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Historia de Sonia

en Hetero: General

Esta es la historia de Sonia, la amiga de Marta. Ya conté cómo fue que la conocí y de los problemas de su hija Luisa.

La volví a ver otras veces, siempre yo con Marta, y noté que no le era indiferente. Me miraba con insistencia, pero era muy discreta.

Mis actividades en Mendoza eran cada ves más laxas. Era el propietario de la mejor clínica de la especialidad en la ciudad, y contaba con un equipo de médicos, hombres y mujeres que eran una garantía de eficiencia. Nada grave podía pasar en mi ausencia. Y en un caso extremo me podían llamar y yo estaría en pocas horas junto a mi equipo. Por eso cada vez eran más frecuentes mis viajes a Buenos aires, donde pasaba tan bien cojiendo con todas las mujeres de ese clan que se me ofrecían generosamente. Era un poco el premio a mi vida de sacrificios para hacerme una posición en el mundillo científico de mi provincia; aunque mi nombre era moneda corriente en Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe; y también en otras capitales del mundo desde donde me llegaban consultas y pedidos de asistencia. A veces viajaba a París, Londres, Nueva York o Montreal, llamado en consulta como el mejor en algunos temas.

Mi presencia frecuente en congresos internacionales era aprovechada para pedir mi intervención en casos difíciles, y algunos éxitos incrementaban mi prestigio. Una publicación especializada de Londres llegó a considerarme como uno de los mejores ginecólogos en actividad.

Pero estaba cansado del continuo ajetreo. Había dedicado mi vida a mi especialidad, y creía que ya era tiempo de que empezara a dedicar mi vida a mí, Por eso pasaba largos tiempos en Buenos Aires, donde la compañía de Marta llenaba plenamente mi vida, sobre todo mi vida sexual. Pero las buenas intenciones suelen empedrar el camino del infierno.

No podía ver una mujer insatisfecha, sedienta de verga, sin sentir que como un boy scout debía acudir presto a resolver las carencias.

Así fue que Sonia una mañana me llamó por teléfono para pedirme que almorzara con ella porque quería hablarme a solas de su hija Luisa. La invité a un muy buen restaurante, y cuando llegué la encontré por su segundo martini, Marta me había advertido que a Sonia le gustaba bastante el alcohol. Me senté y pedí mi martini, ordenamos la comida: ostras con Chardonnay, lomos con Malbec y helados con champagne de la mejor cosecha disponible, café y cognac francés VSOP .

Ya con los camareros lejos iniciamos nuestro diálogo, supuestamente el tema era Luisa, pero Sonia lo inició con su historia.

Sergio vos no conocés mi pasado, me crié en una familia pobre, pasé privaciones en mi infancia y en mi adolescencia. Decidí salir de eso a cualquier precio, tuve amantes pobres que me llenaron de placer, pero no era mi destino, necesitaba dinero y poder. A mis veinte años era hermosa y a eso tenía que hacerlo valer. Con la ayuda de algunas amistades me introduje en círculos que estaban muy por encima de mis posibilidades sociales. Conocí Generales, Almirantes, Brigadieres, empresarios muy poderosos. Pero no era eso lo que buscaba, ninguno podía darme la seguridad a la que aspiraba. Me querían para satisfacerse por un tiempo y luego cambiarme por otra, o más joven, o más linda. Yo no me conformaba con un lindo piso o un buen auto. Quería seguridad y continuidad. Así fue que una vez me presentaron un empresario bien establecido que me apuntó los cañones. Él andaba por los sesenta y yo con poco más de veinte.

Me hizo la corte al estilo de sus años, regalos, flores invitaciones a cenar. Hasta que me lo llevé a la cama, el viejito estaba bien conservado y me supo coger como el mejor. Me alquiló un buen departamento en Barrio Norte, y me visitaba dos o tres veces por semana, Terminó enamorado de mí. Ese fue el momento, dejé de tomar los anticonceptivos, y un día le anuncié que estaba embarazada. Como el caballero que era me propuso matrimonio, eso era lo que yo quería. Habló con su única esposa legal para hacer su divorcio, no lo había hecho nunca, a pesar de que tuvo varias mujeres, en algunos casos con hijos. Arregló todo y nos casamos, nació Ana, yo sabía asesorada por abogados, que en una sucesión debía repartir con sus dos hijos anteriores. Entonces le hice vender la mayor parte de sus bienes y comprar otros que pasaron a ser gananciales.

Pasó el tiempo y el viejo ya no me cojía como antes. Los años se le venían encima. Gastamos mucha plata en viajes y farras. En esas farras conocí un agregado a la Embajada Alemana que fue el padre de Luisa. Y a muchos otros más que no fueron padres de nadie.

El viejo se terminó de deteriorar y tuve que asistirlo hasta que murió. Al hacer el balance vi que me quedaba una quinta no muy rentable, un piso alquilado y mil contactos de los amigos de mi marido. Por medio de uno de ellos obtuve un buen trabajo que me ocupa todo el día. Y quedaban mis dos hijas, chicas aún.

Vos las conociste y trataste a Luisa. Ella es una putita desenfrenada. Ana también lo es, pero más recatada.

Luisa me contó el tratamiento que le hiciste. Y yo necesito un tratamiento igual. Sergio, hace dos años que no cojo, tengo cuarenta y siete años y estoy que ardo. Por mi trabajo y mi posición no puedo andar de levante. Vos sos un hombre discreto, comprometido con Marta que también me contó lo feliz que la hacés; por eso te pido, así, de frente, quiero que me cojas.

Sonia, yo no soy de fierro, sos una hermosa mujer.

Acabábamos los postres y me propuso que la llevara a algún lado donde pudiéramos estar solos y a nuestras anchas. Salimos y en mi auto nos dirigimos a un hotel de la Panamericana que sabía contaba con los más modernos adelantos del arte de coger. De la playa entramos a la suite que había elegido. Ella iba vestida con un traje de saco y pantalón que no dejaba adivinar casi nada; se quitó el saco y pude ver a través de la blusa unos buenos pechos. Sus tetas eran del tipo largo, pero bien firmes. Llevaba el pelo recogido en una cola, y por adelante dejaba libre su amplia frente, ojos enormes. Me quité mi saco y la besé con pasión, ya estaba yo caliente. Se pegó toda a mí y sentí su cuerpo contra el mío, mientras le hacía sentir mi erección. La tomé de su culo firme para apretarla contra mi poronga enhiesta, y se la hice sentir sobre su concha.

No tardamos en sacarnos la ropa, cuando la vi en tanga y corpiño empecé a delirar, era una hembra sensacional. Nada exuberante, un buen culo, piernas largas y bien torneadas, cintura estrecha y caderas bien marcadas,

Su cara era capítulo aparte, frente amplia, ojos color canela, nariz perfecta, y una boca que más parecía un artefacto para mamar pijas.

Me desnudé entero y la tomé por atrás, le apoyé mi poronga en el culo y le desprendí el corpiño soltando sus tetas que no se desparramaron. Con una mano le tocaba las tetas y con la otra le bajaba la tanga, ella ayudaba, la llevé hasta el colchón de agua y nos tendimos muy juntos, no parábamos de acariciarnos enteros mientras yo engullía su deliciosa boca. Su piel era suave y sedosa.

Mis manos llegaron hasta su concha que ya estaba mojada, la exploré con mis dedos, Sonia gemía mientras le acariciaba el clítoris hinchado y duro.

Empezó a gobernar, me puso boca arriba, se colocó encima de mí, y con habilidad fue deslizando mi verga en lo profundo de su concha bien lubricada. No se quejó, aunque mi poronga era grande para su cavidad, al menos yo sentía mi verga bien apretada. Me cabalgó hasta lograr su primer orgasmo, y me siguió cabalgando hasta que me sacó toda mi leche. Fue una eyaculación gloriosa.

Bajó y se metió toda mi pija en su boca. Mi erección no había cedido, me la chupó con arte, era una maestra, le costó hacerme acabar otra vez, pero lo consiguió y llenó su boca de mi leche, mientras se tocaba la concha con sus dedos lo que le provocó otro orgasmo.

Nos tendimos a descansar mientras yo chupaba y acariciaba sus tetas, sus pezones eran como carozos de durazno, erguidos y duros. La volví de espaldas contra mí para poder amasar bien sus tetas, mi verga estaba apretando su culo.

La puse en cuatro patas para lamerle la concha; mi lengua paseaba entre su clítoris y su ano. La empujé un poco para que quedara boca abajo. Su culo era bien formado y firme, le separé las nalgas para rozar su ano, con mis dedos llevaba la humedad de su concha hasta su culo, introduje un dedo.

Sergio, sólo uno me la puso en el culo, y no fue mi marido, fue el padre de Luisa. No me gustó mucho, pero si vos querés...

Le lubriqué bien el ano con sus jugos y mi saliva, metí un dedo, y después otro, con los dedos en tijera hacía movimientos circulares. Mi experiencia me dice que no hacen falta tres dedos para dilatar un ano. Cuando consideré que ya estaba listo la hice poner ligeramente flexionada y con el culo apuntando hacia arriba. Ella misma se abrió las nalgas y apunté mi tranca a su hoyito, se veía hermoso, marrón y abierto. Empecé la penetración con delicadeza, se quejó un poco pero no me dijo nada; de un envión metí mi glande en su ano; dio un gritito y me dijo que siguiera. Pasada la barrera del esfínter todo fue sobre rieles, mi verga entraba poco a poco en ese túnel estrecho y rugoso, sentía la presión de las paredes de su recto. Cuando lo tuvo todo adentro, hasta los huevos se lo deslicé a todo lo largo de ese precioso canal. Mis manos alternaban entre sus tetas y su clítoris, Sonia bramaba de gozo.

Cómo me gusta que me cojas por el culo Sergio.

Esperá a sentir mi leche adentro.

Dámela pronto.

Se movía como posesa, mientras yo acariciaba la suave piel de sus tetas y mis dedos jugueteaban con sus erectos pezones. Sonia culeaba con ahinco tal que en instantes hizo que se desatara mi eyaculación que le provocó un sensacional orgasmo.

Pedimos una botella de champagne y nos tendimos a fumar.

Sergio, me hiciste acabar como seis veces, sos inagotable, y yo estaba muy hambrienta de verga.

¿Y por qué tanta abstinencia? Sos una mujer hermosa, no te deben faltar pretendientes.

Es que trabajo mucho, casi no salgo fuera de mi ambiente, y allí no me puedo arriesgar.

Seguimos conversando y bebiendo, no podía dejar de acariciar ese cuerpo que con la suavidad de su piel me llamaba.

Hey Sergio, se te paró de nuevo, echame otro polvo.

Esperá muñeca, antes me tenés que prometer algo.

Te prometo lo que quieras pero cojeme ya.

Quiero que me entregues a tu hija Ana, me dijiste que era una putita, y está buenísima, quiero coger con ella.

No te va a costar nada, yo voy a arreglar para que se encuentren a solas. Bastará con que le toques una teta y se desnuda para vos, ya me dijo que le gustabas.

Con la promesa pactada volví a penetrar su concha que estaba muy jugosa y caliente. Cuando acabamos empezamos a vestirnos mientras arreglábamos nuestro próximo encuentro, y el mío con Ana.

La dejé en su trabajo y me fui al cine, no quería ningún encuentro con ninguna mujer, esa noche tenía que coger con Marta.

Sergio

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