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Las chicas del colegio 3: Un polvo no se le niega

en Hetero: General

LAS CHICAS DEL COLEGIO 3 -UN POLVO NO SE LE NIEGA A NADIE-

Muchas cosas agradables sucedieron a raíz de mi amistad con las chicas del colegio, mi buena fortuna hizo que una cosa trajera a la otra, las chicas fueron, una a una cayendo en mi cama, también me acercaron a otras mujeres.

Recomiendo a los lectores ver los dos relatos anteriores de esta serie

http://www.todorelatos.com/relato/48466/ allí está el primero.

Y el segundo en http://www.todorelatos.com/relato/48873/

Recordarán a Susy, la feíta, la de anteojos y aparatos de ortodoncia. Pues Susy acudió a mi consultorio acompañada de su madre. Un examen de rutina, ya que sus compañeras estaban cambiando su ginecólogo, ella no quería ser menos.

La mamá era también fea, pero de unos 45 años lo que le restaba aún más atractivos.

Susy tenía un solo encanto: el de su temprana edad, 19 años. El resto nada, unas tetitas muy pequeñas, piernitas flacas, un culo apenas insinuado. Sus gafas ocultaban unos ojos que hubieran podido ser lindos. Le habían quitado los hierros de la boca y sus dientes superiores sobresalían todavía un tanto.

En la primer consulta detecté una micosis banal, le receté unos óvulos vaginales, y una nueva visita al cabo de un mes.

Ni me acordé de la chiquita hasta que vi su nombre en la nómina de pacientes de ese día, era puntual justo treinta días.

Esta vez vino sola.

Tal como esperaba la micosis había remitido totalmente. Sus menstruaciones tenían la precisión de un reloj suizo. No le dolía nada. A pesar de sus aspecto endeble la mocosa vendía salud.

Bien Susy, está todo en orden.

Todo no, tengo algunas cositas que preguntar.

Preguntá entonces.

¿Por qué no me cobrás la consulta?, me lo dijo mamá.

Querida, a mis amigas no les cobro nunca, y vos sos mi amiga. Seguí preguntando.

¿Te parezco muy fea?

Vamos, ninguna niña de tu edad es fea. Algunas tienen más atractivos que otras, pero todas tienen algo lindo.

Sí, pero ningún chico quiere salir conmigo. No he tenido ningún novio. Todas mis amigas han tenido novios. Ninguna es virgen, soy la única.

Susy, tenés que dejar que las cosas pasen a su debido tiempo. La virginidad no es nada malo.

Yo creo que es porque ningún chico quiere hacerlo conmigo. Se conforman con lo que les hago.

Pequeña, los chicos de tu edad son capaces de hacerlo con un bombero embalsamado. Pero ¿qué es lo que les hacés?

Los masturbo y se las chupo.

¡Bueno! bastante adelantadita estás.

Sí, pero yo si no me masturbo no tengo nada. Quiero que un hombre me coja. Zulma me contó que vos se lo hiciste.

¡Qué chismosa la turquita! Sí lo hicimos y fue muy bueno.

¿No me lo harías a mí? quiero que mi primera vez sea con un hombre experimentado.

Creo que sos muy chica todavía.

Dale Sergio, no seas malo, no me lo niegues, es un favor que te pido, no te cuesta nada.

Susy era convincente, por algo era la más inteligente del grupo, desplegó una red de argumentos que doblegaron mi escasa voluntad. De niño me enseñaron que un vaso de agua y un polvo no se le niegan a nadie. Y esta era una ocasión de demostrar que soy un buen samaritano.

Quedamos en ir el sábado a mi cabaña de Uspallata, en los faldeos de los Andes, era un sitio paradisíaco, ideal para que Susy dejara de ser virgen.

El día indicado, por la mañana, nos encontramos y abordamos mi auto. Una vez llegados estaba todo dispuesto. Tomamos unos mates y pronto la nena se dispuso a la tarea. Yo había ido a buscar mi cámara para tomar unas fotos del exterior. Y cuando volví tuve que cambiar el objetivo, Susy estaba así:

No puso ningún impedimento para que la fotografiara a mano alzada. Armé un trípode para tomar otras fotos luego y la abracé y la besé. Su lengua era hábil besando, las pequeñas tetas se perdían en mis manos, sus pezoncitos eran como guijarros de duros.

Sin prisa alguna le fui quitando la ropa hasta dejarla totalmente desnuda. Ella desprendió mi camisa y me acariciaba el pecho con sus manitas tan dulces. Recorrí su espalda hasta hallar el sitio donde ensanchaba para dar lugar a unas caderas apenas marcadas, y luego su culito, pequeño, pero bien formado y firme.

Me sentí un gusano, me disponía a gozar de una chiquilina, pero era su voluntad.

Sin vacilación alguna Susy desprendió mi cinturón, el botón superior y luego el cierre de mis pantalones, los bajó hasta que quedaron enrollados en mis tobillos.

Como si siguiera un plano previamente trazado buscó en mi slip y apretó mi verga con su mano. Hizo dos o tres movimientos masturbatorios hasta que me llevó a la erección total y extrajo el que sería el verdugo de su virginidad.

Lo miró como apreciando las dimensiones y lo acercó a su boca. Empecé a darme cuenta el por qué ningún chico había querido ir más allá con ella. Era una auténtica maestra de la mamada, jamás sus escasos atributos físicos podrían superar la habilidad de su boquita.

 

Me estaba obsequiando una caricia, mezcla de paja y mamada, que me llevaba a la gloria en viaje directo sin escalas.

Apretaba el glande con los labios mientras lo rozaba con la lengua, succionaba, lo metía entero dentro de su boca para volver a sacarlo y pasar toda su lengua por el mástil.

Se metía la verga entera hasta tocar su garganta sin que esto le causara arcadas ni rechazo.

 

Eyaculé una vez, fue copioso, se tragó todo poniendo una carita de goce que hizo que mi erección no cediera. Entonces continuó con su tarea, mamaba y pajeaba a la vez.

Desde arriba yo miraba su labor, y su carita, mezcla de placer, picardía e inocencia, era un afrodisíaco mejor que el viagra.

Cada tanto elevaba sus ojitos claros, acuosos, más acuosos aín a través de los cristales de las gafas que no se había quitado. Y allí me ganaba la ternura que provocaba esa chiquilla, tan ansiosa por ser mujer. Y el goce que me causaba era más profundo.

 

 

Me llevóa al paraíso y me trajo tres veces seguidas. Tres veces eyaculé en su boca. Como si fuera un joven de veinte años obligado a una abstinencia total de al menos un año. De no haberlo vivido y gozado nadie me lo podría haber hecho creer.

La pendeja tenía una lengua privilegiada, y un don innato que le permitía prodigarse con una ciencia milenaria. Apenas tuve que darle unas pocas indicaciones que respondían más a mis gustos personales que a la ortodoxia de la mamada.

Ella solita sabía apretar donde era preciso, fregar el frenillo con la lengua, meterse los huevos, uno a uno, en la boca para acariciarlos con la lengua, cerrar los labios sobre el borde del glande, tocarse las amígdalas sin chistar… en fin, todo lo que muy pocas profesionales conocen a fondo.

 

Exhausto luego de la última acabada en su boca me derrengué en el sofá, ya dispuesto a morir porque había logrado el mayor placer de mi vida, casi no podía moverme.

Le pedía a Susy que me trajera un whisky, indicándole donde hallar los elementos necesarios, ella no quiso acompañarme con la bebida.

Me miraba extasiada, contemplaba el inmundo gusano blando que antes había sido mi verga enhiesta.

¿Te gustó Sergio? ¿Lo hice bien?

¡Mejor imposible chiquita! sos la reina de la mamada, te habrás dado cuenta de lo que me hiciste gozar.

Sergio, yo ni me toqué, me estoy reservando para cuando me cojas. Acordate que todavía soy virgen.

Esperá que me recupere. Mejor comamos algo.

Buscamos hasta encontrar algunas bandejas de comida congelada, y microondas previo hicimos un tentempié para recobrar algo de fuerzas.

Mientras comíamos acabamos de desnudarnos, ella no quiso quedar totalmente en pelota, de modo que se dejó sus zoquetes.

Con todo mi poronga seguía en Terapia Intensiva, blanda, caída, desganada.

Susy supo propinarle el tratamiento más adecuado. Así, blanda como estaba, la engulló con su boca e inició su succión y lengüeteo, con tanta ciencia que no tardó mi fiel compañero de juergas en ponerse a tono.

Ahora sí, quiero que me la metas entera, no importa si me duele, quiero ser mujer de una vez para siempre. Decime cómo me querés coger.

Esperá pequeña, antes falta algo, vos me diste mucho placer con tu boca, quiero retribuirte algo con la mía.

La coloqué al borde del sofá con las piernitas abiertas y me arrodillé en el suelo frente a ella. Su conchita apenas cubierta por una pelusa entre rubia y pelirroja se desplegaba ante mi vista.

Otra cosa que aprendí en mi infancia es a ser agradecido, y quería regalarle una mamada de concha que nunca había recibido, al menos según sus dichos.

Con mi lengua separé sus labios mayores, encontré un clítoris pequeño pero muy duro. Lo descapullé de un lengüetazo y le dediqué mis mejores caricias linguales. La pendeja empezó a moverse sin ton ni son, temblaba, gemía, se hacía un arco sobre el sofá. Un grito estentóreo marcó su primer orgasmo.

¡Sergio esto es maravilloso! nunca gocé así. No pares por favor. Chupame la concha hasta que me muera.

Siguió gozando cuando dejé su clítoris para penetrarla con la lengua. Un orgasmo muy dilatado, no paraba de gozar y gritar.

¡Me estás haciendo acabar como una yegua puta!

Me detuve sólo cuando ya mi lengua parecía acalambrada de tanto chupar y lamer, los flujos de la pendeja eran suaves y dulzones.

Ya tenía la lubricación vaginal que yo pretendía para estrenar su concha con mi verga, la tarea no sería fácil, esa vagina era muy estrecha.

Para desvirgar a una mujer siempre opto por la clásica posición del misionero, es la más cómoda para ambos, permite una buena penetración que se puede graduar sosteniéndose con los brazos, no deja posibilidades de que la presa escape cuando siente el primer dolor, y el contacto del tronco de la pija con el clítoris actúa como un buen estimulante para hacerles olvidar que están sufriendo.

De modo que la ubiqué boca arriba con las piernitas bien abiertas, y me puse en el medio. Sonreí al advertir todas las desproporciones de esta despareja pareja. Ella chiquita yo grande, su conchita pequeña y casi lampiña frente a mi verga grande y mi pubis peludo.

Pero poco me detuve en esas diferencias. Le apoyé el glande sobre sus labios y comencé la penetración. Me daba trabajo entrar, Susy empalideció.

Empujé algo más y soltó un grito de dolor.

Aunque nunca me consideré un sádico me gustaba saber que les hacía doler, era algo que me estimulaba. Ver la mueca sufriente de la niña me instó a entrar un poco más. Y ella no decía nada, no me pedía que se la sacara, aunque yo sabía que le estaba doliendo de verdad.

Sentí la barrera de su himen y allí me detuve un tanto, apenas lo suficiente para dejarla adaptarse algo al caliente invasor que la estaba haciendo mujer como era su deseo.

Con un golpe de mis caderas rompí la delgada tela que separaba a la niña de la mujer. Y desde allí mi verga entró en gloria hasta el fondo de su vagina, chocó contra el cuello del útero. Me quedó algo afuera, pero ella ya estaba llena, colmada.

Luego de unos instantes comencé a cogerla con fervor. Y Susy empezó a moverse, tímidamente al principio, luego, a medida que le pasaba el dolor, cada vez más sensual. Comprendí que le gustaba lo que le estaba sucediendo. Y no se ahorraba las expresiones verbales de su placer.

¡Me estás cogiendo! ¡Ya soy una mujer! ¡Me gusta mucho! Seguí más fuerte, dale cogeme. Quiero más pija. ¡qué bueno lo que me estaba perdiendo!

Vamos pendeja, movete lindo! ¡Sacame toda la leche!

Y me la sacó, mi verga estaba muy bien contenida en el estrecho canal de Susy. De no haber sido por la abundante lubricación provista por ella misma me hubiera costado mover mi poronga dentro de su vagina. Reitero: me sacó un lechazo abundante, a pesar de lo que ya me había sacado con la boca.

Volvimos a besarnos, desparramados en el sofá, ya casi sin fuerzas, sobaba su culito deseándolo pero sin atreverme, por ese día, a penetrarlo con mi verga.

Me dolió mucho, pero fue espléndido.

Fue por la primera vez nena, ya no te va a doler tanto en las siguientes.

¿A vos te gustó Sergio?

Mucho Susy, hace tiempo que no acababa cinco veces continuadas.

Qué cinco, acabaste cuatro veces,

¿Cómo, pensás que esto terminó aquí?

Ay, sería fantástico que me volvieras a coger.

Volvimos a hacerlo, lo que sigue es el testimonio gráfico de cómo culminó ese primer encuentro con Susy:

 

Al final mi "sacrificio" resultó mucho más placentero de lo que imaginé antes de hacerlo. Me gustó la habilidad mamatoria de la pendeja. Me gustó la estrechez de su conchita. Mientras la cogía por última vez ese día miré con detenimiento su culo, y me lo prometí para la próxima.

Al estilo de los antiguos cow boy, que hacían una marca en las cachas de su revólver por cada muerte, yo hice una marca en mi brazo, ya en mi verga no queda espacio sin ocupar.

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