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La Torre de la Hechicería 2: Los Anillos Mágicos

en Fantasías Eróticas

La Torre de la Hechicería

Episodio 2:

Los Anillos Mágicos

Por: Sir Kleizer de Anceloth,

con la asistencia de Lorena de Samotras

 

1

La Torre de Cenumnos descollaba, magnífica, sobre los silenciosos árboles del bosque de Edringard, y constituía uno de los centros más importantes para el cultivo de la magia en el continente de Rak’sefon, dominado en su mayor parte por Valania, el imperio de los elfos blancos al norte y por el reino humano de Mesoth; casi en la frontera de ambos, en el bosque ya mencionado, se erigió la Torre hace casi mil años, en la cual han egresado célebres magos y teúrgos que han logrado inmortalizarse en la historia de Evenistar… aunque no todos para bien.

Reiner Asheronth descendió apresurado las escaleras de piedra hacia el patio interior que existía junto a los establos. Se había levantado un poco tarde para su rutina. Sus últimas actividades solían dejarlo exhausto… sacó un cubo lleno de la gélida agua del pozo y se bañó en un rincón. Reiner tembló con el primer chorro, el amanecer era bastante frío.

-¡Oh, lo siento! -exclamó Madian Swedenborg, que había ido en busca de Reiner, sin ánimos de hallarlo como Theos lo trajo al mundo.

-¡Oh! -gritó Reiner, encogiéndose para cubrir su desnudez y en especial, su torre.

Madian, muy sonrojada, subió corriendo a la cocina. Reiner, apresurado y nervioso, tomó el mugriento albornoz con el que siempre se secaba, y se puso su túnica azul oscuro. Todavía goteando agua, Reiner entró en la lóbrega cocina y se reunió con la cabizbaja Madian.

-¡Reiner, lo siento muchísimo, no era mi intención…! -se excusó ella, agitando sus manos entrelazadas y aún arreboladas sus mejillas.

-Bah, descuida, pero me asustaste mucho… -la calmó Reiner, alzando su mano de delgados dedos-, creí que te habías deslumbrado con tanta belleza…

Madian se rió, tranquilizada, dando un suave golpecito en el brazo al mago de azul. Reiner se llenó de inefable gozo por esa muestra de afecto. Sabes que ahora tienes el poder para que haya más que golpecitos…le recordó entonces ese lado sombrío de sí mismo que había conocido hacía una semana, cuando los polvos mágicos de aquel gnomo cayeron en sus manos. Se vio inundado de negra inquietud al recordar el poder de esos polvos, y de usarlos en Madian…

-Perdóname, Reiner. Me levanté muy temprano a estudiar para las pruebas de hoy, y quise venir a ayudarte, como no te vi, fui a buscarte -le contó, bajando su mirada, después subiéndola y sonriendo.

Reiner sintió arder su rostro. Cómo le fascinaba Madian, ¿lo sabría ella? ¿Lo podría notar? ¿Y si lo supiera… le importaría?

-Pues… pues, ya estoy despierto, me encargaré de arreglarlo todo, ve a estudiar, Madian -y con una osadía increíble, posó sus manos pálidas sobre los tiernos hombros de la joven-. No sea que repruebes por mi culpa. Que los dioses te acompañen.

-¿Estás seguro? -preguntó ella, a quien el contacto de aquellas manos no pareció incomodarle- Ya es algo tarde, y no me gusta cuando la druidesa Eillan o la princesa Phyrea te gritan…

-Bah, no te preocupes. Los relinchos de esas mujeres ya son tan normales para mí como el canto de los pájaros -dijo él, intentando restarle importancia al asunto. Madian sonrió débilmente-. Voy a ver si me dejan cocinar un plato especial que me enseñaron en Varsenmor, sé que te gustará.

-¿En serio? Ya se me hace agua la boca -dijo ella, visiblemente ansiosa.

-Ojalá lo dijeras por mi verga -pensó Reiner, ruborizándose de inmediato por este atrevido e irrespetuoso pensamiento.

-A propósito, Reiner -dijo Madian, arrugando su ceño de modo que pareció muy inocente-, me dijeron que te han visto platicando con un elfo oscuro en Varsenmor…

-¿Ah? Seguro te hablaron de Vankar, no hagas caso de lo que dicen, Vankar es buen tipo, sé que si lo conocieras te caería bien en seguida -dijo Reiner, soltando los hombros de Madian y retrocediendo a la pared donde colgaban las cacerolas y demás utensilios.

Madian le sonrió, muy conmovida por la apertura de corazón de Reiner. Casi todos discriminaban a los elfos oscuros en esa región, pero Reiner no, su corazón era grande. Madian salió de la cocina pensando en ello, y en lo afortunada que sería la mujer que lograra emparejarse con Reiner, aunque en ningún momento se le cruzó por la cabeza ser ella… porque, en secreto, su corazón pertenecía a otro…

 

2

Mientras tanto, en el pueblo de Varsenmor, en un almacén subterráneo debajo de El Enano Rubicundo, conferenciaban dos elfos oscuros y un enano alrededor de una mesa iluminada por una retorcida candela a punto de disiparse.

Ramfi, el enano propietario de la taberna, sirvió dos cervezas enaniles a los elfos oscuros, Vankar y su colaborador Takfir, ambos en misión secreta por órdenes directas del rey de Zertina, Mantorok.

Takfir, que acababa de llegar a Varsenmor durante la madrugada, fue el primero en tomar la palabra:

-Escuché que el famoso gnomo que puso en revuelo a las tropas del infeliz de Astyanax fue hallado muerto -gruñó con su voz ronca, sus facciones duras adquirieron un matiz siniestro a la luz de la vela, aunque con un poco de vino, era más bonachón que muchos de sus rudos camaradas.

-Así es, Takfir, se trataba de Shomsi Sakalath, le escoltamos en la ciudad de Morr, donde se reunió con Mantorok, ¿recuerdas? -dijo Vankar, de perfil más fino y de cabellera negra, lacia, bien cuidada y una argolla dorada colgándole de la oreja izquierda, un look que atraía las lascivas miradas de las mujeres raksas.

-¿Cómo olvidarlo, socio? Y, dime, ¿los elfos blancos poseen el arma que Mantorok le encargó a Shomsi?

-Al principio creí que sí, pero como nuestro rey no nos ha especificado en qué consiste esa dichosa arma, intenté averiguar qué clase de artilugios hallaron en el cadáver de Shomsi, pero no hubo ninguno que pareciera un arma poderosa, capaz de dar una inmensa ventaja a los elfos oscuros… o a nadie más.

-¿Cómo hiciste esas averiguaciones? No me digas que los ruishen tienen un soplón.

-Así es, hermano. Un soplón gracias a mí. Fue ese espía quien me escribió que Astyanax se había enterado del encargo a Shomsi, sin que yo le hubiera mencionado cosa alguna al respecto.

-Lo que indica que también en nuestras filas hay dobles agentes.

Vankar asintió con expresión grave, y acabó su cerveza de un trago.

-La versión oficial es que el bueno de Shomsi fue interceptado por una banda de trolls salteadores -contribuyó Ramfi, deseoso de oír su voz.

-Una banda de escandalosos y pendencieros trolls deambulando como si nada en el mismísimo bosque de Edringard sin que nadie en la Torre los hubiera detectado, ¡es casi un insulto a nuestra inteligencia! -gruñó Takfir.

-Tú lo has dicho, Takfir. Seguramente las bolsas de esos trolls estaban rebosantes de oro de las minas de Valania, pero como los elfos blancos llegaron primero, habrán tenido tiempo de recuperar ese dinero -concluyó Vankar.

-Puede que el artilugio esté en poder de los ruishen pero que no sea muy obvio o no sepan cómo usarlo -dijo Ramfi, con sus negros bigotes manchados de espuma.

Takfir fue hacia uno de los barriles apilados junto a la pared, para volver a llenar su jarra con cerveza.

-Lorena ya se ha infiltrado en el campamento de los ruishen para investigar esa posibilidad -dijo Takfir, mientras daba la espalda a sus dos compañeros.

-¿Lorena, la espía de elite? -inquirió Vankar, alzando una ceja. Takfir asintió, al tiempo que levantaba la jarra para dar un buen trago. Ni se preocupó por la aludida debido a su fama de excelente espía-. Aunque ni ella será de mucha utilidad si Mantorok tampoco le dijo cómo funcionaba esa maldita arma.

Takfir se encogió de hombros y después dijo:

-Recuerda que a los elite siempre les cuentan cosas que a nosotros no.

Vankar hizo una mueca de fastidio y lanzó su jarra a Takfir, que la atajó para llenarla de nuevo.

-Antes de que llegaran los ruishen, alguien pudo haber tomado el arma… -comentó Ramfi, que casi se sentía un estorbo en esa conversación, pero su aporte fue apreciado por Takfir, que se acercó a entregar la cerveza a Vankar.

-Mi doble agente me dijo que cuando levantaron esos cuerpos aún estaban tibios, no creo que haya sido posible que alguien lo robara -dijo Vankar.

-Hay ladrones muy hábiles en la Guilda de Ladrones de Varsenmor -recalcó Ramfi con cierto orgullo.

-Además todo eso sucedió casi bajo las narices de la Torre de Cenumnos, donde hay muchos magos muy poderosos -meditó Takfir en voz alta, paseándose por la umbría estancia-. Allí no se admiten elfos oscuros, así que mantienen una política adversa a nuestra raza, no es inverosímil que Astyanax pudiera haber solicitado la cooperación del sumo sacerdote Pithacus…

-Amén de que su prometida, la princesa Phyrea de Valania, actualmente se entrena allí en las artes mágicas -añadió Ramfi.

-La Torre… la Torre… -repitió Vankar, como un cántico-, creo que conozco a alguien que tal vez podría informarnos al respecto. Parece que lo tratan un poco mal, si puedo, incluso podría convertirlo en un espía para nosotros…

-Salud -dijeron todos, y chocaron las jarras.

 

3

La altiva princesa Phyrea de la Casa Cristanitas del Reino de Valania supervisó con su firme mirada el gran salón del sexto piso de la Torre. Su cincelado rostro de tez blanca batallaba por no arrugarse en una mueca de desprecio ante los dos aprendices más fracasados de la escuela: Reiner Asheronth y Zahn, nativo de Varsenmor.

Phyrea lucía imponente, con su vestido rojo oscuro sin mangas, un chal de seda dorada cubría sus blancos brazos de diosa, que casi parecía fundirse con su rutilante cabellera, en medio de la cual, sus ojos azules resplandecían como dos cometas en una noche sin luna.

-Tienen veinte minutos para dejar el piso reluciente, si cuando regrese no está listo, los freiré a ambos -espetó la orgullosa elfa blanca.

Zahn la imitó apenas aquella se hubo dado la vuelta. Phyrea abrió y cerró la doble puerta sin usar sus manos, con el poder de su mente. Zahn y Reiner continuaron fregando el piso, en el que ya casi se reflejaban.

Zahn, siempre con algo de vello salpicándole el rostro, más fornido y más atractivo que Reiner, suspiró y confesó:

-Reiner, ya no soporto más esta mierda. Ser mago no es lo mío, mi madre intentó metérmelo en la cabeza desde niño, pero esta basura no es para mí.

-¿Te piensas marchar? -preguntó Reiner, mientras escurría el trapeador.

-Sí, Reiner, ya no lo aguanto. ¿Sabes? -y bajando la voz e inclinándose hacia su compañero en desgracia, prosiguió: Un amigo mío de la infancia, Reks, lleva dos años en la Guilda de Ladrones, se ha estado tirando a una de las jefas -y Zahn hizo ese gesto con el puño cerrado y los dedos pulgar y meñique extendidos- y la ha convencido de darme una oportunidad…

-¿Vas a robar algo de la Torre? Es muy arriesgado, además no tenemos acceso a los pisos superiores… -comentó Reiner.

-Lo sé, pero ya no quiero seguir aquí. Una vez en el patio, sé cómo evadirme. En menos de hora y media estaré en Varsenmor… si lo logro estaré en la Guilda, tal vez te quieras venir conmigo.

-¿Qué planeas llevarte?

-Uno de los anillos lamayin, los que te hacen invisible a cualquier barrera mágica.

-Ya veo. Con uno de esos podrían infiltrarse en la Torre y realizar más robos en el futuro…

-Sí, Reiner. Ese parece ser el plan. Incluso logré robar un papiro con los nombres de los alumnos de manto rojo que efectuarán la guardia mental la próxima semana -y con cuidado, cogió de un saquillo de su cinturón de tela, el papiro enrollado.

-¿Cómo lo conseguiste? -preguntó Reiner, algo asustado.

-Se lo saqué del bolso a Madian cuando hablaba contigo en la cocina esta mañana, seríamos buenos como ladrones, ¿no crees?

-¿De Madian? Podrías meterla en problemas.

-Este es mi pase de salida de esta pocilga -y Zahn apartó el papiro-, ¿acaso no quieres marcharte tú también?

-Déjame verlo -y Zahn se lo tendió. Reiner leyó los nombres, comprobando que las guardias mentales se llevaban a cabo en parejas. En la noche del próximo martes, vio asignados a Hardred Etherion y a Iris Dubois.

-Creo que te puedo ayudar -declaró Reiner.

-¿Cómo rayos? -quiso saber Zahn, extrañado.

-Puedo inhabilitarlos, créeme, pero debo actuar mañana mismo. Si todo me sale bien, mañana por la noche lo tendrás todo arreglado-dijo Reiner.

Zahn quiso seguir interrogándolo, intrigado y algo azorado por ese ignoto resplandor que llenó los ojos de Reiner, pero una voz tronó en el salón:

-¡Ustedes dos! ¿Creen que están de vacaciones, qué les dije exactamente? -rugió Phyrea, echando chispas, literalmente, de sus ojos.

Zahn solo tuvo tiempo de pensar lo guapa que ella se veía furibunda, antes de que él y Reiner fuesen proyectados violentamente al otro extremo del salón, víctimas del terrible poder de telekinesis desarrollado por la princesa. Con esa misma habilidad, manipuló escobas y trapeadores, y en pocos segundos dejó impecable el piso restante.

-Si tú sola puedes hacer la limpieza, ¿para qué diantres seguimos aquí? -se preguntó en voz alta Zahn, levantándose, maltrecho.

-Por primera vez estamos de acuerdo en algo, insecto, yo también me lo pregunto -dijo Phyrea, atravesándolos con su arrogante mirada.

 

4

La mañana siguiente, Zahn fue enviado de compras a Varsenmor, en tanto que a Reiner le fue asignado el ordenar y clasificar las hierbas y otros materiales de las bodegas subterráneas, a solo un nivel por encima de las mazmorras.

Tal y como venía sucediendo desde hacía algunas semanas, la labor de supervisar los resultados de Reiner recayó en Iris Dubois, designada por la druidesa Eillan. Iris recién había adquirido el rango de túnica roja; casi nunca se daba por enterada de la existencia de Reiner, aunque a veces ojeaba de soslayo a Zahn.

Reiner comenzó su trabajó, calculando el tiempo que tomaría a la druidesa Eillan en subir por las escaleras de caracol hacia los niveles superiores de la Torre. Después, Reiner se escurrió por los lóbregos y húmedos pasillos.

-La pregunta es cómo me desharé de Lorelai -pensó mientras subía con cuidado, hacia la sala donde Iris debería estar repasando el inventario.

Finalmente, Reiner llegó al corredor donde se almacenaban los documentos relativos a los suministros de la Torre. Durante esa mañana, solo Iris Dubois debía estar allí, pero, justo como Reiner presentía, al asomarse por la rendija de la puerta, atisbó a la elfa Lorelai Argold, inseparable amiga de Iris.

-¿Vas a tardar mucho con esas listas, Iris? -preguntó Lorelai, con su fina voz élfica. Ella también era de familia noble. Los Argold eran muy distinguidos en la historia de los ruishen, y en la de todo Evenistar en menor medida.

-Sospecho que sí, Lori, esta vez es Reiner quién está abajo, al de mañana le va a tocar reacomodar los desastres de ese gandul -dijo Iris, después de dar un largo suspiro.

La sangre se le calentó a Reiner, pero se contuvo. La elfa bien podía detectarlo si se dejaba llevar.

-Está bien, Iris, estaré en la biblioteca haciendo el ensayo sobre las Antiguas Guerras, cuando subas te prestaré mis apuntes para que recuperes el tiempo perdido -dijo Lorelai.

-Perfecto. Te lo agradezco -dijo Iris, y las dos se despidieron con un beso en la mejilla.

Reiner se ocultó tras la esquina donde nacían las escaleras, amparándose en las sombras. La puerta de madera se abrió y la alta y espigada elfa salió. Su cabello verde claro resaltó con mágico resplandor antes de que subiera y se perdiera de la vista de Reiner.

-Esa Lorelai no se ve nada mal tampoco -pensó Reiner.

El aprendiz de mago tanteó la bolsa con los polvos mágicos, oculta entre los pliegues de su túnica. Después, se decidió a entrar en la sala. Todavía tenía temores de intentar usar esos polvos en una maga.

Iris alzó su mirada, creyendo que Lorelai había regresado para darle alguna última palabra, pero el disgusto se reflejó en su bella cara cuando vio a Reiner de pie en el umbral.

-¿Y ahora qué? -le preguntó ella, acomodándose sus doradas lentes sobre su fina nariz.

-Creo que alguien puso cosas que no deberían estar allá abajo -empezó a decir Reiner, armando su mentira en tanto que hablaba, estremeciéndose ante la idea de que, en pocos minutos, esos gruesos labios y las elegantes facciones de Iris pronto estarían contraídas de placer cuando se la follara-, las bodegas del pasillo del ala oeste del tercer silo deberían albergar granos y hierbas alimenticias, pero creo haberme topado con cajas de extractos de mandrágora y otras conteniendo frascos de soma…

-Reiner, entonces llévalas al ala este -replicó Iris, por lógica.

-Lo sé, pero, el mes pasado me pasó algo así y llevé varias cajas de un lado a otro, pero realmente debían quedarse allí… la princesa Phyrea casi me saca los ojos -dijo Reiner, cabizbajo, asombrado de la facilidad con que su lengua articulaba esa farsa-. Sólo necesito que me confirmes si el contenido de esas cajas es medicinal o si van para la cocina… por favor…

Iris suspiró. Cerró el cuaderno de apuntes y se puso de pie. Era un poco más baja que Reiner. Su cabello negro no lo llevaba muy largo, cayéndole en puntas sobre sus hombros. Al pasar a su lado, Reiner admiró la prominencia de sus glúteos, que conseguían insinuarse bajo la holgada túnica. Su miembro dio varios espasmos, cual perro que brinca y corretea gozoso cuando ve que su amo le va a dar un buen pedazo de carne.

Iris y Reiner bajaron juntos, internándose en los oscuros corredores, apenas iluminados por antorchas enclavadas en las paredes. Reiner abrió la puerta de la amplia bodega, cuya única luz eran un gran candil suspendido por cuerdas y una antorcha en la pared del fondo. El suelo estaba cubierto de aserrín y por el polvillo de las innumerables hierbas almacenadas allí, era toda una faena barrer ese lugar, como el joven mago bien sabía.

Iris examinó las cajas, sin darse cuenta que Reiner le roció el cabello con varios granos de un brillante polvo.

-¿Dónde están esas cajas que dices? No las veo… por ningún… lado… -la voz de Iris fue cambiando, suavizándose… Reiner contempló el cambio, ebrio de poder y lujuria. Iris lo miró, desconcertada, algunos instantes, y por fin, su mirada se calmó y ella sonrió.

-Mi señor -y juntó sus manos ante su pecho-, ¿en qué te puedo ayudar?

Reiner no dijo nada por el momento. Admiró el cuerpecito de Iris, como se lo permitía esa túnica bermeja. Vio el rostro de la joven, encantador, y su piel blanca. Reiner pensó que iba a poder desquitarse de todas las órdenes de Iris.

-Desnúdate -dijo él, con la garganta seca, pasándose un dedo debajo de su nariz.

-¡Enseguida, amo! -e Iris procedió a desatarse el lazo de lino rojo que le rodeaba su esbelto talle. En un parpadeo, la túnica cayó alrededor de los menudos pies de la joven, con apenas una tira de algodón blanco cubriéndole sus bonitos senos y un calzón, blanco también, ocultando sus partes más íntimas.

Reiner cruzó sus brazos, quedándose mudo de contento, recorriendo con su aviesa mirada las curvas de la joven, sus redondas caderas, la blancura de su piel…

-Totalmente desnuda, Iris, ahora -ordenó Reiner, tragando saliva, nervioso y a la vez determinado.

-¡Claro, mi señor! -obedeció ella, sacándose primero su sostén de algodón. Reiner clavó su lasciva y depredadora mirada en los pezones rosaditos de Iris, quien entonces se inclinó para despojarse del calzón, que cayó sobre la túnica rojiza.

Iris estaba desnuda ante Reiner, que caminó alrededor de ella contemplando extasiado ese cuerpo, bello y dispuesto a satisfacer cada deseo suyo. Reiner, sin miramientos, acarició el redondo y perfecto culo de Iris. Con la otra mano sobó sus senos.

-¿Le gusto, mi señor? Soy toda suya -dijo ella, sonriendo.

-Estás muy buena, zorrita -y Reiner le dio una suave nalgada. Iris rió.

Reiner la besó entonces, y ella se colgó de su cuello, respondiéndole con gran ardor. Las manos de Reiner se centraban en el escultural trasero de Iris, quien subió uno de sus tiernos muslos para que su señor deslizara su lujuriosa mano sobre su piel.

-¿Eres virgen? -le preguntó él, al despegarse sus bocas.

-No, mi amo -contestó Iris, ruborizándose y bajando su mirada.

-¿Ah, sí? ¿Y con quién fue tu primera vez? -quiso saber Reiner, zafándose de los brazos de Iris.

-Un amigo de mi hermano, Wulfgar -respondió Iris, sonriendo, revelando algo que nadie más que ella sabía.

Reiner arqueó una ceja y acomodó dos pequeñas cajas, una sobre la otra. Con un gesto invitó a Iris a acercarse. Iris se apoyó con ambas manos sobre las cajas de madera, dejando su hermoso culo a merced de Reiner, quien, sin perder tiempo, acarició y besuqueó como un animal esas dos medias lunas.

-Me alegra que te guste mi culo, amo -dijo ella, con sus ojos entrecerrados, porque las caricias de Reiner empezaban a gustarle.

-¿Y el culo, lo tienes virgen? -preguntó él, con su aliento ávido casi cayendo sobre el ano de Iris.

-Sí, mi amo, está incólume, ¿por qué no lo prueba? -dijo Iris, feliz de tener algo nuevo qué ofrecerle a su soberano.

-Creo que sí, muñeca, pero no puedo creer que con ese culo que tienes lo tengas todavía virgen, ¿nadie te ha querido follar por ahí? -y Reiner se retiró a buscar algo.

-Bueno, Wulfgar quiso, pero no me dejé, y Hardred insistió muchísimo, pero no me dejé tampoco -explicó ella, con total inocencia.

Reiner arrugó su ceño al escuchar ese nombre. El tipo tenía una novia muy hermosa, además se tiraba a cada chica que deseara, incluso sospechaba que Madian lo amaba en secreto… Hardred Therion era todo lo que Reiner querría ser… y por eso lo odiaba. Reiner aferró lo que buscaba, la vara con la que solía ahuyentar a las ratas.

Iris se estremeció de súbito al sentir el primer e inesperado azote, cruzándole sus firmes glúteos.

-¡Amo! ¿Por qué me haces esto? -replicó ella, sin cambiar de posición, reflejándose un poco de temor en su rostro.

-Esto me divierte, ¿tienes algún problema? -dijo Reiner, con una expresión tan torva que lo habría asustado a él mismo si alguien le hubiera colocado frente a un espejo.

-¡Ya entiendo, mi rey! Su felicidad es mi alegría, haga lo que se le venga en gana conmigo, amo… ordene y obedeceré -dijo Iris, y con cada palabra que decía, Reiner se excitaba más. Su miembro durísimo ya se notaba presionando contra su túnica color azul oscuro.

El joven mago no dejaba de admirar ese cuerpo desnudo ante él. Le escupió sobre el ano y con su pulgar lo masajeó. Iris suspiró y gimió, bien consciente de que iba a ser penetrada por el culo. Reiner la azotó de nuevo, pero con más suavidad, esta vez alcanzándole los muslos. Reiner limpió su pulgar en la boca de Iris, que se lo chupó gozosa.

-Puedo chupar lo que quieras, mi amo -le recordó ella.

-Bien, nada me gustaría más que ver esa carita tan linda succionándome la torre… -dijo él, pero cuando estuvo a punto de desabrocharse su cinturón, oyó algo, en el pasillo.

-¿Iris, dónde estás? -era la voz apagada de Lorelai, que buscaba a su amiga. El pánico se apoderó de Reiner. En cuestión de segundos la elfa iba a entrar y desbarataría todo. Le quitarían sus preciados polvos y terminaría pudriéndose de por vida en los calabozos de los niveles inferiores…

-¡No! -pensó Reiner, sintiendo de nuevo, esa extraña fuerza, morbosa y maligna, apoderándose de él- Puta, quédate quieta y no hables.

Iris asintió, sonriendo, y no se movió un ápice. Reiner tomó aire y salió al pasillo, teniendo que andar un poco encorvado para que no se notara su erección. Con una mano, oculta en sus ropas, buscaba los polvos… una nueva víctima ignorante se acercaba a sus garras, para completar uno de los grandes días de lujuria de los que disfrutó Reiner.

 

5

-¡Oye, tú! -le llamó Lorelai, al divisar a Reiner al final del túnel- ¿Sabes dónde ha ido Iris?

-Sí, está en las bodegas de abajo, me mandó a buscarte, necesita tu ayuda -le comunicó él, a medida que se le acercaba.

-¿Qué dices, Iris está en problemas? ¡Llévame con ella! -espetó la elfa, apresuradamente, pero al pasar al lado de Reiner, éste aprovecho para depositar una cantidad considerable de polvo mágico entre la glauca melena de Lorelai.

La elfa se paró en seco, indignada ante el atrevimiento:

-¿Qué rayos te pasa? ¿Cómo te atreves a tocarme, renacuajo?

Lorelai se sintió mareada, tuvo un último pensamiento, supo que le habían hecho algo… pero su conciencia se bloqueó y no recordó más. Reiner sonrió victorioso, al comprobar que los polvos reaccionaban en personas de su raza. Reiner se frotó las manos ante la sabrosa expectativa de tirarse a una elegante elfa.

-¡Mi señor! -lo llamó Lorelai. Reiner sonrió y la tomó de la mano, conduciéndola cual niña inocente a la bodega donde aguardaba Iris, obediente, recostada sobre las cajas y con su culo expuesto.

Reiner trabó la puerta, quedándose encerrado con las dos sonrientes chicas. El malvado aprendiz temblaba de emoción, la misma que le embargaba cuando robaba panes y frutas en el mercado de Yimag, cuando era un niño, pero esta excitación era unas cien veces más intensa.

-Iris, quiero que desnudes a Lorelai -ordenó Reiner sudando.

Iris, sin dejar de sonreír, abandonó su provocativa postura y se aproximó a su amiga, sujetándola de su cinturón de seda rosado. Los rostros de las dos chicas quedaron muy cerca.

-Bésense -ordenó Reiner, tan pronto como lo pensó. Y contempló, anonadado, con su pene pulsando bajo su ropa, esas dos hermosas boquitas abriéndose, tocándose los labios y uniéndose esas dos lengüitas rosadas. La primera succión resonó en toda la bodega, Reiner por poco eyacula viendo ese lésbico beso.

Iris y Lorelai, ya sin su túnica, se abrazaron para besarse apasionadamente, como si la una fuera el amor eterno de la otra. Ellas no dejaron de dedicar obscenas miradas y pícaras risas a su amo y señor. Las dos ardían de ganas por ser penetradas y violadas por su semental.

-Iris, termina de desnudar a Lorelai -indicó Reiner, con un hilo de voz. La elfa vestía una especie de camisón de seda blanco. Iris sabía qué cordones desabrochar y pronto, esta última prenda cayó al suelo, sobre la túnica carmesí de Lorelai.

Las chicas siguieron besándose y Reiner les conminó a que se acariciaran, especialmente sus respectivos traseros, los cuales, el excitadísimo Reiner no se hallaba capaz de decidir cuál estaba mejor.

-Qué buenas están las dos -dijo Reiner, casi en un suspiro.

-Qué alegría saber que te gustamos, mi rey -dijo Lorelai, guiñándole un ojo, mientras Iris lamía una de sus puntiagudas orejas-, sabes que somos tus esclavas…

Reiner se acercó para manosearlas, olvidando toda noción de pudor y recato. Pronto divisó unos extraños tatuajes sobre los muslos broncíneos de la elfa, así como un carácter o símbolo justo donde empezaba la curva de sus rutilantes nalgas. Reiner sabía que tenían algo que ver con los linajes élficos, sus hazañas y sus poderes arcanos desarrollados hasta el momento, sin embargo, lo más importante para él es que le parecieron morbosos… recordando los tatuajes de una puta de Varsenmor, que Zahn le había descrito hace unos meses. El dragoncito de Reiner parecía tener vida propia y poco le faltó para atravesar por sí mismo las vestiduras del joven mago.

Reiner sacó su lengua, y las chicas adivinaron su deseo, fundiéndose los tres en un ardiente beso. Iris y Lorelai rivalizaban por ver quién chupaba la exquisita lengua de su amo, o lamía sus labios… Reiner besó a Lorelai, que era un poco más alta que él, mientras Iris le besaba los oídos y el cuello, las manos de las dos chicas sobaban el pene de Reiner sobre su túnica…

Reiner decidió que las elfas besaban riquísimo, y les dijo:

-Putitas, quítenme la ropa, despacio.

Iris y Lorelai casi brincaron de alegría. Iris, de un tirón, le despojó del lazo que rodeaba la estrecha cintura de Reiner, en tanto que la elfa iba apartando, paulatinamente, el manto azul oscuro de su amo, primero descubriendo sus flacos hombros y pecho… que ellas dos cubrieron de besos… Reiner sonreía embelesado, pensando que los dioses al fin habían prestado oídos a sus súplicas y que esos polvos eran la recompensa por su infinita paciencia y estoicismo.

Reiner dejó escapar unas risitas de placer y del cosquilleo al sentir sus dos pálidos pezones atrapados entre los labios de sus rameras, que no paraban de reírse, felices de ver cómo su amo disfrutaba con ellas.

-¡Oh, qué preciosidad de putas! -exclamó Reiner, mientras sentía los osados besitos y lengüetazos de las chicas descendiendo por su abdomen. Ellas se rieron y dejaron al descubierto las enjutas piernas del tembloroso joven.

Sin esperar más órdenes, realmente deseosas, Iris y Lorelai casi desgarraron el trapo que Reiner ataba sobre sus genitales, su torre emergió enhiesto y triunfal de su prisión de tela. Las chicas sonrieron y clavaron sus miradas en ese cilindro de carne que pronto las tendría poseídas en el más brutal placer, divorciado de todo compromiso y de toda emoción… casi con actitud reverencial, Iris y Lorelai aproximaron sus lenguas hacia el glande palpitante de Reiner, que casi se desmaya con el inefablemente sabroso contacto de esas dos lengüitas mojando su estilete con su tibia saliva.

Reiner se sujetó de los hombros de las dos bellezas arrodilladas frente a él, que lamían y besaban su pene, rociándolo con sus alientos, restregándolo contra sus tiernas mejillas. Las chicas reían y parecían disfrutar chupándosela a Reiner. Fue Lorelai quien se agachó un poco más, y pronto, Reiner sintió sus testículos succionados hacia un lugar cálido, que lo hizo estremecerse de puro placer… su escroto fue engullido por la lasciva boquita de la portentosa elfa, mientras que Iris, sosteniendo en sus manos la virilidad del mago, había comenzado a metérselo en la boca como si no hubiera un mañana.

-¡Oh, dioses, qué delicia, qué boquitas más ricas! -exclamó Reiner, apartándose de ellas, con sus ojos fulgurantes de deseo, igual que los de sus putas.

-¿Qué ha pasado, mi señor? ¿Te hemos lastimado? -preguntó Iris, hincada y con expresión suplicante. A su lado, también de rodillas, Lorelai se relamía, y Reiner vio que la elfa, con actitud rutinaria, se sacó de entre sus perfectos y blancos dientes, un pelo suyo… de sus pelotas.

-No, no, lo hacen muy bien, zorritas mías… no, veamos, Iris, tú serás una perrita y quiero que ladres -dijo Reiner. De inmediato, Iris ladró como una cachorrita, como una dulce perrita en celo. Ese espectáculo tan bochornoso llenó de fuego pecaminoso a Reiner, que dijo: Lorelai, serás mi puta gatita, quiero que maúlles para mí.

Acto seguido, Lorelai, la sofisticada y aristocrática elfa, se puso a cuatro patas y empezó a maullar y ronronear para dar placer a su amo. Reiner extendió sus brazos, experimentando ese enorme poder ostentado por él.

-Bueno, ya es hora de que me las tire, putas baratas -anunció Reiner, acariciándose su firme miembro.

-¡Oh, sí, mi amo, he esperado que dijeras eso! -aplaudió Lorelai.

-Veamos -y Reiner estiró su brazo hacia… Iris-, primero quiero romperle el culo a esta perra arrabalera.

-¡Oh, mi señor, tómelo, lo he guardado para usted solamente! -aplaudió ella.

-Puedes tomar mi culo si así lo quieres también, mi señor -dijo Lorelai, un poco cabizbaja.

-Descuida, tragona, ya tendré tiempo para hacerte chillar mi nombre -le contestó Reiner, que acomodaba a Iris, apoyada sobre las cajas, dejando su culo perfecto a merced de miembros deshonestos.

-¡Qué buena noticia la que me da, mi señor! -exclamó la elfa, aún hincada, palmeando sus manos, entusiasmada por la idea de ser sodomizada por su hermoso y divino amo.

-Lorelai, gatita, ven, pero ven gateando hacia mí -la llamó Reiner, dando varios besos a los rosaditos glúteos de Iris.

La delicada elfa, se acercó, gateando y ronroneando hacia su dueño. Reiner la tomó de su lisa melena verde y la forzó a tragarse su pene. Lorelei lo engulló, hambrienta, aferrándose a las caderas de Reiner.

-¡Oh, sí, qué bien la chupan las elfas, tan presumidas como quieren parecer! -dijo Reiner, refrenando a duras penas a Lorelai.

Reiner se inclinó hacia ella, y se dieron un tierno beso.

-Escucha, gatita, quiero metérsela en el culo a Iris, pero no tengo lubricante…

-¿Quieres que vaya por lubricante, mi amo?

-No, gata estúpida, quiero que le ensalives el culo a Iris, ahora.

Lorelai titubeó un instante, pero la sonrisa volvió a sus labios y se puso de pie, tras su inseparable amiga. La elfa tanteó las nalgas redondas y suaves de Iris, y después, se inclinó, acercando su boca al tembloroso asterisco. Reiner vio, atónito de emoción, la rosada lengua de la noble elfa haciendo contacto con el ano de la humana, pugnando por introducirse al menos un poquito, y lamiendo después el área, regalando unos chupones que hacían gemir escandalosamente a Iris.

-¡Oh, qué bien, mi culo, Lori, aaahh, sssiii!

Reiner no aguantaba más. Se situó tras Lorelai y le lamió la empapada vagina.

-¡Ay, amo, qué gran presente me das! -le agradeció la bella elfa, que siguió chupándole el recto a su amiga, que se retorcía por tan deliciosos estímulos.

Reiner lamió un poco y se puso de pie. Lorelai dejó escapar un grito cuando sintió la verga de su amo deslizándose de golpe en su vagina.

-¡Oooohhh, mi amo, qué rico, mi amor, jódame como quiera! -exclamó ella, dichosa, en el paraíso.

-Tú sigue mamando eso culo, gata barata -le ordenó Reiner, follándosela con furia.

Lorelai siguió su festín, un poco dificultada porque las embestidas de su macho la tenían lloriqueando como un bebé. Iris tampoco guardaba silencio, y se quejaba y loaba las lamidas de su amiga, que ya le habían proporcionado un violento orgasmo. Reiner deseaba desahogarse las ganas que esas exquisitas mamadas y espectáculos le causaron, y se agarró con furia de las redondas y bronceadas nalgas de la gimoteante elfa.

Reiner, ebrio de lujuria, encantado por el calor que rodeaba su feliz miembro al sentirse conectado con Lorelai… el sonido de sus carnes chocando, y el canto de Iris, cuando Lorelai usaba sus dedos en su vagina… Iris se corrió por segunda vez de manera simultánea con el primer orgasmo de Lorelai…

Reiner apartó a la elfa y bañó con semen caliente las nalgas, brillantes de sudor y saliva, de Iris. Reiner jadeó y Lorelai, adivinando las nada decorosas intenciones de su amo, aún con su cuerpo estremecido por la salvaje follada, se abalanzó para lamer la lefa del joven mago que bajaba por nalgas y muslos de Iris. Reiner se acercó a la boca de la elfa y le metió su pene; Lorelai se lo tragó con inhumana ansia, dejándoselo bien limpio y enrojecido.

Iris cerró sus ojos y abrió su boca, sin expulsar sonido alguno. Se aferró de la caja, sintiendo la pétrea torre de su amo y señor abriéndose paso en su vibrante y virgen canal. La joven gimió dolorida, y eso que sólo le había entrado el capullo de Reiner. Lorelai se situó tras él, para besarle la nuca y los hombros, ayudándolo con sus manos a sujetar el trasero de Iris.

-Lori, mi vida, acomoda esas cajas, clasifícalas, haz mi trabajo por mí mientras le rompo el culo a tu mejor amiga -ordenó él, para que su tardanza, al final del día, no resultara sospechosa.

Iris se tornaba cada vez más escandalosa. Lorelai, por su parte, se dedicó, sonriendo, a terminar el trabajo de Reiner.

-¡Oh, cielos, señor, hágamelo más despacio, me desgarra! -chilló Iris, cubierta de sudor, lo que la hacía ver más sensual.

Reiner se inclinó hacia ella, rodeándole su cintura con un brazo, apoyando su cabeza sobre la de Iris, también concentrado en desflorar ese hermoso culo.

-Calma, perrita, recuerda que el sentido de tu vida es hacerme feliz -dijo él, y arremetió, encajándole casi la mitad de su carne. Iris apenas jadeó, con los ojos en blanco. Se contuvo de gritar por temor a hacer infeliz a su amo, mordiéndose la lengua.

-Chilla, mi amor, tus lloriqueos patéticos me hacen sentir más hombre -le susurró Reiner, al oído. Y la visión de Lorelai esforzándose de sobremanera para levantar esas cajas, desnuda, llenándose de hollín y produciéndose algunos raspones, lo hizo arder con pecaminosas llamas.

Iris gimió y se quejó. Reiner no amainó su brutal ritmo, y su amante derramó algunas lágrimas, hasta que un grito desgarrador salió de su garganta, cuando el gusano de Reiner fue totalmente engullido por esa boquita situada en el trasero de Iris.

Reiner permaneció quieto casi un minuto, para que el culo se acostumbrara a la presencia de esa torre de carne. Iris sollozaba. Reiner se sentía todo un hombre y feliz de poder vengarse de esa perra, tras verificar que Lorelai prosiguiera su labor. Reiner le lanzó un beso, que puso muy contenta a la elfa desnuda, levantando las cajas.

El mago empezó a moverse muy despacio, justo como lo había practicado varias veces con Abigail. Reiner la sodomizó con cuidado. Entonces, a Iris le gustó, y su rostro dejó de estar contorsionado de dolor.

-¡Oh, mi amo, ya me está gustando! -anunció ella. Reiner la bombeó con más velocidad- ¡Oh, mi señor, mi rey, encúleme, soy suya, rómpamelo todo!

Reiner aumentó su ritmo, sacándole más pronunciados alaridos a Iris. Los dos, ya enajenados, sólo eran máquinas para darse placer mutuamente. Reiner atisbó su verga, resplandeciente y manchada con algo de sangre… Se lo rompí, pensó él, dándole con más ganas a medida que sentía la inminencia de su corrida.

Lorelai, tras haber dejado las cajas debidamente ordenadas, a excepción de las dos en las que se apoyaba su amiga, se agachó debajo de los amantes y usó sus dedos y lengua para estimular la vagina chorreante de Iris, quien gritó de dicha al sentir aquello. La elfa abrió su boca para recibir la tercera descarga de los jugos de Iris, quien casi pierde la conciencia, obcecada de tanto placer. Reiner sacó su pene del ensanchado y enrojecido culo de Iris para correrse sobre los pechitos dorados y perfectos de la elfa, quien inmediatamente le limpió el instrumento con su lengua. Iris cayó desvanecida encima de su amiga, y semi-consciente, lamió el semen de su señor de los pechos de la elfa y entre las dos, limpiaron la verga de Reiner de cualquier rastro de sangre o de mierda… las chicas acabaron besándose, Lorelai riéndose, e Iris aún exhausta, resoplando.

Reiner se arrodilló entre ellas, manoseándolas y besándolas sin tapujos. Esas dos preciosas chicas desnudas eran sus esclavas, sus juguetes… podría exigirles sus vidas si quisiera, pero Reiner se estremeció ante esta negra posibilidad y de inmediato la desterró de su mente. Lamió una de las lágrimas de la dolorida Iris…

 

6

Era la hora del almuerzo. Reiner se vistió velozmente y les ordenó a las chicas ocultarse entre las hileras de cajas. Casi al mismo tiempo llamaron a la puerta. Era el gordinflón de Gerrod que le traía la comida, una hogaza de pan duro, y carne de origen indeterminado, junto a un vino que parecía agua con saborizante.

-A propósito, Reiner, ¿sabes dónde fue Iris? Fui a dejar su almuerzo hace poco y no la encontré -le dijo Gerrod, sonriendo, totalmente ingenuo de lo que sucedía, a pesar del olor y de la facha de Reiner.

-No tengo ni idea, gordo, vuelve a intentarlo más tarde -respondió Reiner, tomando su miserable rancho.

-Supongo que no me queda otra, nos vemos, Reiner -y Gerrod se retiró, arrastrando el carrito donde iban las aún más miserables pitanzas de los prisioneros.

-Amo, ¿cómo es posible que vayas a comerte eso? -le preguntaron sus esclavas, al ver esa comida tan horrible.

-¿Pueden conseguirme mejor comida? -preguntó Reiner, algo sarcástico.

-Claro, mi señor, yo tengo acceso a los salones superiores, puedo escamotear algunos platos… si tu lo deseas -le explicó Lorelai.

-Bien, entonces hazlo, pero, aguarda, vístete primero -aceptó Reiner. Lorelai, muy sonriente, se puso su ropa de nuevo. Reiner le dio instrucciones precisas, de no decir nada de lo que estaba ocurriendo en esa bodega, y que si alguien le preguntaba, era para comer estudiando junto a Iris en la sala de suministros. Lorelai asintió y salió del recinto, dejando al libidinoso Reiner a solas con la maltrecha Iris.

-¿Te duele mucho, culoncita? -le preguntó Reiner, sentándose sobre un montón de heno en el que descansaba cuando trabajaba organizando cajas en ese almacén. Hizo un gesto a Iris para que ella viniera, lo cual hizo, a cuatro patas, notándosele los chispazos de dolor que seguramente provenían de su culo recién partido.

-Sí, mi señor, pero si eso te divierte… -se quejó ella, con cierta timidez.

-Espera, quédate aquí -le dijo él. Iris se quedó en el montón de heno. Reiner sintió reanimarse su deseo al verla desnuda y espléndida, al tomar conciencia de que había poseído a una de las chicas más codiciadas de la Torre… aunque no tanto como la princesa Phyrea… o Madian Swedenborg… el corazón de Reiner, ya embadurnado de corrupción, agitó su alma al pensar en Madian, su dulce Madian…

Reiner leyó las etiquetas de las cajas, hasta dar con lo que buscaba. Robó un manojo de tales hierbas, de matices amarillentos, y fue mascándolos a medida que volvía junto a Iris. La puso de espaldas a él y untó sus dedos con la pasta de su boca, para introducirlos, embarrados, en el recto de la joven…

-¡Oh, mi amo, te ofrezco mis otros orificios… pero, me duele mucho mi culito…! -se quejó ella al resentirse de sus laceradas paredes anales ante la nueva invasión.

-Ten calma, lindura, esto es para que te cures pronto -explicó Reiner. En efecto, pronto Iris fue experimentando la sensación medicinal de las hierbas.

-Mi amo es muy amable, por eso mi cuerpo es sólo suyo -dijo Iris, contenta, apretujándose contra Reiner. Iris lo manoseó sobre su túnica, deteniendo sus impetuosas manos sobre el bulto, no tan fláccido, Reiner tembló e Iris sonrió-. Amo, quiero mamársela, ¿me deja?

-Claro, perrita -contestó el acalorado Reiner.

Iris se introdujo debajo de su túnica. Reiner cerró sus ojos ante el agradable contacto de aquellos dedos tibios. No había tenido tiempo de ponerse su calzón, así que Iris halló pronto su preciado manjar… Reiner gimió cuando su hongo fue apresado entre los suaves labios de la joven.

Reiner se recostó en la pared, con sus ojos cerrados, disfrutando de las lamidas de Iris, en tanto que su miembro recuperaba cierta firmeza. Iris engulló su escroto, sin dejar de masajearle el órgano viril.

-¿Es un crimen lo que estoy haciendo, oh, dioses? -reflexionó Reiner- ¿Qué otra cosa se podría hacer con estos polvos mágicos? Alguien como el rey de los raksas, Mantorok, seguramente los usaría para matar, para destruir… yo, en cambio…

Reiner gimió otra vez al sentir su pene rozando el interior de las bellas mejillas de Iris, y su glande frotándose contra su garganta. La nariz de Iris casi tocaba el vientre del mago. Sus chupones, junto a los apagados jadeos del mago, eran el único ruido del oscuro y húmedo almacén.

Reiner derramó unas cuantas gotas de semen en la boca de Iris, quien pensó que jamás había almorzado semejante suculencia.

 

7

-Saludos, Lorelai Argold, parece que te levantaste con mucha hambre esta mañana, ¿no? -le dijo la princesa Phyrea Cristanitas, al contemplar a su congénere llenando un amplio plato con comida suficiente para una escuadra de guerreros, de la fuente de la mesa rectangular.

-Sí, Phyrea. Voy a almorzar abajo, junto a Iris, que está de turno en la sala de suministros -explicó Lorelai, muy sonriente. Phyrea, perspicaz y sabia, aunque no por eso humilde, de inmediato captó algo extraño en su hermana de raza.

-Vaya, ustedes dos sí que comen, ¿no les preocupa engordar? -dijo Phyrea, con su ceño fruncido.

-¿Engordar? -preguntó en voz alta, Lorelai- Al amo no le gustaríamos gordas… -meditó, en voz baja, pero Phyrea oyó algo.

-¿Qué cosa, tu amo? ¿De qué rayos hablas?

-¡Oh! Ya se me hizo tarde, te veo después, Phyrea -y Lorelai se escabulló del aristocrático comedor, muy feliz, casi saltando.

Phyrea le observó perderse en los corredores, muy extrañada de la actitud de Lorelai, quien era casi tan altiva como ella, ¿qué estaría sucediendo? Phyrea siempre desaprobó que la mejor amiga de Lorelai fuera una humana, esa tal Iris, pero era descendiente de grandes héroes…

 

8

A Reiner se le hizo agua la boca cuando Lorelai trajo el plato con la comida de los altos estudiantes. Sin percibirlo, Reiner vio que su adorable elfa estaba otra vez desnuda, y con sus dos esclavas junto a él, procedieron a darle de comer con sus manos.

-Prueba esta fruta de los bosques de Valania, te ayudará a recuperar fuerzas, mi amo, porque también quiero irme con mi culito roto -le dijo Lorelai, mientras Reiner engullía el pedazo de fruto blanquecino, sin olvidarse de chupar los finos dedos de la caliente elfa.

Sintió un líquido corriendo por su pene. Era Iris que exprimió una gorda uva, para luego lamer el jugo que recorría la espada de su señor. Reiner no pudo hacer más que reír, feliz, pero sin dejar de sentir lo ilegal del asunto… era su lado corrupto el que se carcajeaba.

Lorelai arrancó de un mordisco, un considerable trozo de una pierna de faisán frita y se acercó a Reiner para que la recibiera en su boca. Iris seguía derramando cosas sobre su torre para lamerla y chuparla, lo que coadyuvó su pronta resurrección, auxiliada por los nutritivos frutos élficos.

Reiner derramó el dulce vino en los pechos de sus esclavas, para lamerlo, o para decirle a la otra que lo hiciera. Tras el festín, las chicas se deleitaron con su postre, lamiendo simultáneamente el mazo de su señor.

-Esperen, ha llegado la hora de saber cómo es romperle el culo a una elfa -anunció Reiner. Lorelai aplaudió la sabia e inapelable decisión de su amo, y se puso a cuatro patas. Reiner la acomodó sobre el heno.

-¿Quieres chocolate, Iris? Ve a lamerlo, devuelve el favor que te hicieron -le dijo Reiner. Iris captó el mensaje, y con pasión, se abalanzó sobre el bronceado trasero de la elfa, lamiéndole el asterisco.

Lorelai cerró sus ojitos, mordiéndose su labio inferior, mientras saboreaba aquella lengua tibia que le daba exquisitas cosquillas en su ano. Reiner, deseoso, no pudo permanecer como un simple espectador, y cogiendo el bastón para ahuyentar ratas lo introdujo en el culo de Iris.

-¡Oh, mi amo! ¿Qué me hace? -se quejó ella.

-Tú mámale el culo a tu amiguita, déjate hacer -le ordenó Reiner, un poco contrariado.

Tragándose su tormento, Iris continuó su labor, degustando el recto de Lorelai. Reiner sacó el bastón y azotó, no con mucha dureza, las blancas nalgas de Iris. Ella gimió, pero no dejó de intentar meterle la lengua en el culo a la quejumbrosa elfa. Reiner se acostó para comerse de postre el sexo de Iris.

-¡Oh, mi amo, qué bien, devóreme! -exclamó Iris, agradecida. No por eso, dejó Reiner de meterle dedos en el agujero de atrás, y la mezcla de dolor y placer fascinó a Iris, logrando catapultarla a las puertas de un fabuloso e inesperado orgasmo.

Reiner ya había degustado los cálidos jugos de Abigail en varias ocasiones desde que halló los polvos, pero los de Iris le parecieron más dulces. La chica aulló de lujuria al correrse, y su alegría fue inmensa al saber que su amo había bebido de ella. Iris terminó exhausta, apoyando su cabecita sobre las nalgas de Lorelai.

Reiner apartó a Iris y se arrodilló tras la elfa. Reiner la tomó de la cintura, Iris ubicó la torre de su amo sobre el asterisco de Lorelai…

-¡Ay, mi señor, no me hagas caso si te digo que pares, porque soy propiedad tuya! -dijo Lorelai, con sus ojos cerrados, relamiéndose.

-¿Lo tienes virgen? -preguntó Reiner, presionando.

Lorelai sólo pudo asentir, jadeando… no esperaba ese inmenso dolor que se apoderó de ella, y su amo siguió penetrándola… Lorelai se metió un poco de paja en la boca, para morderla y así reprimir sus gritos. Reiner la sujetó de sus nalgas doradas y la sodomizó como quiso.

Iris, tras él, lo besaba y lo acariciaba, le susurraba lo hombre que era, lo mucho que lo amaba, lo que le fascinaba el sabor de su pene, y sus disculpas por haberse quejado durante su sodomía previa. Este nivel de sumisión sólo consiguió exacerbar más a Reiner, quien abandonó cualquier tipo de consideración y se folló a Lorelai con una furia tal que incluso él terminó lastimándose.

-¡Ay, mi señor… me has roto…! -lloriqueó Lorelai.

Reiner la sujetó del pelo y siguió follándola, como si sus gritos fueran inexistentes. Su pene se veía untado por la sangre de la elfa. Iris no pareció inquieta por ese espectáculo.

-¡Buena puta! -gritó Reiner, quien al sentir próxima su corrida, salió de Lorelai y la agarró del pelo y la jaló hacia él, casi acostándola con sus piernas flexionadas. Reiner eyaculó en el hermoso rostro de la elfa con ojos lacrimosos. Iris se agachó a lamer su parte y entre las dos, consumieron la preciada leche de Reiner.

Iris se encargó de limpiar el pincho que tanto place le había dado, absorbiendo semen, sangre y excremento. Todo, con una sensual sonrisa en su boca. Para terminar, Reiner les ordenó acomodar las pocas cajas que faltaban.

Mientras las esclavas obedecían -Lorelai con gran dificultad-, Reiner rebuscó entre sus vestiduras, en busca de los polvos mágicos. Cuando los halló, tomó dos porciones para untarlas en las cabezas de sus putas, cosa que hizo de inmediato.

Cuando los tres estuvieron vestidos, las dos chicas bien apretadas y sonrientes, Reiner habló a Iris:

-Perrita, hoy debes hacer guardia nocturna junto a Hardred Therion. Voy a darte una orden y espero que la cumplas…

-Ordena, mi amo -le invitó ella, feliz.

-Quiero que no la hagas, quiero que vayas y seduzcas a Hardred, que le hagas de todo, excepto tu culo, que no se lo merece, si te lo quiero follar, le dices que es de tu amo, el Innombrable y no le darás más detalles -explicó Reiner.

-¿Y a mí, señor, qué me quieres ordenar? -saltó Lorelai, ansiosa de obedecer.

-Tú… pues… ven a mi dormitorio esta noche… para que te haga de todo…

-¡Perfecto, mi señor, iré encantada! -aplaudió la elfa.

Reiner salió de la bodega, acompañado por las dos risueñas chicas, sin notar que, desde un oscuro recodo, era observado. La princesa Phyrea, estupefacta, vio a ese perdedor salir con dos chicas, y para colmo de males, una de ellas era miembro de su augusta raza.

-¡Qué puta! ¿Cómo ha podido mancillar el honor de su familia, y la gloria de los ruishen entregándose a esa escoria? La culpa ha sido de esa humana, sin duda, maldita sea, pero se lo advertí a Lorelai… -pensó Phyrea, indignada, viéndolos alejarse.

 

9

-Esta noche no habrá guardia, Zahn, haz tu movimiento -le anunció Reiner, tendido en su camastro, con su vista clavada en el techo.

-¿Cómo lo lograste, Reiner? -preguntó él, asombrado.

-No preguntes, Zahn, solo actúa. Esta es tu noche -y Reiner se cobijó, listo para dormirse, rendido por sus actividades "extracurriculares".

Zahn se vistió de negro, levantó su colchón en busca de su soga, su ganzúa y otros instrumentos, y salió con mucho cuidado.

En el último piso, en su despacho repleto de avanzados artilugios y con anaqueles repletos de libros, el sumo sacerdote, el venerable Pithacus, dialogaba con su subordinada, la druidesa Eillan.

-Algo no va bien, Eillan, aunque no sé qué es. De algún modo, una suerte de fuerza maligna ha infiltrado este templo…

-Eso no puede ser posible -dijo Eillan, tomando en serio lo dicho por su maestro-, todo está bien cuidado. Somos impenetrables.

Pithacus se recostó en su sillón, agitando la copa de vino en su mano, luego dijo:

-Tal vez nos precavemos de grandes y complejos hechizos de nuestros enemigos, los nigromantes, pero, creemos que cosas simples no pueden dañarnos. Mantén tus ojos abiertos, Eillan, sé que algo no anda bien…

Eillan se inclinó en señal de respeto y abandonó el estudio de Pithacus. Algunos pisos más abajo, un robo se llevaba a cabo… un acto que sería la comidilla de todos los parroquianos de Varsenmor por mucho tiempo…

CONTINUARA…

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