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Samara 9

en Hetero: General

SAMARA 9

Kleizer

1

         Una vez en el interior del apartamento, Samara se metió al baño para quitarse el pantalón jeans y el suéter con gorro; procedió a vestirse con el uniforme de su colegio, la camisa blanca de largas mangas, desabotonada de modo que mostrara una inigualable visión de sus generosos senos. La alba prenda resaltaba su piel café con leche, y en varias ocasiones, mientras le hacía el amor, Bruce la comparaba con la actriz Halle Berry. Samara se abrochó una falda cuadriculada, de tonos verdes y pasteles, la que usaba dos años atrás, de manera que semejaba una minifalda institucional. Adornó sus orejas con los caros aretes que su maduro amante le había obsequiado. Su cabello castaño oscuro estaba más largo, no en vano habían transcurrido los meses. Contra todos los pronósticos de su pragmática madre y celestina, Yadira, Samara había sido capaz de mantener hechizado al empresario Bruce Mitchell.

         Bruce no era ingenuo, sabía que nada es gratis en la vida, y pronto supo que Samara no era una ninfómana devoradora de hombres por puro arte, sino que buscaba una remuneración a cambio de sus “servicios”, los que el empresario y padre de su mejor amigo, había sabido pagar cabalmente, practicando sobre Samara un virtual monopsonio, o sea, exclusividad de compra. Aún así, Yadira no perdía alguna oportunidad de vender cara a su apetitosa hija.

         Samara no se maquilló el rostro, nunca le había agradado y Bruce la prefería al natural. Sonrió al contemplar su imagen en el espejo, su camisa del colegio parecía a punto de reventar a causa de la presión ejercida por sus enormes pechos, resaltando los pezones a pesar del sostén de encaje naranja suave, y de igual color era el matapasiones que se ocultaba no muy exitosamente por la corta falda colegial, debajo de la cual asomaban peligrosamente media circunferencia de sus glúteos perfectos.

         Aún así, se habían corrido muchos riesgos. Samara estaba casi segura que Nancy sospechaba de ella y su padre, podía verlo en su rostro. Además, la entrevista que tuvo con la Maestra Felicia la semana anterior, en la que insistió demasiado preguntándole si alguien la acosaba o la molestaba sexualmente. Samara pudo comprobar, con su inteligencia y astucia bastante avanzadas para su edad, que la Srita. Felicia la había visto en algún lado junto a Bruce, pero no pudo reconocerlo como padre de Nancy Mitchell, eso debido a que Bruce le gustaba guardar bajo perfil y en pocas ocasiones se dejaba fotografiar por la prensa.

         Sin embargo, el incidente de Astrid pudo producir un instrumento idóneo para atenuar las intenciones investigativas de Nancy…

2

         La exuberante y popular mulata Samara nunca había tratado mucho a la actual presidenta de la clase, la pelirroja y esbelta Astrid, apenas unos años atrás tan delgada como una vara, sin embargo, las clases extracurriculares de ballet y gimnasia pudieron esculpir una atlética figura que en pocos meses fue rodeándola de pretendientes.

         Poco después de despachar a don Julián, Samara se dio una ducha antes de acostarse. Luego, con tan solo un camisón, se sentó frente a su computadora, una netbook muy moderna, obsequio de Bruce, y revisó su facebook y su correo electrónico, descubriendo un mensaje de Astrid. Qué raro, pensó Samara, Astrid sólo envía e-mails para anunciar tareas y actividades escolares. El título sólo decía “lo descrito” y carecía de texto, únicamente había un archivo adjunto. Samara lo descargó y comenzó a sentir que algo iba mal cuando vio la extensión .3gp del archivo. Y tal como lo imaginó, pronto pudo verse a sí misma y a su mejor amiga/amante Nancy, besándose como si no hubiera un mañana en los baños de chicas.

         Tras varios segundos de shock, Samara agregó la dirección de Astrid a su MSN Messenger y se fue directo al grano:

         -¿Qué quieres?

         -Lo mismo que le das a Nancy –fue la escueta respuesta de la pudorosa presidenta de clase. Samara no se sorprendió del todo, y entendió el poco interés de Astrid en los muchachos.

         -¿Quién más ha visto eso?

         -Sólo yo, lo tengo en mi teléfono. Y en mi pc.

         -Reunámonos en el City Mall, vengámonos a mi casa, trae tu cel con el video, debes dejarme una copia primero.

         -¿Para qué quieres que vaya a tu casa?

         -Para que hagamos el amor, Astrid, o no es eso lo que deseas?

         -Sí (carita ruborizada).

         -No tenías necesidad de hacer esto, eres muy bella, con mucho gusto te habría lamido el coño, bastaba que me dijeras que te gustaban las mujeres.

         Al día siguiente, la despampanante Samara recorría los pasillos del centro comercial, envuelta en un corto y ceñido vestido de flores amarillentas sobre fondo rojizo, que hacía resaltar su piel de cacao. Llevaba unas botas pequeñas, blanco hueso, y una diminuta cartera de color similar. Llevaba también un sombrero de paja muy pintoresco que Bruce le había comprado en una de sus excursiones rurales. Más de una novia o esposa tuvo que propinar un codazo a su compañero, que había quedado extasiado, contemplando la núbil y tentadora belleza de la desarrollada adolescente.

         Esa mañana, no fue fácil poner al tanto del “incidente” a la rubia Nancy.

         -¡No jodas, Samara!

         -Ten calma, haz lo que te digo y podremos contener este problema.

         -¿Tienes idea qué puede pasar si mi padre llega a ver eso?

         -Entiendo, entiendo, mi mamá también se cabreará hasta al infinito… -sin embargo, Samara era consciente de qué otras reacciones podría tener Bruce si algún día contemplaba el video en cuestión.

         -¿Cómo pudo pasar esto, Sami?

         -Tú fuiste la calenturienta que no se aguantó las ganas hasta llegar a casa…

         Nancy respondió con un pujido.

         Samara envió el mensaje de texto pre grabado a Nancy, al ver que Astrid ya se había presentado al sitio acordado. Samara sonrió. Astrid llevaba puesto un vestido verde suave, que resaltaba los matices ígneos de su cabello ensortijado, y daba realce y especial encanto a su rostro hermoso pringado de pecas. La tela se ceñía sobre la curva de las nalgas de la colegiala y su busto no tenía nada que envidiar a los de Nancy. Sus ojos de caramelo fulgían debajo de los cristales de sus lentes ovalados.

         -Míralo positivamente, Nan, hubiera sido peor que nos chantajeara un gordo apestoso…

         Otro pujido. No jodas, Samara….

3

         -Te veo nerviosa, Astrid –dijo Samara, cuando las dos exquisitas adolescentes se apearon del autobús-. Y eso que eres tú la violadora.

         Astrid se puso roja como tomate. Samara cruzó su brazo de caoba alrededor del brazo vainilla de su compañera de clases, y juntas entraron a la casa de Samara. Yadira no es encontraba. Samara no tuvo problema en conducir a Astrid al segundo piso, hacia su dormitorio. Había tenido el cuidado de ocultar toda clase de prendas, adornos y accesorios que la delataran como una chica no muy normal.

         Samara acarició suavemente las firmes nalgas de Astrid antes de cerrar la puerta del cuarto tras ellas. Astrid se sobresaltó, sumamente nerviosa.

         -Esto está mal, Samara, si lo deseas, puedo darte el video y deja que me vaya… -titubeó la pelirroja de sinuosa figura.

         -Has venido tan lejos, presidenta, sería una pena que se marchara sin lo que ha venido a buscar, tan sólo présteme su celular –le replicó Samara, burlándose un poco, tomando el Nokia de la mano de Astrid y conectando el cable USB a su computadora. Pronto el video comprometedor estuvo copiado en el disco duro.

         Samara y Astrid se sentaron en la cama matrimonial. La piel vainilla de Astrid resplandecía a causa de la incipiente transpiración, así como del sol de mediodía que se filtraba atenuado a través de las cortinas rosadas.

         -No es ningún pecado que te gusten las mujeres, yo soy bisexual y no tengo problema en decirlo –le dijo Samara, aproximando su rostro al de la impresionada Astrid, cuyos lentes empezaban a empañarse. Samara le dio un gentil beso de labio, que originó innumerables corrientes eléctricas en el cuerpo de la joven bailarina.

         La piel de Astrid se erizó, y paulatinamente correspondía los besos amables de Samara, pronto se sujetaron sus manos, y a medida que las puntas de sus lenguas aterciopeladas efectuaban tímidas y breves incursiones en la tibia boca de la otra, los brazos ávidos iban estrechando más los maravillosos cuerpos de las colegiales, y pronto sus pechos se apretaban entre sí, la carne chocolatada de Samara contrastando con la piel blanca de la pelirroja.

         Pronto Samara pudo corroborar que los pechos y labios de Astrid eran sus zonas más sensibles, después de su concha, pensó. La presidenta de clase poco a poco iba desatándose, soltando a la leona lésbica que habitaba su interior. Pronto iba cayendo en la cuenta que tenía a su merced a la chica de sus sueños, con quien llevaba años fantaseando. Manoseaba incrédula las firmes y generosas nalgas de Samara, sus pechos que tantos compañeros habrán alucinado y que ahora eran sólo para ella.

         Se separaron tan sólo para sacarse sus respectivos vestidos por sobre sus cabezas. Las dos estudiantes de secundaria se quedaron vestidas únicamente con su calzado y su ropa interior, también con zarcillos y pulseras. Samara se acostó, experimentando si Astrid tomaría la iniciativa. La pelirroja tenía muy presente todas las cosas que con ella hicieron sus primas aquél inolvidable verano.

         Astrid se colocó sobre Samara, sujetando sus manos y besándola tiernamente. “Siempre te había soñado, tuve que ingeniármelas para hacerte mía”, le confesó Astrid. “Vamos, viólame, Astrid, quiero sentir tu lengua en todo mi cuerpo”, la tentó Samara. Las jóvenes se abrazaron y se exploraron. Pronto, Astrid hundió su cincelado rostro en el generoso busto de Samara, su sostén verde oscuro salió volando casi por arte de magia y la presidenta se dedicó a recordar cómo se alimentaba cuando recién llegada al mundo. Samara cerró sus ojos y gimió con suavidad, sus pechos redondos y prominentes eran muy sensibles, y la presidenta sabía succionarlos y acariciarlos muy bien, sin duda tenía cierta experiencia, y muchos videos pornográficos de lesbianas en su haber, sabía apretujarlos sin llegar a lastimar, y mugía feliz, lamiéndolos y chupando los pezones. Samara se llevó una mano a la boca.

         -Cristo, si hubiera sabido lo rico que sabes mamar tetas, te lo habría dado desde primero de carrera… -logró jadear.

         Astrid sonrió y se libró de su sostén blanco. Sus pezones rosados pronto se frotaban contra los pezones de ébano de su amante morena. Las dos colegiales gemían y suspiraban. Samara comprendió que no sería tan fácil llevar la iniciativa, lo cual no era del todo desagradable. Astrid llevó su mano izquierda hasta el cachetero verde oscuro de Samara, y empezó a acariciar suavemente el carnoso sexo de su compañera. Samara se estremeció y mantuvo sus ojos cerrados, succionando la lengua de Astrid, quien aceleraba sus caricias.

         Luego, Astrid friccionaba su concha contra la de Samara, aunque conteniéndose, debido a que aún se interponían las prendas íntimas. Samara decidió dar vuelta a la situación y en un instante, era Astrid quien se retorcía debajo de Samara, derretida ante las caricias y lametones de la morena. Samara despojó a Astrid de su calzón, y a medida que lo bajaba a lo largo de las piernas esbeltas y atléticas de la presidenta, iba dejando un reguero de besitos.

         -Conmigo nunca ha sido tan cariñosa esa puta –pensó Nancy, grabándolo todo desde el interior del armario. Sin embargo, a pesar de los celos, no dejaba de sentir la calentura apoderándose de ella vertiginosamente.

         Astrid chilló sorprendida al sentir la sedosa lengua de Samara convidándole la primera lamida, superficialmente, sobre los labios de su tierna vagina. Astrid se arqueó mientras Samara comenzaba a almorzar su intimidad. La trémula pelirroja tuvo que aferrar una almohada y morderla para no proferir auténticos alaridos de placer descontrolado. Samara había untado sus dedos con un poco de lubricante, de un bote que había dejado oculto entre los cojines y peluches de su cama, y mientras sus labios y lengua escudriñaban el sexo sonrosado de Astrid, dos dedos atrevidos exploraban el recto de la presidenta, que se cerraba poderosamente alrededor de los intrusos. Aún así, Astrid no manifestó ninguna negativa ante la caricia anal. Más bien, rodeó con sus piernas la cabeza de Samara, aprisionándola, conminándola tácitamente a comerle el coño como Dios manda.

         -Aún estás virgen –logró decir Samara, antes que las piernas de Astrid volvieran a oprimir su rostro contra su vagina. Samara se dedicó a chupar y paladear el virginal clítoris de Astrid, que se revolvía como posesa, ahogando sus gritos y chillidos con la almohada.

         -Hazte para arriba, dame espacio –le dijo Samara. Astrid se apretujó contra la cabecera de la cama, colocando varias almohadas entre su cabeza y la pared. Samara se acomodó ante ella, abriendo sus piernas y preparándose para la monumental tijera.

         -Samara nunca me ha hecho la tijera –pensó Nancy, con poco resentimiento y mayor excitación, acariciándose su sexo por sobre la tela de su jeans, sin dejar de grabar.

         Los dos cuerpos fantásticos de Samara y Astrid, resplandecientes de sudor, se estremecían y se movían coordinadamente, frotando sus sensibles vaginas, jadeando y gimiendo ambas, con sus ojos muy cerrados, ora sonriendo, ora compungidas. Samara y Astrid se aferraron, aquella por su mano izquierda, la otra de su diestra, para otorgarse mayor apoyo y presión, acelerando así su cataclísmico y simultáneo orgasmo, sin que a las colegialas les importara un bledo que les vecinos creyeran que dentro de esa casa estaban asesinando a alguien.

4

         Las dos bellísimas jovencitas respiraban pesadamente, sudorosas, abrazadas, dándose tiernos besos. Por un instante, Astrid y Samara existieron únicamente para darse placer y felicidad la una a la otra.

         -Estás estupenda, Astrid, y deberías aprender a compartir más tus encantos, con hombres y mujeres –le dijo Samara. Astrid sonrió y la besó.

         La puerta del armario se abrió. Astrid se sentó de súbito, y por varios segundos se sintió confundida, tardando en asimilar lo que veía. La preciosa Nancy Mitchell, como Dios la trajo al mundo. Dos hermosas compañeras suyas en una sola tarde era demasiado, ¿o no? Nancy había apagado la cámara y la dejó en el interior del armario. No deseaba protagonizar otro video de porno casero, pero sí que deseaba su tajada del manjar que Samara estaba degustando.

         -Yo también quiero mi parte –dijo Nancy, sensualmente, mientras se deslizaba sobre la ancha cama y se colocaba sobre la sorprendida Astrid, quien sólo dio muestras de volver en sí cuando los labios de la escultural rubia se posaron sobre los suyos. Nancy estaba que ardía, excitada como en pocas ocasiones, tras el espectáculo que recién había atestiguado.

         Samara se levantó para ir al baño y las dejó solas en su cama, la beldad rubia contra la musa pelirroja. Astrid había salido ya de su ensueño y se encontraba encima de Nancy, besándola con bestialidad, tocándola sin pudor alguno, frotando sus dedos sobre la tierna concha de Nancy, quien se retorcía y mugía y chupaba con fuerza la lengua y los labios de Astrid. Sintieron las manos de Samara sobre ellas, untándoles aceite, y pronto la belleza de piel de chocolate se calentaba violentamente al ver aquellos culos resplandecientes de aceite.

         Samara les indicó que se pusieran en cuatro patas, pero las dos dándose la espalda. Nancy y Astrid obedecieron, resoplando. Samara sabía que las dos estaban vírgenes, por delante al menos, y por eso el dildo de doble extremo propiedad de su madre, Yadira, había de ser alojado en los estrechos culos de las colegialas. Empezó metiéndoselo a Nancy. La rubia se quejó y gimió, pero no hizo además alguno para detener el ingreso del ingente juguete color piel. Astrid entendió lo que Samara se proponía y su recto empapado de lubricante pronto había engullido el glande. El dormitorio de Samara se llenó de pronto de gemidos y lloriqueos de dos preciosas jovencitas. Un vecino, desde el exterior, habría creído quizás, que la casa estaba embrujada, repleta de ánimas en pena.

         Nancy y Astrid movían sus caderas, sus culos hacia atrás y adelante, saboreando cada centímetro y pulgada de esa serpiente de hule. Samara la sujetaba por el centro, convidando nalgadas con su mano libre, ora a Nancy, ora a Astrid, y pronto los glúteos de las dos chicas blancas lucían enrojecidos, cosa que sólo acentuó hasta límites insospechados la calentura y el placer de las estudiantes lesbianas. En un momento de suprema lujuria, Nancy y Astrid lograron juntar sus nalgas perfectas, y por unos instantes de inefable gozo, el juguete sexual desapareció, totalmente tragado por los túneles secretos de aquellas maravillosas jovencitas.

         Luego, las tres se acostaron, Samara en medio, Nancy a su derecha y Astrid a su izquierda, justo a la orilla de la cama. Samara tenía sus dos manos ocupadas, sobando las conchas de sus temblorosas amantes. Nancy y Astrid se quejaban ruidosamente, apretando sus senos y acariciando la vagina de Samara, la única a quien podían meterle sus dedos –por ahora-. Las tres chicas lloriquearon, presas del éxtasis, mientras sus néctares se desparramaban sobre las cobijas y embadurnaban las manos de sus amantes, quienes se las llevaron a sus bocas, o a las bocas de alguna otra, el caso es que esa noche las tres probaron los jugos íntimos de las demás.

         Más tarde intentaron nuevas combinaciones, usando el dildo de doble extremo, con un lado adentro de la concha de Samara, y ella bombeando el ano de Nancy a cuatro patas, luego a Astrid, con las blancas piernas de la presidenta sobre los hombros de cacao de Samara. Eran las seis de la tarde cuando terminaron de mantener relaciones sexuales. Cuando Yadira llegó, las tres estaban cenando y viendo la TV.

         Esa misma noche, Samara le respondió a Astrid su correo electrónico. Le adjuntó el video filmado por Nancy. El texto le decía: “Con el video que grabaste en la escuela, nos has convertido en tus esclavas sexuales, con éste nos aseguramos que también seas nuestra esclava. Nadie más necesita ver estas grabaciones”.

5

         El sonido de la puerta del apartamento despertó a Samara de sus recuerdos. Vestida con su uniforme de colegio, fue al encuentro de su amante, Bruce Mitchell, padre de Nancy. ¿Cómo empezó a sospechar Nancy que algo estaba ocurriendo entre su “mejor amiga” y su progenitor? Esa ya es otra historia.

CONTINUARÁ….

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