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Esclavizada (2)

en Erotismo y Amor

ESCLAVIZADA (2)

Ignoro el tiempo transcurrido desde la invasión e incendio de mi residencia rural hasta el día de hoy, cuando me han parecido meses los que he viajado prisionera de saqueadores bárbaros. Luego de violarnos, los bárbaros nos aprisionaron a mí y a mi esclava griega Safo, en una burda jaula sobre una carreta, que no requería mucha fuerza e ingenio sortear, el problema es que íbamos en medio de la muchedumbre de salteadores.

Durante el camino atacaron otro poblado donde fue introducida a nuestra celda una joven más, que ya no doncella, de cabellera negra y tez morena, quizás nacida en Hispania o tal vez nativa de Alejandría, pero no pude preguntar por haber perdido la conciencia, seguramente por haber recibido la misma bienvenida que me fue convidada en mi momento. Se veía tan joven como yo.

Al parecer alguien nos había clasificado como material de lujo, porque muchos otros esclavos prisioneros marchaban atados entre los pintarrajeados guerreros bárbaros, por lo mismo, nadie volvió a forzarnos después de aquella infernal noche. Aunque a veces, durante las noches, cuando los guardias asignados a nosotras llegaban a descuidarse un poco, era cuestión de segundos para que uno o varios demonios salvajes apareciera intentando abrir la jaula… pero siempre los guardianes regresaban y lo sometían, y hubo dos ocasiones en que llegaron a matar al libidinoso temerario.

Safo se apretujaba contra mí. Me daba tanto pesar, su rubia cabellera, siempre rutilante y lacia ahora lucía mugrienta y descuidada, su piel manchada, sus heridas, sus hematomas. A pesar de todo, ella era lo único que me quedaba. A veces nuestras miradas se cruzaban, dándonos cuenta de que nunca antes nuestros rostros habían estado tan cerca y en el fondo de nuestros ojos veíamos la una en la otra cierto sentimiento muy profundo e incipiente que se agitaba en nosotras.

-No te preocupes, saldremos de esta. Si llego a contactar a alguien que sepa latín podremos pactar un rescate -solía decirle-, enviaré una carta manuscrita a mi padre, seré concisa en que debes ir también para que no haya dudas, saldremos de esto juntas, Safo, ya verás.

Finalmente llegamos a la aldea de esa gente, si se le podía llamar aldea a ese conjunto de fortificaciones toscas de piedra y madera rodeadas de misérrimas chozas. Los edificios más grandes se erguían en el epicentro de ese caserío. Las tres fuimos desalojadas de la celda e introducidas en una especie de posada con ventanas muy altas y varios camastros. En poco tiempo, algunas ancianas llegaron y con todo tipo de hierbas y pócimas, nos dieron de beber y curaron nuestras heridas, en especial, nuestros magullados genitales y anos, al cabo de unos días, las chicas, que éramos seis en total, lucíamos como nuevas. Era obvio que nos reservaban para gente importante o al menos, muy rica.

A medida que nuestros cuerpos fueron recuperando su tersura, su suavidad, color original, su salud inicial, me di cuenta que veía a Safo con ojos diferentes, y que ella se ruborizaba mucho al verme a su vez. Las demás chicas eran muy hermosas también. Tres eran de otras tribus, una de ellas, Eilan, era de origen celta, de cabello castaño y ojos avellana. La otra chica que llegó con nosotros se llamaba Aline y era hija de libertos, pero, a diferencia mía, sus padres sí se encontraban en su casa cuando fueron atacados… y los asesinaron frente a ella, que sollozaba al referirnos su historia.

-Debemos ser fuertes, Aline, quizás podamos escapar -le dije, abrazándola y acariciando su cabello.

-Deja de decir boberías, nadie escapa de esta gente, y aunque lo hagas, morirás en el campo, te matarán otros bandidos o las fieras, o el frío o el hambre, cualquier cosa… -replicaba Aline, rehuyendo de mí.

Yo estaba aterrada como las demás, pero un último resquicio de romanidad en mí se esforzaba en mantener una esperanza y en servir de base para evitar que mi tiempo entre los salvajes me convierta en uno de ellos.

Durante la noche Safo y yo dormíamos juntas, cubiertas bajo gruesas pieles que nuestros captores nos dieron.

-Julia, tengo miedo -me confesó Safo, ya acostumbrada a llamarme por mi nombre, y su aliento cálido tocó mis labios, a poca distancia de los suyos-, lo más probable es que nos separen y no volvamos a vernos nunca más.

Guardé un pesarosos silencio, porque era una realidad muy factible.

-Julia quiero decirte algo, antes de que la lejanía me lo impida -y la miré a esos ojos azul cielo de mi ahora hermana de infortunio-, siempre pasé muy buenos tiempos a tu lado y no recuerdo que me hayas tratado mal, fuiste justa conmigo siempre, y más ahora que has intentado consolarme, porque desde hace algún tiempo, a medida que tu belleza florecía, también crecía en mi corazón una pasión que es reprochable, pero eso la hacía más intensa… Julia yo te amo… por eso me encantaba bañarte, vestirte y peinar tu cabello, para estar cerca de ti y tocar tu piel, tu cuerpo, olerte…

-¡Oh, Safo, mi amor! -exclamé, acariciando su bello rostro, sonriendo al saberse correspondida- Eres tan hermosa, y ahora sé que me amas, ahora que eres mi única familia, eres mi tesoro…

-Oh, Julia, que siempre fuiste una diosa por tu belleza, tenía miedo de decirte esto, porque si llegábamos a amarnos, la separación sería más dolorosa, pero consideré que también iba a ser horrible para mí llevarme todo ese ardor sin que lo supieras… tal vez en los Campos Elíseos podamos estar juntas y podría besar tus labios eternamente…

-Safo, que quieres besar mis labios, ¿dices? Teniéndolos tan cerca no lo haces, ven, démonos mutuo amor, las dos lo necesitamos…

Y así, llevadas de un intenso y súbito cariño, nos abrazamos bajo las cobijas, nuestros labios se unieron en un cálido beso de puro amor, nuestras carnes vibraron sincronizadas, debido a las almas gemelas que albergaban… las toscas túnicas fueron regurgitadas de aquél himeneo de amor femenino y la carne se entregó a la carne, amándonos, dándonos un piadoso trago de exquisita miel en medio de ese mar de acíbar pesadillesco.

Safo, que había oído cosas de otras esclavas griegas, supo cómo acariciarme mis agradecidos senos, que por fin recibían una caricia en tanto tiempo, haciéndome gemir y temblar de deseo y de amor, nuestra auténtica primera vez, con mi esclava amada, que ahora me esclavizaba con sus tiernos besos y caricias.

Aline, la joven liberta, morena y voluptuosa, se despertó seguramente y se quedó escuchando los gemidos y las frases cargadas de amor que nos intercambiábamos con mi bellísima Safo. Sentí que la cobija se alzaba y la recibí, abrazándola… ella buscaba un poco de calor, físico y emocional, mis labios la besaron… Aline nunca había besado a nadie, ni hombre ni mujer… pero nos transmitimos una energía tranquilizadora e incandescente, y pronto las caricias la hicieron gemir a ella también, dentro de este embriagante revoltijo de resoplidos y aroma femenino… las bocas besaban cualquier porción de carne que se les cruzara, chupaban sin piedad cualquier pezón endurecido que olisquearan, succionaban alguna otra boca, chupaban lenguas, paladeaban algún clítoris arrancando dulces exclamaciones a su dueña… las manos lo tocaban todo…

Así logramos hacer más llevadera la vida en cautiverio, cada noche, junto a Safo con quien estábamos enamoradas, nos lo demostrábamos sin pudor alguno, y Aline se nos unía, poco después la chica celta se animó y finalmente las dos, de otras tribus bárbaras… y hubo locas noches en que. en un lecho de paja le hacía el amor apasionadamente a una rolliza pelirroja teutona, en otro, Safo daba cátedra a la chica celta Eilan, y Aline aplicaba lo aprendido en una robusta joven rubia… al cabo de trece días, creo que las seis jóvenes habíamos tenido sexo con todas… todas podíamos decir que besamos cada boca, lamimos cada vagina, chupamos cada pezón y que no quedó en nuestras compañeras de cautiverio curva que nuestras manos no acariciaran.

Una noche la iluminación del fuego me pareció excesiva, y escuchamos clamores de lucha, gritos de mujeres y llanto de niños, el chocar de armas, el relincho de los caballos…

-Tienen que estar bromeando, ¿los está atacando otra tribu bárbara? -comenté, buscando algún medio u objeto que me permitiera alcanzar alguno de los elevados ventanucos para confirmar mis sospechas. Aline deseaba que fueran las legiones, pero para no descorazonarla muy pronto, no le dije que deberíamos poder escuchar el sonido de las armaduras, las trompetas y las órdenes en latín de los centuriones… no, definitivamente éramos atacados por otros bárbaros, y por lo que pude percibir, nuestros captores estaba perdiendo.

Un intenso golpe retumbó en la puerta de grueso roble de nuestra cámara de piedra. Las chicas chillaron del susto, y para mi sorpresa, yo no. Inconscientemente había asumido el papel de mantener la calma para ayudar a las demás a soportar mejor este amargo revés del destino. Hubo otro golpe, y un tercero, y luego otro… la madera comenzó a cuartearse y las astillas a volar, estaban usando un hacha sin duda, tenía que ser de esas gigantescas, empleadas por los guerreros nórdicos.

-Aquí vamos de nuevo -pensé- y quizás sean estos mis últimos momentos en esta vida…

Al considerar esto, una misteriosa calma me embargó, no así a las demás chicas, en especial Safo que se sujetó de mi brazo, sollozando de nuevo. Las puertas finalmente se abrieron y pudimos divisar varias siluetas sombrías de guerreros robustos y ataviados de cuernos y pieles frondosas, pero había algo distinto en su actitud, no se abalanzaron contra nosotras de inmediato, entre ellos emergió uno más delgado, que portaba una antorcha, que se acercó a nosotras, observándonos atentamente, buscando algo o a alguien…

El misterioso inspector farfulló algo en su idioma salvaje y sus subordinados se movieron hacia nosotras, subyugándonos en poco tiempo a pesar de los gritos desesperados de algunas, pero se limitaron a atarnos de pies y manos y a amordazarnos para después ser transportadas sobre la espalda de uno de aquellos colosos. ¿Será posible que mi padre haya contratado a otra tribu de bárbaros para buscarme o será que nos capturan para revendernos? Hubiera preferido atenerme a la primer posibilidad, pero la segunda estaba más acorde a la funesta realidad, a pesar de mis esperanzas.

-¡Safo, ten calma! -logré decirle antes de que pusieran un saco de tela sobre mi cabeza.

Fuimos introducidas de nuevo en otra carreta. Me sentí tranquila al comprobar que ni yo ni ninguna de las demás chicas fue forzada en este segundo ataque. No me cabía duda, la misión de esa gente era de recuperación específica, quizás la familia de alguna de las jóvenes bárbaras o tal vez de parte del clan céltico al que pertenecía Eilan.

Pasaron unas cuantas horas, hasta que amaneció. Cuando nos quitaron las capuchas, nos encontramos en una aldea muy similar a la anterior. Nos dieron frutos y agua, tuvimos que desayunar dentro de la carreta, que era la misma en la que Safo, Aline y yo llegamos a la primer aldea, donde estuvimos alrededor de un mes.

Luego vinieron unos hombres. La muchacha pelirroja se alegró de súbito y pronto fue liberada. Se abrazó con unos sujetos que debían ser sus parientes. Ví cómo un anciano barbudo le deba un saco pesado al que parecía ser el líder de nuestros nuevos captores. Comprendí que nos habían abducido para pedir rescates por nosotras, de inmediato le comuniqué mis conclusiones a Safo.

-Les diré que me permitan mandarle una carta a mi padre, vamos a regresar, Safo, ten fe -le dije, acariciándola para tranquilizarla-. También le diré a mi padre de ti, Aline, que eres una liberta…

-Te lo agradezco -me respondió, no muy convencida, pero sonriendo levemente.

Al mediodía, varios hombres armados abrieron la jaula y con burdas señas, nos dieron a entender que nos apeáramos del malhadado vehículo. Aparentemente tenían órdenes de tratarnos con cierta fineza, aunque sus ojos resplandecientes de salvajismo lujurioso no opinaban lo mismo… y ese resplandor en sus miradas, me asustó mucho, aunque muy en el fondo, me atrajo… esa misteriosa y abismal parte de mí que disfrutó aquella noche funesta seguía con vida… ese demonio…

Nos condujeron a una especie de castillo de piedra gris. Sus paredes desnudas, a excepción de algunos escudos y armas colgados de las mismas, así como antorchas, algunas de las cuales estaban encendidas por la oscuridad de varios tramos, atribuible a un pésimo diseño, pero qué otra cosa podía esperarse de esta gente.

Llegamos, al fin, a una estancia rectangular, bastante amplia, con ventanas cuadradas distribuidas en sus paredes, intercaladas por teas y más armas o escudos, más vistosos que los del pasillo. Habían más hombres alrededor de una mesa de madera, comiendo y bebiendo. Pude ver que la pelirroja estaba entre ellos, por la forma en que uno de los sujetos la abrazaba, supe que era su marido o su novio tal vez… la envidié por su buena suerte, de hallarse a salvo tan pronto, mientras tanto, debería valerme de toda mi astucia para salir de este atolladero, y quizás salvar a las demás.

Ví al líder de nuevo, sentado al fondo en un trono que era únicamente una silla de madera más grande y con más talladuras que el resto. Tendría unos cincuenta años, de miembros musculosos y llenos de cicatrices, que pude ver por causa de la corta túnica que vestía. Tenía una espesa barba negra y ojos rasgados, llenos de una artera frialdad. Se puso de pie al tenernos en línea frente a él, nos examinó, no sin cierto deseo. Sus ojos se detuvieron más que todo en Safo y en mí.

-Tengo entendido que hay romanas entre ustedes -dijo, para mi sorpresa, con voz cavernosa y torpe latín.

-Sí, somos nosotras tres -contesté de inmediato, indicándole a Safo y a Aline también.

El bárbaro se puso delante de mí. Le llegaba hasta el pecho amplio, era un auténtico coloso. Con un gesto sorprendentemente suave y gentil, me levantó la barbilla para verme la cara. Era un hombre inteligente, tal vez podría entenderme con él. No me causó la misma repulsión que el resto de ellos.

-¿Y qué haré con ustedes? -preguntó, retirándose a su trono, mirándonos, imponente.

-Escuche, señor…

-Wiglaf, jefe Wiglaf -me dijo, el jefe, presentándose al fin.

-Gran jefe Wiglaf -dije entonces-, mi padre es un hombre muy rico, pagará un gran rescate, por las tres y tal vez por las otras dos…

Wiglaf arqueó una de sus tupidas cejas y me preguntó: ¿Por qué quieres liberar a las demás? ¿Por qué no te ocupas de salvar tu propio pellejo?

-Ellas dos son mis amigas romanas, y las otras dos, no me sentiría bien dejándolas atrás -respondí, intentando mantenerle la mirada, que ahora lucía curiosa.

-Ya veo, eres muy honorable, aunque no deberías contar con que tu padre quiera o pueda salvar a más personas que a ti -dijo Wiglaf-. Por la chica celta vendrán en los próximos días, es hija de un clan amigo nuestro, lo mismo de la princesa Gudrun -y las tres romanas vimos a la rubia voluptuosa y sonrojada que había sido compañera de prisión, nunca se nos pasó por la mente que pudiera tratarse de una princesa.

-¿Qué haré con ustedes, entonces? Los romanos no son muy queridos por estos rumbos -insistió Wiglaf.

Di varios pasos hacia el jefe, algunos de sus guardias se aprestaron a atravesarme con sus lanzas, pero Wiglaf les hizo una seña y se detuvieron, comprendiendo que ni con una furia asesina poseyéndome podría representar algún tipo de amenaza contra su corpulento líder.

-Por favor, señor, se lo suplico, déjeme enviar esa carta, mi padre le pagará, se lo juro -yo estaba al borde del llanto, pero debía mostrarme fuerte ante mis amigas y ante ese hombre que deseaba quebrar mi serenidad.

-No sé, mocosa. Tal vez tengas razón, pero los romanos no perdonan. Nos hostigarán y tendremos que emigrar más al norte, mi pueblo y yo estamos cansados de esto… me pregunto si valdrá la pena tanta molestia…

-¡Por favor, señor! Diga el precio -en esto, me arrodillé ante él e incliné mi frente hasta casi tocar con ella el frío piso de roca-, tenga piedad de nosotras, por favor…

Detrás de mí, me pareció escuchar sollozos de Safo, debía resultarle muy difícil verme en esa posición.

-Los romanos no se han distinguido mucho por su piedad hacia nosotros -dijo Wiglaf.

-Lamento oír eso, señor, de verdad, pero apelo a su compasión, por favor, señor, mi padre es muy rico… le diré que usted nos trató muy finamente, que no nos tocó un pelo, por favor, señor… -no me sentía humillada, más bien impulsada por mi deseo de ayudar a Aline y a Safo.

-¿Y qué dirías si te digo que me ha fascinado la belleza de tu amiga rubia y que pienso clavármela toda la noche?

Al oír esto, Safo lanzó una exclamación de susto y comenzó a rogar que no le hicieran daño. Las cosas se ponían mal, pero aún así, debía mantener mi sangre fría.

-Señor -le dije, tocando sus rodillas-, señor, se lo pido… no lastime a mis amigas…

-Ustedes son mis prisioneras, puedo hacerles lo que quiera…

-Sí, lo sé, pero lo pido que no las lastime, ya han sufrido demasiado… señor Wiglaf, tómeme a mí -y me miró con más curiosidad que antes-, haré lo que me pida, sin oponer resistencia, pero por favor, no lastime a mis amigas.

-Ponte de pie, romana.

Lo obedecí, mirándolo a sus ojos grises.

-Desnúdate -ordenó.

No me importó que el salón estuviera lleno de gente, pensé en Safo y en Aline. Mi tosca túnica cayó al suelo, y no dejé de sentir cierta noción de vanidad cuando muchos hombres dejaron escapar murmullos de asombro, incluso Wiglaf abrió sus ojos, maravillado por mis encantos.

-¿Cuántos años tienes? -me preguntó, mientras sus manos ya rozaban mi piel.

-16 -respondí.

-Impresionante, eres una diosa -me dijo, extasiado, comprendiendo que si me olvidaba de algunos pudores y apelaba a mi astucia, podía conseguir mucho con ese hombre, mi jugada había sido maestra- ¿Cómo te llamas?

-Julia Serena, señor.

-¿Dices que dormirás conmigo a cambio de que ni yo ni mis hombres molesten a tus amigas?

-Es correcto, señor.

-¿Me la chuparías ahora mismo, enfrente de todos, si te lo ordeno?

Creo que me ruboricé y me asusté mucho, pero no podía destrozar mi fachada, le contesté:

-Lo haré sonriendo si me garantiza la inmunidad de mis amigas, porque ellas ya sufrieron mucho.

-¿Y tú no has sufrido igual? ¿Por qué te expones ahora?

-Señor, me alegra que le guste mi cuerpo, porque es suyo para que se divierta, mantenga a salvo a mis amigas y cumpliré sus órdenes, sin rechistar, sin oponerme…

Algo en sus toques me empezaba a gustar, ese hombre me pareció distinto, y pronto me di cuenta que no me resultaría tan difícil complacerlo. Wiglaf se sacó un miembro enorme, grueso y venoso, que hacía juego con su cuerpo hercúleo. Me puse de rodillas ante él, tratando de olvidar a la gente a mis espaldas. Nunca había hecho algo así, pero escuchaba los relatos de las esclavas y leí algunos libelos, así que tenía una idea.

Lamí ese pene. Wiglaf se estremeció. Empecé a besarlo y lamerlo, preguntándome cómo iba a tragarme esa vergota, y la idea de dormir junto a ese hombre pronto comenzó a empaparme… le agarré gusto a la felación, y mi lengua recorría feliz esa carne enhiesta, que pronto iba a penetrarme… entonces intenté tragármela, logrando a duras penas introducirme su glande. Su enorme mano se posó en mi cabeza, incitándome a tragar más, y realmente me esforcé, alcanzando a engullir un tercio de ese precioso dragón.

-Ya es suficiente, pequeña, usa tu lengua -me musitó Wiglaf. Me dediqué a lamer y besar el morro de esa cosa, hasta que la sentí vibrar, e instintivamente abrí mi boca y recibí la corrida del germano, saboreando su semen revuelto con mi saliva. El jefe jadeó, pareció satisfecho, mientras sus guardias aplaudían, chiflaban y aclamaban la hazaña de su líder.

Wiglaf balbuceó algunas órdenes en su dialecto barbárico y mis amigas fueron escoltadas fuera del salón, y el jefe me cargó en sus robustos brazos, desnuda, me aseguró la calma de mis amigas y me llevó a sus aposentos, colocándome en un lecho de algodón y plumas. Yo no sabía qué pensar, estaba disfrutando ese momento.

Wiglaf me contempló de pie, desnudándose. Me sentí tan bien sabiendo lo mucho que ese guerrero me deseaba, lo muy hermosa que le parecía… y yo lo admiré a él, su cuerpo musculoso de guerrero, tal vez su rostro no era de escultura griega, pero Wiglaf era lo más cercano a mi arquetipo de hombre, todo mi cuerpo ardía en deseo. Se acostó sobre mí, sosteniéndose de sus extremidades perfectas para no aplastarme, y me besó en la boca, quemando mi lengua con su aliento, ¿será posible que me esté enamorando de este hombre?, me pregunté.

Wiglaf comenzó a besarme y lamerme, prestando suma atención a mis redondos senos, que supo acariciar de manera que me hizo flamear como un voraz incendio, pronto estábamos tocándonos, me encantaba sobarle su rabo, y ya besaba su boca sin ninguna mueca de asco.

-Chúpamela otra vez -me pidió, me incliné de nuevo y volví a saborear ese pollón, intentando con genuino esfuerzo tragármelo todo. Wiglaf suspiraba y acariciaba mi bello cuerpo desnudo a su disposición, metiéndome sus dedos en mi coño, que por primera vez iba a ser penetrado consensualmente, e iba a recibir placer.

Wiglaf me detuvo y me tendió en el lecho, bajando con su boca hasta llegar a mi concha, que devoró en una combinación de delicadeza bárbara. No hace falta decir que me retorcí de gusto en su cama, mientras mi rey me sujetaba de mis contorneados muslos, que eran suyos… Wiglaf se sentó en el lecho, y con suma facilidad me hizo sentarme sobre sus piernas, quedando nuestros pechos de frente, poco a poco, me fui sentando en su tranca, cerré mis ojitos y saboreé como nunca mi primer penetración placentera…

El jefe bárbaro fue amable y lo hizo despacio, su verga parecía no tener fin, parecía una cabeza de hidra regenerándose ad infinitud y metiéndose en mi coño. Me abracé a él y lo dejé encargado, mientras yo lloriqueaba y enloquecía de lascivia. Paulatinamente, aquél monstruo entró en su totalidad, y Wiglaf me subía y me bajaba con firmeza y lentitud… perdí la cuenta de mis orgasmos esa noche, nuestras bocas no dejaron de besarse, hasta que Wiglaf me separó y me indicó ponerme como perrita, creí que quería mi culo, pero volvió a metérmela por mi fisura, esta vez con mayor precisión, y yo clavé mis uñas en sus sábanas, gritando mientras mi rey, impávido, bien aferrado a mi cinturita de avispa, entraba y salía de mí, demostrándome lo que era un macho bárbaro… Wiglaf me sujetó de mi largo cabello negro y aumentó sus punzadas, su enorme verga me tenía en los Campos Elíseos…

Wiglaf empezó a jadear y a resoplar, iba a correrse. Me la sacó y me obligó a recibirlo de nuevo en la boca, pero calculó mal y toda mi cara fue víctima de su candente escupitajo. Con su verga arrastró su semen hasta mis labios, donde se perdía en el voraz abismo, luego usó sus dedos para alimentarme con su leche caliente. Finalmente, le limpié el pene con mi boca y pude obtener un poco más de leche.

Nos acostamos juntos. Al rato, un sirviente trajo comida para mí. Aún desnudos, el rey decidió consentirme, me dio de comer uvas en la boca, me besaba sin parar. Estábamos apretujados y desnudos, en cuestión de minutos íbamos a follar de nuevo.

-Eres la mujer más hermosa que han estrechado mis brazos, Julia Serena -me confesó, acariciando mi rostro-, con el tiempo, aprenderás a apreciarme, y tal vez a amarme…

-Usted ha sido maravilloso, señor…

-Dime Wiglaf.

-Wiglaf, yo… disfruté mucho con usted, de hecho, esta es mi primera vez verdadera, si me entiende…

-Eres muy noble y valiente, Julia, cuidas a tus amigas, exponiendo tu vida y tu honor. Esa cualidad de preocuparse por los demás es la indicada para una reina…

Eso sí me agarró de improviso. Nunca se me ocurrió convertirme en la esposa de un caudillo bárbaro. Y Wiglaf no era cualquier bárbaro, sumado esto a que lo amaba. No supe qué responderle.

-Tal vez conmigo no tendrás muchas comodidades que tenías en Roma, pero, piénsalo, mi amor, serías una reina, y yo gobierno sobre muchos hombres.

-Dame un día para pensarlo -le contesté. Sin más palabras, Wiglaf me hizo el amor de nuevo, con renovada ternura, su potencia era maravillosa, cogimos casi hasta el amanecer y experimenté la gran satisfacción de amanecer abrazada a un hombre… lo amaba, había tomado una decisión.

Continuará…

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