miprimita.com

Celia 08 - Confesiones de una mente peligrosa

en Grandes Series

Se agradecen mucho los comentarios

La luz de un soleado día de invierno llenaba de vida el pequeño salón de Celia. Sentada en el sofá Charlie veía la Tele mientras daba pequeños sorbos a una taza de leche con cacao.

La joven rubia se esforzaba en intentar prolongar las exiguas mangas y perneras del pijama azul que vestía. 

—¿Cómo puedes ver Phineas y Ferb? —Celia se acercó tomando el mando a distancia de la pequeña mesita, cambiando el canal a uno en el que emitían debates políticos.

—No es Phineas y Ferb, es la Patrulla del Agente  P —Charlie recogió el mando y volvió a cambiar al canal infantil, mientras Celia continuaba la conversación en su teléfono móvil.

 

—Dale recuerdos a la loquera y dile que mañana estaré puntual –la joven detective hablaba por teléfono con su amiga Marta—, y cuídate mucho, mañana cuando te vea te pondré al día.

 

—¿Podré ir mañana a conocerla? –preguntó Charlie desde la cocina, mientras enjuagaba su taza.

 

—Si dejas de maltratar mi pijama y te portas bien, me lo pensaré –la joven se sentó en el sofá a soportar a Perry el ornitorrinco.

 

La chica rubia miraba por el ventanal del comedor. Era una de esas mañanas raras, en las que todo el mundo estaba trabajando o estudiando. Todo el mundo menos ellas dos. Bostezó sonoramente mientras se intentaba tapar con la palma de la mano.

 

—¡Que es, sueño O Resaca? –preguntó Celia con una sonrisa de medio lado, tras explotar un globo de chicle.

 

—¡Joder! Me has estado pegando patadas toda la noche –Charlie se había decidido a sentarse junto a su compañera de piso.

 

—Te dije que te acostaras en el cuartito, que me movía mucho durmiendo. Además no te quejes, tú has roncado como un oso.

 

—Ey, yo te dije que borracha roncaba un poquito.

 

—Un poquito dice la camionera, pero si a mitad de noche Fosca salió corriendo de la cama de uno de tus ronquidos.

 

—¡Exagerada! –Exclamaba Carla mientras movía la cabeza a los lados—parecemos un matrimonio.

 

—Y eso que llevamos viviendo juntas un día.

 

Tras el susto recibido por la irrupción inesperada de Mariano, el hijo de la Señora Patro, Charlie se había negado a dormir sola, alegando que aún le duraba el sofocón.

 

Mariano tenía por costumbre, acudir todas las noches a ponerle agua y comida a la gata, que tanto afecto le había demostrado en pocos días. Nadie le había dicho que había regresado la propietaria de su amiga felina, por lo que abrió con la llave que guardaba su madre, sin imaginarse la conmoción que generaría.

 

El timbre de la puerta sonó y Celia indicó por gestos a Charlie, que abriera ella. Al otro lado de la puerta el enorme hombre cargaba con dos grandes maletas y varias bolsas.

 

—¡Ai, dios, que alegría! –Carla se precipitó a ayudar a Mariano a entrar toda la mercancía, sin perder tiempo se puso a abrir las maletas, extrayendo de ellas: camisas, pantalones, zapatos, ropa interior…

 

—Creo que está todo lo que me mandaste –el grandullón hombre hablaba tímidamente sin perder de vista la sexy lencería desparramada por el suelo.

 

—Sobra, si necesito más cosas Ce y yo iremos de compras –Charlie cargaba con grandes brazadas de ropa en dirección al dormitorio más pequeño.

 

—¿Ce…? Uf, que larga se me va a hacer tu estancia –la detective soplaba su largo flequillo mientras miraba con ojo crítico la ropa de su compañera— ¿Nunca  usas camisetas y chándal?

 

El extraño trío callejeaba por una zona deteriorada del barrio más peligroso de la ciudad.

 

No podían ser más diferentes. Celia con pantalón tejano, botas de montaña y su envejecida chupa de cuero, se cubría la cabeza con un oscuro gorro de lana. A su derecha la joven del trío, iba impecable con un conjunto de punto, abrigo de diseño largo y entallado y una bufanda a juego con una boina francesa en color Burdeos. A la izquierda de la detective, Mariano era el paradigma del albañil, vaquero ancho y arrugado, deportivas desgastadas y sudadera azul marino.

 

 —¿Está muy lejos? –Charlie se recolocaba la boina para que cayera de lado sin estorbar su larga melena rizada—Teníamos que haber ido en coche.

 

—Que pesada dios mío –celia resoplaba ante los constantes quejidos de la rubia—  Por aquí no se puede venir en coche, no hay donde aparcar.

 

—Es ahí, al otro lado de ese parquecito –Mariano andaba un paso por detrás de las dos jóvenes como no queriendo intimidar. La noche anterior ya se había sentido suficientemente mal por irrumpir en el piso de Celia sin avisar.

 

Cuando ambas jóvenes se hubieron calmado y el hombretón se pudo explicar, todo quedó en una anécdota. Celia y Charlie necesitaban de alguien dispuesto a ganarse unos Eurillos. Mariano hacía dos años y medio que no trabajaba, no le quedaba paro y tubo que regresar a casa de su madre recientemente, porque la suya se la había quedado un juez para subastarla.

 

—Halloween –Mariano apuntaba con el índice hacia una fachada bastante deteriorada, en la que se podía ver una calabaza sonriente sobre un cartelón negro.

 

—¿De que conoces este sitio? –preguntó la joven rubia.

 

—Bueno, digamos que mi adolescencia no fue fácil para mi, ni para mi pobre madre –el hombretón se sentía abochornado, respondiendo cabizbajo.

 

—Tranqui Mariano que no te vamos a juzgar –Celia empujaba el envejecido portalón de madera.

Una opresiva oscuridad dio la bienvenida a los tres visitantes. A pesar de ser las doce del mediodía, nada hacía pensar que en el exterior reinase un agradable sol de invierno.

 

El local se encontraba en plena limpieza, si es que un sitio así podía llegar a estar completamente limpio. La mayoría de sillas estaban colocadas boca abajo sobre las mesas. El suelo se veía húmedo y apoyada sobre el mostrador una fregona vieja. Las paredes se vestían de múltiples pósters de grupos Metal, Hardcore, Punk  y Grunge.

 

En una de las pocas mesas que no tenían todas sus sillas patas para arriba, un hombre de aire intelectual leía una novela bajo un foco direccional. Aquel tipo desentonaba en el local como una monja en el desfile del orgullo gay.

 

Tras el mostrador un joven de larga y grasienta melena, colocaba unas botellas en los arcones de refrigeración. Fue a este último al que se dirigieron.

 

—¿Está Carpanta? –preguntó la detective con tranquilidad.

 

—Está cerrado –respondió el camarero mientras se secaba las manos en un trapo mugriento—abrimos a las cuatro de la tarde.

 

—¿Te he preguntado yo si está abierto? –Celia respondió con arrogancia controlada.

 

—Largaos por donde habéis venido –replicó el camarero.

 

—¿Cómo te llamas? –preguntó con cierta sensualidad Charlie.

 

—Rafiki, me llaman rafiki –contestó el joven cambiando totalmente de actitud.

 

—Bien, Rafiki –Charlie no podía contener una sonrisa traviesa al reconocer el nombre— verás, puede ser que nuestra visita sea esperada por Carpanta y si no le avisas podría enfadarse mucho contigo. ¿Prefieres que Carpanta se enfade o que yo esté agradecida contigo?

 

El joven tras debatir internamente consigo mismo, pareció tomar una decisión y se marchó en dirección al fondo del local, donde se insinuaba una puerta a los almacenes o baños, tras una pila de barriles de cerveza.

 

—¿Quién coño me molesta? –preguntó un corpulento hombretón mientras se rascaba una oronda barriga.

 

—Es la hora del aperitivo, Nos pondrás unas cervecitas antes de hablar ¿No? –Celia ya bajaba una silla de lo alto de una mesa y tomaba asiento en ella, mientras el lector del rincón esbozaba una especie de sonrisa—tienes aspecto de gustar de buenos aperitivos.

 

El grueso y calvo propietario del Halloween, tomó asiento junto a Celia, indicando al camarero que se acercara.

 

Mariano y Charlie pidieron sus consumiciones al tiempo que tomaban asiento en la concurrida mesa.

 

—Bien, ¿Qué carajo queréis? –dijo Carpanta tras pegar un trago de su jarra de cerveza.

 

—De momento, con tomar una cerveza nos va bien –Celia lo miraba fijamente con sus almendrados ojos verdes.

 

—Mira niña no me toques los cojones y dime que carajo quieres. Por aquí a las mocosas que van de tipas duras, nos las comemos para el desayuno.

 

—Créeme que si me comes no llenas ni una décima parte de esa barrigota –Celia mostraba una media sonrisa de triunfo por su ocurrencia.

 

El tipo que leía en el rincón rió abiertamente tras la impertinencia de Celia. Mientras se levantaba y se acercaba al cuarteto.

 

Andaba con paso calmo y seguro. Era un tipo de treinta y pocos años, de cuerpo atlético. El pelo rapado intentando disimular unas prominentes entradas y unas gafitas de intelectual que rompían el efecto de tipo duro.

 

—¿Queréis contactar con el Teniente? –Preguntó el lector con aire de saber la respuesta—sois muy niñas para jugar con pistolas.

 

—Y tu muy calvo para ir de… de lo que quiera que vayas… —Celia de pronto se sintió intimidada por aquella intensa mirada de penetrantes ojos grises. Mierda, pretendía parecer irónica no gilipollas.

 

El hombre sonrió de medio lado, quitando importancia al comentario de la pequeña detective.

 

—Bueno, vale ya, decidme que carajote queréis –Carpanta hacía señas a Rafiki para que le pusiera una segunda jarra.

 

—Vamos a jugar un poco –dijo el lector, mientras giraba una silla y se sentaba a horcajadas apoyando los codos sobre el respaldo—veamos, no le pegáis a la farlopa ni al caballo. No tenéis pinta de ser propietarias de un burdel que necesite protección, ni putas que necesiten un chulo. Aunque os garantizo que os haríais de oro. Por tanto queréis deshaceros de alguien. Tal vez un novio capullo, un padre de jugosa herencia o el banquero que os expropió el chalecito de papá.

 

—Pues para ser tan listo deberías conocer la respuesta –Celia había recuperado algo de su aplomo ante aquella insistente mirada.

 

—Aja, vais protegidas por este pobre hombre, que estoy seguro que será muy voluntarioso, pero dudo seriamente que os pueda defender. No debéis tener más de 20 años y no sois de la misma clase económica. ¿Os conocisteis en una comisaría tras denunciar una violación? ¿O en un hospital? ¿Tal vez sois compañeras de clase y queréis matar al profe de cálculo por que os ha suspendido?

 

—Vete a la mierda listillo –Charlie no pudo reprimir su ira ante aquel prepotente individuo.

 

—¿Tu eres el Teniente? –preguntó desconfiadamente Celia.

 

—Ja, ja, ja, —rió abiertamente el lector—no jovencita…  pensaba que por lo menos sabíais quien era el Teniente.

 

—¡Pues no! –Celia se cruzó de brazos poniendo cara de enfurruñada.

 

—Bien, dadme nombres y direcciones. Por supuesto que sean reales. Si el Teniente lo considera oportuno se pondrá en contacto con vosotras. Si sois pasma o trabajáis para la pasma, se enterará y no le gustará una mierda.

 

Celia dio sus datos y Carpanta se alejó en dirección a la puerta por la cual había salido hacía un rato.

 

—Si en una semana no habéis recibido noticias olvidaos –gritó carpanta antes de desaparecer tras la puerta.

 

—Tened cuidado con lo que compráis, las armas se pueden volver contra uno mismo –el lector levantaba el dedo índice a modo de advertencia—yo que vosotras buscaría un profesional que se encargara del asunto.

 

—¿Cómo tu? –preguntó Charlie enarcando una ceja.

 

—Si necesitáis algo preguntad por Silver. No soy demasiado caro y os ahorraré problemas.

 

—OH, Silver, suena a tipo duro, ja, ja, ja –rió Celia.

 

—Ja, ja, tengo un gorrito de esos de leñador canadiense, parecido al tuyo pero con visera, lleva en un lateral la marca Quiksilver –el lector se tocaba la sien con el dedo indicando donde aparecía la marca en el mencionado gorro—no somos tipos tan malotes como los de las pelis y yo personalmente no tengo munición de plata, ni una pistola mágica de plata ni nada de eso.

 

Celia pensaba en esas últimas palabras mientras volvían en metro a su casa. ¿Dónde coño se había metido? Y lo más importante ¿Con que gentuza se estaba relacionando? A la joven le daba la impresión de que todo aquello estaba escapando de su control. Aunque no lo reconocería delante de Charlie aquella situación la había mantenido acojonada todo el tiempo que estuvieron en el Halloween.

 

La pequeña joven estiraba del nórdico hacia ella, Charlie casi la había dejado destapada de tanto enredarse en el cobertor. ¿Por que diablos no se habría acostado en el otro dormitorio? Estos y otros pensamientos ocupaban la mente de Celia mientras el sueño insistía en eludirla.

 

—¿No duermes?

 

—Como quieres que duerma si no haces más que quitarme el edredón –habían estado toda la tarde mirando en Internet, inmobiliarias que ofertaran chalets en la orilla de un lago. El trabajo a parte de tedioso había sido infructífero y la detective se encontraba agotada, pero sin sueño.

 

—¿Pasaste  miedo en aquel antro?

 

—Charlie, soy detective privado, estoy acostumbrada a ir a antros como ese y peores –Celia estaba lejos de sentirla confianza que deseaba transmitir a su rubia compañera, pero no serviría de nada que se pusiera nerviosa.

 

—Pues menos mal que vino Mariano, aquellos tipos nos miraban mal.

 

—Mujer el calvito tenía una mirada muy sensual –Celia ya había desistido de conciliar el sueño y se dispuso a seguir la conversación de Charlie—pero el melenudo te desnudaba con la mirada.

 

—Sabes una cosa… creo que me he vuelto asexual…

 

—No digas tonterías, cuando recuperes la confianza y hayamos terminado con aquellos cabrones volverás a ser una chiquilla normal.

 

—No soy una chiquilla –refunfuñó Charlie.

 

—¿Te… quedaron… secuelas…? –Celia con el cobertor hasta la barbilla apuntaba con los ojos hacia la entrepierna de Charlie.

 

—Al principio si. Tenía varios desgarros en toda la vagina y los labios mayores se me quedaron como las orejas de la tribu africana esa. Cada vez que iba al baño me daba asco verme.

 

—Tranquila mi niña… —la detective abrazó a Charlie ante la proximidad de las lágrimas de esta.

 

—Ahora está prácticamente como antes, me reconstruyeron aquí y allá. Lo que no se es si funcionará, desde entonces que no…

 

—Que no te has excitado. A mi me pasa igual, la psicóloga dice que hay que empezar de nuevo como si fuéramos crías de 14 años. Primero con el tema de besitos, caricias, etc. En unos meses afirma que podríamos tener relaciones sexuales normales.

 

—¿Podríamos? ¡Tú y yo? No sabía que te pusiera.

 

—¿Estás tonta? Me refiero a tener relaciones sexuales con quien queramos. Por cierto no me gustan ni los rubios ni las rubias.

 

—Pues yo que te iba a proponer comenzar ahora con los besitos y abrazos…

 

Charlie aprovechó que su compañera le daba la espalda, para abrazarla por detrás, colocando su mentón junto al cuello de Celia.

 

—Um que bien que hueles –como la detective mantenía la calma, Carla se animó a introducir las manos bajo el pijama de esta, acariciando su tripa—estoy muy contenta de que te pusieran conmigo en la habitación del hospital.

Los labios de la joven rubia se posaron sobre la mandíbula de Celia, iniciando un suave beso con el que recorrió todo el camino hasta llegar a su oreja.

 

—No sigas, por favor –sollozaba Celia mientras las primeras lágrimas comenzaban a rodar por sus mejillas.

 

—Perdona, no sabía…

 

—No es por ti, es por toda esta situación. No se a donde nos dirigimos, ni a donde llegaremos con todo esto y sinceramente tengo miedo. No se si soy suficientemente fuerte –Celia deseaba más que nunca a alguien que la protegiera, que le aportase la estabilidad que parecía alejarse a toda velocidad.

 

Charlie se abrazó con más fuerza a la espalda de su amiga, mientras esta aferraba sus manos por debajo del pijama.

 

Una enfermera descendía a toda velocidad por las escaleras de servicio del hospital. Observó como dos chicas hablaban sentadas en los escalones, una chica de pelo corto junto a una paciente.

 

—Por que carajo me diste el nombre del local y la indicación de por quien tenía que preguntar, si ahora te niegas a ayudarnos –Celia continuó con su acalorada discusión una vez hubo pasado de largo la enfermera.

 

—¡Escúchame! Una cosa es buscar a ese energúmeno que me violó y otra muy distinta entrar en un chalet lleno de guardaespaldas y dar pasaporte a unos millonarios perturbados.

 

Desde que a primera hora Celia hubiese estado con la psicóloga, Marta y ella habían pasado el resto de la mañana hablando en las escaleras de servicio. La detective gracias a su formación profesional había hecho un resumen bastante sintético de la historia de Charlie.

 

—Que pasa, no me dirás que no se merecen que les den matarile.

 

—¡Escúchame cabezona! Si encontráis el chalet y vais allí, lo más probable es que acabéis en el fondo del lago junto a las otras chicas –Marta se frotaba las sienes cansada de la discusión.

 

—Ya lo se, no soy tonta y conozco mis limitaciones. Por eso mismo te pido ayuda, tu podrás coordinarlo todo y encontrar gente dispuesta a colaborar.

 

—Si, claro, llego a la comisaría y pregunto a ver voluntarios para perpetrar un ajuste de cuentas. Seguro que hasta el Comisario se apunta.

 

—Mira, aquella comida que tuvimos con tu amiga Sofía fue muy sospechosa, no me dirás ahora que jamás os habéis tomado la ley por vuestra cuenta. ¡No me jodas! Sabes que lo que te he contado es cierto, ¿no merece la pena actuar?

 

—Celia basta ya, deja que salga de aquí y veré lo que se puede hacer. Pero por dios dedicaros únicamente a esconderos y defenderos llegado el caso. No hagáis ninguna tontería –Marta miraba con creciente preocupación a su pequeña amiga, sabía lo impulsiva que esta podía ser.

 

—¿Y tu madre y tu hermana? –preguntó Celia más por cambiar de tema que por otra cosa.

 

—Mi hermana se ha tenido que volver a casa, mi madre no se quiere mover de aquí hasta que no esté recuperada por completo –el pesar y el miedo se reflejó en la cara de la inspectora.

 

—¿Qué te preocupa? ¿Pasa algo con tu hermana?

 

—Nada Celia cariño, déjame estas cosas a mi, solo te pido que esperes a que me den el alta, luego ya veremos.

 

—¿Qué tiene que ver eso con tu hermana?

 

—Nada… no tiene nada que ver… —Marta no pudo aguantar dos gruesas lágrimas que cayeron rodando por su suturada mejilla.

 

—Vamos, tranquila, sabes que puedes confiar en mi –el abrazo de la menuda joven no lograba consolar a Marta, la cual rompió a llorar desconsoladamente.

 

—Es todo tan difícil… es todo una mierda…

 

—¡Ostias! Para que digas palabrotas ya tiene que ser seria la cosa –Celia había logrado una tenue sonrisa en la cara de su amiga.

 

—Bueno, tengo que volver a la habitación, van a servir las comidas –con dificultad Martha se puso en pie sujetándose en la barandilla. Celia la imitó apoyándose en su propia muleta.

 

—Mañana volveré, creo que tenemos que hablar de muchas cosas –la detective no soltaba su presa y estaba dispuesta a todo para que Marta se sincerase.

 

—Tráete una Biblia, por que vas a tener que jurar mucho.

 

—¿Puedo prometer sobre el manifiesto comunista? –Celia lo dijo tan seriamente que Marta no pudo reprimir una carcajada.

 

¿En que se había convertido su vida en las últimas semanas? ¿Estaba dispuesta a arrojar su vida por la borda y transformarse en una especie de asesina justiciera? Dios si ni siquiera había utilizado una pistola en su vida. Marta tenía razón era muy peligroso y lo más probable es que salieran mal paradas. Sumida en sus pensamientos Celia llegó al bar de Cefe y se dejó caer en una de las sillas.

 

—¿Cómo estás Celia? –la moderación con la que le saludó Laura la dejó anonadada— ¿Qué te pongo?

 

—¿No me vas a gritar, a abrazar, ni nada de eso?

 

—Mi padre me ha obligado a prometer que cuando volvieras no te agobiaría –mientras Laura decía esto tras la barra, Ceferino se acercó a Celia y estrechó su hombro.

 

—Ya sabes…  que lo que necesites. ¿Quieres comer?

 

—Solo un Gin-tonic y gracias por el…  respeto –le había costado tomar la decisión de aparecer por el bar de Cefe, pero se lo estaban poniendo bastante fácil. El viejo mobiliario de madera, los parroquianos de toda la vida, el agradable aroma a caldo de cocido y el formal Ceferino la retrajeron por instantes a dos semanas atrás, cuando su vida era mucho más sencilla. 

 

—Un Gin-tonic y unas croquetas, mi madre dice que no puedes beber sin comer nada, además las acaba de hacer –la madre de Laura asomó una mano por la puerta de la cocina para saludar a Celia.

 

Celia bebió con cortos tragos su combinado, tenía sola en casa a Charlie, pero estaba segura de que la jovencita se apañaría bien sola. Aquellas dos últimas semanas habían sido de lo más surrealistas. Primero se había liado con una mujer, incluso tenía dudas sobre su sexualidad, ayer se había sentido a gusto durmiendo en brazos de Carla. Celia agitó su corta melena para despejarse de los pensamientos que la abrumaban.

 

¿Que le contaría mañana Marta? ¿Estaría dispuesta a meterse de lleno en todo aquello? Llevaba demasiados días centrada en el dolor y en la supervivencia, necesitaba un rato de vida normal y no creía que las confesiones de Marta ayudaran mucho a esa normalidad.

 

Llamaría a María, si, sería una buena idea, podrían cenar y tomar algo. Apreciaba a Carla, pero se sentía arrastrada y agobiada por la rubia. En dos días había puesto su vida patas arriba. Se le había metido en su casa incluso en su cama, le había robado su boina y su bufanda preferidas y amenazaba con quedarse. Necesitaba huir un rato de toda aquella espiral de locuras.

 

Había sido estupendo llamar a María, además quedando para mañana podría desconectar tras las cuestiones que le contase Marta. No tenía muy claro que significaba María en su vida, mucho menos en esos instantes, pero era simpática y tenía una conversación muy agradable.

 

Subió pesadamente las siete plantas de su edificio, tras terminar con el tercer Gin-tonic. Era media tarde, no sabía si Charlie seguiría en casa.

 

Cuando abrió la puerta pudo ver que había un papel en el suelo del recibidor, apoyándose en la muleta se inclinó lo suficiente para poderlo recoger.

 

“No me agradan mucho sus amistades policiales. Tenga preparados 3000 € por unidad solicitada. Lleve en todo momento el dinero encima. En breve me volveré a poner en contacto con usted.”

 

—¡Charlie! ¿Ha venido alguien? –Celia se dirigía hacia el interior del pequeño piso.

 

—No, he estado toda la tarde sola, por cierto si piensas beber a solas como las borrachas podrías por lo menos avisar –Charlie cruzada de brazos, permanecía de pie en el centro del salón—llevo toda la tarde preocupada por ti y me llegas apestando a ginebra.

 

—Mira, necesitaba un rato para reflexionar, están pasando muchas cosas y muy rápido –Celia se debatía entre pedir disculpas y mandar a tomar por culo a la pija—toma, el Teniente nos ha dejado noticias.

 

—Tendré que hacer una visita a mi padre, no tengo tanto dinero en la cuenta –Carla regresaba del dormitorio más pequeño con una gran bolsa de papel de una famosa firma de modas en una mano y la nota mecanografiada en la otra—toma esta mañana he ido de compras y como te robé tu boina y bueno… te estoy dando la lata… pues….

 

La detective agarró la bolsa extrayendo un increíble chaquetón de cuero marrón, elegante pero con un acusado matiz informal. Dentro de la bolsa grande había otra más pequeña. En el interior de esta última había una gorra inglesa del mismo material y color que el chaquetón.

 

—Así si parecerás una tipa dura –sonrió Charlie a su amiga.

 

—¿Tu sabes cuanto vale esto? Charlie, tenemos que pagar luz, gas, llenar el frigorífico, etc.

 

—Eh, no soy ninguna manirrota, pero me apetecía hacerte un regalo –carla se abalanzó sobre Celia dándole un fuerte abrazo—te debo tanto… Anda pruébatelo a ver como te queda.

 

—Ostias como pesa, se nota que es bueno y abriga un montón.

 

—Pareces una espía de la Segunda Guerra Mundial. Estás guapísima y te va mucho con tu estilo.

 

—¿Tu crees? Parezco más un motorista de los años 30 solo me faltan unas gafas de época. Pero… la verdad… que me encanta… gracias Charlie.

 

Pasaron el resto de la tarde navegando por foros de armas. Las habían de todos los tamaños, calibres, y acabados.

 

—¿Podremos elegir?

 

—Imagino que si pagamos lo suficiente podremos pedirle la Luna. Pero no tenemos ni idea de que pipa será mejor para dos novatas. No me atrae la idea de volarme un dedo del pie –el sarcasmo de Celia se acentuaba debido a las varias horas sentadas frente al portátil de Charlie, la tapa del cual bajó con cuidado dando por terminada la sesión—de todos los logotipos chulos que hay, mira que es hortera la manzana mordida.

 

—Hablando de manzanas, he hecho una copia de la llave de la verdulería, así puedo sacar mi coche cuando quiera.

 

—¿Se aclaró Mariano con lo del cambio automático? –preguntó la detective con incredulidad.

 

—Bueno llegó con el coche intacto, imagino que las indicaciones que le di sirvieron. Tendré que sacar algo de pasta para pagarle los servicios, sin el aún no tendría ni mi coche, ni mi ropa.

 

Celia se apeó del deportivo rojo Burdeos frente a la entrada principal del hospital.

 

—Cuando termines me llamas y vengo a recogerte.

 

—¿Otra vez de compras? –preguntó la detective sujetando la puerta abierta del copiloto.

 

—Voy a la oficina de mi padre, a ver si consigo dinero y algo de información de chalets en lagos, tiene muchos contactos en inmobiliarias.

 

La bajita joven caminó cuidadosamente hasta las escaleras de entrada al gran hall. Había decidido esa misma mañana abandonar la muleta, le resultaba un estorbo más que una ayuda.

 

—Oh, que chaquetón más chulo –Marta estaba sentada en un sillón leyendo alguna novela, de autor impronunciable y de editorial marginal.

 

—Un regalo de Charlie –dijo Celia sujetando las solapas del grueso abrigo—ayer el teniente me dejó una nota, 3000 por pieza y que los lleve siempre encima.

 

—Apriétale hasta los 2000, si es interesante puedes soltar hasta 2500.

 

—¿Cómo se yo que es y que no es interesante? –Celia tomó asiento sobre la desierta cama.

 

—Ven vamos a las escaleras de emergencia.

 

Ambas jóvenes se dirigieron por un pasillo diferente al del día anterior hasta llegar a unas puertas de emergencia. Tras empujar las pesadas puertas salieron a una especie de balcón metálico del que partían dos tramos de escaleras. Uno descendente y otro ascendente.

 

—¿No tendrás frío solo con la bata? –Celia desde el interior de su grueso chaquetón  se arrebujaba en el interior de su grueso chaquetón. El hecho de encontrarse en la fachada norte del gran edificio y en la décima planta, convertía aquel rellano en una nevera.

 

—Estaré bien –Marta sentada en uno de los peldaños intentaba infructuosamente encender un cigarrillo.

 

—¿Desde cuando fumas? –la detective observaba a los diminutos viandantes apoyada en la barandilla.

 

—Lo dejé a los 22 cuando terminé la carrera y me vine aquí, pero créeme que ahora lo necesito –Exhalaba el humo de su pitillo como si saboreara un manjar exquisito—mi madre volverá a medio día, tenemos un buen rato para hablar.

 

Marta sabía que debía contar algo a su amiga. El problema era cuanto contar y cuanto callar. No debía ponerla en peligro y para ello, callar y dejarla sola podía ser más peligroso que hablar y meterla en el ajo. Aunque contarle todo las dejaría a ambas en una situación muy vulnerable. Las llamadas que realizó ayer por la tarde no terminaron de despejarle todas las dudas a ese respecto.

 

—Bueno verás, como ya supones… entre compañeras nos hacemos determinados favores. No es de la mayor legalidad, pero… hay problemas que no se podrían solucionar de otra manera –Marta hablaba con esfuerzo como si tuviera que pensar cada palabra varias veces antes de decirla.

 

»Algunas compañeras que han sufrido a manos de hombres desalmados, malos tratos, violaciones, abusos o que han visto de cerca el sometimiento de las mujeres a manos de hijos de puta.

 

—El Club Bollicao  –dijo Celia con sorna mientras se cruzaba de brazos ocultando las manos en las axilas, con la esperanza de calentarlas.

 

—Que no soy lesbiana, cansina y la gran mayoría de estas amigas tampoco. He de reconocer que hay un par pero somos mujeres normales. Tampoco vamos ajusticiando a los hombres sin criterio. En alguna ocasión hacemos saber a esos inhumanos que las chicas no están solas.

 

—Vale a ver si lo entiendo, un grupo de mujeres asqueadas de los tíos, que cuando alguno se pasa de la raya, van y le atizan una paliza o lo despeñan por un terraplén. ¿Voy encaminada?

 

Por toda respuesta Marta bajó la mirada avergonzada, mientras intentaba cerrar al máximo el cuello de la bata. Celia con desgana se descruzó de brazos colocando su mochila sobre las rodillas.

 

—Prometo solemnemente proteger con mi vida los secretos que aquí y en este momento me sean revelados –la detective aferraba con las dos manos un envejecido tomo de “El Capital” de Karl Marx—olvidé que “El Manifiesto Comunista” está enterrado junto a mi abuela, pero este servirá.

 

—Mira Celia, no puedo responder por las compañeras que intervienen en estos… favores… Debes saber que se trata de algo muy delicado, confío tremendamente en ti, pero… no puedo comprometerlas. Lo que me contaste de Carla, es horrible y deberíamos de poder hacer algo, pero necesito tiempo para exponerlo adecuadamente. 

 

—Cojonudo, vamos que me esté quietecita mientras dejas que pase el tiempo, por que tenéis miedo de que me vaya de la lengua.

 

—¡Celia por dios! No estamos hablando de una fiesta de amigas, esas personas tienen familia, incluso hijos, no puedo meterlas en un fregado sin que esté todo claro y ellas lo acepten. ¡Nos jugamos muchos años en prisión!

 

—Vale, que no nos vais a ayudar. Pues si quieres dejamos al tipo que te violó tranquilito, si lo veo le doy un besito de tu parte.

 

—Te has pasado Celia –la barbilla de la inspectora temblaba por el dolor reprimido—te has pasado….

 

—Joder, lo siento tía, pero todo esto me está rayando la cabeza. Bastante complicado es todo como para que la pija y yo estemos solas.

 

—No estáis solas… en cuanto salga de aquí buscaremos a ese cabrón y te juro que lo mataremos. Celia por favor solo te pido tiempo.

 

—Y que coño hacemos mientras tanto, Carla está muerta de miedo, cada vez que llaman a la puerta pega unos saltos que estoy empezando a temer por la integridad de mis lámparas.

 

Marta parecía pensar detenidamente alguna cuestión, sin decidirse a tomar una decisión, finalmente comenzó a hablar con cautela.

 

—Celia, necesito que hagas algo por mí.

 

—Encima, no me das más que largas y ahora me pides que haga yo algo por ti, manda huevos.

 

—Celia es serio. Mira tengo un problema. Este grupo de compañeras de la que te hablo, saben que no soy demasiado amistosa con los hombres, pero desconocen el porqué. De hecho eres la primera persona a la que se lo voy a contar –Marta inhaló con fuerza, tomando aliento para poder proseguir—si este favor lo logras hacer con cuidado podría exponerlo como que eres de confianza.

 

Celia intuyendo que la cosa se ponía seria, dejó de lado las ironías y se conformó con asentir con la cabeza.

 

—Verás, hace unos 13 años en Abril, volvía yo a casa con mis calificaciones. Estaba muy contenta por que había sacado sobresalientes en todo, hasta en Educación Física. Para ser el primer año de instituto eran unas calificaciones estupendas.

 

»Vestía uno de esos horribles uniformes de faldita tableada, de esos que excitan a los obsesos. Cuando entré por la puerta de casa me resbalé con algún producto que había en el suelo del recibidor. En ese momento no me extrañó el que mi madre no estuviera y que la chica de la limpieza no hubiera venido en dos días.

 

»Me levanté del suelo con el culo magullado y escuché a mi padre saludarme desde el comedor. Le pregunté por mi madre y mi hermanita. Me respondió que se habían marchado al pediatra hacía media hora.

 

»Venga a merendar y a hacer el deber. Era la misma cantinela que me decía mi padre todos los días. Cuando me senté en la cocina con mi baso de leche, apareció mi padre en el umbral y se percató de mi mueca de dolor al tomar asiento. Le conté lo del porrazo, mientras el examinaba mis calificaciones.

 

»Después de felicitarme por las notas, me insistió en que debía ponerme crema antiinflamatoria en el trasero. Por lo que tras colocar todo lo correspondiente a la merienda, subí hacia el cuarto de mis padres, que era el que tenía el botiquín en su baño.

»No me apetecía enseñarle las posaderas a mi padre, pero como tampoco me hubiera apetecido enseñárselas a mi madre. Más que un tema sexual era un tema de pudor infantil. Si, tenía el cuerpo de una mujercita, pero estaba muy aniñada. Mi padre sentado sobre el borde de la cama, me indicó que me tumbara sobre sus rodillas. Ya era mayorcita para adoptar esas posturas de bebé, pero le hice caso.

 

—Marta, no es necesario que continúes. Déjalo te vas a hacer daño de recordarlo y ya se como acabará la historia.

 

—No Celia, déjame que te lo cuente por lo menos a ti. Necesito… necesito soltarlo todo… liberarme… si es posible.

 

»Me levantó la faldita y me acarició con ternura las nalgas. Pasaba suavemente la mano haciendo que el dolor remitiera. La verdad que a pesar de la postura infantil estaba logrando que me sintiera mejor. Fue tirando poco a poco de los elásticos de mis braguitas hasta dejarlas a la altura de mis rodillas donde terminaban mis calcetines blancos. Vamos todo un modelazo.

 

»Se extendió lo que pensé que era crema en la mano. Luego volvió a masajearme los mofletes del trasero. Era una sensación refrescante y agradable, aunque había incrementado la intensidad, pasando a amasar mi culete, se sentía muy bien. 

 

»Con lentitud, pues tenía toda la tarde para ello, fue bajando la mano hasta adentrarla entre mis muslos. Comenzó a rozarme tenuemente la rajita. Al principio me tensé un poco, pero el me dijo que me relajara que no pasaba nada.

 

»En aquella posición estaba totalmente expuesta y no tardó en comenzar a rozar mis labios mayores. Con su otra mano acariciaba mi espalda infundiéndome tranquilidad. Pensé que aquello no era muy normal, a pesar de sentir cosquilleos agradables, un padre no debía tocar a su hija el Chichi.

 

»Pero a medida que el continuaba acariciando mis labios mayores con sus lubricados dedos yo comenzaba a sentir un calorcito desconocido. Mi chochete estaba comenzando a palpitar como si tuviera el corazón ahí abajo. Sus dedos iban y venían recorriendo lentamente la superficie interna de mis labios mayores, mientras yo sentía incrementarse la humedad de mi vagina.

 

»Llevó su dedo hacia delante y rozó con delicadeza mi clítoris. La sensación fue extrañísima, mezcla de escalofríos, dolor, gustito y mil cosas más. Le dije que sentía cosas muy raras cuando me tocaba ahí, el se rió y me dijo que era bueno, que eso significaba que su chica era una niña sensible.

 

»A medida que me tocaba mi clítoris el fuego iba y venía en oleadas por todo mi vientre. Estaba desorientada, no sabía bien si aquello era bueno o malo. Su dedo circundaba mi botoncito con movimientos muy sutiles. Cambiaba de los movimientos circulares a presionar levemente sobre el propio clítoris. Mi padre con cara contrariada me indicó que me pusiera de pie. Me dijo que estaba resultando una niña sensible pero muy nerviosa, que me debía relajar si no quería que el se pusiera triste.

 

»Me extrajo el chaleco de lana por la cabeza y comenzó a desabrocharme los botones de la blusa. Aquello aún me desorientó más si era posible. Cuando quedé vestida tan solo con la falda y el sujetador, mi padre comenzó a acariciar mis pujantes pechitos. No necesitaba sujeción ninguna pero a las niñas nos encantaba llevar sostén para presumir.

 

»Mis pezones se pusieron duros como rocas. Aquella sensación no era tan extraña como la sentida cuando me tocó el chochete, pero también era desconocida para mí. Me quitó la prenda y aferró uno de mis pezones con sus labios. ¡Mi padre estaba mamando de uno de mis pechitos! Yo había visto muchas veces a Sara tomar el pecho de mi madre, pero no imaginé nunca que mi padre fuera a mamar de los míos. Mientras apretaba mi pezón entre sus labios, masajeaba mis pequeñas tetitas con las manos. Tironeaba de mi pitoncito con los labios mientras alternaba con profundas succiones, que sin yo quererlo me estaban alterando profundamente.  

 

»Una de sus manos abandonó mi pechito y se introdujo entre los pliegues de la falda, volviendo a acariciar mi clítoris. Otro dedo comenzó a insinuarse en la entrada de mi cueva, las oleadas de calor retornaron con más fuerza. Mi vientre era un hormiguero lleno de pequeñas patitas correteando arriba y abajo. Estuvo así un buen rato, lamiendo de mis dos pechos y acariciando mi chochete con dos de sus dedos. Pero aquello que el esperaba por lo visto no llegaba.

 

»Otra frígida de mierda que no sabe correrse. Gritó mi padre enfurecido. Yo no sabía que debía hacer, algo había enfadado a mi padre pero no sabía el qué. Si no sabes hacer gozar a un hombre, te quedarás soltera y sin novio para toda la vida. Yo me preocupo en enseñarte y así me lo pagas…  Nunca podré olvidar aquellas palabras.

 

»Me preocupé y le pregunté que podía hacer para que no se enfadara. Me dijo que debía ser una niña aplicada y Acer todo lo que el me dijera, así me haría una señorita bonita y muy buena. Pero que mi madre no lo podía saber por que mamá no podía hacer esas cosas por frígida y si se enteraba que su niñita las hacía mejor que ella se pondría muy triste.

 

»¿Sería por eso por lo que a mi madre no se le veía tan feliz como a las madres de mis amigas? Asentí con la cabeza y le dije que seguiría sus instrucciones. Sin pensárselo se desabrochó los pantalones y los bajó hasta sus rodillas. Me preguntó si había visto alguna vez una polla, ante mi negativa se bajó el slip y me mostró su endurecido miembro.

 

»Ahora aprenderás a hacer lo que más le gusta a un hombre, me vas a hacer una mamada Me indicó que me arrodillara y que besase y lamiese su polla. Me arrodillé con dudas, con muchísimas dudas. Las caricias en mi chochete habían sido agradables, los lametones en mis pezones también, pero aquello no me convencía.

 

»Antes papi te ha dado un poquito de gusto, ahora es de buena hija que tu le devuelvas el gustito a papi. No serás una niña egoísta ¿No? Aquellas palabras terminaron por romper las dudas que tenía y acerqué mi boca a la cabeza rosada del pene de mi padre. Le estuve dando pequeños besitos hasta que aburrido por mi falta de destreza me cruzó la cara de una ostia.

 

»Caí al suelo del fuerte impacto. Mi padre me agarró violentamente de la coleta y me puso de rodillas de nuevo. Abre la boca puta de mierda, me dijo el muy cabrón y me introdujo de golpe toda su polla en la boca. Me estuvo violando mi boca durante una eternidad. Aquel cálido trozo de carne golpeaba contra mi garganta produciéndome arcadas. Sentía las mandíbulas doloridas y la lengua adormecida. Aquel gusto acre y salado invadía todos mis sentidos. Cuando pensaba que ya no podría más aquel trozo de carne comenzó a palpitar y poco después un espeso líquido llenó por completo mi boca.

 

»Como dejes una gota sin tragar le contaré a tu madre lo mala hija que eres, lo frígida que eres ¿Quieres que mamá se ponga triste? En ese momento hice lo único que podía hacer, tragué y tragué todo el semen que casi rebosaba mi boca. Me obligó a recoger con mis propios dedos el esperma que había quedado en las comisuras de mis labios y a chuparme estos después. Sentí arcadas, estuve apunto de vomitar varias veces, me sentía sucia y dolorida.

 

»Me dijo que esta primera clase la tenía aprobada por los pelos y que se veía obligado a darme clases de repaso. Todos los Martes y Jueves, mientras mi madre llevaba a Sara a natación yo debería practicar la mamada de polla.

 

»No recuerdo como regresé a mi dormitorio, lo cierto es que estuve varios días mala. Tuve temblores y escalofríos durante al menos tres días, que yo recuerde.

 

La cara de marta era un mar de lágrimas que caían lentamente, sin tregua. Lloraba en silencio sin sollozos, ni hipidos. Lágrimas de resignación, de dolor. Celia siempre le decía que tenía unos ojos tristes, pero en ese momento se estremeció al sentir el intenso dolor de aquella mirada.

 

—Ese mismo verano en el apartamento de la playa estrenó mi vagina. Tres años después me desvirgó analmente –la inspectora respiraba profundamente buscando el control de sus emociones, mientras su cuerpo temblaba de pies a cabeza—, no terminó todo hasta que no me vine aquí a vivir. Aún después de mi graduación en la academia de policía, pretendía festejarlo echándome un polvo.

 

—¡Será cabrón!

 

—Ese día llevaba mi recién estrenada USP Compact de 9 mm. Como iba conduciendo el no me fue difícil apuntarle con el arma amenazándole. Si se le ocurría ponerme una mano encima lo mataría. Pero si era a mi hermana a la que tocaba, desearía no haber nacido nunca, lo torturaría de la manera más cruel hasta que suplicara que lo matara.

 

—Mientras tú estuviste aquí…

 

—Sara jura y perjura que caricias y poco más, que nunca la ha sometido. Creo que ahora mi madre es menos permisiva.

 

—¿Tu madre estaba al tanto?

 

—tenía miedo, no sabía que hacer, ni a quien acudir. Estuvimos  hablando hace dos días. Ahora sabe que cuenta conmigo y con mi sueldo, ya no tiene el miedo que tenía antes.

 

—¿Y mi misión es? No me lo digas… Quieres que vaya y me cerciore de cómo van las cosas por casa.

 

—Más o menos. Si detectas algo deberás tomar una decisión y llevarla a cabo. Cuando tenía empuñada el arma, conseguí otra promesa de mi padre y esta se que la cumplió. Le obligué a hacerse un seguro de vida con una prima de 100000 Euros. Por supuesto la beneficiaria es mi madre –Marta era consciente de que no sabía si sería capaz de cumplir con las amenazas a su propio padre. En el fondo muy en el fondo, pensaba que aún albergaba fuertes sentimientos por el y dudaba de que fuera capaz de apretar el gatillo.

 

Celia inspiró con fuerza. ¿Le estaba pidiendo su amiga que le diera matarile a su padre?

 

—Bien, me tendrás que dejar un par de días para que lo piense, no es algo fácil sabes…

 

—Tienes que comprender que en estos casos la lejanía sentimental al objetivo es importante para que todo salga bien –la actitud de Marta había cambiado radicalmente, ahora se mostraba serena y confiada— toma te he escrito varias cositas para poderle pedir al Teniente. Entrenad en el campo alejadas de cualquier casa o núcleo rural.

 

La detective esperaba junto a la acera de la calle a que llegase Charlie. Mantenía en su mano el segundo tomo d “El Capital” el cual observaba ensimismada. Que pensaría su abuela de todo aquello. Era una persona de fuertes convicciones ideológicas y muy revolucionaria, pero tomarse la justicia por mi cuenta era ir demasiado lejos. Todo había parecido más sencillo cuando se trataba de hacer planes con Charlie, sentadas  en el cómodo sofá de casa. Ahora que se iba acercando el momento un cosquilleo invadía la boca de su estómago llenándola de dudas e inseguridades.

 

Un enorme Jaguar verde botella se detuvo suavemente junto a la acera. Un tipo salió de la puerta del copiloto y abriendo la manilla de la puerta derecha trasera le indicó a Celia que subiera.

 

La joven amagó un paso inseguro hacia atrás, pero el tipo fue más rápido y sujetándola del brazo la obligó a subir al coche, observando divertido la cara de pánico de la bajita muchacha.

 

Agradezco a todo el que comenta. Ya que leer estos relatos es gratis por lo menos mover el culo y dedicar unos segundos a comentar, si no quereis que os pinche con la lanza del destino.

 

Saludetes.