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Ana, la hija mayor de Sonia.

Recomiendo a los lectores ver los relatos anteriores de esta serie "Historia de Sonia" y "La hija de Sonia", para comprender mejor cómo llegué a la situación que ahora voy a narrar.

Con Sonia nos encontrábamos cada vez que el fuego le llegaba a su sexo y me llamaba para arreglar un encuentro a espaldas de Marta.

En una ocasión la llevé a pasar un fin de semana en Mendoza, pues quería disfrutar de un par de días con esa preciosa hembra; y no sólo las pocas horas de que podíamos disponer en Buenos Aires. Allí además de probar todas las variantes del sexo tuvimos muchas pláticas interesantes.

En una de ellas le recordé mis deseos de cojer con Ana su hija mayor.

Acordate Sonia que me la prometiste.

No me he olvidado, sucede que en los últimos tiempos ha estado muy metida con un noviecito que tiene. Pero creo que ahora anda mal con él.

Entonces sería un buen momento para tenerla.

Acordamos que en mi siguiente viaje a Buenos Aires veríamos de concretar.

Una semana después fui a Buenos Aires sin decírselo a Marta, me alojé en un muy buen hotel con una hermosa suite.

Hablé con Sonia y se le ocurrió que me iba a enviar con Ana un sobre, diciéndole que se trataba de unos análisis de su hermana menor.

Te la pongo en tu hotel, el resto tendrás que hacerlo vos.

Bien belleza, veré cómo me las arreglo.

Al atardecer me anuncian de recepción que una señorita preguntaba por mi. Indiqué que la hicieran subir a mi suite. En ese hotel están acostumbrados a situaciones similares; ya que hasta el mismo hotel suele ofrecer los servicios de acompañantes de buen nivel para pasajeros solos.

Ana entró a la suite muy desenvuelta, como si estuviera habituada a esas visitas.

La recibí con un beso paternal en la mejilla, me entregó el sobre que traía, y la invité a un trago.

Qué tomás vos.- Me dijo.

Yo scotch en las rocas.

Bueno servime lo mismo.

Serví dos generosos whiskyis y nos sentamos a conversar.

Ana es una hermosa muchacha de veintidós años, alta como 1,70, de figura abundante y bien proporcionada, rostro agradable con labios gruesos, ojos negros enormes y pelo renegrido y corto. Venía vestida de negro con una polera ajustada, que hacía resaltar la perfección de sus tetas, y un pantalón no menos ajustado que destacaba su lindísimo culo.

Sentados juntos en un sofá la charla paseó por varios temas hasta que, inevitablemente, caímos en lo sexual.

Me enteré de cómo lo hiciste con mi hermanita Luisa.- Me dijo con un dejo de picardía.

Bueno, me lo pidió de una forma que no pude negarme. Y te confieso que me gustó mucho.

Buena putita mi hermana.

¿Vos no sos igual?.- Le pregunté.

Para nada, yo sólo lo hago con mi novio.

Se estaba haciendo la estrecha la pendeja.

¿Y como andás ahora con tu novio?

Andamos medio enojados desde hace quince días, pero ya se va a arreglar.

Cuando quise tomarle una mano la retiró haciéndose la enojada. Intenté abrazarla y se puso de pie de un salto.

Te equivocás conmigo Sergio, yo no soy Luisa. Me voy a casa.

Bueno Anita, lo siento. Pienso estar una semana acá, si tenés ganas de hablar o acompañarme con un whisky...

Esa noche llamé a Sammy que estuvo encantada con el encuentro inesperado y con todo el sexo que nos regalamos.

Pasaron dos días hasta que Ana me llamó a mi celular.

Sergio quiero hablar con vos, ¿estarás esta tarde?

Sí, te espero hasta las 19, si no has venido hasta esa hora salgo.

De acuerdo, estaré antes.

A las 18:30 entraba a la suite. Nos sentamos con dos tragos.

Quería disculparme, estuve mal el otro día, y vos sos tan bueno con mamá y con Luisa.

No es nada chiquita, no te preocupes.

Continuamos hablando de varios temas, me contó de su trabajo y se interesó en el mío. Me habló de su novio, un muchachito celoso, por eso habían reñido y andaban mal. Se acercó a mí en el sofá, pero me hice el indiferente. Y así pasaron las horas.

Cerca de las 21 la invité a cenar en el restaurante del hotel, donde se come muy bien. Observé cómo la miraban los hombres, aunque esta vez llevaba un vestido suelto que apenas dejaba adivinar lo que yo sabía que había debajo.

Fue una cena excelente y apacible. Noté que a Ana le gustaba tanto el alcohol como a su madre. Dos botellas de buen Malbec se fueron en la cena, y una copa de coñac con el café.

Cuando salíamos me propuso.

El último whisky en tu cuarto, así hacemos las paces.

Subimos, y en el ascensor se ubicó muy cerca de mí, pero sin tocarme.

Mientras yo preparaba los tragos se sentó en el sofá, y al volverme noté que se había subido el vestido más de lo necesario.

Te vuelvo a pedir disculpas Sergio. Siempre me caíste bien, pero me desconcertaste con tu actitud.

Apenas quise hacerte un gesto cariñoso Anita.

¿Me lo harías ahora? Hace veinte días que no estoy con mi novio, y nadie me ha hecho un gesto de cariño.

Ya había bajado las barreras, no sé si a causa del alcohol o por otras razones.

Le tomé la mano como había querido hacer la vez anterior, y mientras se la acariciaba la fui acercando a mí. Cuando estábamos muy cerca me ofreció su boca. La besé, al principio levemente, luego con todas nuestras lenguas en contacto. Al abrazarla la recliné un tanto sobre mí y sentí como sus tetas se pegaban a mi pecho; se las empecé a tocar por sobre la ropa.

Con tacto y suavidad puse mi mano en su rodilla y desde allí subí por dentro de su vestido. Tenía unos muslos deliciosos, grandes y firmes. Mi mano se acercó a su concha, sentí el calor, antes que la humedad que desprendía a través de su tanga.

Me puse de pie y le pedí que hiciera lo mismo. Subí su vestido hasta quitárselo por arriba de la cabeza.

Si no tuve un infarto en ese momento es que voy a morir por cualquier otra causa.

Esta chica en ropa interior, combinada en negro y rojo, era un poema erótico. No había nada que agregarle ni quitarle. Mi verga pugnaba por escapar de mi pantalón, presionaba con demasiada insistencia.

Le quité el soutien; admiré y toqué sus tetas. Eran lo que prometían: erguidas y firmes, perfectas, con grandes y hermosos pezones que se iban poniendo duros.

Al sacar su tanga me encontré con un culo grande y bien proporcionado, firme y cálido al tacto.

Quiso acercarse y no se lo permití, quería admirarla a la distancia como a un buen cuadro, y lo hice por un buen rato. Mi excitación había dado paso al goce meramente estético.

Cuando al fin logró ponerse a mi lado me palpó la verga, y enseguida procedió con destreza a desprender y bajar mis pantalones junto con mi slip.

Se tiró de rodillas sobre la alfombra. Pasaba mi poronga por su cara y su cuello.

Sergio, qué grande, es un sueño. Nunca vi una de este tamaño.

Es para vos Ana, podés hacer lo que se te ocurra con ella.

La quiero bien adentro.

Me la empezó a comer poco a poco. Primero pasó su lengua por el glande, se la tragó entera, volvió a sacarla y apretó la cabecita con sus labios sensuales, la puso entera de nuevo dentro de su boca. La sacó otra vez y se dedicó a mis huevos. Los lamía suavemente, se los metía uno por vez en la boca y los chupaba. Hasta que con toda mi verga en su boca me dio una mamada frenética.

Anita que acabo.

Quiero tu leche en mi boca.- Me dijo, sacándosela el tiempo indispensable para hablar.

Cuando la volvió a meter no tardé en dejarle mi leche, tal como me lo había pedido.

La saboreó y se la tragó toda. Me limpió entero con la lengua y los labios.

La conduje hasta el dormitorio, mientras me quitaba camisa, zapatos y medias. Ana se descalzó y se tendió en la cama. A poco estuve a su lado, le separé las piernas y me hice el dueño de su concha. Mientras acariciaba sus muslos y su culo metí mi lengua entre sus labios vaginales hasta encontrar su clítoris, grande y duro. Lo lamí y lo mordí arrancándole gemidos de gozo.

Sergio, me vas a matar de placer. Nadie me ha chupado la concha así.

Nena, tendrías que tener siete vidas como los gatos para gastarlas todas hoy. Todavía falta lo mejor.

Estoy acabando Sergio, seguí. Quiero gozar todo lo posible.

Mi pija estaba recuperada y dura como antes. Sentí dos orgasmos de Ana con mi mamada de concha. Con velocidad me moví y la volví boca abajo (debí haberme detenido un rato para contemplar ese espectáculo, pero confieso que no pude), le puse todo lo mío en esa concha que lo reclamaba. Mi verga estaba a sus anchas, apretada por ese tubo estrecho y caliente.

Ana gritaba desaforada.

- Qué verga linda que me estás poniendo. Pero despacio que me duele un poco.

Ummm ayyy agggg me duele y me gusta. Acabo de nuevo. Dame más, más, más. Por favor no pares.

Dale Anita movete más, haceme acabar a mí

Sííí llename la concha.

Tres movimientos de sus caderas me provocaron una eyaculación copiosa. Estaba excitado por mi pija, tan a gusto dentro de la concha de Ana; por mis manos que tocaban sus tetas su culo y sus piernas; y por mis ojos que contemplaban lo que podían de ese cuerpo escultural.

Quedamos ambos derrengados y muy juntos sobre la cama. Ana se paró y, sin preguntar volvió con dos tragos más los cigarrillos que habíamos dejado en la sala. Con movimientos felinos me encendió uno de los míos y me lo puso en la boca. Y encendió no sólo mi cigarrillo, también tomó fuego el habano que descansaba entre mis piernas.

Estaba fuera de todos mis parámetros la manera en que esa mujer me excitaba. Me maldije por no haberla cojido antes, por el tiempo perdido que ya no podría recuperar jamás.

Me prometí no dejar pasar ninguna ocasión de estar con ella. Y vaya si cumplí mi promesa. Ana desplazó a Sammy y a Mónica en mis preferencias.

Bebíamos y fumábamos bien distendidos los dos. Pero el tercer personaje de esta historia, mi verga, no estaba para nada distendida. Todo lo contrario, ostentaba una erección pétrea.

Sergio, la tenés parada de nuevo. ¿Querés más?

Chiquita, puedo llegar a morir si no te cojo. Y puedo llegar a morir si te sigo cojiendo. Pero prefiero lo último.

Ahh, me has hecho gozar tanto que no puedo negarte nada. Tenés la verga más grande y más linda del mundo. También yo sigo caliente con vos.

Uniendo la acción a la palabra me tomó la pija entre sus manos y quiso regalarme una histórica paja, pero no era eso lo que yo ambicionaba.

Nena, chupamela un poquito más.

Era obediente y laboriosa, además de sabia y eficiente en el difícil arte de mamar una poronga. Tema que no todas conocen. Casi todas lo hacen más o menos bien por puro instinto. Pero Ana empleaba técnicas muy refinadas. Sin duda había tenido maestros muy versados, pese a sus pocos años.

Y yo tenía una idea muy fija en mi cerebro y en mi miembro. No quería volver a acabar en su boca; no al menos en esa ocasión.

Interrumpí esa bella mamada, la atraje hacia mí y continué con los besos y las caricias. Tocar su cuerpo me ponía como una locomotora. Ana se abandonaba a mis caricias sin soltar mi pija de sus manos. Yo estaba tan caliente que tuve que hacer un entreacto necesario.

Le pedí que me encendiera otro cigarrillo. Pero hasta eso me calentaba. Fumé y me di vuelta en la cama para alejar la tentación.

Sergio, ¿ya no te gusto más?

Ana, es que me gustás demasiado. Y no quiero acabar en las sábanas.

¿Y, dónde te gustaría acabar?

En el hermoso culo que dios te regaló.

Tengo un poco de miedo, la tenés muy grande, me va a doler.

Fuera los temores Anita. Todo cabe en cualquier parte. Y si no aguantás me lo decís y te la saco.

La tumbé boca abajo y exploré su culo, primero con las manos, luego con la lengua. Lamí su ano de la forma más delicada que sabía. Ana gemía y pedía más. Entró en escena el imprescindible gel lubricante. Con él le puse un dedo...., dos dedos. Seguía gimiendo y pidiendo más.

Cuando dilaté el anillo la volví boca arriba. Abri un tanto sus piernas y las ubiqué en mis hombros. Se me ofrecían sus dos cuevas de placer.

Apunté mi verga hacia su ano y le apoyé la punta.

Despacio Sergio, por favor.

Todo lo despacio que pueda. Tu culo me enloquece.

Una pequeña presión y mi glande entró no sin esfuerzo en su apretado ano.

Ayyyyy, me duele.

Es sólo la entrada, ya te vas a acostumbrar a tenerla entera adentro.

Volví a empujar una y otra vez, entre sus quejidos, hasta que se la puse toda. Miré su cara, que del dolor iba pasando al goce, mientras pellizcaba sus pezones duros.

Cuando comprendí que había aceptado a la intrusa que invadía su culo se la saqué un poco, para volver a meterla enseguida. A poco ya la sacaba casi entera y volvía a meterla.

Si hubiese muerto en ese instante hubiera muerto feliz. Tanto era el placer que me daba ese culo prieto y tan bello.

Con gran esfuerzo retenía mi eyaculación. Quería que ella también gozara de esa enculada.

Ana puso una mano en su concha y se ayudaba con ese estímulo. Mis manos estaban ocupadas acariciando todo lo que podían de su cuerpo que estaba entero a mi arbitrio.

Ana se movía como un pez, gozando mi poronga en su culo. Los dos estábamos muy calientes y gozábamos mucho.

Tuvo tres orgasmos antes de que yo soltara mi leche en su recto.

Nos dormimos agotados y sucios de semen y jugos vaginales.

Cundo desperté estaba solo, pero escuché el ruido de la ducha en el baño. Ana salió luego, envuelta en una toalla y con otra en la cabeza a modo de turbante.

Mi verga recuperó su mejor forma. Como si no hubiera cojido en tres meses. La vio y me dijo:

No, primero date una ducha.

Tus deseos son órdenes, mi pequeña hembrita.

Me duché y repetimos todo lo que habíamos hecho antes.

La dejé ir, porque debía entrar a su trabajo. No sin antes exigirle que regresara a la tarde. Volvió, fuimos al cine, a cenar y a la cama.

En los tres días siguientes, antes de que yo regresara a Mendoza, estuvo siempre conmigo. Variaban sólo los lugares a dónde íbamos antes de acostarnos.

Le encantaba que la llevara a lugares caros y lujosos. Y alternar con gente que estaba más cerca de mi edad que de la suya.

Convinimos en que pediría una semana de licencia en su trabajo para pasarla conmigo en Mendoza.

Vi a mi clínica en la ruina. Ya que mientras Ana estuviera en Mendoza no podría despegarme de ella. Por fortuna me equivoqué.

Sergio.

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