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Esclavizada (1)

en No Consentido

ESCLAVIZADA

Nada me preparó para lo que el hado tenía trazado para mí, a pesar de los tiempos que corrían. Me llamo Julia Serena, soy de la nobleza romana; me hallaba en el apogeo de mi juventud, los dieciséis años, mi cabello era lacio y negro, mis ojos verdes y mi cuerpo ya sobresalía demasiado de mis túnicas, hasta resultarme insoportable el excesivo interés de los hombres.

Mi padre, Julio Cátulo, ya pensaba casarme y buscaba un buen partido para mí. Mientras tanto, junto a mi aya y varios esclavos, me envió a su finca ubicada en la región conocida como Helvecia, donde pasaba los días aprendiendo a coser, a cantar y tocar instrumentos como el laúd y la cítara.

Mis esclavas, al bañarme y vestirme, no dejaban de alabar la bondad de los dioses al esculpir mi cuerpo y pronto me acostumbré a sorprender a algún esclavo mirándome, quienes desviaban su vista de inmediato.

Mi padre y yo nos escribíamos frecuentemente y todo parecía estar en orden. Los esclavos me respetaban y varios legionarios protegían la propiedad de nuestra familia. Me sentía segura dentro de los límites del Imperio. O eso pensaba.

Una noche de lluvia un legionario malherido llegó a nuestras puertas. Mi aya, Casiopea, entró apresurada y aterrada, urgiéndome a vestirme pronto para evacuar, y me contó lo que el pobre soldado dijo justo antes de morir, que vienen los bárbaros, los teutones y los cimbros.

Me vestí de inmediato, colocando un enorme y grueso abrigo sobre mi túnica, mi corazón galopando en mi pecho. Una posibilidad así de macabra jamás se me había ocurrido. Entonces, capté unos ruidos que no eran relámpagos ni el caer de la copiosa lluvia… eran espadas chocando, y gritos de dolor… los legionarios apostados en la mansión estaban presentando batalla, pero pronto el estertor se apagó, anonadado por el clamor de mil voces salvajes… los bárbaros.

Casiopea y otros esclavos me condujeron al carruaje, en la parte posterior de la casa, pero antes de llegar a la misma, en el patio, fuimos velozmente rodeados por una horda de monstruos, porque humanos no podían ser, y pronto ví rodar las cabezas de la mayoría de los esclavos, ni siquiera perdonaron a la anciana Casiopea.

Yo veía todo ese horror como hipnotizada, sin poder gritar. Ví cómo juntaban a los esclavos jóvenes, para revenderlos en sus tierras salvajes, y de soslayo miré cómo empujaban a una esclava joven, una gala, hasta derribarla sobre el césped empapado y uno de ellos se posó sobre ella desgarrando sus ropas.

Entonces supe lo que iba a pasarme, y le pedí a los dioses que fuera rápido.

Caí al suelo estrepitosamente, manchándome de lodo. Un tipejo con el rostro más horrible que había visto se dejó caer sobre mí, aplastándome con su peso, y empezamos un espantoso forcejeo que pareció divertirlo durante los pocos instantes que tardó en subyugar mi escasa fuerza física, abriendo su bocaza rodeada de amarillentos y pútridos dientes y cubrir con la misma mi boca desesperada, siendo tales labios demoníacos los primeros en posarse sobre los míos, y su hedionda lengua no tardó en violar mi boca, succionándome los labios, sin embargo, su aliento era tan horrible que segundos después vomité, y el monstruo me abofeteó cruelmente, dejándome casi inconsciente. El bárbaro no podía tener menos de unos treinta años.

Fue en ese lapso que mi ropa casi desapareció, hecha jirones porque múltiples manos las arrancaron, así como una espantosa miríada de dedos mugrientos y ensangrentados no dudaron en ensañarse con mis pechos enormes para mi edad e incluso hubo uno que intentó meterme varios de sus cochinos dedos en la boca y cuando por fin se abrió paso se los mordí.

Pero, pasara lo que pasara, no iba a darles el placer de gritar, aunque mis ojos estuvieran anegados de lágrimas, más de furia que de miedo, pensé guardar la dignidad y nobleza romanas hasta mi último respiro.

Y ahí estaba yo, desnuda bajo la lluvia y la mirada de la luna, rodeada por decenas de bárbaros, y todos querían algo de mí, algo que el esperpento que me aplastaba obtuvo primero, penetrándome de modo brutal, a lo que abrí la boca para gritar, pero me contuve por dignidad. El bárbaro espantoso levantó mis piernas cuya fina blancura contrastaba con su suciedad y ropas oscuras y andrajosas, y comenzó a violarme, jadeando y riendo, sacando su lengua, mientras los demás lo vitoreaban… me quise morir, cerré mis ojos, vi las estrellas, la cara diabólica de mi violador y pasó algo que me llenó de oprobio como nunca antes… cerré mis ojos y dejé escapar un tenue gemido de placer…

El bárbaro hundió su cara en mis pechos, rodeándome mis brazos delgados y suaves con los suyos, ásperos y curtidos, lamiéndome y mordisqueándome, buscando mis labios por ratos para besarlos… y más allá del dolor mi verdadero conflicto era conmigo misma… "no puede estar gustándome, no esto, no esto, no ahora" pero sus besos inmundos en mis senos de alabastro provocaban corrientes cálidas que estremecían todo mi cuerpo, vibrando bajo el suyo, y su espada se incrustaba cada vez más hondo en mi vagina que muy a mi pesar empezaba a humedecerse… y el demonio dejó de reírse y a concentrarse en su placer, gimiendo y cerrando sus ojos, acelerando su ritmo de embestidas, y pronto pude sentir algo que conmovió mi carne y me hizo derramar lágrimas de humillación moral: estaba a punto de correrme.

Sólo me quedó rogar que el bárbaro acabara primero, pero era tarde y se había percatado de mi súbita excitación y quería que me corriera enfrente de todos sus compinches, que vociferaban sin parar… y luego, la deliciosa sensación de una inefable tibieza en mi interior, el semen de mi violador, desencadenó lo que fue mi primer orgasmo, que traté de reprimir al máximo, más un gemido se me escapó y debo admitir que lucí como una puta de callejuelas romanas… mi violador rugió satisfecho y lo ví desaparecer entre la muchedumbre así como surgió e incontables manos se abalanzaron sobre mí.

El segundo fue casi un niño, de trece o catorce años, no por eso de aspecto menos salvaje, y no tuvo reparos en lamer mis senos y manosearme cual bestia lasciva, y yo temblando, no tanto de miedo sino de gusto, intentando fingir ira y nobleza. El chiquillo me mordisqueó la barbilla y de repente me introdujo un miembro que habría atribuido a un hombre robusto de veinte años. Abrí la boca sorprendida y proferí un jadeo de lujuria, que fue proclamado por los violadores.

El mocoso demostró que no era su primer vez en una violación masiva y comenzó a follarme velozmente, manteniendo elevado su tronco para que sus amigotes pudieran jugar y chupar mis senos indefensos; yo luchaba por no gritar, por no chillar, por no demostrarles que me estaba empezando a gustar todo aquello y una boca surgió de la noche y cubrió la mía, su lengua penetró entre mis labios y se enredó con la mía, su aliento era hediondo pero pugnó por besarme el mayor rato posible en tanto que el chico seguía cogiéndome maravillosamente y mis senos eran juguete de todos.

El adolescente gritó varias palabras en su lengua y me inundó de semen, dejándome al borde de mi segundo orgasmo. Entonces la bocaza se separó de mi compungido rostro y descubrí aterrada que había sido una vieja espantosa que me escupió en la cara antes de aferrarme ambos brazos y seguir lamiendo y besando mi cara… y lo peor de todo es que su beso no me pareció del todo desagradable…

Sin embargo, el terror se apoderó de mí al ver cómo se arrodillaba frente a mis piernas un auténtico coloso, de unos dos metros y con brazos musculosos de los que se podrían sacar tres brazos romanos. Me introdujo un dedo que parecía la polla del chiquillo y luego se acomodó y me penetró.

Su pene no era tan largo como creí pero era increíblemente gordo. La lluvia ocultaba mi sudor y mis lágrimas, pero el tremendo órgano de ese gigante me causó un maremoto de placer, abrí mi boca de nuevo, jadeando contra mi voluntad y alguien aprovechó para meter sus dedos en mi boca, y yo, sin poder creérmelo, se los chupé, antes de recapacitar y escupirlos. El gigante dirigió su manaza hacia mi cara y sepultó su dedo medio en mi boca, follándome como un loco, y yo, transformada en una puta, se lo succioné con mucho gusto, apretándolo entre mis labios con fuerza mientras explotaba mi segundo orgasmo, más glorioso y divino que el primero. El gigante rugió pero sacó su rechoncho pene antes de acabar, masturbándose velozmente, sin poder entender yo qué tramaba hasta que ví su otra mano en forma de cuenco aproximándose a mi asustado rostro.

Con su mano colosal y con ayuda de la vieja bruja, abrieron mi boca y el gigante arrojó su semen en mi paladar expuesto, que fue cerrada de inmediato por la malvada anciana que no paraba de reírse, y el gigante procedió a untar en mi cara el semen que le quedaba en la mano, mismo que fue lamido por la vieja, su lengua repulsiva recorriendo mi tez palpitante, que luego se concentró en los grumos que escapaban de mis labios prensados y la lengua senil los lamió, aflojando sus flacas zarpas un momento, mismo que su lengua bípeda aprovechó para violar mi boca otra vez, y para mi humillación, chupé esa lengua, la mía se enroscó con la suya, gocé ese ósculo infernal y hasta nos besamos cuando nuestras bocas se separaron, dejando un efímero hilillo de saliva uniendo nuestros labios.

Al terminar el espléndido lengueteo, comprobé con horror que un anciano se disponía a gozar mi adolorido coño. Me sonrió mostrando unos dientes todavía mas sucios y podridos que los de mi primer violador y de un golpe me metió un largísimo miembro que alcanzó mis simas más profundas, sacándome un grito, y ese viejo comenzó a darme una follada celestial, alzando mis caderas enlodadas y restregando su mugrienta barba en mis pechos. Pronto entendería su segunda intención sobre levantarme del suelo, cuando sus curtidos dedos empezaron a hacer fuerza contra mi ano.

Si sentí asco por ese anciano, desapareció ante las corrientes de cálido y exquisito placer que sus dedos le proporcionaban a mi culo, y así se estuvo hasta que profirió un senil rugido y también rellenó mi interior con su semen caliente. Fue sustituido por un sujeto menos envejecido, aún con prominente musculatura pero no comparable a la del gigante, con trenzas en su barba pelirroja pero entrecana… comprendí que para él habían preparado mi ano…

Frotó su hongo en mi culo y comenzó a metérmela despacio, y aquí no pude más y grité de dolor, pedí piedad, exigí que me mataran, pero me sujetaron innumeras manos fieras y tuve que soportar aquella sodomía. Mis quejas parecieron excitar más a mi quinto violador, quien aceleró como pudo sus ataques y de nuevo… para afrentarme más, las oleadas de placer sobrevinieron mi carne con mayor intensidad y sin importarme más gemí como una puta, abajo con mi dignidad romana, con mi valía de ser humano, lo único que deseaba era que ese momento no terminara nunca, abrí mi boca y extendí mi lengua hacia la fea anciana de los besos sabrosos y me la chupó de inmediato, y mi tercer orgasmo estalló al sentir mi culo inundado de semen ardiente al mismo tiempo que la anciana y yo nos fundimos en un beso cálido y exquisito…

Fui poseída más veces, pero a partir de ese momento, mi memoria empezó a nublarse, vagos recuerdos de dolor y placer… me desperté dentro de una jaula sobre una carreta, toscamente construida con ramas.

-Mi señora -me dijo una voz, y vi el macilento rostro de mi joven esclava griego, Safo.

-¿A ti también? -le pregunté, observando los árboles e intentando adivinar nuestra ubicación.

Safo asintió.

-¿Te fijaste cuántos me violaron a mí? -le pregunté.

-Ama, ¿por qué me pregunta eso?

-¿Lo sabes o no?

La rubia esclava asintió de nuevo.

-Quiero saberlo -exigí.

-Creo que quince, señora.

No pude evitar derramar más lágrimas, de pura rabia.

-A mí trece, parece que nos quieren vender al Norte.

-Lo sé, confiemos en los dioses y tal vez un día escapemos, y ya no me llames ama, ahora las dos somos esclavas -y sonreí como pude, para darnos ánimo y Safo se abalanzó sobre mí, llorando. Me sentí muy culpable por haberme excitado y corrido la noche anterior, con la misma gente que asesinó a mis buenos esclavos, tal vez porque les seguí el juego no me hallaba en un estado tan deplorable como el de mi querida Safo.

¿Qué destino nos espera? Seremos esclavas de bárbaros, quizás ya íbamos embarazadas de ellos. De alguna manera debo escapar, esto no puede ser mi destino.

Continuará….

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