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Chúpamela en todos los idiomas que sabes, perra 3

en Orgías

Chúpamela en todos los idiomas que sabes, perra (3)

Kleizer

 

Hola, soy Julia. La diplomática y doctora en leyes internacionales. Supongo que a estas alturas también saben que en mis ratos libres me dedico a coger con albañiles…

Han pasado seis meses desde que me entregué a aquellos hombres, a aquellos albañiles. Ellos se divirtieron de lo lindo conmigo, ninguna de sus tiesas y venosas -y no muy pulcras pero no por eso menos exquisitas- vergas se quedó sin penetrar mis tres dispuestos orificios. Aún recuerdo el sabor de cada una de sus pijas, el sabroso dolor que me causaban cuando me daban duro por el culo, cuando me metían dos penes en la vagina… luego de ese segundo round con Saúl y Tadeo, me les entregué totalmente, a esos tipejos que jamás imaginaron si quiera, que un día, una mujer tan -para ellos- inalcanzable, como yo, iba a convertirse en su juguete sexual…

Heme aquí, viendo la nieve caer y la frustración apoderándose de mí. Recién había cabalgado a Fernando, un joven y apuesto corredor de bolsa, pero algo andaba mal… él era guapo, mucho, su verga bien proporcionada, pero… algo no estaba bien… simplemente, necesitaba más… extraño a mis albañiles…

Aún recuerdo aquella noche cuando me atreví a encerrarme con ellos en una no muy alejada bodega, donde guardaban los materiales para las construcciones en la mansión de mi familia. Esa vez, los tres jayanes que se quedaron sin pastel en el segundo round, me querían solo para ellos… mi negrote, Felipe, el barbudo y ventrudo -pero también vergudo- don Simeón, y el hijo de éste, Julián, casi un chiquillo…

Me escabullí cubriéndome con una bata, usando un escaso bikini negro de dos piezas, tal y como Felipe me lo había ordenado. Apenas la metálica puerta se cerró a mis espaldas, aquellas tres fieras ansiosas de mi febril carne se me abalanzaron, casi desgarrándome la bata de seda, y sentí, envuelta en un glorioso e inexplicable placer, aquellas seis burdas y callosas manos recorriendo mi sinuoso cuerpo sin el más mínimo pudor.

-Mmmmmmm… -musitaba.

-Miren cómo le hace la puta, tan socada que se las tiraba -dijo Felipe, burlándose de mí.

Me arrodillé, totalmente desnuda, contrastando mi blanca y nívea piel con la curtida de ellos, que resaltaba con la luz del único foco que colgaba de un cable. Tres enhiestas pijas me rodeaban. Ellos me veían como embobados… a pesar del terrible polvo que ya me habían echado aquella vez, aún no podían creer que una aristocrática belleza como yo, estaba hincada ante ellos, ansiosa, anegada de saliva su refinada boquita, por devorar sus duras virilidades.

Don Simeón gimió pues decidí lamerlo a él primero, en su hinchado y amoratado glande. Le sujeté su rechoncho rabo y le lamí la cabeza, despacio, trazando círculos con mi lengua. El maduro hombre suspiraba y susurraba vulgaridades, así como Felipe, y Julián miraba hipnotizado aquella escena, resoplando ruidosamente.

Mi mano derecha aferró la increíble albarda del musculoso negro, y cuando abrí mi boca, me tragué el hongo del tembloroso Simeón, sujetándola entre mis mandíbulas apasionadas, para librar mi mano izquierda y así, sujetar el pene del hijo que había sido engendrado por la misma verga que entonces paladeaba y cuyo semen había devorado por el culo en aquella orgía que marcó un antes y un después en mi vida.

-Así es, ramera, putita barata… aaahhh… así… -resoplaba don Simeón, mientras le chupaba el glande y mi cabeza se deslizaba de delante a atrás comiéndome su gruesa polla, y mis manos, ya pajeaban, lenta y dulcemente a mis otros dos sementales.

-Ah, puta obediente, perrita arrabalera… -musitaba Felipe.

-Preciosa, muñecota… -murmuraba Julián, extasiado.

-Mmmm… mmmmm… sssslllrrppp… -eran todos los sonidos, más o menos, que fui capaz de producir con aquél grueso y vibrante leño metido en mi boca.

-Dale una sopladita a mi hijo, magaya -me conminó entonces, don Simeón. Le lamí la pija de la base hasta la punta, le sonreí y le tiré un beso. Acto seguido, acerqué mis labios al rosado honguito de Julián, rociándolo con mi aliento. El joven se sobresaltó y su padre me cacheteaba con su pinga, húmeda y resplandeciente con mi saliva. Besé la carne de Julián y el joven aulló. Le regalé unos fugaces lenguetazos y sé que lo hice sudar sangre.

Julián me la frotó en los labios, la nariz y mejillas, ansioso por ver su viril cilindro desaparecer en mis finos labios. Lo miré a sus ojos… y complací sus impúdicos deseos… abrí mi boca y le permití meterme su pija, casi hasta la mitad, sentí arcadas, pero las soporté y empecé a succionar ese juvenil y espléndido mástil.

-¡Aaaahhh… aaaahhh…! -chillaba el muchacho.

-No tan rápido, tierna, no queremos que acabe ahora, sigo yo -me dijo entonces, Felipe, quien me restregaba su ciclópeo miembro en mi oreja.

Apenas me dí vuelta, me apoderé de esa torre de ébano y la succioné como si fuera un helado… después de la polla de Saúl, era la más fabulosa que había tenido dentro de mí… aún lo sigo creyendo.

-Así es, buena perra, obediente, sólo para esto servís, apuesto a que vas a putear a los otros países -gruñía él, mientras me esforzaba de manera alocada, en tragarme su largo pene.

Así estuve durante unos magníficos quince o veinte minutos… turnándome para mamarles sus ricos penes, teniendo cuidado de no hacerlos acabar… aunque eso no me impidió saborear el exquisito líquido preseminal de don Simeón y de su hijo, lo que me puso mil veces más cachonda… de nuevo, empezaba a suceder, perdía noción de mi identidad, me convertí en una muñeca para dar placer… mi verdadero placer era ser poseída por sujetos de esa calaña…

Supongo que mi rostro y pecho ya estaban enrojecidos, y mis ojos ya debían brillar con inefable deseo, cuando me acostaron sobre una endeble mesa de madera. Mi vientre quedó colgando, y don Simeón me sujetó de mis bien formados muslos. Me apoyé sobre mis codos, para contemplar -pues ni yo misma me lo creía- cómo, aquél tipejo barrigudo y feo me iba penetrando… cómo iba ingresando en mi hermoso cuerpo, y el paso de su gruesa y húmeda pija me iba derritiendo…

-¡Ooooohhhh, muñeco! -gemí, me acosté, rindiéndome al incipiente mete y saca de ese curtido albañil. Felipe se paró a mi lado, para meterme su serpiente en la boca. Julián se dedicó a manosearme y chuparme mis inflados pechos. -¡Aaayy, sí, cómanme, cabrones, háganme de todo!

-Ya oyeron a la arrabalera… ¡a trabajar! -dijo Felipe, sujetando mi cabeza, intentando en vano meterme toda su cosa en la garganta. Don Simeón arreció en sus embestidas, mareándome y conduciéndome de manera inexorable a un grandioso orgasmo.

¡Plas, plas, plas, plas! Chocaban mis níveas carnes con las de ese individuo… mmmm…. Mmmmm… aaaahhh… lloriqueaba yo, en la medida que la verga de Felipe me lo permitía… y los sonoros chupetones de Julián, que devoraba mi busto como poseso.

-¡Aaaahhh, viólenme, háganme suya!

-¿A que te gusta como te estoy cogiendo, putita? -me preguntó mi amado Simeón, en medio de sus jadeos.

-Sí, sí, me fascina… me tenés loca, papi…

Súbitamente, mi espalda se arqueó, y mi cuerpo se consumió en ese fugaz orgasmo, y Simeón aulló a su vez, descargando en mis entrañas su leche hirviente. La idea de parirle un hijo a uno de esos fulanos no me incomodaba en lo absoluto.

Mis piernas quedaron colgando, y Simeón quedó golpeando su verga semifláccida sobre mis sensibles labios vaginales, untándolos con su semen, el cual sentía arder muy en mi interior.

Siguió el turno de Julián. Me bajó de la mesa y me puso de espaldas. Supe lo que quería, así que me incliné, alzando mi redondo trasero a su entera disposición. Yo aún me encontraba bañada en sudor y resoplando con cierta dificultad. La excitación del chico era tal que no tuvo reparos en besarme en la boca unos instantes.

Sentir su sólida polla ingresando en mi recto me hizo tan feliz.

-¡Aaaahhh, rómpeme el culo, papasote, dame por el chiquito! -gemí, sin poder creer, ahora que lo recuerdo, las mismas palabras que fui capaz de pronunciar.

-¡Mmmmpppfff! -jadeó él, y sentí cómo su pija entraba triunfal en mi sensitivo y ya más elástico ano. Apoyé la frente sobre la sucia y polvorienta mesa y gemí como si me estuvieran torturando… pocas veces había gozado tanto… la pija del chico era de un tamaño ideal para causarme un extraordinario placer por la vía anal… creo que hasta arañé la superficie de la mesa en mis paroxismos de lujuriosa locura… lo sé porque al día siguiente descubrí que algunas de mis uñas estaban rotas…

Mientras tanto, Felipe y Simeón no dejaron de manosearme como quisieron. Julián me sujetaba de mis glúteos, entrando y saliendo de mi tembloroso culo, que se cerraba sobre su polla y los dos nos quejábamos.

-¡Ooohh, Juliancito, mi amor, mi bello, dame así… aaaahhh… así… dame… dame… amor… mi vida… aaahhh…! -jadeaba, haciendo caso omiso de las risas de mis otros dos amantes.

-¡Ay, ricura, sentí como te culeo, puta! -exclamó aquél, el dueño de mi culito agradecido. Me agarré de los bordes de la mesa, cerrando mis ojos y gimiendo sin control, ese chico me tenía en el séptimo cielo y poco a poco incrementaba su velocidad, hasta que sus sonoros gemidos me anunciaron que pronto iba a tener mi magullado recto una vez más, rebosante de lefa tibia, cosa que así sucedió, acompañado de un alarido mío.

Me desplomé sobre la mesa, bañada en sudor, temblando, intentando asimilar aquellas oleadas de ingente placer. Julián me la sacó, y seguramente observó su propio semen chorreando de mi irritado asterisco. Me arrodillé ante él y procedí, con mucho denuedo, a limpiarle esa herramienta suya que tan a mil me había puesto. Su sabor era muy rico, aunque de esas vergas, la que mejor sabía era la de Saúl… bueno, todas eran ricas… a Julián se la dejé bien limpiecita y enrojecida…

Cuando pude respirar de un modo más regular, vi a Felipe sentado en una silla. Me hizo señas para que fuera hacia él. Gateé en su dirección. El padre y su hijo me observaron atónitos, aún no podían creer que una mujer como yo acababa de ser suya. Sujeté la inmensa verga de Felipe y se la empecé a chupar, y él me tomó del cabello, dirigiendo mis chupadas.

-Vamos, llegó la hora que esperabas, la hora que toda puta barata espera… -y me indicó que me sentara sobre su espectacular polla-. La última vez te rompí el culo, ahora quiero sentirte por la pupusa, pendeja -y tomándome de mi estrecha cintura, y yo abriendo mis piernas, fui sentándome en esa carne vibrante, con mi mano la dirigí hacia mi coño y a fui sintiendo, cerré mis ojos y creo que relamí los labios…

-¡Aaahhh, mi rey, qué pedazote! -exclamé, en medio de incipientes aullidos. Felipe me abrazó por el talle, compeliéndome a devorar con mi vagina todo lo que él me estaba ofreciendo, hasta que, luego de varios segundos que me parecieron una deliciosa eternidad, sentí mis nalgas topar con sus velludos muslos… -¡Aaayy, papi, hoy sí me la metiste toda, que vergota te cargás, cabrón! -y allí perdí el poco control que me quedaba.

Ese negro se mostró muy complacido al ver el escándalo que estaba armando su pijota dentro de mi delicado y tibio conejito. Pero Julián y Simeón, con sus miembros bien parados, colaboraron para que no hiciera tanta bulla, metiéndomelas por turnos en la boca, mientras me sobaban y apretaban mis bamboleantes senos.

Felipe era muy fuerte, y sujetándome por la cintura, me subía y bajaba por su pinga, como si yo fuera una muñeca de trapo.

-¡Aaaaahhh, ooooohhh, mmmmmm!

El negro resoplaba como bestia, por la fuerza y porque, para mi imperecedero orgullo, estaba gozando conmigo. Le agarré los guevos, masajeándolos, arreglándomelas para no descuidar los sabrosos chorizos de Julián y su padre.

-¡Perra, cabrona, hoy si te preño! -rugió Felipe, y un tremendo chorro de semen ardiente anegó mis entrañas. Y mi gemido, que acompañó a mi nuevo orgasmo, se vio interrumpido por los chorros de semen de Julián y de don Simeón, que se estrellaron contra mi cara y mis senos.

Ellos me cachetearon con sus vergas, y como pude, semi en trance, se las limpié con mi aterciopelada lengua. Se apartaron unos pasos de mi para verme como la puta que sé que soy, sentada sobre el vientre de ese negro, con su semen escurriéndose por los intersticios de mis labios vaginales y la aún temblorosa verga de Felipe. Yo me relamía el semen de los otros dos que había untado mi rostro y mi busto.

Algo como una media hora después, Julián se tendió en el suelo, sobre un mugriento catre, y yo lo monté. Don Simeón se ubicó detrás de mí, y de nuevo, padre e hijo, me convidaron una inolvidable sesión de doble penetración. Felipe tuvo que usar su verga para acallar mis gritos.

Las horas pasaron… me follaron un par de veces más. Cuando sus vergas habían cedido, usaron un fragmento de cadena a modo de bolas chinas para hacer que me corriera frente a ellos.

En la bodega había una ducha, y tuve que ducharme con cada uno de ellos, enjabonándolos con mis manos. Cada uno me enjuagó la boca. Primero me tocó con don Simeón, le chupé el pito y aprovechó para besarme, le rodeé su cabeza con mis brazos y nuestros labios se pegaron. Me succionó mi lengua e hice lo mismo con la de él. Luego Julián y finalmente, Felipe, quien me volvió a culear bajo los chorros de agua. Todos me besaron durante la ducha, durante minutos enteros… Julián lo hizo con más cariño, pero el mejor fue Felipe… antes de irme, ya cuando clareaba el día, volví a hincarme en medio de ellos, para darles una última mamada.

-Vamos, chúpalas en todos los idiomas que sabes, puta -me dijo Julián, calentándome tal frase de sobremanera.

Así pasaron los días. Mis padres nunca entendieron por qué aquellos hombres inventaban tantas excusas para no avanzar más rápido con las obras. Creo que en pocas ocasiones tuve sexo con los cinco aún tiempo, incluso hubo dos semanas en que, por la ventana de mi habitación, me visitaban uno cada noche… pero a Julián y a su bien dotado padre me gustaba más tenerlos juntos… Felipe podía conmigo él solo… Tadeo y Saúl también, pero prefería tenerlos juntos. Me follaron en mi habitación… en un parquecito en el patio -durante la noche, claro-, aunque esa bodeguita tronó todo ese tiempo… mis cinco amantes… mis cinco señores… no se comparan con estos mequetrefes guapetones que no sirven para nada…

fin

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