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Lágrimas de borracho

en Confesiones

La persiana está totalmente echada y, por si no basta, están también las cortinas. No puedo saber si es de día o de noche, y tampoco es que me importe, porque este cuartucho de motel es una tumba para mí. Agonizaré aquí mientras duren los ahorros y luego ya veremos...

Quizás acabe siendo mi verdadera tumba, porque esta mierda de sitio está hecha a propósito para morir, no para vivir, y podría vengarme así del gilipollas que posee esto, el gordo bobalicón que se atreve a interrumpir mi dolor para recordarme que tengo que pagarle la habitación: ¿de veras se puede obligar a un hombre a pagar por esta mierda de habitación, que más bien parece una celda? Agradezco la penumbra, entre otras cosas, porque no me deja ver la mugre del gotéele que se cae a trocitos, rellenando de polvillo grisáceo los rincones, y las cucarachas correteando alegremente por el suelo. Si muriera, no sólo se quedaría sin cobrar su puto dinero sino que hasta podría meterle en un buen lío cuando la policía descubriera esta pocilga. Me imagino su cara fofa al encontrar mi cadáver. Qué lástima que no pudiese verle entonces...

Pensando estas cosas, me doy cuenta de que mi mente empieza a despejarse y eso no puede ser. ¡He buscado ansioso algo que beber y resulta que todas las botellas están vacías! ¿Cómo ha podido llegar mi descuido hasta el punto de olvidarme de comprar algo de alcohol? Nunca he sido previsor, ni siquiera para las cosas fundamentales.

Luego se me ha ocurrido buscar en el asqueroso cuarto de baño, en el armarito sin puerta de las medicinas pero, ¡maldición!, allí no hay un frasco de alcohol que disolver en agua para echar un trago, tan sólo un bote de mercromina medio vacío y que, eso sí, no me he olvidado de derramar sobre las sábanas... ¡Mierda de sitio!

No me importa el sabor, yo simplemente quiero alcohol y me da igual beber alcohol de botiquín disuelto, pero el problema es que no puedo salir a comprarlo. Entre las manchas resecas de jabón del espejo, he visto mi cara, y mis ojos estaban tan llorosos y enrojecidos que recuperé la vergüenza de la sobriedad y eso era lo último que deseaba. También podría ser que fuera de noche y no de día. No lo sé, y no me apetece subir la persiana ni salir a la calle.

He estado demasiado rato de pié, mejor me echaré otra vez en la cama. Quizás hasta pueda dormir un poco, pero no lo creo, no sin mi buena dosis de alcohol. Mirando otra vez el mugriento gotelé, siento que mi mente va a empezar a pensar, por mucho que le ordene que no lo haga...

Esa noche también estaba borracho. Sí, hace tiempo que no puedo dormir sin beber antes hasta perder el sentido. Era miércoles y el fin de semana estaba lejos, pero no importaba. Había salido del trabajo a eso de las siete de la tarde y estaba muy cansado de todo: de la nave industrial, de la vida, del mundo... Y como en mi casa sólo habría más de todo, me fui a beber a ese asqueroso garito que hay en el mismo polígono en que trabajaba. Entonces yo bebía despacio y muy alegre, no desesperado y ansioso como ahora, hasta que sabía que no podía beber más si quería volver a eso que llaman el hogar por mis propios medios. A menudo me molestaban las putas pero se acostumbraron a que a mí no me interesaba sus cuerpos, soy un hombre fiel y no traicionaría al alcohol, yo sólo quería beber, y no me distraían. A veces les daba conversación pero nunca me fui a la cama con ellas. Sólo se reían conmigo, porque entonces yo me reía de todo.

Me despedí del camarero, un buen amigo aunque siempre me advirtiera que estaba echando a perder mi salud, qué pesadito, porque no entendía que necesitaba beber. En fin, le dejé sirviendo copas y me puse en camino tan feliz a casa. Me sentía tan divertido que reía solo y de cosas que ni siquiera recuerdo, si es que existía algún motivo para reír en esta puta vida y no era la pura ilusión. La gente me miraba con el asco reflejado en sus caras largas, como si les hubieran puesto una mierda en la boca. El mundo me parecía tan divertido y ellos no lo entendían; es que no podían siquiera imaginar lo estúpidos que eran todos...

Crucé el portal de mi casa y luego subí al ascensor. La vecina lo estaba esperando pero sé que hubiera preferido no subir conmigo y que dudó mucho en hacerlo. Yo le sonreía amable y mirando con atención su escote, ¡me pareció prodigioso el canalillo de sus tetas!, y hasta la llamé zorra, cariñosamente y bromeando, pero ella me respondió arisca y con desprecio, mascullando algo como "borracho asqueroso" cuando salió del ascensor. Así de amable y cordial es la gente. Ni siquiera le dejan celebrar a uno las pocas cosas hermosas de la vida.

¡Que le dieran por el culo a la muy zorra, que no quería que celebrase su escote! Ya estaba en casa y lo mejor era que mi mujer no me estaba esperando, furiosa y desvelada en la entrada, para gritarme primero y luego echarse a llorar. Y siempre era lo mismo: después de los gritos, de las protestas y de los sermones, ella lloraba porque decía que había arruinado su vida. ¡Como si no estuviéramos suficientemente jodidos por vivir! Entonces le hablaba con voz cariñosa mientras la abrazaba por los hombros, porque el alcohol nunca me ha hecho agresivo como a otros sino muy dulce. Pero ella despreciaba mis besos y sollozaba tan histérica que acababa por agotarme, y me iba a la cama. ¡Con lo fácil que es beber! Pero no: las mujeres prefieren llorar y esto no lo entiendo. Prefieren beberse sus lágrimas en vez de un vasito de alegre licor. Allá ellas. El caso es que esa noche no sería así, eran las dos de la madrugada y todos dormían en casa. Podría dormir tranquilo y sin sermones.

Pasé delante de la habitación del niño. La habitación de mi hija estaba al lado y entreabierta, y entré silencioso. ¡Ah, ella era mi ojito derecho! ¡Cómo la había querido siempre! Sin embargo ahora la sentía más lejos de mí, quizás su madre le había contado que era un borracho y ahora que no era tan niña, lo sabía. Me sentí muy triste y agradecí haberme puesto hasta arriba de alcohol. Entré un poco más en la habitación.

La luz de la Luna la iluminaba, haciéndola parecer un personaje de cuento, quizás una hada o una princesita. La verdad es que era muy hermosa. Recordé su adorable cara cuando era una niña y aquella melena castaña tan suave... Acaricié su pelo. Sus labios estaban cerrados. Parecía tan inocente: todavía no sabía la mierda de futuro que le esperaba. Tarde o temprano descubriría que esto es una grandísima mierda. Pero en ese momento ella era aún feliz y creía que podíamos protegerla de todos los hijos de puta que gobiernan y dirigen el cotarro en cualquier sitio. Quizá pronto se enamorara de algún chico y creyera que sería feliz con él y todo eso. La ilusión sería intensa pero al final descubriría que era mentira y que él estaba tan perdido en este mundo como ella y como todos. Entonces empezaría a engordar y a fumar como su madre, y su voz dulce se haría desagradable y áspera mientras le chillaba al holgazán borracho con el que se encontraría atada...

Dejé estos pensamientos tan desagradables pero ciertos, y seguí mirándola. Descubrí un poco la manta y advertí que la adolescencia le había concedido una linda figura, pero seguía siendo mi niña, con aquel pijama blanco.

No sé cuánto tiempo estuve así, y ella no se dio cuenta. Luego empecé a desnudarme. ¿Por qué no podía dormir con ella? Necesitaba alguien que me quisiese y sabía que mi mujer me daría la espalda, huyendo de mí, que tanto la quería, y estremeciéndome en cuanto tratara de abrazarla para que la soltase.

Necesitaba el calor humano y me metí muy despacio en su cama. Ella empezaba a despertarse cuando la abracé y la atraje contra mí... Me miró con los ojos muy abiertos y quiso chillar.

Le tapé la boca.

- Mi preciosa niña. ¿Recuerdas cuando dormías con nosotros porque tenías miedo? Hoy soy yo el que tiene miedo y quiere dormir contigo... – le dije, y sí, tenía miedo de lo que estaba haciendo.

Ella trató de librarse cuando la abracé pero yo la apreté contra mí y buscando su calor. Entonces noté el contacto de sus pechos y me sentí perplejo. ¿Cómo era posible que mi niña tuviera esos pechos? Y la perplejidad dejó lugar al deseo. Los toqué y a pesar de mi borrachera, sentía que mi hija me ponía dura la entrepierna y eso me daba miedo y me producía ansiedad.

- ¿No quieres a papá? – le dije cuando ella se echó a llorar. Sentía sus lágrimas en mi cara mientras trataba de consolarla besándola e introduciendo mi lengua en su boca...

Bajé el pantalón de su pijama y me sorprendió entonces una mata de vello entre sus piernas. Fue muy agradable cuando lo rocé con mi polla, antes de que comenzar a penetrarla.

Ya no lloraba cuando se la metí. Supe además que era el primero que lo hacía y me gustó. Era mejor que fuese yo el primero porque ningún hombre podría quererla tanto como yo... Se la metía una y otra vez y ella no decía nada. Tan sólo gemía y de una forma tan lastimera que me provocaba.

- Preciosa... Cómo te quiero... – le dije con voz dulzona cuando me corrí en su coño. ¡Qué calentito estaba y qué feliz me sentí entonces! Yo la amaba realmente.

Luego me quedé dormido y abrazándola. Ella estaba totalmente quieta y no sé si lloraba. Creo que sí. Tampoco me di cuenta de cuando se soltó de mi abrazo y se fue...

Me despertaron a empujones y de cualquier manera.

- ¡Despierta, maldito cabrón!

Desperté y encontré la cara de mi mujer, lloroso y horrible por la ira, ante mí. Además estaban allí la cotilla de la vecina del sexto, no la de las tetas maravillosas sino una vieja reseca, y la zorra de mi cuñada. ¡Menudo par de chismosas!

- ¿Cómo has podido hacerlo? – me soltó mi cuñada.

Yo no le pregunté cómo podía despertarse a un hombre así ni tampoco cómo se podía ser tan fea y conseguir un marido con esa cara de primate que tenía la muy cabrona. La cabeza me dolía horrores y tenía que darme una ducha antes de volver al trabajo. Me estaban poniendo enfermo...

Me atacaron y me llamaron de todo. Luego mi mujer empezó a llorar y a llorar... Y lo peor es que empecé a entender lo que había hecho. Pensé en echar un trago rápidamente, antes de recuperar la sobriedad pero no me dejaron. ¡Cómo podían ser tan crueles! ¡Ahora estaba medio sobrio y supe que era horrible lo que había hecho! ¡Cómo podían torturarme así! Entonces yo también lloré.

- Lágrimas de borracho – dijo mi odiosa vecina con desprecio. ¡Qué sabría ella de mi dolor! Me sentía tan dolido que me levanté y las dejé allí. ¡Que chillasen todo lo que quisieran! Ya no volvería a casa ni al trabajo, sino que conduje con el coche durante horas hasta dar con este maldito sitio. No entiendo porqué no tuve un accidente estando como estaba, completamente borracho, con los sentidos embotados y sin dejar de pensar en mi pobre niña. Hubiera querido morir entonces y sigo queriéndolo hacer ahora...

No hay mucho que contar de lo que vino después. Compré una docena de botellas de bebidas distintas, mejor mezclarlas para aumentar los efectos, y bebía hasta quedarme borracho. En cuanto notaba una leve mejoría, bebía otra vez y esperaba, tumbado en la cama, a que se me pasara el ataque de depresiva cordura.

Pero ahora no queda alcohol y empiezo a sentirme sobrio a medida que escribo, aunque no cuerdo... La locura no es como una borrachera, que, por grande que sea, pasa con el tiempo. No, la locura crece y se extiende por toda la mente, y mi locura no tiene más que un único remedio.

Sólo me divierte pensar en el cabrón que posee este sucio antro. ¿Será el también un asqueroso borracho? Podría ser pero lo único que sé es que esta noche tendrá una sorpresa muy desagradable cuando encuentre un cadáver en una habitación. ¿Qué hará el muy hijo de puta? ¿Irá a la policía o tratará de ocultar mi cuerpo? No pienso dejar nada en mi cartera para que pueda robarme y me temo que nunca podré saberlo.

Ahora miro el tarro con las pastillas antidepresivas de mi mujer. No sé porque tuve la reacción de cogerlo en mi huida, viéndolo sobre una mesa. Quizá supe que, tarde o temprano, ni el alcohol sería suficiente.

Dentro de un rato, cuando pueda tenerme fácilmente en pié, bajaré a la recepción y haré el enorme esfuerzo de comprarle a ese hijo de puta una botella del matarratas que sea. Si ese mejunje y las pastillas no me matan sabré que soy inmortal... Lo he decidido ahora mismo y es cosa hecha que mañana estaré muerto.

¿Habrá algo después de esta noche o me hundiré en la nada? Siempre ha habido algo de místico en mí, quizá por eso sea un bebedor, y me he preguntado si existe algo. Quién sabe, quizás si San Pedro guarda la entrada del cielo, las brujas de mi cuñada y mi vecina me reciban en el infierno... Es hermoso pensarlo pero no lo creo, más bien creo que no hay nada allí, y tampoco quisiera el infierno de existir para vivir eternamente sobrio. No importa, porque bebo para olvidarme de mí y de que existo y sumirme en un sueño sin sueños y sin preocupaciones. Y cuando vuelvo a estar sobrio, me siento infeliz y me encuentro en un mundo en el que no elegí vivir.

Pero esta vez, no. Esta vez no despertaré, porque no habrá resacas ni culpa, ni pesadillas que me esperen con la sobriedad. Esta noche la victoria final es mía y jamás volveré a estar sobrio.

Nunca.

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