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Soy la puta de mi abuelo (4)

en Amor filial

Soy la puta de mi abuelo IV

Por Grampa’ Kleizer

 

Hola, amigos míos. Soy Verónica Padilla. Tengo 19 años y he conseguido hacer algo de dinero extra modelando, para pagarme mi carrera de Comercio Internacional. Me pretenden hombres de todas las edades y clases sociales… pero fue mi abuelo quien supo "engancharme" con su convincente garfio.

Tendría que recapitular mucho, pero sé que mis fans han sido fieles a mis testimonios, así que, retomando el punto donde finalizó el tercer escrito, mi abuelo se quedó roncando y húmedo en su cama. Lo sequé como pude, para que no se fuera a enfermar con esa agua en su colchón. Luego, me puse el camisón, casi transparente, y bajé a preparar el almuerzo, y recalcando, un poco decepcionada porque creí haberle sacado todas las energías del día a mi queridísimo abuelo, asimismo, me fui picada por la curiosidad, deseosa de saber más sobre las relaciones que una vez mantuvo con mi madre.

No tenía idea lo que mi abuelo planeaba para mí, esa tarde. Mi coño joven deseaba más verga, más carne, recién había conocido el verdadero gozo de sentirse lleno de carne tibia y palpitante. Mi amiga del colegio, Irene Mariela, me criticaba mucho por ser tan "santurrona"… me dieron ganas de llamarla y decirle "mi abuelo contra tu equipo de baloncesto"… me parece que ella me envió una copia de su testimonio, lo dejé por algún lado…

En fin, preparé almuerzo y guardé el plato de mi abuelo en el micro, pues hacía una hora que mi abuelito me había taladrado el culo. Comí viendo tele. Miré mi celular, viendo algunas llamadas perdidas de amigos míos, sin duda, para preguntarme por qué no fui a clases. Me imaginé tecleando el mensaje "Estoy cogiendo con mi abuelo, no molestar", y me reí yo sola, como una loquita.

Al rato bajó mi abuelo, con unos holgados pantalones de un verde enfermizo y una camiseta blanca sin mangas. Me lanzó un beso y se fue a la cocina. Acudí junto a él y le recalenté la comida. Lo acompañé mientras almorzaba, en la mesa de la cocina.

-¿Cómo te sientes, Verónica? -me preguntó él, clavándome sus ojillos de lujuria sin fin.

-De mil maravillas, abuelo, la estoy pasando fenomenal -contesté, totalmente sincera, ansiosa de saltarle encima.

-Me alegro, pequeña, me alegro. Recuerda que prometiste obedecerme en todo este día… -me dijo, alzando un dedo.

-Claro, abuelito. Usted manda.

-No quiero verte vestida, Vero, tu cuerpazo es para que andes desnuda en todos lados -y ni terminó esta oración cuando mi camisón cayó al suelo otra vez.

-Así está mejor -dijo, y para mi mayúsculo asombro, sacó la cámara digital de mamá.

Fue muy divertido lo que siguió. Me filmó lavando los platos. Luego me llevó de la mano a la sala y me tendió sobre el sofá, ordenándome adoptar algunas posiciones de mis afiches, pero sin molestas tangas o hilos dentales ocultando mis encantos. Todo lo hice con una sonrisa, hace mucho que no me divertía de verdad durante una sesión fotográfica. Me sacó fotos casi en cada rincón de la casa, y me hizo probarme varios bikinis de mis pósters, que a él le fascinaban.

Me quedé con uno diminuto y rojo. Mi abuelo me manoseó como quiso y mi cuerpo enloqueció de deseo. Me llevó de nuevo a su habitación. Le dio vuelta al colchón, dejándolo del lado seco.

-¿Confías en mí, Vero? -me preguntó, mientras lamía y chupaba mis pezones, sobre la minúscula tela del bikini.

-Claro, abuelito -suspiré-, le dí mi culo ayer, ¿qué otra prueba quiere?

Mi abuelo me dio un tierno beso en la boca y me dio vuelta. Me ató un pañuelo sobre los ojos, rodeándome la cabeza. Sonreí y me puse nerviosa. ¿Qué locura me tendrá preparada mi nuevo y peculiar amante? Me acostó en su cama y me tomó de las muñecas y… me las esposó entre los maderos de la cabecera.

-Abuelito, ¿qué me vas a hacer? -pregunté. La peluda boca de mi abuelo se pegó unos segundos a mis labios, y su lengua tibia reconfortó la mía.

-Confía en mí, cosita. Dentro de un rato vas a aullar de placer, y todo va a quedar en video.

-Abue, no, ¿y si mamá lo encuentra?

-No lo encontrará, tesoro. Lo esconderé bien -y sus manos se apoderaron de mis senos, redondos y firmes-. Ricura, tesoro, si pudiera metértela en los oídos, lo haría…

Me reí un poco, pero no pude evitar el temblor. Creí que mi abuelo deseaba apagarme cigarros en la piel, o alguna demencia parecida. Mi abuelo salió de la habitación y bajó las escaleras, pues habían tocado el timbre. Me entró pánico, por si eran amigos míos; así de alocados como andábamos, bien podría dejarlos entrar y verme así… o para que te cojan todos, putita… pensó "algo" en mi interior, y mi sexo se inundó.

Escuché tacones y una voz de mujer… ¡la puta de mi abuelo! Digo, la otra, mi rival. Me puse tensa. Los dos subieron y pronto entraron al dormitorio.

-Dios, qué belleza de mocosa, ya se me hace agua la boca -dijo Berenice, caminando escandalosamente con esos tacones.

-Abuelo, ¿qué pasa? -pregunté, estremeciéndome al sentir las delicadas manos de la prostituta recorriendo mis indefensas piernas.

-Se me ocurrió lo feliz que puedo ser viéndote retozar con Berenice, mi amor -me dijo él, metiéndome dos dedos en la boca.

-Qué pedazo de mujer eres, Verónica. Con mi guía, podrías hacer miles de dólares en un fin de semana -me dijo Berenice, con su sensual y a la vez grosera voz de mujerzuela.

Quise insultarla, decirle que no soy como ella, que no tengo necesidad de vender mi cuerpo, que lo que hago, lo hago por que me gusta y punto… pero los dedos de mi abuelito en mi boca me lo impidieron, quizá presintiendo mi reacción. Sentí a Berenice subirse en la cama, arrodillada entre mis piernas, desabrochándose cosas… esto iba en serio.

-Abuelo, ¿qué me van a hacer?

-Ayer te desvirgué el culo, hoy te quiero hacer bisexual -me respondió, con voz amable. Quise protestar, asustada y alterada, pero Berenice depositó un beso sobre mi coño aún tapado y ese ardiente contacto redundó en destellos de inusitado placer en todo mi cuerpo.

-Relájate, niña incesto, nadie come coños mejor que yo en todo el barrio -me dijo Berenice, aparentemente, disfrutando con la situación. Sus dedos de largas uñas se apoderaron de los hilos de mi tanga y la bajaron despacio… la ayudé a quitármelo.

-Qué cosa más rica, me la voy a comer bien lento -me anunció la puta, con voz muy sensual, que empezaba a derretirme-, cuando acabe contigo no te voy a soportar llamándome para que lo haga de nuevo.

Sentí los besos de Berenice sobre mis rodillas, así como sus caricias y pellizcos. Muy a mi pesar, le regalé mis primeros gemidos. Mi abuelo había dejado de tocarnos, estaba filmándolo todo. Berenice subió por mis muslos, no tenía idea de que existían esos placeres…

-¿Te gusta, Vero? -me preguntó ella, derramando su cálido aliento sobre mi húmedo sexo.

-Sí, sigue, por favor -declaré.

-Me gustas, chica, piensa en lo que te dije -y me lamió la raja. Recuerdo haber dado un larguísimo suspiro y mis manos, aherrojadas, se crisparon. Esa mujer me tenía en su poder… me convertí en la puta de la puta de mi abuelo, valga la redundancia.

-Qué panochita más rica -murmuraba ella, mientras hundía nariz y lengua en mí, y sus manos, delicadas e inquietas, sobaban mis muslos y nalgas, acercándose peligrosamente a mi horadado anito.

-¡Oh, oh… Berenice… me estás matando… oh, no pares! -lloriqueé, y mis manos agitadas hacían sonar la cadena de las esposas, a todo esto, ¿de dónde diantres habrá sacado mi abuelito esas esposas?

Berenice me sujetó las piernas y me comía el coño con auténtica hambre lésbica. La manera en que me chupó el clítoris… creo que no volveré a hallar a nadie con igual talento.

-¡Qué delicia de mocosa, Facundo! Está casi virgen, me siento como violadora de menores -le dijo la puta a mi abuelo. ¡Plas!, se oyó una nalgada, de mi abuelito a Berenice-. ¡Oh, Facundo, sí! -exclamó ella, deteniéndose un instante, por no sé qué cosa que mi abuelo le hizo.

Grité de repente al sentir un largo dedo de la ramera meterse en mi culo. Luego me metió dos y los retorció en mi interior. Berenice gemía quedamente por eso que mi abuelo le estaba haciendo, supuse que lo mismo que me hacían a mí… meterme dedos en el culo. Berenice, entonces, hizo algo que nunca olvidaré… me insertó tres dedos en el recto y el pulgar en el coño, prácticamente, sujetándome la pelvis… y tal y como mi abuelo lo predijo, aullé de placer.

-Mira como goza tu nieta, Facundo -dijo Berenice-, es de las nuestras, definitivamente.

-Esta zorrita es más caliente que la madre -dijo mi abuelo, cuya voz sonó muy cerca de mí, seguramente filmando de cerca el "agarre" de Berenice, que lo completó con su lengua talentosa y en pocos segundos, la ramera vio su cara empapada por mi corrida. Berenice se carcajeó como una especia de bruja dominatriz.

-No, B, que ella te ayude -le dijo mi abuelo. No entendí a qué se refería hasta que los gruesos labios de Berenice se juntaron a los míos, hasta que nuestros rostros se tocaron y nos porreamos a morir, embadurnándonos de mis jugos. La lengua de Berenice hizo desastre en el interior de mi boca, sus besotes me derritieron, me acababan de hacer bisexual…

-Quítame esta venda, B -le pedí, sumisa y a la vez confianzuda. Sentí sus manos rodeando mi cabeza, sin dejar de convidarme esos besos de gloria divina. Abrí mis ojos y ví su cara cerca de la mía. Ahora me veía con ojos verdes oscuros, lentes de contacto. Su rostro, un poco cuadrado pero atractivo, y se había cortado el pelo desde que la ví, lo llevaba corto, a la altura de la nuca, luego me diría que estaba harta de que se lo jalaran. Sus enormes pechos colgaban, tocándose con los míos.

-Hola -le dije, temblorosa.

-¿Te gustó todo esto, muñeca? -me preguntó. Asentí sonriendo. Miré a mi abuelo, grabándonos, y le regalamos el primer plano del más obsceno beso, las dos le sonreímos… éramos dos ardientes putas caídas en las redes de ese hombre… creo que en este punto, la historia debería llamarse, "Las putas de mi abuelo" o "El abuelo de mi puta", o algo así.

Berenice volvió a meterme sus dedos en la vagina, moviéndolos con maestría.

-¡Oh, qué rico! No creí que fuera tan sabroso el amor entre mujeres -le confesé a la ramera. Ella me dio un largo y lascivo beso, y me respondió:

-Mi tía me inició a los trece, y mi padrastro me desvirgó varios meses después.

-Suéltame, abuelito -le pedí.

-Aún no, cosita, Berenice tiene más sorpresas para ti - me contestó mi abuelo. Berenice se apartó de mi, bajando de la cama. La vi agacharse, desnuda, para husmear dentro de un maletín negro. Pude ver una serpiente tatuada en su espalda… me gustó ese dibujo.

-Pero el amor de mi vida fue mi tío, Verónica. Me poseyó a los quince, ese fue el hombre que me hizo su muñeca -me siguió contando-, vivíamos muy hacinados, así que, literalmente, ya cuando tenía dieciséis, todos cogíamos con todos en esa casucha… te quiero presentar a mi tío, sé que te va a encantar…

-¿Cómo? -pregunté.

Berenice se puso de pie, sosteniendo un arnés, junto a un falo de plástico, casi tan grueso como el de mi abuelo, pero más largo. Me asusté.

-¿Qué me vas a hacer?

-¿Qué nunca has visto pornos, santurrona? Voy a follarte -me dijo, colocándose el arnés de ligas negras. Se puso el consolador y se subió a la cama, con esa cosa colgándole entre las blancas piernas.

Nunca imaginé que un día iban a penetrarme con cosas de plástico, creí que era algo exclusivo de las películas para adultos, pero allí estaba eso, y mi abuelo filmando. Supongo que cualquier otro día podría haberlo considerado extraño, pero esa semana, una escuadra de platillos voladores trazando un "Smiley" sobre mi casa no me sorprendería…

Berenice me pasó los brazos tras la espalda, y nuestras boquitas hambrientas se fusionaron de nuevo, y me penetró despacio, bien, bien rico. Mi abuelo se había agachado entre nuestras piernas para filmar esa entrada.

-¡Oh, cielos! -exclamé.

-¿Te hago daño? -me preguntó Berenice, mientras me chupaba las orejas.

-No, qué va, está riquísimo -le confié.

-Me gustas, Vero, eres una perra bien caliente, sabes para qué tienes ese hoyo -y me la metió toda-. Ahora te voy a follar, mocosa. Si te duele me dices, ¿vale?

-Sí -contesté, y nos besamos de nuevo. Su boca me fascinaba, su sabor, cómo la usaba, chuparle la lengua… besar mujeres era lo máximo. Berenice comenzó a moverse.

-¿Te gusta, puta? -me preguntó ella.

-Ay, sí, colega -contesté.

Me escupió en el rostro y me regó su saliva con la lengua, poniéndome en llamas, y así, Berenice me convidó una cogida sin precedentes. Me sujetó de las piernas y se incorporó para que mi abuelo pudiera filmar el "epicentro" de la acción… era demasiado morbo… una ramera que me enloqueció con sus caricias, ahora me follaba con un consolador y encima, mi abuelo grabándonos…

-¡Aaaaahhh… aaaaahhh… me gusta… me gusta… qué bien se siente… aaaaahhh!

-Qué ricos tus gemiditos de actriz porno, qué putita más ardiente -me dijo Berenice. Me pasé la lengua por los labios y le sonreí, lanzándole un beso, cosa que ella me devolvió.

-¡Qué par de perras, cómo se revuelcan! -nos dijo mi abuelo. Lo miramos y le lanzamos un beso al unísono… era nuestro amo y señor, y nosotras, éramos sus putas fieles y obedientes. Berenice me levantó las caderas, perforándome con fuerza, mi último pensamiento coherente antes de obnubilarme de placer, fue preguntarme cuántas chicas afortunadas habría cogido Berenice de esa guisa.

-¡Aaaaahhh… sí, Berenice, písame, písame, soy tu puta! -chillé, y creo que logré prenderla de verdad con esas palabras, porque me regaló una pisada que no olvidaré jamás. Me corrí estrepitosamente, y Berenice se abrazó a mí, buscando mi boca, nuestras lenguas se entrelazaron antes que nuestros labios, y la puta me dejó ese dildo bien adentro.

Mi abuelo tuvo a bien librarme de los grilletes. Lo primero que hice fue abrazar y acariciar a mi nueva y preciosa amante.

-Vero, ¿sabes qué? Les mamé la verga a dos tipos antes de venir para acá, y no me he lavado los dientes ni nada -me confesó, mirándome con malicioso deseo. Tal confesión hizo que le chupara la lengua con toda mi alma, luego le susurré al oído:

-Se la chupé a mi abuelo después de haberte chingado, sin limpiarse -y nos besamos de nuevo, tocándonos sin pudor alguno.

-A ver, a ver… -dijo mi abuelo-, quiero que se hinquen, la una frente a la otra -y así lo hicimos, las dos sonriendo a nuestro macho-, oh, Dios, qué felicidad ver desnudas a dos mujeres tan bellas… ¿harán lo que les diga?

-Claro, abuelito -dijo Berenice, y me acarició el rostro.

Mi abuelo había sacado dos consoladores. En la base de los mismos colgaba una cadenita, para extraerlos. Nos dio uno a cada una.

-Ensalívenlos, ricuras -nos dijo. De inmediato obedecimos. Fue una experiencia extraña. B y yo no dejábamos de reírnos, incluso nos cambiamos el consolador varias veces, paladeando nuestras salivas… apenas el domingo no tenía idea de lo puerca que podía llegar a ser en cuestiones sexuales.

-Ahora, el consolador se lo meterán a la otra en el culo -nos ordenó. B y yo nos abrazamos le busqué el ano. Ella me lo encontró primero y se me nubló la vista cuando me metió casi de golpe ese objeto.

-¡Aaaaaahhh! -me quejé, calentándome a una velocidad vertiginosa.

-Vamos, Vero, métemelo, estoy que ardo -y como pude, temblando, le busqué la entrada del culo. Ella me ayudó a guiar el dildo y empecé a insertárselo-. Rico, pequeña, dale, sin miedo, mi culo probó verga desde los trece… -y el consolador quedó engullido hasta la base por ese ano devorador. La cadenita le quedó colgando como una rara colita, y pensé que de igual modo debían lucir mis nalgas.

La malvada Berenice usó sus dedos para presionarme más adentro mi dildo. Me aferré a ella y me dedique a lloriquear sin control. Mi abuelo nos tomó de las manos y nos hizo bajar de la cama. Adivinando sus deseos, lo desnudamos, llenándolo de besos. El se sentó en la afamada silla de madera… de tácito acuerdo, B yo nos hincamos ante él, y pasamos nuestras lenguas sobre su gordo y durísimo miembro.

-Ah, por fin, perritas mías. Creí que me iba a morir sin follarme a dos chicas al mismo tiempo -nos confesó, suspirando, acariciando nuestras cabezas. Berenice no dejaba de manosearme los pechos, ya me los tenía tiesos. Le sobé sus enormes nalgas, que no pude cubrir con una mano. Realmente me atraía esa mujer, fue entonces que me propuse estar a solas con ella, algún día, deseosa de que me enseñara más cosas.

Berenice me besó, y mi abuelo disfrutó viéndonos. Luego, Berenice se tragó el pollón de mi abuelo, dándome mucha envidia verlo desaparecer entero en esa boca experta en mamadas. B me guiñó un ojo, como diciéndome que luego iba a enseñarme. Ella se enderezó, alzando el rabo de mi abuelito en su boca, dejando el curtido escroto a mi merced, abrí mi boca y me tragué esa bolsita, masajeándola con mis labios y mi lengua. Berenice y yo estábamos muertas de la risa, mugiendo como locas.

-¡Ay, qué delicia, qué par de putas me conseguí, cómanmela, zorritas! -dijo mi abuelo, muy excitado. Me encantó sentirlo así de caliente.

Intercambiamos. Fue mi turno en devorar el pito de mi abuelo, y Berenice me ayudó a estimularlo, lamiendo la sección que no pude comerme, y entre las dos le masajeamos los guevos. Todo esa acción, ante las cámaras. Mi abuelo nos apartó a duras penas, ya que estábamos hechas unas fieras devoradoras de penes.

-Ahora las quiero a cuatro patas las dos, pegaditas, una al lado de la otra -nos dijo.

Relamiéndonos, obedecimos, y sobre la alfombra de su cuarto, mi abuelo tuvo a dos hermosas mujeres, como perritas, desnudas, una al lado de la otra. No por eso dejamos de besuquearnos. De verdad que me gustó Berenice. Ella abrió su boca y se quejó ruidosamente, mi abuelo la había penetrado, y con su diestra, me estimuló el coño expuesto, y así, nos tuvo a las dos gimiendo…

Fue maravilloso. Creí que una hazaña así sólo era posible para un negro musculoso, o para El Santo, pero nunca para un anciano barrigón, que nos tenía en la gloria a las dos. Mi abuelo también nos propinó unas buenas nalgadas a las dos.

-¡Oh, Facundo, eres el mejor, te amo, los amo a los dos! -gemía Berenice.

-Mis perras, ¿les gusta cómo disfrutan conmigo? -nos preguntó, embistiendo sin una pizca de compasión a Berenice.

-¡Sí, abuelito! -respondimos las dos, jadeantes, al mismo tiempo.

-¡Aaahh, Jesucristo! -exclamó Berenice, pasando un brazo por mi espalda- ¡Qué delicia!

Berenice había tenido su orgasmo, bastante explosivo, me pareció. Ella chorreaba sudor de su frente. Y entonces ocurrió lo impensable: mi abuelo se acomodó atrás de mí y me penetró.

-¡Aaaahhh, abuelito, mi vida! -grité.

-Este panzón tiene verga para las dos, tesoritos -nos dijo, para el colmo de mi alegría.

Sonreí gimiendo, la follada estaba genial, y Berenice se había tumbado debajo de mí para mamarme los pechos, y entre los dos me tenían aullando.

-¡Aaaaahhh…. Aaaahhhh… abuelo… vióleme, vióleme… soy la puta de los dos… aaaaahhh!

-Hija de puta, cerda -me dijo Berenice, mordisqueándome los pezones.

Mi abuelo clavó sus uñas en mis nalgas, bombeándome enajenado, y apenas sintió su verga bañada por mis jugos, me tiró del pelo, arrebatándole mis melones a B, haciéndome doblar mi espalda… y se corrió en mis pechos y en mi cara. De inmediato, Berenice se abalanzó sobre mí para lamer el semen de mi abuelo, que corría en riachuelos por mis dos montañas, en tanto que yo limpié su temblorosa verga con mi boca, finalmente, Berenice se me unió, lamiendo el semen de mis mejillas y de mi barbilla.

De nuevo, puestas a cuatro patas, juntas, sentimos a mi abuelo sujetando las cadenitas de los dildos. Tiró de ellos y gemimos las dos. Creo que mi abuelo fue más rudo con Berenice, por sus quince años de sodomía, mientras que yo fui tratada con más delicadeza. Mi abuelo me lo sacó despacio, y yo me retorcí de dolor y placer. Pero ahí no terminaba la cosa, y mi abuelo intercambió los dildos y nos los dio…

-Berenice trajo estas cosas limpias, debe llevárselas como las trajo -nos dijo mi abuelo, con un resplandor de morbosidad en sus ojos, que me hechizaron mientras introduje ese consolador en mi boca, saboreando el acre sabor del recto de la prostituta.

Me dio un retortijón.

-Déjalo, Vero, ya lo hago yo -me dijo B, quitándomelo y chupándolo embelesada. El otro consolador, que estuviera varios minutos incrustado en mi culo, yacía nítido y brillante de baba. El otro emergió de igual forma de la ávida boca de la ramera.

Mi abuelito cayó rendido, luego de su sobrehumana actuación. Eran casi las tres de la tarde. Berenice me pidió que no me vistiera, recogió sus cosas y la llevé a mi habitación, donde… me convertí en la puta de la puta de mi abuelo. Cuando se fue, al atardecer, le regalé un afiche autografiado y nos despedimos con un largo beso.

-Me gustaría verte de nuevo, preciosa -me dijo.

-Yo te llamaré, B -y ella se marchó. En mi habitación, antes de eso, en medio de un glorioso 69, Berenice me pidió ser su novia, yo dije que sí.

 

Verónica Padilla.

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