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Las chicas del colegio 4: Fátima, la madre de...

en Hetero: Infidelidad

LAS CHICAS DEL COLEGIO 4 –FÁTIMA, LA MADRE DE ZULMA.

 

En "Las chicas del colegio 2" apareció Fátima, la madre de Zulma, les recomiendo leerlo para introducirse (en el buen sentido) en este relato.

http://www.todorelatos.com/relato/48873/

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Tal como me lo había anunciado, la madre de Zulma llegó a mi consultorio, sin bombos ni platillos, tomó un turno como cualquier hija de vecino sin hacer valer las prerrogativas de ser la esposa de Don Rachid Abdala, uno de los bodegueros más fuertes de Mendoza, tierra del sol y del buen vino.

Fátima era un prodigio de mujer, apenas si parecía la hermana mayor de Zulma, su hija mayor. A sus 35 años declarados nadie le echaría encima más de 25.

Una vida regalada, aparentemente, había hecho ese milagro de eterna juventud. Hija de un poderoso hacendado de origen árabe primaba en ella la herencia genética de su madre descendiente de italianos.

Su padre le había concertado un matrimonio con Don Rachid cuando apenas contaba con 15 años, a los 16 contrajo matrimonio con el bodeguero que la superaba en 25 años. Nadie le consultó si amaba a Rachid, o si quería casarse con él.

Educada en las tradiciones patriarcales de los levantinos, y las no menos machistas de los italianos, asentía a todos los designios de sus padres.

La misión primordial de la mujer es parir, eso le habían enseñado. Así fue que a sus 17 años nació su hija Zulma. Tuvo otros hijos, pero Zulma fue siempre su debilidad, era la muñeca de la madre adolescente. La escasa diferencia de edades las hizo luego más amigas que madre e hija.

De todo esto me fui enterando mediante las conversaciones de consultorio, y por algunas confidencias de Zulma.

Fátima gozaba de una salud a prueba de misiles, no obstante ello me visitaba con frecuencia, ya habíamos pasado la barrera del Usted y nos tuteábamos como hago con todas mis pacientes. Pero el consultorio es sagrado (a veces no tanto, pero si cuento todo se pueden enojar Moonlight y Placeres), en esa sancta sanctorum mi comportamiento era el de un médico serio, atento a los problemas de sus pacientes.

Pero el hombre es fuego, y la mujer estopa, viene el diablo y sopla.

Una tarde en la consulta, mientras palpaba los pechos de Fátima con una estricta actitud profesional, pero con una erección casi asnal, me dijo:

Sergio, Zulma me contó. Sabés que nos contamos todo.

Ah, sí, ¿ y qué te contó la nena ?

Todo lo que hay entre ustedes. Lo feliz que la hacés. Yo estoy contenta de que mi hija querida goce de su sexualidad. Yo no pude hacerlo.

Fátima, esto no tiene nada que ver con tu salud. Te pido que no lo tratemos en el consultorio.

Es que no hablo con vos en otra parte. Y con mi marido tan celoso sería difícil hablarlo en otro lado.

¡Poca imaginación! Llamame cualquier tarde y hablamos en el comedor de la clínica, hay muy poca concurrencia por la tarde.

Y así se hizo, Fátima se convirtió en asidua visitante de la clínica. En el comedor casi vacío tomábamos té o café y hablábamos. Mejor dicho hablaba ella.

Me fue contando toda su vida. La noche que Don Rachid se cobró a lo bruto su virginidad adolescente. Todas sus noches con el jeque encima, explorando sus virtudes. Las veces que gozó al máximo y las que sólo gozó él y la dejó expectante ansiando un orgasmo. Las preferencias por el sexo anal tan difundidas entre los semitas(árabes o judíos). Como se hizo una esclava del harén unipersonal de su esposo. Unipersonal en su casa, porque el jeque se prodigaba fuera como el mejor. Ella sabía de algunos hijos extramatrimoniales de su cónyuge.

Sergio, me siento una cosa. Me usa para darle hijos legítimos. No le importa si yo tengo algún placer en nuestras relaciones.

Me ha violado casi siempre. La primera vez que me lo hizo por atrás no le importó que me doliera mucho. Tan diferente lo que me contó Zulma de vos. ella lo gozó, yo lo padecí. Nunca pude gozar del todo con él. Siempre estaba presente eso de ser una propiedad suya.

La combinación de la belleza de Fátima y sus sufrimientos íntimos era una mezcla altamente inestable para mi pobre verga que ya estaba parada como un vigilante en una esquina. No alcanzaba a darme cuenta de qué era lo que buscaba con sus confidencias, les aclaro que siempre fui bastante boludo en esos temas. Se coger más o menos bien, pero nunca aprendí a levantarme una mina, soy tímido y apocado. Siempre espero que ellas tomen la iniciativa, a veces se me da, y otras termino recurriendo a alguna vieja amiga, o a una puta, o a mi fiel mano derecha.

Sergio, te quedaste mudo. ¿En qué pensabas?

En aquello de que Dios le da pan al que no tiene dientes.

¿Y por qué?

Porque una mujer como vos es para amarla y gozarla a pleno. Para hacerla sentir venerada. Para gozar con ella, juntos, al unísono.

¿Te parece para tanto?

Sos una mujer bellísima.

¿Y que esperás para hacerme tuya? Ya se que no podremos tener una relación estable, pero si nos encontramos cada tanto podrías hacerme sentir mujer, amada, venerada y todo eso que me decís. Serían momentos aislados, pero los necesito.

Nadie podría haberme hecho una propuesta mejor, pero no era sencilla la partida.

Casi un mes estuvimos pensando la mejor estrategia. Mendoza, pese a ser una ciudad grande, no deja de ser una aldea donde cada uno sabe todo sobre los demás.

Pero al fin la hallamos. Fátima fingió una afección femenina, yo me ocupé de hacerla grave. Don Rachid se preocupó. Zulma consintió por amor a su madre.

Hice una visita a domicilio en presencia del marido que aceptó dejar sus tareas para asistir a la fingida consulta. Abundantes ingestiones de vinagre, recurso más viejo que sentarse arriba del culo, le habían dado a Fátima una palidez mortal, y eso alarmó a su esposo. Que nunca supe si era tan insensible, si le preocupaba la salud de la madre de sus hijos legítimos, si cuidaba su propiedad, o si de alguna manera primitiva la amaba.

Concertamos otra visita para tres días después, arreglando el horario para que coincidiera con el de mayor actividad en la bodega del jeque. Fátima me telefoneó exultante, el árabe no estaría en la casa a la hora de la visita.

Llegué a la mansión, con mi ambo blanco y maletín en mano. Una mucama impecable me guió hasta la habitación de la "enferma". Cuando ingresé Fátima estaba tapada hasta el cuello por una tenue sábana. Al retirarse la mucama echó a un lado su cobertura y se mostró, esplendente.

Así de bella es la turquita. Ahora se impone que la describa, si es que eso es posible.

Alta de 1,77 al menos, no les cuento el rostro porque ya lo han visto. Pelo castaño con reflejos. Tetas justas, ni enormes que den asco ni tan chicas que se hagan inexistentes.

Un culo renacentista. Muslos como a mí me encantan, macizos, bien formados, ninguna exageración. Ya lo dijo el viejo Sócrates: "Lo mejor de la sabiduría es saber conservar el dorado término medio". La célebre "aurea mediocritas" que popularizaron los latinos, siempre plagiando a los griegos.

Y estaba "vestida para matar". O mejor desvestida para matarme. Un extraño baby doll rojo fuego con extremos de flecos que simulaban plumas. Medias negras a medio muslo, con cenefas de encaje que realzaban lo que no necesitaba realce.

 

Queridos lectores, he tenido mujeres muy bellas, la vida ha sido muy generosa conmigo. Pero no exagero si digo que Fátima ha sido una de las mejores, si no "la mejor" porque a su belleza aunaba una inteligencia privilegiada, y reprimida, y un arte amatorio que debió aprender para satisfacer al jeque. Pero eso viene luego.

Me desvestí presuroso, nos besamos como dos adolescentes enamorados. No había prisa, teníamos más de cuatro horas hasta que llegara el jeque, estaba conciente de eso, pero a mi no me bastaban cuatro siglos para gozar de esa hembra.

Mi poronga deliraba, y me decía que le entrara ya. No le hice caso, mi verga tiene voluntad propia, pero la mía es más fuerte y no acepta sus órdenes.

Quería compensar las violaciones que había sufrido. Quería hacerla gozar sin que importara mi placer. Quería resarcirla de las penurias de su vida anterior. Quería hacer cualquier cosa por eas mina que me enloquecía.

Con toda mi experiencia estaba obnubilado. Un adolescente en su primera vez no habría estado tan turbado como yo en ese momento. Tanta era la belleza de esa mujer espléndida.

Lo mejor que se me ocurrió en ese momento fue abrir sus piernas y poner mi cabeza entre ellas. Una concha depilada se me ofrecía ansiosa. Mi lengua jamás fue lenta, enseguida quiso sumergirse en esos pliegues de ensueño.

Separó labios, exploró, hurgó, y al fin halló el interruptor que encendía la luz. Un sabor a nueces, pistachos y piñones invadió mis papilas.

Me concentré en la aceituna de su clítoris, lo besé, lo succioné, lo amé. Sí, lo amé como nunca antes, ni después, he amado a nada ni a nadie. Ese botón mágico era todo lo que ocupaba mi mente.

Supe que ella gozaba, sus gemidos, sus gritos me lo decían.

No quiero perderme en onomatopeyas absurdas y baratas, nada de aghhh, hugg, ayyyy, oghghghgh, ni slup, ni ehhhh.

Los sonidos de Fátima se parecían al canto de los ángeles, eran arrullos celestiales. Es que ella era un ángel que bajó a la tierra para hacer el amor conmigo.

Quiso retribuirme el placer que le di, pero antes me interrogó.

¿Zulma me habló de un aparatito que tenías?

Está en mi maletín, pensé que sería útil traerlo. Es un regalo de mi colega el Dr. José Amionda, un médico español que se las trae.

Quiero probarlo. Tal vez así no sufra tanto cuando me la ponen en el culo.

Fátima, tu culo es de lo mejor, pero si no te gusta no te la pongo ahí.

NOOO, quiero que me la pongas por todos lados.

Le entregué el dilatador anal, regalo de mi amigo español. Un bello artefacto de la industria europea que ella atesoró en sus manos.

De inmediato quiso compensar mis esfuerzos e inició una mamada sabia. Nada de el arte de la fellatio le era ajeno. Deleitó mi verga con sutiles succiones, sabias lamidas. Acertaba con su lengua en todos los puntos de mayor placer para mí.

No quise llenarle la boca de semen en ese momento, la magia era demasiada para empañarla tan pronto.

Mientras me la chupaba con fervor se introdujo el juguetito en su culo, poco a poco lo hizo, se lo metió entero.

Seguía vestida con su conjunto rojo que me ponía cada vez más caliente.

Llenarle de leche la boca era un objetivo para más adelante, en ese momento mi anhelo era gozar de toda esa hembra.

Ella se preparaba para una penetración anal, era fiel a su cultura. Pero si bien me atraía su culo no era lo primordial para mí en ese momento. Gozar de esa mujer increíble era suficiente para todos mis deseos.

No me derramé en su boca, eso lo hice días más tarde. Esa tarde apenas quería sentirla mía. Y la hice mía dos veces, le puse la verga en la pose del misionero.

Fue una experiencia insuperable, ver su rostro, su expresión de placer mientras la cogía, su boca abierta en un grito. Y mis manos reconociendo toda esa espléndida anatomía. ¡¡Qué nadie me cuente algo del paraíso, yo lo viví!!

Me pidió más, tengo algunas preferencias, me gusta que me cabalguen pero que ella mire hacia mis pies. Así se puso, le entró con facilidad, pero una vez adentro mi verga se sintió oprimida por las paredes de esa vagina que partecía haberse vuelto virgen otra vez.

La calentura de Fátima hizo que todos sus tejidos se insuflaran de sangre cálida y le estrecharan sus labios inferiores. No parecía una vagina de multípara, más bien era la concha de una pendeja.

Los orgasmos de Fátima eran muy ruidosos, temí que alguien de la casa los oyera, pero ella me tranquilizó al decirme que su marido había hecho una aislación acústica para que nadie oyera cuando él la violaba y ella gritaba pidiendo auxilio.

Ya había agarrado a la gloria de la teta derecha, pero ignoraba que me faltaba algo, quizás no lo mejor, pero sí muy bueno.

Ella estaba muy culturizada en lo árabe, y para que culminara su sesión de sexo le hacía falta ser penetrada por el culo. Era una tradición en sus encuentros con el jeque, siempre lo último que él le hacía era echarle un buen polvo en su puertita posterior. Lo necesitaba para sentirse completa, mujer, hembra.

El culo de Fátima era de antología, bien formado, prieto, erguido. Casi daba miedo penetrarlo.

Pero ella lo deseaba, y yo ni les cuento.

Mi maletín siempre está bien provisto, nunca falta un gel adecuado para penetraciones anales.

No me hizo falta una dilatación extrema, el ano de Fátima estaba habituado a recibir la verga de Don Rachid.

Lubriqué lo preciso, metí dos y tres dedos hasta que encontré que ra mejor reemplazarlos por mi poronga, tan dura como si no hubiera cogido en los últimos diez años.

Pese a lo trajinado de ese culo me ceñía la verga como si fuera un estreno. Todo el resto de la espléndida mujer que me estaba culeando contribuía a mi goce profundo.

 

El culo no era virgen, pero como todos los culos, salvo algunos demasiado usados, era muy apretado.

Estábamos de pie, no me importaba la posición, mi verga gozaba lo estrecho de ese culo, que sin ser primicia era de lo mejor.

Sobre todo por la mujer que lo portaba.

No le tocaba nada, ni sus tetas ni su clítoris. Igualmente Fátima gemía, sentía que gozaba, con seguridad su mente estaba gozando de la culeada.

Mi verga entraba y salía de ese agujero glorioso. Pensé que amaba a esa hembra. Lo deseché como imposible, era la mujer del jeque.

Don Rachid podía hacerme desaparecer con sólo un gesto.

Pero mientras tanto yo le estaba adornando la frente.

Si es cierto que a los ciervos les crecen los cuernos cada año, y si el turco fuera un ciervo, su cornamenta ya debería haber cubierto todo Sudamérica, porque hace más de cinco años que beneficio a su mujercita.

No puedo tenerla sólo para mí, pero la disfruto cada vez que quiero. Fátima es muy sumisa conmigo, y acude cuando la llamo. Otras veces me llama ella.

Para mi querido lector Hombre FX, las fotos son reales aunque te mate la envidia. A veces mis fotos parecen de páginas porno, es que soy un experto fotógrafo y se cómo lograr los mejores enfoques, aún con trípode y disparador automático.

Para el resto de mis lectores que no cuestionan tanto: espero que les haya gustado, y que lo valoren y lo comenten.

Para mis lectoras: Argentina no queda tan lejos del resto del mundo.

Sergio.

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