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Luz

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Inexorable y lentamente se acercaba a la luz. La luz era hermosa, la luz era mágica, la luz era fascinación... El imperativo del instinto lo conducía a la luz y él no podía decidir, no tenía voluntad propia, sólo obedecía. En la noche el colosal cilindro blanco se aparecía mágico y temible... Pero él se dirigía a la luz y sin saber por qué; en su minúscula mente no había lugar para el razonamiento, sólo para los impulsos elementales de la especie.

Y a medida que se aproximaba, el calor era más intenso y la fantasmagórica luz más brillante. Sus ojos compuestos dejaron de ver y la luz se tornó difusa, y muchas cosas extrañas se descubrieron ante él, cosas que nunca hubiera imaginado antes porque carecía de razón, y esta visión era como el delirio de un poseído pero que a él lo llevaba a una realidad infinitamente más compleja.

Dejó de sostenerse en el aire y sintió su cuerpo, húmedo, en el agua. Sus patas articuladas de crustáceo le permitían desplazarse rápidamente por el lecho arenoso del océano... y esto fue sólo el principio. Después se arrastró sobre el suelo, corrió y trotó en los herbazales, trepó por los árboles, y vivió hasta en el rincón más recóndito y vacío del extenso mundo. Fue todas las cosas y vivió todas las vidas: miles de millones de existencias. Fue pez, insecto, reptil y mamífero; y mucho más. Experimentó las emociones complejas de las criaturas más desarrolladas y sufrió sus penas y angustias: el miedo al predador, la angustia por sobrevivir un día más y el impulso de engendrar otras criaturas vivientes.

Y todo ocurrió en menos de un segundo, infinitamente menos, ni siquiera duró la fracción de un segundo porque el tiempo se había interrumpido para que él reviviera los recuerdos incomprensibles pero ciertos.

Entonces llegó la más extraña de las reencarnaciones, la más extraordinaria de todas. Se irguió sobre unas largas piernas y vivió entre millones de criaturas que pensaban ideas muy complejas y extrañas. Luchaba por sobrevivir y también por otras muchas cosas que él creía importantes. Pero moría y entonces todo lo ganado se perdía... Y volvía a vivir y a ganar y después a perderlo otra vez... Porque al final nada quedaba, absolutamente nada de ninguna de esas ilusiones que le impulsaba a vivir. El mundo cambiaba y todos los seres que había amado desaparecían, y si volvían a vivir como él, nunca habían de encontrarse porque no podían reconocerse. Siempre estarían solos... aunque quizás fuera mejor así.

Y el sufrimiento... el sufrimiento era tan intenso que no lo podía expresar para sí con palabras sino que simplemente lo sentía. Con cada reencarnación el sufrimiento crecía y se acumulaba, y cada existencia fue antes la promesa de una nueva muerte que de una nueva vida. Y cada vez que llegaba la deseada y odiada muerte, volvía a vivir y nada quedaba de la vida anterior, sólo un recuerdo oculto. Ocurrió tantas veces que ya no quiso vivir más, pero no le era permitido elegir. Nadie hubiera imaginado el dolor infinito en una criatura tan insignificante pero se trataba del dolor arrastrado por las reencarnaciones y a lo largo de la eternidad... y volvería a vivirlo.

Sus primitivos sentidos volvieron al mundo en que estaba. Vivió una décima de segundo antes de oír un espantoso trueno. Su cuerpo había tocado la luz de la muerte y cayó abrasado en el vacío.

...

¡Paf! Se oyó un chasquido en el tranquilo zaguán de la casa, en el que se sentaba una pareja.

- ¿Qué ha sido eso? - preguntó él.

- Nada, otro mosquito que ha caído en el anti-mosquitos. Hay que ver la facilidad con la que caen.

Siguieron hablando de sus cosas en esa noche de verano y no dedicaron una palabra más a la vida que había desaparecido.

...

Se hundió en un abismo, como en esos sueños en que caemos al vacío más profundo, y volvió a despertar. Vivió otra eternidad recordando todas sus vidas y sufrió una nueva decepción: ¡quería morir, no despertar!

Recibió un azote y lloró porque estaba vivo otra vez. Luego su mente quedó en blanco otra vez y olvidó su angustia.

- Enhorabuena, aquí tiene a su hijo.

Y el doctor levantó en sus brazos el cuerpo del niño y lo llevó la madre que lo miraba feliz.

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