miprimita.com

Celia 03 - Una proposición indecente.

en Trios

Durante lo que parecieron segundos, pero seguro que habían sido minutos, Celia había estado entrando y saliendo del sueño negándose a despertarse. Cuando se hubo despertado todo lo que podía, inmediatamente se dio cuenta de tres cosas cuando abrió los ojos: La primera es que estaba completamente desnuda abrazada a la espalda de Isabel, rodeando con un brazo la desnuda cintura de esta. La segunda es que se había vuelto a despertar quince minutos antes de que sonara el despertador, era una especie de despertador circadiano, cada vez que se acostaba ebria, se despertaba incluso antes de que sonara el despertador. La tercera y última cuestión de la que se dio cuenta, es que el resacón que llevaba encima no era de los que se iban a marchar con un par de Aspirinas.

Bajo el cobertor de plumas la temperatura derivada de dos cuerpos desnudos irradiando calor, invitaba a acurrucarse y seguir durmiendo. Tubo que hacer un esfuerzo supremo para desasirse de Isabel y levantarse en pos de una tibia ducha. Cuando salió envuelta en su llamativo albornoz naranja y vio a Isabel profundamente dormida una idea traviesa le cruzó por la mente. Hacía tiempo que no realizaba aquella maniobra y no sabía si su dolorida cabeza estaría preparada para aquello. Con sigilo se acercó a Isabel y acercando mucho los labios a su oreja hizo lo que llevaba pensando unos segundos.

--¡Aaaaaaáááááaaaaaahhhhh! –gritó la joven a pleno pulmón, justo en el oído de la durmiente muchacha—Aáaáaáaáaáhhhhh¿!

Isabel intentó abofetear a Celia pero esta Mass rápida y despejada la evitó con facilidad. Tras esta intentona fallida, logró esconder la cabeza bajo el edredón, pero esto tampoco tubo resultados positivos para Isabel.

--¡Cabrona, japuta, desgraciada, vete a tomar por el puto culo! –gritaba con voz espesa y enojada Isabel.

--¿Aáaáaáhhh!..¿Grooooouuuups¿ --el haber abierto tanto la boca provocó que a Celia se le escapase un eructo, que mas bien parecía que hubiese emergido de lo mas profundo de la garganta de un oso.

--¿Guarra! Vaya peste a ginebra que echas –dijo Isabel agitando con velocidad la mano delante de su cara para airear el ambiente.

--¡Coño! Que casi me parto el pecho –se carcajeaba Celia.

--¿Dios que basta eres! Que poco femenina.

--Joder, te tenías que haber visto tu sobre la alfombra anoche, a ver que opinabas sobre la femineidad –dijo la detective.

--No me hables de anoche, por dios –susurró Isabel mientras se sujetaba la cabeza con ambas manos—me voy a la ducha.

Mientras Isabel se duchaba, la joven detective rebuscó entre la pila de ropa sucia, algo de ropa interior que no estuviera muy usada, pues la lavadora llevaba muerta de risa una semana.

Necesitó el segundo café en el bar de Ceferino, y este ligeramente tocado de anís dulce, para ir entrando un poco en acción, despejando las telarañas que empañaban su mente.

--¿Dónde vas tan guapa? –Preguntó Ceferino.

--Naa, un cliente medio famoso que no quiere acudir a la agencia por lo de la discreción—respondió Celia—debo ir a verlo a donde entrena balonmano, baloncesto o algo así.

Era cierto que aquel deportista brasileño no quería acudir a la agencia, imaginaba Celia que más por tratarse de un niño consentido que por discreción. Pero lo cierto es que podría haber ido con sus vaqueros raídos y una sudadera, si se había puesto minifalda y un suéter ajustado con el frío que hacía, es por que llevaba muy malas noticias para el deportista y esperaba pescar a río revuelto, puesto que el mulato estaba de toma pan y moja.

En la agencia se volvió a repetir la misma pregunta, que le había formulado Ceferino. Tanto Julián, como Ángela, su otra compañera, cuestionaron con suspicacia su atuendo. La única que no le dijo nada fue la señora Carmen que como todos los días se limitó a mirarle por encima de la revista de corazón que ojeaba y decirle su repetitivo, buenos días señorita Poyatos. Su apellido sonaba sarcástico en la boca de la señora Carmen, como si le dijera, golfilla que eres una golfilla.

Pasó toda la mañana informándose en Internet sobre el tema del acoso cibernético, las redes sociales de los adolescentes y cuestiones relacionadas con el hackeo de cuentas de usuario. Cuando se hicieron las doce del mediodía, se marchó hacia el lugar de la cita con su cliente, el cual tan solo trabajaba de diez de la mañana a la una del mediodía.

Cuando llegó al pabellón se dirigió directamente a los vestuarios, las dos visitas anteriores había hecho exactamente lo mismo, Paulo, que así se llamaba el brasileño esperaba que hubieran abandonado el vestuario todos sus compañeros, para atenderla en privado.

Mientras se dirigía a la zona de vestuarios por un largo pasillo, pensó que si bien andar con aquellos tacones era lo más peligroso del mundo, la sensación de medir 1,65 metros, daba cierta seguridad en si misma, que le gustaba.

Buscó con la mirada al anciano utillero, que hacía las veces de recepcionista del vestuario, lo encontró enseguida en un cuartito a pocos metros de allí.

--Buenos días –dijo Celia— ¿podría avisar a Paulo Rosa que Celia ha llegado? 

--Enseguida señorita.

La joven esperó ante la puerta de los vestuarios a que saliera el anciano y le permitiera pasar.

La chica recorrió las hileras de taquillas, repiqueteando con sus tacones en las baldosas de brillante azulejo. Encontró al mulato deportista en una de las últimas taquillas, antes de entrar en la zona de saunas y duchas. Estaba sentado en un banco, vestía tan solo unos tejanos que seguramente costasen un dineral, ansioso arrugaba una camiseta entre sus manos, mientras miraba temeroso como se acercaba la detective.

Celia con gesto comprensivo y maduro se sentó junto al joven deportista, esta volvió a reafirmarse en su pensamiento, la gente no se debería casar con 20 años y menos entre un deportista y una modelo, muchos caminos por recorrer para estar casados tan jovencitos.

--¿Malas novas? –preguntó inseguro el muchacho.

Con gesto grave la detective hizo un imperceptible gesto de asentimiento, al tiempo que extraía un sobre de su bolso y se lo entregaba.

Paulo observó las imágenes, en las que una bonita rubia también brasileña, le comía la polla a alguien que desde luego no era mulato y no era el deportista.

--¿Quién  es el home? –preguntó el brasileño al borde del llanto.

--Más adelante se le ve en las fotos –respondió la investigadora—es un presentador de TV, que yo y el resto del país pensábamos que era gay.

Con mucha suavidad, no fuera a ser que asustase a su presa, la joven alargó la mano hasta posarla en el omoplato del chico en actitud consoladora. Pero su mano no se dedicó a dar los suaves golpecitos de rigor, por el contrario comenzó un suave deslizar de las yemas de sus dedos contorneando la musculatura de la espalda de aquel poderoso cuerpo. La chica viendo que el muchacho seguía en sus mundos, mirando obnubilado las fotografías, comenzó a surcar con sus uñas la columna del joven mientras se acercaba a su cuello y lo besaba con delicadeza.

El mulato brasileño se quedó rígido por unos momentos, pero enseguida recapacitó y volvió a tomar una posición mas laxa como si no se percibiera de las intenciones de Celia. Esta besaba con fruición las orejas del muchacho mientras su mano libre se había colado entre los brazos del joven, los cuales aún sujetaban el fajo de imágenes, hiendo a posarse en sus endurecidos pectorales.

Con las uñas comenzó a juguetear con los pezones del chico mientras este dejaba caer las fotografías al suelo del vestuario. No tardaron en encontrarse las bocas, una ávida de pasión y lujuria y la otra de consuelo y cariño.

La muchacha que se encontraba alternando caricias entre los rotundos abdominales de aquella piel morena y el paquete del muchacho aún cubierto por la tela vaquera, comenzó a desabrochar los botones del pantalón del deportista. No hubo que indicar al chico que levantase ligeramente el culo para facilitar la maniobra, en cuanto la detective agarró el elástico de los boxer, este ayudó a la tarea de desvestirlo de cintura para abajo.

Con la colaboración de los dos no tardó en emerger un endurecido miembro, vaya pensó Celia, estará muy triste, pero su cuerpo parece que está contento.

La investigadora tenía claro que lo que importaba, después de los últimos fracasos era su disfrute, pero con el muchacho, que hacía unos minutos estaba hecho polvo, tendría que esforzarse un poco antes de reclamarle atenciones para con ella.

Bajó los tejanos por debajo de las rodillas quitándoselos de un tirón. La joven con movimientos sutiles se arrodilló entre las piernas morenas del muchacho. Comenzó por besar la cara interna de los muslos durante un tiempo, para continuar en la misma zona pero en esta ocasión utilizando su lengua cálida y húmeda en vez de sus labios. Los poderosos aductores, prietos como rocas, destilando un olor y sabor a limpio, a reciente ducha, embelesaron a Celia. La tersura de su piel perfectamente depilada la maravilló, chupó y succionó de aquellas rotundas columnas, mientras con ambas manos se agarraba de los no menos rotundos glúteos.

Fue ascendiendo lentamente, con deliberada parsimonia, ganando cada centímetro de ascensión hacia las ingles con dedicación exclusiva. Alternaba entre izquierda y derecha con el fin de no dejar milímetro de piel sin probar. Debía llevarlo al límite, si quería lograr su propósito de que la follara bien follada allí mismo, olvidando por un momento a su rubia modelo.

Se acercó con parsimonia hasta que notó en su mejilla la suavidad de los vellos de los testículos. En ese momento liberó a los muslos de sus atenciones para enfocarlas en la bolsa escrotal del joven. Con cada mano sujetó uno de los huevos del mulato y los separó con infinita delicadeza, una vez ampliado el canal de piel que separaba ambos testículos, Celia se aplicó a la tarea de lamer y succionar el tejido epidérmico más fino y sensible  del cuerpo del deportista. Chupó y lamió desde el perineo del joven hasta la base de su polla, este tenía los ojos cerrados y respiraba con dificultad. Celia estaba calculando el momento preciso para separarse de las pelotas del chico y comenzar a desvestirse para iniciar su propio disfrute, cuando la solución se le ofreció sola.

Unas manos rotundas aferraron a Celia de las caderas y comenzaron a acariciarle el culo. La chica cogiendo el miembro del brasileño con una mano y apoyándose con la otra en su muslo, se giró para ver que pasaba en su retaguardia.

--¡Holá!—dijo un joven con cierto acento, detrás de Celia, levantando una de las manos a modo de saludo, dejando temporalmente de amasar el trasero de esta.

--¿Michel? –preguntó sorprendido Paulo tras abrir los ojos.

 --Estaba en la sauna –dijo el francés— ¿Molesto?

Paulo y Celia se miraron a la cara como para ver que decisión tomaban, dar aquello por concluido, mandar al gabacho a tomar por saco y continuar por donde lo habían dejado o permitir que se uniera a la improvisada fiesta, si bien para Celia de improvisada tenía poco.

--Soy un caballego y si tenéis gepagos me magchagué, pego viendo tan bonito culo no pude contenegme –se justificó el francés, que por toda vestimenta llevaba una toalla anudada a la cintura.

--Nunca he estado con dos hombres y no se, me da un poco de palo –respondió la joven.

--¿Palo? –respondieron ambos muchachos al unísono.

--Vergüenza –explicó la investigadora.

Aunque bien pensado, tras que Paulo le diera el dinero por su trabajo, no creía que fuera a ver a esos dos, por tanto le importaba un carajo si pensaban de ella que era una puta, que era facilota o una ninfómana, la oportunidad de estar con dos de los tíos mas macizos que había visto en su vida no le iba a pasar todos los días.

Como toda respuesta Celia se llevó las manos a la espalda y deslizó la cremallera de la falda, para acto seguido continuar lamiendo el escroto del mulato al cual su erección se le había bajado considerablemente.

No tardó su falda en deslizarse piernas abajo y  levantando primero una rodilla y luego la otra, dejó libre el camino para que el francés retirara su falda por completo.

Mientras, la muchacha había ascendido de los huevos del mulato a la base de su falo, el cual lamía ascendentemente hasta su glande. Celia sentía en la punta de su lengua el calor y la palpitación del oscuro miembro. Se llevó el glande a la boca realizando una suave succión con los labios como si se tratase de un biberón, del cual quisiera extraer la leche. Michel se había entretenido en bajar los pantys y el tanga de Celia dejando al aire su redondito culo. Lo amasó, lo acarició incluso le dio alguna nalgada juguetona. El francés se inclinó y posando la lengua sobre el sacro de la chica la deslizó entre las nalgas del pequeño culo, incrustándose en el cañón de fina piel que se demarcaba por ambas redondeces. Continuó su descenso hasta llegar al arrugadito esfínter de Celia, a la cual jamás le habían practicado un beso negro. Comenzó por rodear el ano de la joven con su lengua, trazando cada vez círculos más estrechos entorno a la cerrada puerta trasera. Continuó punteando en el mismo ojete, como el que llama a una puerta, daba ligeros golpecitos con la punta de la lengua para acto seguido cambiar al movimiento circular alrededor del esfínter.

Mientras estas operaciones eran llevadas acabo en la popa de Celia, su mascarón de proa engullía con deleite el moreno nabo del mulato. La detective no tenía una gran capacidad de penetración bucal, por lo que prefería pasar más tiempo lamiendo o succionando el glande del chico. En todas y cada una de las lentas pasadas que realizaba la joven a lo largo de la nervuda verga de Paulo, se detenía mucho mas tiempo que en cualquier otra parte en el frenillo del muchacho, lamiendo y punteando con deleite para ambos.

La excitación de la joven ascendió como un cohete cuando sintió que Michel había pasado de los punteos en su culo a introducirle con suavidad dos dedos dentro del coño, al mismo tiempo que realizaba esta inserción, colocó sus labios entorno a su agujero trasero y succionó con fuerza sin soltar el esfínter de la chica, su presa labial. Las suaves penetraciones de sus largos dedos se fueron haciendo más enérgicas a medida que las succiones sobre su ano adquirían un ritmo infernal. Con maestría sacó uno de sus dedos de su ardiente interior y lo llevó hacia su clítoris, Celia pensaba que no se podía estar mas caliente. Su coño destilaba flujos con una velocidad e intensidad que jamás había sentido, el dedo de su coño unido al que ahora le torturaba el clítoris y la succión en su trasero la estaban llevando a punto de caramelo para un orgasmo monumental. Mientras esto hacía el francés con una mano y su boca, con la otra mano había logrado liberar uno de los pechos de su encierro y se estaba dedicando a torturar el endurecido pezón con ligeros tirones.

Michel viendo que se acercaba el momento de la joven que tenía entre sus manos, separó su boca del culo de la chica y de la única manera que le era posible, es decir con el dedo pulgar, penetró analmente a la chica, la cual pegó un respingo por la impresión y acto seguido se corrió desaforadamente.

Celia gritaba medio amordazada por la polla que tenía dentro de la boca, agitaba el culo y las caderas como si le estuviesen dando espasmos o un ataque epiléptico. Cuando el experto francés detectó, que el momento en que sus caricias pasarían a ser dolorosas molestias para su amante, había llegado, sacó simultáneamente sus dos dedos del interior de Celia y retiró el último de su hinchadísimo clítoris.

La joven como pudo alzó la cabeza lo suficiente para desempalarse de aquella oscura polla y se dejó caer sobre uno de los muslos del mulato.

--Un segundito, por favor –susurró una desmayada Celia.

--Tranquila minina –dijo cariñosamente Paulo.

--Tengo cuatro años más que tú –refunfuñó la detective.

--No vamos a discutig por eso ahoga –dijo Michel mientras cogía a Celia por los hombros y la recostaba de espaldas sobre su pecho. Esta posición permitió a Paulo aprovechar el tiempo de recuperación de la chica para desnudarla por completo, quitándole tanto el suéter como el sujetador.

--¿Cunsuelas así a tous los clientes engañaus? –preguntó el brasileño

--Pues si tienen ese cuerpazo que te gastas tu, hago un esfuerzo--, bueno, ¿Continuamos?

Paulo alzó a la joven por las caderas y la depositó sobre sus rodillas, mientras tanto Michel la había rodeado por debajo de las axilas agarrando sus medianos pechos. El francés agarraba con ambas palmas los pechos de la chica friccionando los durísimos y sensibilizados pezones con la punta de los dedos. El mulato amasaba los glúteos de la pequeña chica, a esta se le ocurrió algo que nunca había hecho pero dada la posición era una pena no intentarlo, con el culo bien asentado en las rodillas del mulato y sujeta fuertemente del tronco por el francés separó sus pies del banco de madera para llevarlos hasta el endurecido, cálido y palpitante falo del brasileño, con sus diminutos pies pudo abrazar bien el tallo de la polla de Paulo, Celia calzaba un pie número 35 mas propio de una niña de 12 años que de una mujer, pero para aquella tarea se mostraron perfectos puesto que podían realizar presión sobre el cálido mástil sin que este se le escapase.

En muestra de gratitud Paulo comenzó a acariciar el clítoris de Celia que se encontraba mas hinchado aún que antes si eso era posible. Todavía seguía lubricado de su corrida anterior, por lo que el mulato pudo torturarlo a placer sin molestias para Celia. Entre los pellizcos en los pezones proporcionados por Michel y la paja de Paulo, el cual torturaba ahora su clítoris con el dedo pulgar mientras le introducía tres dedos en su ardiente cueva, Celia se encontraba al borde de su segundo orgasmo.

Aceleró el ritmo de sus pies sobre el falo del brasileño, la postura era agotadora pero iba a hacer que ese mulatón se corriera con sus pies, si o si. De pronto sintió en las plantas de sus pies un estremecimiento seguido de una intensa palpitación y el ojo único del prepucio del mulato, comenzó a escupir ardiente semen como si fuera una manguera. El cálido semen derramándose por los empeines de sus pies era lo que le faltaba a Celia para abandonarse al placer, lanzándose de cabeza hacia la obtención de su segundo orgasmo, el cual fue más suave y prolongado que el primero, por lo que pudo controlar sus gritos transformándolos en un profundo suspiro.

Sin esperar esta vez a que se recuperara, el francés la alzó en vilo y se la llevó hacia el banco en el cual se sentó el primero y luego la colocó a ella sobre sus rodillas, de espaldas a el, tal y como la tenía agarrada, La toalla del francés se había caído en algún momento de los múltiples magreos, por lo que no necesitó ni siquiera abrir las piernas de Celia para penetrarla de golpe, ya que la inclinó ligeramente hacia delante y le ensartó toda su polla desde atrás.

La vagina de Celia no había perdido ni un ápice de su lubricación pero la penetración había sido de un estocazo firme y seco, lo cual hizo que la joven se quejara.

--¿Con mas cuidado! Que no soy una muñeca inflable.

--Pegdon, pegdon, que me emocioné –respondió el deportista.

Pero los perdones solo fueron de palabra por que al instante, Michel agarró con fuerza por los pechos a Celia y comenzó a bombearla con una energía descomunal. A la joven aquello le molestó un poco, hasta que sin darse cuenta cuando, comenzó a gemir, disfrutando de lo lindo de aquella ruda follada.

--¿Así te gusta puta? –preguntaba un exaltado Michel.

--¡Maricón, fóllame como un hombre de verdad y no como un marica Francés! –insultaba una desatada Celia.

La intensidad no podía crecer mucho más pero si el movimiento de penetración/retracción, soltando las manos de los pechos de la joven Michel  las llevó a las caderas de la misma donde tenía mejor asidero. Celia por su parte cambió también las manos de posición, desde sus propias rodillas las desplazó hasta apoyarse en las rodillas de Michel, comenzando un vertiginoso movimiento de galope sobre la tranca del francés, el cual aprovechaba el movimiento de descenso de la grupa de la joven, para con fuerza estirar de sus caderas ensartándola con violencia en su polla. Paulo que se había recuperado y exhibía orgulloso una nueva erección se colocó delante de Celia dispuesto a que esta tuviera ocupada también la boca, el brasileño miró el vertiginoso movimiento de la cabeza hacia delante y atrás y pensó que era ideal para follar la boca de la guapa chica.

Estaba sujeta por todas partes Paulo la asía de la cabeza empujando hacia delante, enterrándole de secos empellones mas de media polla en la boca, lo que no la dejaba respirar bien. Por su parte Michel estiraba hacia atrás clavándole su dura verga sin la mas mínima compasión, así tirando violentamente hacia delante uno y hacia atrás otro, Celia llegó a la conclusión que  su libido se estaba bajando a marchas forzadas. Viendo que no podía ni hablar se le ocurrió una manera de bajar los humos a los hombres, impulsándose con fuerza con las manos se adelantó con energía metiéndose toda la polla del mulato en la boca, lo cual le produjo arcadas, del movimiento hacia delante la polla del francés se había deslizado por el coño de Celia hasta salirse de tan confortable envoltura. Cuando en su obnubilación Michel estiró con violencia de Celia el trasero de la chica golpeó con rudeza contra su miembro que se encontraba vertical contra  el vientre del francés.

--Ahuuuuuuu –se quejó Michel.

Decidida la joven se puso de pie, con los brazos en jarras.

--A ver si dejáis de hacer el capullo de una puta vez –les gritó indignada.

Ambos chicos se miraron con caras de ignorancia.

--¿No iba todo bien? –preguntó Michel—cgeía que lo estábamos pasando bien.

--Si claro medio ahogada y siendo zarandeada como una muñeca de trapo—túPaulo, túmbate en el suelo.

El muchacho mulato la obedeció en el acto. Celia se sentó a horcajadas sobre la cara del brasileño exponiendo su inflamadísima vulva a los labios y la lengua del joven. Celia se acomodó sobre el pecho del chico esperando que regenerara su lívido perdido.

 El alto y atlético francés se puso de pie frente a Celia haciendo indicaciones con la mano hacia su nabo. Celia lo miró a los ojos y también le hizo indicaciones con la mano, la universal indicación de que se la machacara con dos piedras. El francés obediente comenzó a hacerse una lenta paja a milímetros de la cara de Celia lo que contribuyó al creciente calorcillo que volvía a invadir su entrepierna.

Mientras Paulo saboreaba hora el labio mayor izquierdo, hora el labio mayor derecho, pensaba que si se lo curraba con una comida concienzuda la mujer volvería a comerle la polla o mejor aún se lo follaría, por que tenía claro que a aquella chica no se la follaban si ella no quería, en todo caso se los follaría ella. Siguió con los labios menores, los cuales fueron objeto de lentas y suaves pasadas de su lengua, la chica sentía como aquel tratamiento vaginal la estaba retornando al punto en el que se había quedado antes de empezar a sentir molestias. La traviesa lengua de Paulo ascendió hasta encontrarse con el inflamadísimo botón de la chica, un espasmo eléctrico recorrió la columna vertebral de Celia desde la rabadilla hasta la nuca cuando sintió los labios del morenito ceñirse a su clítoris y succionar suavemente de el.

Pero como algunos hombres no aprenden, mientras  disfrutaba como una enana, sin segundos sentidos, de la comida de coño de Paulo, llegando a su tercer y mas fuerte orgasmo de la tarde, al ingenioso francés no se le ocurrió nada mas inteligente para inflamar el lívido de la joven, que pegarle un lechazo de semen en todo el ojo.

El movimiento de Celia fue automático e inconsciente, se amorró a la polla de Michel succionando con fuerza toda la leche que quedaba en el interior del gabacho, aquel gemía sonoramente, encontrándose seguramente en el séptimo cielo. Celia se incorporó rauda y tomando impulso descargó un escupitajo sobre la cara del francés, llenándolo de cejas a barbilla de su propia leche.

--¡Guarroo! –Escupió Celia-.

Entonces la chica se quedó anonadada, el francés con cara de perplejidad, estalló en sonoras carcajadas. Al poco tiempo Celia se contagió de las carcajadas mientras se retiraba el pegote de cálido semen del ojo.

--Como me ponen las mujegues tempegamentales –reía el francés mientras se sujetaba los abdominales con las manos, y un grueso goterón de su propia leche colgaba bamboleante de su barbilla. La joven le sacó la lengua divertida.

Mientras, en el suelo Paulo se mantenía la erección con friegas lentas sobre su endurecido pene. La chica se giró hacia el diciendo:

--¿y ahora tu que quieres? –dijo con fingido tono autoritario.

--Mimitos para mi amigo –suplicó Paulo mirando a su venosa herramienta.

La entrepierna de la joven investigadora estaba al límite, si se lo follaba sin ayuda quedaría escocida para un par de días y lo de comerle la polla sin mas quedaría repetitivo, pues ya se la había comido a Paulo.

--¿Tenéis algo para lubricar? –Preguntó Celia--, aceite de masajes o algo de eso.

El deportista francés que se estaba limpiando la cara con la toalla caída, se acercó a una taquilla cercana y extrajo un frasco trasparente.

--¿Vaselina? –dijo en tono interrogativo.

Celia agarró el frasco y tras embadurnar la polla de Paulo, quien no se había dejado de tocar para mantener la erección, se acuclilló lentamente sobre este. La joven deseaba controlar la situación y fue ella quien se introdujo el falo del brasileño, luego fue bajando las rodillas lentamente hasta apoyarse en ellas.

Aquel espécimen de mulato era una pasada pectorales amplios y ligeramente marcados, tableta de chocolate que ni las de Nestlé y una polla que sin ser descomunal era ideal para la plaza de aparcamiento que le tenía reservada Celia.

La chica comenzó un cadencioso paso, apoyada en el pecho del chico, el cual agarraba y manoseaba los erguidos pechos de la detective. Para pasar al trote Celia decidió inclinarse un poco más y apoyar las manos directamente sobre el suelo, como si pusiera posición aerodinámica al montar a su potro.

Desde un banco cercano Michel no se perdía detalle de las dotes de amazona de Celia, cuando esta estuvo apunto para avanzar mas rápido, colocó su grupa a saltar a galope tendido. Si no se hubiera llegado a lubricar en esos momentos, estaría saliendo humo de la entrepierna de la chica. La posición inclinada de Celia hizo que Paulo tuviera que separar sus manos de los bonitos senos de la chica para llevarlas hacia sus glúteos y colaborar en el movimiento vertiginoso de la joven.

El cuarto orgasmo llegó poco a poco, Celia lo notó llegar desde los genitales y ascender rápidamente hacia la boca del estómago donde se expandió por todo el cuerpo dejándola derrengada, se aferró con fuerza a los prietos rizos del brasileño y exhaló un grito desde lo mas profundo de su ser, un grito desgarrador, de desahogo, en fin un grito de liberación.

Con los últimos estertores del orgasmo de Celia y el acompañamiento realizado por las caderas del mulato, este no tardó mas de 15 segundos en obtener su recompensa al trabajo bien hecho, aunque si lo pensaba bien tan solo había puesto la herramienta, realmente el no se había follado a nadie a el se lo habían follado. Paulo descargó todo su semen en la cálida gruta de la joven, llenando a esta de su densa y cálida leche.

Con un ligero bamboleo, fruto de un incipiente dolor de piernas Celia se desplazó hasta el banco mas cercano donde se dejó caer, para recuperar el aliento. Justo enfrente de ella en otro banco, Michel con una renovada erección se apuntaba a su miembro mirando a la joven.

--¿Qué quieres tú? –preguntó la joven de manera altanera.

--Pues también quiego mimitos –respondió el francés.

Con todos los dedos de la mano encogidos salvo el de en medio que estaba totalmente extendido, Celia alzó la mano a la vista del joven deportista.

--Vosotros seréis deportistas, pero yo ya no aguanto mas—dijo sin resuello Celia--, por cierto ¿Vosotros que deporte hacéis?

--Fútbol sala –respondió el brasileño mientras se incorporaba.

--Ya decía yo que erais muy bajitos para el baloncesto o el balonmano.

Ambos chicos se miraron entre ellos y estallaron en carcajadas. Celia comprendió enseguida el objeto de sus risas, había llamado bajitos a dos tipos que superaban el metro ochenta y a los cuales en el mejor de los casos les llegaba a medio pecho.

--¿Entonces no segá posible haceg nada? –insistió Michel indicando su endurecida polla.

--Ni hablar, por lo menos hoy –respondió Celia.

--¿Cuánto te costó el segvicio? –preguntó el francés mirando a Paulo.

--Sietesientos pur el trabayo más sien de desplazamientos –respondió Paulo, algo extrañado por la pregunta,  a su compañero de equipo.

--El Lunes tenemos día libge, ¿podgía ser un servicio en mi casa? –preguntó Michel mirando fijamente a Celia.

La muchacha había cerrado los ojos y se había reclinado apoyada en las taquillas, al intuir la velada insinuación abrió de golpe los ojos, mirando entre incrédula e irritada al francés.

--¿Cómo? –quiso cerciorarse Celia.

--¿Podgía ser toda la tagde por ochocientos? –Preguntó el joven—si estás ocupada quedamos otgo día.

El joven brasileño miraba alternativamente a su compañero y a la detective que había destapado la infidelidad de su esposa, sin entender para nada que era lo que pasaba allí.  La joven investigadora estuvo más de minuto y medio mirando al vacío anonadada, ¡Puta!, ¡Puta! Me ha tomado el idiota este por una puta. Alternativamente a este pensamiento irritante otro más pragmático cruzaba por su mente, ¡Ochocientos!, ¡Ochocientos! La ostia puta. Tiempo lo que necesitaba era tiempo para pensar, para reaccionar. Mientras terminaba de adecentarse, limpiándose con una toalla que le había dejado el francés, se fue vistiendo mientras meditaba a toda prisa. Terminó de ponerse toda la ropa y ninguna respuesta había iluminado su mente.

--Llámame el Domingo –dijo Celia extendiendo una tarjeta—al número que pone móvil no al de la oficina.

--¿Investigación pgivada? –preguntó extrañado Michel.

--Si claro una tapadera, no querrás que ponga… --dijo Celia sin terminar la frase.

No pensaba que pudiera soportar más aquella surrealista situación, sin partirle la cara al francés o echarse a llorar como una cría. Toda su vida se había arrepentido de su pronto, de sus reacciones viscerales e irreflexivas. No sabía de donde había sacado la calma para terminar aquella situación con cierto aplomo.

Se despidió cariñosamente de ambos jóvenes y se marchó taconeando por los largos pasillos del pabellón polideportivo.

Nada mas salir al exterior Celia, se cagó en todo lo cagable y más. Había comenzado a diluviar, con lo que caía no podría llegar hasta la parada del Bus sin acabar calada hasta los huesos, contando con que hoy iba vestida de niña bien, sin chaqueta impermeable, sin botas de gruesa suela, etc. Esperó unos minutos a ver si amainaba la lluvia, cuando un Porsche Caiman plateado se detuvo ante ella.

--¿Te llevo a algún sitio? –preguntó Paulo el brasileño.

--Joder, ostia puta, me harías un favor del carajo –respondió la deslenguada Celia.

Eran las dos y media pasadas, con lo cual no habría llegado a comer hasta las tres y media o cuatro, con Paulo en quince minutos estaría en el bar de Ceferino comiendo una sopa calentita. A las tres en punto el joven brasileño se detenía frente al local de Ceferino llamando la atención de los más cercanos a la puerta del local, puesto que no se veía un coche como aquel en ese barrio todos los días.

--Gracias –dijo Celia, dándole un besito--, y lo siento por lo de tu mujer.

Paulo miró el sobre que se encontraba entre ambos asientos y suspiró.

--Yo también sientu lo de Michel, el creyó que tu…     --dijo algo azorado el mulato.

--Bueno Ya lo hablaré yo con Michel –dijo una resuelta Celia mientras se apeaba del deportivo.

Mientras caminaba bajo la lluvia, protegida por un paraguas que le había dejado Laurita, la investigadora iba maldiciendo su idea de haber pedido merluza en salsa verde, puesto que una espina se le había clavado en el cielo de la boca, casi en la campanilla y por más que jugaba con la lengua no podía deshacerse de ella. Se detuvo frente a un bajo comercial, con una fachada decorada con motivos vegetales algo descoloridos (tomates, pepinos, alcachofas, etc.) Extrajo un pequeño mando a distancia de su bolso y la puerta comenzó a plegarse hacia el interior del local. La inversión de la puerta mecánica había dejado a Celia sin ahorros, pero en esos momentos se alegró de no tener que lidiar con el cierre, subiendo ella misma a pulso la persiana. La vieja frutería de la señora Celia, había sido un estupendo garaje desde la muerte de su abuela. En vida no había perdido la esperanza de que la joven Celia retomara el negocio familiar y sirviera lechugas y tomates a las maris del barrio. Aunque bien pensado si acabara de puta de lujo, tampoco tendría un trabajo mucho mas decente.

Tanteó en la oscuridad hasta localizar el interruptor con temporizador de la luz. La planta baja acomodaría bien a cuatro coches con espacio para entrar y salir, pero salvo su pequeña joya solo había allí otro coche. Celia no quería que allí se metiera cualquiera Y solo había consentido en alquilarle una plaza al señor Augusto y a su viejo Mercedes 300E.

Celia se acercó con paso resuelto al niño de sus ojos, su pequeño MX5, el pequeño descapotable japonés de un rojo intenso, se amoldaba como un guante a la personalidad de Celia, pequeño, impulsivo y juguetón y con mucho estilo. Contaba con doce años a su espalda, pues lo tuvo que comprar de segunda mano con la herencia de su abuela, pero parecía recién sacado del concesionario.

Condujo con gran suavidad por las callejuelas de la ciudad, no fuera a tener ningún percance, con la calefacción a todo meter y decidiendo en el selector del cargador de seis compactos entre: Paramore, Flyleaf, Foo Fighters, un viejo álbum de Nirvana, los eternos Guns and Roses y Taylor Swift, a esta última la llevaba en su cargador por que había sido un regalo de Marta, tenía que reconocerse que había escuchado a la joven cantante Country mas de lo que le hubiera gustado para sus estrictos principios musicales. Se decidió por algo metal y Flyleaf comenzó a sonar atronadoramente en el único extra que se había permitido Celia modificar en su deportivo biplaza, un impresionante equipo de música económico pero muy bien distribuido para lograr buena sonoridad.

Cuando por fin se incorporó a la autopista del norte, pisó afondo notando el empuje de la propulsión trasera de su pequeño japo. En menos de quince minutos llegaría a casa de Kin, uno de sus pocos amigos de la facultad. Llevaba sin verlo a el y a su abnegada mujercita mas de un mes y cuando Kin le llamó para recordárselo y decirle que se pasara no lo dudó. Había que aprovechar la invitación de Joaquín puesto que era raro que dejara sus estudios de la oposición de fiscal para pasar la tarde con cualquier persona.

La joven no se cansaba nunca de visitar a la pareja y a su pequeño bicho. Kin era excepcional, de esas personas reflexivas, atentas, que siempre te escuchan atentamente con una expresión de calma en la cara y jamás te dan un consejo. Así nunca diré esa frase de ya te lo dije, decía siempre Joaquín cuando Celia le recriminaba su falta de implicación en los problemas ajenos. Era un tipo de los que se desviviría por los problemas de sus amigos pero sin juzgarlos jamás, sin reproches, ni advertencias banales. Marisol. Era de esas personas movidas, alegres, trabajadoras hasta la extenuación y siempre, siempre optimista.

Había dejado de llover cuando Celia se detuvo delante de la fachada profusamente decorada de una guardería de barrio suburbial acomodado. Esperó a ver aparecer a Kin por la esquina de la calle posterior. Conocía al detalle sus movimientos desde que hacía tres meses el y Marisol decidieron llevar al pequeño bicho a la guardería.

--Hoy no me llevarás al parque ¿No? –preguntó a modo de saludo Celia, cuando el hombretón se acercó con paso firme hasta su altura.

--Buenas tardes Eh –saludó Joaquín.

Como respuesta Celia le plantó dos sonoros besazos e intentó abrazarlo, cosa que le fue imposible por el perímetro del hombretón.

--¿Ya da pataditas? –preguntó la joven palmeando el prominente vientre del amigo.

El joven revolvió el pelo de Celia y se dirigió junto a esta hacia la puerta de la guardería.

--Que raro se me hace verte sin ningún tipo de gorro –dijo Kin mientras miraba extrañado a Celia—y por cierto que vienes muy guapa.

Joaquín se introdujo en el jardín de infancia y tras unos instantes salió con una niña morena en sus brazos que pugnaba por arrancarle la nariz de la cara, como si fuera un aplique que se pudiera poner y quitar al gusto-.

--¿Vienes sin carro? –preguntó Celia.

--Como no vamos al parque –dijo por toda respuesta Kin.

Anduvieron despacio en dirección al adosado de Joaquín y Marisol, mientras charlaban y se ponían al día de sus asuntos.

--¿Y Marisol? –Preguntó Celia-- ¿Se ha quedado en casa?

--Es que tiene turno de tarde –respondió Kin—por eso como hoy no estudiaré por la tarde, te dije que te pasaras a verme.

Para Kin lo primero lo segundo y lo tercero habían sido sus oposiciones a fiscal, eso hasta el día que la pequeña Alma había llegado a sus vidas. Había que ver como cambiaba la gente cuando tenía un bicho en casa. Joaquín tenía todo lo que se podía pedir a la vida una mujer simpática, sonriente a todas horas, trabajadora, tanto en casa como fuera y que no le exigía ni presionaba a Kin para que aprobara las oposiciones. Ambos eran conscientes que la media para aprobar tan complejos exámenes rondaba los seis años y Kin tan solo llevaba dos años presentándose, justo los dos años que llevaba casado.

--Uff, sería el último trabajo que haría en mi vida –dijo Celia en referencia al trabajo de enfermera de Marisol.

--¿Pues no decías que el último trabajo que harías en tu vida sería verdulera?

--Bueno ese también –respondió una sonriente Celia.

Hablar de trabajos le recordó a la joven su propuesta laboral de hacía unas horas. Mientras entraban en la casa y dejaban a la niña en su parque infantil, Celia fue poco a poco contando la historia de su affaire en el pabellón deportivo a su amigo Kin.

--Coño tía eres de lo que no hay –dijo Kin mientras preparaba un par de cafés—tantos meses de sequía y ala, de dos en dos.

Se sentaron a la mesa de la cocina desde donde Joaquín podía ver a la niña juguetear en el salón anexo. Con confianza, como si estuviera en su propia casa, Celia se descalzó con un suspiro de alivio.

--No se lo cuentes a Marisol, no lo he decidido y no quiero que piense que soy una puta –dijo abochornada Celia.

--¿Pero lo vas a hacer? –preguntó Joaquín.

--Joder, el chaval está muy bueno y encima son ochocientos pavos.

--¿Y si quiere pagar por hacer cosas que luego no te gustan? –cuestionó Joaquín.

Celia tenía claro que Kin no le daría ningún consejo de manera directa, pero era un experto haciendo preguntas para que tu solito te plantearas las respuestas y si estas, te convencían o no.

--Parece que le gusta que lleve yo la voz cantante, pero he de reconocer que es una posibilidad –reflexionó Celia en voz alta.

--¿Y si… le gusta y se lo comenta a otros compañeros? –Preguntó Kin-- ¿Lo harías con otros que no te atrajeran?

---Pues lo cierto es que sobria, nunca lo he hecho con alguien que no me atraiga –meditó Celia—tendría que verme en situación.

--Podría practicar contigo –dijo Celia con tono solemne, tras reflexionar un rato—A ti te quiero muchísimo, pero no me atraes nada de nada.

El opulento joven, tosió sonoramente, puesto que de la impresión recibida, se acababa de atragantar con el café.

--San Blas, San Blas –repetía la letanía Celia, que se había levantado y aplicaba ligeros golpecitos en la espalda de su amigo.

--Celia, por dios no me digas esas cosas.

Celia estiró la mano y palpó el paquete del joven, este sorprendido intentó retirar las manos de la chica. Viendo que ella las movía mas rápido que el y que parecía un pulpo al que le hubieran brotado ocho brazos en vez de los dos habituales en Celia, decidió levantarse y corretear por la cocina huyendo de la chica.

--¡Siéntate! Y estate quietecita –gritaba Joaquín.

--Estate quietecito tu y déjate hacer –respondía una pícara Celia.

 Siendo más rápida, la chica no tardó en agarrar al joven y manipulando con celeridad, logró alcanzar la cremallera y botones de su pantalón. El joven palmoteaba sin fuerzas, pues seguía pensando que aquello era una mas de las locas bromas de su amiga y que pararía en cualquier momento. Cuando vio como Celia le bajaba lo s pantalones y los slips, se convenció de que aquello no iba de broma. Aplicando ahora si su fuerza real y aprovechando su superioridad física, agarró de las muñecas a Celia y dándole la vuelta la dejó caer de cara sobre la mesa de la cocina.

--¿Pero tu te has vuelto loca perdida? –Preguntó un alterado Joaquín—que somos amigos coño.

--Deja que te la chupe un poquito, si me concentro contigo no me será difícil con cualquier otro.

Joaquín arto ya de aquella situación y sintiendo como a pesar de su consciencia su pequeño amigo comenzaba ya a despertar de su letargo, decidió cortar aquello por lo sano. Llevando hacia atrás el brazo que no sujetaba las muñecas de Celia, descargó sobre el trasero de esta una fortísima palmada a la que siguieron dos mas sin tanta intensidad, pero si con la suficiente para que dolieran a Celia.

--¿Te va el rollete de azotarme para ponerte caliente? –Preguntó Celia con voz de guarrona— súbeme la falda y me podrás azotar mejor.

--Pues no haces nada bien de putón, estás sobreactuada –dijo Kin intentando otra técnica para que Celia lo dejara en paz.

--¿Por qué? –preguntó Celia.

Joaquín viendo que había cambiado el objeto de atención de Celia se atrevió a soltarla.

--Por que estabas sobreactuada –dijo un Joaquín algo turbado—deberías ser más natural.

--Vaya, pues a tu amiguito le ha gustado por lo que veo –dijo la joven mientras acariciaba con ternura la polla de su amigo.

--Para por favor Celia –suplicó el voluminoso joven.

--Va solo una pajita porfaaaa –dijo Celia mientras ponía pucheros—además debería probar a ver si soy capaz de tragármelo.

--Celia por favor estate quieta, que soy yo Joaquín, tu amigo Joaquín –insistía el joven en sus súplicas.

--Por eso, tengo confianza contigo como para intentarlo –dijo por toda respuesta Celia mientras se agachaba y se introducía el mediano pene del joven en la boca.

En cuanto la polla de Joaquín notó el calor que destilaba la pequeña boca de Celia no tardó en alcanzar su máxima erección. Mientras Joaquín había comenzado a lloriquear con sincero pesar, Celia había logrado introducirse algo más de la no muy grande polla de su amigo. Se retiró lentamente y ayudada por la lengua lamió succionó incluso mordió suavemente el glande de su amigo. En un fogonazo de lucidez Celia abrió los ojos y miró directamente a Joaquín, viendo que la cara de este era un mar de lágrimas y que su cara de sufrimiento era un poema, decidió detenerse de inmediato.

--Lo siento muchísimo –dijo Celia abrazándose a Joaquín y rompiendo a llorar--, no se que carajo me ha pasado, de verdad.

Ambos estuvieron llorando un rato sin romper el abrazo. Cuando se hubieron serenado un poco, la joven volvió a arrodillarse frente a su amigo, el cual volvió a modificar sus facciones ahora algo mas relajadas. Celia subió con cariñosa dedicación tanto los slips como los pantalones de Joaquín hasta abrochárselos y dejarlo todo igual a como estaba antes de haber comenzado aquella locura.

  Celia con la cara gacha se sentó en una silla apoyando la cabeza entre sus manos. Joaquín percibiendo que su amiga requería de su consuelo se acercó a ella y suavemente le acarició el pelo.

--Madre mía como se me ha ido la cabeza –se lamentaba Celia--, que vergüenza.

--Tranquila soy yo Joaquín, sabes que no ha pasado nada, que todo sigue igual –consoló a su amiga el joven—olvidaremos esto, como si nunca hubiera pasado, venga que un día tonto lo tiene cualquiera.

--Menos mal que tú has mantenido la cabeza en su sitio –dijo Celia—muchas gracias por haberme parado.

--Pues mi trabajo me ha costado, siempre he pensado que tenías un atractivo muy especial –rió Joaquín, intentando quitar hierro al asunto—me debería haber adelantado a Pablo.

El rostro de Celia se contrajo en una mueca dolorosa al oír aquel fatídico nombre.

--No lo mentes por favor –suplicó Celia.

--Lo siento pequeña, no sabía que aún…

--Debería haberlo superado ya, pero no lo logro, no es tanto por el si no por los 4 años que me robó, ese hijo de puta –respondió una irritada joven.

--Bueno cambiemos de tema, prepararé más café que el mío ha acabado esparcido por la mesa, luego me ayudas a bañar a la pequeña.

--A bañar al bicho, si hombre y que se me escurra, lo llevas tu claro –dijo algo más sonriente Celia.

Celia asistió al baño de la pequeña pero tan solo como espectadora, durante el baño se pusieron al día de muchas mas cuestiones, Celia se sinceró sobre las sospechas que tenía de Marta, sobre su experiencia lésbica, etc. Salió de allí tarde, tras que el excelente cocinero que era Kin, le hubiera dado de cenar. Montó en su descapotable, sin  haber decidido aún nada sobre todas las cuestiones que tenía por decidir: Hablar seriamente con Marta, llamar o no llamar a María y lo más importante coger o no coger los ochocientos pavos de Michel. Sabía por experiencia que Joaquín había sembrado su semillita en su cabeza y que en horas o días se iría dando cuenta de que decisiones debía tomar, con Joaquín siempre le pasaba lo mismo, parecía que no hubiera dicho nada hasta que lo analizabas con calma e ibas viendo las implicaciones de las cosas.

Se agradecen los comentarios, tanto si gusta el relato como si no.