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El encuentro más inoportuno

en Trios

Se suponía que estaríamos solos tú y yo. Se suponía que aquélla sería otra sencilla tarde de domingo más, para descansar después del ajetreo de toda la semana. Tomaríamos algo en la terraza del bar y luego quizás iríamos al cine o pasaríamos simplemente el resto de la tarde en casa, viendo un DVD. Por la noche, sexo tranquilo en casa, como hacen los matrimonios normales como el que se suponía que éramos.

Pero contigo nada es como se supone que debería ser, y a ti todo esto debía parecerte mucho suponer. Tan tentadora, tan imprevisible…, debí imaginarme que de nada servirían los planes que había hecho. Una comida juntos, un poco de intimidad en la tranquilidad de la Casa de Campo… Todo muy previsible. Qué confiado soy a veces, ¿verdad?

Junio había comenzado realmente caluroso y se agradecía mucho la sombra del toldo. Te hablaba sobre la familia y esas cosas, pero yo notaba que te aburrías como una ostra.

-Hace buen día, ¿verdad? -te dije.

-Sí, hace bueno.

-¿No te gustaría que montásemos en bote?

-Si tú quieres…

No parecías muy ilusionada. En fin, debería haber imaginado que un paseo en bote no era la idea que tú tenías de un domingo interesante. Iba a decirle al camarero que nos trajese la cuenta y entonces ocurrió el encuentro más inoportuno.

-¡Eh, Ramón! ¡¿Qué tal estás?!

¿Ramón? ¿Quién me llamaba? Sobresaltado, me di la vuelta y era Juan, un compañero de trabajo.

-¡Ah, hola! ¿Cómo tú por aquí? -le devolví educadamente el saludo, sin entusiasmo. Era un encuentro inoportuno porque yo quería estar contigo a solas, no tenía ganas de conversación.

-No esperaba verte aquí.

-Yo tampoco. ¿No me vas a presentar?

-Claro. Ella es Mari Carmen, mi mujer. Juan, un compañero de la oficina.

-Mucho gusto…

Le quitaste el habla con esa mirada tuya. Eres una mujer atractiva. Qué lástima que no pueda presentarte a mis amistades. ¿Qué por qué no? ¿Cómo puedes preguntarme eso conociéndote, después de lo que pasó? En cualquier caso nunca te había presentado a algún compañero de la oficina. Tan indomable como eres, temía que ocurriera cualquier cosa.

-Bueno, yo sólo pasaba por aquí. Os dejó.

Él debió entender que no tenía ganas de conversación. Pero tú tenías otros planes.

-¿Eres compañero de Ramón? Quédate a tomar algo con nosotros. Pero mejor entremos, que tengo calor aquí fuera.

No se te había ocurrido nada mejor que invitarle a tomar algo con nosotros. ¡Y lo peor es que se sentó! Claro, quien te iba a negar algo. Podrías pedirle a un hombre lo que quisieras mientras le mirabas con esos ojos tan negros. Conmigo te funcionó: conseguiste que me casara contigo y luego conseguiste que te consintiera muchas cosas…

Entramos y tú tuviste cuidado de elegir una mesa en una esquina y de sentarte entre los dos. Lo que yo te digo: no acabas de pensar las cosas y ya estas haciéndolas.

-¿Me disculpáis? -Y él se levantó de la mesa para irse al lavabo. Yo bostecé un poco.

-¿Sabes qué me apetece muchísimo? -me susurraste en el oído-. Que nos vayamos los tres a…

Bajaste tanto la voz que apenas escuché lo último pero fue suficiente para sobresaltarme. A veces me pregunto si de verdad piensas las cosas un par de minutos antes de hacerlas… Me parece que no.

-¿Qué dices? Estás de cachondeo, ¿no?

Volvió en ese momento y se sentó. Yo me callé, pensando que lo que habías dicho no era más que una broma maliciosa.

Mientras hablábamos, recuerdo cómo tú jugabas distraídamente con un llavero que sujetabas entre los dedos. Hasta que te cansaste del juego y comenzaste uno mucho más divertido cuando esa misma mano se posó sobre mis pantalones bajo la mesa. Me sobresalté pero disimulé lo mejor que pude. Ya estaba muy tenso en aquella situación y tú querías tensarme más. Que tu mano agarrase y masajease con tranquilidad el bulto que se formaba en mis pantalones entre las piernas no me facilitaba las cosas… Con esa misma tranquilidad me desabrochaste el pantalón. De veras que lo necesitaba, porque la opresión era insoportable. Pero no era suficiente: tenía la verga completamente dura, y eso que la tarde sólo acababas de empezarla. Suspiré cuando acabaste de liberar mi pene y pude sentir las yemas de tus dedos directamente sobre la piel. Con sólo dos dedos cogiste la polla y empezaste a masajearla recorriéndola de arriba abajo y de abajo arriba, despacio y con suavidad.

¡Y seguías hablando con toda tranquilidad, como si no tuvieras mi pene en la mano sino un juguete! Fingías ser una niña buena y sólo alguna sonrisa que me dirigías de vez en cuando te descubría. Fue una de esas sonrisas la que me lanzaste antes de deslizar la otra mano hasta el borde de la mesa y hacerla desaparecer. Luego noté el sobresalto de Juan, cómo su expresión se volvía rígida y estúpida como debía haberlo sido antes la mía. De veras, conseguiste escandalizarme por mucho que yo creyera conocerte bien. No podía imaginarme que estuvieras masturbándonos a los dos, como si fuera lo más normal del mundo. Seguimos hablando pero la conversación se hizo cada vez más lenta y difícil. Él no era capaz de hablar con normalidad mejor que yo y es que es difícil hablar como si tal mientras una mujer tan sugerente como tú juega a masturbarte.

-¿Os gusta? –soltaste de pronto.

-¿Qué cosa? –preguntó, con la voz ligeramente tensa.

-Estar en mis manos… -dijiste con tono divertido, y él abrió los ojos al darse cuenta de dónde estaba la otra mano.

-Creo que ya es suficiente-. Tus manos volvieron a estar sobre la mesa. –Ahora soy yo la que quiere saber qué podéis hacer vosotros conmigo… Os la he puesto bien dura.

Él no acababa de creerse lo que estaba ocurriendo.

-Hazla caso –le aconsejé-, cuando se le mete algo en la cabeza, lo consigue. Es muy cabezona…

-No digas eso, cariño. Si lo estáis deseando… Vayámonos a un sitio más íntimo –dijiste, y se acabó la conversación.

Nos fuimos al coche. Me tocaba conducir y lo lamentaba de veras, porque ninguno de los dos quisisteis sentaros delante conmigo. Era insufrible ver por el retrovisor cómo te metía mano mientras yo estaba al volante.

-No, no hagas eso –le dijiste en broma mientras él insistía-. No quiero que Ramón se ponga tenso mientras conduce.

-¡Qué graciosa! –comenté con enfado pero excitado también.

Así que me tocaba aguantar ver cómo os abrazabais y besabais. Pero cuando él te subió la camiseta hasta más arriba del sujetador, me pareció demasiado.

-¡Eh, no os paséis!

-¡Vale, vale! –me concediste, casi riendo, y le dijiste-: Bésalos, pero sin quitarme el sujetador, que se enfada-. Y no dejó de chupártelos hasta que llegamos.

Fuiste la primera en desnudarte. Te desnudaste despacio para los dos: quitándote primero la minifalda y luego la camiseta. A él se le abrieron los ojos en par mirándote, y aunque yo te había visto desnuda muchas veces, me sentí tan excitado como la primera vez. Eso sí, te hiciste algo de rogar para quitarte el sujetador, hasta que nos diste el gusto y pudimos admirar tus pechos proporcionados y firmes. Yo no podía aguantarme y te bajé las bragas como siempre me gusta hacer.

-Vamos, desnudaos vosotros.

Era algo violento pero sólo tenías que ordenar y nosotros obedecíamos. Nos desvestimos mientras empezábamos a magrearte.

-Ahora los pantalones.

¡Fuera pantalones! También me quité los calzoncillos porque ya no podía aguantarlo. La tenía completamente tiesa y apuntando hacia ti… Nos sentamos los tres completamente desnudos sobre la cama, y así nos masturbaste otra vez, con una mano en cada polla, o una polla en cada mano, como prefieras, mientras nosotros te bésabamos y te devorábamos los labios, los hombros y las tetas, sin dejar de acariciarte. ¿Disfrutabas mucho teniendo a dos hombres sólo para ti? ¿Tanto como yo cuando frotabas suavemente la piel de mi verga con los dedos?

-Ya no puedo más… -dije. No aguantaba las ganas de follarte.

-¿Quién va a ser el primero? –preguntaste entonces.

-Yo – respondí inmediatamente.

Empezó la discusión. Era imposible ponerse de acuerdo en esto y lo sabías, sabías que nos moríamos de ganas de follarte inmediatamente.

-Te esperas – dijo él.

-¿No crees que tu amigo no me ha follado antes? Y yo tampoco lo he hecho con él. Que sea el primero.

-¡De eso, nada!

No estaba dispuesto a ceder pero te saliste otra vez con la tuya. Me la agarraste bien con la mano y me la meneaste violentamente. Gemí y toda la excitación contenida explotó en un segundo y mi polla quedó correosa y flácida en la palma de tu mano.

-¡Qué pena! Fóllame tú entonces…

Ahora te recuerdo como entonces: desnuda y tendida sobre la cama, ofreciéndole tu sexo a él mientras yo miraba. Me moría de rabia porque le abrías las piernas para meterse entre ellas. Te la metió y no disimulaste nada lo mucho que te gustaba. Sentía enfado pero también mucha excitación viéndote así, jadeando porque otro tío te la había metido y te estaba follando ante mis ojos. Empujaba y tú lo celebrabas. Pasaste de jadear a gemir a medida que tu respiración se hacía más entrecortada. ¿Cómo podía no sentirme celoso viéndote gozar así? Supe en ese momento que no podría acapararte para mí… y sin embargo no me importaba, no podía prescindir de ti.

Todo tu cuerpo se movía cuando él arremetía contra ti y se te agitaban los pechos, que él te masajeaba. Echaste la cabeza hacia atrás, estirando el largo cuello, y me sonreíste. No pude evitar que empezara a recuperarme con más rapidez de lo que esperaba. Mi polla estaba sobre tu cara y tú te reías viéndome así. Eras una zorra y yo todavía no sabía cuánto…

Cogí tu cara con ambas manos y te planté mi pene delante de los ojos. Me sonreíste mientras te ponía la punta sobre los labios. Lo besaste y abriste la boca. Simplemente te la tragaste con toda facilidad.

Él no podía creerse que me la estuvieras chupando mientras te la metía y te la sacaba, pero la mitad de mi verga estaba dentro de tu boca.

-¡Tu "novia" es una zorra! –dijo, y ¡vaya que si tenía razón! Dejaste mi verga sólo un momento para reírte y luego te tragaste otra vez el capullo. Te gusta mucho chuparla, ¿verdad? Y si otro tío te la mete mientras en la entrepierna, mucho mejor.

Te acariciaba los pechos y tú me acariciabas la punta del capullo con la lengua entre trago y trago. ¿Cuánto gozabas con dos hombres a la vez, enroscando las piernas alrededor de su cintura y los brazos alrededor de mis caderas? Parecía que quisieras exprimirnos, y lo conseguiste…

Te la saqué de la boca antes de correrme. Me gustan tanto esos ojos negros que tuve que ponerte el capullo encima y correrme sobre esos ojos de hechicera, dejando el semen caer sobre tu cara. Sonreíste lasciva entre los hilillos de semen que recorrían tu cara, desde los párpados hasta los labios...

Él empujó todavía más fuerte y luego se corrió entre tus piernas.

Pero no ibas a quedarte satisfecha hasta acabar con los dos. Ahora estabas echada boca abajo y yo sujetaba ese delicioso culo tuyo con las manos y te la metía entre las nalgas. No podía verte la cara –sólo tu melena oscura sobre los hombros- pero sabía que tenías su polla en la boca y que se la estabas chupando cuando todavía no se habían acabado de secar los grumos de mi semen en tus mejillas. Tu cabeza subía y bajaba porque todavía no habías tragado suficiente.

-¡¿Pero dónde conociste a esta puta!? –exclamó él, y yo también me hice esa pregunta. ¿Dónde había podido encontrar a una mujer como tú? Y ahora, ¿cómo podría ser fiel a mi negarte nada? Yo no podía hacerlo, nadie podría, porque no sabía dónde había encontrado a la zorra que se tragaba el semen de otro hombre mientras yo me corría entre tus nalgas, en el sexo caliente y húmedo…

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