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La suerte es una fulana

en Parodias

Dedicado a mi estimado Álvaro, que siempre se está quejando por su escaso éxito con las mujeres y con quien comparto el gusto por la ciencia ficción...

Álvaro ya ni recordaba la última vez que había ligado. No tenía éxito entre las mujeres y no entendía por qué: él trataba de ser amable, era inteligente y tampoco se consideraba feo. A pesar de su timidez lo intentaba una y otra vez, y era difícil no desanimarse con tantos fracasos.

Lo peor no es que ellas no se sintieran atraídas por él, no. Lo peor es que no le respetaban y le trataban de cualquier manera. Aquella noche, por ejemplo, una chica había pedido fuego para encender su cigarrillo y el otro no tenía encendedor. Era su oportunidad y él se había acercado entonces con su mechero y ofreciéndose con una sonrisa:

- Yo te doy fuego.

- Pues no fumes, que es malo para la salud – le había cortado arisca antes de irse y dejarle con una cara estúpida.

¡Bonita forma de empezar la noche! De todas formas había que seguir intentándolo y en la barra había otra chica que le gustó. Él se acercó a ella para invitarla.

- ¿Te invito a tomar algo? – le preguntó amablemente y con una sonrisa (a pesar de todo él siempre conservaba una sonrisa).

- Mejor te invito yo a un paseo.

- ¿Y adónde vamos?

- El paseo es sólo para ti y te vas lo más lejos de mí que puedas – respondió y se giró para darle la espalda.

Otra vez se heló la sonrisa en la cara de Álvaro. Ya no quedaba ni educación. Daban ganas de llorar.

- ¿Me invitas a mí? – preguntó una voz con curioso acento a su izquierda. Se volvió y encontró a la chica de sus sueños.

Allí tenía una rubia de pelo sedoso y esponjoso, labios gruesos y sensuales, y unos ojos azules de gata podrían haberle derretido allí mismo... Y esa cabeza perfecta estaba unida a un cuerpo perfecto de curvas cubiertas con un vestido negro que insinuaba un escote muy prometedor. No tenía muy claro Álvaro que se estuviera dirigiendo a él y miró alrededor. ¡Sí, le hablaba a él!

- Invítame – insistió ella con una expresión sensual que nunca la abandonaba y que escondía una malicia que no dejaba indiferente a ningún hombre, y menos que a ninguno a Álvaro.

Él no se hizo más de rogar y la invitó. Supo que ella se llamaba Svetlana y era rusa; a Álvaro le había intrigado ese curioso acento con que hablaba. Mientras bebían, Álvaro le hablo de lo bien que le iba: terminada la carrera de informática había conseguido un buen empleo y empezado a comprar un piso. Ella no le interrumpía y aquella mirada tan fija le animaba a seguir hablando. Esa mujer sí que sabía escuchar, no como las otras, que enseguida se aburrían de él y no dudaban en bostezar.

- ¿Por qué no me enseñas tu piso? – le sugirió ella, interrumpiéndole por primera vez.

La proposición había sido inmediatamente aceptada por Álvaro y allí estaban, en su piso. La chica se había quedando mirando la decoración porque estaba toda inspirada en la gran pasión de Álvaro: la ciencia ficción. En las paredes colgaban posters de La Guerra de las Galaxias y de Star Trek mientras que en las mesas no faltaban figuras de plástico de todos los personajes de La Guerra de las Galaxias. Ella cogió divertida una figura de la princesa Leia como en la escena en que aparece encadenada y apenas vestida. En las estanterías había montones de libros, todos del género por supuesto, y no faltaban las novelas de Isaac Asimov o Philip K. Dick, los escritores preferidos de nuestro amigo Álvaro, que estaba algo pensativo.

- La ciencia ficción es para los que soñamos con un mundo mejor. ¿Sabes? Yo estoy convencido de que todo esto será realidad y viajaremos a la velocidad de la luz y la ciencia nos ofrecerá muchas oportunidades que ahora apenas podemos comprender...

- ¿Por qué no me enseñas tu dormitorio? – le cortó ella.

De nuevo le había sorprendido pero la verdadera sorpresa para él fue cuando se giró y vio que se había quitado el sugerente vestido (en apenas unos segundos para que él no se diese cuenta) para dejar al descubierto un sujetador y unas sofisticadas bragas con ligueros, todo negro como el vestido. Era más que suficiente para dejar sin aliento a Álvaro.

Svetlana le hizo un gesto divertida con los labios para sacarle de su arrobamiento y Álvaro despertó para encontrarse con que aquel sueño no había terminado... Mientras ella caminaba derecha al dormitorio, él no perdía ojo a esas piernas tan largas. ¿Podía ser real esa mujer? ¿O sería una alienígena?

En la habitación, Álvaro la miró sobre las sabanas antes de decidirse a acompañarla... Se veía fiera como una pantera con esa ropa interior tan oscura. Cuando se desnudó se arrojó a ella y la besó, con más ganas que acierto, para después comérsela no ya con los ojos sino con la boca. ¡Menuda talla de sujetador gastaba la chica! Se moría de ganas por quitárselo.

- ¿Te gusto? – le dijo ella irónica y tentadora con su encantador mientras él trataba de desabrochar el sujetador.

No atinaba a soltarlo, tampoco es que tuviera mucha práctica, pero ella le ayudó y cuando lo arrojó al suelo, Álvaro se encontró con unos pezones rosados en unos pechos tan generosos como tiernos... ¿Era delito ver algo tan hermoso? Ella le ayudó de nuevo trayéndole a ellos y cuando los besó no pudo dejar de comerlos.

Era su piel tan blanca y tan suave que él la besaba sin cansarse, hasta que vio una línea delicada entre sus piernas y como su pene ya no podía levantarse más se arrojó allí.

- ¡Joder, cómo estás! – Álvaro había perdido su timidez con tanta provocación y tantos reclamos para su vista. Entró a saco en aquel coño y tenía la cara deshecha de placer, gimiendo con la boca abierta como en un extasis místico. ¿Cuándo iba a despertar de algo tan maravilloso que no podía ser verdad?

Pero era real porque se corrió.

- Aaaahhhh – gimió ensanchando la boca aun más, como un dibujo animado.

Su polla se deshizo entonces y él se corrió contento y con otra de sus sonrisas en los labios...

Habían sido los diez minutos más increíbles de su vida (¿poco quizás?) y Álvaro miraba al techo como si sus ojos llegaran a otro mundo. Había justicia en el mundo y era irrefutable que Dios existía, pensaba. Por otra parte se sentía agotado y pasó así unos minutos saboreando el momento antes de hablar.

- Ha sido maravilloso – dijo Álvaro con una enorme sonrisa - ¿No crees?

- Me alegro por ti. Son doscientos euros.

- ¿Qué?

- Doscientos euros si no quieres nada más... y dudo que pudieras hacer más – añadió irónica.

Álvaro alucinaba. Parecía que aquella mujer podía dejarle con la boca abierta con sólo proponérselo y de nuevo lo había conseguido. ¡Quería cobrarle! ¡Qué forma de romper un momento tan memorable, tan histórico!

Sin embargo, aún le quedaba algo de valor y la indignación le dio fuerzas para atreverse a preguntar:

- ¿Y si no quiero pagar?

Por primera vez ella perdió la sonrisa, pero no la calma.

- Tendría que hablarlo con Dmitrovic.

- ¿Y ése quién es?

- Es mi chico. Es serbio y luchó en la guerra de Yugoslavia. Realmente tiene muy mal genio.

La idea de un serbio con gesto ceñudo y un fusil de asalto y proxeneta de profesión acabó de dejar a Álvaro completamente blanco. Su rostro era ahora tan pálido como la piel lechosa de la mujer que estaba desnuda en su cama.

- Voy a por el dinero – y salió pitando a buscar los euros mientras ella se vestía de nuevo.

- Sólo tengo ciento cincuenta euros – le suplicó pero no sirvió de nada: fueron al cajero más cercano a por dinero.

- Trescientos euros – le pidió entonces ella.

- ¿¿Trescientos??

- Cien más por el retardo y por el desplazamiento.

Por supuesto hubo de pagar a rajatabla. Cuando llegó a su casa se fue derecho a la cama, aunque esa noche la pasaría en vela. ¡Joder, trecientos euros! pensaba. No podía llorar por la furia que sentía en ese momento. Tan irritado estaba que derribó la maqueta de una nave de un manotazo, cayó al suelo y se deshizo en pedazos, tanto que le había costado montarla...

Sin embargo lo que más le dolía era la autoestima. Tardó mucho en volver a intentar a ligar. Pero lo hizo y una noche tuvo suerte. Una chica le hizo caso y esta vez él tomó sus precauciones.

- Pero oye, no me pidas demasiado, que no puedo pagar.

- ¿Cómo que no puedes pagar? – le preguntó ella sin entenderle.

- Sí, es que más de cien euros por una noche como que no puedo darte.

¡Menuda bofetada que recibió! Le siguió doliendo mucho después de que ella hubiera dejado el local completamente furiosa. Álvaro se lamentaba y apenas podía retener las lágrimas. ¡Por qué serán tan malas las mujeres! se preguntaba, ¿y quién se atrevería a darle respuesta...?

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