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Magdalena, su Padre y los demás. Prólogo

en Amor filial

Magdalena, su padre y los demás

Prólogo

Kleizer Returns

 

         Las miradas de media universidad seguían embobadas a los dos portentos de mujer que en ese momento abandonaban las instalaciones para estudiar en casa de ellas, para los exámenes próximos.

         Magdalena, una auténtica escultura de piel blanca como la nieve, cuya cabellera negra y ensortijada descendía hasta su estrecha cintura de avispa, predecesora de su redondo y perfecto trasero de diosa griega, contorneado exquisitamente a través del pantalón jeans sin bolsillos traseros que le sentaba como segunda piel. Su compañera y una de sus mejores amigas de la facultad, Clara, más esbelta que Magdalena, pero no menos curvilínea, de liso cabello rubio hasta poco después de su nuca, y su piel dorada resaltaba sus ojos claros.

         Las dos chicas, de 22 y 20 años respectivamente, conversaban y reían, aparentemente ajenas al efecto embelesador que provocaban en casi todos los hombres con quienes se cruzaban: estudiantes, docentes, conserjes y otros, por igual.

         Minutos después, se encontraban en casa de Clara. Sus padres, empresarios, casi siempre estaban ausentes, y su hermano mayor estudiaba en el extranjero. Las chicas estudiaron varias horas, hasta el crepúsculo, luego ordenaron comida.

         -Haré la llamada, Magda –le dijo Clara, saliendo del estudio.

         Magdalena asintió. Debido al calor, había desabotonado su blusa blanca hasta hacer visibles sus redondos y abundantes senos. Estuvo texteando en su cel con varios pretendientes o buitres, que la acechaban, algunos con mayores probabilidades que otros. De repente, cayó en cuenta que Clara ya se había tardado demasiado.

         Salió al alfombrado corredor, y pudo percibir el intenso silencio cernido sobre la lujosa vivienda. Magdalena se asomó al dormitorio de su hermosa amiga, sin encontrarla ahí. Se dirigió entonces, a la sala, donde se hallaba el teléfono, asomándose al umbral de la cocina. Vio una persona de espaldas a ella, respirando pesadamente y sujetándose del mueble del lavaplatos. Magdalena reconoció al tío de Clara, Diego, el hermano menor de su padre, de unos 29 años.

         Al verlo jadeando y viendo hacia abajo, donde Magdalena no alcanzaba a ver debido a la mesa de la cocina, supo entonces lo que estaba sucediendo: alguien estaba convidando una apropiada mamada al tío Diego, quien emitió un sonido similar a una risilla, anunciando su corrida. Magdalena, ruborizada en extremo, se guarneció tras la pared, apenas asomando uno de sus ojos café claro. Con asombro inusitado, vio emerger a una sonriente Clara, aún con un hilillo de semen reluciendo sobre su fino mentón, recorriéndolo como un riachuelo. Clara y Diego se susurraron palabras picarescas, sin dejar de sonreír y se besaron, con todo y la leche de aquél rezumando de la boquita sabrosa de aquella diosa dorada.

         Magdalena regresó lo más sigilosamente que pudo al estudio, agitada, impactada, y por supuesto, algo caliente. El joven tío de Clara era muy apuesto, además, recordó Magdalena, ella no era quién para criticar a alguien que gozara retozando con su tío, puesto que, ella misma tenía un par de semanas de mantener una tórrida relación con su propio padre. Su sexo se estremeció al rememorar las manos y el miembro de su padre, su calor y su ímpetu al montarla.

         -Magda… -le despertó Clara de sus lascivas ensoñaciones.

         -Dime, ¿pediste la comida? –repuso Magdalena, intentando fingir que no sucedía nada.

         -Magda… sé que me viste en la cocina, con mi tío Diego… -dijo Clara en voz baja, como disculpándose, tomando asiento junto a su escultural amiga-. No le contarás a nadie, ¿verdad?

         -No hay necesidad de hacerlo, Clarita –dijo Magdalena, en tono conciliador, posando una mano sobre el hombro descubierto de su amiga, pues llevaba puesto un top rojo-. Además, si tuviera un tío tan apuesto como el tuyo, también le comería la paloma de vez en cuando…

         Las dos chicas rieron, sin embargo, Clara aún no podía desterrar la sensación de vergüenza que la anegaba.

         -Tenemos casi un año de coger, mi tío y yo, Magda. Hemos hecho de todo, no son solo mamadas –confesó Clara-. Me sedujo una noche que volví de una fiesta con algunos tragos de más. Desde entonces, nos hacemos el amor cada vez que podemos, aunque él tenga su novia.

         Magdalena procesó esa información, impresionada y excitada.

         -No le diré a nadie, Clara… además, yo no tengo precisamente autoridad moral para juzgarte… -añadió ella, con un matiz de complicidad.

         -¿Cómo dices, Magda? ¿También te revuelcas con algún tío tuyo? –quiso saber Clara, con sus ojos azules abiertos como platos.

         -No, con papi –confesó Magdalena, apenas pronunciando tales palabras. Clara se quedó con su boquita abierta, el mismo túnel húmedo que segundos antes albergara la tiesa verga de su tío.

         -Sucedió hace como dos meses, notaba cómo me miraba desde hace tiempo, y después, una noche que fue llamado de emergencia a su empresa, usé su computadora y vi que publicaba relatos eróticos bajo seudónimo, todos trataban sobre relaciones de padres e hijas, y adivina cómo las describía siempre.

         -Te describía a ti –contestó Clara, con sus ojos resplandecientes de curiosidad y calentura creciente, evocando la imagen del fornido padre de Magda, nada barrigón, bien cuidado, cabello entrecano… no estaría mal montarlo un día de éstos.

         -Me impactó tanto ver tales escritos, los leí todos, eran doce. En algunos narraba cómo me seducía por vez primera, describía la primera vez que se la chupaba, o cómo me lo hacía por atrás, narrando mis gemidos… hubo un relato tan hermoso sobre un baile de disfraces en el que un madurito con antifaz hacía conmigo lo que quería, mi padre… hubo varios impactantes, como uno en el que mi padre se describía a sí mismo observando mientras yo tenía relaciones sexuales con tres hombres al mismo tiempo…

         -¿Qué sentías mientras leías todo eso?

         -Al principio asco y miedo, pero, cuando finalicé el último, en el que hicimos un trío con una striper pelirroja, yo estaba tan caliente como nunca. Pensé qué podía hacer y finalmente, arranqué una hoja de mi agenda y escribí que había leído los relatos, que me fascinaron y que esa noche lo esperaría en mi habitación para que esas fantasías dejaran de serlo.

         -Te escucho –dijo Clara, muy interesada, su rostro muy cercano al de Magdalena, respirando fuertemente.

         -Me vestí con un camisón corto y aguardé, hasta que caí dormida creyendo que hice mal en haber dejado esa nota sobre el teclado de su computadora, pero me equivocaba. Poco después de la medianoche, sus manos calientes deslizándose por mi piel me despertaron, me besó tan rico y me confesó lo mucho que me había deseado y alucinado, le dije que tales palabras me hacían muy feliz, y que sería aún más dichosa al darle placer.

         Clara había empezado a acariciarse la entrepierna, sobre la tela de su jean blanco. Sus ojos azules resplandecían de lujuria, sin despegar su mirada del precioso rostro de Magdalena, que rezumaba concupiscencia al rememorar la primer noche de pasión incestuosa.

         -Nunca un hombre me había tocado y manoseado como papi lo hizo esa noche. El modo como me sobó mis pechos, apretó mis nalgas… la forma como lamió mi sexo, Clarita, supe en ese momento que esa no sería la última vez que papi y yo tendríamos sexo. Papi es tan grande y fornido, su pene es lo más largo y grueso que he visto, que he engullido; amé la exclamación de mi padre al sentir por vez primera mi boca en su verga de piedra, le acariciaba los huevos mientras se la mamaba como una posesa; papi comenzó a estimularme el ano con sus gruesos dedos, casi enloqueciéndome de placer…

         -Dios mío, qué envidia me das, Magda, sigue, sigue… -insistió Clara, sobándose más rápidamente su vagina, pudiendo ver Magdalena los duros pezones de su amiga a través de la tenue tela del top.

         -Papi me colocó sobre él y me fui ensartando su pene, despacio, sintiéndonos ambos en la gloria cuando mi vientre topó con el de él; fue la cabalgata más rica de mi vida, la pija de mi papá es tan enorme que me alcanzó profundidades que nadie más había tocado, prácticamente, terminando de desvirgarme; no había nadie más en casa, así que pudimos llorar y quejarnos como quisimos, las cosas que nos decimos, la manera en que nos besamos, que nuestras lenguas se buscan, cómo nos tocamos; los orgasmos que se apoderan de mí cuando me convierto en la mujer de mi padre son únicos; esa noche no quiso correr riesgos y eyaculó en mi cara, como en la mayoría de los relatos, resoplando y comentando cómo me comía a mis hermanitos… papi sólo se corre en mi culo o sobre mis pechos o en mi rostro, nunca lo hace en mi vagina, aunque en uno de sus escritos lo describió, terminar en lo más profundo de mi ser…

         Clara suspiró súbitamente, estremeciéndose de placer ante el repentino orgasmo, causado por sus caricias y por la tormenta de imágenes candentes transmitidas a su cerebro por el relato de la bella Magdalena. Los carnosos labios de aquéllas náyades se rozaron inesperadamente, desencadenando una oleada de calor desconocido en ellas, quienes se fundieron en un apasionado beso, apretando sus cuerpos perfectos como si desearan fundirse, succionando sus lenguas, lamiendo sus mentones, pudiendo Magdalena, paladear un leve sabor del semen del tío Diego. Al cabo de varios minutos, las chicas separaron sus bocas y detuvieron sus manos, que dejaron pocas curvas sin tocar en el cuerpo de la otra.

         -¿Habías besado antes a una mujer? –preguntó Magdalena, algo ruborizada.

         -Esta fue mi primera vez, y la tuya también, me parece –dijo Clara, resoplando. Magdalena asintió y se besaron de nuevo, más despacio, acariciándose mutuamente. Les costó separarse al llegar la comida china, pero alguien debía atender y pagar.

         -Pronto será el cumpleaños de papi –dijo Magdalena, tras haberse servido sus correspondientes raciones-. Quiero obsequiarle un trío, quiero que seas tú quien venga con nosotros.

         -Si tu papá es tan toro como dices, podemos ir hoy mismo si quieres –repuso Clara, muy contenta. Las dos se rieron.

         -Escucha, Magda, mi tío tampoco es ciego y pareciera que se le salen los ojos de las cuentas al verte… quisiera darle un trío también, y solo Dios sabe lo caliente que me pondría verlos a ustedes dos haciéndose de todo.

         -¿Y sobre nosotros qué hay? –quiso saber Magdalena, algo apenada-. Digo, nos besamos, ¿cómo queda eso?

         -No veo ningún problema que seamos amantes, si tú quieres, pero sí me encantaría lamerte de los pies a la frente –y dicho que hubo eso Clarita, se besaron de nuevo. Como postre, pasaron a la habitación de ésta y se hicieron el amor, un monumental 69 que nunca hubieran soñado al amanecer la mañana de ese día.

         Así, Magdalena y Clara pactaron los tríos que desencadenarán los eventos a ser narrados en esta serie.

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