miprimita.com

Me lo contó un colega

en Amor filial

Me lo contó Martín

Ya he podido comprobar que los relatos de mis experiencias no interesan a los mandamás de TR, de modo que he comenzado a interesar a mis relaciones, de uno u otro sexo, para que escriban algo para mí, luego yo me encargo de proponerlos a la web, si son aceptados los lectores podrán leerlos.

El primero que se animó a darme un bosquejo fue Martín (no es su verdadero nombre) un médico anestesista de unos 45 años. Le di forma su historia, respetando la esencia, y aquí la propongo a los lectores. Narro en primera persona para evitar rodeos gramaticales.

S.

Soy Martín y quiero rememorar algunos hechos de mi lejana infancia. Nací y crecí en una ciudad pequeña del interior de la República Argentina.

Allá por el cuarto o quinto grado primario (perdón si ignoro las denominaciones actuales, en mi época se cursaban siete grados primarios y luego cinco años de secundaria) allí decía se comenzó a despertar mi sexualidad, no fui para nada precoz, luego supe que lo mío fue perfectamente normal y a tiempo, al menos hasta allí.

Empecé a mirar con otros ojos a mis compañeras de escuela, sobre todo a las regordetas que lucían más carne que las demás. En el aula apenas si podía atisbar unos centímetros por encima de sus rodillas, y eso solo bastaba para hacerme sentir una cierta inquietud.

Las maestras eran muy viejas y nada atractivas. Pero el hecho de cursar en una escuela Normal, formadora de maestras en la etapa secundaria, me regaló la presencia de las alumnas de cuarto y quinto año secundario, que hacían sus prácticas docentes en la primaria.

Esas eran mujeres de verdad, andaban entre los quince y dieciocho años. Y mis sensaciones crecieron. Sentía sensaciones inexplicables en mi pijita cuando veía el bulto que formaban sus pechos en el guardapolvo.

Cuando no aguantaba más me tocaba por sobre la ropa y sentía muy lindo, pero sin llegar a nada.

Mis conocimientos en la materia eran peores que nada, disponía de información muy errónea sobre el tema sexo, mejor no detallar lo que creía saber, los lectores se reirían.

Había oído hablar a los más grandes de las pajas, pero ignoraba el procedimiento, y no me atrevía a preguntar. Me limitaba a esos tocamientos que no me llevaban a nada, aunque me daban cierta satisfacción.

Una noche en mi cama, no lograba conciliar el sueño pensando en Adelita, una compañera que ese día, al sentarse, me mostró algo más de lo acostumbrado de sus muslos, era del tipo adecuado, regordeta y muy linda a mis ojos.

Me tocaba con frenesí, pero como siempre:nada.

De repente se me ocurrió montarme sobre la almohada y frotar mi pequeño pene contra ella, siempre pensando que era Adelita. Al rato de hacerlo sentí un placer inenarrable. Y esa práctica se transformó en frecuente, había conseguido masturbarme a pura intuición.

Siempre que me era posible lo hacía con la almohada, y cuando las circunstancias eran adversas, porque temía que alguien de la familia me viera, lo hacía simplemente frotándome contra el colchón.

La mano entró en uso más tarde, en unas vacaciones en las que fuimos al campo con mis tíos y mis primas. Mi padre tenía dos hermanas y mi madre una, en total tres tías y seis primas. Marchamos todos a una estancia enorme, llena de habitaciones. Pero con un solo baño, claro que el baño era tan grande que podrían haberse hecho allí asambleas, se trataba de una construcción muy antigua, de principios del siglo XX.

Un tanque australiano oficiaba de piscina, y la visión de tantas mujeres en traje de baño me tenía a mal traer. Hablo de aquellos trajes de baño, enterizos y muy recatados. Pero ver muslos enteros, culos bien delineados y alguno que otro canalillo ya que los escotes no eran para nada pronunciados, me llevaban al paroxismo.

Me escondía tras los árboles para tocarme, y en cuanto podía me escurría hasta mi habitación para tirarme en la cama y frotarme contra el colchón. Por las noches la vieja y fiel almohada era quien me daba placer.

Con cierto temor comprobé que por la punta de mi verguita salía un líquido acuoso, apenas viscoso. Entonces opté por envolver el miembro en papel higiénico para no delatarme cuando mi madre lavara mi ropa.

Una tarde, ya oscuro, quise ir al baño, al acercarme a la puerta noté una raja de luz que venía de adentro del baño. Una hendidura en la vieja madera de la puerta la dejaba salir. Apliqué mi ojo derecho a la grieta y sobrevino el delirio, vi a una de mis tías desnuda aprestándose para un baño.

Mi penecito se puso duro, pero no me atrevía a quedarme mirando. Me fui rápido a mi cuarto y me acosté boca abajo hasta lograr el placer más intenso, hasta esa vez.

Luego estudié minuciosamente los movimientos de la casa hasta cerciorarme de que había momentos en los que podía espiar sin peligro por la grieta del placer.

Entonces, con la ropa adecuada, podía tocarme directamente hasta sentir ese flujo que manaba de mi miembro.

Lo hice con todas las mujeres de la casa, tías, primas, personal de servicio; y hasta con mi madre y mis hermanas.

Prefería a Ana María, la prima mayor, de más de veinte años y con un cuerpo espectacular.

Pero ninguna mujer de la casa se escapó de ser la inspiradora de lo ya sabía yo eran soberanas pajas.

El record se lo llevó la hermana de mi madre, María, por ese entonces de unos 35 años, matrona de senos soberbios y erguidos pese a su volumen, muslos contundentes y en apariencia muy duros, y un culo redondo, grande y duro. Le tomé afición a la tía, no era la que más me calentaba, pero era la que más se bañaba. Y muy a futuro le retribuí esos favores que ella nunca supo que me hizo.

De mis primas siempre Ana María fue mi preferida, tenía unos diez años más que yo. Su cuerpo era de normal a abundante, muy bien construido.

Elena también me gustaba, era algo menor que Ana María, pero también mayor que yo.

Las más cercanas a mí eran Laura, dos años mayor, y Estela dos años menor. Ninguna ostentaba entonces atributos destacables. Pero a mí me bastaba con ver la piel prohibida para llevarme un calentón de novela.

En ese enero debo haberme hecho más pajas que en el resto de mi vida, ¡bendita juventud!. Y no contraje tuberculosis ni ninguna otra enfermedad, tampoco me brotaron pelos en las manos.

++++++++++++++++++++++++++++++++

Como sucede en todos los años enero terminó, volví a mi rutina veraniega: un balneario de río cercano a la ciudad, al que podíamos ir a veces. Allí veía chicas en traje de baño, pero no había camas ni lugares ocultos, de modo que debía apelar a mi memoria para pajearme por la noche. Les aclaro que a esta altura era un experto en pajas. Algunos amigos un poco mayores me instruyeron en las diversas modalidades: el anillito, el paragüitas, a dos manos y otras. La almohada era a veces la forma más realista. Y siempre esa secreción incolora y apenas viscosa.

Mi abuela paterna era una dulce anciana postrada por una depresión severa, mi padre me imponía ir a visitarla en su casa para que no estuviera tan sola. Allí jugaba con los juguetes que habían sido de mi padre y de mis tías, los que ella conservaba intactos.

Por fortuna a Laura, mi prima, también le imponían esa tarea humanitaria y eso me permitía tener una compañía para mis juegos. Y a pesar de ser dos casi siempre terminaba por aburrirme y dejar de jugar para volver a charlar con la abuela.

En una de esa veces Laura no quiso ir con la abuela, pero yo estaba aburrido de jugar con muñecas y bolitas (canicas). Se lo dije y la bendita fortuna hizo que, para entusiasmarme, me propusiera jugar al doctor, yo siempre decía que cuando fuera grande iba a ser médico y me entusiasmó la idea, sin ninguna malicia. En ese tiempo el 99 % de los médicos eran varones, de modo que me tocó el papel de doctor.

Confieso que no sabía cómo se jugaba ese juego, y pregunté. Laura me respondió que tenía que revisarla y curarla. Nos fuimos a un dormitorio lejano al de la abuela, llevamos algunos juguetes que harían las veces del instrumental necesario.

Ella se tendió sobre la cama, boca arriba y con su falda algo levantada.

Sus muslos no eran comparables con los de la tía María, ni con los de las primas mayores.

Pero esta vez podría tocar, es imposible revisar y diagnosticar sin tocar.

Sentí que me abrasaba la fiebre, pero me engrilló la prudencia, aunque ella era mayor temí asustarla si me lanzaba a hacer lo que mi cuerpo exigía.

Empecé por revisar sus tobillos por encima de los zoquetes (medias al tobillo) la piel era suave y cálida, allí mi pijita se puso como roca, seguí por sus pantorrillas con algo muy semejante a caricias suaves. Fingí hallar alguna enfermedad en sus rodillas, pero lo descarté de inmediato; el objetivo era llegar a sus muslos, lo más carnosos que veía.

Me detuve en ellos, palpando alternativamente uno y otro, cada vez más arriba, desplazando su falda hacia la cintura.

Casi me desmayo cuando pude ver su trusa, un calzonazo de esos tiempos. Laura se quedaba inmóvil, como si disfrutara del examen.

Me armé de valor y recogí toda su falda, le pedí que se volviera. Lo hizo y encontré un tesoro de carne. Las tres hijas de esa tía se destacaron siempre por el culo, y ya pintaban desde chicas.

El culito abundante y parado se ofreció a mi vista. Lo palpé por sobre el calzón, luego metí tímidamente mi mano por debajo de la amplia prenda, después la otra. Y a dos manos tocaba ese culito suave y duro, lo masajeaba y lo oprimía. En un rapto de audacia me permití separar las nalgas e incursionar hasta palpar el ano. A esa altura yo ya deliraba de la calentura.

Con torpeza procuraba llegar a su concha (coño), quería palparla. Pero la posición no me lo permitía, entonces la puse boca arriba. Metí otra vez la mano bajo el calzón, ahí sí pude tocar su concha, palpé una pelusa que la rodeaba, sentí el calor que emanaba, toqué la humedad que la invadía.

¡Y yo que pensé hace un rato que no podía tener calentura mayor!

Quise verla, nunca había visto una concha, ni en fotos, ni en dibujos.

Intenté bajar la prenda que la cubría, pero Laura me conminó – "haceme todo lo que quieras, pero dejame el calzón ahí"-.

Si toda la veda consistía en dejar que la prenda le ajustara la cintura, puse en juego mi ingenio, y juntando toda la tela posible hacia un lado descubrí la zanja del placer, la que luego sería mi obsesión.

Era una rajita apenas rodeada de una pelusilla tenue. Debía sostener la prenda para que no volviera a ocultarme el tesoro que había hallado. Laura abría sus piernas para facilitarme la visión. La toqué, separé la abertura, incursioné con mi índice, noté la humedad que la mojaba, moví mi dedo y dio un respingo, había errado, intenté de otra forma y palpé un pequeño promontorio. Ella lanzó un gemido tenue, había acertado, le gustaba.

Seguí concentrado en ese botón, luego aprendí que se llama clítoris.

A los dos minutos de tallar ese botón mi prima se estremeció, temblaba, gemía cada vez más alto, y arqueaba su cuerpo como en un espasmo.

Ninguno de los dos hablaba.

No pude resistirme a darle un beso en ese sitio. Acerqué mi boca y percibí una tenue fragancia que aumentó mi excitación. Siempre con una mano sujetando la tela del calzón arrimé mi lengua y la besé. Luego la lamí, recordé el botón y al acariciarlo con la lengua Laura se estremeció otra vez, ene esta gritó. Le pedí que se contuviera, podía oírnos la abuela.

Se relajó, quedó laxa tendida en la cama.

Yo tenía que hacer algo para no reventar.

Bajé mi pantalón y calzoncillos de una vez. Mi verguita se mostró en su máxima erección.

No tenía mucha idea de cómo se hacía para coger, apenas unos conceptos muy vagos. Había escuchado de mujeres que pajean a sus hombres, de sexo oral, pero sentía que si rozaba mi miembro, aunque fuera con un gato, lanzaría ese líquido que tanto me gustaba lanzar. Y mi objetivo era cogerla a Laura, dejarle la secreción cristalina y viscosa dentro de su concha.

Volvía recoger su calzón como antes. Tuve que pedirle que lo sujetara para que no me obstruyera la entrada.

Me monté entre sus piernas abiertas, ella deliraba tanto como yo, al quinto intento logré poner la punta de mi verguita entre los pliegues de su concha que rezumaba líquidos lubricantes, y emitía un calor que amenazaba incendiar mi miembro.

Embestí y se la puse dentro de una vez. Mi pijita era tan mínima que no le causó ningún dolor, tampoco llegué a su himen.

Poco roce había entre su concha y mi verga, apenas el indispensable para que Laura sintiera algo. A mí no me hacía falta, estaba cogiendo con mi mente infantil y hubiera llegado aun en una cámara de vacío.

Como para mí eran todos estímulos psíquicos cuando Laura empezó a convulsionarse, estremecerse y gemir casi sin palabras, le solté mi líquido inocuo. Y también me estremecí, y grité y gemí y me derrumbé sobre ella.

Quise tocar también sus tetas, pero encontré casi nada. Esas primas de tan buen culo, siempre carecieron de tetas. Laura y su hermana menor se las pusieron más tarde.

Con Laura nos prometimos ser novios en secreto. La seguí cogiendo, en mejores condiciones. La sigo cogiendo hasta hoy, pese su matrimonio y posterior divorcio.

Mis seis primas, mayores o menores que yo son mis mujeres, nunca me casé ni tuve otras relaciones extra familiares. Sólo una no se casó, y hoy es objeto de mis más delicadas atenciones, aunque está un tanto excedida de peso.

Ana María, la que me dio tanto placer, murió hace tres años. Pero gracias a sus buenos oficios pude iniciar a algunas de sus hijas que hoy la suplantan.

Nunca pensé que ese juego del doctor me iba a asegurar mujeres para el resto de mis días. Al punto que ya no puedo pensar en sexo si no es dentro de la familia.

Una sobrina segunda está embarazada después de su divorcio, y el responsable soy yo, que me haré cargo del fruto de esa relación casi incestuosa, porque la ley no me prohibe casarme con ella.

Con mis primas probamos todas las variantes del sexo, con infinito placer para todos.

Si Sergio lo admite les contaré muchas cosas más.

Martín

Mas de Mango

La tía de Marilú

Violador serial 2

Violador serial 1

Los Vengadores Anónimos (2)

Casi Cincuenta (2)

Los Vengadores Anónimos

Casi Cincuenta

Sólo penas en mi vida

La mujer del bioquímico 2 (2 - final)

La mujer del bioquímico 2 (1)

Las chicas del colegio 5: Malena 1

Dos amantes de excepción

La mujer del bioquímico

La torre izquierda

Los Tríos de Lu (5: Simbiosis sugerente)

Hago lo que puedo

A Rosa con mi gratitud

La gloria de Gloria

El regreso de Sergio

La depresión de Sergio

Por el culo ¡NO! que me duele

Las chicas del colegio 4: Fátima, la madre de...

Las chicas del colegio 3: Un polvo no se le niega

Las chicas del colegio (2: Zulma)

Los Tríos de Lu (4: La madura esposa del General)

Las chicas del colegio

Un sábado con Marta

Los trios de Lu (2)

Los trios de Lu

¿Pasante o modelo?

La que faltaba, la hija mayor de Marta

La primera vez de Sergio (Mango)

El campo (3)

El campo (2)

El campo (1)

Más historias de Lu (3)

Más historias de Lu (2)

Más historias de Lu

La mucama de Marta

Otra hija de Marta

De nuevo a las andadas

Lo que cuesta vale (2)

Lo que cuesta vale

La miss

La madre de Estela

La miss (2)

Otra versión

Mi primera suegra

El secreto de Carlitos

La nueva novia de Carlitos

Un culo postergado

Mi secretaria privada

La mujer del kioskero

Yolanda mi ama de llaves o de.....

La becaria Venezolana

Ana

La madre de Marta

La mucama de la noche

Penas y alegrías de una crisis

Jefe de guardia

Una paraguayita muy especial

Historia de Sonia

La hija de Sonia

Insensible por una violación

En mis comienzos

Con Cris

La tercera amiga de LU

Con Lucrecia, la hermana de mi amante

En mi consultorio

El trío esperado

La puertita posterior de Sammy

Con las amigas de Lu, la hija de mi amante

Con la hija menor de mi amante

Conociendo a Marta

Con la novia del hijo de mi amante (2)

Con la novia del hijo de mi amante