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Una mujer para Superman

en Parodias

Como cada mañana, el mejor dotado entre todos los superhéroes entró en el rascacielos en que se encuentra la redacción del Daily Planet, bajo la anodina identidad del reportero Clark Kent. Desde que se casara con su colega Louise Lane, entraban siempre juntos los dos periodistas, salvo cuando habían mantenido una seria discusión la noche anterior. Esta vez era aún peor, porque no se trataba de una simple discusión conyugal sino de un problema más profundo y que los estaba separando.

El chico alegre que se criara en una humilde granja, tenía hoy la mirada seria y cansada y la boca doblada en un gesto de amargura. Observaba su café matutino con asco, como si la taza estuviera repleta de viscosas lombrices nadando en el café. Todo esto era, como digo, muy extraño en el buenazo de Clark. Así lo encontró su compañero Jimmy, que fue tan indiscreto y directo como siempre.

- ¿Qué ocurre? Veo que tenemos mala cara, ¿eh? – le dijo con su desparpajo habitual.

Pero Clark ni se preocupó en contestarle.

- Vaya, no estás muy hablador hoy – comentó, y Clark pensó con un sarcasmo raro en él que su colega no era muy inteligente. - ¿Problemas conyugales? – Clark se sobresaltó -. ¿O quizás problemas de cama? – añadió el diplomático joven y su compañero le echó una mirada de esas que matan... y pudo ser en el sentido más literal, porque tuvo la tentación de desintegrarle la pecosa cara de gilipollas con su mirada calorífica... Pero enseguida se arrepintió de haberlo pensado. Jamás había deseado hacerle daño pero es que el bueno de Jimmy a veces parecía tan subnormal y tan retrasado... Hoy no era su día, desde luego.

De todas formas, el imbécil había dado en el clavo. El hombre de acero, el hombre que era considerado en Metrópolis y en el mundo entero como un sex-symbol, el hombre al que deseaban tantas mujeres por sus supuestas capacidades en la cama, este hombre, digo, era virgen. Sí, créanme: a sus treinta y cinco esplendorosos años, Superman era un hombre virgen y que no podía cumplir esos deseos tan naturales como necesarios. No es que fuera impotente ni padeciera alguna desviación, todo lo contrario, es que él era el hombre de acero y ninguna mujer hubiera resistido la fuerza de sus deseos...

Desde la infancia había aprendido a controlar sus poderes. Era un consumado actor que fingía cansancio después de subir unas escaleras y que parecía esforzarse al levantar un paquete. Podía dar un firme apretón de manos usando en realidad una minúscula parte de su fuerza y manipular los objetos más delicados con precisión de relojero.

Pero el sexo era distinto, porque el sexo significa dejarse llevar y limitar el autocontrol para que la pasión pueda ocupar el lugar de la razón. Baste decir que cuando era joven no podía hacerse una paja en casa porque ésta empezaba a temblar y el semen corroía los muebles o cualquier cosa que tocase, como si fuera ácido sulfúrico. Tenía entonces que recorrer cientos de kilómetros hasta llegar a un lugar suficientemente desierto donde quedarse a gusto. Luego creció y tuvo que seguir conformándose masturbándose en algún páramo desierto.

Él hubiera querido estrechar a su amada Louise entre sus brazos y estar entre sus piernas y hacerle el amor apasionadamente... pero la habría matado. Ese abrazo apasionado que él quería darle habría quebrado su columna vertebral como si fuera un palito y el semen hubiera salido a tanta presión que le hubiera reventado los ovarios y el sistema digestivo antes de salirle a borbotones por la boca. No, el apasionado Superman tenía que conformarse con rozarla delicadamente como si fuera de cristal y acariciarla como un castillo de arena que puede derrumbarse al menor roce. Ella le había animado a más y a tener confianza en su autocontrol, pero Superman nunca habría dejado que corriese ese riesgo. Sería menos arriesgado y doloroso para ella utilizar un martillo neumático como vibrador que dejar que él la penetrase.

Habían probado algunas ideas sin éxito. La kriptónita, en cantidades moderadas, podía mermar su fuerza, pero, además de dolorosa para él, tenía el efecto de inhibir también su deseo y provocarle impotencia... Louise ni siquiera podía masturbarle porque el pene de acero apenas se estimulaba mientras ella lo golpeaba con un bate de béisbol.

Ésta era la triste vida sexual de Superman, alias Clark Kent.

Fue así, cabizbajo y buscando alguna cosa en el cenicero con la mirada, que ella lo encontró. Vestía una amplia gabardina pero no podía pasar inadvertida con esas piernas tan magníficas de amazona que empezaban en las altas y rojas botas y la exuberante melena azabache cayendo sobre su espalda. No hubo hombre en la cafetería del Daily Planet que le perdiese ojo, y a saber qué cara hubieran puesto algunos de contemplarla con su corpiño de oro y su ropa ajustada. Es que Wonderwoman, pues de ella se trataba, no era una mujer cualquiera, y Clark se sobresaltó al verla haciéndole un gesto desde la barra. Luego fue hasta él y más de uno se volvió para verla pasar porque esos muslos abrían realmente el apetito... Jimmy hizo un gesto con la mano, como diciendo qué buena está… que no le pasó inadvertido a la dama, que a punto estuvo de darle una ostia. Pero recordó que al último gilipollas, que le había soltado una cerdería mientras iba de incógnito por la calle, le había sacudido una bofetada que le había partido la mandíbula en cinco trozos, y se controló.

- Buenos días, Clark.

- Hola, Diana.

Clark acabó de tomarse el capuchino antes de hablar:

- ¿Cómo se te ha ocurrido venir aquí, al Daily Planet?

- Tenemos que hablar. Sé que tienes un problema y yo también...

Él no dijo nada pero se envaró.

- Clark, lo necesitas. Tu cuerpo te lo exige y yo me he ofrecido muchas veces... Sabes que Louise no puede hacerlo.

- ¿Y por qué me buscas?

- Uff, sabes que en mi isla, con toda esa historia del matriarcado, no hay muchos hombres disponibles precisamente. En cambio, tengo una legión de servidoras para satisfacerme.

- No está mal: tú al menos puedes hacer algo mejor que masturbarte.

- Sí, pero una acaba cansada de tanta orgía lésbica y le dan ganas de variar un poco. El problema es que he probado con muchos hombres y apenas si les siento. He probado con atletas, gigolos y actores porno, y nada, que no me satisfacen.

>> También he intentado con otros superhéroes, claro. Spiderman es majo, pero no hubo forma porque es demasiado fiel a su novia. Y Batman... ya sabes lo que le ha ocurrido, ¿no?

- Lo sé, y lo siento mucho por él.

Clark pensó en su amigo Batman. Su relación con los sucesivos muchachos que habían ocupa do el papel de Robin no era un secreto para nadie, pero es que los había ido eligiendo cada vez más jóvenes. Elegir a aquel adolescente de catorce años había sido demasiado: el muchacho le había denunciado y ahora estaba en busca y captura por pederastia.

- ¿Y el Capitán América?

- ¡Boff! Desde que se alimenta a base de hamburguesas para defender la gastronomía de tu país ha engordado cien kilos y se ha vuelto diabético e impotente. Y Lobezno pilló una rara enfermedad haciéndolo, vete a saber cómo, con un pastor alemán...

- ¡Cómo está el patio! – exclamó Superman, escandalizado.

- Y ahora, ¿me vas a hacer caso? – le dijo ella, bajando una mano por dentro de sus pantalones. Nadie vio cómo lo hacía gracias a la gabardina y a su habilidad. El pene de Superman sufrió una rápida erección mientras ella lo acariciaba con agrado.

- Grande y duro como el acero... – le susurró.

- No podrías hacer nada con él.

- ¿Ah no? Yo creo que se pueden hacer muchas cosas con esto: espera a ver cómo se derrite en mi boca.

¡Aquello era demasiado! Él había resistido la tentación muchas veces pero Wonderwoman era mucha mujer y él ya no podía más. Louise tendría que perdonarle pero Wonderwoman era su única esperanza: si ella no podía hacerlo, sólo le quedaría Hulk para probar y la idea no le gustaba demasiado...

- Quedamos arriba, a la última planta – le dijo, y ella sonrió porque se le había rendido después de tantos años intentándolo.

Luego se separaron y Clark fue a la oficina, como si nada hubiera pasado. Se encontró con Louise y apenas se saludaron con un triste hola. Clark se sintió algo mal por lo que iba a hacer, pero es que no quería morir virgen. Además sólo sería sexo, se dijo a sí mismo.

A eso de las once de la mañana Clark pensó que había llegado el momento. Pidió permiso para marcharse a casa porque se sentía enfermo. Nunca había estado realmente enfermo en su vida, y era la primera vez que lo pedía, así que el director White, muy sorprendido por la petición, le concedió el permiso enseguida. Lo malo es que Louise sí sabía que era imposible que enfermara y sabría que mentía: en fin, ya se inventaría alguna historia de invasores extraterrestres en Nueva Zelanda o algo por el estilo...

El edificio del Daily Planet estaba entre los más altos de Metrópolis, una ciudad de rascacielos. La vista panorámica desde la azotea era de vértigo pero Superman estaba más que acostumbrado a las alturas. Corría una agradable brisa. En medio de la azotea, le esperaba una mujer que le producía bastante más vértigo.

- Al final has venido.

- Aquí estoy – dijo Superman, y se posó en la azotea.

Para panorama el que había delante de él, porque sin la gabardina Wonderwoman se veía aún más increíble. A los superhéroes y superheroínas no les gusta disimular sus cuerpos perfectos, y el corpiño de oro y bien apretado de Wonderwoman era todo menos discreto, como su traje rojo y azul tan sexy como hortera (nunca se ha sabido por qué las estrellas y los colores de la bandera estadounidense, como también se desconoce por qué Superman prefiere la bandera española). En cuanto a Superman, ya no era el blandengue y tímido oficinista Clark Kent sino que el traje azul se ajustaba a cada músculo del cuello, de los brazos, de los abdominales, de la entrepierna...

Se acercaron y fue ella la que rompió el hielo:

- Bésame.

¡Y cómo no iba a besar a esa supermujer! Superman la abrazó con sus brazos de acero. Un beso y un abrazo, esto es todo lo que había conseguido Wonderwoman hasta ahora. Él se sintió abrasarse y la abrazó aún más fuete, pero Wonderwoman no se rompió. El abrazo que habría roto una viga, a ella sólo la excitó y le hizo desear que la abrazara más fuerte.

- ¿Quieres que me quite el corpiño? – le preguntó con los ojos tan azules y brillantes como los de él.

¡Vaya pregunta! Superman no respondió pero Wonderwoman entendió perfectamente su mirada, que podría haber sido la de cualquier hombre cualquiera, y se sonrió. Luego se soltó el corpiño, que sujetaba y oprimía sus exuberantes pechos como una pitón, y el corpiño de oro y el traje rojo y azul cayeron al suelo de la azotea. Se quedó con el único abrigo de la negra melena, ondeando ligeramente al viento, envolviéndola. Realmente era una supermujer desnuda y sobre sus botas, y ahora le pareció a Superman más espectacular que nunca. Sus pechos eran dos perfectas semiesferas que desafiaban la ley de la gravedad, que no existe para los superhéroes.

A ella le encantó la forma en que él la miraba:

- ¿Qué pasa? ¿Nunca me habías visto desnuda con tu visión de rayos X?

- No... Nunca la utilizo para eso – respondió, casi enrojeciendo.

¡Grandísimo mentiroso!, pensó ella, divertida. Lo que pasaba es que utilizaba sujetador y bragas de plomo para evitarlo... ¡Como si no notara ella cada vez que utilizaba su visión especial!

- ¿Y tú no te desnudas? – le preguntó.

Para Superman fue mucho más difícil desnudarse: no es que le faltara práctica pero así, delante de una mujer... Wonderwoman acarició encantada los músculos de su cuello, sus brazos, sus abdominales. También el portentoso músculo que se levantaba entre sus piernas. Con sus treinta centímetros no es que fuera especialmente grande entre los varones del desaparecido planeta de Krypton, del que Superman procedía, pero a Wonderwoman le pareció pero que muy respetable...

- ¡Wow! – exclamó mientras lo acariciaba desde la base hasta el capullo -. ¡La de cosas que vamos a hacer con esto! Pero estás un poco nervioso: a ver si te tranquilizas así.

Y sencillamente le sujetó el pene con sus largos dedos para menearlo arriba abajo, despacio y poniéndoselo duro y tieso como una viga. A ella le brillaban los ojos, azules como zafiros, contemplándolo. La verdad es que Superman se puso muy tenso.

- ¿Te gusta que te la meneé, eh? Bésame otra vez.

Se besaron otra vez, pero más excitados, y la habilidosa Wonderwoman metió su lengua, que manejaba tan bien como su lazo mágico, a través de los labios de un Superman que no podía más con el calentón que tenía. Wonderwoman acariciaba el enorme cuello con una mano y con la otra seguía meneándosela. Sabía que le estaba haciendo sudar y le gustaba recoger las gotas de sudor sobre sus abdominales con la lengua. También le gustaba que él le acariciase los pezones duros como bolas de plomo.

- Nunca había tocado unas tetas... – confesó Superman sin dejar de sobarlas. Habría aplastado cualquier otro par con sus manos pero las tetas de Wonderwoman, aunque suaves, eran firmes y duras y resistieron las manos que las sobaban y también los lametones que habrían desecho una tabla de madera.

- Cómo lo vamos a pasar cuando me metas esto – le susurró al oído, refiriéndose a la durísima verga que sostenía con la mano derecha, acariciando el pelo de un Superman que no dejaba de comerle los pezones como un desesperado.

Superman se desbocaba y le agarró el magnífico culo con ambas manos. Resistió bien el estrujón de unas manos tan fuertes.

- ¡Qué duro está! – se sorprendió él.

- Tampoco está mal el tuyo...

¡Ya no aguantaba más! Ella notó que le cogía la mano con que se la estaba meneando y la paraba. Luego la agarró por la cintura y la levantó en vilo con toda facilidad. Wonderwoman abrió bien los extraordinarios muslos para que le metiese esa polla tan dura e inclinada como la Torre de Pisa. Se la encajó de maravilla y ella jadeó de gusto...

Mientras, en las oficinas del Daily Planet, el trabajo seguía como siempre. El amable director White echaba la bronca al becario que le había traído el café:

- ¡Maldita sea! ¡Te dije que quería un capuchino y me has traído un cortado! ¡Si es que no os enseñan nada en la facultad de periodismo! ¡Al menos podríais aprender a pedir bien el café, zoquete! ¡Qué he hecho yo para merecer esto!

Sólo dejó de meterse con el joven cuando notó que la superficie del café vibraba.

- ¿Qué es esto? ¡La oficina está temblando!

Sí, todo el Daily Planet empezaba a temblar ligeramente. Y no era para menos dado el duelo de titanes que se desarrollaba en la azotea. Wonderwoman se agarraba a los hombros de Superman mientras se columpiaba entre las caderas de Superman, que se agitaban contra ella sin piedad. Jadeaba de gusto porque era tan grande y tan caliente...

- ¡Padre Zeus! ¡Llevabas mucho tiempo aguantándote las ganas! ¡Ya verás como esta zorra te va a dejar de bien!

Superman era un tímido, en el fondo, y no sabía qué decir.

- Estás muy callado. Llámame zorra si quieres y sigue empujando... ¡Empuja más! – exigió, espoleándole con las botas negras.

Tuvo que empujar más fuerte y ella gimió de placer. Habría taladrado una roca con esa forma de empujar y ella sólo sentía placer...

Pero en el Daily Planet papeles, vasos y bolígrafos caían de las mesas. Había un misterioso terremoto en el edificio y todos estaban aterrorizados. El bueno de Jimmy se ocultó bajo una mesa para llorar y llamar a su madre mientras el director White corría por los pasillos y gritaba porque ahora empezaban a desplomarse también los ordenadores y los ficheros.

Todo esto era ajeno a la pareja de la azotea. Ahora Wonderwoman se dejaba caer hacia atrás, sin dejar de enroscarse en la cintura del pobre Superman, hasta que tocaba el suelo con la melena, abriendo la boca hasta no poder más.

- ¡Metémela, cabrón! ¡Vaya forma de meterla...! – y gemía más.

Y Superman, siempre un buen cumplidor, empujaba. Estaba esforzándose y jadeaba por el esfuerzo. Pero el placer que le daba... ¿Cómo había podido vivir tanto tiempo sin esto? El coño de Wonderwoman era muy resistente y también estaba húmedo mientras la metía y sacaba.

- ¡Córrete! – le suplicó ella, ahora con la voz desgarrada. Y él cumplió. Wonderwoman se estremeció mientras recibía las últimas y más violentas sacudidas, y notaba un chorro de semen en su coño más potente que el de ninguna manguera. ¡Cómo gimió entonces! Ya no tuvo fuerzas y sus caderas se aflojaron. Se dejó caer al suelo.

- ¡Joder! Pues sí que eres fuerte – dijo, levantándose del suelo y con goterones de semen cayendo por las piernas. – Pero todavía me he quedado con las ganas de sentir eso en mi cara... – Y Superman se encontró con la sorpresa de que ella se había colocado de rodillas para chupársela.

El extraordinario oído de Superman había quedado desactivado y no oyó los gritos y chillidos de la redacción. No había mueble en pié y aquí y allá había algún cortocircuito y un cable echando chispas. Ni un ordenador se salvó de la destrucción. Jimmy seguía llorando y el director White creía que se iba a suicidar.

Pero a Superman eso no le importaba. Lo que le importaba eran los oscuros y largos cabellos negros de Wonderwoman moviéndose arriba y abajo mientras se la mamaba. Se quedó atónito cuando ella engullió sus treinta centímetros y sin asfixiarse. Tenía los ojos azules abiertos y brillantes, con expresión de gusto y cansancio. ¡Pero ella no iba a dejarle ir sin una buena chupada!

- Diana, no puedes tragarte eso... Tú no sabes cómo me voy a correr – le advirtió Superman, pero ella le ignoró, no podía decir nada con todo eso en la boca, y siguió moviendo la cabeza para obligarle a correrse.

- Por favor, no lo intentes. ¡Sacátela de la boca!

Ella no hizo caso y él no pudo aguantarse más. Se corrió y Wonderwoman sintió como una catarata en su garganta. El semen era tan abundante que llenó su garganta y desbordó su boca para escapar a borbotones de sus labios, por mucho que intentara tragárselo todo. Cuando él se retiró y sacó el pene de su boca manaban enormes hilos de semen de su boca, que luego le resbalaban por los pechos. Sus ojos azules parecían más hermosos y cristalinos entre los grumos blancuzcos de su cara.

Ella se sentía muy a gusto y se limpió muy tranquilamente.

- ¡Wow! ¡Estoy hay que repetirlo! Pero otro día, claro... – añadió al ver cómo su compañero palidecía.

Y es que estaba realmente agotado. Wonderwoman era insaciable y había ganado el duelo. Habría que repetirlo y se prometió ganar la próxima vez... Se vistieron y cada uno fue a su hogar: ella a su maravillosa isla de Themyscira y él al apartamento en que vivía con Louise.

De camino a casa y a medida que el gustillo en la entrepierna se transformaba en una sensación de tranquilidad y bienestar, pensó Superman en lo que había hecho. Por un lado seguía pensando que lo necesitaba, que no podía más, pero por otro, se dijo que no podía hacerle eso a la pobre Louise, que la quería...

- Ella es tan buena. Es el amor de mi vida...

¡Qué mal se sintió al entrar en casa! Lo peor es que ella le recibió con una sonrisa.

- ¿Qué tal cariño? – le dijo, sonriente y sin preguntarle por qué había abandonado la oficina.

Se sintió muy culpable y pensó en confesarse. Pero se lo pensó mejor y prefirió contar una historia sobre una nueva aparición de Godzilla en Japón, que le había obligado a dejar el trabajo para acudir.

- Qué interesante… Anda, vamos a cenar.

Después de cenar fueron a la cama, y fue un momento algo incómodo para Superman. Se echó en su lado pero notó una extraña sustancia en el pijama. Cogió algo con la mano y se quedó muy sorprendido porque era inconfundible: se trataba del resto de una red de Spiderman. Sobresaltado, miró a Louise.

- ¿Qué ocurre? Se pasó por casa mientras disfrutabas con Wonderwoman. Espero que lo pasaras bien. Las dos acordamos que era lo mejor. Ah, nosotros también lo pasamos muy bien jugando con las redes. Mucho mejor que unas esposas…

Y Louise no dijo más, apagó la luz y se echó a dormir, completamente agotada. Tampoco Superman habló. Estaba pasmado pero si lo de Wonderwoman había sido sólo sexo, pues tenía que hacerse cargo. Abrazó a Louise y se quedó dormido después de un día tan intenso.

****

Agradeceré vuestros comentarios y críticas.

Un saludo cordial. Solharis.

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