudó en aquellas zonas a las que no llegaba simplemente estirando la lengua. Goloso devoró toda la corrida proveniente del primer estallido. Los siguientes fueron a estrellarse en el vientre y pechos de Ángela. El francés hambriento no tardó en amorrarse a las tetas de la madurita y lamer con fruición toda la lefa que allí se encontraba.

–¿Y ahora quien me folla a mí? –preguntó con voz somnolienta una Leire cada vez más pedo—que me pica el chichiiiii, ji, jijiji.

Con tremenda dificultad la joven se puso a cuatro patas mostrando su redondito trasero a la concurrencia. Un suave ronquido, advirtió a los demás que Ángela no estaba por la labor de ningún tipo de actividad. Carlos negó con la cabeza y se dispuso a extender el saco de dormir junto a la mujerona, la cual supuso que produciría suficiente calor para los dos. 

Alain se acercó gateando hasta el trasero de Leire, el cual comenzó a lamer lentamente, primero una nalga y luego la otra. El francés daba lentas y largas lamidas a aquella carne prieta y sonrosada. Introdujo más la cabeza entre las dos nalgas y se adueñó del esfínter de la muchacha. Debía dejar bien alto el pabellón francés, para lo que necesitaba hacer tiempo hasta que llegase una nueva erección. Chupó toda la raja del culo de la joven, desde el final de su columna hasta su humedecido clítoris. Se empleó con profesionalidad en sus labios mayores, para irse abriendo camino hasta su cálida oquedad. Leire notaba como un millar de sensaciones bullían en su interior, recorriéndola desde su vagina hasta su garganta, no tenía muy claro si lo que se aproximaba era fruto de un orgasmo o de la angustia por ir pedo perdida, pero decidió dejarse llevar y ver hasta donde llegaba.

Alain mientras succionaba el clítoris de la joven, se desviaba de vez en cuando hacia su vagina en la que introducía una larga y dura lengua, iniciando un mete y saca que a la joven la llevaban  al paroxismo. Mientras estas maniobras las realizaba con la boca y la lengua, uno de sus dedos se aventuró a introducirse ligeramente en el ano de Leire. Esta al notar al intruso que llevaba esperando desde hacía un rato, empujó con fuerza el culo para introducírselo por completo.

El ritmo que adquirió el dedo del gabacho dentro de la bilbilitana fue desenfrenado, Alain pensó que un único dedo no era suficiente para satisfacer a aquel culo con ganas de polla. El periodista introdujo un segundo dedo el cual unido a la penetración llevada a cabo por su lengua en la vagina de la joven, condujeron a esta a un segundo orgasmo devastador. Leire gritó notando como desde lo más profundo de su ser ascendía una energía descontrolada, jadeó con la boca abierta hasta que notó como acompañando al orgasmo ascendía desde su estómago una bocanada de vómito, ácido y repugnante. La muchacha vomitó profusamente sobre el suelo de la tienda de campaña.

–Menudo pedo –logró articular entre toses y moqueos—¿no te importa limpiarlo?

La muchacha se deslizó trabajosamente hasta tumbarse al lado de Ángela, a la cual abrazó con fuerza. Alain se quedó mirando su endurecido miembro, con lo que le había costado ponerlo de nuevo en forma. Con algo de papel que encontró por allí y ayudándose de las toallitas húmedas, logró adecentar ligeramente la tienda de campaña. Rebuscó hasta que dio con sus ropas y comenzó la tarea de vestirse, lentamente. Miró su reloj de pulsera, eran las 5:00 de la madrugada su tren salía en dos horas. Tapó como pudo al trío de dormilones, utilizando para ello el saco de dormir de Leire, una manta que había por allí y los chaquetones de los tres.

En silencio emergió a la fría madrugada. Le pegó un tiento a la botella de Brandy dejándola posteriormente al lado de la entrada.

–Españoles… –Alain meneó de lado a lado la cabeza mientras se dirigía con paso cansado en dirección a la estación del ferrocarril.

El Presente relato es fruto de la ociosidad del que lo suscribe, puede agradarte o puede repugnarte, pero te ruego que lo respetes es consecuencia de un esfuerzo, ocioso pero un esfuerzo al fin y al cabo.