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Tribal: La cacería.

en Interracial

Se acercaba el ocaso cuando Mossa corría sobre la sabana en busca de un buen punto para otear el horizonte. La partida de caza había sido un completo fracaso. El tránsito de la adolescencia a la etapa adulta para los tres kusai había quedado truncado de por vida. Podría haberse dado el caso que alguno de los cuatro guerreros experimentados hubiera tenido que matar al león; de este modo, la ignominia habría caído sobre los tres futuros guerreros. Otra posibilidad era que el león hubiera matado a alguno de los jóvenes adolescentes; aquello hubiera sido honor y victoria para los supervivientes aunque el felino hubiera sido abatido por uno de los cuatro maestros de ceremonias.

El peor resultado de una cacería del león se había dado: el rey de la sabana había salido indemne y los seis kusais, los tres adolescentes más tres de los guerreros, habían tenido que huir. Tan solo Mossa se había negado a abandonar el prado donde habían decidido dar caza al felino. Aquellos blancos impertinentes, que siempre buscaban frustrar la caza del león, habían logrado su objetivo por primera vez. Decían defender la sabana de las atrocidades del pueblo kusai, pero tan solo les allanaban el camino a los ricos cazadores que disponían de más y mejores medios que el noble pueblo de Mossa. Se llamaban a sí mismos protectores del planeta, pero tan solo eran pobres hombres en busca de una gloria efímera.

El joven guerrero trepó a la cima del amontonamiento de rocas. Desde allí arriba disponía de una vista privilegiada de parte de su entorno. Oteó el horizonte en busca de algún rastro de la familia del león. Aunque este hubiera salido en persecución de sus compañeros tras la irrupción de los llamados ecologistas, estaba seguro de que aún quedaban miembros de la familia felina. No podría limpiar su propia mancha cazando una leona o un pequeño león, pero serviría para aplacar a los dioses y sobre todo, para que él y sus dos jóvenes esposas no tuvieran que abandonar su tribu.

Apenas quedaba luz en el oeste y, a pesar de las crecientes tinieblas, la aguda vista de Mossa detectó movimiento bajo la densa copa de un baobab. No podría jurar que se tratase de un familiar del león macho, pero debía intentarlo por él, pero sobre todo por las cuatro mujeres de su familia. Si volvía con las manos vacías, la muerte sería preferible a ver como sus esposas, su hermana y su madre sufrían el destierro.

Con la determinación en el semblante, corrió por la llanura en dirección al gran árbol. Aferraba con fuerza su larga lanza, preparado para vencer o morir en el intento.

Su propia cacería del león había sido sencilla. La ceremonia realizada en honor de los futuros guerreros, había sido solemne y emocionante. Mossa recordaba, con nostalgia, como se había sentido el hombre más importante del mundo cuando él y sus tres compañeros, que ahora corrían despavoridos, habían cazado sin problemas un espléndido ejemplar de oscura melena. Por supuesto, habían tenido la inestimable ayuda de los cinco guerreros de la ceremonia anterior, que como ahora ellos mismos, habían ejercido de maestros de caza.

Su día de la caza volvía una y otra vez a su mente, mientras se acercaba lentamente hacia el gran baobab. Nunca había cazado al gran rey de la selva sin ayuda alguna, ni tan solo a una hembra o un joven macho.

A la escasa luz de las crecientes tinieblas, divisó al felino que asediaba el inmenso tronco del árbol. Debía tratarse de un joven león de no más de cabra y media de peso. También podría ser una hembra adulta, lo cual le traería serios problemas. El gran gato rugía mirando fijamente a la copa del árbol. Aquel sonido, como si saliera de la más profunda caverna, erizó todos los vellos del cuerpo de Mossa. El león era un enemigo formidable al cual nunca había que subestimar.

El joven guerrero presumía de ser el más certero de su aldea con la lanza, pero en aquellas circunstancias críticas, cualquier fallo le costaría la vida y él lo sabía. Rodeó el gran árbol para acercarse a contraviento. No tenía muchas posibilidades pero daría todo cuanto tenía por el bien de las mujeres de su familia. Con el aire ardiendo en los pulmones, Mossa se acercó con paso firme, si bien el ritmo de su corazón denotaba que la ansiedad y el miedo se habían alojado en lo más profundo de su alma.

El orgulloso guerrero se concentró en aplacar los tambores que retumbaban en su pecho. Debía abrazar el temor y transformarlo en la fuerza y destreza que le llevasen hacia la victoria. De repente su mente aceptó la idea de la muerte, no había huída posible. Era un guerrero y había nacido para aquello, lejos quedaban sus triunfos de las últimas semanas, lejos Mika y tissa y su recién estrenado matrimonio.   

En cualquier instante el felino detectaría su presencia y el momento habría llegado. Todo transcurrió tremendamente rápido. Cuando el joven león se giró encarándole, Mossa, con rapidez, arrojó su lanza con fuerza y tino. Esta atravesó el cuello del felino, siendo inmediatamente partida por una poderosa zarpa. Media asta colgaba del cuello ensangrentado del gato, pero este seguía vivo. El guerrero se lo había jugado todo a aquel lanzazo y había errado. Un animal como aquel no le daría una segunda oportunidad.

Mossa sintió el aliento fétido de la muerte cernirse sobre él. Una majestuosa mandíbula, repleta de afilados dientes, se cerró a escasos dedos de su rostro. El joven pudo oler la carroña de la boca del león antes de que este le derribara de un poderoso zarpazo. La situación había empeorado mucho para el joven, solo habían dos opciones morir o morir matando.

Todo fue confuso, los dos poderosos cuerpos se mezclaban en una maraña de piernas y patas. La mayor potencia del felino quedó de manifiesto cuando aplastó bajo su peso al guerrero. Las afiladas zarpas se clavaban dolorosamente en el pecho inmovilizando al joven.

La gran cabeza del león retrocedió para tomar impulso proyectándose hacia el cuello de Mossa con increíble velocidad. Un nuevo y afilado colmillo de acero  apareció en la mandíbula inferior del león. El guerrero había logrado atravesar el cuello y la boca del gran felino con su único brazo libre.

Mossa se dejó caer exhausto sobre el cuerpo caliente del gato. Había logrado abatirle pero le había costado su propia vida. Recostado sobre el peludo lomo fue dejando que sus párpados se cerraran lentamente. Una última sonrisa traviesa se dibujó en su rostro cuando a su mente llegaron los momentos vividos con Mika y Tissa.

Una mano temblorosa se posó sobre la frente del guerrero. “¿Habré muerto y mis mujeres preparan mi cuerpo?”, pensó el joven detectando la dulzura del tacto femenino.

Con pesadez los párpados volvieron a abrirse. A  la luz de las estrellas, pudo observar a una joven de cabellos dorados mirarlo arreboladamente. "¿Habré muerto y estaré en otra vida?", pensó Mossa al ver aquella aparición tan desconcertante. No se trataba de ninguna de sus mujeres, ni tan siquiera de nadie de la tribu. El guerrero hizo un gran esfuerzo para poderse sentar sobre sus talones. Cuando lo logró casi vuelve a caer a tierra por el enérgico abrazo de la joven. Desconsolada lloraba aferrada al ensangrentado pecho masculino.

Mossa no se había relacionado mucho con los turistas salvo permitir que le fotografiaran por algunas monedas. Mucha gente de su aldea sí tenía puesto el ojo en aquellas suculentas ganancias pero él intentaba seguir las tradiciones.

“No deja de ser una mujer”, decidió finalmente. Aquella situación le había aturdido mucho. Comenzó a acariciar el cabello de la chica con lentas pasadas de su manaza. Aunque era un duro guerrero también sabía cómo ser delicado.

Tras unos minutos, logró que las intensas emociones se fueran apaciguando. Mossa observó a la muchacha, la cual parecía estar herida aunque no de gravedad. Su cuerpo casi desnudo, aparecía arañado aquí y allá por ramas o rocas. Un firme y níveo pecho asomaba por su camiseta desgarrada, haciendo que la viril sangre del guerrero despertase de su letargo.

Con su pobre inglés, Mossa pudo adivinar que la pálida mujer era de los llamados ecologistas. Tras ahuyentar al gran rey león, ella había caído del jeep y se había refugiado en la copa del árbol, siendo perseguida por aquel joven león que Mossa había matado. En aquel momento, el guerrero observó con detenimiento a la fiera que yacía a sus pies. En efecto, había dado muerte él solo a un león macho, por pequeño que este fuese; además, tenía retenida a una de las que frustraron su cacería. La entregaría a las autoridades del parque y llevaría la pieza cazada a su tribu. "No todo está perdido", pensó Mossa esbozando una amplia sonrisa hacia su cautiva.

Ella, malinterpretando la sonrisa lobuna del guerrero, se llevó las manos a los pechos en un intento de cubrir su parcial desnudez. La joven, viendo que aquello no hacía disminuir la intensa felicidad del guerrero, se abrazó a sus piernas suplicando por su honor. Mossa no había pensado en serio en la intensa femineidad de la mujer, pero aquel rostro sollozante a escasos centímetros de su taparrabos, unido a la adrenalina acumulada por la cacería, despertaron en el joven un intenso deseo sexual por aquella que había cortado de raíz cualquier posibilidad de triunfo para la expedición.

Aferró las temblorosas manos de la muchacha, desasiéndola de sus propios muslos. Con delicadeza, introdujo una de aquellas pálidas manos bajo su taparrabos. La joven se alarmó ante la predisposición del joven indígena. Nunca había tenido entre sus manos algo tan grande y duro. El pánico a una violación, el intenso miedo vivido hacía poco tiempo y la masculinidad del joven, hicieron que las delicadas manos comenzaran a moverse de manera autónoma.

A la azulada luz de la luna, la ecologista miraba alternativamente el bulto del felino tendido cuán largo era y el bulto cada vez más grande, que se escondía bajo el taparrabos del hombre. Lo intenso de todo aquello no había hecho que la joven cesara en su llanto; muy al contrario, este se había incrementado, haciendo que Mossa temiera por ella.

Aunque debería odiar a aquella pálida entrometida, ante todo él era un guerrero honorable. Con delicadeza, agarró a la joven por los hombros, apretándola contra su sanguinolento pecho. Ella, que no esperaba muestra de afecto alguna, incrementó aún más la intensidad del llanto. Mossa volvió a acariciar los cabellos dorados con movimientos mecánicos, los cuales parecían tranquilizar poco a poco a la mujer.

Aunque aquella belleza no era comparable a la de sus queridas Mika y Tissa, el olor a hembra, la suavidad de aquel cabello y las tersas curvas que aferraba con su otra mano, volvieron a encender el deseo del guerrero, el cual no se había llegado a extinguir.

Con delicadeza, apoyó a la joven sobre el cálido lomo de la fiera. Aquello pareció reconfortarla porque su llanto cesó ligeramente. Con su cuchillo de comer, puesto que el machete seguía incrustado en la garganta del león, el joven fue cortando las raídas prendas de la muchacha. Ella temblaba ligeramente, más de inquietud e incertidumbre que de verdadero miedo.

La blanca piel fue apareciendo poco a poco, mostrando arañazos y cortes superficiales aquí y allá. Mossa, extrajo de su zurrón un ungüento con el que comenzó a embadurnar los cortes y magulladuras. La joven no pudo reprimir un creciente cosquilleo cuando el guerrero le extendió aquella pomada entre los firmes senos. Las manos de Mossa se fueron abriendo, cubriendo por completo las firmes redondeces. Un suspiro surgió de la garganta femenina ante el masaje del que eran objeto sus pechos, ignorando el leve escozor de los arañazos cuando el ungüento los cubría.

Mossa sintió cómo los pequeños pezones se endurecían bajo sus callosas palmas, alcanzando una consistencia pétrea. Las poderosas manos masculinas se dirigieron entonces a la maltratada espalda. El abrazo se estrechó para que el hombre pudiera rodear el esbelto cuerpo femenino con sus musculosos brazos. Las manos de Mossa recorrían lentamente toda la extensión del dorso. La joven, encantada por el afectuoso trato, se dejaba llevar apoyando su cabeza en el poderoso hombro del guerrero. Sin saber cómo ni cuándo, la ecologista introdujo una mano bajo el taparrabos y retomó la tarea que había detenido por exigencia de aquel kusai.

Mossa estaba complacido con las atenciones de la pálida mujer. Aquella hembra sabía cómo utilizar su mano con delicadeza y maestría. Llevando las fuertes manos a las caderas femeninas, alzó estas lo suficiente para colocar sus rodillas bajo el carnoso trasero de la rubia. Ella, entendiendo lo que pretendía el guerrero, se recostó más aún sobre la áspera piel del felino. La joven percibía el olor acre de la sangre reciente, notaba la poderosa musculatura inerte del rey de la sabana en su dorso, mientras sentía el vigor de la lanza del kusai abriéndose paso en su húmeda intimidad. Los muslos femeninos se abrieron, facilitando la intromisión del grueso falo, tras lo cual, las piernas se abrazaron a las caderas masculinas, sellando el lujurioso lazo. El olor a bestia salvaje lo envolvía todo excitando aún más a la sorprendida mujer. Ella alternaba miradas de adoración entre el poderoso felino y su exótico amante. 

A cada embestida del formidable cuerpo de Mossa, la joven ecologista sentía en su espalda la firmeza de la carne del depredador. Aquello no era una violación, tampoco era amor, simplemente era salvaje, primitivo.

Los turgentes pechos femeninos luchaban por escapar de la presión del ensangrentado pectoral, buscando libertad para brincar alegremente. La cálida caverna se dilataba, permitiendo que los lanzazos fueran más profundos y más placenteros. Las nalgas eran masajeadas violentamente por las grandes manos de Mossa mientras tras su nuca se enlazaban los dedos de la muchacha. Los pechos se tiñeron de intenso rojo, sin importarle lo más mínimo a ninguno de los dos amantes, en cuyos cuerpos pegajosos se mezclaban los efluvios de la pasión, el sudor y la espesa sangre del felino y del guerrero.

El orgasmo invadió el cuerpo femenino como una ola que arrasara con todo a su paso. La impresión fue tan brutal, que no pudo reprimir morder con fiereza el cuello del kusai, tras lo cual gritó con toda su alma sin el más mínimo pudor. Un alarido salvaje surgió del temor y ansiedad acumulados durante los eternos momentos vividos en la copa del árbol. Su vagina se contrajo con energía apresando la lanza que la perforaba.

La explosión masculina llegó segundos más tarde. Mossa clavó los dedos en los glúteos femeninos, atrayendo hacia sí mismo aquel delicado cuerpo. La penetración alcanzó su máximo exponente en el momento que la esencia del guerrero regó las entrañas de la temeraria ecologista.

Ambos jóvenes estuvieron un rato recuperando las fuerzas, diciéndose al oído palabras en idiomas que ninguno de ellos conocía. La muchacha devolvió las atenciones recibidas, untando con el ungüento el malherido pecho de Mossa, el cual durante la pasional refriega no había sido consciente de los múltiples tajos que atravesaban su torso.

El camino hasta el poblado fue arduo por los múltiples accidentes del terreno y por la escasa visibilidad. A todo esto, había que sumar el esfuerzo por arrastrar entre los dos el magnífico ejemplar de joven león.

Cuando ascendieron la pequeña loma que bordeaba el meandro del río, un fulgor alertó a Mossa. Él corrió hasta la cima ante la desconcertada mirada de su fugaz amante, la cual quedó custodiando el cadáver del felino. Cuando la muchacha alcanzó a Mossa en lo alto de la loma, las llamas hacían brillar el ébano del tenso rostro del guerrero. Las lágrimas manaban descontroladas de los oscuros ojos del kusai. La joven Mary sintió cómo una fuerte garra atenazaba su corazón, ante aquella insólita visión del gran guerrero que le había salvado la vida, llorando como un niño desconsolado.


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Survival International                            22 Diciembre 2012

Una nueva tragedia se cierne sobre otro poblado kusai. La pasada noche del día 21, un grupo de individuos no identificados, prendió fuego a todas las cabañas de la aldea kusai de Monmote. The movement for tribal peoples, advierte del grave riesgo que corren estas comunidades indígenas si las autoridades no ponen freno al acoso que sufren por parte de las compañías de cacerías organizadas.

No hay que lamentar pérdidas humanas durante el asedio a la aldea. Los supervivientes, que han perdido todos sus rebaños y propiedades, serán llevados a la capital, reubicándolos en diversos centros de acogida.

Las asociaciones colaboradoras con las tribus kusai, advierten que para este noble pueblo de pastores y guerreros, la vida en las grandes urbes, supondrá su completa extinción.

Fin