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Mi mujer, con otra mujer

en Sexo con maduras

Mi mujer y yo formamos una pareja de cuarentones muy liberal. No habría podido ser el típico marido monógamo que hace el amor a su mujer dos veces a la semana a lo misionero. De no haber encontrado a alguien como Rebeca, tenía yo los treinta y cuatro entonces, dudo que me hubiera casado. Rebeca es tan imaginativa y desinhibida como yo. La confianza es absoluta entre nosotros y siempre hemos tratado de probarlo todo, incluyendo a otras personas también.

Fue una vez que formamos un trío con otra mujer, cuando tuve el deseo de que Rebeca tuviera sexo no con otro, esto ya lo había probado, sino con otra. La mujer que completaba el trío le había dado un beso en los labios, sin lengua y no muy largo, pero que había bastado para excitarme y sentir esa necesidad. A la noche siguiente me notó pensativo.

- A ver, ¿qué estás pensando ahora? – me preguntó.

Yo no me atreví a soltarlo inmediatamente porque reconozco que mi fantasía era un poco difícil. Al final lo confesé. Ella fingió enfado:

- Vaya, con que ahora al señor le gustaría que hiciera el amor con otra mujer, ¿y por qué no delante de él?

- Eso no estaría mal.

- Pues tendrás que olvidarte. – contestó, y a continuación desapareció debajo de las sabanas para hacerme una buena mamada, para que me olvidase de aquel capricho.

Me olvidé del tema porque entendía perfectamente que se negase: yo no lo habría hecho con otro hombre por mucho que me lo hubiese pedido, pero lo cierto es que fue ella quien me lo recordó tiempo después. Me confesó que algunas veces había tenido esa tentación pero que le hacía sentir mal...

- Eh, creo que después de haberlo probado todo no deberías sentir vergüenza por eso – le respondí.

Si mi mujer quería probarlo con otra mujer no tenía ningún inconveniente. Me excitaba la idea y nos pusimos a buscar a alguna desconocida con quien contactar discretamente. Era una idea difícil de llevar a cabo y queríamos a alguien con cierta experiencia. Nos pusimos en contacto con una tal Silvia, una chica de veinticinco años bastante guapa, morena, y lo suficientemente abierta. Había ya experimentado con otras mujeres; es más, diría que, en cambio, no lo había hecho con otros hombres. Sólo tenía un inconveniente: me impuso la condición de que habría de estarme quietecito. Accedí a regañadientes a mi papel de voyeur.

A la semana siguiente Silvia se presentó en casa. Nos presentamos y luego fuimos a la habitación. Me senté en una silla al lado de la cama, impaciente por lo que iba a ver.

- No se te ocurra tocar. – Me recordó la chica – Cuando acabe de espabilar a tu mujer, ya sólo va a querer sexo con mujeres.

Otra prueba más de que, para mí, que era una lesbiana. Realmente era un poco antipática conmigo la tal Silvia. Rebeca apenas aguantaba la risa pero se puso más tensa cuando Silvia comenzó a tocarla.

- Eres preciosa. – Le dijo a mi mujer, mirándola a los ojos y habiéndose olvidado ya por completo de mí. Rebeca se ruborizó y ahora el que se aguantaba la risa era yo. Resultaba irónico que una jovencita con casi la mitad de años que mi mujer fuera a darle lecciones y a llevar la iniciativa.

Silvia se desvistió rápidamente pero mi mujer lo hacía más despacio, vacilando. Estaba nerviosa y disfrutaba con ello.

- Relájate. Tú y yo vamos a ser buenas amigas.

Cuando quedaron desnudas comprobé que nuestra invitada era una chica de lo más apetecible, sobre todo por ese culito respingón; una lástima que no pudiera tocar nada. Era además muy cariñosa con mi mujer y la besaba y acariciaba con ternura en el cuello, en los hombros, en los pechos... porque si sus jóvenes pechos eran hermosos y proporcionados, los de mi mujer tienen un tamaño respetable, y me quedo con ellos, la verdad. La chica quedó entusiasmada con sus tetas y allí iban sus besos más ardientes, mientras con la mano estimulaba el sexo de Rebeca, que estaba tumbada de espaldas y dejando hacer a su compañera. Silvia se colocó para que sus pechos más pequeños rozaran los de mi mujer, y disfrutaba frotando su cuerpo contra el suyo. Yo ya me estaba deshaciendo de placer. También mi mujer se iba excitando y empezaba a ser más activa, dejándose llevar por el momento. A su compañera le gustó y se besaron en la boca; podía distinguir sus lenguas y cómo se tocaban sin problema. Mi mujer disfrutaba de lo lindo y yo con ella. Empezaba a desinhibirse y la prueba es que llevó su mano al culito de la chica. Allí introdujo un dedo en el ano de su compañera, que quedó muy sorprendida y gimió de placer. A mí no me sorprendió, mi mujer siempre acaba tomando la iniciativa... Me levanté y me acerqué a los pies de la cama para observar cómo ahora clavaba sus dedos en el culito de aquella jovencita.

- Chúpame el coño – le dijo completamente excitada.

Silvia obedeció y llevó allí su lengua y sus dedos. Mi mujer se retorcía de placer y abría la boca de una manera... cómo me habría gustado besarla entonces. Fue ahora a Silvia a la que le tocó acostarse sobre la cama dejando bien a la vista de mi mujer su culo. Los dos habíamos coincidido en que era uno de sus mayores atractivos... Lo mordió con entusiasmo y la chica gritó un poco pero le encantó que mi mujer besara y mordiera su culo mientras le metía los dedos por el coño. Aquello era increíble; me acerqué lo suficiente para ver cómo sus dedos entraban allí.

Tanto mi mujer como la chica se corrieron. Lo supe por la humedad sobre las sabanas. La chica estaba entusiasmada y quería más... Rebeca me miró cómo preguntándome con la mirada si me gustaba aquello, y la cara de excitación que tenía hablaba por sí sola.

- Bueno, me parece que debería ocuparme de ti... – me dijo.

Cómo quiero a mi mujer en momentos así. Ahora me tocaba a mí desahogarme después de tanto calentón. A la chica no le gustó mucho pero reconoció que había valido la pena y se despidió. No esperé a oír el sonido de la puerta para empezar a desahogarme con mi mujer. Estaba completamente humedecida ya y no me costó nada correrme después de haberla visto hacer el amor con otra mujer.

Repetimos la experiencia, pero de forma muy distinta, quizás otra vez hable de ello porque merece la pena. De todas formas fue una suerte que, aunque Rebeca quiso probarlo más veces con otras mujeres, no dejaran de gustarle los hombres.

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