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La Torre de la Hechicería 3: El Angel Mancillado

en Fantasías Eróticas

La Torre de la Hechicería

Episodio 3:

El Angel Mancillado

Por: Sir Kleizer de Anceloth,

Cronista de Evenistar,

asistido por la Escolástica Lorena de Samotras

 

1

Un luminoso amanecer espantó a la terrible noche que cobijó tenebrosos sucesos dentro de la Torre de Cenumnos. Nadie divisó la negra silueta que se desplazaba velozmente entre las caballerizas, para luego, con ayuda de una soga y de su agilidad, sortear el grueso muro y perderse entre los oscuros árboles de Edringard. Zahn robó varios anillos lamayin, capaces de "invisibilizar" a su portador de cualquier mirada espiritual, ocultando su presencia a los magos y psíquicos… muy pocos y sabios hechiceros eran capaces de sortear el efecto de tales anillos, fabricados por los seguidores de Grox en las antiquísimas guerras -los raksas y otros seres- para evadir a los magos blancos… pero esta historia gira en torno de una creación no menos peligrosa, como alguien está a punto de comprobar…

La estudiante de túnica carmesí, Iris Dubois apenas consiguió alzar su cabeza de la almohada, se sentía demolida. Todo el esqueleto le crujió, y por si fuera poco, a medida que terminaba de despertarse, sintió un brazo rodeándole la cintura. Era su amiga, Lorelai Argold, de su mismo nivel, algo más avanzada. Iris descubrió que ambas estaban desnudas.

-¡Lorelai! ¿Qué haces en mi cama? -chilló Iris, sacudiéndose, pero, de inmediato, fue traspasada por un espasmo de dolor, proveniente de su ano.

La elfa se despertó, pero quedó muda, al igual que su amiga, cuando sintió un análogo sufrimiento, también en tal delicada parte.

-¡Oh, Ishtar! -se quejó Iris, invocando a la diosa del amor- ¿Qué demonios pasa? ¿Por qué me duele todo el cuerpo?

-Me sucede lo mismo -comentó Lorelai, paralizada-. No recuerdo haberme pasado a tu dormitorio y me duele mucho el trasero… ¿te sucede lo mismo, Iris?

Se libraron de la sábana de seda y se examinaron mutuamente. Con horror fueron hallando en sus curvilíneos cuerpos, rastros de lo que inequívocamente fue, una salvaje fiesta de sexo desenfrenado… mordiscos, chupetones, cardenales, vaginas sonrosadas y humedecidas… y, finalmente, cuando se atrevieron a verlo, la una de la otra, rectos ensanchados e irritados… o, como dice el vulgo, culos bien rotos, como Theos manda…

-Iris, puedes confesármelo y sabes que no se lo contaré a nadie, ¿hiciste el amor con alguien ayer? -le preguntó Lorelai, muy compungida.

-Es que no me acuerdo de nada, Lori -replicó Iris-, no sé, pasé todo el día en el despacho de suministros, ayer me tocaba, luego la guardia mental, en el salón de meditación… con Hardred…

-Ahí lo tienes -repuso la elfa, esbozando una tenue sonrisa de complicidad.

-¡No pasó nada, malpensada! Además, yo lo recordaría -y con gran esfuerzo y dolor, Iris salió de su lecho, hacia el baño, para lavarse y prepararse para la jornada-. ¿Y cómo explicas que estés en el mismo estado? ¿Con quién fue el revolcón?

Lorelai bajó su cabeza, sentada desnuda en la cama de Iris. La memoria de los elfos era más fina y algo más fluida que la de los humanos; Lorelai sólo captó una serie de sensaciones vagas, de sexo reciente, esfuerzo, un sabor extraño en su boca…

-No sé, Iris. Algo es seguro, y alguien nos hizo cosas ayer, a las dos… y no podemos recordarlo… ¿será posible que haya un íncubo dentro de la Torre?

-¿Un íncubo? Debes estar bromeando, este sitio es mágicamente impenetrable, si un íncubo fuera capaz de entrar, todas las mentes de los Nigromantes nos habrían arrasado… -comentó Iris, mientras se introducía en la tina de metal, llena con agua. El trasero se le resintió ante el contacto del líquido y ella apretó los dientes.

-Esto es tan raro, Iris -dijo Lorelai, pensativa, cojeando hacia su amiga-, si no dices nada, tampoco diré algo. Más tarde iré a investigar a la biblioteca, a buscar alguna explicación para todo esto; y si no encuentro nada, tendremos que contárselo a alguien…

-Nadie debe saber esto, Lori, nuestras reputaciones se irían por la cañería -replicó Iris, asustada y confundida.

La elfa agarró su túnica, y aprovechando lo temprano de la hora, salió al corredor hacia su alcoba. Iris terminó de lavarse y de acicalarse cuando golpearon su puerta. Abrió, presta, creyendo que era Lorelai, pero se trataba de dos magos de túnica blanca.

-Iris Damana Dubois, debes acompañarnos para interrogarte -le dijeron, con sus voces tan finas e impersonales.

-¿Por qué? -preguntó ella, a su vez, azorada ante ese imprevisto.

-El sumo sacerdote, Pithacus de Cenumnos será quien te pregunte a ti y no al revés. Ahora ven con nosotros por tu voluntad o usaremos la fuerza, como estamos autorizados a hacerlo -le dijo el segundo, de voz más áspera.

Temblando, Iris los acompañó, tratando de recordar qué cosa mala o anormal pudo haber hecho para que enviaran a los guardianes a convocarla, sin relacionarlo con el estado de su cuerpo. Cuando subieron, en la antesala del estudio de Pithacus, Iris se encontró con otros dos guardianes custodiando a un consternado Hardred Therion.

Hardred era uno de los estudiantes más populares de la Torre. Alto, de larga melena rubia, cuerpo musculado por largas horas de ejercicios, sus estudios iban viento en popa, en su cama todas las chicas querían estar, proveniente de una familia noble de pasado heroico. Incluso Phyrea se sentía atraída por él, pero lo disimulaba por su fuerte orgullo. La doble puerta del despacho del sumo sacerdote se abrió. Pithacus, en su manto dorado, los esperaba tras su escritorio.

Los guardianes empujaron con poca sutileza a los jóvenes hacia el interior del abigarrado recinto. Los cuatro encapuchados de alba vestidura se quedaron fuera. Hardred e Iris avanzaron tímidamente. Pithacus les invitó a tomar asiento, mirándolos sin la severidad que de él esperaban.

-Buenos días, hijos míos, supongo que están algo cansados, ¿no es así? -les saludó el anciano de firme voz.

Iris asintió con timidez, notando la iracunda mirada de Hardred clavada en ella, y preguntándose que podría haberle echo al mozo.

-Yo también fui joven, muchachos, y no me precio de haber llevado una vida en santidad en aquellos días, y como bien pueden consultarlo en la biblioteca, incluso fui miembro de la Guilda de Ladrones en mi juventud. Por ese pasado, muchos se opusieron a mi nombramiento hace como una década…

Iris bien sabía esas cosas, pero se preguntaba qué demonios tenía que ver eso con ella.

-Pero ayer ustedes dos cayeron en falta, hijos míos -añadió entonces, tomando un matiz más grave-. Muchos me acusan de ser muy gentil y tolerante, pero si un poderoso Nigromante hubiera deseado hacernos daño la noche que acaba de finalizar, habría causado graves problemas… ustedes dos descuidaron su guardia mental, un deber fundamental y de máxima seguridad para todos los habitantes de la Torre, y se dedicaron a hacer el amor…

-¡Cómo! -saltó Iris, perpleja, con sus ojos abiertos de par en par tras sus lentes de nítido cristal.

-Ella me sedujo, señor. Se desnudó ante mí… -empezó a excusarse Hardred, de voz varonil-, sé que fallé, tenía que soportarlo, pero esto no habría pasado si Iris hubiera guardado la compostura…

-¿De qué rayos hablas, cretino? Yo no tuve sexo con nadie ayer -refutó Iris, furiosa, y al mismo tiempo aterrorizada… el lamentable estado de su cuerpo decía lo contrario.

-Por favor, Iris, ten calma. El hecho está comprobado. Les aseguro que su pena no implica expulsión…

-Pe… pero… ¡sumo sacerdote! Con todo el respeto que usted se merece, no sé de que rayos hablan, ¡yo no recuerdo una maldita cosa! -gritó Iris, poniéndose de pie.

-No seas tan falsa, tú me provocaste… -recalcó Hardred.

Pithacus miró a Iris con detenimiento. Su asombro no tuvo límites. Tan experto como era en la alta magia, supo que Iris no mentía.

-Por diez días ayudarán a limpiar las caballerizas y los establos de los dragones. Creo que serán coordinados por el muchacho Asheronth…

-¡¿Cómo?! -protestaron los dos, atónitos.

Pithacus no admitió apelación alguna, pero solicitó a Iris que se quedara. Una vez a solas, Iris, en medio de lágrimas, le confesó todo lo que había descubierto esa mañana, en ella y en Lorelai Argold.

 

2

Se aproximaban las celebraciones a Athum, el dios sol. Eran siete días de celebraciones rituales. Entre el vulgo eran motivo de feria y de esparcimiento, Reiner prefería transcurrirlos en Varsenmor, pero su presencia era requerida en la Torre, donde dichas festividades tomaban un cariz más solemne y místico. Todo tenía que estar impecable, y las caballerizas y los andenes de los dragones eran el trabajo más pesado…

Reiner se aterrorizó al ver acercársele a Hardred e Iris, secundados por varios guardianes de blanca túnica. Barría el patio central en ese momento. Se detuvo, más pálido que nunca. Hasta aquí llegaste, amigo, vienen a arrestarte, pensó, sintiendo su alma despegarse de su tembloroso cuerpo.

-Has tenido suerte, Reiner Asheronth, estos dos han sido asignados para que colaboren en el aseo de los establos, de caballos y de los dragones de carga -le anunció Corvis, el más bajo y robusto, siempre con su tono impávido.

Fue inefable el alivio de Reiner, así como su malévola satisfacción al tener bajo su mando, nuevamente a Iris, y de poder humillar aunque sea un poco al odiado Hardred Therion.

Uno de los guardianes, Luxor, los acompañó a las caballerizas en primer lugar. El guardián era consciente que los dos aprendices de carmesí no iban a tolerar órdenes de un túnica azul.

El pérfido joven, verdadero conocedor de lo acontecido el día anterior, dio un cubo de metal y unos trapos a Iris, diciéndole que fregara el piso. La maga se quedó impactada, esa voz… Reiner… con ese tono autoritario, le resultó familiar, causándole raros escalofríos… sin mencionar la actividad tan servil que le estaba proponiendo hacer.

-Verás, quisiera una actividad donde no me tenga que agachar… -empezó a excusarse, bajando su mirada. Reiner la intimidaba mucho, algo que ayer era impensable. Iris no podía explicarse esa sensación.

-¿Y eso? ¿Dormiste mal o qué? -inquirió Reiner, que poco le faltaba para estallar en carcajadas.

-Dormí mal- contestó ella, casi en un susurro.

A Reiner no le informaron qué falta cometieron Hardred e Iris, porque Pithacus exigió discreción a los guardianes. Sin embargo, Reiner, poseedor de los polvos mágicos capaces de esclavizar cualquier mente, bien sabía lo ocurrido, es más, era su autor intelectual. Supo que debía controlarse, con una palabra fuera de lugar se delataría a sí mismo. Decidió no presionar tanto a Iris.

-De acuerdo, ¿has cepillado caballos? -le preguntó Reiner.

Iris asintió, más tranquila.

-Eso sí, en casa tenemos muchos y lo hacía desde niña -explicó ella, tomando los largos cepillos. El joven le dio los complementos necesarios para bañarlos también.

Al rato llegó el obeso Gerrod, muy joven, de unos diecisiete años, también reclutado para las labores inferiores. Venía seguido de Cormyr, de la raza de los begsofden u hombres ratón, de ahí su menuda figura, corta estatura, pelaje blanco y rasgos ratoniles… su flexible cola le daba facilidad para subir a lugares y para cargar más cosas.

-Reiner, qué veo, nueva sangre en Mantenimiento -comentó burlón, Cormyr, al ver a los recién llegados, refiriéndose en especial al presuntuoso Hardred, que ahora llenaba, de cubeta en cubeta, el comedero de pienso para los cerdos.

-¿Dónde rayos se ha metido Zahn? -preguntó Gerrod.

-No lo he visto. Ha veces sale muy de madrugada, antes que yo me levante, no sé qué le habrán encomendado -se apresuró a decir Reiner. Tal vez pasarían uno o dos días antes de que echaran en falta a Zahn, había previsto él.

Cormyr vino corriendo desde los amplios andenes de los dragones. Se les podía oír dormitando, sus gruñidos daban pavor a los legos.

-Hay una montaña de mierda de dragón esperando a ser levantada, es tu turno, jamoncito -anunció Cormyr, puyando con su cola al contrariado Gerrod. Ninguno de ellos se alegraba de saber cuando les tocaba limpiar ese infernal cúmulo de excremento.

-No, te equivocas, ratita, recuerda que el trabajo pesado siempre le toca al novatón -les recordó Reiner, la antigua y sabia tradición. Hardred oyó, presa del mayor estupor, esas palabras y juró hacer polvo a Reiner cuando pasaran esos diez días…

Reiner, Cormyr y Gerrod rieron, e incluso Luxor se cubrió la boca para disimular sus risillas. Gerrod dio un codazo a Reiner y con su cabeza le señaló hacia atrás. Madian se dirigía hacia ellos.

 

3

A más de tres jornadas al noreste de la Torre de Cenumnos, tras descender un pronunciado declive, se llega a la ciudad puerto de Edringard, otro punto comercial importante, jurídicamente bajo el dominio del reino humano de Mesoth, pero con fuerte presencia ruishen. En medio de sus populosas calles se erguía el Castillo Zannam, antiguo fuerte, ahora un puesto de avanzada de la milicia ruishen. El rectángulo coronado por el aúreo domo era fácilmente distinguible en medio de los numerosos capiteles y torres.

Bajo el domo del último piso, el general Ars Astyanax Tintagel, practicaba la esgrima con varios de sus más hábiles guerreros. Vistiendo apenas unos pantalones de seda y botas negras de cuero, con su dorada melena suelta, arrancaba suspiros a las chicas de casi todas las razas. Varias prostitutas, desde una terraza al otro lado de la calle, observaban embelesadas el simulacro, y no por aprender alguna técnica precisamente.

Astyanax blandía una espada gandiva, de casi metro y medio de longitud, con hoja doble alabastrina y resplandeciente. Solo un humano muy fuerte podría empuñarla, y casi ninguno manipularla como él lo hacía. Los demás compañeros de práctica vestían armadura completa. Los finos oídos de Astyanax percibieron un sable intruso cortando el aire hacia él, que detuvo con un oportuno mandoble y las hojas metálicas resonaron con inusitado furor.

-Melisenda, es un placer verte tan pronto -saludó Astyanax, dándole la gandiva a uno de sus hombres para que la envainara.

Melisenda asintió. Su cabello rubio era casi blanco y destellaba místicamente bajo la luz del sol. Lo llevaba sujeto en una cola que le bajaba hasta los muslos. Melisenda envainó su cimitarra dorada. Esa elfa, casi tan antigua como la fortaleza Zannam, era la directora de los servicios de inteligencia en esa región.

-Me han informado sobre tu histerismo, correteando en el bosque de Edringard en busca de una dichosa "arma" encargada por el buen Mantorok -dijo ella, clavando sus ojos violeta en Astyanax-. Los gnomos del Norte, de las montañas V’rit están alterados por una inspección no autorizada que ordenaste hacer en la casa de uno de ellos, dejaron todo destrozado e… intimidaron mucho a la esposa de Shomsi Sakalath… no tienes ni idea de los apuros que esa imprudencia ha causado a nuestros diplomáticos. Creo que tendremos que pagar una indemnización, amén de que se nos acusa de haber matado a ese gnomo.

Astyanax observó con disgusto, a la esbelta elfa, semidesnuda en sus atuendos de guerra, paseándose bajo el domo. Los demás soldados se apartaron, con respeto, esa mujer era una leyenda viviente, última superviviente de una generación de guerreros heroicos.

-Dime, Astyanax, ¿existe esa arma o sólo quieres lucirte ante tu futuro suegro? -ella había venido a reprenderlo, de parte del Estado Mayor, sin duda.

-El arma existe. Es un artilugio para controlar la mente del enemigo -aseveró Astyanax, en cuyo orgullo era casi tan sensible como Phyrea, su prometida, convencido de ser objeto de envidia por parte de los casi milenarios generales élficos.

-¿Y cómo se efectuaron esas averiguaciones? -preguntó Melisenda, viendo con sumo desprecio a las rameras de la terraza a pocos metros de ella.

-Tengo mis fuentes…

-¿Qué fuentes? ¡Quiero nombres! ¡Necesito ir donde el rey Hygelak y decirle que todo este galimatías al menos está fundado! ¿Tienes, siquiera, algún prisionero a quien pueda interrogar? -Melisenda se acercó mucho a él. Astyanax dirigió su mirada a un trípode donde reposaba su espada gandiva-. Niño tonto, aunque la tuvieras en tus manos, las órdenes de tu cerebro a tu mano para matarme nunca bajarían de tu cuello -y en menos de un segundo, la brillante hoja de la corta cimitarra se detuvo a escasos milímetros del musculoso cuello del general elfo.

-El arma existe. Pero fue robada al gnomo. ¿Cómo explicarías la presencia de Bairbars Atriel en Varsenmor? -replicó Astyanax, sin una pizca de miedo, pero con toneladas de hombría lastimada.

-¿Bairbars Atriel, dices? Combatí contra él en la escaramuza del valle Shohod, hace unos treinta años -y Melisenda Borknagar enfundó su arma, para pasearse de nuevo por la estancia-. Nos rendimos. Fue todo un caballero. Nadie fue torturado, conversó durante horas conmigo, debo confesar que cuando se acordó nuestra liberación, me fui con algo de pesar… es valiente, y un caballero como pocos… tienes razón, jovencito, no creo que Mantorok lo haya mandado de vacaciones precisamente.

-Se hace pasar por un comerciante de productos raksas, llamado Vankar. Poco a poco ha reunido a varios colaboradores, todos con una cubierta debida -dijo Astyanax, secándose el sudor con una toalla que una sirvienta humana le tendió-. Incluso estoy seguro que ellos no la tienen, porque hace dos noches, en nuestro campamento oculto de Edringard se infiltró una espía raksa, varios soldados lograron atisbarla antes de ser noqueados… al amanecer comprobamos que estuvo rebuscando entre los objetos requisado al cadáver del gnomo, no se llevó nada, los raksas también buscan "eso".

-Me resulta demasiado misterioso ese interés en lo que sea que se busca -repuso Melisenda, más tranquila, aceptando una copa de vino que un sirviente le ofreció-. Astyanax, eres consciente de que si encontramos un artefacto tan peligroso como lo describes, y si confirmamos que fue fabricado a petición de Zertina, estaremos de nuevo al borde de la guerra.

-Lo sé, honorable Melisenda. Son los raksas los que siguen conspirando, y nosotros sólo contamos con nuestro derecho a defendernos.

-Muy bien, Astyanax, mantenme informada de tus logros, pero antes, tienes 24 horas para capturar a tu espía, de lo contrario, Bairbars estará un paso delante de ti -y la imponente Melisenda desapareció tras la doble puerta. Astyanax no vio con agrado el hecho de rendirle cuentas a alguien… desde hace algún tiempo se consideraba en su feudo…

 

4

Reiner no cabía de gozo. Ya que Zahn no estaba, se le solicitó a él que acompañara a Madian a recoger hierbas, y no a los páramos usuales, sino algunas específicas que crecían en las colinas del norte, donde una vez estuvo en pie el Templo a los Espíritus del Bosque, los Feerae.

Les habían dado dos corceles, y sus conocimientos mágicos -bueno, los de Madian, aclaró Eillan- deberían ser suficientes para sortear cualquier posible contingencia, puesto que casi nadie se atrevía a husmear en Edringard, excepto cierta banda de trolls, y a causa de ese evento Reiner cabalgaba un poco nervioso, mirando de reojo a todas partes. Sobre las ancas de los dos caballos transportaban varias canastas para almacenar las hojas, raíces, frutos, animalitos, etc. que fueran recogiendo en su camino, así como viandas y abrigos -porque se veían oscuros nubarrones en lontananza-.

-Qué alegría haberme escapado de la recogida de caca de dragón -dijo Reiner en voz alta, mientras cabalgaban juntos a través de una vereda, causando las musicales carcajadas de Madian-; sí, es todo un predicamento, cuando nos va peor terminamos limpiando nuestros vómitos…

Madian se llevó una mano a la boca e hizo una mueca de asco, aunque siempre divertida. Reiner se sentía tan bien cuando lograba hacer reír a Madian.

-Y ni quieras oír cuando Zahn intentó usar la telekinesis para deshacerse de la caca de dragón… -siguió Reiner.

-No sigas, por favor, vas a hacerme vomitar -le dijo la joven, ruborizada de risa.

Alcanzaron un claro, con verdes hierbas, salpicado de flores y hongos multicolores. Algunas hadas jugueteaban entre unos girasoles, y otras observaron con curiosidad a la pareja de magos, que se apearon de sus monturas para cortar algunas hojas. Madian empleó una fúlgida hoz de oro, cortando las plantas con maestría. Cuando le pasaba las hojas y raíces a Reiner para guardarlas en las canastitas, éste no dejaba de tocarle los dedos, obteniendo, de cuando en cuando, una linda sonrisa. El mago deseó que ese día no terminara nunca.

¿Te vas a conformar con eso, gusano? Sabes que puedes obtener de ella más que una patética sonrisa, puedes poseerla, ahora, tienes el poder para lograrlo… la voz maldita, la voz de la corrupción. Reiner se agitó en su fuero interno y su rostro se apagó. Ni siquiera recordaba los polvos, hasta ahora, pero la idea de usarlos en Madian le pareció un anatema. ¿Será que me estoy convirtiendo en otro por culpa de esos polvos?

-¿En qué piensas, Reiner? -le preguntó Madian, con sus brillantes ojos esmeralda clavados en él.

-Oh, no es nada. Me preguntaba como les iría a los muchachos con la caca de dragón… -mintió él, esbozando una torpe sonrisa y pasándose una mano tras la cabeza.

Madian sonrió de nuevo y terminó su labor en el claro. Metió varios hongos en otra canasta, y dijo a Reiner:

-Con estos hongos azules me sé la receta de un caldo, voy a preparártelo cuando volvamos a la Torre -y se dirigió contenta al caballo, que pastaba en el prado.

Reiner se sintió dichoso y la siguió. Así, efectuaron dos paradas más, sin mayores percances, riendo y contemplando los fabulosos paisajes, sin prestar demasiada atención al cielo hasta que se vieron techados por una bóveda gris y las primeras gotas de agua les cayeron encima.

-Rápido, vayamos a esas ruinas, tal vez esta lluvia pase pronto -indicó Reiner, señalando el derruido Templo de la religión antigua. Los jóvenes entraron con sus caballos, hasta un área de la galería donde el agua no los alcanzaba.

-Perfecto, siempre quise visitar este Templo de los Feerae -confesó Madian, de pie, observando algunas de las pocas columnas en pie y las esculturas, que representaban hadas, gnomos y árboles con rostro. Todo el edificio había adquirido una tonalidad verdosa y pálida. Justo tras la cuadricular área, estaba la estatua de una sílfide, de cuyo jarrón manaba agua de una fuente aún funcional.

-¿Qué fue lo que le pasó a este lugar? -preguntó Reiner, en voz alta, acomodando los caballos y las cosas bajo una zona techada.

-Fue destruido durante la Guerra Elfica de hace treinta años. Usaron dragones, casi todos culpan a los raksas, pero la verdad es que nadie puede probarlo fehacientemente -explicó Madian, admirando las diversas esculturas. Reiner no dejó de sentirse inquieto al atisbar las generosas curvas que se escondían bajo el manto rojo humedecido.

Reiner se escabulló tras ella y puso el abrigo más grueso sobre los hombros de la dulce maga. Ella se sonrojó, sorprendida, y le sonrió con gratitud. El joven aprovechó para abrazarla un momento, fingiendo prestar atención a esa arquitectura holística.

-Ven, haré algo de comer -propuso Madian, retirándose los dos bajo el rincón techado de la nave, que incluía el derruido altar cuadriculado y la fuente de la sílfide.

La lluvia caía a ritmo moderado. Reiner casi deseó que nunca parara. Madian juntó varios leños secos y, usando magia, logró prender un pequeño pero acogedor fuego. Reiner la ayudó a colocar la marmita y a partir hongos y hojas. Un conejo que habían cazado en el trayecto ayudó al caldo.

-¿Te gusta, Reiner? Es una receta de mi tierra, Arkania, muy al Sur -le dijo Madian, mientras el eufórico chico probaba el primer sorbo.

-Está riquísimo, Madian -la congratuló Reiner-, será muy afortunado tu esposo -y provocó que la sangre subiera a la cabeza de la doncella.

El agua caía, semejando el preludio de un diluvio. Reiner y Madian comieron y bromearon. Las diáfanas risas de la joven contrastaban con el suave canto de las gotas. El corazón de Reiner estaba embriagado de amor.

-Madian, me siento muy bien cuando estoy a tu lado -le confesó Reiner, cuando los dos estaban sentados, juntos, sobre un saliente de piedra.

-Yo también me siento muy cómoda en tu compañía, Reiner -le dijo Madian, sonriendo con total inocencia. El mago supo que ella estaba siendo amable, nada más. El le tomó la mano y se la sostuvo entre las dos suyas. Madian quiso soltarse, suave y diplomáticamente, pero Reiner no aflojó su zarpa.

-Casi todos me tratan mal, Madian. Muy pocos me tratan bien, Zahn, Gerrod, Cormyr, Vankar, el elfo oscuro de Varsenmor… y tú, Madian -siguió Reiner, alternando su mirada entre los glaucos ojos de su amada y el chorro de la fuente. Madian se tensó, comenzando a sospechar por dónde iba la cosa.

Reiner acercó la blanca mano de Madian a su pecho y la miró a los ojos. La amable joven deseó no oír lo que Reiner, inexorablemente, le declaró:

-Madian, yo te amo -la aludida quedó impresionada, nunca había considerado a Reiner más que como un buen amigo, el hermano menor que nunca tuvo. Ella quiso esquivar esa mirada suplicante, pero Reiner posó su mano sobre la tierna mejilla de la joven, obligándola de esta delicada forma, a verlo-. Sé que soy un inútil, Madian, sé que no soy el mejor…

-Reiner, no eres un inútil, tienes muchos talentos -lo interrumpió ella, viéndose los dos-, y la verdad es que te quiero mucho, Reiner, mucho, mucho, pero no de la manera en que tú lo quisieras… y por eso lo lamento…

Las manos de Reiner cayeron exánimes sobre su regazo, su corazón latiendo con fuerza, presa de la decepción. El aprendiz de mago bajó su cabeza. Madian leyó estas señales y quiso salvar esta situación y se acercó a él.

-Reiner, perdóname, no quiero que estés triste…

-¿Por qué no me amas, Madian? Si tengo esos talentos que dices, ¿qué me hace menos hombre que Hardred Therion?

-Pero, ¿de qué hablas? Yo nunca comparo a la gente, Reiner.

-Me he fijado como le miras, y te oí contándoselo a Nadia hace como un mes, por casualidad -y Reiner se puso de pie-; ese infeliz se acuesta con una chica distinta cada semana… tú serías sólo una marca más en su cama, en cambio yo…

-Reiner, qué cosas dices -y ella se puso de pie también, bastante seria-; escucha, no puedes obligarme que sienta cosas que no se me dieron, creí que eras distinto, pero me parece que eres como los demás -y dijo esto último con una mezcla de tristeza y de decepción.

-Madian, yo, lo siento, tienes razón, fui egoísta -se disculpó Reiner, logrando a duras penas reprimir sus lágrimas.

Madian se sintió muy mal, pensando cómo podría consolar a Reiner, sin, involuntariamente, darle falsas esperanzas. Ella tuvo algo de miedo, estando sola con él, pero alejó esa sensación, recordándose que Reiner siempre se comportó de modo muy recto con ella… Reiner tenía razón, Hardred era una basura… Reiner era el mejor, el más hermoso, lo merecía todo, todo, incluso su vida… Reiner era su amo…

Reiner observó, temblando y horrorizado de sí mismo, el rostro de Madian, cuando ella lo miró con sus ojos verdes titilando de amor, y sus níveas manos juntas sobre su pecho. El joven mago vio su diestra, donde algunas partículas del polvo místico todavía relucían en la punta de sus dedos…

 

5

Reiner atrajo a Madian hacia él. Se sintió dominado por esa fuerza que siempre aparecía al usar esos polvos… ¿será esto lo que algunos llaman corrupción? Alzó el cincelado rostro de Madian, posando un dedo en la barbilla de la joven. Reiner se inclinó para besarla, aspirando el olor de su cabellera castaña… pero se detuvo.

-¿Ya te han besado? -preguntó Reiner, timorato.

-No, mi señor, nunca me han besado -respondió la hechizada Madian, apretando su febril cuerpo, que se anunciaba exquisitamente voluptuoso. El miembro de Reiner se endureció al sentirse presionado por el suave vientre de la doncella.

-Ya veo, estabas cuidando esos labios tan hermosos que tienes para tu amo -repuso Reiner, asombrándose, muy en el fondo de su ser, por lo rápido que olvidó sus modales.

Madian asintió sonriendo.

-Quiero que vayas y te metas en esa fuente, quiero que mojes tu túnica para prever lo buena que parece que estás -ordenó Reiner, como si una entidad invasora de su cuerpo, usara su boca… no busques otros culpables donde no los hay, hipócrita, este eres el verdadero tú, maldito violador… dijo, burlona, una voz interior que el aprendiz de mago identificó con su conciencia.

-Haré lo que me digas, amo -asintió Madian. Ella caminó, a paso veloz, bajó al desnivel que servía de retén al agua, estremeciéndose de frío.

-Entra al chorro, desgraciada -espetó Reiner, su faz demudada por el conflicto dentro de su alma, no se decidía entre respetar a Madian o abusarla hasta los últimos extremos. Con sus brazos cruzados, la joven dejó que el agua la bañara, adhiriendo su vestido a su cuerpo… Reiner no pudo creer lo que esa prenda empapada le mostraba… se le hizo agua la boca y su bestia interior ganó la batalla.

El amo de Madian se acercó a la fuente. Ella le sonrió, temblándole la quijada. Reiner sonrió y empezó a desnudarse. Guardó con cuidado los polvos, y se metió a la fuente, sentándose en la orilla. Hizo un gesto a Madian para que viniera hacia él. El agua estaba muy helada.

-Quiero verte desnuda, Madian, siempre he querido verte así -ordenó él. La dulce joven se sonrojó de sobremanera ante esta petición, con su ingenua vista clavada en el pálido y delgado pene de su señor. Ella conocía la teoría, lo que su amo iba a hacerle con eso. Pero obedeció, y se sacó las ropas, pesadas de agua.

Reiner se quedó sin habla al ver surgir aquél busto divino, dos senos redondos y con piel blanca como la leche, coronados con dos pezones rosados. Su demonio interior aulló de felicidad, iba a darse un festín de lujuria. Pero, los ojos de Reiner casi salen de sus cuencas al caer el manto carmesí bajo el agua y revelarse aquellas caderas contorneadas, y un par de piernas esculturales, sin mencionar el jugoso fruto, apenas custodiado por una fina capa de vello castaño.

-¿Le gusto, amo? -preguntó la hermosísima esclava.

-Tu soberano está feliz, Madian. Dices que nadie te ha besado, eso me lleva a suponer que eres virgen, ¿o me equivoco?

-No, no se equivoca, mi señor, soy virgen -recalcó ella. El frío mantenía sus pechos bien duros y sus pezones erectos. A Reiner le costaba apartar la vista de ellos.

-¿Y ni siquiera has tenido novio?

Madian negó.

-¿Qué hay de tu culo, se lo has dado a alguien?

-No, mi amo, pero esa parte no es adecuada para el acto sexual, mi señor…

-Calla, farsante, si me da la gana te la voy a meter en el culo, ¿o no quieres?

Madian bajó su mirada, avergonzada. Luego, tímidamente, dijo: Si a mi amo le hace feliz, mi culo es suyo…

-Excelente. Eso es lo que deseaba escuchar, Madian. Ven acá, siéntate a mi lado -y ella obedeció. Reiner, temblando de fascinación, le paso una mano alrededor de ese celestial talle desnudo y con su mano derecha, oprimió un seno de la muchacha. Ella gimió y se ruborizó, poniendo cara de preocupación.

-Ven, muñeca, confía en mí -Reiner la dirigió, tomándola de la barbilla, y la besó. Madian, muy inexperta, apenas boqueaba sin gracia, pero para el pérfido joven era suficiente comerse esos labios tan bellos, esa lengua apetitosa, paladear esa saliva dulce y tibia, inundarse en el dulce olor de su eterna amada.

-Qué delicia de labios, y qué ricos son estos melones, mi amor, se me ocurren millones de porquerías para hacerles -confesó el joven, en medio de los apasionados besos que daba a la joven-; ¡abrázame, puta! -exigió, y apenada, Madian rodeó el torso de Reiner con sus delicados brazos.

-Voy a gozar cada pulgada de este hermoso cuerpo -dijo Reiner. Madian sonrió, satisfecha de gustar tanto a su dios.

El aprendiz de mago guió la mano izquierda de la joven hasta su enhiesta virilidad, haciendo que Madian la sujetara.

-¿Te gusta lo que sientes? -le preguntó Reiner, con sus ojos entrabiertos, extasiado con su pene en la mano de la bella Madian. Instintivamente, ella movió su mano de arriba abajo, y una sonrisa disipó su momentáneo rubor.

Reiner la besó de nuevo, manoseando el más hermoso cuerpo a su merced, Madian se esforzó en devolverle el ardiente ósculo. El mago la apretaba contra él, a veces lamiéndole el cuello, o las orejas… Madian gemía, calentándose paulatina e ineludiblemente, sin soltar el estilete de su amo. Reiner separó sus labios y miró el rostro de la joven, tan próximo al suyo, más bello que nunca, dimanando amor… por él.

-Te amo, Madian -dijo Reiner, en voz baja.

-Mi señor, soy su esclava, haré lo que sea para que esté feliz -declaró Madian, hechizada.

-Métete al agua y arrodíllate ante mí -ordenó él. Madian se puso de pie, Reiner le propinó una suave nalgada en ese trasero redondo y níveo. La joven sumisa se hincó delante del amo, hundiéndose de nuevo en la fría agua. Reiner la tomó de los hombros, acercándola a él, hasta que su delgado y sólido miembro quedó aprisionado en los enormes senos de la sonrojada joven.

-Justo así, tetona, qué gusto -dijo Reiner, suspirando-. Quiero que me des placer con tus tetas, moviéndolas arriba y abajo -y apretó los melones en cuestión, y Madian gimió. Ella, muy apenada, pero sin ocurrírsele desobedecer a su señor, empezó a moverse torpemente, sujetándose de la cintura de Reiner.

-¡Oh, qué bien, esto es lo máximo! -dijo Reiner, recostado sobre sus codos, con los ojos cerrados. Madian sonrió al ver que su amo gozaba con ella y cogió más confianza. La torre de Reiner palpitaba de lasciva alegría en medio de esas dos firmes y tibias colinas. Algunas veces, esa cabeza rosadita llegó a rozar la barbilla de la doncella, incluso sus labios, un par de veces…

-Amo, tengo frío -confesó Madian tras un largo rato.

-Está bien, pero no tendrás permiso para salir hasta que hagas una cosa más por mí -dijo Reiner, separándola un poco-. Quiero que me lamas la verga.

Madian se puso roja como un tomate, pero, lentamente, inclinó su cabeza hacia la vara de Reiner. Con timidez y pena estiró su roja lengua, hasta hacer contacto con la carne del joven, quien suspiró satisfecho, con esa lengua divina estimulándole la torre. Madian se dedicó a lamer, como si fuera un helado, encontrando el sabor no tan desagradable como creyó; los suspiros de su amo le pusieron contenta, y lamió con más confianza, alternándolo con tiernos besos.

Ella había escuchado las bromas de los chicos en la Torre, así como algunos pícaros cuchicheos entre las chicas más aventajadas, sabía lo que iba a continuación. La mano de Reiner se posó sobre su cabeza, presionando sus labios contra el húmedo glande, que finalmente se abrieron para recibir en su interior ese pene.

Madian sujetó la espada de Reiner y se limitó a succionar su glande. El aprendiz de mago le acarició, saboreando esa mamada. El interior de la boca de Madian le resultó tan aterciopelado y cálido. La joven chupaba como si fuera un caramelo, sus mejillas arreboladas, su saliva corriendo en hilillos a lo largo del falo de su amo. Reiner le tomó la mano izquierda, y ella se la apretó. Los dientes temblorosos de la joven proporcionaban una sensación cosquilleante a la mamada. Después, Reiner la presionó, invitándola a tragar más.

-Og, mi señog -musitó Madian al tragar un buen tercio de carne. Reiner estaba en el cielo, dirigiendo con su mano, la cabeza de la esclava. La tomó del cabello para regular su ritmo. En pocos segundos, Madian se la estuvo chupando casi tan bien como la campesina Abigail.

Reiner libró su pene de la ansiosa boca de Madian, y la apretó contra su vientre, acercando los sensuales labios de la moza a su velludo escroto. Madian lamió y besuqueó los testículos de su señor, acariciándolos con cuidado -había leído en los libros que son una parte muy sensible y delicada-.

-Trágatelos, mamoncita -dijo Reiner, embrutecido con los fuegos del deseo. Madian abrió su boca y logró acomodar esas dos pelotas en el interior de su boca, donde se dedicó a lamerlas y estimularlas con su boca, chupándolas suavemente, en tanto que con su mano libre pajeaba despacio la albarda de Reiner.

-Quiero que subas, lamiéndomela hasta la punta y te la tragues -dijo Reiner, recostado sobre sus codos. Madian obsequió un caliente chupón a ese escroto, y después, ascendió a lo largo de esa torre, recorriéndola con su fina lengua, hasta alcanzar la punta, cuando la sujetó y la engulló de golpe, alcanzando casi la mitad. Reiner puso una mano sobre su cabeza, forzándola a mantener su verga adentro, y Madian se vio en dificultades para respirar.

Reiner, acostado, se cubrió la cara con una mano… Madian utilizó sus labios y su lengua de un modo inefablemente exquisito, causando los espasmos correspondientes a una corrida épica. Madian subía y bajaba su cabeza, sus dos manos blancas empuñando la espada de su amo, y ella ensalivándola, contenta de oír los suspiros de Reiner, casi olvidándose del frío intenso del agua y del ambiente.

Cuando Reiner se sintió apunto de estallar, se sentó y libró su torre de las fauces libidinosas de Madian, sobándose la herramienta, apuntó a los grandes pechos de la joven, que se estremeció, sorprendida, al sentir el primer chorro de tibio semen cruzándole su hasta entonces inmaculado busto. El segundo le alcanzó el esculpido mentón, y el tercero le cruzó el rostro, infiltrándose un poco en el ojo derecho de la joven. Ella se echó agua para limpiárselo, y Reiner halló ese incidente muy morboso, mientras restregaba su miembro aún sólido en los perfectos senos de Madian. Después, con una mano, le untó el semen que le colgaba de la cara por todo ese divino rostro, después metiendo sus dedos oleosos en esa sensual boquita, hasta entonces pura.

-Que bien la chupas, Madian, deberías trabajar en un buen prostíbulo -dijo Reiner, y Madian sonrió ante ese cumplido. Reiner la ayudó a salir del agua.

 

6

La joven, una vez fuera del agua, se arrodilló de nuevo ante su amo, para limpiarle debidamente ese tieso miembro. Reiner estaba extasiado, la inocente esclava tenía un gran potencial para convertirse en una experta mamadora. Madian se puso de pie y el aprendiz de mago la abrazó, agarrándose de sus abundantes glúteos, y la besó de nuevo. Madian se apretó a él, respondiéndole como si fuera el amor de su vida.

Reiner quiso meterle un dedo en el ano, pero Madian mugió de dolor. Ya habría tiempo para eso. La virilidad del joven se friccionó, rígida y hambrienta, contra esa carne alabastrina y virginal, temblorosa de frío, nervios y deseo.

-Espera, zorrita. Quiero que coloques los abrigos y las mantas sobre ese altar derruido que ves tras de ti, porque me quiero divertir contigo allí -le dijo Reiner, respirando velozmente. Madian se sonrojó de nuevo, vacilando ante las intenciones sacrílegas de su amo- ¿Qué pasa, por qué no me obedeces?

-Ya voy, mi señor… -dijo ella, apurándose. Reiner contempló la inolvidable escena, Madian correteando desnuda, con sus pechos amplios bamboleando al son de sus pasos.

-He notado que está vacilando mucho, creo que voy a darle otra dosis… si se "despierta" me va a quemar vivo con esos hechizos flamígeros que conoce… -pensaba Reiner, sobándose la lanza, observando a la escultural doncella acomodando las mantas y los abrigos, sobre el altar, improvisando un jergón.

-¡Listo, mi señor! -anunció Madian, bastante entusiasmada, aunque temblorosa. Reiner cogió unas telas y se dedicó a secar el hermoso cuerpo de su esclava, sin dejar de lamerlo, besarlo y mordisquearlo… arrancando numerosos gemidos y sonrisas a la dulce maga.

El joven aprendiz la besó de nuevo, apretándola mucho contra él. Madian empezaba a adquirir experiencia en eso de besar… Reiner la aferró del trasero, prensando su pincho entre la febril y tersa carne de la joven.

-Preciosa -le dijo, y Madian se sonrojó con el cumplido-. Ve y acuéstate sobre las mantas.

Madian obedeció, e intuyendo lo que su amo deseaba hacerle, dejó sus blancas y esculpidas pantorrillas colgando del borde del altar. Reiner se acercó, tomándola de sus espléndidos muslos, y la jaló un poco. El aprendiz de mago se inclinó hacia el fruto prohibido de su esclava…

La joven maga lanzó una exclamación de sorpresa al sentir la aviesa lengua de su amo correteando sin pudor sobre sus trémulos labios vaginales. Reiner, que había practicado hasta la saciedad con Abigail, consiguió fácilmente que Madian se estremeciera de gusto aunque no lograba apartar una inefable sensación a vergüenza… la joven, con la tez completamente enrojecida, se metió los dedos en la boca para intentar amortiguar lo que poco a poco se iban convirtiendo en auténticos chillidos de placer. Reiner estuvo tentado de ordenarle que se destapara la boca, pero decidió obligarla chupando sin compasión el hasta entonces inmaculado clítoris de su amante.

-¡Ooohh, mi amo, mi señor… pare, pare! -logró decir la joven, antes de volver a convertirse su voz en un continuo gemido. Paulatinamente, Reiner fue despojando a la doncella de los últimos vestigios de su recato, Madian lo aferró de la cabeza, arqueando su espalda, jadeando y suspirando sin control… es lo que el malvado aprendiz quería, transformarla en una bestia en celo.

Reiner consumió, embelesado, la increíble cantidad de cálidos jugos que rezumaban de esa tremorosa vagina virgen, y pensó que, en efecto, Madian tenía mucho potencial para convertirse en una prostituta…

-¡Aaaaahhh, mi señor, aaaahhh, que placer! -exclamó Madian, clavándole las uñas en la cabeza a su amo. Reiner untó el dedo medio de su mano derecha en esa laguna de amor y buscó la apertura trasera de la joven, quien se quejó mucho, pero esta vez no hubo compasión, y Reiner logró ver su dedo siendo tragado por esa estrecha boquita.

Madian cerró sus piernas alrededor de la cabeza de su soberano, al sentir algo totalmente nuevo en ella… algo que no supo entender cabalmente, al menos no en aquél entonces, pero que necesitaba que sucediera, sujetó a su amo y literalmente estalló sobre su cara.

Madian se recostó sobre sus codos, sintiéndose mal, creyendo que había hecho algo malo a su señor, algo que pudiera haberlo disgustado… pero Reiner, arrobado de lujuria, apenas se relamió y subió sobre ella. La joven tembló, consciente que iba a ser penetrada, pero se tendió, recibiendo la boca de su amo.

Reiner la abrazó, acomodándose sobre ella. Instintivamente, Madian abrió sus piernas. El mago dirigió su torre hasta hacer contacto con la intimidad de la joven que suspiró atemorizada. Reiner la besó y le susurró que guardara la calma, que iba a dolerle un momento, pero que todo pasaría fugazmente…

Madian abrazó a su amo, y le clavó las uñas en la espalda, quedándose sin habla al sentirse invadida por ese trozo de carne, al sentir rasgarse su virginal velo y percibir el calor de Reiner desde su interior. Los dos jóvenes suspiraron, y Madian empezó a lloriquear cuando el mago inició su bombeo, intentando sosegarla con besos.

-Amo, me lastimas, ve más despacio, por favor… dijo ella, ya presintiendo los primeros síntomas de placer en todo eso. Reiner, excitadísimo por poseer al fin a la mujer de sus sueños, sólo pensaba en metérsela de golpe una y otra vez.

-Ah, cielos, me gustas demasiado, amor… -contestó él, casi con la lengua fuera, sujetando las níveas piernas de la joven y penetrándola con más cuidado. Las manos de la muchacha recorrieron el torso de Reiner, esbozando una sonrisa… empezaba a gustarle.

El mago se abrazó a ella, para besarla. Madian le envolvió la cintura con sus piernas y gimió, contenta, con menos dolor y más gozo. Reiner aumentaba su velocidad despacio, fascinado al ver el rostro enrojecido de la hermosa Madian distorsionado en una mueca de lujuria más apropiada para alguna mujerzuela.

-¿Me amas, Madian?

-¡Sí, mi amo, sí, lo adoro!

-¿Te gusta lo que te hago, putita?

-¡Sí, ya me gusta, me encanta, amor!

-Dí que eres mi zorra.

-¡Soy tu zorra, mi amo!

Reiner no pudo apiadarse más y la bombeó con todas las ganas que le quedaban. Madian se sujetó a él, gimiendo y llorando, sin la más mínima intención de hacer infeliz a su amo con sus insulsos lamentos.

-¡Ah, me mata, amo! -chilló ella.

Reiner la besó, cogiéndosela con verdadero ardor, sintiendo ya cerca su segunda corrida. Madian fusionó su boquita con la de su señor y recibió la caliente leche en su interior, encantándole esa sensación de plenitud, así como ese súbito calor interno en medio de aquél ambiente helado.

Las caballos, a varios metros de distancia, relincharon agitados. Reiner tuvo una idea asquerosa por unos instantes, pero luego la apartó de su mente, pensando que Madian no merecía eso… tal vez la perra de Phyrea o a la amargada Eillan sí…

Tras la explosión de placer Reiner se tendió al lado de Madian, abrazándola y resoplando, totalmente cubiertos de sudor. La joven sonrió, feliz, bien pegada a su amo, tachonándolo de besos. Ella recostó su cabeza sobre el pecho de su señor, y Reiner se dejó embriagar por el aroma de los cabellos de esa joven que acababa de hacer mujer.

De inmediato lo embargó un dolor inmenso y sus ojos se preñaron de lágrimas. "¿Qué rayos acabas de hacer, gusano miserable? Acabas de violar a tu mejor amiga, Grox, el rey de los demonios y de las apariciones ha de sentirse muy orgulloso de ti, ja, ja, ja… patético perdedor, traidor, violador…" Su yo corrupto, ahora que se veía relegado nuevamente al interior de su espíritu, se solazaba ante la culpabilidad de su dueño. Reiner abrazó a la hechizada Madian, que reposaba feliz en brazos de su amo y señor… El joven lloró en silencio… por el ultraje, y por una muestra del exquisito amor que nunca iba a lograr obtener por sus propios méritos…

 

7

Apenas eran las seis de la tarde y el firmamento presentaba un cariz siniestro, anunciando una noche tormentosa y de glaciales vientos. El sabio anciano Pithacus no dejó de captar el mal augurio en esas señales… en ese instante pasaba las agrietadas y delicadas hojas de una apolillado tomo, una Crónica de las Guerras Antiguas por el historiador de Anceloth, Kleizerus III. El sapientísimo mago podía oler que algo andaba mal en el Templo que sus antecesores le encargaron salvaguardar de todo ataque espiritual y físico. Sus ojos cansados cayeron entonces, sobre un espantoso párrafo:

"Los de Zertina se vieron rodeados por la Liga de Evenistar, compuesta por la hueste de Mesoth, por varios contingentes enaniles del reino de Korvelk, y por la hueste de Vanadia. La liga había tomado varios pueblos y construido varios fortines, reuniendo armas y combatientes, disponiéndose a efectuar el último ataque sobre Zertina y erradicar la estirpe de los raksas del continente de Rak’sefon, pero sucedió que, a lo mejor, las plegarias de los raksas dirigidas a los dioses, a Theos el Hacedor y a Tezcan, señor de la guerra, fueron más fervientes que las oraciones de sus confiados enemigos, porque se les dio un arma con la cual se podía manipular la mente y la voluntad del enemigo. Los raksas contaminaron los ríos con esa arma, y de los pueblos y fortines se apoderó una repentina e inexplicable sensación de simpatía por los raksas, los que no bebieron agua atestiguaron todo, horrorizados. Entonces, los héroes raksas ordenaron matarse entre sí a soldados y habitantes, cosa que obedecieron de inmediato. Muy pocos sobrevivieron a esa matanza incoada por las más avanzadas artes oscuras. El héroe raksa que propuso el uso de esa arma y coordinó su utilización fue Danegar Afid Atriel, y se dice que esa arma fue hecha con ayuda de unos gnomos practicantes de la necromancia y de la alquimia oscura."

Pithacus dejó el tomo abierto sobre su escritorio, asustado, suplicando a la Diosa Madre que lo ayudara en esos momentos tenebrosos, evocando el fastidioso barullo que causaban en el sagrado bosque de Edringard, los soldados del general Astyanax por culpa de un gnomo que había aparecido muerto… el anciano tuvo miedo.

 

8

Casi a esa misma hora, Reiner y Madian bajaban de sus caballos. Madian venía muy cansada, por razones obvias, y agripada. Había estornudado todo el camino, y todavía estaba bajo el efecto de los polvos mágicos. Reiner bajó las canastas. La caballeriza estaba desierta.

-Madian, quiero que vayas a tu dormitorio y que descanses -ordenó Reiner.

-Está bien, amo -asintió ella.

-Más tarde te subiré una pócima para matar esa gripe antes que se vuelva más grave -le dijo Reiner, preparándose para dejar las hierbas en la cocina, y otras, más especiales, en las bodegas subterráneas que fueron mudos testigos de la fiesta anterior.

El aprendiz de mago vio a su joven amiga desaparecer por el corredor, hacia las escaleras, y entonces supo que no podría volver a verla igual, que su amistad desaparecería si Madian se enteraba de cómo fue abusada y ultrajada por alguien en quien ella confiaba… Reiner dejó escapar algunas lágrimas y maldijo en silencio el día en que halló esos polvos… maldijo al gnomo, a los trolls… a todos…

Reiner se apresuró y dispuso las cosas en la amplia cocina, quería retirarse a su celda cuanto antes. Los fuertes pasos de la druidesa Eillan aproximándose por el empedrado corredor llegaron a sus oídos.

-¿Dónde está Madian, Reiner? -le preguntó ella, intempestivamente. Reiner la observó un momento, casi tan alta como él, apreciando su prominente pecho debajo de su alba túnica.

Eillan se ruborizó levemente, al seguir la mirada del joven aprendiz.

-Te hice una pregunta, Reiner.

-Madian se enfermó durante la jornada, le dije que fuera a descansar, yo me ocuparé de todo… -dijo al fin, aguantándose las ganas de insultarla.

-Eso pasa porque tardaron demasiado, los dos tenían cosas que hacer en la Torre, ahora se les acumularán esos labores -espetó ella, revisando las plantas recogidas por los dos jóvenes, cometiendo el gravísimo error de darle la espalda a Reiner, quien, casi como un impotente testigo, vio su propia mano rebuscando entre su túnica y sus dedos introduciéndose en el malhadado saquillo de piel y rociar con su contenido el cabello escarlata de su instructora…

-De rodillas, ahora, maldita zorra -le ordenó Reiner. Eillan se giró sobre sus talones, presa del más puro asombro, ante la increíble osadía de ese joven por haberla llamada de esa manera, y justo en el momento en que repasaba mentalmente un hechizo telekinético para romperle varios huesos al irrespetuoso mocoso fue cuando su razón se descompuso… y se dio cuenta que Reiner era muy apuesto, era el hombre de su vida, y ahora ese ser superior estaba enfadado con ella…

-¡Mi señor, por qué me miras así! -se preguntó Eillan, compungida, con sus ojos azules refulgiendo bajo su velo de cabellera castaña.

-¡Dije de rodillas! -recalcó Reiner, quien quiso abofetearla, pero tuvo miedo de dejarle huellas. Eillan obedeció titubeante, temerosa de que su amo le pegara, y aunque a Reiner lo que más le apetecía era golpearla, supo que podía vengarse de un modo más ameno y sin el riesgo de dejar heridas en el cuerpo de la instructora.

-Ahora mismo, sácame la verga y hazme una buena mamada -ordenó Reiner. Eillan introdujo sus delicadas manos entre los pliegues de la túnica del joven, hasta alcanzar su agotado miembro, que de puro morbo iba recuperándose.

Cuando la tuvo fuera y algo endurecida, Reiner dio unos golpecitos con ella en el hermoso rostro de su superiora, que sólo pudo abrir la boca, impresionada, sus labios se torcieron en un gesto de asco. El joven comprobó que era la primera vez que un hombre le hacía eso. Reiner tomó de la cabeza a la bella druidesa y la forzó a frotar su cara contra su miembro y sus testículos.

Después, el mago apuntó con su pene a la boca de Eillan, quien quiso apartarse, pero Reiner siguió dirigiendo su miembro hacia sus gruesos labios y su superiora, adivinando los deseos de su amo, abrió la boca y tragó esa carne que todavía olía a los jugos de Madian. Eillan comenzó a mamársela, no sin cierta pericia… la druidesa no era tan recta como aparentaba…

Reiner se apoyó en una mesa y cerró sus ojos. Qué gran día, pensó, sin reparar en un atónito Cormyr que lo observaba todo desde los gruesos maderos del techo de la cocina, ese era el camino que solía utilizar para asustar a Reiner, a Zahn o al gordo Gerrod. Venía para invitar a su joven compañero a Varsenmor, pero nada preparó al ratoncito para el espectáculo que sus ojos veían… la sofisticada, severa y arrogante druidesa Eillan Emreis, descendiente de dinastías de druidas, de rodillas como una puta, mamándole la torre nada menos que a Reiner Asheronth.

El malvado aprendiz estaba en el cielo. Eillan soltaba la verga y se la volvía a tragar, alternando sus sonoros chupetones con lamidas y suavísimos y estratégicos mordiscos, masajeando testículos y carne con sus manos. A veces se la sacaba de la boca y miraba al joven, sonriendo, al verle tan extasiado. Eillan, de repente, engulló a Reiner, y éste sintió la fina nariz de la druidesa bien pegada a su vientre… lo que vio le costó creerlo: su verga desapareció dentro de las fauces lujuriosas de su maestra.

Eillan se aferró de las caderas del joven, para facilitar los movimientos de su cabeza, que retrocedía hasta dejar únicamente el palpitante glande dentro de su boca, para luego deslizarse por todo el pene, devorándolo con libidinosa hambre, mugiendo como una ramera de pueblo. Reiner se preguntó qué clase de vida secreta tendría la druidesa, porque esa mamada era más experta que las de Abigail.

Reiner dudó en correrse en la cara de Eillan, ya que no quería dejar rastros, decidió eyacular en su garganta, cosa que hizo y que, para su asombrosa alegría, no pareció molestar a esa ardiente hembra, que lo recibió en su boca. Sujetó la verga de Reiner con una mano y abrió su boca, para que su amo observara su semen acumulado allí, después Eillan cerró sus labios y tragó… abriendo su boca otra vez y el joven rió un poco al ver que no quedó absolutamente nada.

El joven mago ordenó a Eillan que terminara de ordenar las hierbas en la cocina, luego que bajara las demás canastas a la bodega subterránea y que volviera a su habitación. Eillan obedeció en todo, sonriendo.

El impresionado Cormyr salió al patio, decidiendo no comentar nada por ahora, deseoso de que su nuevo héroe, Reiner Asheronth, le contara su secreto para seducir a las chicas…

CONTINUARA…

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