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Nosotros dos y su joven vecino

en Orgías

La conocí porque era la novia de un amigo, o al menos eso era lo que él quería. Me costó superar el remordimiento de engañarle, pero de eso ya hablaré de ello en otra ocasión. De todas formas él nunca habría conseguido una relación estable con alguien como Raquel, que para nada deseaba atarse a alguien. Yo ya sabía, pues, desde el principio que mi relación con ella sería algo tan excitante como incierto, y respetaba su forma de ver la vida. Cómo no hacerlo cuando era una chica joven y atractiva, de pelo largo y castaño, y, lo mejor de todo, sin complejos. Yo ya tenía cuarenta y cuatro años, y catorce me separaban de los veintiséis de Raquel, pero no importaba, era una diferencia de edad excitante para los dos.

Por si esto no acababa de satisfacerme, Raquel no era de las que se sentían satisfechas con el polvete ocasional y misionero. Ella dejó que probara con su cuerpo muchas de las posturas que nunca me había atrevido ni siquiera a sugerir a mi mujer, como tener sexo oral, por ejemplo; así que yo le estaba muy agradecido cuando fue ella la que me pidió algo a cambio: que formáramos un trío con otro hombre. Me pareció de lo más excitante y no puse pegas. Le contesté que buscaríamos a alguien. Desde luego se esperaba que aceptase porque me contestó que ya sabía quién sería el otro. Intrigado le pregunté y sólo me respondió Ya lo sabrás.

Pocos días después cuando salíamos del bloque donde vivía ella, coincidimos en el ascensor con una mujer de cuarenta y tantos y su hijo, un joven moreno. Ya en la calle me dijo que había visto a su candidato: José, el hijo de su vecina. Me quedé muy sorprendido porque el tal José apenas tenía dieciséis años según me dijo. Era bastante guapo y le gustaba. Desde luego me parecía muy excitante pero puse algunas objeciones.

- Pero, ¿estás segura? Es muy joven y con poca experiencia; no creo que se atreva.

- Tranquilo: a ése le espabilo yo sin problema, ¿o es que tienes miedo de que me guste más que tú? ¿Te crees que te dejaría por otro hombre más joven que me gustase más?

- Desde luego que sí.

Ella se río y me contestó:

- Me conoces bien.

Y tanto que la conocía bien. A ella sólo le interesaba el placer y eso lo sabía muy bien. El día que se aburriese de mí pues me dejaría por otro sin ningún problema.

Pues bien, aquella misma semana me llamó por teléfono para pedirme que acudiera a su casa porque esa tarde tendría a su vecino en casa. Fui sin tardar y me propuso que me escondiera y, cuando estuvieran liados, saliera y ya estaba. ¡Así de sencillo!

- Pero oye, ¿no se asustará? – objeté.

- Déjate de peros: manejaros a los tíos es mucho más fácil de lo que crees.

Esperamos un rato sentados. Yo estaba bastante tenso y ella no dejaba de pincharme, divertida, con sus comentarios. Por fin sonó el timbre y me oculté en la cocina. Entró y enseguida oí besuqueos. Ya se había encargado de seducirlo los días anteriores. Raquel es una mujer muy directa y el chaval sabía que allí habría sexo, aunque no sospechaba que no sería exactamente como él imaginaba. Momentos después los dos entraban besándose a la habitación. Aproveché para acercarme y pegar la oreja a la puerta. Oía cómo se desnudaban y yo no perdí el tiempo desnudándome también a toda prisa. Los nervios eran insoportables cuando finalmente Raquel dijo:

- Entra ya, Carlos.

Entonces abrí la puerta y aparecí en escena. Estaban los dos de pié y desnudos. Raquel magnífica como siempre. El chico se quedó de piedra cuando me vio desnudo, y rápidamente se cubrió los genitales con las manos. Yo no tenía miedo de exhibir la impresionante erección que tenía, aunque es siempre violento ver la de otro hombre, pero precisamente por eso, porque quería intimidarle. Lo cierto es que deseaba que se retirase. No sé, cuando dos hombres comparten mujer es muy distinto a cuando son dos mujeres las que comparten al mismo hombre. No se llega a la compenetración que llegan ellas sino que la rivalidad no desaparece. Tenía celos. Besé a Raquel y nos abrazamos.

- ¿Qué? ¿Éste era el mocoso que querías que nos acompañase?

Ella le miró sonriendo y le invitó con una voz de lo más sensual.

- Acompáñanos... Será muy divertido.

Él en cambio parecía querer irse de allí. Raquel volvió a rogarle pero él ya empezaba a vestirse. Le dijo irritada.

- Cobarde.

Su provocación logró convencerle. Besó a mi mujer mientras yo mamaba de su pecho izquierdo. Luego él estaba mamando el otro pecho. Mamábamos como dos cachorros de su madre mientras Raquel nos acariciaba.

- Vamos, deja de taparte. Quiero ver qué tienes ahí.

El chico se descubrió por fin el pene que tenía completamente erecto y Raquel lo tocó con suavidad. Se arrodilló y agarró nuestros penes. Introdujo el mío en su boca mientras se frotaba la mejilla con el de José. Alternativamente mamaba uno y se frotaba la cara con el otro, hasta quedar llena de semen. El chaval no pude contenerse y se corrió en su cara. Se quedó un poco asustado pero ella le sonrió mientras se esforzaba con coger el semen alrededor de sus labios con la lengua, le encantaba.

- Muy bien, así me gusta. Pero vas a tener que correrte en mi coño si quieres dejarme contenta.

Ahora venía lo más difícil pero también lo mejor. Me tendí en la cama boca arriba, con el pene bien derecho. Entonces Raquel se colocó sobre mí dándome la espalda. José nos miraba con unos ojos que se le salían cuando Raquel cogió mi pene y se lo metió, despacio, por atrás.

- Tengo otro agujero para ti. ¿Lo quieres? – le sugirió.

Desde luego que lo quería. La montó y la penetró. Menudo bocadillo hicimos. Yo me sentía algo aplastado pero no me importaba y empujaba contra el culo de Raquel. Luego me dijo que era como ser una espada entre un yunque y un martillo. Tener dos pollas dentro de ella era algo increíble pero lo mejor para ella era nuestra rivalidad, que nos hacía esforzarnos. Lo cierto es que intentábamos resistir como fuera por la competencia y eso le encantaba. Había logrado juntar a tres generaciones en la misma cama: un cuarentón, una veinteañera y un adolescente.

- Ehhh, dejad de competir. Id más despacio que no vais a aguantar ese ritmo. Aquí nos vamos a correr todos a la vez... y el que no lo haga bien no repite.

Le hicimos caso y seguimos su ritmo.

- Quiero correrme... ¡Más deprisa!

Subimos el ritmo. Los dos empujábamos, cada uno en su agujero, para ver quién podía penetrar más profundo y con más fuerza. Gemíamos los tres pero sobre todo ella, tanto como nosotros dos juntos... Yo no la había visto nunca gemir así.

Por suerte quiso correrse pronto porque yo no habría aguantado ese frenético ritmo mucho más tiempo. Cuando nos ordenó ¡Correos! nos corrimos dentro de ella. ¡Vaya cantidad de semen que soltamos dentro de ella! La sabana quedó completamente húmeda y ella empapada en toda su entrepierna. Nos quedamos en la gloria y descansamos un momento para disfrutar del final.

Nos vestimos en silencio mientras Raquel no dejaba de hacer comentarios sobre lo bien que había estado. Quería repetir aquello y nos preguntó qué opinábamos. Yo dije que sí y José, que ya había perdido la timidez después de esto, también quería.

- Pues nada, repetiremos – dije.

Repetimos en un par de ocasiones, probando algunas cosas más. Cada vez era increíble, pero lo que yo temía, sucedió. José acabó gustándole y pronto prefirió cada vez más tener sexo sólo con él, así que me dejó de lado. Con el tiempo la vi menos hasta que se acabó completamente nuestra relación. La última vez me dijo que no me lo tomara a mal, que ella no podía ligarse a nadie, y que, de hecho, ya había echado el ojo a otro hombre para sustituir a José. No me lo tomé a mal, si acaso con un poco de tristeza, pero nuestra relación me había abierto la mente y ella no sería la última de las infidelidades que acabaron con mi matrimonio.

FIN

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