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Tyrion Corazón en llamas.

en Amor filial

Estuve un buen rato mirando uno de los ositos que llenaban mi slip de pequeñas huellas, dibujando un estampado de lo más infantil. Aquel en concreto parecía haber engordado hasta alcanzar el doble del tamaño de los demás, consecuencia de quedar justo por encima de mi erección matutina.

Llevaba un tiempo concentrándome para que mi rabo volviera a un tamaño normal. Mi vejiga estaba a punto de explotar, pero con aquel mástil era imposible ir al baño, si no quería dispararle a la tapa del retrete, ganándome la consecuente bronca de mi hermana.

Por fin, tras mucho pensar en cosas desagradables, logré que mi amigo quedase en un estado morcillón. Fui hacia el baño concentrado en mis pensamientos anti lujuriosos, ajeno a todo lo que me rodeaba.

—¡Pablo! –gritó mi hermana desde dentro de la ducha.

Estaba preciosa completamente desnuda, con los brazos en alto enjabonando su cabello y sus pechos bamboleándose rítmicamente. En un primer momento amagó con bajar los brazos y encogerse, pero se lo pensó mejor y se irguió mostrándome toda su belleza.

—¡Joder!, a ver cómo meo yo ahora con esto –dije mirando mi slip, que estaba  a punto de romperse por las costuras.

Tener a medio metro a la mujer más sexi del mundo, completamente desnuda, no era la mejor manera para bajar una erección. Mis ojos no se podían apartar de la nube de diminutas pecas que rodeaban las tetas de mi hermana y descendían por su vientre hasta perderse debajo de aquel felpudito rojo.

—¡Como te mees fuera te la corto! –María continuaba a lo suyo, ajena a la dolorosa erección que provocaba en mí.

Abrió el agua y comenzó a aclararse el pelo y el cuerpo. Bajo el chorro de agua, me dedicaba esporádicas sonrisas, yo no sabía si fruto de los nervios o de la coquetería.

Como buenamente pude, me coloqué frente al inodoro e intenté que mi pito apuntara hacia abajo. Por suerte, la distancia entre el borde del váter y la punta de mi rabo no era mucha y sujetando con fuerza pude evitar el desastre.

—Así me gusta, ni una gotita fuera. —Estaba tan concentrado que no vi a mi hermana salir de la ducha y colocarse a mi espalda.

Sentir su aliento junto a mi oreja casi hizo que perdiera el control de mi amiguito. María se rodeó con una toalla y me pegó una palmada en el culo, acompañada de una amplia sonrisa. Tras esto salió del baño sin decir nada más.

Desde lo del almendro, había intentado hablar con María en un par de ocasiones, pero ella siempre daba un quiebro y me esquivaba. Se limitaba a sonreír más que nunca y a estar de lo más cariñosa conmigo pero ni palabra de aquello.

O-

—A ver… repítemelo que creo que te he entendido mal.

—¿Eres duro de oído? –preguntó Elsa con aquel tono irónico que tanto le gustaba utilizar.

—Que… nos… vamos… a… un… fin… de… semana… de… chicas… —vocalizó lentamente María mostrando una sonrisa divertida.

—Díselo más alto que sigue poniendo cara de no haberse enterado –contraatacó mi prima.

—¿Que me quedo todo un finde solo?

—A ver, un finde de chicas es eso…, ¿tú eres chica?

—Ya te digo yo, que con lo que tiene entre las piernas…, creo que no –Dijo Elsa, respondiendo por mí a la pregunta de María—. Léele las normas.

—¿Normas? –pregunté medio atontado por la confirmación de la noticia.

—Claro, no puedes montar juergas y nada de tocar las sartenes, aún recuerdo cuando quisiste hacerte una tortilla francesa. Podrás invitar a Inés, pero sin montar nada raro. Te dejaré comida en el congelador, tú solo descongela y calienta en el microondas.

—Nos vamos el sábado por la mañana y volvemos el domingo por la tarde, tampoco te pienses que te va a dar tiempo a mucho. –Mi prima volvió a utilizar su tono irónico, sabía que lo decía por la virginidad de Inés, pero le respondí sacándole la lengua.

-O-

Tras los achuchones de rigor y los cuatro besos, mi hermana y mi prima se marcharon dejándome solo. María había hablado de una sorpresa en la cocina y en el frigo. Corrí para ver qué se le había ocurrido. Sobre la bancada había un pequeño jarrón con cuatro rosas rojas y a su lado un candelero con una vela aromatizada. En la nevera, había un tapper con solomillo al roquefort y a su lado una pan acota de chocolate. “Jo, esto sí es una hermana.”, pensé rememorando todas las virtudes de María, y lo mucho que había cambiado para bien en los últimos meses. Ahora tan solo me quedaba hacer una buena recopilación de baladas rock (Scorpions, Bon Jovi, Aerosmith y algo de Bryan Adams) y fijo que Inés perdía la virginidad aquella misma noche. Agradecí en silencio las enseñanzas rockeras de mi tío Paco, una noche romántica no sería lo mismo con The Black Eyed Peas y David Guetta.

Se suponía que debía utilizar la mañana para estudiar, pero no hacía más que dar vueltas por la casa revisando que todo estuviera bien. En los últimos meses mi experiencia sexual, gracias a Elsa, se podía considerar que era amplia, además con Inés había hecho todo salvo llegar al último paso, y pese a ello, tenía un cosquilleo en la boca del estómago que no me dejaba tranquilo. Finalmente me decidí por la Play, con Elsa y María fuera de casa nadie me impediría pegarme unas buenas partidas. Lo de estudiar para otro día.

Una buena siesta tras la comida, una ducha concienzuda y ya estaba listo para recibir a mi chica. Estaba niquelado, incluso me había puesto un poquito de colonia en las ingles por si tocaba mamadita. Una idea estúpida porque ahora tenía un escozor de cojones, nunca mejor dicho.

Exactamente a las ocho en punto de la tarde, sonó el timbre, la puntualidad era norma en mi amiga. Estaba guapísima, con una faldita de peto, que le daba un aire inocente y tremendamente pícaro al mismo tiempo.

—¡Pero que guapa te has puesto!, ¡estás cañón!

—No seas tonto, es que no estás acostumbrado a verme con falda.

Aquel conjunto, unido a su prieta trenza y a sus gafitas de intelectual, le daban un aire tremendamente morboso, que me ponía a mil.

Tomamos una Coca-Cola, antes de la cena, comentando los cotilleos de la última semana. Aunque íbamos al mismo curso de la misma facultad, asistíamos a grupos diferentes, por lo que no coincidíamos más que al salir de clase.

Le pedí caballerosamente que se relajara mientras yo ponía la mesa. Observó divertida los preparativos, sorprendiéndose al ver la vela y las rosas.

—Son cosas de mi hermana, no pienses que yo soy tan romántico, a mí solo me interesa tu cuerpazo.

—Qué bruto eres. Al final, de tanto decírmelo, voy a terminar por creérmelo.

—¿Aún no te lo crees?, si yo te contase qué hago todas las noches pensando en ti…

—¡Pablo!, ¡no seas guarro! —Su sonrisa satisfecha y su suave sonrojo desmintieron sus palabras de enojo.

—La botella de blanco espumoso se resistía y a punto estuve de montar un desastre del copón. Con mi gran inteligencia… se me ocurrió  sujetar la botella con los muslos, mientras tiraba del sacacorchos con fuerza. No es una operación que recomiende, por poco no hecho a perder la camiseta nueva y la colonia cara. Que Inés bebiese el vino lamiéndolo directamente de mi cuerpo, resultaba de lo más tentador, pero dudaba que fuese una buena idea para ella.

—Está todo buenísimo, Pablo, ¿lo has cocinado tú? –preguntó Inés llevándose a la boca una cucharada de pan acota.

—Bueno…, ya sabes, mirando videos de YouTube se aprende muchísimo… Lo malo es que habrá que hacer ejercicio para bajar tanta comida –dije sin mentir, pero atribuyéndome sutilmente la autoría de la cena.

—¡Pablo!, eres incorregible.

Terminamos de cenar y mientras yo recogía los platos, Inés se sentó en el sofá, la idea era ver una película los dos juntitos.

Mientras iba y venía del comedor a la cocina, vi que mi chica se sentaba en el borde del sillón con las rodillas muy juntitas. Aquello no sé muy bien por qué, no me dio buena espina. Tampoco me lo dio el hecho de que cuando regresé de mi último viaje de descarga, ella palmeó el sitio contiguo al suyo, diciendo la frase fatídica:

—Ven, Pablo, quiero hablar contigo.

—Pues… creo que no me va a gustar lo que tienes que decirme –respondí apretando las mandíbulas para que no se exteriorizaran las emociones que comenzaban a torturar mis entrañas.

En resumen: “Eres muy majo, te quiero un montón, quiero que seamos buenos amigos…, pero… me quiero centrar en los estudios, lo que siento por ti es más una amistad…, tú te mereces algo mejor que yo…”. Desde luego la originalidad, no era la mejor virtud de Inés. A cada frase típica, un puñal se me iba clavando más y más dentro. Le había dado sus primeros orgasmos, le había enseñado lo que era disfrutar de tener pareja y sentirse deseada y ahora me lo agradecía así. Y lo peor de todo era que estaba logrando hacerme daño, todo aquello me dolía mucho más de lo que deseaba reconocer.

—¿Y el afortunado se llama? –pregunté poniendo fin a la sucesión de excusas.

—No hay nadie más.

Miré fijamente el reflejo de Inés sobre la pantalla apagada del televisor mientras Heart on FIRE de Bryan Adams sonaba en el equipo de música. Tenía que reconocer que me había jodido y mucho. Había pasado mucho tiempo con ella y aunque sexualmente no habíamos llegado a gran cosa, la verdad era que yo se lo había enseñado todo. Una fiera gruñía en mi estómago exigiendo que la liberara.

—¿Por qué me pediste que fuera contigo a la fiesta de los frikis?, que te hubiese acompañado él, o no daba tan bien el perfil de Tyrion el Cornudo.

—No salgo con nadie, cabezón, he conocido a mucha gente en la universidad pero no hay nadie más.

—Ya…

—Es cierto. Si te pedí que vinieras conmigo fue porque eres mi mejor amigo. 

—Ya, para llevar al bufón enano.

—¡Pablo!, eso no te lo tolero, jamás haría eso.

—¿Seguro?, pues tendrás que compensarme –la ira comenzaba a brotar lentamente y aunque sabía que Inés no era culpable posiblemente de nada, quería…, necesitaba… quedar por encima. No era cuestión de humillarla, tan solo quería sobrevivir a aquel golpe brutal. Posiblemente ni siquiera había llegado a enamorarme de ella. Cuando me despertaba por las mañanas, mi primer pensamiento era para Elsa, cuando le daba a la zambomba en solitario mis pensamientos iban de María a mi prima alternativamente. Definitivamente Inés solo era una buena amiga con la que me pegaba el lote habitualmente, pero cojones, dolía muchísimo aquel rechazo.

—¿No te referirás…? –preguntó con los ojos muy abiertos.

Asentí con la cabeza y comencé a desabrocharme los botones del vaquero. Cuando tiré de ellos dejando mi polla morcillona a la vista, Inés aprovechó para cruzarme la cara de una hostia.

—¿Pero… qué… narices haces?, ¿eres idiota o qué?

La cara ya me ardía desde que escuchase aquella maldita frase, de: “Quiero hablar contigo”, por lo que la bofetada tampoco es que doliera demasiado. Todo lo que sucedía a mi alrededor yo lo sentía como muy lejano, como si todo fuese una pesadilla.

—Ahora me dirás… que no has disfrutado conmigo, que no has tenido un montón de orgasmos…, yo te espabilo para que ahora te disfrute otro.

Una segunda bofetada, pero no aparté mi mirada de sus ojos. Se trataba de una lucha de voluntades, aunque no fuera muy digno estar en plena discusión con los pantalones por las rodillas y el rabo al aire. Por si fuera poco, comenzó a palpitarme el pecho y un martilleo rítmico comenzó a martirizar mis sienes.

—Sabía que esto iba a pasar.

—¿Y qué esperabas?, ¿que te hiciera la ola?

—Te he dicho lo importante que has sido para mí…, que has sido la primera persona en un montón de cosas… pero tú no quieres escuchar.

—Lo único que has dicho es una retaíla de tópicos que no te los crees ni tú, y otra cosa tal vez, pero tonto no soy. Hay otro, por mucho que lo  niegues.

—¡Que no hay nadie, jolín!

—Entonces no habrá problema en tener una despedida en condiciones. –Necesitaba alguna victoria aunque fuese a costa de hacer el cabrón. Si a mí me dolía, por lo menos que a ella también.

—¿Qué quieres?, ¿que te la chupe?, ¿así seré mejor amiga?, ¡o a lo mejor pretendes que follemos para despedirnos!

—Pues sería un detalle, ya que tú has abusado de mí…

Inés se agachó y se metió mi rabo morcillón en la boca, desde luego que no tenía la menor intención de estimularlo, porque tan solo se limitó a introducírsela quedándose muy quieta.

Haciendo un supremo esfuerzo por no follarle la boca, logré sujetar su cabeza y retirarla lentamente de mi entrepierna. Sí me apetecía aquella mamada, pero por mucho que la desease, sabía que al final me arrepentiría de lo que pudiera pasar.

—¡Déjame!, hoy no es un buen día para que sigamos hablando.

Ella se incorporó y me miró fijamente, sus ojos reflejaban una profunda tristeza. ¿Pero qué esperaba?, ¿que no me cabreara?, ¿que le diera un abrazo y tan amigos? Me había dado una puñalada y no iba a quedarme quieto mientras la recibía.

—Pablo, solo quiero que sepas que te quiero muchísimo, de verdad, aunque algunas veces parezcas estúpido.

—¡Vete!, no es el momento. –Me costaba aflojar las mandíbulas lo suficiente para poder articular unas pocas palabras.

—Pablo, no me gusta verte así –dijo ella posando la mano sobre mi polla y comenzando a acariciarla.

Inspiré con todas mis fuerzas y haciendo un esfuerzo sobrehumano, logré retirar la mano de Inés de mi entrepierna.

—Dame tiempo, tía, dame tiempo.

Me hubiera esperado cualquier cosa en aquel momento, pero no un abrazo sincero. Cuando mi cabeza reposó sobre el pecho de Inés, el muro que había levantado a mi alrededor, se desquebrajó comenzando a derrumbarse. Las lágrimas comenzaron a brotar sin control. Aquello era lo más vergonzoso del mundo, pero no podía evitarlo, tenía que quemar los últimos cartuchos, para conseguir… para conseguir nada, porque ya no había nada que ganar. En el fondo, sabía que no estaba dispuesto a suplicar, y hacerla sentir más culpable había dejado de tener importancia.

Me fui calmando poco a poco aunque la seguridad en mí mismo seguía siendo precaria. Inés demostró una gran madurez, y en cuanto vio que estaba ligeramente calmado, se excusó y se marchó. Un fuerte abrazo y una cita para más adelante fue lo único que conseguí.

Era patético, estaba allí en el comedor, con los pantalones bajados y con la moral por los suelos. Todo a mí alrededor parecía un sueño irreal. No sabía qué cojones había pasado. Yo había preparado una cena romántica y me había encontrado con aquello. La vida no era justa, la vida era una puta mierda.

-O-

Quedaría muy emotivo contar que, tumbado sobre mi cama, veía cómo los minutos pasaban lentamente. También podría recurrir a eso de mirar el techo, recordando en la rugosidad del estuco, la sonrisa de Inés. Lo cierto era que tenía una resaca enorme y no hacía más que recordar cómo temblaba el cuerpo de mi ex durante un orgasmo, la torpeza pero entusiasmo de sus mamadas y lo a gustito que estaban mis dedos en su entrepierna.

El tema de la cantina, de la Guerra de las galaxias, comenzó a sonar a todo volumen junto a mi oído. Si ya tenía un buen dolor de cabeza, aquello hizo que miles de alfileres se clavaran detrás de mis ojos.

—¿Quién? –respondí con voz de ultratumba.

—Ey, Pablo, chaval, ¿cómo estás?, ¿te he despertado?

Estuve unos segundos procesando lo que había escuchado hasta que por fin fui ordenando las confusas palabras.

—Soy Roberto.

—Sí, sí, te acabo de reconocer, es que estaba un poco tirao.

—Oye…, ¿en tu pueblo no hay cobertura de Vodaphone?

Pero qué coño decía aquel idiota. Mi cuñado era un gilipollas, ¿para qué me despertaba un domingo preguntándome aquella tontería?

—Es que llevo un rato llamando a tu hermana y me da apagado o fuera de cobertura.

Le iba a contestar que a mí qué carajo me importaba él o mi hermana, cuando poco a poco, sus palabras fueron penetrando en mi adormilado cerebro.

—A ver…, repite despacio que creo que no te he entendido bien.

—Que anoche llamé a tu hermana y luego a Elsa, las dos me daban como apagado o fuera…

—Sí, sí, ¿y están en mi pueblo?

—¿Y tú lo preguntas?

—Es que he dormido mal y no sé ni donde estoy. –La excusa era una mierda, pero necesitaba saber dónde coño estaba mi hermana.

-Madre mía, tío, que mal beber tienes. ¿Tú no estás con ellas?

—¿Con ellas?, ¿dónde?

—¡Coño!, en tu pueblo.

—¿En mi pueblo?, no, no, yo estoy aquí. –Desde luego que parecía tontito respondiendo a mi cuñado, pero es que la cabeza no me daba para más.

 —Sí, y yo también estoy aquí, no te digo…

—No, no…, que digo, que yo no me he ido al pueblo.

—¿A no?, ahora entiendo la resaca que me llevas, chaval.

A ver cómo le preguntaba yo al guaperas, para qué habían ido aquellas dos a mi pueblo, sin que pensase que era idiota del culo. La cabeza me daba vueltas, y un visitante indeseable iba subiendo desde mi estómago hacia mi boca. ¡La hostia!, qué asco, con lo bueno que me había estado la noche anterior.

—Oye, por qué no te doy el fijo de casa de mis padres y así la puedes llamar…

—Hostia, fenomenal, muchas gracias tío.

—Solo una cosita, cuando termines de hablar con ella, hazme una perdida, para que llame yo, a ver que tal están por allí.

—Ok.

—Recuérdalo, que no se te olvide.

Durante los diez minutos siguientes, intenté por todos los medios quitarme aquel sabor desagradable de mi boca; me lavé los dientes, tomé zumo, busqué chicles por toda la casa y finalmente opté por beberme una cerveza; lo que no te mata, te hace más fuerte.

Sonó de nuevo mi teléfono, en esta ocasión tan solo unos pocos segundos. Corrí a llamar a mi casa. Descolgó María y nada más escucharla, una rabia interior recorrió todo mi cuerpo

—Pablo, sé que eres tú, contesta de una vez. –Durante medio minuto había oído a mi hermana preguntar insistentemente quién estaba al otro lado de la línea. Yo, en silencio, le daba vueltas a la cabeza haciéndome mil preguntas: ¿Por qué me habían engañado?, ¿qué habían ido a hacer al pueblo?, ¿por qué no me habían llevado con ellas?, ¿habían hecho allí el fin de semana de chicas?, lo dudaba.

—Pablo, por favor contesta. –Pero no hice caso a mi hermana y colgué el móvil.

Al principio busqué alguna explicación para aquella mentira. ¿Iban a chivarse de alguna de mis trastadas?, no es que me hubiera comportado como un santo, pero tampoco había dado motivos para que ni mi prima ni mi hermana se cabrearan conmigo. Dudaba de que la relación con Elsa o lo ocurrido con María bajo el almendro, tuvieran algo que ver en aquella escapada al pueblo, ninguna sería tan tonta de tirar piedras contra su propio tejado.

Un par de horas después se me ocurrió buscar, en el dormitorio de María, algún indicio que me orientase sobre el motivo del viaje secreto. Fue un auténtico placer examinar la ropa interior de mi hermana; allí había tanguitas y culotes de todos los colores y tejidos. A medida que iba investigando entre las cosas íntimas de María, la preocupación por la ruptura con Inés y la incógnita del viaje al pueblo, cada vez me importaban menos.

“¡Coño!, ¿y esto qué es?”. Me pregunté examinando una pequeña bala rosa con tres pequeños nódulos en la punta roma. Fue girar su base y aquello se puso a vibrar como un loco. “¡Cojones con la niña buena!, pero si tiene un vibrador la muy…” ¿Qué más sorpresas me encontraría en aquella inspección? Busqué y busqué por todas partes pero ni rastro de un posible consolador, al parecer con aquel dedito mágico mi hermanita tenía suficiente. “Apunta, es más de clítoris que de penetración.”, me dije guardando bien aquella información, nunca se sabía cuándo podría ser de utilidad.

Un vistazo por la habitación en busca de un nuevo objetivo y mi mirada se detuvo en el escritorio de estudio. En el suelo, junto a este, se encontraba el maletín del portátil. Aquello prometía, sobre todo si era tan confiada de no borrar el historial de navegación.

Por suerte no tenía contraseña de inicio de sesión. Fui directamente a los navegadores: Chrome…, nada de nada, Firefox…, tampoco, Internet Explorer…, ¡bingo! Quién podría imaginarse que utilizara aquel truño con lo lista que era mi hermanita.

El historial de navegación estaba intacto, acumulaba meses y meses de visitas a diferentes webs, iba a ser largo, pero me lo pasaría bomba curioseando en la intimidad de María.

Por fin entre redes sociales, blogs de profesores de la facultad, páginas de moda y fitness, encontré lo que buscaba…, webs eróticas, aunque algo lights. Básicamente eran fotos de macizas y macizos en pelotas, la verdad que no tenía mal gusto mi hermanita. Lo más curioso es que hubiera tantas fotos de tías, pero estaban tan buenas que seguramente despertaran la admiración de María. Algún relato erótico de corte más romántico que otra cosa y nada más. Al parecer mi querida pelirroja no era de porno duro. Si me hubiera encontrado en su portátil, alguno de los vídeos que tenía yo en mi tableta, me habría caído de la silla en la que estaba sentado. A María le pegaba más algo sutil y con elegancia, como aquellas elegantes fotos de desnudos.

Busqué un poco más por ver si encontraba algo de interés. Algunos artículos sobre parafilias, pero eran muy densos y aburridos, seguramente para alguna asignatura de la facultad. Todo tipo de enfermedades psicológicas y entre todas ellas algo que llamó mi atención. En uno de los blogs médicos, aparecía la fotografía de un chaval con acondroplasia.

Comencé a leer aquella web para ver exactamente qué era lo que mi hermana quería saber de mi enfermedad, pero allí no hablaban de la acondroplasia. Aparentemente casi todos los síntomas eran similares, sobre todo en apariencia, pero se trataba del síndrome de Weyll-Marchesani. Continué mi búsqueda por el historial de navegación y localicé un  par de webs más sobre aquel síndrome. ¿Por qué buscaba María sobre aquello?, ¿tendría yo aquel síndrome?

Estaba enfrascado en la lectura de los defectos cardiacos que conllevaba aquel jodido síndrome cuando una suave tos me alertó de la presencia de alguien más en el dormitorio.

Me giré y contemplé a mis dos preciosas chicas mirándome con cara seria y culpable.

—Sen… sentimos haberte engañado –dijo María,  que como la mayor de las dos, se tomó la obligación de justificarse.

Ambas se acercaron a mí; Elsa me dio un besito en la mejilla y mi hermana me revolvió los rizos naranjas. Aquellos rostros no me gustaban nada de nada, entonces una luz se encendió en mi dura cabezota.

—¿Tengo eso? –pregunté apuntando con mi dedo a la pantalla de la notebook.

—Bueno…, esta noche teníamos pensado hablarlo contigo…, pero eres un pequeño fisgón –respondió Elsa sentándose sobre mis rodillas y pasándome un brazo por los hombros.

—Pe… pe… pero… eso es chungo….

—Vamos…, no te irás a acojonar ahora –dijo mi prima acariciándome la oreja.

—Tenemos que hablar tranquilamente, pero no hay nada de qué asustarse –concluyó María.

—¿Cómo que no?, ¿qué mierda es eso del aneurisma?

¡Joder, joder, y mil veces joder!, vaya mierda de fin de semana. Primero me deja Inés, después me entero que mi hermana y mi prima me han tomado el pelo y ahora descubría que tenía un síndrome que podía ser mortal de no operarme el corazón y la aorta.

María me explicó todo paso a paso. Aquel verano, tras la ecografía rutinaria,  me habían hecho unas pruebas genéticas, en principio poco importantes, pero habían dado con aquella mutación similar pero muy diferente a la enfermedad que yo creía tener. Los resultados habían llegado al pueblo hacía poco tiempo y claro, a mi madre y mi padre todo aquello les venía grande.

Elsa y mi hermana, tras informarse en internet,  habían hablado con varios cardiólogos de los principales hospitales y clínicas de la ciudad. Se habían documentado sobre la dilatación aórtica que posiblemente sufría y sobre todo habían recopilado información de las dos operaciones posibles.

—¿Y si no me opero?

—Pablo, te tienes que operar, sabes lo que pasaría ¿no?

—Vamos, no me jodas, María, ¿esas cosas pueden reventar como las cañerías?

—¡Pues claro que sí!, ¡tarugo! –gritó Elsa—. Y durarías unos cinco minutos.

Un sudor frío recorrió mi espalda. ¿Por qué todo tenía que ser tan complicado?, “vamos, no tengo suficiente que ahora me viene esta mierda.”

—Yo me cago en dios y en su puta madre –susurré sentado en la cama de mi hermana, con las dos chicas, una a cada lado.

—Joder qué boquita, luego te quejas de mí –respondió Elsa.

María me explicó las dos posibles operaciones: Una de ellas era la convencional y aunque daba muy buenos resultados, tendría que tomar medicación anticoagulante durante el resto de mis días. La otra, según María, me permitiría hacer una vida completamente normal como si jamás me hubiera operado. A mí todas aquellas explicaciones  me olían a cuerno quemado. Que te tajen el pecho, te desconecten el corazón y te pongan un trozo de plástico empalmando la aorta, no parecía un juego de niños como pretendía vendérmelo mi hermana.

—Si no os importa, preferiría estar solo. –No esperé respuesta y me levanté marchándome a mi dormitorio. Lo cierto es que debía pensar en muchas cosas, pero aquel fin de semana había estrujado demasiado mi cerebro y no podría sacar demasiado de él.

—Pablo…, si nos necesitas para algo, llámanos, para lo que sea… –dijo María sonriéndome pícaramente—. Para lo que sea.

En cualquier otra circunstancia aquella invitación hubiera hecho realidad mis sueños más inalcanzables, pero sentía como las fuerzas me abandonaban y el cuerpo me pesaba como si fuera de plomo,sería imposible cumplir aquel sueño en mis condiciones actuales.

-O-

Me desperté con un gran vacío en el estómago. No recordaba haber comido nada desde la noche anterior, y además no tenía ni pajolera idea de qué hora era, pero algo me decía que aquella sensación no se debía al hambre.

Antes de abrir los ojos, percibí la presencia de alguien junto a mi cama. Allí estaban, las dos mujeres más guapas del mundo, o al menos para mí lo eran.

—Ey, dormilón, ¿cómo te encuentras? –preguntó mi hermana en un susurro.

—¿La verdad?

—Bueno…, no es una noticia muy agradable, pero… todo va a salir bien…

—Estaremos a tu lado, no te pienses que te vas a deshacer de nosotras –interrumpió Elsa.

—Joder, si dos pedazo de tías me cubren las espaldas, cualquier matasanos se cuidará muy mucho de cometer un error. –Mi intento de broma tuvo un resultado incierto, ambas sonrieron de manera forzada y María extendió su mano para acariciarme el rostro.

—¿Prefieres estar solo? –preguntó mi hermana.

—No sé qué prefiero, imagino que con los días, me iré calmando, pero ahora mismo estoy hecho mierda.

—Tú no te preocupes por nada, ya lo hemos mirado nosotras todo bien –dijo Elsa muy seria.

—Claro, por eso tantas escapaditas por las tardes.

—Queríamos tenerlo todo bien atado. Hemos hablado con cardiólogos, con la asociación de tu enfermedad, incluso hemos conocido a una chica que le operaron y está fenomenal. –María lo exponía con una seguridad que, por un momento, casi logró que perdiera el miedo que me acojonaba.

—Por cierto… lo del almendro…, no sería por todo esto ¿no? –ya estaba, ya lo había preguntado. Desde que mis dos chicas aparecieran, la idea me rondaba por la cabeza pero no me atrevía a conocer la verdad.

—Sí, claro, como la vas a diñar, aquí la colega te regala una mamadita para que estés más feliz.

—Vale, Elsa, como intentona no está mal, pero quiero una respuesta sincera, y de María, que creo que también sabe hablar.

—Bueno, lo cierto es que estos meses ha sido todo un poco confuso. Me gustaría podértelo explicar todo, pero lo cierto es que ni yo misma lo tengo muy claro.

—¿Me chupas la polla y no lo tienes muy claro?

Mi hermana enrojeció, y Elsa resopló como si todo aquello la aburriera tremendamente.

—Yo tengo tiempo, bueno, si a esta no le da por reventar –dije apuntando a mi corazón, junto al cual estaba la arteria culpable de mi enfermedad.

—Elsa, ¿te importa ir haciendo la cena?

Mi prima volvió a resoplar tras la solicitud de María y se encaminó hacia la cocina, dejándonos a mi hermana y a mí solos.

—Bueno, todo esto es un poco complicado de explicar a tu hermano pequeño.

—Inténtalo.

—¿Te acuerdas de la conversación que tuvimos sobre nuestra infancia y lo mucho que te gustaba yo?

—Perfectamente –dije muy serio sin dar concesiones a María.

—Pues…, algo parecido me ha ido pasando poco a poco.

—Explícamelo como si fuera tonto.

—Verás, cuando os pillé, estuve hablando con Elsa antes de hablar contigo. Durante muchos días le estuve dando vueltas a todo aquello, haciéndome mil preguntas que jamás me había planteado. Quería verte feliz, pero me daba miedo y un poco de celos que estuvierais juntos. Pensé que con Inés, la prima se aburriría y te dejaría tranquilo.

—Pero no fue así.

—No, además, comenzó a sincerarse un poco durante los días que dedicamos a la investigación de tu enfermedad.

—¿A sincerarse?

—Ya llegaré a eso. El caso, es que viendo con la seriedad que se tomaba todo aquello, comencé a conocer a una nueva Elsa que jamás me había parado a conocer.

—Es una tía increíble, y mucho más sensible de lo que aparenta.

—Ahora lo sé. Pasamos mucho tiempo juntas y yo también me fui abriendo a ella. Le conté algunos problemillas que tenía con Roberto…

—Don perfecto, ¿tiene problemas?

—Al principio fue todo maravilloso con él. Era sensible, atento y aunque era un poco vanidoso, no se lo tenía muy en cuenta.

—Ya, ¿y?

—Yo no había tenido experiencias sexuales muy satisfactorias…, ya sabes…, en el pueblo…, las discotecas…, bueno…, que lo había hecho, más que por otra cosa por decir que ya no era virgen.

—Continúa –dije posando mi mano sobre la suya.

—Se lo conté a Roberto y fue muy atento conmigo. Aquello no se pareció en nada a lo que había vivido antes, incluso llegué.

—¿Llegaste?, ¿a dónde?

—Lo sabes perfectamente tontín. Las dos o tres primeras veces fueron un sueño; muchísimos preámbulos, caricias, besos, masajes…, pero poco a poco fue cayendo en una rutina que consistía en un par de morreos y ¡hala!, ¡toda para dentro!

—Ja, ja, jaja. –No pude evitar soltar una carcajada ante aquella expresión tan fuera de lugar en mi hermana.

—Mientras aquello ocurría con Roberto, cada vez iba respetando más vuestra relación, y me iba arrepintiendo de haberos criticado tanto, aunque lo del día que llegué algo bebida fue imperdonable.

—¿Algo bebida?, pero si llevabas un pedo de la hostia.

—Da igual, no teníais derecho…, pero algún día me tomaré la revancha.

—Si lo dices sonriendo, no acojonas lo más mínimo.

—Bueno, déjame que continúe. Como Elsa y yo comenzábamos a tener una buena amistad, decidí contárselo. Según ella, a pesar de que estabas con Inés, cada día contigo era más especial que el anterior. Cada vez le sorprendías con algo nuevo y no parabas de mejorar y dedicarle más y mejores atenciones.

—¿Te…, te dijo… eso? –pregunté sin evitar que una sonrisa enorme se dibujara en mi cara.

—¡Míralo a él, qué orgulloso está!

—Pues sí, es muy bonito oírlo, no me voy a hacer el insensible.

—A mí también me lo pareció, sobre todo viendo cómo le brillaban los ojos a Elsa cuando me lo contaba. Me convencí de que había sido muy injusta con vosotros, aunque mis motivos tenía.

—Ya, debimos haber sido más sinceros.

—Pues sí. La prima poco a poco me fue metiendo el gusanillo en el cuerpo, me insistía en que probara contigo, que tú te morías por estar conmigo.

—¡Cómo me conoce la jodía!

—Pero eras mi hermano, además tenía sospechas de…, bueno, de nada.

—¿Y? –pregunté dejando pasar aquella frase inconclusa.

—Pues que comencé a no llegar con Roberto, y Elsa me aseguraba que contigo llegaba tres y cuatro veces en alguna ocasión.

—Eso no es mérito mío, es que es muy receptiva, a la jodía le gusta todo lo que le hago.

—Comencé a prestar más atención a los sonidos que se escuchaban por las noches. Muchas veces me descubrí excitada solo de oíros.

—Y ahí tirabas del vibrador rosa.

—Jaja, es de Elsa, ella dice que ya no lo utiliza –dijo María, posando una mano sobre mi muslo y endureciendo el gesto continuó—: Ya hablaremos tú y yo de mi intimidad y lo fisgón que eres.

—Ya, bueno, mejor continúas.

—Comenzamos a idear mil enredos para que pudiera pasar algo. Nada más de planearlos con Elsa, sentía un cosquilleo agradable en el estómago, y me obligué a pensar que eso no era nada malo.

—Y no lo es.

—Ya, pero una cosa es planearlo e imaginarlo, y otra muy distinta llevarlo a la práctica. Cuando se daba alguna posible oportunidad, me entraba el pánico y me echaba para atrás.

—Como cuando lo del bidet.

—Sí. Cuando pasó lo del coche, me dolió mucho que se rieran de ti, no sé qué pasó por mi cabeza y cuando estaba limpiándote, me dije que era en aquel momento o nunca.

—Pues me alegro muchísimo de que decidieras dar el paso, muchas noches me duermo pensando en aquel momento.

María me sonrió tímidamente y fue acariciando mi muslo hasta llegar a mi entrepierna, sobre la cual detuvo su mano. La conversación había logrado despertar a la bestia, que palpitaba inquieta bajo la palma de mi hermanita.

—Sabes, yo también he pensado mucho en aquello. Este fin de semana, mamá y papá hablaban de ti como si fueras un niño y como si nosotras no pudiéramos hacernos cargo de la situación. Yo recordaba la firmeza de esto entre mis labios, las tardes de médicos con Elsa, y todo lo que había cambiado nuestra relación. Mientras ellos nos seguían viendo como los niños que fuimos, yo sentía algo muy especial por la amistad que tenemos. Sé que todo es muy atípico, que no tenemos una relación muy normal entre los tres, pero estoy súper feliz de teneros a mi lado. Tal vez sea todo una locura, pero a veces, merece la pena estar un poco loco.

En aquel instante, no supe si abrazarla y echarme a llorar o bajarme los pantalones para facilitarle las caricias que le estaba dando a mi amiguitoQue mi hermana del alma comenzara a verme como un amigo y no como un niño era muy especial. . Finalmente fue María quien dio el siguiente paso. Se tumbó junto a mí e introdujo sus inquietos dedos bajo la cinturilla del pantalón de deporte.

Debería haber mirado hacia abajo, donde su mano desaparecía hasta la muñeca, pero no podía apartar la vista de aquellos preciosos ojos verdes, que ahora me miraban con una mezcla de picardía y cariño.

—¿Seguro que no haces esto por lo del corazón?

—Si quieres…, por lo de dar penita y tal…, te puedo llevar al parque de atracciones a subir en todo lo que te apetezca y comprarte algodón de azúcar, pero esto lo hago por mí.

Por mucho que la respuesta hubiese sido rápida y contundente, la mirada de mi hermana reflejaba algo que no era lascivia precisamente. Enterrando aquellas sospechas en el fondo de mis pelotas, que al fin y al cabo, eran las que mandaban en aquel momento, me puse cómodo y dejé hacer a mi hermana, ya llegaría el momento de tomar yo las riendas.

Ayudándose con la mano libre, logró bajar mis pantalones y mis calzoncillos hasta las rodillas. La noche anterior había estrenado un bóxer nuevo, negro y rojo. Con el disgusto por lo de Inés y con la borrachera y resaca posteriores había olvidado cambiarme y pegarme una buena ducha, solo esperaba que mi hermana no se diera cuenta.

Nada más clavar la vista en mi ciruelo, los ojos de María cambiaron de expresión, mostrando la lujuria que yo tanto deseaba ver. Ella misma había confesado que simplemente de pensar en aquella situación se calentaba, pues ahora yo la iba a poner al rojo vivo.

Tras mirarlo por un largo rato, se inclinó hacia él, deteniéndose justo antes de que sus labios rozaran el capullo. Me dedicó una mirada traviesa y abrió ligeramente la boca.

—¿No? –preguntó confundida tras observar el movimiento negativo de mi cabeza.

—No –respondí incorporándome en la cama.

Como buenamente pude, y sin perder demasiada dignidad, pataleé hasta que los pantalones salieron por mis piernas. Bajé de la cama y me puse frente a María. Estaba realmente preciosa; sus mejillas estaban sonrosadas y los rayos de sol, de las últimas horas de la tarde, hacían que su cabellera pareciera de fuego.

La tomé de las manos y me llevé una de ellas a los labios, comenzando a besar y lamer cada uno de sus dedos. Tras un buen rato decidí cambiar para darle las mismas atenciones a los otros cinco dedos.

Acercándome un poco más, aferré el borde inferior de su suéter y, con su colaboración, comencé a subirlo hasta que pude arrojarlo a un lado. Miré extasiado el torso, cubierto tan solo por un sujetador azul marino. Era precioso el modo en que ambos pechos se juntaban sin llegar a tocarse; cómo las laderas de sus senos iban ganando altitud hasta adentrarse bajo la tela oscura.

Con la precaución que trataría al objeto más frágil del mundo, acerqué mi mano para posarla sobre uno de esos dos monumentos. Ahora fue el turno de que ella dijera que no con la cabeza. No tardé en saber el motivo, con un movimiento, que tan solo los años de práctica pueden lograr, llevó sus manos a la espalda y se desabrochó el sujetador tirando de este hasta que bajó por sus brazos, dejando al aire sus perfectas tetas.

Tenía la boca seca y la lengua pegada al paladar, de cerca, eran más bonitas aún. En otra vida debí haber sido muy bueno, porque regalos como aquel tenían que tener una explicación sobrenatural.

Por fin, mi mano contactó con aquel pecho que tan calentito y suave me pareció. Me acerqué aún más, hasta que pude posar mis labios sobre el cuello de María. Mientras mi mano masajeaba lentamente aquella teta, mi boca saboreaba toda la piel entre el hombro y el lóbulo de la oreja.

No sé cuánto tiempo pasó hasta que escuché el primer gemido, pero me supo a gloria bendita. María llevó una mano hasta mi entrepierna y comenzó a masajearme las pelotas, yo, como contrapartida, pellizqué su pezón suavemente.

Su mano sopesaba mis bolas, mientras sus dedos jugueteaban con mi perineo, alternando entre acariciar con las yemas de los dedos y rascar superficialmente con sus uñas. Apreté más fuerte el pezón que tenía entre mis dedos y un nuevo jadeo salió de los labios de mi hermana.

En uno de mis viajes hacia el hombro, no regresé a la oreja, descendiendo hacia la teta, que ahora, tan bien conocía. Mis labios cubrieron de besos cada una de las pecas que adornaban aquella piel y mis manos fueron hasta el pantalón vaquero, comenzando a desabrochar la hilera de botones.

María se recostó en la cama y me dejó hacer. Yo continué besando sus pechos. Primero dedicándome un buen rato a uno, luego al otro y al final intercambiaba atenciones aleatoriamente. Sentir su duro pezón entre mis labios fruncidos era toda una experiencia que jamás olvidaría; oler su piel, escuchar el rápido tamborileo de su corazón, serían recuerdos que nunca se borrarían.

Por fin, no sin un gran esfuerzo, despegué mi boca de sus tetas e inicié el camino de descenso por su vientre. A medida que mi lengua dibujaba caminos de saliva en su piel, mis manos tiraban de sus tejanos dejándola vestida tan solo con el tanguita azul marino.

Bordeé la tela con mi lengua y pasé de largo bajando hasta sus muslos. Cuando me disponía a comenzar a devorar aquella piel que estaba ardiendo, unos dedos se engarfiaron en mis rizos tirando con fuerza hacia arriba.

—¡Ayyy! –Me quejé.

—Ufff  —dijo María por toda respuesta, mientras estampaba mis morros contra la tela de su tanga.

No me hice de rogar y de inmediato comencé a lamer la rajita por encima del tanga. María no soltó mis rizos, es más, apretó los muslos, frotándome las orejas con una intensidad que casi me hacía daño.

—¡Síii! –chilló antes de comenzar a resoplar como un toro embravecido.

Sus caderas comenzaron a agitarse violentamente, como si estuviera sufriendo convulsiones y yo, sinceramente, temí por la integridad de mis orejas, si ya era feo, más lo iba a ser sin ellas.

—Ufff –dijo mi hermana tras soltarme el pelo. Volvió a recostarse, descansando la espalda sobre el colchón y palmeó a su lado invitándome a acompañarla. Enseguida me tumbé a observar su rostro arrebolado mientras jugueteaba con uno de sus pezones.

María, con los ojos cerrados, reposaba plácidamente con una de sus manos apoyada entre sus senos. Esperé a que su respiración se normalizara y volví al ataque. En esta ocasión decidí comenzar por algo desenfadado. Sabía de las muchas cosquillas que tenía mi hermana, por lo que empecé a acariciar suavemente la cara interior de sus muslos.

El respingo no tardó nada en producirse, al mismo tiempo que una sonrisa se dibujaba en su boca. Continué con su costado intentando por todos los medios que no escapase a mi ataque. Ella se revolvía y lanzaba alguna que otra patada floja, aunque yo era persistente y me aferraba a su cintura como un pulpo.

—¿Te rindes?

—Sí, sí, sí, me rindo.

—¿Sabes lo que significa eso?

—-Hmmm, creo que me lo puedo imaginar –dijo llevando su mano hasta mi rabo que aún estaba como el acero.

El tanga se deslizó por sus muslos, revelando un felpudito rojo, sin nada de vello en los labios mayores. Tenía la intención de que mi amiguito se refugiara en caliente, pero la visión de aquella panochita me superó. Volví a hincar mi cara entre sus muslos, y ahora sí, la pude saborear a placer.

Con mi larga lengua lamí sus ingles, para terminar succionando sus labios mayores durante un buen rato. Luego, ayudándome con las manos, abrí las puertas del paraíso descubriendo aquel preciado secreto que me hizo temblar por la emoción. La humedad lo hacía brillar como si fuera de nácar, realmente era como abrir una ostra y ahora tocaba comerse la perla.

Con la punta de mi lengua rodeé la entrada a su vagina, deteniéndome en saborear sus labios menores. De nuevo se reanudaron aquellos jadeos que me hacían crecer medio metro con solo escucharlos. Alcé la vista emocionándome con la imagen de María. Tenía los ojos cerrados y la boca entreabierta, con sus manos se aferraba con fuerza de las sábanas y varios hilillos de sudor corrían desde sus sienes hacia su cuello.

Volví a lo mío, atacando directamente a la perla de aquella ostra. Un brusco movimiento de sus caderas, casi logra que perdiera mi presa, pero mis labios no la soltaron y continuaron succionando con fuerza. Los gemidos se iban sucediendo a mayor velocidad e iban aumentando de volumen. Aquel aroma me emborrachaba, aquella textura suave y cálida era el paraíso. Llevé mi lengua hasta su agujerito y la penetré bruscamente. Ella como ya había hecho antes, aferró mis rizos y empujó mi cabeza hacia su vulva, como si quisiera que mi lengua la llenase por completo.

—¡Sí, sí, sí…! –gritó María—. ¡Métemela!

Sus deseos eran órdenes para mí. Abandoné su chochete para comerme sus tetas que sabían más saladas que antes. Sin intercambiar ninguna palabra, puesto que los dos lo queríamos, María aferró mi rabo y lo condujo hasta la entrada a su intimidad.

Entrar allí fue algo indescriptible, mi ciruelo se acopló como si estuviera hecho para aquel coñito. Una vez la tuve toda dentro, una extraña sensación de vacío se alojó en mi estómago. Dejé de comerme sus tetas y me quedé muy quietecito, intentando sentir cada milímetro de carne que estaba dentro del cuerpo de mi hermana. María abrió sus ojos almendrados y clavó su mirada en la mía. En aquel momento pensé que me iba a correr por la emoción, pero fue ella, quien rodeándome con sus largas piernas, emitió un jadeo prolongado al tiempo que me abrazaba aplastándome contra sus tetas.

Cuando el gemido, por lo que esperaba fuera su segundo orgasmo, aún no había terminado, comencé a moverme no sin cierta reticencia. Sacar de aquel paraíso, aunque fuera tan solo unos centímetros de carne, era una tortura.

El ritmo fue lento, saboreando cada roce, cada movimiento. María se recuperó pronto y enseguida llevó sus manos a mi trasero, clavándome las uñas, en lo que yo interpreté como que pisase el acelerador.

Comencé a sacar mi rabo casi por completo para después insertarlo con cierta violencia. Al principio tuve miedo de que mi hermana me fuese a dar un puñetazo por bruto, pero al parecer el cambio de intensidad la estaba poniendo a mil. Sus tetas se bamboleaban al ritmo de mis embestidas y un hilillo de sudor descendía entre ellas.

Sus uñas seguían clavándose más y más fuerte en mi culo y yo estaba a punto de venirme, era imposible que aguantase mucho más con aquel trote.

—¡Ahhh, ahhhh, ayyyy! –El grito de María se tuvo que escuchar en todo el edificio. Tensó las piernas y el cuello y continuó gritando como si la mataran—. ¡Ahhh, ahhh!, ¡Dios!, ¡Dios!, ¡Sí, sí, síiii!

Aquella imagen de mi hermana totalmente poseída por la lujuria, fue la puntilla que necesitaba mi amiguito para romper las barreras de autocontrol que le había puesto. Comencé a vaciarme en la corrida más monumental que había tenido jamás.

María relajó el cuello y reposó su cabeza sobre la almohada, yo encontré algo mejor para apoyar la mía, aplastándome contra su pecho.

—Imagino que tendréis hambre –dijo una voz desde la puerta.

Me giré como buenamente pude y vi a Elsa, de brazos cruzados y mirada indescifrable.

—Uf, yo estoy muerta de hambre –respondió María.

—¡Pues ya te puedes ir comiendo la polla del enano cabrón, porque va a ser lo único que comas!, ¡yo no soy la chacha de nadie, hijos de puta!

Un sonoro portazo y el silencio más incómodo y tenso nos envolvió a mi hermana y a mí.

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