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Celia 04 - El graduado

en Control Mental

La cena había sido deliciosa, estaba cansada, muy cansada de la sesión de sexo vespertina. La joven decidió que aquella noche se acostaría pronto, no quería salir de marcha. Se guareció entre su grueso cobertor de plumas y rememoró la tarde pasada con Kin. Realmente le había jodido que dijera aquel nombre, que debía ser innombrable en presencia de Celia. Habían pasado cuatro años desde la última vez que viese a Pablo.

El metro volvió a detenerse en una nueva parada. Las puertas se abrieron y un nuevo goteo de gente llenó aún más el atestado vagón. El calor inusual de aquel Octubre, se veía acentuado por el calor corporal derivado de la muchedumbre.

Las uñas de sus pies, esmaltadas de transparente, parecían despertar un enorme interés en Celia. Cuando subió al vagón la dicharachera morena vio a lo lejos a su tímida compañera de clase, estaba cabizbaja, escuchando música en un MP3.

Hacía tan solo una semana que había comenzado la facultad, pero Lidia, había establecido contacto con casi toda la gente de su clase. Aquella chica bajita de pelo largo y grandes ojos verdes, parecía que no tuviera la más mínima intención de establecer relaciones sociales en la universidad.

   

– ¡Hola, soy Lidia!, somos compañeras de clase –dijo una alegre morena—te he visto alguna vez cuando entramos o salimos de clase. ¿Oye coges este metro todos los días? Por que hasta hoy no te había visto en el Metro. Podríamos ir todos los días a clase juntas. Yo a veces me duermo y cojo el siguiente Metro, pero de normal suelo coger este horario.

Celia levantó la vista y vio a una guapa morena, de largo pelo negro como ala de cuervo, que caía hasta media espalda en apretados bucles. La chica decía que eran compañeras de clase, pero a Celia no le sonaba aquella chica, aunque eso no era raro, tan solo llevaba una semana de facultad y había faltado dos días.

  

 Aquella chica hablaba y hablaba sin parar. Era jovial y dinámica, justo el tipo de persona con la que la joven se sentía avasallada, pero le fue imposible no sucumbir a la alegría y energía de la morena.

–Oye, ¿Tú no serás superdotada, no? – no lo digo por nada, pero como parece que tengas 15 años, pues no se, me dije, a ver si esta chica es de esos cerebritos que entran a la facultad con 14 o 15 años.

–Tengo 18, como todo el mundo –respondió Celia en un susurro desviando la mirada de aquellos impactantes ojos violetas.

Sentada en un peldaño, en las escaleras de acceso a la primera planta de la Facultad de Derecho, Celia leía ensimismada “Un trago antes de la Guerra”, de Dennis Lehane. Había llegado quince minutos tarde a su clase de Derecho Administrativo y prefirió esperarse y entrar dos horas después a su siguiente clase. La segunda vez que, Javier Escribano, le dijo aquello de Señorita Poyatos, si la clase comienza demasiado pronto para usted, podríamos hablar con el Decano para que modifique los horarios, Celia juró que jamás entraría a esa clase si no llegaba a tiempo. El profesor Escribano tenía toda la razón del mundo para amonestarla, coño pero cuando terminara la clase, no delante de sus 150 compañeros.

Entretenida como estaba, no le dio importancia a la muchedumbre que bajaba por la escalera a aquella hora tan extraña, por no coincidir con el principio ni final de ninguna clase. Hasta que un grito desgarrador a milímetros de su oído la hizo respingar del susto dejando que el libro cayera escaleras abajo.

– ¡Jajja, ja, jaja! Que careto has puesto –dijo Lidia mientras se sujetaba las costillas, por las carcajadas que su propia broma había provocado—tenías que haberte visto, casi se te salen los ojos de la cara.

–Estás capulla tía –dijo en voz baja Celia, contenta en el fondo de que alguien como Lidia, le prestara tanta atención– ¿Por qué no estás en clase?

–Ha subido el conserje, diciendo que Escribano está con gripe y que no vendrá en toda la semana –respondió la dinámica joven.

–Un personaje curioso el de Ángela Gennaro –dijo un chico, mientras devolvía el libro a Celia, el cual había descendido hasta el descansillo inferior–, ahora tendrás que encontrar por donde te habías quedado.

  –Hola ¿Tu eres Pablo, no? –Preguntó la desenfadada Lidia y acto seguido se lanzó hacia el muchacho para darle dos sonoros besos–, esta es mi amiga Celia.

El rubor tiñó las mejillas de la joven de ojos verdes y largo pelo castaño, cuando el joven se acercó para darle dos besos. La intensidad de la mirada del muchacho, atravesó a Celia como si estuviera mirando dentro de ella. Aquellas intimidades eran propiedad exclusiva de la chica, la cual se sintió desnuda ante aquella mirada.

–Vamos a la cafetería ¿Queréis venir con nosotros? –preguntó Pablo con un tono calmo y profundo que estremeció a Celia.

–¡Vamos! –dijo alegre Lidia al tiempo que agarraba de la mano a su amiga y la impulsaba escaleras abajo hasta el descansillo, donde un alto y guapo joven de espeso pelo rizado les esperaba.

–Yo soy  Quino –dijo el nuevo muchacho, luciendo una amplia sonrisa.

–Hola, yo soy Lidia. ¿Quino viene de Joaquín, no? Yo tengo un conocido que también se llama Joaquín, pero todos le llamamos Kin, ¿No te gusta más Kin? Si, pienso que te queda más moderno. Te llamaré Kin –dijo la joven morena aceleradamente, tomando una gran bocanada de aire cuando terminó su circunloquio.

El joven rió de las ocurrencias de aquel torbellino de muchacha y saludó a Celia, la cual se sintió un poco empequeñecida por el tamaño de aquel sonriente chico.

–Que alivio que no haya venido Escribano. Su clase es un peñazo y el es un amargado que no sonríe ni aunque lo maten. Estará mal follado seguro –disertaba Lidia mientras sorbía su café con leche.

–¿No te gusta Derecho Administrativo? –preguntó con voz profunda Pablo.

–Pues no, para nada –respondió la alegre joven.

–Um, ¿Por algún motivo en especial? –continuó el joven con su interrogatorio.

–Pues no se tío, es muy técnica la asignatura y Escribano la da de una manera muy monótona –respondió Lidia sosegando un poco el tono debido a la intimidación de las preguntas del joven.

–Y a ti, Celia ¿Te gusta Derecho Administrativo? –continuó preguntando el joven de voz dulce y pausada.

El joven era atractivo, Celia no lo podía negar, con aquel largo flequillo y ese aspecto de pijo a la moda, perfectamente conjuntado, pero con prendas económicas, compradas en grandes almacenes. Era como si proclamara, mirad, puedo tener tanto estilo como el que más, pero sin llevar ninguna absurda prenda de marca.

Era delgado, pero tampoco se podría decir que tuviera un tipazo, algo bajito para la media de los chicos de 18 años, pero trasmitía seguridad y confianza en si mismo, en todos y cada uno de sus movimientos, lo que daba a su cuerpo un mayor atractivo, que el que tenía su alto y estilizado compañero.

Pero lo que fascinaba a Celia, lo que la hipnotizaba, la cautivaba, eran sus ojos. Nada había destacable en ellos a simple vista, marrones, ni grandes ni pequeños, pero miraban con una intensidad que Celia jamás había visto en nadie. No sabía si eran imaginaciones suyas, derivadas del interés que le generaba aquel chico, pero juraría que a ella la miraba con mayor intensidad que a su querida amiga. 

–Pu… pues pienso que aún es pronto, no conozco bien la asignatura –respondió Celia algo azorada.

–Una rara Avis, encontrar una chica de 18 años que sea reflexiva –respondió Pablo con tono solemne.

   –¿Que, nos ponemos a tus pies y te adoramos?? Jajaja, que engreído eres –dijo riendo una desenfadada Lidia mientras sacaba la lengua al joven.

–Perdón, me suele perder la boca, la gente suele huir de mi en cuanto me conoce –dijo un sonriente Pablo–, unos son tímidos, otros muy habladores, otros impulsivos y yo pedante y soberbio, debe haber un poco de todo ¿No?

A las dos chicas aquella salida tan sincera y desenfadada de su reciente conocido, les hizo gracia y decidieron que a pesar de ser un capullo no era mal tipo.

Con la ayuda de Pablo, que era un estudiante excepcional, el grupo de cuatro jóvenes pudo aprobar el semestre con cierta facilidad. Ni de lejos ninguno de los tres alcanzaba el 9,75 de media de Pablo, pero habían logrado aprobarlo todo y eso era lo importante.

  Celia corría a toda velocidad  por los jardines del campus, Llegaba tarde a Tributario y Mercantil y no era la primera vez en el segundo semestre. Marga le volvería a fulminar con la mirada cuando pasara por la puerta trasera de la clase. Marga era una de las profesoras becarias, apenas tendría 26 o 28 años y su inseguridad quedaba patente en su forma de impartir la clase.

Las placas de hielo que adornaban el césped del jardín, dificultaban la tarea de ir a gran velocidad. Celia había estado al borde de darse un ostiazo, dos o tres veces, pero había logrado llegar sana y salva a la puerta del aulario.

Cuando abrió la puerta trasera del aula, un calorcillo agradable golpeó el helado rostro de Celia. Esta se acuclilló ligeramente para no llamar mucho la atención y poder llegar de manera desapercibida a una de las primeras sillas libres.

–Señorita Poyatos –dijo en voz alta Marga. Era la primera vez que pasaba de las miradas furiosas a reprenderle verbalmente, creo que con su altura no es necesario que se vaya agachando para que yo no la vea.

Celia se incorporó y se quedó petrificada, los mofletes y las orejas se le habían puesto rojos como tomates, debido al bochorno que le estaba haciendo pasar aquella idiota.

–Si no me equivoco, en el Reglamento del Estudiante, se indica que un profesor podrá a voluntad negar el acceso al aula cuando hayan transcurrido al menos diez minutos de la hora de comienzo de la misma –dijo Pablo en voz muy alta mirando fijamente a la joven Marga–, pero creo no haber visto en ningún epígrafe, que se autorice al profesorado a faltar a un alumno haciendo mofa o escarnio de sus características físicas.

Las dispersas risas que el comentario de la profesora había arrancado de algunos alumnos, se acallaron de inmediato cuando terminó de hablar Pablo. El silencio era sepulcral. El labio inferior de la joven becaria temblaba visiblemente, el rubor de sus mejillas se acentuaba, mientras parecía aguantar la respiración. No era la única que aguantaba la respiración, en el otro extremo de la clase Celia, no podía creer lo que su amigo acababa de hacer por ella. Lidia que ocupaba un asiento a la derecha de Pablo, se giró guiñándole un ojo a la sorprendida Celia.

  Las intenciones de Marga en un inicio fueron escarmentar a aquel invecil, pero al mirarlo con detenimiento, recordó que se trataba de uno de los miembros de la directiva del Sindicato de Alumnos de la Universidad. Tragando bilis, se giró agarrando con fuerza el puntero, con la intención de proseguir la clase como si nada hubiera pasado.  Miró por un segundo a su descarado alumno y se sintió amenazada por la mirada inflexible de este. Arrojando el puntero sobre la mesa se dirigió a la alumna que petrificada aguardaba de pie al fondo de la clase.

–Señorita Poyatos, llega usted mas de diez minutos tarde, haga el favor de salir del aula –dijo Marga con tono glacial, y discúlpeme si la he ofendido.

Bastaron un par de segundos para que una enrojecida Celia reaccionara y saliera del aula como alma que lleva el diablo.

–¿Pero que narices te pasa a ti? Esa tía te va a tomar manía y luego a ver como sacas matrícula con ella –gritó una indignada Celia a su amigo cuando coincidió con el, tras la clase.

– ¿Por qué me gritas? No tengo ningún problema de audición –dijo calmadamente el joven.

Por toda respuesta Celia se sopló el flequillo y salió a la carrera. Las lágrimas pugnaban por derramarse por su cara y no quería que aquel idiota le viera llorar. Si, aquel acto de heroicidad la había conmovido hasta lo mas profundo de su ser, pero no dejaría que aquel engreído lo supiera jamás.

Cuando Lidia logró darle alcance, la menuda chica entraba en uno de los baños femeninos de aquella planta.

–Eh, frena –dijo Lidia agarrando de uno de los extremos de la bufanda que Celia llevaba enrollada al cuello.

Celia se recostó en la pared más cercana y rompió a llorar. La morena atrajo hacia si el menudo cuerpo de Celia y la abrazó de manera protectora.

–Tranqui, peque –dijo cariñosamente la morena–, un poquito surrealista la situación, pero en un par de días esto se olvida. Por cierto, sabía que en el fondo tenías tu carácter. Vaya grito le has pegao a Pablo.

–Encima que me defiende, voy yo y le grito –dijo una sollozante Celia.

–Bueno, no pasa nada Pablo te conoce, no te lo habrá tomado a mal, estabas tensa y confusa por lo de Marga –parloteaba Lidia.

Cuando salieron del baño, Pablo y Kin estaban delante de la puerta esperándolas.

– ¿Podemos hablar? –preguntó con cariño Pablo, mientras tendía una mano en dirección a Celia.

Aún confusa y algo arrebolada por el contacto de la mano del chico, Celia siguió a este hasta el interior de un aula vacía.

–Gracias, por lo de antes –dijo Celia con la mirada gacha cuando se introdujeron en la clase.

– ¿Me lo piensas agradecer tan solo con un gracias? –preguntó el joven con tono divertido.

– ¿Como? –Preguntó Celia algo escandalizada, pues pensaba que su recto y formal amigo quería algo sexual de ella– ¿Cómo, quieres que te lo agradezca?

–Ja jaja jajajaja –rió Pablo–, ¿no estarías pensando en tonterías?

– ¿Qué tonterías? –preguntó algo molesta Celia por aquella situación.

–Escúchame con atención, eres una tía preciosa, me entristece muchísimo ver como alguien tan válida como tu no se esfuerza lo suficiente –sermoneaba Pablo, mientras con infinita suavidad acariciaba la cara de la chica–, quiero que me lo agradezcas, viniendo puntual a clase, tomando apuntes y haciendo que me sienta orgulloso de lo que siento por ti.

–Lo que sientes por mí –dijo Celia sin aliento por la cercanía del rostro del muchacho.

Los labios de Pablo buscaron con ternura la boca de Celia, la cual, no pudo reaccionar hasta pasados unos instantes. Se besaron con besos cortos y rápidos, prosiguieron abriendo sus bocas para que sus lenguas se buscasen. Recorrieron el interior de sus bocas ávidas de sensaciones, de cariño, de seguridad y refugio en el caso de la chica.

–Me gustas mucho Celia y se lo mucho que vales –dijo el muchacho cuando se hubieron separado–, no será fácil, pero me tendrás a tu lado si decides avanzar sin temor.

Parecía increíble que en cinco meses escasos que se conocían, Pablo pudiera conocer tan bien sus más profundas inseguridades, sus temores, sus miedos. ¿Realmente merecería la pena el esfuerzo? ¿Tenía ella el mismo derecho a soñar con un buen futuro que el resto de sus compañeros? ¿No pasaría el resto de sus días entre verduras y marujas de barrio?

   La pequeña chica, siempre había sido una niña dócil, desde muy chiquitina, se habituó a que determinadas cosas no podían ser. Ella no podría disfrutar de Play Station, ni de Xbox, ni de tanguitas Dona Karan, para poder enseñarlos por encima de pantalones de moda. Pero mientras un abrazo y un bocadillo de Nocilla era lo que le hacía feliz, todo fue sencillo para la muchacha y su abuela.

Las cosas se complicaron cuando con todo el pesar de su corazón, tubo que dar un ultimátum a la joven adolescente. Faltaban dos años para que Doña Celia se jubilase lo que significaba que los ingresos de la pequeña familia decaerían considerablemente. La abuela de Celia no tendría dinero para mantener la familia y el coste de la carrera universitaria de su nieta si esta no lograba obtener becas y debería poner a la joven al frente de la verdulería la cual no quería traspasar Doña Celia por dejarle un futuro a su nieta.

A la joven saber que haciendo falta el dinero en casa, su abuela estaba dispuesta a no traspasar la verdulería por dejarle una segunda oportunidad a ella, sumado a la presión de tener que aprobar con buenas notas para obtener becas, le habían generado una presión, que mas que motivarla a estudiar la estaban amargando.

Nunca había sido mala estudiante, ni una chica demasiado gandula. Pero fue comenzar la Universidad y Celia comenzó a sentirse pequeñita. Veía el ajado rostro de su abuela levantarse todos los días a las cinco de la madrugada para terminar poco antes de las seis de la tarde, cuando la joven Celia, sustituía a su abuela al frente de la verdulería, despachando y limpiando todo el local para el día siguiente. Mientras tanto su abuela le lavaba y planchaba la ropa que tan a gusto vestía Celia, ropa sencilla sin alardes, sin marcas, sin modas, pero eso a Celia le daba igual. Todas las noches tras limpiar el local de su abuela a eso de las 9:30 de la noche, Celia subía a tomar la cena que tan bien cocinaba su abuela.

Estos esfuerzos de su abuela hacían pensar a Celia que a lo mejor su sitio estaba en la verdulería, integrándose en el barrio e intentando disfrutar de aquella vida sencilla. De otro lado la vida en la Universidad le venía un poco grande, muchas chicas preciosísimas, mucho ajetreo y lo peor mucha gente que tenía o parecía tener claro su futuro.

Celia no tenía claro si realmente valía o no valía para aquello, pero había alguien aparte de su abuela que creía en ella. Le tendría a su lado y le había besado de una manera tan dulce, nada que ver con los morreos que Celia se había dado años atrás en la vieja fábrica de pinturas. No se consideraba una ilusa, tampoco una soñadora, pero las ganas que tenía de creer, hicieron que se abrazara con fuerza al muchacho.

–Si estás a mi lado, te prometo que no te defraudaré –Por primera vez desde que era pequeña y sentía que con su abuela a su lado el mundo estaba completo, Celia se sentía plena.

Era horrible la sensación de estar un sábado por la mañana en la biblioteca de la Universidad estudiando. Fuera un primaveral día de Mayo, invitaba a pasear y  tomar unas cervezas en una terraza. Por lo menos estaba con Lidia, mal de muchos consuelo de tontos, ya lo sabía Celia, pero era un alivio tenerla allí.

Hacía cinco minutos que se habían sentado en la larga mesa, al llegar pasaron ante una compañera de clase, la chica, sin caerles especialmente mal, tampoco se podía decir que tuvieran estrechas relaciones. Era una preciosidad de esas que iban a la biblioteca un sábado por la mañana arreglada y pintada como para salir de marcha. Una niñata vamos.

Casi dos horas habían pasado desde que tomaron asiento frente a sus apuntes. Celia se estiró disimuladamente para despejar un poco la cabeza y los ojos. Al hacerlo vio como su divina compañera de clase se había marchado dejando todos sus apuntes encima de la mesa. No tardó la muchacha en regresar contoneando sutilmente sus caderas, luciendo un monísimo conjunto de faldita, top y chaqueta a juego. Esta se los tendrá que quitar a tortas de encima, pensó Celia.

–Mira –susurró Celia al oído de Lidia enfocando sus pupilas a la chica recién llegada.

–¿Que mire que? –preguntó Lidia alzando un poco mas la voz de lo estrictamente necesario.

La bajita estudiante, a modo de explicación se llevó un dedo a la comisura de su propio labio, volviendo a girar los ojos hacia la conjuntada muchacha.

  

—Jajaja, que ganas a estas horas –dijo risueña Lidia mientras balanceaba la mano con todos los dedos cerrados frente a su boca.

– ¿Se lo decimos? Preguntó Celia con algo de remordimiento.

–Ves tú si quieres, yo paso –dijo por toda respuesta la morena, mientras miraba a la divina chica con aire burlesco.

Hacía tan solo nueve meses, Celia ni se hubiera planteado acercarse a una casi desconocida compañera de clase, para abiertamente decirle, disculpa tienes un pegote de semen en la comisura del labio. Estos meses de estrecha amistad con Lidia y su relación con Pablo desde hacía cinco maravillosos meses, habían infundido en la pequeña estudiante una confianza en si misma que jamás hubiera pensado que tendría.

–Hola –dijo Celia posando con dulzura la mano en el hombro de la guapa chica.

 –¿Si? ¿Quieres algo? –preguntó algo seca la joven.

Por toda respuesta Celia se tocó su propia comisura del labio, para posteriormente señalar la comisura manchada de la chica. Esta por toda respuesta, puso cara de desconcierto, mirando a Celia como si esta se hubiera fumado algo.

–Que tienes un pegote de algo grumoso y blanquecino en la comisura del labio –susurró casi inaudiblemente Celia en el oído de la chica.

La joven conjuntada pegó un respingo y con celeridad sacó de su bolso un espejito plegable y un paquete de pañuelos de papel. Tras humedecer uno de los pañuelos con su propia saliva, se frotó enérgicamente el pegote de la cara.

–Elixir bucal con blanqueador –se apresuró a explicar la chica enrojeciendo visiblemente.

–Eso mismo pensé yo que sería –dijo Celia con una leve sonrisa, tras coger fuerza de confianza al mirar a la atenta Lidia.

–Jajaja la verdad que no es el mejor momento ni lugar para… –dijo la chica por toda respuesta.

–Yo en las preferencias félicas de la peña no me meto –dijo una envalentonada Celia, mientras esbozaba una sincera sonrisa.

La chica se tomó aquello a risa y levantándose propinó dos sonoros besos a la bajita estudiante.

–Soy Sara –dijo mientras se separaba de Celia–, Y tu eres Celia ¿No?

Tras Estudiar un par de horas mas terminaron la jornada matutina, tomando unas cervezas con Sara y su novio, el cual había venido a recogerla en un impresionante Todo Terreno. No es que encajara con la forma de ser de Lidia o de Celia, pero la chica era simpática y además Celia solita había logrado hacer una amistad. Si acabaría siendo una chica dicharachera y todo, gracias al apoyo de Pablo y Lidia.

Durante el camino de la parada de Metro al campus universitario, Lidia y Celia iban charlando amigablemente de lo que harían el fin de semana, tras doblar una esquina vieron que como todos los días les esperaba Pablo, recostado sobre un frondoso almendro.

–Cariño, no deberías mascar chicle, se te estropeará la mandíbula, además te afea esa preciosa cara tuya –dijo Pablo por todo saludo.

–Déjala que haga lo que le de la gana, además no está demostrado que mascar chicle sea perjudicial. Los dentistas lo suelen recomendar si es sin azúcar, aunque los de sin azúcar, suelen tener un saborcillo raro como a sacarina caducada –Lidia comenzaba con una de sus interminables disertaciones, mientras dedicaba una mirada asesina al joven.

Tras que la chica depositara el chicle sobre la mano extendida de Pablo, este se acercó a Celia y besó tiernamente su boca a modo de segundo saludo.

–Este domingo se celebra el cumpleaños de mi madre –dijo Pablo mirando con mirada tierna a Celia–, había pensado en que podrías venir para que te presente a mi familia.

   Quería presentarme a su familia, pensó enorgullecida Celia, eso era un paso definitivo y significaba que el se sentía orgullosa de ella.

–Ehi frena enano, que el domingo aquí la menda y yo vamos a la piscina –respondió una enardecida Lidia.

–Si prefieres ir a la piscina en vez de a mi casa, a conocer a mi familia, lo comprenderé preciosa –dijo el joven mientras descansaba su mano sobre el pelo de Celia.

La joven se quería morir, miraba alternativamente a Lidia y a Pablo, en los dos últimos meses los encontronazos entre ellos habían aumentado hasta hacer que Celia se sintiera violenta cada vez que se producían.

–A ver memo, que no se trata de que prefiera esto o aquello, ella se comprometió conmigo antes –dijo enojada la morena.

Dos ojos tristes y desilusionados se clavaron como dagas en el corazón de Celia, la cual se giró hacia Lidia poniendo cara de súplica.

–¿No te importa? Podríamos dejarlo para la semana que viene –dijo Celia suplicando con la mirada.

Un amoroso beso de Pablo se precipitó sobre los labios de la pequeña chica, al tiempo que la cara de Lidia se trasfiguraba en una máscara de ira y rabia.

–Eso es condicionamiento clásico, cabronazo –gritó exaltada Lidia—estás usando técnicas conductistas con Celia.

–Eso, querida amiga es un beso, en todo caso sería refuerzo positivo –respondió el joven lanzando una penetrante mirada de suficiencia a la morena.

Con un soplido Lidia se separó de la pareja emprendiendo un camino distinto. Celia no se lo podía creer iba a conocer a la familia de Pablo. Le dolía haber dejado tirada a Lidia, pero esta tendría que entender que el paso que iba a dar el próximo domingo era muy importante para ella.

Abrazadas fuertemente caminaban ambas jóvenes envueltas en gruesos abrigos. La más bajita apoyaba la cabeza en el hombro de la chica de pelo rizado, mientras esta pasaba un brazo por encima de los hombros de la más menuda. Celia no había dejado de sollozar desde que había visto a su amiga entrar en el vagón de Metro.

–¿Qué te pasa? –preguntó alterado Pablo, cuando las vio acercarse hasta el–, ¿Te han hecho algo?

–Vino mi madre este fin de semana –sollozaba una desconsolada Celia.

–Si quieres yo llevaré a Celia a tomar algo caliente –dijo Pablo dirigiéndose con respeto a Lidia. En el año y medio que hacía que se conocían era de las pocas veces que no se habían atacado al hablarse.

Con la mano de Celia entre las suyas Pablo se dirigió hacia la cafetería, pero antes de llegar giró bruscamente como si hubiera cambiado de opinión y se dirigió hacia los pequeños despachos que habían en la planta inferior, todos ellos destinados a distintos clubs de estudiantes, secciones deportivas, sindicatos, etc. Llegaron hasta la puerta del Sindicato de Estudiantes. Pablo extrajo una llave de su mochila y abrió la puerta, haciendo pasar al interior a la ojerosa joven.

–Vaya manera de alegrarte el día de nuestro aniversario –dijo con tono culpable Celia tras sentarse en una silla del despacho.

–Tendremos muchos mas aniversarios, cariño –dijo el joven acuclillándose frente a la silla y tomando la cara de Celia entre sus manos.

El joven besó con infinita ternura las mejillas de la pequeña chica, lamiendo con sus labios y su lengua las lágrimas derramadas. Posó suavemente sus labios sobre los hinchados y enrojecidos párpados. Estuvieron así varios minutos, el chico besando con amorosa ternura a la joven y esta gimiendo quedamente.

Pablo se alzó agarrando la mochila de Celia del suelo y llevándola hasta un perchero, luego hizo que la chica se levantara y la despojó de su gorro de lana y su bufanda, las cuales también fueron depositadas con pulcritud en el perchero. Siguió el proceso con el grueso chaquetón de la chica.

Con sus manos sobre las manos de la chica, Pablo la condujo hasta el borde de la mesa, donde la sentó alzándola a pulso de las caderas. Colocándose entre las piernas de la joven, continuó con la tarea que había estado realizando hasta el momento, besando los párpados de la chica, la cual se abrazaba a la espalda del chico con desesperación.

–Chisss, tranquila cariño, estás aquí conmigo –susurraba Pablo al oído de su novia.

Besó el pelo de la joven, descendió hasta sus orejas las cuales primero besó con ternura, lamió con deseo y engulló con voracidad.

Esta serie de atenciones habían provocado en Celia que pasara de emitir gemidos e hipidos sordos a emitir suaves jadeos de pasión. La joven tubo que alzar los brazos al aire para facilitar que su amante la despojara del grueso jersey. Debajo de este Celia vestía una camiseta interior blanca con el cuello ligeramente en forma de pico.

Los labios del joven recorrieron el pico de carne que dejaba a la vista la camiseta, justo hasta el comienzo de su canalillo. Se retiró un momento y buscó tras la puerta la rueda de la calefacción, subiendo esta varios grados.

–No quiero que te constipes, mi amor –dijo el muchacho mientras repetía la acción de sacar la camiseta de Celia por su cabeza. Besó sutilmente el cuello y los hombros de la muchacha, mientras la abrazaba con fuerza, tanto para transmitirle seguridad, como para alcanzar el cierre de su sujetador.

Tras retirar la prenda por los brazos extendidos de la chica, dobló el sujetador, depositándolo cuidadosamente encima de una silla donde anteriormente había doblado tanto el jersey, como la camiseta. Se alejó un par de pasos de la joven admirando el cuerpo de esta desde cierta distancia.

El pecho de Celia subía y bajaba rítmicamente, la velocidad de sus inspiraciones había descendido notablemente desde que entrara en aquel despacho. Su rostro aún ojeroso, se veía ahora mas calmo, sin llegar a la serenidad acostumbrada de la chica, pero sin la crispación que había visto reflejada en el hacía tan solo unos minutos.

 El joven se deleitó en el menudo torso de la chica, su piel blanca se ceñía a la perfección sobre sus costillas, las cuales flanqueaban un estómago firme y plano. Sus pechos pequeños, de formas perfectas invitaban a ser acariciados, sus diminutos pezones rosados habrían el apetito con solo mirarlos. Cada vez que el joven miraba a Celia desnuda sentía dentro de si tanta ternura como excitación. Por supuesto que la quería proteger de cualquier peligro, pero también la quería poseer, la quería físicamente, no tan solo de una manera fraternal.

Asió la cara de la joven entre sus manos y besó los labios de esta, abrió la boca de la menuda chica, realizando presión con su propia lengua y la penetró dulcemente. Recorrió cada recoveco de la boca de la chica, de su lengua, de sus carrillos. Sus dedos delineaban la columna de la muchacha ascendiendo lentamente hasta la nuca de esta, donde se deleitaban acariciando el pelo de la joven.

Si existía un paraíso, estaba allí en este momento, pensó Celia dejándose hacer por su novio como si fuera un objeto inerte. Una ligera presión indicó a la joven que debía reclinarse de espaldas sobre la mesa. El muchacho aprovechando la nueva posición se inclinó para besar los jóvenes pechos.

El lento recorrido de los labios sobre toda la piel de los senos de Celia, dio paso a un apresurado recorrido de la lengua del joven por sus aureolas para terminar en sus endurecidos pezones, que se alzaban al cielo reclamando protagonismo.

Mientras con la boca lamía, succionaba, mordisqueaba un cada vez mas sensibilizado pezón, con la palma de la mano masajeaba y amasaba el otro pecho. Los suaves jadeos de Celia se iban paulatinamente convirtiendo en profundos suspiros de gozo. Aquello era maravilloso en unos pocos minutos su angustia y su desesperación se habían transformado por obra y gracia de su chico en uno de los mejores momentos que este le podía regalar.

Mientras las dos manos de Pablo bajaban hasta la hilera de botones del pantalón tejano de la chica, su lengua recorría el estómago de esta hasta llegar a su ombligo, el cual no se quedó sin las mimosas atenciones de la lengua del chico.

Una vez desabrochado el pantalón y antes de deslizarlo piernas abajo, el joven amante se agachó, desanudando las botas de Celia, para a continuación descalzarla. Entonces si, el pantalón se deslizó por los muslos de la joven, hasta desaparecer por completo y ser doblado con esmero sobre el montón de ropa que yacía en la silla.

Sus piernas fueron besadas y lamidas como lo habían sido sus tetas y sus pezones. Cuando se iba acercando hacia la ingle de la chica besando la cara interna de sus muslos, Pablo tubo cuidado de ejercer una suave presión con la lengua sobre la piel, pues en esa zona las caricias muy sutiles producían muchísimas cosquillas a la chica y si se ejercía algo más de presión las cosquillas se convertían en placer.

A Celia las fuerzas le iban abandonando, sentía como su cuerpo se relajaba con una laxitud impropia de la excitación que la consumía, pero las amorosas y lentas maniobras de Pablo la estaban llevando a una especie de estado de trance.

Cuando no hubo mas piel desnuda que besar y lamer el joven deslizó las estampadas braguitas de la chica por sus piernas y entonces pudo acercar su cara a  la meta que perseguía. Inspiró profundamente oliendo la femineidad de su chica, lamió sus ingles, acto que provocó suaves risillas en Celia, abrió sus labios mayores con la mano y suavemente, muy suavemente fue penetrando a la joven con uno de sus dedos. Cuando se hubo cerciorado que la lubricación de Celia era suficiente recorrió el camino desde la entrada de su vagina hasta su clítoris embadurnando este de los propios fluidos de la joven.

Mientras su lengua acariciaba con cortas pasadas el clítoris de Celia, la vagina de esta se hallaba penetrada por dos dedos que con movimientos cadenciosos acercaban a Celia a una descarga de emociones como nunca antes había sentido.

La laxitud que la chica había alcanzado con las maniobras previas, había dejado sitio a una tensión en todo su cuerpo que se reflejaba en unos párpados cerrados con fuerza y una fuerte presión en la mandíbula.

–Fóllame, por favor –suplicó Celia.

–Luego, tranquila que hay tiempo de todo –dijo por respuesta el joven, mientras incrementaba la velocidad de la penetración de sus dos dedos, al mismo tiempo que ejercía profundas succiones con los labios en el hinchadísimo botoncito de la chica.

El joven detuvo dos veces sus maniobras cuando detectó que Celia estaba a las puertas del orgasmo, para tras un tiempo de relax, continuar con las penetraciones y las succiones.

–Porfa, porfa, porfa déjame correrme –suplicaba Celia al borde de las lágrimas.

Cuando por tercera vez la chica se apresuraba hacia la meta del orgasmo, el joven despegó la boca del clítoris de la chica y mientras la besaba profundamente en la boca, le introdujo tres dedos de golpe en su mojadísimo coño.

El cuerpo de Celia se estremeció de pies a cabeza, un latigazo recorrió su espina dorsal, sus caderas brincaron como queriendo levitar sobre la mesa, los dedos de sus manos y de sus pies se engarfiaron con fuerza, su boca se aferró con ansiedad a aquellos labios que la besaban apasionadamente y sus caderas rotaron, saltaron y vibraron poseídas por el espíritu del mas profundo placer.

Una vez pasado el momento de máximo placer y antes de que Celia se recuperara por completo, el joven volvió a besarla amorosamente por toda la cara.

–gracias, necesitaba amor –dijo melosa la joven.

–Chisss, no digas nada –susurró el muchacho al oído de la chica.

   Los pantalones del muchacho no tardaron en seguir a la ropa de Celia en la silla que el ordenado joven había dispuesto como ropero. La joven mantenía su laxitud tumbada sobre la mesa, recuperándose lentamente del tremendo orgasmo que la había invadido. El miembro del joven apuntaba a la entrepierna de Celia como dudando si continuar o no hacia la muchacha. Pensándoselo mejor Pablo se inclinó y volvió a besar  y lamer los labios mayores de la chica, cuando notó que esta volvía a estar receptiva, continuó por lamer los labios menores y dar algunas pasadas con su lengua por encima del ahora hipersensibilizado clítoris.

La humedad volvía a reinar en el coño de Celia y el joven no desaprovechó la oportunidad, apuntando el glande de su pétrea herramienta, ensartó a la muchacha de un seco estacazo. Celia sintió una punzada de dolor, pero la agradable sensación de estar llena del rabo de su querido Pablo compensaba el dolor más inhumano que pudiera existir. Estaba apunto de correrse, de tan solo sentir su virilidad encajada en su cálido coño, pero cuando Pablo comenzó a bombear con su émbolo en el apretado túnel de la vagina de la joven esta no pudo aguantar mas y se deshizo en un segundo orgasmo, casi tan profundo como el primero. Su Espalda se arqueó de manera inverosímil como si se le fuera a partir la columna, sus propias manos se alzaron hasta cerrar su boca la cual emitía aullidos como si la estuvieran desangrando.

La muchacha estaba completamente derrengada, pensaba que no podría mover ni un solo músculo de su dolorido cuerpo, pero Pablo no se había corrido y tenía que hacer un esfuerzo por lo bien que se había portado su novio con ella.

Sacando fuerzas de flaqueza y ayudada por el joven Celia se incorporó hasta quedar sentada.

–Ahora me toca a mi darte mi regalo de aniversario –dijo jadeante Celia.

–Sabes que no es necesario, yo he hecho esto por que quería –respondió Pablo al tiempo que besaba la frente de la joven.

–Pero yo quiero regalarte algo que te guste –insistió ella.

–No quiero forzarte a que me des lo que yo quiero, si tu no quieres –respondió dulcemente el joven mirando penetrantemente a Celia.

–Si quieres que me lo trague, lo haré encantada –sentenció ella sin demasiado convencimiento.

–No es necesario, mas adelante si te sientes segura.

Por toda respuesta, Celia saltó de la mesa arrodillándose frente al joven, La polla de Pablo estaba justo frente a sus ojos, un rabo durísimo, brillante de los fluidos de su vagina, suficientemente largo y grueso, sin llamar la atención por ninguna de las dos medidas.

Celia frunció los labios y depositó un casto beso en la punta del glande del muchacho. Abrió ligeramente la boca al tiempo que sacaba la lengua para envolver todo el capullo del chico, mientras con la mano estiraba de la piel hacia atrás. Intentó introducirse toda la polla en la boca pero le fue imposible tragarse más de dos tercios de la misma. Se aplicó entonces a lamer y besar todo el tronco desde el glande, donde jugueteaba con el agujerito de su cúspide hasta los huevos, los cuales masajeaba con la mano libre.

Notaba en su mano y en su lengua el palpitar del miembro de su novio, su calor y su olor a flujos vaginales. Chupaba con fruición la cabezota del nabo del chico cuando este comenzó a notar las sensaciones previas a la eyaculación.

–Recuerda tu promesa –dijo el joven exaltado.

Celia la recordó y llevando su boca al glande del joven, se introdujo tres cuartas partes de su rabo dentro de su pequeña boca. La recordó, por supuesto que la recordó y lo intentó,  lo intentó con todas sus fuerzas. Cuando la verga del chico comenzó a escupir calido semen, Celia pensó que era lo mas bonito del mundo poder recibir la semilla de su amor en la boca.

Pero por más honestas y sinceras que eran las ganas de la chica de poder tragar toda la leche, su anatomía opinaba de manera distinta y tras la primera deglución se atragantó, tosió, escupió y terminó irremediablemente por vomitar sobre las piernas de su amante.

Se encontraba fatal había querido con todas sus ganas satisfacer el deseo de Pablo, este se había desvivido por satisfacerla a ella en un día tan aciago y ella se lo pagaba vomitándole encima. Celia no vio venir el golpe, tan solo pudo sentir un dolor insoportable en el oído y un zumbido grave mientras caía redonda al suelo. La ostia dura, seca y violenta la había mandado de bruces contra las baldosas del suelo, estrellándose contra estas.

Pablo se abalanzó sobre la muchacha abrazándola con fuerza. Le acariciaba con cariño el lateral donde había golpeado ferozmente.

–Perdóname cariño me he cegado, no se que ha pasado –sollozaba el joven.

–No, no, la culpa es mía –respondió entre hipidos una consternada Celia–, te lo prometí y te fallé.

La muchacha sentía un enorme dolor en sus entrañas, su novio le había dado todo lo que ella tenía ahora, amor, constancia en los estudios, seguridad en si misma,  y Como le había pagado ella todo esto, La única cosa que el le había pedido de forma abierta y le había fallado. Pensaba que no se merecía una persona tan buena a su lado. Si, el le había atizado en un momento de descontrol, pero es que ella le había vomitado encima.

Aquella fue la primera y única vez que Pablo pidió a su novia que se lo tragase todo, por más que la pequeña Celia intentase por todos los medios que el joven se corriera en su boca, jamás lo volvió a conseguir. El joven se las ingeniaba todas las veces para lograr extraer su pene de la boca de Celia antes de que comenzara a eyacular, por mucho que la chica hiciera fuerza para que no se separase. Esto incrementaba el sentimiento de culpa de la muchacha y le hacía sentirse en deuda con su joven pareja.

Lidia entró en el vagón atestado de gente, caminaba ensimismada mientras ojeaba el periódico gratuito que había recogido en las taquillas de la estación. Cuando alzó la vista se quedó de piedra, de pie ante ella se encontraba Celia. Habían pasado ya casi dos años desde que la relación con ella se había enfriado casi congelado. Desde que su novio comenzó a recogerla todos los días en su pequeño Seat Ibiza, Lidia y Celia tan solo habían intercambiado fugaces saludos por los pasillos de la facultad. Secretamente la joven morena sospechaba que la maniobra por parte de Pablo de recoger a su novia estaba fundamentada en alejarla cuanto mas de ella. Pero cualquier insinuación a las manipulaciones de Pablo para absorber cada día más a Celia, eran enseguida descartadas por esta como absurdeces. Cuando se comenzaron a alejar Lidia incluso recurrió a Kin, para que tratase de hablar con Celia. Todo lo que consiguió la morena es un alegato de su amiga sobre lo maravilloso que era Pablo y que no entendía como ella si la quería no respetaba su relación, todo esto claro trasmitido por boca de Kin.

   Pero con el pasar de estos dos años, Lidia había visto como cada vez Celia se apartaba más del mundo para centrarse únicamente en su todopoderoso señor. Si, las cosas no le marchaban mal, lo aprobaba todo y con notas suficientemente buenas, salía de marcha con su novio, a cenar, al cine y de vez en cuando a discotecas. Pero ella conocía a esa cabezota enana y sabía que ella sufría, no sabía muy bien por que. Cada vez que la observaba mirar a Pablo, no le dedicaba miradas de simpatía o complicidad, por el contrario lo miraba con una mezcla de adoración y ¿Miedo? Podría ser miedo aquella mirada que tanto había visto Lidia en ojos de Celia.

–Hola –dijo la chica de pelo castaño.

– ¿Tu en metro? –preguntó la morena.

–Pablo está en el hospital, apendicitis –dijo Celia por toda respuesta.

Lidia llevaba tiempo pensando que debía intervenir y la única manera era volverse a acercar a Pablo, puesto que si no lo hacía así Celia jamás consentiría en acercarse a ella.La idea inicial de Lidia había sido en un principio aprovechar su buena relación con Kin, para acercarse a la pareja, pero haberse encontrado aquella mañana a Celia podría acelerar las cosas, puesto que tan solo tenía tres meses hasta que se graduaran y cada uno se fuera por su lado.

–Joder, pobre, dicen que duele una pasada –dijo la morena con voz seria.

–Pensé que te alegrarías de que lo estuviera pasando mal –dijo sorprendida Celia.

–Escucha, puede ser que en muchas cosas no coincida con Pablo, pero a my nunca me ha caído mal y es tu novio y por que te quiero a ti lo respeto tal y como es –sentenció Lidia.

Ambas jóvenes fueron al hospital a visitar al muchacho. Durante el siguiente mes y medio los acercamientos fueron lentos pero constantes, Pablo parecía que la toleraba si la morena no se metía en su relación con Celia aunque a esta se le veía algo mas tensa de lo normal cuando su amiga andaba cerca.

Faltaba tan solo un mes para terminar las clases, los exámenes ya habían comenzado para algunas asignaturas y la tensión entre los alumnos era máxima. Lidia aprovechó la clase de tributario Avanzado, en la cual no estaba matriculada Celia, para acercarse a Pablo. Necesitaba acercarse a el, hablar y aclararlo todo, todo lo que la muchacha sentía hacia el y hacia su amiga. Puesto que era la última clase de la mañana, ambos muchachos decidieron tomar un refresco mientras mantenían una conversación.

–Mira, Pablo, se que no estuve muy simpática contigo en el pasado. Debería de haber estado contentísima de que mi amiga tuviera novio y mas si su novio la protegía y la ayudaba como tu –comenzó Lidia—, no se si por envidia, o por rabieta infantil pero me sentaba mal veros tan acarameladitos, tu sin ver a nadie mas que no fuera Celia y ella lo mismo.

–Suele pasar, que el valor de algo se incrementa cuando lo posee otro –reflexionó Pablo con su habitual tono calmo.

–No vayas a pensar que tú me gustas –dijo Lidia–, reconozco que pude estar un poco celosa de ambos, nos dejasteis a Kin y a mi solos.

 –Por supuesto que yo no te atraía –dijo con tono enigmático el joven. Por el destello de los ojos de Pablo, la joven supo que había picado el anzuelo, el sería muy listo pero no dejaba de ser un hombre con lo que eso conlleva.

–Eres demasiado formal para mi gusto, además eres el novio de mi amiga –dijo la morena acentuando la mirada lo justo para no parecer excesivamente provocadora.

La confianza siguió aumentando entre la risueña joven y la pareja. Logró sonsacar a Celia que era lo que le angustiaba con respecto a Pablo. Joder no entendía lo subyugada que estaba su amiga para sufrir de esa manera por que su novio no le permitiera tragar su semen. Pero iba obteniendo más datos para poner en práctica su plan.

La joven morena convenció a Pablo de que debería hacerle un regalo de graduación a Celia. Cuando este se hubo convencido, ambos fueron juntos a elegir alguna cosa bonita para la chica.

– ¿Y por que no un vestidito de tirantes para el verano? –Dijo Lidia tras salir de la segunda joyería y tras haber visitado también tres relojerías–, Celia se ve preciosa con ese tipo de vestiditos.

Marcharon hacia una tienda de moda joven, tras observar durante un buen rato la multitud de ropa expuesta en perchas y estanterías  se decidieron por dos modelos.

– ¿Cuál crees que le gustará más? –preguntó el muchacho.

–Creo que este le hará un escote mas bonito –lástima que no utilicemos la misma talla, me lo podría probar yo para ver que tal sienta.

–Podrías coger ambos en tu talla y probártelos, para hacernos una idea.

–Ya, pero yo soy mas culona, a Celia le quedarán mejor que a mi –dijo Lidia mostrando una falsa inseguridad, mas para coquetear que para otra cosa.

–Como os gusta a las mujeres subestimaros –dijo Pablo mirando con intensidad a la morena–, sabes que tienes un tipazo y que a ti te quedará tan bien como a Celia.

Con la duda reflejada en su cara Lidia cogió su talla de ambos modelos y pasó al probador. Pablo aguardaba delante de la cortina a la espera que la muchacha le diera la señal para poder pasar.

–Pues estás preciosa –dijo Pablo adulador.

–Espera y me pongo el siguiente –dijo Lidia mientras corría la cortina, lo suficiente para que la tapase pero dejando una rendija suficientemente amplia como para que Pablo la pudiera ver desnuda. Para probarse el siguiente vestido, tampoco era necesario quitarse el sujetador, pero la joven pensó que así tendría más posibilidades de que su plan saliera mejor. El joven no perdió de vista el broncíneo cuerpo de la morena. Cuando esta estuvo preparada salió ante la vista de Pablo.

–Este queda muy bien –dijo el muchacho–, no se si el anterior mejorará también sin sujetador, queda como vas veraniego.

–Hombre el sujetador no se ve, no creo que cambie mucho si lo llevas o no –dijo Lidia haciéndose un poco la dura.

–Pues es cierto, pero así tendría otra vez la oportunidad de verte los pechos –reconoció el muchacho sin el más mínimo titubeo–, que por cierto están muy bien.

Había logrado llevar al joven al punto que ella deseaba, con un bufido contenido, se giró cerrando la cortina. Calculó su reacción para que no fuera ni muy indignada ni muy frívola, más bien de indiferencia.

El joven estacionó el utilitario fente al portal de Lidia, puesto que había prometido que si se hacía tarde la llevaría a su casa.

–Siento lo de haber mirado en el probador –dijo el chico.

–Mira, no me importa que mires, todos sois iguales, además se mira pero no se toca, que este par no son para ti –dijo sonriente la joven, para quitar tensión a la situación.

–Gracias por ayudarme –dijo el muchacho.

Lidia sabía que aquel era el momento, o ahora o nunca.

–Sabes, en el fondo eres un tio majo –dijo Lidia mientras acariciaba la mejilla del chico–, si nos hubiéramos conocido en otras circunstancias.

El joven no se lo pensó y acercando sus labios a los de la morena, la besó. Primero fue un beso tierno, suave, delicado luego se convirtió en pasional, las lenguas se buscaron, se entrelazaron se degustaron. A Lidia aquel beso le supo a traición, pero debía seguir adelante.

No tardaron ni dos semanas en acostarse juntos, para Lidia era fundamental que Celia no se enterase, poniendo en riesgo los exámenes que quedaban. De este modo se lo expuso a Pablo.

–Bueno, sois amigas lo ideal es que pudierais hablarlo con total sinceridad –dijo el chico con mirada enigmática.

No tardó muchos días Lidia en comprender aquellas palabras y aquella mirada. Los comentarios del joven sobre tríos, círculos amorosos, se sucedían con sutilidad, con muchísima sutilidad tanta que ni Kin ni Celia posiblemente se apercibieron, pero ella sabía que tarde o mas temprano Celia caería en la trampa y aceptaría, si bien a lo mejor no un trío, seguro que si una relación a tres bandas. A Lidia el plan se le desmontaba por momentos y así llegaron al final de los exámenes y a la graduación.

Para celebrar su graduación tuvieron varias fiestas, con los compañeros, tuvieron la cena de gala donde todos estuvieron guapísimos, con Kin tuvieron los cuatro una cena mas íntima donde tras dejar al grandullón muchacho en su casa algo contentillo, el terceto se marchó a cassa de Pablo donde ese fin de semana no había nadie.

–Que afortunado soy de tener dos bellezas como vosotras para mi solo –dijo coqueto el joven tras abrir la puerta del piso.

Celia esperaba que Lidia respondiera alguna insolencia para darle un zas en toda la boca a Pablo, pero no fue así.

–Podrías tu solito, sin ayuda hacer algo con dos mujeres de bandera como nosotras –dijo Lidia mientras acariciaba con las uñas el cuello del muchacho, mira que a mi la bebida y la música me han subido los calores.

–Eh, que mi chico responde muy bien –dijo Celia saliendo en defensa de su novio.

–Pues no me importaría que lo demostrara –rió Lidia como si todo fuera una broma–, la verdad que me gusta bastante.

Todo aquello se estaba pasando de una simple broma, ¿que a Lidia le gustaba Pablo? Y lo decía abiertamente delante de el, allí pasaba algo raro pensó Celia.

–Ven cariño siéntate en el sofá –dijo Pablo tomando entre las suyas la mano de Celia.

La morena tomó asiento en el brazo del sofá poniendo algo de distancia, entre ella y la pareja.

–Mira, sabes que Lidia y yo últimamente nos llevamos mejor y hemos intentado retomar la amistad que tuvimos hace unos años –dijo el joven mirando penetrantemente a la bajita muchacha–, y yo le he tomado mucho cariño a Lidia en estos meses.

–Si, y yo también, estoy encantada de que respete nuestra relación –dijo una Celia algo mosqueada.

–Pues como todos nos tenemos mucho cariño, Lidia y yo hemos pensado que podríamos intentar una relación entre los tres –dijo Pablo sensualmente a milímetros de los labios de la joven.

– ¿Cómo? –fue lo único que pudo articular Celia antes de que Pablo la besase tiernamente.

El beso se prolongó el tiempo suficiente para que Celia saliera del shock inicial en el que había entrado. Tras finalizar el beso Pablo con aplomo se giró hacia Lidia que había bajado del brazo y se había colocado a su lado y tomándola de la barbilla comenzó a besarla apasionadamente.

La joven aniñada no podía creer lo que veía, acaso aquello era una pesadilla, una broma de mal gusto, sentía que las sienes le palpitaban y la boca se le estaba quedando seca. Pablo se volvió a girar y la besó, contra su voluntad Celia abrió la boca y sucumbió al beso. No entendía por que su cuerpo no reaccionaba, ella quería parar aquello, pero su cuerpo y algo dentro de su alma no se lo permitían.

La morena pensó que había tenido buena intuición al pensar que Celia sería capaz de soportar aquello sin demasiado trabajo. Tendría que esforzarse más si quería llevar su plan a buen puerto.

Con hábiles manos Lidia comenzó a desabrochar la camisa del joven y a continuación a besar el cuello de este, mientras la pareja seguía enzarzada en un apasionado beso. Cuando hubo retirado por completo la camisa de este, agarró la mano de Celia y la llevó a la entrepierna de su novio mientras ella besaba la espalda del joven.

Celia se encontraba perdida entre brumas, no terminaba de entender que pasaba allí. ¿Como habían acabado Pablo y Lidia liados? ¿De donde había salido la idea de una relación a tres? ¿Por qué ella siempre era la última en enterarse de todo? Mil preguntas bombardeaban su mente provocando un intenso dolor de cabeza.

–Gracias cariño –susurró imperceptiblemente Pablo al oído de la joven de pelo castaño.

Ese fue el detonante para que Celia se dejara  llevar, a Pablo aquello le gustaba y ella sería feliz si el era feliz, no necesitaba respuesta a ninguna otra pregunta. Mas animada bajó la cremallera del pantalón del joven. Entre ambas chicas no tardaron en desnudar por completo a Pablo el cual estaba sentado en el sillón entre las dos chicas. Lidia se aproximó a la boca del chico, para obligar a Celia a encargarse de la polla del muchacho. Efectivamente la pequeña chica comenzó a mamar la dura verga del joven. Lamía toda la longitud de su rabo desde los testículos hasta el glande, recreándose en succionar primero un huevo y luego el otro. Lidia le comía la boca apasionadamente a Pablo mientras acariciaba el torso de este y jugueteaba con los pezones del muchacho.

Pablo mientras tanto había logrado quitar el vestido de Lidia y se peleaba ahora con el cierre del sujetador para poder liberar de su encierro aquellos rotundos pechos. Cuando lo hubo logrado separó sus labios de los de la chica y bajó hasta sus pechos para lamer y chupar sus grandes pezones rojizos.

Mientras que esto sucedía entre Lidia y Pablo, Celia estaba arrodillada entre las piernas de su novio chupando con fruición su endurecida y reluciente polla.

Como buenamente pudo, Lidia se desembarazó de su tanga, para dejar camino libre a las manos del chico que hacía rato rondaban aquella zona íntima. Retiró la cara del muchacho de sus propios pechos para bajar a besar y mordisquear los pezones de este. Poco a poco, a poco, fue descendiendo primero hasta su ombligo para más tarde bajar hasta su rabo y colaborar con Celia en la mamada. Tomando una posición privilegiada para el paso final.

Cuando el joven estuvo apunto del orgasmo Lidia en un movimiento rápido aferró el nabo del chico entre sus labios y se lo introdujo totalmente dentro de su boca. Celia se había apartado ligeramente, siendo consciente de que no le gustaba a Pablo, que en esos momentos de debilidad, ella llevase a cabo alguna treta para intentar tragar su semen.

La primera descarga golpeó directamente sobre la garganta de Lidia, la cual se atragantó de inicio y estuvo apunto de sacarse la polla de la boca. Tras retirar un poco la verga del muchacho lo suficiente para que su lengua se pudiera mover con libertad y haciendo un gran esfuerzo tragó su primer lechazo y tragó un segundo y un tercero. La morena abrió los ojos buscando los de Celia. Esta la miraba carente de cualquier expresión facial, dos regueros de lágrimas eran la única manifestación del dolor que sentía su amiga. Lidia se desgarró por dentro, lloró silenciosas lágrimas de amargura, le había hecho un daño mortal a quien tanto quería, pero no había ninguna otra solución. Cuando sintió que el muchacho había descargado completamente limpió de cualquier resto de semen la herramienta del joven y se colocó a su lado donde recibió un apasionado beso de este.

Celia que ni siquiera se había desnudado, se dirigió con paso trémulo, como si fuera un zombie en dirección a la puerta de salida.

– ¿Dónde vas Celia? –pudo articular Lidia con un supremo esfuerzo por aguantar las lágrimas.

–-déjala –dijo Pablo–, ha sufrido muchas impresiones esta noche pero mañana se encontrará perfectamente.

Al oír estas palabras la joven se dio la vuelta sobre sus talones y retomó el camino hacia el sillón, en el que aún se abrazaban y besaban su novio y su amiga. Sin pararse a pensarlo, pues sabía que si lo pensaba, jamás lo haría, descargó un violento puñetazo en la nariz del chico, mientras con decisión aprovechó el momento de confusión en los dos jóvenes para cruzarle la cara de un guantazo a su hasta entonces mejor amiga.

Lidia agarró del brazo a Pablo cuando intentaba levantarse en pos de Celia. 

–Déjala, necesitará estar sola en estos momentos –dijo Lidia mientras volvía a besar al joven.

Dos días después Lidia se plantó delante de la puerta de la casa de la abuela de Celia. Su amiga no quiso abrirle la puerta, pero a través de ella Lidia le pudo gritar, que estaba enamorada de Pablo y que si la quería mínimamente se alejara de el. La chica se sintió morir cuando manipuló a su amiga para que se alejara del que ahora era su novio.

–Sabes que yo le daré cosas que tu no puedes darle –afirmó Lidia con el corazón en un puño–, ahora se que te duele pero reconócete a ti misma que es lo mejor para Pablo, que el será mas feliz conmigo que contigo.

La morena no oyó ninguna respuesta por parte de Celia, pero pudo sentir como esta lloraba quedamente al otro lado de la puerta.

Todo aquel verano Lidia se lo tuvo que pasar saliendo con aquel manipulador, no fuera a ser que si lo dejaba este intentase reconquistar a Celia. Estaba convencida de que si Pablo se lo proponía volvería a tenerla entre sus brazos. Lidia lo había pasado suficientemente mal con todo aquello como para que por no tener paciencia se fuera todo al traste. Tenía demasiadas experiencias de reconciliación entre su padre y su madre como para fiarse de Pablo y Celia.

Terminó aquel espantoso verano, en el que Celia estuvo trabajando todo lo que pudo en una heladería, para mantener la cabeza ocupada en algo y en el que su abuela, ya jubilada, le hizo más de ocho veces, tarta de manzana, la preferida por su nieta, pero ni aún así logró subir los ánimos de esta.

Pablo entró en la Facultad como becario, pues había sido el primero de su promoción, al tiempo que iniciaba el master de abogacía, paso previo a poder cursar el doctorado que quería. Por su parte Lidia se marchó al otro extremo del país, la ONG dedicada a la Violencia machista y familiar, en la cual colaboraba desde hacía cuatro años, la becó para realizar un master en una gran ciudad del norte. Celia presionada por su amiga del instituto Isabel y por su abuela, se decidió a cursar el master de criminología. Tuvieron que pasar seis meses y sincerarse con su nueva amiga Marta     para que Celia empezara a comprender todo lo que había pasado durante aquellos años de Universidad. La verdad de todo la comprendió mas tarde, cuando Kin se la contó. Una vez hubo tenido éxito el plan de Lidia, esta se sinceró con Joaquín, contándole todo tal y como era en realidad, poco antes de marcharse hacia el norte.

Le debía mucho a Marta, pensó Celia mientras miraba adormilada la lámpara del techo. Posiblemente le debiera mucho mas a Lidia, pero pensaba que nunca tendría fuerzas para afrontar aquello sin recaer en aquella desesperación que la embargó durante varios meses.

Se agradecen los comentarios.