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Bilirrubina I. El Retorno.

en Erotismo y Amor

Recordad que se agradecen tremendamente los comentarios, tanto si son buenos como negativos. 

CAPÍTULO 1

El automóvil desaceleró con suavidad hasta detenerse junto al bordillo de la acera. Alex aferró aún con más fuerza su mochila contra su pecho. Mordiéndose el labio superior miró visiblemente emocionada hacia el exterior. Estuvo observando segundos la puerta del instituto hasta que se volvió suplicante hacia el conductor.

–Por favor mamá, llévame a casa.

–No, mañana volvería a pasar lo mismo –el tono era calmo y conciliador, mientras una mano de la madre acariciaba el hombro de la muchacha.

–Pe, pero… –Alex se encontraba al borde del llanto.

–Lo hemos hablado cariño, hoy será duro, muy duro, pero mañana lo será menos, pasado mañana menos aún y poco a poco retomarás tu vida –el tono de Pilar no podía ser más cariñoso ante los nervios de su joven hija.

Con un esfuerzo titánico, la joven aferró la maneta de la puerta, inspirando con fuerza y permaneciendo en esa postura durante varios segundos. Finalmente derrotada abrió la puerta y salió al exterior del coche. Haber mirado a su madre con ojos de cordero degollado no había ablandado a esta lo más mínimo.

Se colocó la mochila en la espalda, con movimientos lentos, desganados, esperando que algo o alguien la salvaran de aquella tortura. Revisó su gorra de Baseball, constatando que se encontraba bien calada sobre su cabeza. Sus labios exhalaron un suspiro de resignación y con pasos lentos, pesados, como si el pavimento se hubiera derretido y sus pies se hundieran en el, Alex comenzó su tortuoso camino hasta la puerta del instituto.

Varios muchachos de clases inferiores la miraron fijamente durante su trayecto hasta la puerta, Alex sentía un vacío en la boca del estómago, si gritara hacia dentro seguro que producía eco, que tontería, no se podía gritar hacia dentro. Con esas divagaciones llegó hasta la gran puerta acristalada del instituto de secundaria. Quiso girarse, constatar que el coche de su madre seguía allí, como tabla de salvación, como última posibilidad de huída. Notó como sus piernas flaqueaban, apretó las mandíbulas, inhaló con fuerza y entró al centro.

No había andado ni una docena de pasos en dirección a las escaleras, cuando vio acercarse desde la cafetería a Mónica y Reme, sus dos mejores amigas. Alex notó como un gélido sudor recorría su espalda ¿Le harían el vacío, como en los últimos seis meses? ¿La saludarían por lo menos? Ni siquiera sabía que prefería, que la dejaran en paz y pasaran de ella o que se acercaran como si nada hubiera pasado.

Las dos chicas llegaron a su altura y desde una distancia prudencial, la más alta de las dos, Mónica, hizo un leve gesto con la barbilla a modo de saludo. Las dos chicas pasaron de largo subiendo con rapidez las escaleras. Alex subió detrás de sus amigas con paso cansado, su debilidad quedaba de manifiesto cuando de subir escaleras se trataba.

Necesitaba marcharse, regresar junto a la protección de su habitación, de su casa, de su madre. Anduvo cansinamente hasta la puerta del baño, quedaban diez minutos hasta la sirena de entrada. Necesitaba llorar, gritar, cortarse las venas, pero sobre todo necesitaba soledad. Dentro de los aseos se sujetó con las manos del lavabo. Miraba con fijeza el metálico grifo, sin atreverse a levantar la cabeza hacia el espejo. Aquel reflejo, aquella imagen que llevaba meses odiando, aborreciendo, aquel color que había destruido todo lo que su vida era hasta hacía seis meses.

Odió profundamente la imagen que le devolvió el espejo, dos gruesas y cálidas lágrimas emergieron debajo de sus oscuras gafas de sol, se deslizaron por su amarillento rostro hasta bailar sobre su temblorosa barbilla. Una joven, del curso superior al suyo recordó Alex, entró en el aseo. A través del reflejo la joven pudo ver la mirada que le dedicaban, miedo, pena, lástima, rechazo, asco. La joven del curso superior se encerró en uno de los cubículos. Alex se recolocó la gorra sobre su calva cabeza, se enjugó las lágrimas, que amenazaban con desbordar sus ojos y derramarse como una cascada sobre su cara. Más de dos minutos de profundas inspiraciones fueron necesarios, para calmar las palpitaciones de su pecho, cuando lo hubo logrado, se dirigió cabizbaja en dirección a su aula.

La clase estaba llena de gente, oteó el panorama en busca de alguna hilera vacía de compañeros, tan solo la primera fila, la de los listillos, los pelotas, empollones, tenía suficientes espacios libres como para no coincidir con nadie a su lado.

Alex notó aterrada como las conversaciones se detenían a su paso, recorrer el pasillo central de la clase supuso la prueba de fuego, si no se moría en ese momento, no creía que se pudiera morir por vergüenza. Alcanzó su asiento junto a la pared, como si verdaderamente fuera un refugio, en el cual evadirse de las miradas lastimeras, horrorizadas, temerosas. Desde detrás de sus oscuras gafas se atrevió a mirar a su alrededor, en el momento que escuchó a la profesora entrar en clase. Muchos compañeros habían prestado atención a la entrada de la profe de Mates, otros muchos seguían mirándola de reojo, con aquellas expresiones inconfundibles, si la miraban fijamente, desviaban la mirada al paso de aquellas lentes ahumadas. Alex se sorprendió cuando una mirada no se desvió, cuando con sorpresa, alguien esbozó una tenue sonrisa, dirigida a ella. Mateo levantó ligeramente su mano a modo de saludo.

En la vida hubiera pensado Alejandra, que Harry Potter, sería el único en mostrarle algo de afecto. Un sentimiento, entre vergüenza, arrepentimiento e incredulidad se apoderó de la chica. Cago en la puta, pensó, con la de veces que le he pegado collejas, capones, con la de momentos en los que me he burlado de el, llamándole, gafapastas, Potter, pajillero, Freaki y es la única persona que me ha saludado. Alex se quedó tan sorprendida que ni siquiera atinó a devolver el saludo.

 –¡Chicooos! –la profe de mates intentaba acallar los murmullos y las conversaciones diseminadas por el aula—bienvenida Alejandra ¿Te encuentras mejor?

–Bu, bueno, si, algo, algo mejor –Alex sintió su boca reseca la oquedad de su estómago se acentuó hasta hacerse dolorosa, los escalofríos arreciaron al sentirse objeto de todas las miradas.

–Bueno, os tengo que recordar una vez más, lo que ya os han dicho muchas veces, sobre todo el profesor de Biología –Susana, la profesora, miraba severamente al grupo—cualquier enfermedad vírica, tan solo es contagiosa durante la etapa de incubación, una vez se desarrolla es totalmente inocua para la gente que rodea al enfermo. No me seáis ceporros, que Alejandra acaba de salir de una enfermedad muy grave y lo que menos necesita es que le tengáis miedo. Se lo que piensan algunos de vuestros padres, pero os garantizo que el contagio de la Hepatitis B, es simplemente imposible. Así, que hacer el favor de facilitar un poco el retorno a vuestra compañera.

La espiral metálica encargada de unir todas las hojas de la libreta, recibía resignada las manipulaciones de los nerviosos dedos de Alex, de aquellos huesudos y amarillentos dedos, que odiaba con todas sus fuerzas. Las dos siguientes clases antes de la pausa del recreo, transcurrieron entre sofocos, palpitaciones, sudores fríos y nervios, muchísimos nervios cuando alguno de los profesores hacía referencia a ella y a su enfermedad. En los dos meses que había estado en el hospital, había asistido con otros chavales a las clases que allí impartían, en su casa su madre se había encargado de repasar con ella las tareas y apuntes que su tutor les hacía llegar puntualmente, pero nada de lo que sus profesores hablaban le sonaba lo más mínimo. No logró concentrarse ni un solo instante en las distintas materias que se impartieron, su mente volvía una y otra vez a su acogedora casa, a la alegría cuando su madre regresaba del trabajo, a las series de la tele en aquellas largas horas muertas, quería desesperadamente que fueran ya las dos de la tarde y volver a su protector refugio.  

Sonó la sirena que marcaba el fin de la tercera clase, media hora de descanso se iniciaba, antes de que diera comienzo la cuarta clase. Alejandra esperó remoloneando, a que todos sus compañeros salieran del aula. No sabía si quedarse en clase comiéndose su insípido bocadillo de pavo, si bajar al patio o ir a la cafetería. Esta última opción la descartó, demasiada gente mirando, cuchicheando, lo mejor sería quedarse allí tranquila. No se permitía comer en el aula, pero estaba segura que no le llamarían la atención, tampoco se podía llevar gafas de sol en clase y el director había hecho una excepción con ella.

–¿No vas a bajar al patio? –Mateo se había detenido de pie, delante de ella.

–No, mejor me quedo aquí –Alex apenas levantó la mirada de su pupitre para dirigirla al pecho del muchacho.

El joven tomó asiento sobre la mesa, en la cual Alex continuaba jugando con su material de escritura. Con esfuerzo la joven alzó la mirada hasta dar con los ojos del joven, el cual apartó rápidamente su propia mirada.

–Imagino que tienes miedo ¿No? –Mateo se había atrevido a mirar fijamente aquellos cristales negros—hay mucho jilipollas suelto.

–¿Jilipollas que dan capones y que te llaman Harry Potter? –Alex no podía olvidar lo faltona que ella misma había sido los últimos 5 años en aquel instituto—te puedes marchar no necesito tu misericordia.

–Vale, si prefieres estar sola, me marcho –Teo se dirigía mochila en ristre hacia la puerta del aula.

Cuando el muchacho escuchó los sollozos, se detuvo por completo. Girándose vio como la delgada espalda se convulsionaba con espasmos cortos y rápidos. ¿Qué debía hacer? ¿Acercarse y abrazarla para consolarla? ¿Respetar su dolor y dejarla sola? ¿Preguntarle? Joder odiaba aquella timidez suya y aquellas indecisiones. En el fondo su hermana tenía razón, se metían con el por que era un pusilánime, que les permitía que hicieran con el lo que les diera la gana. Con decisión se acercó hacia la chica, a medida que el momento de posar una mano en su hombro se acercaba, su decisión fue menguando, hasta replantearse su idea inicial.

Maldiciéndose por dentro por su estúpida vergüenza, el joven tomó asiento en la silla contigua a Alejandra, sin atreverse a tocarla. Percibiendo su presencia la joven levantó la cara bañada en lágrimas mirando a su compañero.

–Puta vida –balbuceó Alex como si su compañero debiera entender con esas dos palabras todo el dolor que encerraba su corazón—Empanao.

–Ya echaba de menos que te metieras conmigo –Teo sonrió levemente a la muchacha, de la cual estaba enamorado desde hacía cinco años—los demás también se meten, pero no es lo mismo.

Alejandra esbozó una sonrisa, muy a su pesar. Le parecían increíbles aquellas muestras de cariño, de la persona con quien más se había faltado en los últimos años. No es que solo se metiera con el, tenía como rol ser la payasa del grupo y su misión era meterse con todo el que fuera diferente, raro, distinto. Mónica tenía muy definido su papel de divina de la muerte, la que más follaba, la que se llevaba a los mejores maromos, la más pelota con los profesores. Reme era la sumisa que servía en cuerpo y alma a Mónica e incluso a ella misma cuando aún no había sucedido aquello, solía reír todas y cada una de sus gracias aunque fueran malísimas.

La nostalgia acudió al corazón de Alex, un amago de llanto se acumuló en sus ojos. Con esfuerzo logró controlar las lágrimas que pugnaban de nuevo, por brotar descontroladas.

–Dime una cosa –la joven había logrado controlar su voz hasta que pareciera calmada– ¿Por qué?

El muchacho guardó silencio, la verdad no se la podía decir. Que la quería desde hacía tanto tiempo, que le encantaba su sonrisa sardónica de medio lado, su flequillo siempre revuelto, aquellos ojos verdes de mirada pícara y risueña, – aquella manera de ser suya, desenfadada, alegre, inquieta. No le podía decir, que en cierta manera su enfermedad le había abierto una puerta. Que viéndola sola, desvalida, ignorada, el se había propuesto firmemente protegerla, cuidarla, consolarla.

–Si te soy sincero ni yo lo se, tal vez busco llevarme bien contigo para que no te vuelvas a meter más conmigo.

–Um –la muchacha mordisqueaba su bocadillo expresándose con la boca llena– ¿Sabes lo que significa que estés aquí conmigo?

–Oh, si, mi popularidad se vería seriamente afectada, por hablar con la chica amarilla, siempre y cuando tuviera popularidad –las palabras del muchacho eran serenas, carentes de falsa modestia—mira a mi la gente de clase me la trae floja, no hacéis otra cosa que meteros conmigo, si te.. Bueno, si tu... es decir… que podríamos… no se… ser algo así… como amigos.

–¿Chica amarilla? ¿Es así como me han puesto? –Alejandra estaba complacida de que los motes, apodos e insultos no hubieran ido a mayores—pensaba que serían más crueles.

–Bueno, ya sabes, hay de todo, hay mucho capullo suelto.

–Teo, por favor, dímelo –la chica se retiró las oscuras lentes, miró con profunda tristeza desde el fondo de aquellas órbitas oculares, con unas profundas pupilas turquesa, rodeadas de aquel amarillo enfermizo de sus córneas.

–¿Seguro? No es agradable –el tono de preocupación del joven era sincero y apesadumbrado.

–Prefiero saber a lo que me enfrento, me gustaría no saberlo, pensar que realmente todo va a volver a la normalidad, pero se que no es así –su mirada se desvió posándose sobre su bocadillo, el cual despertó un repentino interés en la muchacha— ¿apestada? ¿Desahuciada?

 –No… no… no he escuchado muchas más cosas que chica amarilla.

–Vamos, dímelo podré aguantarlo –Alejandra no sabía muy bien si quería o no quería, realmente saberlo, pero había empezado aquello y ahora tenía que conocer a que se enfrentaba.

–Bueno… dicen… que tienes… el… VIH… –Teo tragó saliva sonoramente, como arrepintiéndose de inmediato de lo que había dicho.

–¿Sidosa? ¿Me llaman sidosa? –la voz de Alex se convirtió en un susurro casi inaudible. Gruesas lágrimas volvieron a rodar por su amarillento semblante.

Mateo sacó fuerzas de donde no sabía que las tuviera y acercándose con delicadeza pasó su brazo por los escuálidos hombros de la muchacha. No sabía si debía empujar a esta contra su pecho, pues el miedo que se alojaba en su estómago, le impedía seguir más allá. El joven sintió como un enorme peso se quitaba de encima suyo, cuando Alejandra se dejó caer sobre su pecho. Por fin tenía aquello que había perseguido tanto tiempo, tener entre sus brazos a Alejandra, pero ahora que lo había conseguido, gracias a su enfermedad, se dio cuenta, que cambiaría aquel abrazo por que no la marginaran, por que la aceptaran, por que no se hubiera contagiado, aunque aquella posibilidad hubiera hecho que aquel abrazo no hubiera ocurrido nunca.

Con cariño y delicadeza, retiró la gorra de la muchacha, pues le hacía daño la visera al clavársele en la axila. Acarició con ternura el cuero cabelludo de la chica, que no paraba de llorar contra su pecho. Pensó durante un momento, incluso en besar aquella calva cabeza, pero pensó que podía ser mal interpretado su gesto.

Mateo también se encontraba al borde del llanto, de un llanto de alegría. Podía notar con cada fibra de su ser, el calor, el olor, la suavidad de aquella piel que tanto había añorado poder tocar algún día. Notaba la fuerza de sus enjutos brazos aferrarlo con intensidad. En aquel instante el tiempo se detuvo para el muchacho, no debía ser posible ser más feliz.