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NOIR: Historias Inéditas

en Parodias

NOIR: Historias Inéditas

Por: Kleizer san

París es la ciudad del amor, un amor pícaro y sensual que dimana de ella misma y de sus habitantes, que se contagia a los que la visitan, el amor impregnado en París, de generaciones a generaciones, la pasión de los revolucionarios, el idealismo sublimes, así como los extremos de cierto marqués y la osadía en la intimidad de los parisienses… es una ola de sensualidad que incluso, tarde o temprano, permea los corazones más siniestros y hace olvidar cualquier cargo de conciencia, al menos por un rato…

En su disimulado apartamento, sola, en su cama apenas tibia, intentando conciliar un sueño que no llega para apagar su molesto ardor, una de las asesinas más reputadas del mundo, Mireille Bouquet, se revuelve en sus cobijas, sus bellos ojos azules refulgiendo en medio de la oscuridad, en medio de la tenue fluorescencia que la débil luz de la Luna daba a su cabellera dorada. Mireille respiraba con dificultad…

-Hace tanto tiempo que no tengo un amante -monologaba en sus adentros-, pero no puedo permitírmelo, mi trabajo… implica muchos riesgos, sólo lastimo a la gente a la que me acerco…

Mireille se esforzó por contener algunas lágrimas. Le fascinaba cómo los hombres la miraban, luciendo sus largas piernas blancas con sus minifaldas, no pocas veces ha usado su belleza para beneficio de su efectividad como sicaria, y no le parecía justo hallarse sola.

-Necesito un hombre, alguien que me haga sentir mujer, que me diga puta que me haga decir su nombre mientras me rompe el culo… -pensaba, frotándose su vagina pálida-. Estoy tan cansada de tantas pruebas, de esos malditos Soldats persiguiéndonos a mí y a Kirika por todo el mundo… ojalá irrumpieran ahora mismo, pero con órdenes de violarme toda la noche, con qué gusto los recibiría, uno tras otro…

Mireille se mordió el labio inferior, conteniendo un gemido, cuando se metió tres dedos de una vez en esa ranura divina que tantos desearían lamer. Con lo que no contaba era con los finos oídos de su compañera, Kirika Yumura, al otro lado de la pared, quien de inmediato abrió sus ojos al oír jadear a su compañera.

Con ese tenebroso sigilo propio de una asesina programada, Kirika pegó su oído a la pared, escuchando con suma atención, captando entonces, lo que indudablemente eran gemidos apagados de Mireille.

Kirika empuñó su fiel Beretta, convencida de que Mireille forcejeaba con algún asesino, seguramente enviado por esa organización que las perseguía, esos enigmáticos Les Soldats, quien debía ser un auténtico profesional al grado de escabullirse a la recámara de su amiga sin que ninguna de ellas lo notara.

Kirika tomó un curso de acción y decidió no usar la puerta, más bien, con felino silencio, salió por la ventana, sin preocuparle la considerable altura y el escaso espacio que el borde de concreto del exterior proporcionaba… un paso en falso y se despeñaría al vacío, pero no hay tiempo que perder, se dijo, Mireille parece estar en peligro.

Mireille, mientras tanto, sin ser consciente de que sus gemidos se hacían más y más sonoros, se masturbaba a un grado casi frenético, rememorando aquellos días en que su tío, el también asesino, Claude O’Petier, la iniciara en el arte del amor… ella continuó metiendo y sacando sus dedos, con sus ojos cerrados, habiéndose olvidado de su compañera, en ese instante pensó que Kirika no estaba nada mal para una emergencia… pero qué demonios, yo no soy lesbiana, pensó Mireille, quien entonces abrió sus ojos, para luego abrirlos al máximo cuando atisbó a una atónita Kirika observándola, arma en mano, y sólo con un corto camisón blanco semi-transparente, desde la ventana…

-¡Oh, cielos! ¿Qué diablos haces allí, Kirika? -farfulló una sonrojada Mireille, cubriendo sus senos con su sábana, avergonzada como nunca.

La aludida se ruborizó a su vez, también asombrada.

-Yo… Mireille… creí que estabas en problemas… -dijo, con su voz tan suave y tierna.

Mireille observó el esbelto cuerpo de su socia, recortándose a la luz de la luna, el corto cabello negro de la joven japonesa moviéndose con la tenue brisa nocturna, sus ojos café resplandeciendo, clavados en ella… algo cálido rebulló en el espíritu de la rubia asesina… Kirika, era muy bonita, muy apetecible… estaba tan excitada…

-Dios, nunca había caído en la cuenta de lo bella que es Kirika… me siento tan sola que no me molestaría meterla a mi cama… -pensó fugazmente- ¡Pero qué tonterías dices, Mireille, no eres lesbiana!

-Volveré a la cama, Mireille, lo siento, no era mi intención… -comenzó a disculparse Kirika.

-No, aguarda, no regreses por allí -y Mireille, cubierta solo con su blanca sábana, fue a abrir la ventana para que Kirika pudiera entrar.

Al cerrar la ventana, las dos asesinas quedaron en silencio, avergonzadas, aunque más Mireille.

-No era mi intención… -empezó de nuevo Kirika, mirando al piso. Entonces, Mireille la calló colocando uno de sus níveos dedos sobre los labios de su amiga. Ambas sintieron arder esas partes de su cuerpo que se tocaron.

-Calla, Kirika. Me siento sola, a veces, necesito compañía, ¿entiendes? -explicó Mireille- Pero sabes que no podemos estar con cualquiera…

-Lo sé, Mireille… -dijo Kirika- pero, ¿sabes que, aunque no recuerdo mi vida, tengo varios conocimientos en mi cerebro, como el uso de las armas de fuego, cuchillos, combate y todo eso…?

Mireille arqueó una ceja, apagándose paulatinamente, a medida que Kirika volvía a atiborrarle la cabeza con su cháchara nostálgica y dramática… según ella, porque Kirika habló así:

-Sé que puedo hacer que te sientas bien, Mireille -y Kirika la miró a sus ojos azules, ahora abiertos de asombro.

Con gentileza, Kirika aflojó la mano de Mireille que sostenía la cobija, dejándola caer y dejando a su espléndida amiga tal y como Dios la trajo al mundo.

-Kirika, ¿qué pretendes?

La japonesa solamente sonrió, ruborizada, y Mireille vio en sus ojos un brillo que nunca antes había captado en Kirika… estaba excitada. Mireille cerró sus ojos y gimió, casi de sobresalto, cuando las menudas manos de Kirika tocaron su carne, acariciando su piel, sus senos, que de inmediato respondieron y se pusieron duros como nunca.

Mireille se inclinó un poco, su boca buscó la de Kirika y las dos sensuales asesinas a sueldo se fusionaron en un lascivo beso lésbico de esos que sólo son posibles en una ciudad como París, cuando la Luna en cuarto menguante reina la noche con sus legiones de estrellas.

Mireille iba derritiéndose a velocidad vertiginosa en las manos de Kirika, quien no recordaba haber dormido antes con mujer alguna, pero que prodigaba a su compañera caricias y estímulos propios de una diosa lesbiana consumada.

-¡Oh, Kirika, no sabía que podías hacer todo esto! -dijo Mireille, muy contenta ante las expectativas de los placeres que esa misteriosa japonesa parecía capaz de brindarle en esa noche que tanto necesitaba.

-Yo tampoco, Mireille, hasta ahora, que necesitas "compañía" -dijo, irónicamente, dando un efusivo beso al cuello de su temblorosa amante-, vamos a la cama, Mireille, si te acuestas puedo hacerte más cosas.

Por vez primera, Mireille confió sin rechistar en Kirika. Las dos estaban desnudas, abrazadas y frotándose, besándose con verdadera pasión.

-Relájate, Mireille, te llevaré al cielo -le anunció, y se besaron en la boca; Kirika entonces, procedió a descender besuqueando el cuerpo de su hermosa amiga, convidando especial interés a sus redondos y generosos pechos…

-¡Ah, Kirika, me vuelves loca!

La aludida sonrió, le complacía ver tan contenta a Mireille, y por algo que ella estaba haciendo. Se esforzaría al máximo. Mireille se estremeció al sentir los besitos de Kirika recorriendo su vientre, y se apoyó sobre sus codos, jamás una mujer le había lamido el coño… pero, para todo hay una primera vez… según dicen…

-¡Oh, Kirika, mi amor! -exclamó Mireille, arqueando su espalda como parte de un súbito y exquisito espasmo cuando la lengua de la adolescente descargó su primer latigazo ardiente sobre sus labios húmedos y rosados.

Kirika se dejó llevar por ese instinto programado, adivinando cómo debía besar y lamer esa raja, cómo chupar, cada vez con mayor intensidad, esa pepita que había en la parte superior de la vagina de su amiga.

-¡Oooohh, Kirika, no te detengas, eres lo máximo, sigue, sigue, sigue! -Mireille, siempre tan comedida en sus emociones, no pudo contenerse y perdió el control, era una muñeca en manos de Kirika.

Kirika, por su parte, había empezado a usar sus dedos, metiéndolos despacio, moviéndolos circularmente dentro del empapado túnel de la trémula y quejumbrosa Mireille.

-¿Te gusta lo que estoy haciendo, Mireille? -preguntó Kirika, con su dulce inocencia, como si no le bastaran los lloriqueos de su amante.

-¡Sí, sí, haz conmigo lo que quieras! -gritó Mireille

Kirika se sintió feliz y se dedicó a devorar el sexo de Mireille con más ahínco, metiendo hasta cuatro de sus delgados dedos y chupando con cierta brutalidad el clítoris de Mireille.

-¡Me corro, Kirika!

La japonesa no entendió esa expresión, pero su misterioso instinto le indicó seguir lamiendo y abrir más su boca, pronto supo por qué, cuando su boquita fue inundada por un líquido caliente y con gustos salados manando del interior de su socia; a Kirika le agradó su sabor y trató de bebérselo todo.

-¡Oh, santo cielo, Kirika, cómo me lames el coño! -gritó Mireille, sus dedos desgarrando la colcha, su cuerpo temblando del bestial placer que esa chiquilla oriental le dio con su boquita.

Kirika se incorporó, y las dos miembros de NOIR se besaron con pasión, Mireille pudiendo paladear el sabor de su vagina en los labios de su inesperada amante. Kirika, entonces, se sentó a horcajadas sobre Mireille, su sexo contra el de ella.

-Aún hay más, Mireille -le anunció Kirika, sonriendo.

-¿En serio, y qué esperas para darme más? -le incitó Mireille, con sus ojos brillantes de lujuria.

-Ruégame.

-Oh, vamos, Kirika, por favor… -y la japonesa sacudió suavemente su pelvis, dando a su amiga una probadita de la cabalgata que el esperaba-… Dios mío, Kirika, móntame, como si fuera tu yegua…

-No, hay otro animal que te viene mejor -dijo Kirika, sin dejar de sonreír, moviéndose otra vez, haciendo suspirar a Mireille, que dijo entonces:

-Oh, Kirika, móntame, móntame como la perra que soy…

-Pero eres una perra callejera… ¿o tienes dueño, quién es tu dueño? -y Kirika continuó moviéndose, pero con suavidad, sólo para seguir picando a Mireille, que dijo:

-Tú lo eres, amor, soy tu perra Kirika, móntame, soy tuya…

-Eso es, perrita Mireille… -y Kirika empezó a frotar su vagina contra la de Mireille, incrementando su velocidad poco a poco, con cuidado para no irritarse las dos.

-¡Oh, qué bien se siente! -exclamó Kirika, ya arrobada de deseo, entrecortándose su voz.

-¡Kirika, Kirika, móntame, más rápido! -clamaba Mireille, enajenada de lujuria, bañada en sudor. Aferró los incipientes pero sensuales pechos de Kirika, y ésta hizo lo mismo con los de Mireille.

-Ooohh… oooohh… -se quejaban, las dos, Kirika moviéndose más rápido, hasta alcanzar su primer orgasmo, anegando el coño de Mireille.

-¡Aaahh, qué me pasa! ¿Esto es correrse, Mireille?

-¡Sí, Kirika! Es bueno, ¿verdad? -y Mireille se incorporó, abrazándose con Kirika, besándose y acariciándose mutuamente.

Entonces, Mireille atisbó algo más, entre las sombras, y con un fugaz movimiento, empuñó la pistola automática que siempre tiene bajo su almohada, alzando su brazo sobre el hombro de Kirika, tres certeros disparos que fueron diluidos por el silenciador.

Tres gemidos, pero no de placer, sino de gargantas moribundas de sicarios trajeados que se desplomaron sin vida, los tres con sus vergas de fuera, aún palpitantes cuando ya estaban muertos.

-Estuvo cerca, Kirika, tuvimos suerte que esos cerdos se quedaron masturbándose con nuestro numerito… -comentó Mireille-. Estúpidos, podrían habernos follado a las dos, ¿no crees? -a pesar del susto, seguía flameante como un volcán.

-Sí -asintió Kirika, y se besaron-, pero, ahora que lo pienso -y tomó el arma de manos de Mireille- esta cosa parece una verga -refiriéndose al largo silenciador, ahora tibio por los tres disparos, y le sacó el cartucho-. Yo soy virgen, Mireille, pienso hacerlo con un hombre, así que…

Y Mireille arqueó una ceja mientras Kirika dirigía el cilindro metálico a su concha mojada.

-¡Métemelo, Kirika!

Desde una radio lejana se pudo oír, antes de que Mireille la opacara con sus gemidos y sus gritos, la conocida canción de Elvis Presley: Bad to the bone… ba ba ba ba bad…

 

FIN… por ahora

Les prometo pensar en un trío con Chloe, recuerden que ella siempre quiso una "loca fiesta de té", y pienso cumplirle ese deseo redefiniendo el término "alocarse"…

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