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En mi consultorio

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EN MI CONSULTORIO

Les recuerdo que soy médico ginecólogo en una capital de provincia de Argentina. Creo haber prometido alguna vez contar algo de lo que pasa en el consultorio de un ginecólogo. Bien, aquí va una anécdota, no importa cuando sucedió, ni los nombres reales.

Una tarde me llama una paciente habitual para pedirme que atienda a su hija, le pregunto por qué el interés especial de ella, y si quería adelantarme algo de la problemática de su hija. Me cuenta que la niña tiene diecisiete años, y si bien menstrúa desde los doce, nunca se ha hecho un examen ginecológico completo. Indago más, porque lo que me dijo no justificaba que la madre se preocupara por hablar conmigo previamente, bastaba con pedir un turno y enviar a la hija, sola o acompañada. Me cuenta que desde hace un tiempo la encuentra extraña en su conducta, y que a veces se queja de dolores en la zona ovárica. Agrega que la hija quiere concurrir sola al consultorio porque le daría vergüenza que alguien la acompañara. Así es que le ofrezco un turno para unos días después, me pide si puedo atenderla antes, porque estaba próxima a la fecha de menstruación, entonces le propongo que su hija pase por el consultorio al día siguiente luego del último turno, que por tratarse de la hija de una paciente la atendería fuera de horario.

Llega el día, cuando despido a la última paciente veo a la chica en la sala de espera, le pido que aguarde un momento mientras me lavo las manos y la hago ingresar.

La niña en cuestión era un monumento femenino, alta de 1,70 aproximadamente, llevaba un vaquero ajustado que enmarcaba un bellísimo culo y unos soberbios muslos, una remerita también ajustada alrededor de un magnífico par de tetas, rostro muy agradable en el que se destacaban sus labios gruesos y sus ojos claros, el pelo a los hombros, poco maquillaje.

Se sentó frente a mí, escritorio por medio, le tomé sus datos personales, se llamaba Florencia pero me dijo que le decían Flor, fecha de su primera regla (menarca), y le pedí que antes de examinarla me contara sus dolencias.

Bueno Doctor, me dijo, siempre fui muy sana pero desde hace un tiempo siento frecuentes dolores de cabeza y dolores en la zona ovárica, ando muy nerviosa e irritable, todo me molesta, y no se a qué causas atribuir ese estado.

Allí empecé mi interrogatorio (anamnesis). Le pregunté si estudiaba, respondió que estaba en el último año de la secundaria y que pensaba estudiar medicina, a partir de eso empecé a tratarla de "colega", tanto como para distender el diálogo, seguí averiguando cosas de su vida, me contó que hacía dos años que tenía un novio, que había tenidos dos novios anteriores, que jugaba tenis, que escribía versos de amor, todo lo imaginable en una chica de su edad. Cuando noté que había entrado en confianza (consejo para los médicos de cualquier especialidad: si ganan la confianza del paciente tienen la mitad de la curación hecha) inicié la parte comprometida de la anamnesis.

¿Has tenido relaciones sexuales?

Sí Doctor.

Bueno contame algo, o mejor contame todo lo que quieras, desde cuando quieras.

Bueno, con mi primer novio, a los trece años, sólo fueron caricias apenas más que inocentes, yo estaba empezando a desarrollarme, casi no tenía busto y mis piernas eran dos palitos. Con el segundo, a los catorce, ya mi cuerpo tenía forma, y él me tocaba toda entera, yo sentía mi excitación, me mojaba toda, pero no me animaba a ir más allá de tocarle la verga por sobre su pantalón, lo que me hacía sentir cosas extrañas. La cosa empezó con el tercero, el actual, nos pusimos de novios cuando yo tenía quince y ya estaba casi como ahora, él tiene un año más que yo y es un hermoso chico. Mis padres le permiten verme en mi casa, pero no nos pierden de vista, siempre en el mejor beso aparece mi mamá, o mi papá o alguno de mis hermanos; pero el año pasado en un picnic de primavera nos ingeniamos para irnos a un lugar apartado, entre árboles que nos ocultaban de las miradas no deseadas, y allí me besó como nunca, me acarició a sus anchas, me sacó el short y la tanga, se bajó sus pantalones y me tocó justo en la vulva, yo estaba empapada, y él lo notó, se puso un preservativo y me penetró. Sólo sentí dolor y vi mi sangre, perdí mi virginidad de la forma más tonta, sin el placer que esperaba; yo no sabía nada de eso y él sabía muy poco. A partir de eso tratamos de hacerlo cada vez que podemos, pero no tenemos un lugar apropiado, en mi casa lo hemos intentado varias veces, casi vestidos, y siempre cuando ha logrado penetrarme oímos un ruido que nos obliga a recomponernos la ropa y disimular; en la casa de él nos pasa algo parecido, siempre estamos al borde de que nos descubran, y usted que conoce a mi madre sabe cómo es de estricta.

Bueno hija, le dije, ahora andá detrás de ese biombo, sacate toda la ropa, ponete la bata que está ahí y vení que te voy a examinar.

La chica salió de atrás del biombo vistiendo sólo la bata de examen, que yo mismo diseñé y patenté, con tres lazos por delante. Le indiqué la camilla y se tendió allí, me preguntó si ponía las piernas en los estribos y le dije que aún no. Desaté el lazo superior y comencé el examen de mamas. Ver y palpar esas tetas fabulosas me ocasionó una tremenda erección, a pesar de mi deformación profesional que me hace ver a las mujeres apenas como un objeto de estudio; las tetas eran redondas, bien conformadas, paradas y turgentes. Durante esa parte del examen pude notar la erección de sus pezones, y creció la mía. Continué desprendiendo el segundo lazo para palpar su abdomen, la piel era suave y cálida, sin nada de vello hasta donde alcanzaban mis manos; cuando hundí mis dedos a la altura de sus ovarios se quejó, allí era donde solía dolerle; ya casi tenía mi diagnóstico hecho.

Desaté el tercer lazo y le pedí que ahora sí calzara sus piernas en los estribos de la camilla, en posición ginecológica. Los muslos eran exactamente lo que prometían sus vaqueros: dos columnas de mármol, pero vivas y palpitantes, ni Praxiteles las hubiera hecho más bellas para su mejor Venus; y en la unión de esas columnas una concha sin depilar que se ofrecía a mi vista mostrando apenas sus labios mayores entreabiertos. Cuando las pacientes son de mi confianza no utilizo guantes para los tactos vaginales, me quitan sensibilidad en los dedos, además siempre cuido mucho mis manos para que no haya en ellas ninguna herida por donde pueda colarse alguna infección, incluído el célebre y temido HIV. Me aproximé al tesoro e introduje mi dedo mayor con cuidado. Palpé colgajos de himen que denotaban una imperfecta primera vez y poco contacto posterior, tal como ella me lo había contado, pero también palpé unos jugos demasiado abundantes para un examen médico. Eso me animó a seguir explorando, y hallé un clítoris hinchado y colorido que masajeé con fruición. Flor se estremecía y hacía ruiditos muy sugerentes.

-¿Te molesta algo? Pregunté.

No Doctor, haga su examen como usted sabe, mi madre dice que Usted es el mejor ginecólogo que la ha atendido.

Continué entonces con mis atenciones a ese clítoris que se me ofrecía tan gentilmente, mientras notaba que Flor tenía la concha cada vez más mojada.

Mi diagnóstico ya estaba completo, el mal de Flor era una terrible calentura, exacerbada por los intentos de coger con su novio que nunca habían podido consumar en forma satisfactoria.

En mi interior pugnaban mis sentimientos contradictorios; la ética profesional que me impedía aprovecharme de mis pacientes, el juramento de Hipócrates que me imponía hacer lo mejor para el bien de quienes acudían a mí. La decisión partió de mi calentura. Esa chica necesitaba un buen polvazo para curarse de sus dolores de cabeza, de ovarios, de sus nervios y de todos los males que la aquejaban. Me lo hacía saber gimiendo y retorciéndose ante mi inocente examen.

Me incliné y puse mi lengua sobre su concha, mientras con las dos manos libres me iba quitando el ambo, el slip y todo. Le mamaba la concha con ahinco, deteniendo mi lengua sobre su clítoris hasta que sentí su primer orgasmo, quizás el primero de su vida.

Sergio, por favor, cogeme, te deseo, quiero sentir tu pija bien adentro, quiero que me llenes de leche, haceme todo lo que quieras pero cogeme.

La camilla de un ginecólogo no es lo más cómodo para coger con una belleza como la que se me ofrecía; así que la bajé y la puse en el piso, le acaricié los muslos y las tetas, le abrí las piernas y le apoyé mi verga en la puerta de su concha, tuvo otro orgasmo.

_ Quiero más, la quiero toda adentro. –

Empujé con prudencia, y le fue entrando toda mi verga, de buenas dimensiones. Tenía una concha apretada, casi virgen; yo sentía que me la tomaba como un guante. Era una adolescente, pero con un cuerpo de vedette, abundante por todos lados, carne en donde debía haber carne, y estaba muy excitada, muy caliente, se movía a mi compás como si fuera una experta cogedora, tenía un orgasmo tras otro, sin solución de continuidad. No pude aguantar más de diez minutos sin soltarle mi leche bien adentro, sentir la leche que le golpeaba en el fondo de su vagina la hizo acabar tres veces seguidas, y al fin se relajó. Me quedé tendido a su lado acariciándole los muslos y el culo, mientras la besaba en la boca, lengua a lengua.

Quiero más – me dijo de pronto.

Fui al baño a lavarme la verga que chorreaba los jugos de ambos, y al regresar le acerqué mi pija a la boca, no necesité decirle nada, se la metió en la boca y empezó a darme una excelente mamada (luego supe que era la forma en la que tranquilizaba a su novio). Le avisé que me venía y redobló su esfuerzo; se le llenó la boca con mi leche y se la tragó toda, me dejó la poronga limpia a lengüetazos.

¿Hay más? Me preguntó.

Sí Flor, hay más si vos querés, quiero cogerte el culo, porque es un culo divino.

Dicen que por ahí duele.- me consultó.

Si no te lo saben hacer puede que duela.- le contesté.

Pero vos sos médico y sabés.-

La llevé al baño, le hice una buena enema para limpiarle el recto, y volví a ponerla en el piso del consultorio. Busqué el frasco de gel, me unté los dedos y comencé a dilatarle el ano, ella se dejaba hacer muy confiada. Algunos sabemos que la resistencia mayor en un culo es el esfínter anal; un anillo de músculos muy fuertes que son los que no permiten que nos caguemos por más ganas de cagar que tengamos si no tenemos el sitio adecuado para hacerlo. Dedo a dedo y con la excitación correspondiente ese anillo se dilata un tanto. Eso era lo que estaba haciendo con Flor, el gel lubricante ayuda. Cuando juzgué que ya era suficiente la tendí boca abajo, con un almohadón bajo su vientre para que el culito le quedara en posición, y le puse la punta de mi verga en la entrada del ano. Se revolvió un poco pero lo aceptó.

Sergio, me va a doler.-

Es sólo al principio, después te va a gustar, relajate bien.-

Empujé la verga suavemente y fue entrando, Flor se quejó y me dijo que le dolía, la calmé diciéndole que era sólo un momento. Cuando la cabeza de mi poronga atravesó el anillito y entró en su culo dilatado ya no se quejó más. Centímetro a centímetro se la puse entera. Yo aliviaba mi peso apoyando la cabeza en el suelo, y me tendí entero sobre ella, con las manos libres le acariciaba las tetas y le estimulaba el clítoris. La bombeaba suave. Flor empezó a sentir que le gustaba, y con una maestría inesperada me apretaba la verga con los músculos de su culo. Aunque ya había acabado dos veces antes me costó contener mi eyaculación, era tanto el placer que me daba ese culo virgen. Cuando empecé a sentir sus orgasmos ya no me pude contener y le volqué toda mi leche en su culo.

Nos quedamos un rato con mi verga dentro de su culo que seguía contrayéndose con movimientos espasmódicos y apretando y aflojando mi pija que seguía erecta, hasta que me hizo eyacular otra vez.

Allí miramos la hora, ella ya debía estar de vuelta en su casa. Nos duchamos en el baño del consultorio, y mientras la jabonaba me dieron ganas de intentar otro polvo, pero sabía que mi verga ya no iba a responder.

Flor, el próximo examen te lo hago en mi casa.

¿Me vas a coger igual que hoy?

Mucho mejor.-

Sergio, no se qué hacer con mi novio,-

Esperá que aprenda y se busque un lugar adecuado, después seguro que vas a coger muy bien con él.-

Ya no me duele la cabeza, ni los ovarios, ni estoy ansiosa.-

Mi Nena, te faltaban diez orgasmos, ese fue el tratamiento que te hice.-

Le receté unas pastillas, para dejar conforme a su madre; la llevé en mi auto hasta su casa, nos despedimos con un hermoso beso de lengua, prometiéndonos repetir la experiencia, el tratamiento.

Y estas son las cosa que a veces pasan en el consultorio de un ginecólogo.

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