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Horas Extra (4: Soy una ninfómana... ¿y qué?)

en Confesiones

HORAS EXTRA 4:

SOY UNA NINFOMANA… ¿Y QUE?

Hola, soy Lucía. Mi cabello es castaño oscuro y casi siempre me ha gustado usarlo un poco más debajo de mi nuca, mis ojos café claro, mi piel blanca, un poco sonrosada, me considero muy atractiva, nunca me faltan pretendientes, pero hay ratos en que no sé que hacer con tanto buitre… mi vida sexual es muy activa, aunque no necesariamente satisfactoria, he tenido muchos amantes guapos y jóvenes, con buenos aparatos que me han dado buenos orgasmos, creo que les mencioné que hace como un año tuve un trío con dos chicos bastante adorables del departamento legal, de 27 y 32 años, el último de ellos casado pero obviamente me importó un bledo, me destriparon en mi propio apartamento, toda una noche, fue muy bueno…

Pero algo estaba ausente de mi vida sexual, y no sabía qué era. De algún modo me sentía sola, necesitaba algo pero ignoraba la naturaleza de este algo, o tal vez lo sabía pero me daba miedo aceptarlo y disfrutarlo. Soy una ninfómana, me he reprimido bien, pero creo que mis prejuicios morales han perdido la batalla, y paulatinamente, la viciosa en mí ha ido naciendo, o no, me equivoco, siempre estuvo allí, pero ahora se ha vuelto más poderosa en mi fuero interno, está tomando las riendas, es como aquella canción ochentera, no sé si la recuerdan… i’m so excited, i can deny it, i’m gonna loose control and i think i’ll like it... no me acuerdo del título pero va así…

Una locura que hice a principios de este año, se las voy a confesar, nadie lo sabe aún, excepto el afortunado joven… me sentía muy sola en mi apartamento, cometí el error de ver unas películas pornográficas, especialmente una de un gangbang, había oído de orgías pero nunca había visto una, de una bien voluptuosa morena con diez tipos… al principio me escandalicé en mis adentros, pero luego tuve que admitir que esa mujer se la estaba pasando de maravilla y que incluso iban a pagarle… la envidié… ¿debería hacerme actriz porno?, me pregunté entonces, y en algún lado de mi ser, algo saltó de emoción… eres muy sexy, Lucía, serías un éxito, cientos de marginados masturbándose mientras te ven coger y se imaginan que te hacen cosas… ese pensamiento me encendió como si yo fuera madera seca ante una chispa, y no pude evitar reírme aunque nadie me escuchara… intenté masturbarme, pero no funcionó… me esforcé realmente, pero de repente, una voz diabólica en mi cabeza, me sugirió una idea tenebrosa… para lo remilgada que intentaba ser en aquellos días.

Había mucha comida en la refri, pero aún así, temblando mis dedos, marqué el número y pedí una pizza. Ordené cualquier cosa y colgué, muy nerviosa. Casi llevada de una fuerza ajena a mi voluntad, como poseída por algún demonio lujurioso, me puse una tanga negra y una camiseta muy corta y vieja, que apenas y me cubría los senos, finalmente, puse una toalla alrededor de mi cintura, recuerdo que era una de mis toallas favoritas con el demonio de Tazmania dibujado sobre ella… me encanta Taz, si existiera, creo que quisiera cogérmelo… jaja!!

Treinta minutos después, justo como decía el lema, sonó el timbre de mi apartamento. Tragué saliva y la voz me recordó que era muy tarde. Me ví en el espejo y me parecí muy sexual, tomé un poco de confianza en mí misma (entiéndase, en mis curvas) y abrí la puerta. Creo que en mi coño advino un tsunami de lujuria al ver al chico que traía mi pizza, era casi un niño, blanquito, de pelo negro y ojillos rasgados que le daban una expresión tan inocente, que sólo aumentó en mí el extraño ímpetu que me poseía… sus ojos casi se salen de sus cuencas, clavados en mi redondo busto… y sentirme deseada me puso muy, muy caliente…

-Entra -le dije-, ponla acá -le indiqué, la mesa de concreto que separa la cocina de la sala y que también será un mudo testigo de eventos muy reprochables.

El chico entró y puso la pizza donde le pedí, sin disimular su asombro ante mi cuerpo. Entonces mi plan pasó a su segunda fase e "involuntariamente", se me cayó la toalla, quedándome sólo con mi hilo dental negro y mis glúteos en todo su esplendor. El chico, envuelto en una de esas inmensas chumpas de las pizzerías, abrió su boca y se ruborizó como un tomate.

Fingí no darle importancia al asunto y me dirigí al sofá donde estaba mi cartera, y me incliné a sacar el dinero, tardándome un par de minutos, que sé que el jovencito disfrutó, pero nunca como yo, sentí el calor de su mirada en mi culo, mis manos temblaban, y me costó reunir los billetes, necesitaba sexo, iba a haber sexo, yo como mujer podía causarlo… creo que hasta ese día de mi vida lo comprendí, algo que con cuidado podría usar como un poder terrible…

Finalmente, avancé a él con el dinero. No hace falta mencionar que cerré la puerta cuando el mozo entró. Me encantó, me derritió la forma en que me miraba… ese mocoso me deseaba con cada fibra de su cuerpo, tanto como yo a él, debo admitir…

-Toma -le dije, pagando la pizza. Había traído un billete de diez dólares aparte y se lo tendí, pero cuando quiso tomarlo, lo aparté con inusual agilidad de parte mía, porque suelo ser muy torpe pero esa noche fue especial, una magia en mí actuaba, la otra yo tomaba las riendas… -un momento, nene -le dije, sonriendo.

El chico me miró, con sus ojitos brillantes, estaba a punto de violar a un niño… y esa idea me tenía ardiendo y mi sexo inundado, iba a hacerlo, necesitaba hacerlo… necesitaba con urgencia una verga de carne, caliente, dura, que yo pudiera chupar y montar…

-¿Qué clase de propina quieres, nene? -pregunté entonces, sorprendiéndome a mí misma ante una propuesta tan descarada, ¿qué me pasaba, acaso alguna entidad maligna, algún súcubo se había apoderado de mí? No Lucía, eres tú, la verdadera tú, te gustan las trancas bien tiesas, eso es todo, eres una puta y muy en el fondo te gusta, puta, puta, puta… me dijo la voz, la voz de mi verdadera yo… muy a pesar mío…

El joven me miró con asombro y terror, su boquita gesticuló. Puse un dedo sobre esos labios juveniles.

-¿Qué te pasa, bebé? Te has quedado mudo, dime, ¿qué clase de propina quieres?

-Yo no sé, señorita -logró responderme, agitado, respirando pesadamente.

Casi sin darme cuenta, iba dando paso tras paso, y el mozalbete pronto golpeó la puerta de entrada con su espalda, lo había arrinconado. Yo era unos cuantos centímetros más alta que él. Me le acerqué mucho, mi boca muy cerca de la suya. Me encantaba la situación, y me aterraba al mismo tiempo…

-Pues, iba a darte diez dólares de propina, crío, pero, recordé que por diez dólares puedes conseguir que te la mamen en los peores lugares de la zona roja -le dije claramente, con una voz seductora que me costó reconocer como mía, lanzando adrede mi aliento sobre su boquita trémula para que se lo tragara. El mensaje estaba dado, y esto lo asustó y lo excitó, relamiéndome los labios al ver las gotas de incipiente sudor descender raudas por su tez.

-¿Me la va a mamar? -me preguntó, esbozando una débil e incrédula sonrisa, con razón, porque cosas como las que yo estaba a punto de desencadenar simplemente no sucedían, sólo en películas y en relatos eróticos…

-No lo sé, dímelo tú, amorcito -repuso la ninfómana interior, ya sentada en la cabina de control de mi personalidad. Ya nada me importaba… reputaciones, carreras, "dignidad", "amor propio" (que es la excusa favorita de las estúpidas remilgadas para evadirse del sexo, pero no me enojo, así las putas como yo tenemos más carne de donde elegir)… nada-. Amorcito, voy a tener que darte el dinero si no me dices qué maldita clase de propina quieres…

El chico me miró a los ojos, y su instinto reproductivo pronto fue imponiéndose a su inicial temor, sin desterrarlo del todo. El resplandor de sus ojos infantiles era una mezcla de aprensión y deseo.

-Chúpamela -musitó entonces, retumbando tal frase en mis oídos, a pesar de que la pronunció casi con voz de ratón.

-¿Qué dijiste, bebé? Dímelo más fuerte -jugué con él, aproximando mi cara a la suya, rociando su oreja con mi aliento… yo estaba como una leona a punto de saltar sobre un ciervito para devorarlo… eso que fuera que me estaba poseyendo y compeliendo a tanta locura, me encantaba… como la canción que les mencioné antes…

Entonces, el chico me miró a los ojos y me dijo con voz clara: Chúpamela.

Le sonreí y le dí un beso en la boca, primero de labios contra labios, luego mi lengua violó esa boquita tan linda, y no tardó en encontrar una sanguijuela adentro, deseosa de enrollarse a mí y no soltarse jamás… como sea, me zafé de esa lengua y fui descendiendo, manoseándolo, apoyando mi cabeza en su pecho y en su estómago, hasta quedar de rodillas ante el atónito muchacho.

Mis manos -ya no temblorosas empero seguras de lo que hacían- buscaron su pene, se abrieron paso entre la chumpa y el pantalón, y entonces toqué una carne muy tierna que en segundos se puso dura en mis manos, al tiempo que el bebé daba un fuerte suspiro y empezaba a resoplar. Había alcanzado la plaza fuerte, metáfora que la gustaba usar al divino Marqués.

Pronto apareció ante mí una verga blanquita, rosadita, dura como una piedra, con un honguito sonrosado, que me inspiró una ternura casi maternal. El chico casi lloraba.

-¿Eres virgen, bebé? -le pregunté, descargando el primer lenguetazo, que lo hizo soltar un gritillo inesperado. El chico sólo supo asentir apresuradamente. Me sentí tan feliz del pastel que la diosa Lujuria había decidido enviarme para comérmelo yo sola.

-¿Y cuántos años tienes? -le pregunté, tocando su glande con la punta de mi lengua y moviéndola circularmente, de una manera que sé que enloquece a los hombres, lamiendo esa verga joven como si fuera un helado.

El muchacho casi se desvaneció pero se sostuvo de la pared y del cerrojo de la puerta, jadeando varios segundos. Luego respiró y me contestó: Acabo de cumplir dieciocho.

-¡Ay, qué rico, papi! -exclamé, regocijada al darme cuenta del tesoro que me estaba metiendo en la boca- ¿Quieres salir hecho un hombre de aquí, mi amor? -y me tragué su polla. El chico gritó y se aferró de mi cabeza. Empecé a chupar despacio, quería disfrutar tanta juventud, nunca antes había desvirgado a un chico, varias amigas me decían que era un sueño en toda mujer, pero pocas se decidían a cumplirlo… yo lo estaba realizando y amé cada instante.

-¡Aaahhh, preciosa! -me dijo, y acentué la intensidad de mis succiones- ¡Sí, te quiero coger, te quiero coger toda… te quiero dar la vuelta entera! -me reí con aquella verga bien ensartada en mi garganta, de pura felicidad, usé mi mano para pajearlo y pronto tuve en mi paladar leche tibia y virgen, creo que mugí de puro vicio al saborear ese manjar, y el poco control que había en mí, la voz de mi conciencia, se fue al carajo… sólo quedó la ninfómana.

El chico se deslizó y quedó sentado frente a mí, con su espalda apoyada en mi puerta. Miró hipnotizado cómo me relamía su semen que chorreaba mis labios y mi mentón, recordé algunas escenas de la porno que había estado mirando y abrí mi gran bocota, haciéndole ver su semen untado en mi garganta, cual gelatinosa telaraña mezclada con mi saliva, luego tragué con maña y la volví a abrir para demostrarle que todo su precioso semen ahora estaba en camino a mi estómago. Mi mano derecha nunca soltó su polla, que seguía igual o más dura, y me incliné para limpiar el semen que había quedado en esa cosita tan apetecible. El muchacho gimió pero empezó a acariciarme la espalda, y tímidamente buscó mis piernas, era tan inocente.

Enderecé mi columna y le sonreí, recién dejando su instrumento limpio y reluciente de mi saliva.

-¿Te gustó, ya te la habían mamado antes? -le pregunté con voz felina.

-No, nunca había puesto a cantar a nadie -me respondió, ruborizándose, pero ya agarrándome el juego, pronto iba a ser él quien saltara sobre mí. Me reí al escuchar la expresión, no me acordaba de esa forma de llamar al sexo oral… "cantar".

-Cuando el micrófono está buenísimo, yo canto mejor, chiquitín -y me incliné para besarle esos labios de ensueño, un beso que él ya me supo responder, y sus manos, al principio acariciaron mi rostro, pero luego, para mi gozo, buscaron mi pecho, sobándome los melones por encima de mi escasa camisita, pareciéndome recibir tenues descargas eléctricas de esos dedos juveniles e ingenuos, pero no por eso menos viriles y lujuriosos…

Me enderecé un poco y crucé mis brazos tras mi espalda. Yo ya sudaba un poco, creo que no he recalcado el hecho de que sudo mucho cuando me revuelco. Saqué mi pecho, haciéndolo ver un poco más inflado y firme, y sin terminar de creérmelo, ordené al muchacho:

-Rómpela, vamos.

El chico vaciló un instante pero luego, con sus dos manos, desgarró mi miniseta, dejando mis dos cocos desnudos a su total merced. Su cara se iluminó como quien encuentra el Santo Grial, lo que me hizo muy feliz de pura vanidad; los trozos de tela cayeron a ambos lados de mi cuerpo.

-No van a morderte, niño. Tócame, bésame… -le incité. Y me sentí en la gloria cuando sus manos cálidas se apoderaron de mi busto indefenso, manoseándome casi con temor reverencial, con respeto, incrédulo, pero, poco a poco, su deseo se fue imponiendo y acercó su boca casi desesperada por probar mi carne a uno de mis pezones, cerré mis ojos y el muchacho me arrancó mi primer gemido de la noche, mientras me chupaba los senos como un bebé… y me sentí como una madre seduciendo a su hijo, esa idea mandó corrientes caloríficas por todas mis células, ¿qué clase de enferma soy?

-¡Ay, sí, mi bebé, qué bien lo haces! -le decía, con mis ojos cerrados, y mis manos, casi poseídas por sendos súcubos, no sé cómo, habían liberado a mi joven amante de esa enorme chumpa rojiza que lo cubría, dejándolo en camiseta que ni me fijé qué color era o qué decía porque se la saqué con sobrehumana destreza, develando ante mí un pecho terso y blanco, de un jovencito.

El chico pareció avergonzarse de no poder lucir un cuerpo más musculoso o varonil, pero a mí me pareció algo bellísimo, e incluso sentí pesar por estar seduciendo a ese angelito hermoso. Mis manos acariciaron ese pecho suave y cálido, estremeciéndose el mozalbete, me acerqué a su oído y le dije: "Eres lindísimo, te voy a comer de pies a cabeza, mi amor." Y deslicé mi lengua en su oreja, sacándole un suspiro. Pronto, mi querubín de lujuria recuperó su confianza y nos abrazamos, besándonos y metiéndonos mano como si el mundo se fuera a acabar mañana, no hubo una curva de nuestros cuerpos que estuviera vedada al otro, tomando en cuenta que sólo una tanga negra se interponía en mi total desnudez… las manos del muchacho pronto se cebaron con mis nalgas, masajeándomelas y apretándomelas, siempre me encantó sentir dedos masculinos tocando sin un ápice de pudor mi sensible trasero.

-¿Te gusta mi cuerpo, leoncito? -le pregunté.

-Sí, eres hermosa como una diosa, pareces una chica de revista -me confesó, su mirada obnubilada de tanto deseo y ante la expectativa de la ineludible cogida que iba a darle, o que estábamos a punto de darnos.

-¿De qué clase de revista, angelito? -quise saber, divertida y excitada, me encantó decirle tantos apoditos tiernos.

El chico se rió un poco, besándome el cuello, y a mi palpitante oído me dijo: Bueno, pues, Playboy, Penthouse… pareces actriz porno, ¿lo eres por casualidad?

Me reí, curiosa, sin poder creer que hace menos de una hora pensé qué sería de mí si ingresara al mundo de la pornografía. Sin dejar de besarnos ni de manosearnos -yo ya le estaba sacando la faja-, platicamos más:

-No soy actriz porno, ¿pero crees que sería un éxito?

-Claro, eres hermosa, saldrías en las portadas de las revistas, habría pósters de ti, te filmarían haciéndolo con mujeres, con varios hombres a la vez… -lo que me decía me ponía los pelos de punta… ser una pornstar, nunca se me había ocurrido, pero era factible… por ahora…

-¿Te parece que debutemos en el cine porno, amor? -le propuse entonces - Tengo una cámara en la computadora de mi cuarto, ¿te parece que grabe cómo nos revolcamos? Podrías llevarte una copia y presumirlo con tus amigos.

En ese instante, casi con furia, le bajé los pantalones, obligándolo a sentarse en el piso, hasta que removí esa molesta prenda que vedaba la visión de ese par de piernas blanquitas y robustas. Creo que fue una escena memorable: yo, Licenciada en Economía, arrodillada sosteniendo los pantalones del chico, con una tanga negra por única prenda, y un muchacho de la pizzería en bóxers y zapatos únicamente, sentado ante mí, excitado, con su pija enhiesta, lista para hacerme lloriquear como una puta de callejón, o como la actriz porno que iba a interpretar en ese jueguito lujurioso…

-Ven -le dije, tomándolo de las manos. El chico se dejó hacer, como un niño, y lo conduje a mi habitación, tendiéndolo en la cama desarreglada, donde minutos antes había querido paliar mi soledad masturbándome sin buenos resultados.

-Quédate sentadito -le dije y encendí y coloqué la cámara en posición hacia mi cama, para filmar todo lo que estaba a punto de pasar-. Ya está. Quítate los zapatos, te quiero desnudito -y para darle el ejemplo, me deshice de la tanga que ya casi me resultaba molesta, y los ojos del chico se alumbraron de nuevo, como quien descubre las ruinas de una ciudad antigua.

El chico obedeció a velocidad luz, y ese cuerpecito sonrosado, apenas salido de la pubertad estaba allí para mí, ese banquete para mí solita. Se me hizo agua la boca, creo que aún más a mí que él respecto de mi cuerpo. Puse el Media Player, poniendo música no muy alta, una lista que había hecho ha días con Soda Estereo, Heroes del Silencio y Rata Blanca (Mujer Amante en versión acústica, un novio que tuvo la puso cuando acabábamos de echarnos un polvo, mientras nos dábamos las caricias y besos luego del coito, desde entonces adoré esa canción), entre otros, siempre había querido follar con semejante soundtrack.

-Acuéstate -le dije, adoptando mi voz un tono de línea sexual que me erizó el pelo, y acomodé al zagal de modo que quedara de lado ante la cámara. Me subí sobre él, aplastando su verga con mi coño, y el chico gimió al sentir mi humedad sobre su vibrante erección. Nos besamos de un modo muy dulce, como una madre besaría a su hijo si estuviera enseñándole a amar… no sé por qué esa morbosa idea se mantenía recurrente en mi cabeza, pero por un instante, sentí pánico al imaginar mi actitud si llegaba a tener un hijo varón… pero borré esas fastidiosas elucubraciones entregándome al melifluo sabor de los labios de ese joven, abrazándonos y tocándonos por todas partes.

A pesar de la música, la canción predominante fue la que compusimos con los chasquidos de nuestras lenguas, nuestros chupetones, nuestros "mmmmm’s", yo había empezado a mover mis caderas con suavidad, masajeando con mi coño inundado esa verga que estaba a punto de comerme, no con mi boca precisamente… el chico me abrazó con fuerza, gimoteando.

-¡Oh, mi amor, qué rico! -me dijo- ¡Pero ya no aguanto, quiero metértela!

Fue casi una orden, que cumplí encantada. Me incorporé, sentándome sobre sus caderas a horcajadas, acomodé esa preciosidad de palanca y rocé los labios de mi segunda boquita con ese hongo, haciendo gemir de desesperación a ese mozo guapísimo, haciéndolo sufrir a propósito. Pero mi paciencia también se acababa, algo en mí urgía que montara esa pija como si no hubiera un mañana. Con una lentitud que a mí y al chico nos pareció casi una tortura, me fui dejando caer, enterrándome esa tranca febril, metiéndome esa cosita tan llena de vida, el chico tocó mis senos y se quedó quieto, gimoteando con sus ojillos cerrados, disfrutando ese momento, su desvirgamiento a manos mías, lo cual era un honor. Finalmente, mis manos se apoyaron en su vientre, y experimenté el solemne y sabroso momento en que mi pubis topó con la de él, habiéndome encajado esa verga, fundiéndonos así en un solo ser.

-¡Ay, Dios, qué rica tu verga, chaval! -le dije, ya sin control sobre mí misma, mi boca ebria de lujuria diciendo cualquier cosa- ¡Ay, qué rico, qué rica la tienes!

-¡Qué buena que estás, perra! -me alabó, prendiéndome más, ya insultándome, dándose cuenta que empezaba a hacerse dueño de la situación. Yo no me hice rogar más y empecé a cabalgar ese caballo salvaje y hasta entonces virgen, primero despacio, acelerando gradualmente, con mis manos tocaba mis senos, estimulándome, mientras el chiquillo con una mano se agarraba de mi talle y la otra se la llevaba a su cara, atiborrado de placer- ¡Ay, mi amor, me tenés en el cielo, mami! -me decía.

Yo empecé a quejarme, de orgullo por desflorar a un chico, de felicidad lasciva por el excelente polvo que me cayó del cielo y por no sentirme sola, de realización al ver que cuando me propongo tener sexo, puedo conseguirlo… cabalgaba ese animal, que me electrocutaba las entrañas, olvidé todo pudor, toda moral, que son quimeras… lo real era esa verga dura bien adentro de mí volviéndome loca de placer, haciéndome chillar como si me estuvieran matando…

Sin poder creérmelo, el chiquillo con su polla rápidamente me arrastró a las puertas de lo que se vaticinaba un orgasmo de película -y que quedó filmado-, pocas veces me había puesto tan escandalosa, me incliné sobre mi mocoso amado y rodeé su cabeza con mis brazos, aferrándome de él para mover con más furia mis caderas… el chico me abrazó por la cintura y me apretó contra él… durante unos segundos maravillosos, fuera de todo tiempo, la música fue eclipsada por nuestros bramidos de animales apareándose, yo lloriqueaba como si me estuvieran desvirgando, y el mozalbete no se quedaba atrás…

-¡Mi amor, mi amor, mi tesoro…! -me decía, casi al oído.

-¡Ay, me matas, angelito, vente conmigo, vente ya! -le respondí, y proferí un alarido al sentir su leche cual lava ardiente socarrándome por dentro, golpeándome con fuerza esos chorros, causándome un espasmódico orgasmo que me hizo mantener una nota con mi voz durante treinta y un segundos -los medí luego en la filmación almacenada en la computadora, no es broma-.

Me quedé abrazada a ese hombre, que ahora lo era y bien hecho, sintiendo mis jugos derramarse sobre su espléndido miembro, resoplando los dos, agotados, como regresando de la muerte. Lo besé en la mejilla y le lamí la oreja, jugueteando con su pabellón, casi automáticamente, porque mi razón andaba lejos de mi cuerpo. Las manos del chico se dirigieron a mis nalgas, agarrándomelas y magreándomelas como quiso, eran suyas, esa noche ese chico fue mi marido.

-Eres estupenda, mujer, nunca imaginé que mi primera vez iba a ser así de increíble -y buscó mi boca y nos dimos un buen besote-. No es que me enoje, preciosa, pero, ¿por qué lo hiciste?

Lo besé un momento, me encantaba el sabor de sus labios adolescentes. Luego respondí: Me sentía sola, nene -y le acaricié el rostro sudoroso, que ayudé a limpiar con mi lengua bien dispuesta.

-No entiendo, usted es muy hermosa, demasiado hermosa, no puedo creer que esté sola.

Me encogí de hombros y lo ví a sus ojos, nuestros rostros casi pegados. Nos besamos un largo rato, por instantes tiernos besitos de labio y después lascivos besos donde nuestras lenguas se enredaban.

-¿Cómo te llamas, mi amor? -le pregunté, sobre-excitándome al darme cuenta que por vez primera había hecho el amor con un completo desconocido.

-Jacobo -me contestó.

-Jacobo, mi amor, qué buen polvo nos acabamos de echar, ¿verdad? -le dije.

-Nunca lo voy a olvidar, amor, ¿cómo te llamas?

-Soy Lucía -y lo besé-, pero puedes llamarme perrita y en estos momentos, soy tu esclava, Jacobo, y haré cualquier locura que tú quieras -a todo esto, su pija semi-fláccida aún estaba sepultada en mi interior, causándome un exquisito cosquilleo.

Jacobo me besó, manoseándome, pronto aprendió a besar a mi estilo, y estuvimos unos veinte minutos en eso. Luego salí de la cama y le dí pausa a la cámara. Comimos en mi cuarto la pizza que él había traído y le dí de beber vino tinto, suave pero lo tocó, de ese Reunite, no sé si lo venderán en los países de ustedes los lectores.

-Mis amigos nunca me van a creer -me dijo, dándome un poco de pizza en la boca, estábamos desnudos, nos sentíamos bastante cómodos y con confianza.

-Te daré una copia de nuestra porno, amorcito, tienes todo el permiso de enseñarles lo bien que montaste a una puta calenturienta -le dije, y una parte de mí se escandalizó al referirme a mí misma de ese modo, esa parte de mí era la "yo" que normalmente dominaba mi personalidad.

Le acaricié la verga a Jacobo, que ya la tenía un poco avivada, y se puso dura en mis manos.

-Quiero el postre, bebé -le dije. Jacobo estaba sentado a la orilla de mi cama, y yo, luego de reactivar la cámara de la PC, procedí a hincarme frente a él, en el piso, ante sus piernas abiertas. Me apoyé en sus sonrosados muslos y me incliné para obsequiarle una segunda mamada, con más hambre que la primera. Jacobo se puso tenso y de nuevo colocó sus dos manos a ambos lados de mi cabeza, y pronto fue él quien dirigía el ritmo de la felación.

-¡Qué perra tan maravillosa eres! -me decía, suspirando, pero no quería que se corriera en mi boca, anhelaba un polvo más, con todas mis fuerzas.

Aborté mi chupada y lo besé, aparté la caja de la pizza y me puse como perrita en mi cama. Jacobo entendió y se arrodilló detrás de mí, y se dedicó a besar mis glúteos, manoseándolos y metiendo dedos en mi coño, seguramente habría visto unas cuantas pornos y ya tendría una idea -para los que creen que la pornografía es inútil-, su lengua aviesa de mi carne, a veces se desviaba y chocaba en mi asterisco, lo que me arrancaba fuertes gemidos… nunca les había confesado que a mí me encanta que me mamen el culo, el primer hombre con quien tuve sexo lo descubrió y a veces me lamía y chupaba el recto por espacios de media hora, y actualmente, creo que el conserje cuya perra soy empieza a descubrirlo, pero regresemos a la lengüita de Jacobo, que se mantuvo pugnando por meterse en mi ano durante un instante que me pareció una eternidad de sublimes caricias…

-¡Ay, mi príncipe, qué rico me comes el culo, amor mío! -le dije emocionada, tal vez entendía que deseaba que me lo mamara, y casi me desmayo de puro goce cuando sentí sus tiernos y angelicales labios besándome el ojo del culo, metiendo sus deditos rosados y yo bien agarrada de mi almohada, mordiéndola porque me parecía que mis gritos iban a oírse en todo el edificio.

Intenté incorporarme, zombificada por esos lengüetazas descarados, mi cabeza colgó un momento, abrí mis ojos y ví que Jacobo con una mano se estaba pajeando. De modo instintivo, estiré mi brazo derecho y atrapé su polla, acariciándola con mis dedos, y como respuesta a mi obsequio, Jacobo me chupó el culo con un amor y una dedicación tales que me hizo correrme allí mismo. Jacobo untó su mano con mis jugos para lubricar mi recto.

-¡Mi amor, sí, encúlame, dame por el culo, destrózamelo, viólame toda! -farfullé, yo era toda un nervio sexual gigantesco, un juguete en manos de ese chico que llegó inocente y ahora me manipulaba y me hacía lloriquear con sus caricias, su relativa torpeza lo dotaba de una brusquedad que me enloquecía.

Su polla entre mis dedos ya rezumaba un poco de líquido seminal, que me llevé a la boca, dejando esa verga libre para ensartarme por donde más me gusta -cosa que admitiré hasta el día de hoy, luego que la maravillosa criatura del conserje hizo lo que quiso con mi culo-. Jacobo adoptó la posición y empezó a penetrarme, costándole mucho -que lo intente ahora, en mi época postEsteban, creo que hasta una mano podrían meterme- y causándome gran dolor, pero aún así, quería sentir ese pene bien comido por mi tercera boquita, la más ávida de todas.

-¡Sigue, amorcito, sigue, no pares, te lo suplico! -le dije, tiesa como estaba sujetando mi almohada como si fuera un pilar de salvación. Estiré mis brazos hacia atrás y… me abrí las nalgas, como lo había visto hacer en las pornos, cuando no me imaginaba a mí misma en esa situación… pero dejé de pensar en todo esto cuando Jacobo comenzó a ingresar en mí, sujetándome las nalgas sobre mis manos, gimiendo él a su vez…

-Siempre quise culearme una perra… -confesó, con voz forzada, como cuando hacemos esfuerzo para cagar un mojón difícil, cosa que yo estaba haciendo pero a la inversa.

-¡Ahí tienes mi culo, amor, para que te lo quiebres como quieras… aaaahhh… mi Jacobo… hazme tuya! -exclamé como loca, fuera de mí. Jacobo me la metió toda, porque sentí su pubis aplastando mis dedos entre él y mis carnosos glúteos. Volví a aferrarme de la almohada, gritando, y Jacobo se apoderó de mis nalgas, bombeando despacio, consciente de la delicadez de las paredes anales, que gracias al cielo iban ensanchándose, porque deseaba una culeada de orden como un drogadicto desesperado -tuve mi época de drogadicta, pero eso ya es harina de otro costal, hermanos-, y Jacobo pareció adivinar mis deseos y a medida que sentía mi culo adaptándose a las dimensiones de su verga, su velocidad se incrementaba, y me dolor iba cediendo, convirtiéndose en pura lascivia sodomita.

-¡Oh, Dios, no quiero que esto termine, me encanta! -confesé, corriéndome por tercera vez, bramando como vaca dando a luz.

-¡No me imagino otro paraíso que el que me estás dando, ricura! -me respondió Jacobo, justo antes de quemarme de nuevo con un poco más de su semen y cayendo desmadejado sobre mí, abrazándome por la cintura.

Nos acostamos de lado, él detrás de mí, resoplando, exhaustos, mi culo escociéndome como si me hubieran sodomizado con una lima, Jacobo no dejó de manosearme, de tantear mis senos agitados y mis nalgas sensibles. Me desperté como a las diez de la noche. Jacobo se estaba vistiendo, de pie, al lado de la cama. Le sonreí, y empecé a recobrar mi "cordura":

-¿Vas a tener problemas en el trabajo? -le pregunté.

-Descuida, ninguna reprimenda me va a quitar el gustazo que me has dado -y se inclinó para besarme- ¿Te veré de nuevo, Lucía?

Entonces ideamos un plan. Jacobo me dio su número de celular, al que yo enviaría un mensaje cuando quisiera que viniera a mi apartamento, ese mensaje indicaba que dentro de algunos minutos iba a encargar una pizza y así él se preparaba para ser enviado y tomaba la orden. Le dí nuestra película en un cd, jacobosecogealucia.wma era el nombre del archivo.

-Toma -le dije, dándole un billete de cien dólares- te van a descontar las horas que te ausentaste.

-No es necesario, no me pagan tanto… -quiso rechazarlo, pero lo besé y se lo puse en el borde de sus calzoncillos, como los tíos hacen con las strippers.

-Cuídate, Jacobo, estuvo bueno, hay que repetirlo -y nos costó separarnos de tanto beso que nos dimos. Me costó un infierno caminar de vuelta a la cama.

Al final, me acosté en mi cama, meditando todo lo que había sucedido, porque yo así lo quise. "La pasé bien, el chico la pasó bien, entonces, ¿de dónde viene ese sentimiento de culpa? ¿Qué hice mal? ¿Serán solo mis prejuicios inculcados de toda mi vida o es que de verdad hubo algo malo aquí?", me preguntaba, pero, sea como sea, nada pudo opacar la felicidad de haber sido bien follada, me dormí profundamente.

Muchos pensaran que este evento es muy incongruente para mis reacciones en manos de don Esteban, pero, aunque de vez en cuando me pongo un poco loca, era consciente de que me estaba soltando, y realmente no deseaba hacer cosas que pudieran interferir en mi carrera, por eso, mi lugar de trabajo era el último sitio en que se me hubiera ocurrido tener relaciones sexuales, pero el destino tenía otros planes para mí… sólo he conocido tres personas que, cuando me tocan, se me erizan los pelos y se me crispa la piel… el primer hombre que tuve, mi desvirgador, que fue un profesor mío de mi colegio, tenía dieciséis años en aquél entonces, si quieren pídanle a Kleizer que les cuente más a fondo esa historia en un relato aparte… y ahora, don Esteban, que me dobla en edad, bien podría ser mi padre, pero su verga ciclópea, sus manos sobre mis pechos, simplemente no puedo controlar mis reacciones, cuando me encierra en el cuarto de limpieza no sé si tiemblo de temor o de excitación, seguramente por las dos cosas… y finalmente, lo descubrí hoy en la mañana, a mi jefa, Eleanor Williams, la manera en que me manipuló, sus manos, sus besos… oh, Dios, qué besos… y además de eso me comió la concha como pocos me lo han hecho… nunca me había pasado tal cosa con una mujer, sólo había estado con otra mujer antes que mi jefa y antes de la comida de coño que me regaló doña Jimena, cosa que pueden ver en la primera parte de esta historia, y esa mujer fue una amiga, Sandra, cuando compartimos habitación en la Universidad, fumábamos hierba, su novio Arnold llegaba a visitarla, se la tiraba, y con el tiempo me incluyeron en sus juegos, experimentando con ellos mi primer trío, Sandra fue la primer mujer que besé, aunque nos enfocábamos en Arnold, a veces pasábamos de los besos y nos atendíamos el busto y una vez hubo hasta un 69 del cual no recuerdo nada porque tenía unas diecisiete cervezas en el cerebro, pero que Arnold tuvo la delicadeza de fotografiar…

Como ven, no soy una santa, pero quise dejar eso atrás, en el baúl de recuerdos de la juventud alocada, pero resulta que la diosa Lujuria no deja libres tan fácilmente a sus adeptas, porque ahora, a pesar de mi Licenciatura y del Master que estoy a punto de sacar, de mi puesto y de mi currículum… soy la puta del conserje… don Esteban hace conmigo lo que quiere, no puedo evitarlo y no sé si eso sea malo… luego me entero que mi jefa, Eleanor, instigaba esos encuentros, luego intenta disculparse dándome sexo oral tan bueno que estoy pensando en hacerme la enojada un par de días más para ver si vuelve a lamerme mi rajita…

Son como las dos de la tarde y estoy un poco en shock porque acabo de ver a mi jefa con tres hombres en su oficina, ¿de dónde diablos salieron esos sujetos? Porque ante mi cubículo no pasaron… me doy cuenta que he estado acariciando mi coño libre de ropa interior porque el conserje me la quitó por la mañana, debo admitir que se me hizo agua la boca al ver esos tres sujetos degustando a Eleanor, la envidié, la estaba pasando tan bien…

La puerta se abre y entra don Esteban, sonriéndome. Es enorme, me sujeta en sus brazos como una muñequita cuando me hace el amor.

-Tenemos algo pendiente, pequeña -me anuncia, y mis piernas se estremecen de excitación, a pesar de lo peligroso de la situación, cualquiera podría entrar. Mi jefa no me preocupaba, estaba entretenida con esos tres muchachos y aunque saliera sé que no habría problemas.

Por la mañana me había encerrado de nuevo en el salón de limpieza y una vez a solas me dejé hacer, le chupé ese gorila que carga en medio de sus piernas como pocas veces, luego me dio vuelta y me subió la falda, me arrancó mi calzón azul claro para metérmelo en la boca y que mis gritos no delataran lo que sucedía mientras la gente circulaba por el pasillo… don Esteban me sujetó y me folló, transportándome al cielo… se corrió dentro de mí, pero estuve demasiado escandalosa debido a que mi conserje me metió hasta tres dedos en el culo preparándome para una buena sodomía, y él me forzó a prometerle que volvería a darle mi culito hoy a las 5, cuando casi todos se fueran… las cosas que pasarán de las 5 en adelante en el interior de este edificio…

Apenas termino de detallarles sumariamente el polvazo de la mañana y ya sentada tras mi escritorio, yo solita saqué esa vergota que me tiene sometida y empecé a comérmela. Toda noción de vergüenza era expulsada de mi ser cuando ese pollón estaba frente a mí, lo sostuve con mis manos y lo lamí como un dulce.

-Aaaah, perra arrabalera, ya nunca vuelvo a gastar un centavo en prostitutas, ninguna de esas busconas me la chupa como usted -me confesó, apoyándose del respaldo de mi silla y con su otra mano, acariciando mi cara. Olvidé lo demás y cerré mis ojos, intentando engullir toda esa tranca, ya podía tragármela hasta la mitad, más allá me daban arcadas… cuando devoré medio monstruo, don Esteban sostuvo mi cabeza, obligándome a tener su media polla en mi boca, sentí que me asfixiaba, en especial cuando su hongote se deslizó por mi garganta, creí que me moriría, pero el conserje, mi marido, aflojó su garra y me la sacó de inmediato.

Se dedicó a restregarme su gigantesco miembro en la cara, dándome cachetaditas que me fascinaban, le gustaba hacerlo sobre mis labios y sobre mis mejillas. Don Esteban escupió sobre su palma y me regó su saliva en la cara, luego abrió mi boquita y escupió en ella, su saliva alcanzó el fondo de mi garganta, pues yo estaba sentada y él de pie… nunca antes de conocer a ese señor había experimentado relaciones de sumisión, opinaba que los sadomasoquistas, y todo ese chambre, eran gente mal de la cabeza, pero ahí estaba yo, totalmente dominada por un conserje… y qué bien me sentía.

Don Esteban me tomó de mis brazos y me hizo pararme, luego me viró, apoyándome en mi escritorio y subiendo mi falda. Yo estaba casi sonámbula, respirando entrecortadamente, ansiosa y temerosa…

-Alguien puede entrar… -articulé, pero me quedé muda al sentir, por segunda vez aquella monstruosidad rozando mi palpitante culo, puyándome con suavidad, haciéndome jadear.

-Ruégame que te dé por el culo, ramerita -me espetó, acariciando mi cabello.

-Por favor, encúlame… -le supliqué, ansiosa de volver a sentir ese placer tan brutal que me convidara en aquella ocasión en las escaleras de emergencia (Horas Extra 2)-. Rómpeme el culo, mi amor…

Don Esteban se inclinó sobre mí. Le gustaba lamerme los oídos, y me penetró. Me dio un inesperado ataque de risa, el conserje se sujetó de mis nalgas y empujó inexorablemente. Unos documentos que estaban debajo de mi cabeza yacían empapados de mi sudor.

-Princesita, esta vez te la voy a meter toda de una vez -me dijo al oído.

-Mi amor, soy tuya… -balbuceé, loca de placer y fastidiada por una incipiente migraña. Don Esteban me metió dos dedos en la boca, para que los chupara y no hiciera tanta bulla, sus dedos me supieron un poco a mierda, y me imaginé que eran los que me introdujo en el recto por la mañana. Estaba demasiado excitada para importarme… la puerta estaba abierta, cualquiera podía entrar, pero don Esteban quería mi culo y lo estaba reclamando, y esa posibilidad me aterraba y redoblaba mis deseos…

No pude evitar tragarme un grito y morder los dedos en mi boca cuando Esteban me metió media verga de una vez, chocando su vientre contra mis nalgas.

-Está bien, está bien, muérdemelos si quieres, muñeca -me dijo, sofocado y también gozando mucho con mi pobre recto.

Entonces, mi conserje, mi amo, comenzó a follarme el culo como Dios manda. Perdí el control de mí misma, cerré mis ojos y me entregué a ese alud de sensaciones inefables. Me pareció que la puerta se abría pero yo ya no era yo, era una bestia, una perra en celo que estaba recibiendo su merecido. De nuevo le mordí los dedos a don Esteban hasta sentir el sabor dulzón de su sangre, e incluso golpeé la mesa de mi escritorio con mi puño cuando ese semental me regaló un orgasmo divino… sacó su vergota de golpe, metiéndola de nuevo, haciendo esa sádica movida una y otra vez hasta que me corrí de nuevo… entonces me la sacó y eyaculó en su mano, que llevó a mi cara para restregarme su semen, hasta me la pasó por el pelo… yo estaba enajenada… don Esteban siguió golpeando mis nalgas con su pene y fue entonces que reparé en una persona sentada en los muebles frente a mi escritorio…

-¡Oh, Dios, oh, Dios…! -empecé a repetir, convencida de que iban a despedirme, y ni podía incorporarme porque mis piernas no me obedecían.

-Don Esteban -lo nombró una voz masculina-, ¿aún tiene para darle por el coño?

Por toda respuesta, el conserje me la metió sin más y me folló por delante, ya me tenía en posición, esta vez sin dedos en mi boca, y chillé como puta. Como sea, logré divisar a un señor casi de la misma edad de mi maduro amante, pero más delgado y nítido, vestido en un elegante traje gris y corbata negra, apoyado en un bonito bastón, su cabello ya denotaba matices grisáceos y lucía una barba bien cuidada.

No pude ver más porque mi atención fue sólo para mi conserje que seguía quebrándome el coño, matándome con ese estilete de fábula. Entonces sentí las manos de ese recién llegado tocando mi cara, metiendo sus dedos en mi boca, que no vacilé en mamar, mugiendo…

-Esta mujer es puro ardor, ¿no cree don Esteban? -dijo el hombre con su voz fuerte- No te preocupes, Lucía, nadie va a despedirte, sólo disfruta… soy el tío de ese desastre que tienes por jefa, que si no me equivoco está en plena acción, ¿verdad? Goza, putita, ya aseguré la puerta, goza como quieras…

No sé cómo pero fui capaz de asentir. Las manos de ese hombre eran mágicas, Dios, cuánta gente que podía volverme una muñeca sin voluntad había en ese sitio. Sus manos desabotonaron mi blusa en busca de mis senos.

-Mi sobrina dice que los tienes muy buenos, querida -se justificó el hombre, cosa que no necesitaba hacer. Así, entre la cogida de don Esteban y las caricias en mi busto de ese señor, conseguí mi tercer orgasmo en menos de diez minutos, soltando un tremendo alarido.

-¡Qué calentura de mujer! Ese chillido que profirió me recordó a esa belleza del tenis, esa rusa, Maria Sharapova… -comentó el hombre, con toda naturalidad, mientras yo me apoyaba en mi escritorio, con mi falda enrollada en mi cintura y mis piernas, mi culo y mis pechos desnudos, a merced de esos dos señores.

-Yo… yo… no quería que me vieran así… yo… -creo que lloré un poco, pero el hombre supo tranquilizarme, tenía una voz muy calmante.

-Calma, calma, Lucía, yo no voy a juzgarla, usted es una ninfómana, ¿y qué? Pronto me conocerá mejor y verá que aquí nadie es inocente, mi sobrina es aún más ninfómana que usted, y eso no la hace una mala persona… descuide, su puesto no peligra, la dejo con mi amigo Esteban, con quien sé de buenas fuentes que usted se entiende muy bien -y dicho que hubo esto, ingresó en la oficina, donde me pareció escuchar un ruido lejano como de una ducha.

Don Esteban se quedó conmigo, manoseándome con esa forma grosera y tosca que me derrite, dándome besitos en el cuello.

-¿Le hice daño, Lucía? -me preguntó, esos cambios en su personalidad, de ser un fornicador agresivo a un atento y tierno hombre sólo hacían que me embrujara más con él.

-No sé, creo que no -le respondí.

-¿Quiere que le traiga algo, agua, café?

-Un café estaría bien, amor -y con cuidado me sentó en mi silla. Al rato volvió con un vasito con café, ya sabía cómo me gustaba, con cremora y dos bolsitas de azúcar.

-Mi espalda siempre queda maltrecha cuando me la chingo a usted -me confesó, sentado en el borde de mi escritorio.

-¿En serio? -me alegré un poco al saber que yo no era la única que salía de esos polvazos con dolencias físicas- La próxima vez va a tener que acostarse, don Esteban.

El conserje se puso de pie, me acarició el pelo y me besó la frente, un gesto muy paternal. Lugo salió de mi cubículo. Eran las tres y minutos, mi culo me dolía, pero me sentí contenta, y tuve suerte de que fuera el tío de Eleanor quien nos sorprendiera… ahora que lo pienso es un señor muy atractivo, y como van las cosas sé que no pasará mucho tiempo antes de que me eche un polvo con él.

Soy una ninfómana… ¿y qué? Eso es lo que vio Eleanor en mí, esa es la única explicación para mi reacción tan pasiva la primera vez que tuve sexo con don Esteban, algo con lo que había luchado, aún debo asimilar todo esto… y debo buscar un baño para asearme y acicalarme, y limpiarme el cabello del semen del conserje…

Continuará...

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