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Tribal: El compromiso.

en Sexo Oral

El neumático rodó a toda velocidad por la pendiente de la suave ladera. Las cabras observaban con mirada vacua, los giros y brincos  de la rueda. Mossa descendió a paso vivo hasta la orilla del arroyo oteando en busca de un buen lugar de trabajo.

El joven guerrero enderezó la rueda y la hizo girar unos metros río abajo hasta dejarla caer junto a una roca aplanada. Sobre el borde de la hondonada, el ganado volvía a pacer plácidamente. Un cosquilleo recorrió el estómago de Mossa cuando se descolgó el zurrón.

En los últimos dos días no había podido dejar de acariciar la suave piel de cabritillo con la que Mika había confeccionado aquel regalo tan maravilloso como inesperado. Era un muchacho arrojado y confiaba en sus posibilidades mas saberse correspondido, le había sumido en un estado de alegría difícil de ocultar.

Sacó del zurrón un afilado punzón y acto seguido desenfundó su gran machete. La labor le llevaría varios días, pero el duro trabajo se aligeraría por la emoción que sentía. Comenzó a propinar efectivos tajos aquí y allá. Muchas manos de buenas sandalias saldrían gracias a su destreza con el cuchillo y el punzón.

Aquella misma mañana, cuando el conductor del autobús de turistas le había entregado la rueda, sus ojos habían brillado de alegría. No daría para una vaca nueva, pero ayudaría a conseguirla. Además, podría regalar un par de sandalias a Mika y otro al jefe. Denunciar a los cazadores ilegales había sido todo un acierto.

El joven había visto hacía varios días un jeep cargado de furtivos. De la parte trasera del vehículo, sobresalía la densa melena de un león adulto. Aunque no comulgaba con las autoridades del parque, sabía que no dudaban en premiar la colaboración de su pueblo. Una buena rueda a cambio de los datos del jeep había sido un trueque que propiciaría que todo comenzase a mejorar.

Dos manos de gruesas suelas de sandalia se extendían a los pies de Mossa cuando el sol comenzó a descender. El joven comenzó a alzar los dedos de la mano a medida que iba recitando para sí: “Mika, Miha, mi madre, el jefe y yo. Toda una mano de sandalias comprometida, deberé sacar buen provecho de las restantes.”

Abrir el tarro de grasa le trajo a la mente el culo de Mika. Sus recuerdos aún eran muy vívidos y su lanza no tardó en rememorar las sensaciones. Mossa se obligó a no pensar en su diosa. En aquel instante habían cosas más importantes.

Con delicadeza, fue impregnando con la manteca cada una de las finas tiras de cuero que servirían para hacer la estructura de agarre. Empujarlas a través del caucho era lento y tedioso pero era fundamental que quedasen bien sujetas para no sufrir un traspiés.

Con el trabajo terminado, Mossa atravesó su vara tras la nuca y se dispuso a recoger su rebaño. De cada extremo del largo palo colgaban una mano de sandalias recién terminadas.

Nada más entrar en el poblado, sintió la mirada de todas las muchachas sobre él. Las más osadas se acercaron rápidamente mientras que las tímidas se contentaban con sonreírle desde lejos. Desde que ofrendase la piel de guepardo a la hija del jefe, Mossa había despertado la admiración de todas las jovencitas. Ahora, con la cantidad de buen calzado que sostenía sobre su vara, ninguna de ellas albergaba la menor duda de su valía como potencial esposo y cabeza de familia.

Aquella noche la cena sería comunal, pues el momento más importante de sus vidas para tres muchachos kusai se celebraría en una ceremonia muy especial de la que Mossa formaría parte principal.

Como uno de los cuatro guerreros más jóvenes de la tribu, le correspondería asistir a los muchachos en su tránsito a la vida adulta. Aquella mañana, tres chiquillos habían despertado y con la ayuda de los Dioses, tres nuevos guerreros terminarían el día.

Tras dejar en su choza toda la carga, el joven se dirigió al centro de la plaza donde se asaban varios cabritos. Saludó cortésmente al jefe de la tribu y le hizo entrega de su obsequio. Este fue recibido con gran alegría por su parte pues, tras examinar las sandalias con detenimiento, a su rostro afloró una inmensa sonrisa. Como contrapartida, el jefe indicó a su esposa que ofreciera a Mossa una de las mejores tajadas de la pierna de uno de los animales. Aquello era un honor que muy pocos guerreros del poblado habían recibido.

Mossa, con el plato de aromática carne en la mano,  oteó en todas direcciones buscando a la joven que provocaba sus desvelos. No la halló, pero un sinfín de guapas mozas le hacían sutiles invitaciones a compartir un asiento junto a ellas.

Deseaba a Mika como a ninguna otra mujer, pero aquella noche pasaría a ser maestro guerrero y deseaba disfrutar con intensidad de todos los actos preparados. Encojiendo los hombros, tomó rumbo hacia un extremo del rectángulo de tierra apisonada sentándose finalmente junto a Tissa, la tercera joven más bella del poblado tras Mika y su propia hermana. Ella le regaló una enorme sonrisa de dientes perfectos tras lo cual fijó la mirada en el par de sandalias que colgaban del cinturón del guerrero.

Durante la cena al joven no le quedó ninguna duda de que Tissa bebería aquella misma noche su esencia si él se lo permitiera. Se había mostrado solícita, llenando varias veces el plato y la jarra del joven y lo más importante, se había mostrado sumamente cariñosa acariciando sus fornidos brazos a la menor ocasión.

Se terminó la comida y las bebidas. Un revuelo de shukas revolotearon coloreando la plaza. Todas las muchachas de la tribu se encontraban allí. Las profundas voces masculinas no tardaron en comenzar la alegre melodía de una canción mientras las palmas marcaban el ritmo. Los cuerpos femeninos iniciaron una grácil danza alrededor de los tres jóvenes objeto de aquella celebración.

Los futuros guerreros podrían disfrutar aquella noche del trasero que se les antojase, pero había ciertas normas no escritas que era mejor acatar. Tissa, entregada a su labor de agasajar a los muchachos, bailó de manera insinuante frente a estos. Mossa sacó pecho cuando vio que respetuosamente los tres miraban en su dirección y acto seguido, se alejaban en busca de otra muchacha que estuviera más libre.

Entre palmas y palmas las jarras de cerveza y leche fermentada se fueron sucediendo, exaltando el espíritu de los asistentes a la fiesta.

El eshu del poblado se puso en pie portando una gran jarra de barro. Todos los aldeanos se agitaron presa de la ansiedad por lo que vendría a continuación. Los tres muchachos que aquella misma noche se convertirían en guerreros, fueron los primeros en beber el iboga de la gran jarra. Los cuatro guerreros que harían las veces de maestros bebieron a continuación. Cada uno de los siete, tras ingerir la afrodisíaca bebida, se dirigió a una kusai para compartir placeres con ella. Mossa volvió a buscar a Mika con la mirada pero no la encontró. Decidido, se dirigió hacia Tissa que le aguardaba con visible nerviosismo.

La joven sonrió y exhaló un profundo suspiro cuando vio acercarse al guerrero en su dirección. Ambos salieron del rectángulo principal tomados de la mano. Cualquier rincón sería bueno para tener algo de intimidad.

Tissa casi no tocaba el suelo con los pies. La emoción de haber sido seleccionada por el guerrero más prometedor la tenía excitadísima. Además, del cinto de Mossa colgaba aún un hermoso par de sandalias.

Los labios se buscaron y se encontraron en aquella densa oscuridad. La muchacha, sumisa, abrió la boca esperando que Mossa tomase la iniciativa. Él no tardó en inspeccionar los lugares más recónditos del interior de la elegida.

Las manos de ella tomaron entre las suyas las del guerrero llevándolas sobre el apretado nudo del shuka. El joven hinchó el pecho orgulloso. Ninguna mujer había permitido hasta ahora que él deshiciera su nudo. Tissa se le entregaba sin reparos, sin condiciones.

Con la prenda a los pies de la joven, el muchacho se dedicó a atender la húmeda entrepierna. Su mano friccionaba la vulva mientras uno de los dedos iba lubricando la entrada posterior. Los jadeos femeninos llenaban la boca del joven de ráfagas de aire, las cuales le incitaban a continuar por aquel camino.

Las manos femeninas por fin descendieron de la espalda al taparrabos. No tardaron en tener entre ellas el palpitante miembro masculino. Con reticencia, Tissa fue abandonando los labios de su amante al mismo tiempo que sus rodillas se flexionaban y su torso descendía.

Cuando su boca pasó a escasos milímetros de la verga, tuvo que hacer gala de toda su contención para no devorarla con devoción.

Quedó Tissa a cuatro patas, ofreciendo todo su cuerpo al guerrero. La muchacha temblaba de nervios. Deseaba que él le pidiera abrir su boca, pero la calentura le hacía desear cualquier atención por parte del guerrero. Él se agachó detrás de ella. Continuó frotando su encharcado coño, aprovechando para lubricar el culito. Tissa incrementó la intensidad de los jadeos, comenzando a mover lentamente las caderas. 

La emoción de la celebración, el iboga consumido y la admiración sentida, habían hecho que Mossa estuviera más excitado de lo que recordaba. Con algo de brusquedad, comenzó a introducir un dedo dentro del recto de Tissa. Ella hubiera estado dispuesta a entregarle su culo sin ninguna preparación previa pero, pese a ello, el ímpetu del joven había hecho que le doliera un poco.

El verdadero dolor llegó instantes después. Mossa no se podía aguantar más. Tras el primer dedo llegó la gorda cabeza de su glande. La ansiedad le consumía y necesitaba poseer aquel culo y derramarse dentro de él.

Comenzó a frotar el clítoris de Tissa con la maestría que varios años de práctica le habían dado. El cuerpo de la joven era presa del dolor y del placer a partes iguales. Aquella inmensa polla se abría camino en sus vírgenes entrañas sin la más mínima contemplación. El empuje constante la estaba desgarrando por dentro, pero era la verga de Mossa, del joven del que había estado toda su infancia enamorada. Cualquier dolor era soportable por tener a Mossa dentro de ella.

A su memoria llegaron los juegos que compartía con Miha, mientras no perdía vista del cuerpo del hermano de su amiga. Todos estos años observándole desde lejos y ahora, por fin, la estaba penetrando, lo tenía dentro de ella.

Las pelotas del guerrero golpearon contra la expuesta vulva. Debería haber dejado un tiempo de adaptación al esfínter femenino, pero la necesidad que sentía el guerrero era incontrolable. Con firmeza, asió las caderas de Tissa consiguiendo que ella se estremeciera de placer. Placer que se esfumó cuando Mossa comenzó a bombear el culo como si tan solo importase su propio placer.

El joven se detuvo de repente. Tissa pensó que había llegado la explosión pero no sintió nada en su interior. La joven levantó la mirada del terroso suelo y adivinó entre la oscuridad la figura de una mujer. Se acercó con paso calmado hasta arrodillarse delante del rostro de Tissa. Ahora la joven pudo reconocer a la hija del jefe, la cual le sonreía.  

Su noche de placer acababa de terminar en ese instante. Todo lo avanzado aquella noche, de repente, no había servido para nada. Debería regresar sola a su choza sin haber disfrutado de las atenciones del hombre al que amaba.

Bruscamente, el muchacho extrajo el badajo del culo de Tissa. Ella no pudo reprimir un gritito de dolor antes de apartarse y dejar su lugar a Mika. Pero en vez de tomar la misma postura que ella había mantenido hasta hacía segundos, la hija del jefe se arrodilló delante de Mossa y le besó con pasión.

Con mirada incrédula, Tissa observó cómo su rival iba cubriendo de besos el mentón del guerrero, más tarde su fornido pecho y luego su vientre. Horrorizada, miró cómo la gran verga de Mossa desaparecía poco a poco en la boca de Mika.

Sentada sobre sus talones, la joven despreciada se abrazaba con desconsuelo. “No será para mí. No será para mí”, se repetía mentalmente ante la felación de Mika. Un sollozo salió de su incontrolada garganta. Mossa la observó con ojos desenfocados por la lujuria. Era una muchacha guapa y trabajadora pero Mika era todo lo que él deseaba.

Los carnosos labios presionaban toda la longitud del tallo, deteniéndose cada poco para que la lengua pudiera dibujar círculos sobre la corona del prepucio. Con vida propia, la polla palpitaba dentro de la boca de la joven que sentía que el corazón se le iba a salir del pecho de la emoción.

Tissa contenía las lágrimas a duras penas mientras la cabeza de su contrincante se movía a delante y atrás engullendo por completo el tieso mástil. De repente, una mano de Mika abandonó el suelo extendiéndose en dirección a la sollozante muchacha.

Tissa no comprendía qué significaba aquello pero antes de salir corriendo de allí decidió arriesgarse y tomar con la suya la mano de Mika.

La hija del jefe tiró de la muchacha hasta hacer que se arrodillase. Entre las jóvenes del poblado era más que conocida la admiración que Tissa sentía hacia Mossa. En los últimos años la mermada población de la tribu había hecho que fueran inexistentes los matrimonios de varias mujeres, mas desde que Mika se introdujo el falo en la boca y comenzó a escuchar los sollozos de la chiquilla, no había parado de pensar una solución a todo aquello.

El joven sintió una segunda lengua lamiendo su tallo mientras otra aún succionaba su glande. Un estremecimiento recorrió su columna haciendo que todo su cuerpo se tensase.

Cuando la lengua de Tissa ascendió hasta rozar la comisura de los labios de Mika, el prepucio quedó libre para que ambas lo degustaran con deleite. Las lenguas alternaban entre lamer la violácea cabeza y juguetear con su compañera de aventuras.

El guerrero se sentía el hombre más afortunado del mundo. A sus pies, a cuatro patas, tenía a las dos mujeres más hermosas de la aldea. Ambas devoraban con verdadera devoción su enhiesta lanza, dispuestas a compartirle como cabeza de familia y amante esposo.

Cuatro serían las mujeres que debería proteger. El trabajo sería agotador y los recursos escasos aunque esperaba que su posición en el poblado pasase a ser una de las más elevadas tras los últimos acontecimientos. Tan solo había que rematar el día con una gran caza del león.

Las dos lenguas se disputaban amistosamente la superficie del glande. Este comenzó a brincar como si estuviera provisto de vida propia. Mika abrió por completo la boca, apoderándose de la cabeza de la polla. Al instante, sintió en su paladar el primer lechazo del que ahora ya era su esposo. No deseaba tragarla pero un sentimiento de euforia y amor la impulsó a digerir aquel primer disparo de semen.

Con cuidado de que no se derramase, fue acomodando en su boca el resto de la cálida esencia. Tissa, a su lado, observaba sin perderse detalle de la maniobra. Nada estaba saliendo como ella esperaba y se hallaba completamente desconcertada.

Cuando Mika creyó que no saldría nada más de la menguante verga, se alzó sobre sus rodillas. Miró fijamente a Tissa a la escasa luz. Con su dedo índice rozó el mentón de la chica indicando que abriese la boca. Sin pensárselo dos veces, obedeció franqueando el interior.

Los labios de la hija del jefe se fundieron con los de su nueva compañera de esposo. La lengua de Mika, impregnada de la leche del guerrero, se introdujo en la boca de Tissa. Enardecida, comenzó a lamer deseando probar la mayor cantidad de aquel manjar.

La timidez inicial dejó paso al fuego que consumía a las dos jóvenes y que aún no había sido extinguido. Nada había en las tradiciones sobre las actitudes que debía tener una esposa para con la otra. Todo quedaba al buen entendimiento entre los tres miembros.

El joven observó atónito cómo las cuatro manos femeninas revoloteaban sobre los gráciles cuerpos, acariciándose mutuamente. El shuka de Mika había caído y ambas pelvis se frotaban con sincronía. Cuando los fluidos del guerrero ya se habían compartido suficientemente, la boca de la hija del jefe descendió lamiendo el cuello de Tissa. Sin prisa pero sin pausa, fue descendiendo hasta apoderarse de uno de los erguidos pezones. La lengua circundó la areola, succionando la pétrea protuberancia. Tissa no pudo ni quiso reprimir un profundo jadeo. Nunca había recibido las atenciones de otra mujer, aunque había oído que era común entre las jóvenes, pero, definitivamente, era algo agradable.

Con el descaro que da la necesidad, posó las manos sobre la cabeza de Mika incitándola a descender hacia su centro de placer. Cambiando la postura, la hija del jefe se tumbó sobre su propia espalda, indicando a la otra chica que se colocase sobre su rostro. La lengua no tardó en adentrarse en terrenos húmedos, saboreando los jugos de Tissa, la cual se estremeció de pies a cabeza.

Mossa había estado frotando su lanza ante el espectáculo que sus dos esposas le brindaban. Se acercó con decisión hasta ponerse al alcance de la jadeante boca de Tissa. Si bien el joven quería y respetaba a sus dos mujeres, la situación lo tenía al borde del descontrol. Introdujo su dura vara en el interior de la chica, comenzando a follarle la boca con frenesí. Con sus fuertes dedos engarfiados en los rizos de Tissa, empezó a mover su cabeza adelante y atrás al compás de sus agitadas caderas.

La joven sintió el apremio del guerrero y se llenó de orgullo. Sentía la hábil lengua de Mika lamiendo su clítoris y su boca, siendo violada brutal y placenteramente por su esposo.

Las dos lenguas femeninas trabajaban sin descanso recorriendo con velocidad la escasa distancia que les separaba del éxtasis. Tissa creyó morir de gusto cuando la densa esencia de Mossa le llenó la boca. Aquello por sí mismo hubiera sido suficiente para llevarla al delirio, pero la lengua de Mika se había introducido en su virginal coño haciéndola explotar en un orgasmo maravilloso.

Siendo como era una chiquilla formal y respetuosa, no se atrevió a tragar ni una sola gota del elixir vital. Se tumbó sobre el cuerpo de su compañera y llevó sus labios hasta la boca de Mika. Deseaba transmitirle todo el respeto y admiración que sentía por una mujer de su nivel.

Las dos muchachas se unieron en un apasionado beso en el que la esencia del guerrero pasaba de lengua a lengua en una danza lasciva que elevó la libido de Mika una vez más.

La hija del jefe abrió las piernas atrapando entre ellas el muslo de Tissa. Movió las caderas buscando que su sexo se acoplase con la dura carne. Entendiendo el juego, la rodilla comenzó a presionar y friccionar la vulva, recibiendo en premio un brusco mordisco en el labio y la profunda señal de las uñas de Mika en su espalda.

El intenso jadeo de una, quedó ahogado por la boca de la otra, la cual se negaba a abandonar su presa. Mossa, ante el inicio de unos leves celos, decidió separar a sus dos esposas. Besó con ternura a cada una de ellas y las tomó de la mano.

Las dos jóvenes se anudaron sus shukas la una con ayuda de la otra. Hacer el nudo bajo las axilas era más complicado que sobre las caderas. Por supuesto que habría que oficializarlo, pero desde ese momento formaban una familia.

  Continuará.