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La primera vez de Sergio (Mango)

en Hetero: Primera vez

MI PRIMERA VEZ

Se que este será un relato breve e insulso. Pero no quiero dejar de contar mi primera vez

Andaba yo por mis trece años, y desde los nueve había empezado a experimentar con mis pajas. Ya sabía hacérmela de varias maneras diferentes. Con la mano, con una almohada, contra el colchón.

Como era menor que mis compañeros de colegio me sentía disminuido, porque algunos de ellos ya habían tenido su experiencia con alguna mujer, putas en general, que cobraban bien sus favores. Y yo no tenía dinero disponible. Mis padres eran muy severos y no me aflojaban un centavo.

Pero en mi casa trabajaba una chica como empleada doméstica. Era un tanto mayor que yo, morochita, regordeta. Y según las mentas del pueblo bastante complaciente.

Decidí que ella sería con quien debía debutar. Y tracé mi estrategia. Empecé por regalarle una rosa, de los rosales que yo mismo había plantado y cultivaba.

Procuraba espiarla para ver cuando se cambiaba la ropa. Poco resultado tuvo mi empeño. Apenas si logré verle las piernas, apenas sobre las rodillas.

Eso bastaba para desatar innumerables masturbaciones, a la espera de algo mejor.

Buscaba de ponerme cerca de ella para rozarla de alguna manera. Pero mi inexperiencia era muy torpe. Y temía que si intentaba algo más audaz me delatara con mis padres..

Una tarde la invité a tomar un helado. Aceptó, pero se sorbió el helado conmigo y me dejó con una erección para la historia. Se fue y tuve que conformarme con otra paja.

Entonces se me ocurrió comprar un anillito, muy lindo, pero una baratija al fin, aunque era dorado, y siendo nuevo parecía de oro.

Se lo mostré a Piedad, ese era su nombre, y le gustó. Me dijo que para mis dedos era muy chico, pero que a ella le venía bien. Me pidió que se lo regalara.

Le dije que se lo regalaba si ella me acompañaba esa tarde al parque de las afueras del pueblo, sólo para andar por allí y caminar un poco. Aceptó y nos encontramos en el borde del parque.

Ese parque era el precursor de los moteles por horas, que en ese entonces no existían en mi pueblo. Allí acudían las parejas a desfogarse, entre la espesura de un monte natural, al abrigo de miradas indiscretas.

Caminé con Piedad por los senderos. Me atreví a rodear su cintura con mi brazo. Era una chica morena, gordita, no se le veían tetas, con un culito grande y piernas macizas, hasta donde yo había podido mirar. Pero me tenía muy caliente, era todo a lo que podía aspirar a mi edad. Y supuse, con acierto, que debía tener una concha disponible para mi verguita virgen.

Pronto empezó a oscurecer, me lancé y la llevé algo más adentro de los senderos, hacia unos montecitos de árboles muy tupidos. Ella se dejaba llevar, no debía ser la primera vez que la guiaban hasta esos lugares, y seguro que ya sabía mis intenciones.

En mi bolsillo llevaba un forro (condón, preservativo, profiláctico) que me había dado un amigo mayor que yo. No me atrevía a comprarlo en la farmacia, y no se expendían en todos lados como ahora. Tenía sólo uno, hoy más experto hubiera llevado al menos tres.

En un claro, muy oscuro, del monte la invité a sentarse en el suelo. Nos sentamos muy cerca la una del otro. Pasé mi brazo sobre su hombro y se reclinó junto a mí. Ya éramos como una pareja de las que andaban por allí.

Acariciaba su espalda sin atreverme a ir algo más abajo, o más arriba. Me maldije por no recordar lo que me habían contado mis compañeros mayores y "expertos". Pero a puro instinte traté de acercarla a mí.

Cuando la tuve a tiro junté mi boca con la suya. Me sorprendió invadiendo mi boca con su lengua. Yo nunca había dado ni recibido un beso.

Me agradó esta sensación tan novedosa, le dí mi lengua para aprender a besar en un curso acelerado.

Mi verguita se puso dura como un poste, y vaya si creció en su tamaño. Debió llegar a los trece centímetros bien cumplidos.

Piedad la rozaba con sus manos, pero no la agarraba con decisión.

Mis manos volaban, apretaron sus tetas, sólo apretadas se notaba que eran tetas, de lo contrario eran dos platos de té. De tetas apenas si tenían lo redondo.... ahh y los pezones apenas marcados.

Fui por debajo de su pollera, tenía unos muslos duritos y carnosos. La penumbra no me permitía ver si eran bellos o no.

La boca de Piedad me estaba sorbiendo el alma. Y sus manos me bajaban el pantalón de elástico. Empezó por acariciarme el culo. Yo le subía su pollera hasta dejarla arrollada en su cintura.

Deliraba con sus muslos y lo que alcanzaba atocar de su culo. Nos pusimos algo más de costado.

El culo que tocaba era grande, pero chato, plano como una mesa. Para mí era el culo más hermoso del planeta.

El primer culo que tocaba, casi en directo, apenas con unos grandes calzones entre él y mis manos ávidas.

Mis pantalones ya estaban en mis rodillas, y Piedad me acariciaba la verguita, con suaves movimientos de sus manos intentaba hacerme una paja. Pero yo no estaba para más pajas. Ya me había hecho demasiadas pensando en ella.

Con verdadero trabajo fui bajando sus calzones. Debía bajarlos al menos hasta sus tobillos, para que pudiera abrir las piernas. (Había asimilado las lecciones de mis compañeros mayores y conocedores del tema).

Pero antes de que los hubiera llevado a su rodillas me detuve en su concha. Era gordita y peluda. Estaba muy húmeda.

Mi brazo izquierdo estaba en el cuello de Piedad, acercando su cabeza a la mía para poder besarnos muy apretados.

Mi mano derecha, enloquecida por las novedades, iba de los muslos al culo, de allí a la concha, y volvía a empezar.

Las manos de Piedad se regodeaban con mi culo y mi verguita. Hasta hoy no se cómo hice para no eyacular en esos momentos. Era tanta mi calentura, tenía el pene tan duro y caliente, y los huevos tan llenos de leche.

Comprendí que debía seguir los consejos recibidos. Bajé sus calzonazos hasta los piés. Ella misma me ayudó a sacarlos del todo. Mis pantalones ya no estaban en mí. Piedad los había colocado debajo de su culo para endulzar la pura tierra.

Subí su blusa, no llevaba nada debajo. Apenas sus amagos de tetas, dos platos redondos. Pero sus pezones erectos y duros me deleitaban al chuparlos.

Noté que le gustaba que le chupara los pezones, se estremecía y emitía unos sonidos que me calentaban más aún, se parecían a gemidos.

El culo de Piedad, plano pero muy duro, era arcilla entre mis manos ansiosas. Todavía lo recuerdo como el más bello que he tocado, era el primero y desnudo. No tenía ni forma, pero para mí era de lo mejor, no tenía con qué compararlo.

Tuve que pedirle que se levantara un tanto para llegar al bolsillo de mi pantalón, allí estaba el imprescindible forro (condón). Estaba yo muy concientizado sobre las enfermedades venéreas y los embarazos no deseados.

Mis acrobacias para poner una pierna entre las piernas de Piedad. Y a la vez recordar y poner en práctica las instrucciones de mis compañeros sobre cómo colocar un forro en mi verguita, eran dignas del Circo de Moscú.

Pero lo que se quiere con ganas, se logra al fin. Ya estaba el forro puesto, y mi pierna derecha entre las piernas de ella.

Otra vez a recordar las sabias lecciones, para no aparecer como un inexperto. No me daba cuenta de que ella sabía todo y algo más.

Levantó las rodillas y separó sus piernas. (Hoy se que es la posición del misionero, pero esa vez me pareció la entrega total. Me sentí como el súper macho de las américas).

Me coloqué entre sus piernas con mi verguita cubierta de látex. Intenté acercarla a su concha. Pero no acertaba a ponerla en su sitio natural. Piedad tuvo que guiarme.

Cuando, a través del látex, sentí el calor de su concha me imaginé en la gloria. Le metí todo de un solo envión.

Era una concha enorme, pero la sentía como la más estrecha del mundo. Estaba muy caliente, (la concha y yo estábamos muy calientes).

La cogía con ganas, le amasaba las carnes sueltas de sus muslos y de su culo informe. Bombeaba como un loco sediento.

No creo haber durado más de un minuto, sentí algo que se me venía desde los talones y de la nuca al mismo tiempo. Y llegaba hasta allí, justo a la punta de mi verguita. Y de allí se derramaba dentro del forro.

Sentí hectolitros de leche saliendo por la punta de mi miembro. Tal vez no fueron más de 3 centímetros cúbicos. Pero dejen que recuerde cien litros.

Ya no era más virgen, había cogido con una mujer. Y gratis, no había pagado una puta como algunos de mis compañeros expertos.

Con el tiempo supe que hay putas que cobran y putas que no cobran.

Y que ningunas de ella son putas.

Unas son necesitadas, acuciadas por su situación, y no son culpables ni perversas por eso. Otras, las que no cobran, son mujeres que necesitan más sexo que las demás, y lo buscan hasta encontrarlo.

Con Piedad eyaculé y gocé. No se hasta hoy si ella gozó. A mis trece años era mucho más egoísta que hoy.

Mi carrera en el sexo sigue, y seguirá mientras mi verga se pare.

Pero ahora ya no busco tanto mi goce. Me hace gozar más el placer de mi pareja. El orgasmo de mi partenaire, permanente u ocasional, es mi mayor goce.

Me enloquecen los sonidos de un orgasmo femenino y provocado por mí. Me enloquecen tanto que cuando los siento eyaculo y gozo.

Quise relatar esa primera vez que tod@s hemos tenido. Y quizás este sea el más real y verdadero de todos mis relatos. No he cambiado ninguna circunstancia, ningún nombre. Porque Piedad es el nombre indicado para esa mujer que tuvo piedad de mi estado virgen.

Piedad, donde estés, si llegas a leer este relato ponete en contacto conmigo. Quiero retrubuirte de alguna forma tu piedad.

Sergio.

glupglup71@yahoo.com

P. D. alegres dispensadores de TERRIBLES por favor abstenerse.

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