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Celia 06 - El internado

en Confesiones

Silencio, quietud, una agradable sensación de calorcito en el cuerpo, realmente Celia se encontraba a gusto. En ese momento llegaron a su cabeza los acontecimientos dolorosos que había sufrido. ¿Habría sido un mal sueño? Se preguntaba la joven, mientras a su cabeza acudían como flashes las imágenes de aquella pesadilla nocturna.

Hizo un esfuerzo por abrir los ojos, pero estos se negaron a abandonar su tranquilo reposo. Lo intentó con los brazos, pero estos estaban tan relajados, que decidieron por si solos permanecer en laxa quietud. Su consciencia tampoco es que estuviera muy cercana a la vigilia, por lo que poco a poco se fue sumergiendo en los vapores de un pacífico sueño.

–¡Eh! Celia, despierta –susurró una voz a su oído.

Los ojos de la joven se movieron bajo los pesados parpados, los cuales se negaban a abrir la persiana, bajada por reposo del propietario. Una suave presión acompañada de un agradable calorcito, se extendió desde su mano hacia el resto de su cuerpo. Alguien cariñosamente le había tomado de la mano.

–Eh, que te he traído un zumo –dijo la voz al oído de la joven—venga que te lo tienes que beber todo.

–¿No será de alcachofa? odio los espárragos –susurró imperceptiblemente entre unos labios resecos y agrietados—me gusta el color del tomate.

–Es de melocotón ¿Te gusta el melocotón?

–Los perros son bobos, son más listos los gatos que las abuelas del parque. Yo tengo un gato verde, con ojos, dos ojos –El joven de rastas que aguardaba con el zumo en la mano, no pudo reprimir una sonrisa al oír las incoherencias de su amiga– ¿Hace buen día para ir a la playa? Tengo un sombrero nuevo.  

El joven enfermero, vestido con ropas de calle, acercó la pajita del zumo a los labios cuarteados de la muchacha. La sed que Celia acusaba tomó el control y su boca comenzó a succionar levemente de la caña.

Había dormido mucho, se encontraba tremendamente descansada, con ganas de acción. Abrió aquellos gatunos ojos verdes y observó valorativamente todo su alrededor. Vale estaba en un Hospital, eso lo tenía claro, el bulto informe retorcido en el sillón era Isabel, que dormía con suaves ronquidos, no se veía mucho mas, con la escasa iluminación de las luces de emergencia. Otro dato más vino a su cabeza, era de noche. Con desesperante lentitud, fueron llegando los pensamientos coherentes a su cabeza y con ellos el dolor, la angustia, el temor, pero sobre todo la inquietud, la preocupación.

–¿Dónde está Marta? –la pregunta sonó en la silenciosa habitación como si hubiera salido de las fauces de un ogro de las cavernas.

El esfuerzo por hablar había incrementado el dolor sordo de su cabeza y ahora se iba asemejando a un constante punzazo en sus sienes y su nuca. Isabel se desperezó, mientras tomaba asiento correctamente sobre el sillón.

–¿Cómo te encuentras? –Isabel se había sentado en el borde de la alta cama– ¿Quieres agua?

–¿Dónde está Marta? –repitió Celia tras sorber de la botella de agua.

–Pues imagino que a estas horas y petada hasta el culo de tranquilizantes, estará dormida que es como deberías de estar tú –la morena intentaba ponerse seria, imitando la pose de una enfermera profesional—Venga duérmete otra vez que tienes que recuperarte pronto.

La joven deseaba hacer mil preguntas, pero el cansancio y el sopor unidos a los tranquilizantes y analgésicos, eran barreras insalvables, contra las que no pudo hacer nada y en segundos volvió a quedar profundamente dormida.

Despertó mucho mas despejada, debía ser de mañana, una mañana plomiza pues la luz que entraba por el gran ventanal así lo indicaba. Vaya Celia estás de un perspicaz, que tira de espaldas, pensó la joven ante su obvia observación mental. Esto es un Hospital por que tiene pinta de Hospital, si no sería una ferretería. Intentando no discutir consigo misma sobre sus aptitudes cognitivas, se dedicó a observar la habitación. Isabel no se encontraba allí, por el contrario una peculiar muchacha la miraba atentamente, sentada en la otra cama de la habitación.

Peculiar la chiquilla, esas caras no se ven mucho por aquí, será extranjera, no eran normales aquellos inmensos ojos azul intenso, ni aquellos apretados rizos rubios. Celia pensó, que seguía pensando con la velocidad de una tortuga y con la agudeza de una hormiga.

–Hola –Celia intentó levantarse para ir al baño, en ese momento millares de afiladas agujas, se le clavaron dolorosamente en todo el cuerpo– ¿No me entiendes?

La detective se recostó de nuevo sobre la cama, de momento sería imposible caminar hasta el baño, por lo menos sin ayuda. Dirigió la mirada hacia la rubia, la jodía ni había pestañeado, seguía mirándola fijamente, con aquellos ojazos llenos de inocencia.

–¡Celia!—la investigadora se apuntaba con el índice a su propio pecho, mientras repetía su nombre, en un remedo de las películas de Alfredo Landa con las suecas, para después apuntar a la joven– ¿Tú?

Ni por esas, ni que hiciera el payaso ni que no, la muchacha no dejaba de mirarla con ojos muy abiertos y semblante enigmático.

La puerta se abrió y un tropel de pijamas blancos entró en la habitación. Eran tres, Celia no sabía si auxiliares, enfermeras o médicos. Bueno esto último lo dudaba pues venían empujando un carrito con sábanas y mantas, nada propio de todo un doctor.

–¡Hola Celia! ¿Qué tal te encuentras? Tienes mejor cara –la que aparentaba más edad, sobre unos 50 años, rellenita y alegre, interpelaba a la enferma—te vamos a lavar bien, para poderte curar las heridas.

–¿Cómo está mi amiga? –Imaginaba Celia que de una enfermera podría obtener información fresca.

–Pues dormidita, está estable y no corre peligro –dijo la rellenita madura—aquí estáis a salvo.

Celia se estremeció cuando oyó las palabras de la enfermera, habían estado a punto de palmarla, ahí fuera, un criminal, un sádico mal nacido, un hijo de la gran puta, las había agredido, las había golpeado, las había maltratado, violado. Una solitaria lágrima se deslizó por la mejilla de la joven.

–Eh, ya pasó todo, ahora a ponerte buena y mirar hacia delante –la más joven de las que le atendían había deslizado las sábanas destapando a Celia.

La auxiliar, una joven de mechas rubias de unos 30 o 35 años, acariciaba a Celia con ternura, buscando su consuelo. Indicando a la joven que se tumbase, procedió a retirar el escueto camisón hospitalario del cuerpo de Celia. Mientras la rubia de mechas y la tercera en discordia la bañaban con unas esponjas jabonosas, la rellenita preparaba yodo y apósitos sobre una bandeja.

Celia tenía el cuerpo cubierto de oscuros hematomas, no quedaba prácticamente piel a la vista, que no hubiera adquirido un tono purpúreo. La enjabonaron con gran delicadeza, sin apretar con aquellas esponjas y extendiendo por todo el cuerpo de Celia una sensación de frescor, que agradeció muchísimo la joven.

Cuando hubieron terminado con su parte delantera, situaron una almohada entre sus piernas y una mujer de un lado y otra del otro la fueron girando lentamente. Pero algo fallaba, su cuerpo giraba pero su pierna izquierda seguía en la misma posición, cuando estuvo de lado la auxiliar de enfermería que estaba en su espalda, agarró su pierna y la apoyó con suavidad encima de la almohada. Dios lo que pesaba aquella pierna, debía estar alicatada de yeso.

–¿Tengo la pierna rota? –el tono de Celia no denotaba mucha preocupación.

–Un hueso del tobillo, cuando pase el médico te lo explicará mejor –respondió la dicharachera enfermera, mientras examinaba la espalda recién enjuagada.

Celia quedó completamente desnuda, de cara a la cama contigua, desde donde la joven rubia seguía mirándola fijamente.

–Oye, que le pasa a esa niña ¿Es extranjera? –Celia ahogó un gritito cuando comenzaron a curarle las primeras heridas.

–¿Charlie? No que va, es la veterana de aquí, lleva sin hablar desde el 31 de Diciembre –dijo la rubia de las mechas.

–¿pero por que no habla? –Preguntó Celia, mientras la devolvían a su posición de espaldas—Por cierto ¿cuando quiera ir al baño?

–Luego cuando pase el médico, veremos que tal te apañas con muletas, por lo floja que estás y eso. De momento a mear en la cuña –La tercera de sus benefactoras, hablaba mientras le levantaba ligeramente el culo y le ponía debajo una especie de ensaladera de corcho desechable.

–Joder, pues así va a mear mi madre –el genio de la bajita detective regresaba con fuerza—un poquito de intimidad ¿No?

Las dos auxiliares, se dieron la vuelta dedicándose a la tarea de cambiar las sábanas a la cama de Charlie, mientras que la rellenita enfermera le daba a la rubia de los ojazos una pastilla y un baso de agua.

–¡Eh, Charlie o como demonios te llames, si me miras así no puedo mear ni gota! –la situación de inmovilidad y los nervios reprimidos hacían que el mal humor de Celia se incrementara.

La joven se levantó de la cama y con paso tranquilo se dirigió hacia el sillón situado en la mitad de la habitación perteneciente a Celia. Se sentó y continuó mirando fijamente a su bajita compañera de habitación. Encima la jodía era altísima mediría por lo menos metro setenta y cinco.

–¿Pero que le pasa a esta chiflada? –Celia removía el culo incómoda por que los bordes del orinal se le clavaban en las mollas del culo— ¿Que estoy en Psiquiatría, con los taraos?

–Mira, te tolero ese tono por que acabas de pasar por una situación muy traumática, pero trata con afecto y respeto a tus compañeras, porque todas han pasado por lo mismo que tú –la dicharachera gordita, ahora tenía poco de graciosa— siento ponerme así de seria, te tenía que haber dicho que esta es una unidad específica de agresiones sexuales.

–Charlie apareció así en el Hospital y desde entonces no ha hablado –apuntó la de las mechas rubias— alguna compañera de clase que ha venido a verla, dice que era muy marchosa y alegre, pero hace ya mas de mes y medio que nadie la visita.

Pasaron los minutos, como lentas orugas que se arrastraran bajo su vientre, con una quietud desesperante, con un aburrimiento insoportable. La mente de Celia viajaba a recónditos rincones de su cerebro. Pensó en su abuela, en Marta, en lo sucedido en aquella noche fatal, incluso se permitió un fugaz pensamiento hacia su madre. 

Miró hacia la mesita en busca de su robusto Nokia, nada allí no estaba. Recordó entonces lo que había hecho con el cargador del mismo y muy a pesar suyo se sonrió. La próxima vez estaría más y mejor equipada.

Celia estuvo apunto de gritar de alegría cuando se abrió la puerta, le daba igual quien viniera pero un cambio en aquella inmutabilidad era bien venido. Un treintañero, alto, con el pelo rapado entró con paso firme y autoritario. Este si es médico pensó Celia, transmitía seguridad, como si fuera el amo del lugar.

–Hola Celia, soy pedro, el Doctor Perea –el hombre estiró su mano para estrechar la de Celia—soy el traumatólogo.

–¿Eres gay? –soltó de sopetón la joven.

–¿Cómo? –preguntó con los ojos muy abiertos el Doctor—perdona, pero creo que es una pregunta muy personal, aunque sea heterosexual.

–Me han dicho que esta es una unidad exclusiva de agresiones sexuales y de ese tipo –mientras Celia hablaba, el doctor jugueteaba con los dedos del pie de su pierna rota—imagino que las mujeres que están por aquí no tendrán muchas ganas de ver hombres.

–Bueno, soy médico –afirmó el hombre como si eso lo explicara todo.

Nada, aquel tipo era muy educado como para entrar en una discusión con ella. Hacía media hora había intentado discutir con la extraña rubia, pero había sido inútil, aquella no dejó de mirar el techo, que era lo que llamaba su atención durante la última hora.

–Bien Celia, tienes roto el peroné, cerca del maleolo –Pedro señalaba la protuberancia externa del tobillo de la pierna sana de la joven—no es que sea fundamental para sostener la pierna, pero podría limitarte ciertos movimientos.

–¿Está de adorno el hueso ese?

–Verás, el que soporta todo el peso es la tibia, el peroné solo fija tendones y facilita el movimiento del pié hacia los lados –el médico recreaba los movimientos en el pie derecho de Celia—si las radiografías no muestran empeoramiento, te quitaremos la escayola y te pondrán un vendaje funcional, que impida determinados movimientos. Eso te permitiría apoyar el pie y andar con cuidado.

–Vaya, si le tendré que dar las gracias al violador por no haberme roto la tibia –dijo Celia con sarcasmo.

–En media hora llegará la psicóloga, creo que tendrás más éxito con ella, si buscas desahogarte –el doctor ya se dirigía a la puerta.

–Disculpa –articuló la joven en voz baja, lo suficientemente alto para que le escuchara el Doctor—estoy aburrida y desesperada ¿Me puedes decir como está Marta?

–¿La inspectora de policía? –Pedro se acercó de nuevo hasta la cama de Celia—está en observaciones, tiene un traumatismo craneoencefálico, la nariz y un pómulo roto, desgarros anales y vaginales y… cuatro costillas rotas.

El médico miraba su carpeta, leyendo el informe de Marta, supuso Celia.

–¿Está consciente?

–De momento si, aunque como te digo sigue en observaciones, imagino que el neurólogo querrá hacer un buen seguimiento de posibles coágulos craneales. No te puedo decir mucho mas –el rostro del doctor, mostraba cariño y algo de comprensión.

–Gracias Doc –Celia levantó el pulgar en señal de compadreo—y perdóneme por el mal humor.

El resto de la mañana pasó lenta y tediosamente hasta que cercana a la hora del mediodía, se volvió a abrir la puerta de la habitación.

–Buenos días Carla, buenos días Celia –Una espigada joven entró por la puerta repartiendo sonrisas a diestro y siniestro– ¿Carla no te importa ir a la sala común un ratito?

La rubia de densos rizos se levantó y tal cual iba con el pijama celeste se dispuso a abandonar la estancia.

–Carla el batín, que con ese escotazo vas enseñando más de la cuenta –La joven aparición, vestida con ropa informal alargó una bata del perchero a la mencionada Carla.

–Tu eres la loquera –afirmó Celia– ¿Se llama realmente Carla?

–Las enfermeras le llaman Charlie, por que se lo puso una de las enfermeras que la recibió –explicó la psicóloga tomando asiento en el borde de la cama de Celia—a todas las demás les gustó, así que se ha quedado con Charlie, no parece molestarle.

–Está en shock o algo así ¿No? –preguntó la detective para iniciar la conversación.

–No lo tenemos claro, personalmente pienso que tiene un miedo terrible a volver a la calle –la alta joven sonreía a Celia para romper el hielo—volver es tremendamente duro y ella está totalmente sola.

–¿Eso se puede hacer? –Celia analizaba las palabras de la loquera, realmente sin apoyo sería terrible volver ahí fuera.

–Bueno, si se descubriera habría que darle el alta, pero parece que nadie tiene intención de abrir la boca –la psicóloga guiñó un ojo de manera cómplice—a ver si contigo cerca se anima un poco, no ha tenido ningúna compañera de habitación.

La recién llegada conversaba de manera animada con Celia, con la esperanza de que esta fuera perdiendo sus más que posibles reticencias a hablar.

–¿Bueno, vas a ser una tipa dura, de esas que no necesitan loquero por que están muy cuerdas? –Preguntó la psicóloga alzando una ceja—tenemos una hora podemos hablar de Carla, de mí o puedes contarme que tal te encuentras. Por cierto me llamo Eli.

–Bien, me has pillado, no te negaré que la primera intención era de mandarte a paseo –la joven de ojos verdes se frotaba las mejillas con ambas palmas de las manos.

Como un dique que hubiera reventado, Celia soltó todo lo que llevaba dentro desde hacía tantos años. El dolor por la ausencia de su abuela, la ausencia de ese sentimiento de protección que disfrutaba junto a Pablo, la frustración y culpabilidad por el comportamiento de su madre, su insatisfacción laboral y sobre todo y por encima de todo, su peor descubrimiento a raíz de la agresión, lo tremendamente sola que se encontraba, por mucho que se negara a verlo hasta aquel momento.

Celia lloró con cálidas y gruesas lágrimas. Lloró por que debía estar en un adosadito disfrutando de una familia idílica y en cambio estaba abrazando a una psicóloga desconocida, en un Hospital tras haber sido forzada y maltratada.

–Tas prieta de carnes ¿Tienes novio? –A Celia le resultaba imposible estar mucho rato hablando en serio y más si estaba desnudando sus sentimientos.

–No es necesario que te vuelvas lesbiana, hay hombres muy normales, que no son salvajes perturbados –sonreía Elisa mientras intentaba sacar el tema de la violación frustrada.

–¿Quieres que hablemos de lo de la otra noche? –Celia la miró fijamente—tampoco hay mucho que contar, cuando esté mejor, compraré una automática en el mercado negro y le meteré a ese hijo de puta las 16 balas del cargador. Bueno, antes tendré que aprender a utilizar una cacharra de esas.

Elisa llevaba ocho años trabajando en aquel centro, casi todas las mujeres violadas querían matar al agresor o por lo menos así lo expresaban. Pero en aquella ocasión su instinto le decía que la cosa iba totalmente enserio, una gelidez mortal recorrió toda su espalda, poniéndole la piel de gallina. Supo con certeza que Celia mataría a aquel agresor o moriría en el intento.

La psicóloga tras hora y media se despidió de Celia, quedaron para dos días mas tarde a la misma hora y como no en el mismo lugar. Después de comer y echar un ligero sueño, se iniciaron las visitas.

La primera de ellas fue la de una enfermera que vino a retirarle la escayola y cambiarla por un complejo sistema de vendas adhesivas, que se entrelazaban en su empeine y en su pierna limitando los movimientos de su tobillo.

Poco después de esta primera visita un joven moreno de finas rastas apareció por la puerta. Celia habría jurado que la tarde anterior, o la de hacía dos días o tres, pues la noción del tiempo era errática, había visto la cabezota de Marcos, pero no lo tenía nada claro. Estuvieron hablando de todo un poco, el enfermero con diplomacia evitó sacar el tema de la agresión. Se había enterado puesto que era la tercera “AA” que tenía en su móvil. Celia no es que tuviera muchos más amigos y encima era enfermero, con lo que decidió hacía cosa de un año, que Marcos sería su tercera “AA”. La primera como no podía ser de otro modo era Marta e Isabel la segunda.

Esta última pasó a eso de las siete de la tarde a visitarla. Se alegró muchísimo de verla tan recuperada. Le informó tristemente que no se podía quedar mucho tiempo, pues andaba de curro hasta la cabeza, Si era necesario cuidarla otra noche se pediría el día libre, aunque su jefe la matara por eso. Su extraña compañera de habitación, estuvo toda la tarde mirando con gran interés algún punto indefinido en el techo, escuchaba música con unos auriculares en un Smartphone de última generación. Por lo que ninguna de las visitas de Celia la molestó lo más mínimo. 

Al poco tiempo de haberse marchado Isabel, una joven alta de pelo largo y castaño, entró por la puerta como un vendaval.

-Tu debes de ser Celia –la joven se había abalanzado contra Celia y la abrazaba con afecto, espachurrando la sorprendida cara de la menuda detective contra unos turgentes pechos, firmes como rocas.

–¿Y tu debes ser?

–Soy Sara –dijo la joven sentándose a los pies de la cama de Celia.

–Ah, claro, eso lo explica todo, eres Sara –el sarcasmo era patente en la voz de Celia, en esos momentos al mirar a la joven a los ojos supo de quien se trataba– ¿eres la hermana de Marta?

La joven y la adolescente estuvieron un buen rato hablando, Sara le explicó que su madre y ella llevaban allí desde el lunes. Le contó también que Marta acababa de subir de la sala de observaciones y le habían dado una habitación dos puertas más para allá. Celia solicitó una muleta a la enfermera y con ayuda del brazo de Sara se dirigió a ver a Marta.

El aspecto de su amiga era deplorable, tenía la cara llena de apósitos y lo poco de piel que quedaba libre se veía amoratado. ¿Tendría ella un aspecto similar? La verdad que no había tenido intención todavía de mirarse al espejo, tampoco oportunidad.

Apoyándose en su pierna derecha y en la muleta Celia se acercó hasta la cama de su amiga y se dejó caer en el borde. Un pequeño gemido de Marta la advirtió de lo perjudicada que se encontraba esta. La madre hizo una señal a su hija adolescente y ambas mujeres abandonaron la habitación, Marta no tenía compañera de dormitorio por lo que ambas jóvenes quedaron solas.

–Hola preciosa –Celia asía con cariño la mano de Marta—muy jodida imagino.

–¿Cómo estás tu? –susurró sin fuerzas la inspectora de policía.

–Chis, ahora no hables, yo salí mejor parada que tu, esto jode al principio, pero de aquí a unos meses estaremos riéndonos de todo esto mientras tomamos unas cañas—Celia no lo pensaba realmente así, pero debía infundir esperanzas en su amiga.

Por toda respuesta una lágrima se deslizó por el pómulo menos perjudicado de su amiga.

–Tengo miedo, mucho miedo, dile que salga de mi cabeza, que se vaya de mis sueños, que me deje en paz, no lo soporto –Marta apretaba con insólita fuerza la mano de la detective.

–¿Un cargador entero de nueve milímetros, será suficiente para sacarlo de tus pesadillas? –susurró Celia al oído de su amiga.

–Creo que si –Marta sonrió ligeramente.

–Ahora descansa, tenemos que estar fuertes para cobrarnos nuestra venganza –con un súbito impulso Celia se reclinó sobre su amiga y besó con ternura sus resecos labios.

Sin duda alguna lo peor del Hospital eran las noches. Como podía tener una persona sueño si no había hecho otra cosa en todo el día que estar tumbada. Celia había conseguido averiguar donde habían guardado su viejo teléfono, con muchas dudas había llamado a su madre para informarla de lo sucedido. Esta hacía dos meses que había terminado con su último novio y ya no vivía en la costa. Llevaba viviendo un mes y medio en la capital y no se había dignado a visitarla hasta que Celia la llamó, con gran dramatismo lloró, gritó, se auto-flageló por ser mala madre y haberla dejado sola, prometió que a la mañana siguiente estaría allí para cuidarla.

Por acostumbrada que estuviera Celia a aquellas salidas, no terminaba de aceptarlas de buen grado y cuando se encontraba floja, la actitud de su madre la sumían en una profunda depresión. La joven sabía que su madre no se merecía las lágrimas que derramaba por ella, pero no pudo evitar llorar quedamente, por todo lo que su cabeza acumulaba.

Sintió como la sábana se apartaba y alguien se introducía dentro de la cama, abrazándola contra su pecho.

–Tranquila que no estás sola –la joven rubia había escuchado toda la conversación de Celia con su madre.

–¡Coño! pero si hablas –la sorpresa hizo que Celia dejara inmediatamente de llorar.

–Chis, que no nos oigan –Charlie susurraba en voz queda– ¿Oye es cierto que vas a matar a tu hijo de puta?

Celia no salía de su estupor, la extraña muchacha no solo era capaz de hablar, si no también de hacerlo correctamente. Ante su cara de sorpresa Charlie acercó su smartphone al oído de Celia y esta pudo escuchar su propia voz intercalada por la de la psicóloga.

–Serás japuta, me has gravado –la voz de enojo de Celia no era fingida—pero tu sabes lo íntima que era esa conversación.

–Chis, tu acabarás sabiendo de mi mucho más y cosas que te dejarán los pelos como escarpias, pero todo a su debido momento –la chiquilla exudaba determinación por todos los poros de su cuerpo—mira apenas te conozco pero te necesito.

–Tía, tu estás peor de lo que pensaba –A Celia toda aquella situación le parecía de lo más surrealista.

–Escucha, te lo explicaré todo, pero no me puedes dejar aquí sola en el Hospital –A medida que Carla hablaba la cara de asombro de Celia iba incrementándose.

Charlie le explicó que el Domingo por la mañana cuando llegaron ella y Marta, lo hicieron acompañadas de un tipo rapado y otro melenudo, ambos con aspecto de roqueros. Estos estuvieron explicando a la jefa de enfermeras y a un par de maderos uniformados lo que habían visto.

–Estaban los cinco aquí hablando en voz bajita, como parece que esté ida, pues hablaron sin problemas –explicaba Carla en voz muy queda—dijeron que habían escuchado gritos al salir de un pub de Rock y que habían corrido hacia su procedencia. Cuando llegaron una tipa bajita, colgaba asida a un cable, del cuello de un tipo enorme, mientras este la empotraba contra una pared. Cuando logró deshacerse de ti, empujó a los dos heavys y se perdió corriendo en la oscuridad del barrio antiguo. Así que los dos macarras llamaron a la policía viendo el estado en el que os encontrabais tu y tu amiga.

–Si, alguna de esas cosas las recuerdo, pero que tiene que ver todo eso para que estés como una puta cabra –ambas chicas se miraban a la escasa luz de la habitación tumbadas sobre la cama de Celia.

–Pues que tienes un par de pelotas y quiero que cuides de mí, tengo miedo –la rubia fruncía el ceño y hacía pucheros con la boca—yo me voy contigo cuando te den el alta.

–Oye, tú no puedes decidir si venirte conmigo o no, estás chiflada.

–Te lo contaré todo y espero que me comprendas, eres mi única oportunidad, si quieres a buenas me voy contigo y si no a malas te sigo a donde vayas –la determinación y la desesperación eran patentes en la rubia de ojos azules—yo no tengo nada que perder, ya lo he perdido todo.

¿Qué quería aquella loca de ella? ¿Sería peligrosa? ¿Se podría deshacer de ella antes de salir del Hospital? ¿Por qué parecía siempre que el destino tomara decisiones por ella? Definitivamente le daría la razón a la pobrecilla, no debía estar en su sano juicio, estaba segura de que no saldría de allí en un par de semanas por lo que tendría tiempo de deshacerse de la joven.

Tres días más y el Pedrito de los cojones decidió que mi tobillo estaba suficientemente bien como para continuar con rehabilitación ambulatoria. Las heridas habían cicatrizado bien y de los cardenales apenas quedaba una sombra violácea.

Tras haber visitado a Marta sin haber detectado en su amiga mejoras ostensibles, Celia comenzó a vestirse de paisano con la ropa que Isabel le había llevado. Cuando aquella misma mañana le habían notificado a Celia su alta, su joven compañera se había dirigido al control de enfermeras y había solicitado el alta voluntaria, expresándose con naturalidad y tranquilidad, lo que ocasionó que a las enfermeras casi les diera un patatús.

Charlie había rogado a Celia que le dijera a Marcos o a Isabel que le compraran ropa, pero la bajita joven había sido inflexible, no quería saber nada de aquella loca. Pero como entre locos se entienden la mañana que la madre de Celia fue a visitarla Carla se las apañó para deslizar 300 € en la mano de la progenitora de Celia y rogarle que le comprara zapatos, pantalones y un suéter. Lo más raro es que Inés, la madre de Celia, volvió con las compras en vez de pirarse con los billetes.

–Puta madre, a ver como subo yo a mi piso con este tobillo y sin ascensor –refunfuñaba Celia.

–No te preocupes, yo cuidaré de ti, bajaré a comprar y esas cosas que se hacen ¿No? –respondió Charlie mientras se vestía con celeridad.

Ambas jóvenes recogieron sus cartas de alta al mismo tiempo, la escasa velocidad de Celia hacía tremendamente fácil que Charlie pudiera seguirla. Celia creyó estar a salvo, cuando una enfermera le ayudó a introducirse en un taxi, pero Carla fue rápida la jodía y se introdujo por la puerta del copiloto.

Celia gritaba a la joven rubia, la mandaba alternativamente a la mierda y al infierno, pero no logró su objetivo. Ya una vez en casa, Fosca, a la cual había alimentado y cuidado la señora Patro por indicación de Isabel, salió a frotarse contra la pierna de Celia, si bien tubo ciertos reparos al olisquear y arañar el aluminio de la muleta, en la que se apoyaba la joven.

Bueno siéntate en el sofá, que debes estar cómoda y descansar. Mientras si quieres te contaré mi historia. La joven detective se arrellanó sobre el sofá y viendo la imposibilidad de deshacerse de Charlie se dispuso a escuchar.

–bien comenzaré por el principio de todo. Mi padre es empresario de la construcción, de esos que ganan mucho dinero, especulan más aún y como deporte tienen el soborno al político de turno. Con 50 años y tras amasar una fortuna un tanto turbia, decidió que le hacía falta un pibón para poder llevar a fiestas y actos sociales varios. Por lo visto estaba por aquel entonces construyendo un polígono industrial a las afueras de Varsovia. En algún acto social a los que fue invitado conoció a una joven modelo de 22 añitos y decidió que sería su bomboncito particular. Se la trajo aquí y a los dos años nací yo.

–¿Tu padre tiene 70 años? –preguntó Celia algo enganchada por la peculiar historia.

–No me interrumpas –resopló la rubia—Bien, pues hasta que tuve 8 o 10 años todo fue bien, imagino que el vejestorio de mi padre dejó de interesar a mi guapa madre, pues por lo que me contaron después esta comenzó a tirarse a cualquier treintañero que se le ponía por delante, claro pasó lo inevitable. Los papeles del divorcio dejaron a mi madre sin nada en absoluto, por supuesto sin mi custodia. Al fin y al cabo ella se largó con un buscavidas también Polaco, que también tenía como afición trajinarse a maduritas millonarias, no le interesaría mucho lo que fuera de mi vida.

Como mi padre no estaba dispuesto a cuidar de mí, al principio mi tata, que es a la única que le importaba, cuidó de mí. Hasta que todo se jodió.

Un día de verano cuando tenía yo 13 años vino a casa una familia adinerada a pasar el día y a hablar de negocios con mi padre. Luego me enteré que el hombre era banquero y la mujer un alto cargo en un partido político de lo mas conservador y católico. Pues bien acompañándoles vino su hijo de 18 años, el chaval no estaba nada mal y yo acababa de despertar al sexo con mis primeros tocamientos íntimos y mis primeros videos en Internet. Incluso había practicado con alguna amiga del instituto femenino al que me llevaban.

Bien pues esperé a que terminara la comida, yo sabía que poco después mi padre y sus invitados, comenzarían a hablar de política y negocios. Como buena chica, pedí permiso para que Jaime y yo fuésemos a mi cuarto a jugar a la Play, ninguno de los tres adultos puso ninguna objeción, si bien el adolescente puso cara de pocos amigos.

–Escucha niña, si crees que voy a estar toda la tarde jugando a la consola con una cría vas tu lista –me dijo aquel correcto idiota.

Cuando entramos a mi habitación, me dirigí al ordenador y puse un video porno. Le expliqué que quería que me hiciera aquello. Que no tenía muchas oportunidades de verme con chicos y que aunque no era mi tipo, pues estaba escuchimirrizao, no tenía nada mejor cerca.

Lentamente me fui desabrochando los diminutos botones de mi vestido, dejando entrever un conjuntito de ropa interior celeste de lo más casto e infantil. Aquel empanao babeaba como si fuera la primera vez que veía una mujer semidesnuda. Con sutileza dejé que mi vestido se deslizara por mis brazos cayendo al suelo. Me acerqué a aquella estatua balbuceante y me senté sobre una de sus rodillas, besándolo en los labios a continuación. Besé sus labios, los mordisqueé como había visto en las pelis, pero no encontré respuesta del invécil. Intenté juguetear con mi lengua, acariciando con la punta de la misma tanto su labio superior como su labio inferior, nada de nada, aquel panoli seguía sin reaccionar a mis besos. Como tenía la boca entreabierta aproveché para introducir delicadamente mi lengua dentro de su boca, jugueteé con sus dientes y sus encías, pero ninguna lengua vino a saludarme y darme la bienvenida, como había visto yo en vídeos.

–¿Es que no te gusta? –le pregunté ya algo mosca.

–Mumumumuchocho –tartamudeó aquel cerebro de mosquito.

Así, que continué a ver si lograba de aquel tarugo, alguna reacción que se pareciera mínimamente, a las que había observado yo en Internet.

Sentada sobre su pierna me iba frotando suavemente contra su muslo, mientras que me desabroché el sostén. Con mis juveniles pechos al aire, pensé que el idiotizado muchacho reaccionaría. Pero nada más lejos de la realidad. Llevé uno de mis rocosos pezones a su boca para intentar que lo lamiera y nada de nada, que el capullo no colaboraba.

–¿lo has hecho alguna vez? –le pregunté.

El, por toda respuesta, negó con la cabeza. Entonces le pedí que se levantara, tenía muchísimas ganas de ver una polla en directo, de tocarla, sentir su calor, su tersura, de olerla, de saborearla. Con facilidad bajé la cremallera de sus bermuditas de pinzas y se las bajé hasta los tobillos dejándolo vestido tan solo con unos slips horribles de pingüinos. El bulto bajo sus slips era notable, por lo menos si el no reaccionaba, si había algo que estaba reaccionando allí. Me arrodillé y le bajé los calzoncillos, liberando una culebrilla larga y delgada, bueno delgada y corta si la comparaba con las únicas que había visto hasta aquel entonces, que eran la de actores porno. Se la acaricié con delicadeza, pues nunca había tocado ninguna, de repente aquello comenzó a escupir leche como si el invécil no se hubiera pajeado en la vida. En ese preciso instante, no podría haber elegido otro, la señora madre del empanao hizo acto de presencia en mi habitación. ¿Pero a esa señora nadie le había enseñado a llamar a las puertas? Claro el lío se montó y gordo, como el invecil colaboraba en la parroquia y no se le conocía ningún escarceo, fue eximido de toda responsabilidad y a la guarrona, la puta, la desvergonzada, se la internó en una cárcel para señoritas de alto copete. En aquella institución me tiré hasta hace dos años, entonces mi padre me asignó una paga de 3000 pavos mensuales y me dijo que me fuera a estudiar donde me saliera del culo pero que no le molestase en su vejez.

En aquel colegio aprendí muchas cosas, aprendí a hacer correctamente un cunnilingus, pues nada más entrar las chicas de primero y segundo de Bachillerato me explicaron cuales eran mis obligaciones. Si no quería que me azotaran el culo hasta dejármelo como una fresa madura, debía hacerles todos los días una buena comida de coño a alguna de ellas. Mis compañeras de primero y segundo de la ESO, se dedicaban a comérselo al resto de las veteranas, por lo que cada día una de las novatas comía un coño distinto.

Alguna de las mayores era más cariñosa y quería montárselo por completo con nosotras, ya sabes besos en la boca y en el cuello, comidita de pezones, caricias, para terminar con nuestras caras enterradas en sus coños.

Como no podía ser de otra manera en aquel ambiente lésbico de desenfreno, me acabé enamorando o eso creía yo, de una de mis compañeras de clase.

Patricia era la más bajita de toda la clase, la más débil, pues todas se metían con ella porque no tenía pechos y era muy tímida. Yo era la mas alta y tenía malas pulgas, por lo que comencé a entretenerme defendiendo a la pequeña Patricia. Pronto llegaron las primeras peleas y lo cierto es que me lo pasaba genial aostiando a las otras chicas.

Una tarde vino a mi habitación Patricia, me estuvo dando las gracias y sincerándose me dijo que nunca nadie la había tratado tan bien como yo, que nunca nadie la había querido, que sus padres la habían encerrado allí para deshacerse de ella, etc. La misma historia que teníamos la mayoría, ese día comprendí que realmente allí todas estábamos muy solas, que solo nos teníamos las unas a las otras. Viendo las lágrimas de Patricia rodar por sus mejillas, el corazón me dio un vuelco y me entraron unas ganas terribles de abrazarla.

Tenía un rostro de suaves facciones, presidido por dos grandes ojos verdes, menos almendrados que los tuyos pero igualmente bonitos. Fui secando sus lágrimas con mis labios, besando sus humedecidos párpados, dándole suaves piquitos en sus labios. Ella abrió la boca con hambre de cariño, de atenciones, de un poco de ternura. La besé, al principio con delicadeza infinita, era como un pajarillo asustado. A medida que reaccionaba fui besándola con más determinación, con más pasión. Entrelazamos nuestras lenguas, las chocamos, las escondimos la una de la otra. Nos reventamos los labios a intensos besos. Acaricié sus tersos muslos por encima de los altos calcetines del uniforme, introduje my mano por debajo de la falda tableada de cuadros escoceses. Mientras tanto Patricia con inseguridad había deshecho el nudo de mi corbata y se apresuraba a desabrochar los botones de mi camisa blanca.

Mis manos buscaron desesperadas las dos hebillas que sujetaban la falda de mi pequeña amante para soltarlas permitiéndome un mejor acceso a sus braguitas blancas. Patricia besó mi canalillo y mis pechos cubiertos por el sujetador, habíamos chupado muchos coños las dos, pero creo que era la primera vez que hacíamos el amor.

Me quité mi propia camisa, y Patricia comenzó a acariciarme la espalda al tiempo que chupaba y mordisqueaba mi cuello. Ya sin su falda logré recortarla sobre mi cama, y con delicadeza, no fuera a ser que se asustara, fui bajando sus braguitas hasta dejarla desnuda de cintura para abajo, de no ser por sus altos calcetines hasta la rodilla. ¿Celia no te estarás poniendo cachonda?

Besé la cara interna de sus muslos, los gemidos que surgían de la boca de Patri, me incitaban a continuar con mi tarea, cambié los suaves besos por profundos lametones y chupadas a lo largo de todo su muslo, primero uno y luego el otro. Cada vez que me acercaba a su entrepierna, podía oler su delicado olor a mujer, nos habíamos convertido en toda unas expertas en comer coños, por lo que me decidí a aplicarme a la tarea. Con una mano abría delicadamente sus labios mayores, mientras con mis labios buscaba sus labios menores. Mi lengua recorrió cada milímetro de aquella vulva, succioné sus labios, presioné su endurecido clítoris, el cual mas que un garbancito parecía una judía de lo grande que era. Era el clítoris mas grande que había visto y eso que llevaba unos cuantos paladeados. Su orgasmo no llegó hasta que me decidí a introducir un dedo dentro de su vagina. Mientras profundizaba en un lento mete y saca con mi dedo corazón, succionaba y lamía en círculos su abultado clítoris, Patricia se deshizo en un largo y profundo orgasmo a juicio de sus jadeos. Cuando levanté la vista hacia sus ojos, pude ver infinita gratitud en ellos. Patricia se había despojado de su camisa quedando tan solo con una camiseta interior. Subí encima de sus caderas montándola a horcajadas y le extraje la camiseta. Debajo no llevaba sujetador, pues no lo necesitaba debido a sus nimios pechos, si bien no tenía tetas, lo que si tenía eran dos saltones pezones duros como el acero, los cuales besé y mordisqueé. Puesto que Patricia se encontraba desnuda salvo sus calcetines, me indicó que hiciera yo lo mismo. Me quité mi sujetador, poniendo mis enhiestos pezones a milímetros de su boca, no tuve que decirle nada, Patri se amorró a ellos como si le fuera la vida en ello. Era la primera vez que alguien me chupaba los pezones y encima con tanto amor. Aquello me llevó a cotas de excitación jamás conocidas. Como buenamente pude, me repuse a aquella sensación y tomé el control lo justo para desabrochar las hebillas de mi falda y quitarme las braguitas. Ambas quedamos vestidas únicamente con nuestros calcetines blancos. Yo estaba de pie y Patricia sentada en el borde de la cama, por lo que aprovechó para besar mi tripa y hacer círculos con su lengua sobre mi ombligo, lo cual hizo que me partiera el culo de las cosquillas que me dio. Empujé de nuevo a Patricia sobre la cama y me introduje entre sus piernas, con aquel pedazo de clítoris no fue difícil ajustar nuestras vulvas para que se frotaran mutuamente. Mientras ambas notábamos el calor de nuestros sexos unidos entre si, nos devorábamos las bocas con pasión y ternura por igual. Aquella fue la primera vez que logré un orgasmo, que no era producido por mis propios dedos. Un fuego se encendió entre mis piernas y estalló en una profusión de fuegos artificiales, que recorrieron todo mi cuerpo hasta ser expulsados por mi garganta en un jadeo ahogado por la boca de Patricia. ¿No te irás a tocar no? Quita ese cojín de tu regazo.

–Esa se puede decir que fue mi iniciación sexual, se puede decir que ahí en el internado empecé a convertirme en una puta, lo cual me llevó hace dos meses a provocar que me violaran –Charlie de repente perdió su aire sereno y agachó la cabeza con vergüenza—pero eso si quieres te lo cuento después de comer.

Celia no podía negar que aquella historia la tenía enganchadísima, Charlie estaba como una puta regadera, la desconcertaba hasta límites insospechados, pero que carajo ella no iba a bajar hasta la pizzería con el tobillo en aquel estado.

–Baja a la pizzería que hay dos manzanas en dirección al parque y súbete unas pizzas y un arsenal de cervezas –Celia sacaba un par de billetes de su bolsillo.

–Tranqui, tengo dinero de sobra, además de algún modo tendré que pagarte por alojarme aquí –Charlie ya se dirigía hacia la puerta de la calle –no te vayas a tocar en mi ausencia, ja, ja, ja .

–¿Alojarte donde? –de repente Celia se había atragantado al oír aquellas intenciones.

–Claro necesitas una enfermera y un cebo para que puedas darle matarile a tu agresor –Charlie cerró de un golpe la puerta mientras que empujaba a la gata hacia el interior del piso, la cual parecía que hubiera tomado la determinación de acompañar a la veinteañera a por pizzas.

El Presente relato es fruto de la ociosidad del que lo suscribe, puede agradarte o puede repugnarte, pero te ruego que lo respetes es consecuencia de un esfuerzo.