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Magdalena, su Padre y los demás. Parte 2

en Amor filial

PARTE 2: MAGDALENA, CLARA Y DIEGO.

1

         -Tengo algo que decirte, respecto a la fantasía que me constaste: mi amiga Magdalena está bien dispuesta a montárselo con nosotros –escribió Clara en su ventana del chat a Diego, su tío, hermano menor de su padre, que le llevaba casi una década en edad y con quien sostenía relaciones sexuales clandestinas desde hacía cierto tiempo.

         -Jaja, qué cruel eres bromeando así –escribió él en respuesta.

         -No es ninguna broma –insistió Clara.

         -¿Cómo se le propone a alguien coger con una chica y con su mismísimo tío?

         -No te preocupes, la explicación ya está dada. ¿Quieres una prueba? –y Diego vio que Clara le ofrecía bajar un video de pocos kilobytes de tamaño. Diego aceptó y descargó el video. Lo que vio, lo dejó mudo de asombro y lo puso duro como piedra.

         Clara y Magdalena, la amiga de curvas peligrosas y cuyos pechos parecían siempre a punto de hacer saltar los botones de sus blusas casi transparentes, posando juntas, sin prendas en sus pechos apretados entre sí, sonrieron a la cámara y luego se besaron lujuriosamente. Luego, Magdalena dijo, viendo al lente: “Te esperamos pronto, tío. Nos hemos portado muy mal y nos merecemos que nos castigues.” El video terminó. Diego se reclinó en su asiento reclinable del hotel y suspiró, su corazón acelerado y su sexo enhiesto bajo el pantalón de su pijama.

         -Haré las reservaciones en el lugar de siempre –redactó Diego, con sus dedos algo temblorosos por la impresión.

         -Excelente, cariño. Verás lo bien que la pasaremos, podrás meterlo donde quieras.

         Más tarde, Diego tuvo que llamar una escort.

         Habían pasado varios días desde esa conversación por chat, ahora, en ese crepúsculo sabatino, Diego vestía ropa casual en una de las suites que reservaba siempre para hacer pillerías con su espectacular sobrina, pues era demasiado peligroso andar echándose rapidines en los recovecos de las casas familiares, pues en varias ocasiones, corrieron riesgos de ser descubiertos por primitos o sobrinitos o empleados. Además, la abuela Matilde, madre de Diego y abuela paterna de Clara, últimamente les clavaba suspicaces miradas de halcón. “Más sabe el diablo por viejo, que por diablo”, pensó Diego, y acordaron con Clara no volver a tener relaciones sexuales en lugares tan arriesgados. Quedaron en reunirse siempre en hoteles, y usarían varios para evitar llamar mucho la atención. Lo mejor es que Clara solía llegar vestida muy provocativamente, como una puta de lujo o escort, no como niña acomodada.

         Clara rememoraba la primera vez con su tío Diego, una noche de parranda en que estuvo bailando bien pegado y sensual con varios de sus compañeros de facultad, pero por un examen del día siguiente, se marchó temprano, no sin más piñas coladas de lo recomendado en la cabeza. Clara aún no lograba entender cómo pudo conducir y llegar viva a casa esa noche, pero, desde que prendió el automóvil, lo olvidó todo hasta el momento en que era ayudada por Diego a subir las escaleras cuidadosamente, para no despertar innecesariamente a los demás familiares.

         Clara fue consciente cuando Diego la acostó en su cama; el sueño la venció un instante y se encontró en ropa interior, observó a Diego echando llave a la puerta del dormitorio. Las manos del lascivo tío comenzaron a estimular y a despertar a Clara; sus ojos se encontraron con los de Diego… debido a su edad se habían criado casi como primos o hermanos, no existía entre ellos la solemnidad de la relación común entre sobrina y tío… los últimos besos en la mejilla habían sido cada vez más cercanos a las comisuras de sus bocas, y Diego a veces le acariciaba las nalgas, lo que producía sensaciones tan placenteras como contradictorias en su angelical sobrina.

         -Diego, no, uuuuu… -la única tentativa de protesta por parte de Clara se vio abortada de súbito por la lengua de Diego recorriendo la línea de su vagina por sobre la delgada tela de su calzón. Clara se echó para atrás, muerta de gusto, sus ojitos bien cerrados, llevándose sus manos al rostro primero, luego a sus pechos. Diego le dio una almohada para que la mordiera y ahogara con ella sus gemidos, no era necesario que toda la familia y la servidumbre se dieran cuenta de lo que estaba sucediendo en los aposentos de la señorita Clara.

         Los delgados dedos de la sobrina pronto se aferraron del cabello castaño de su ardiente tío, quien libró a Clara de sus prendas íntimas sin encontrar la más mínima resistencia. Clara lo veía, respirando con pesadez, sus ojos azules como el firmamento, resplandecientes de deseo, cariño y miedo. Diego se tendió sobre ella y la besó. En un inicio, los labios de Clara no se movieron, y Diego se sintió tentado a detener los avances y retirarse, pero justo cuando dicho pensamiento cruzaba su mente, Clara reaccionó, abrió su boquita, rodeó el cuello de su tío con sus brazos y lo devoró.

         -Diego, nunca te perdonaré que te vayas sin hacerme tuya. He escuchado a veces como haces chillar a algunas de las chicas que traes, eso me mata de celos y envidia, quiero que me hagas lo mismo –le dijo Clara, bien seria. Diego dudó, teniendo en cuenta la relativa embriaguez de su magnífica sobrina. Clara pareció adivinar las aprehensiones de su tío y lo invitó a acostarse junto a ella. Clara se apoyó entonces, sobre el torso firme de Diego y pronto le sacó la verga, surgiendo triunfante y palpitante, a Clara se le hizo agua la boca cuando vio las venas gruesas decorando esa torre de carne caliente. Diego boqueó abruptamente y terminó mordiendo él la almohada rosada cuando sintió su miembro envuelto en una riquísima sensación cálida y húmeda a un mismo tiempo, inequívoca: la preciosura que tenía por sobrina estaba brindándole una monumental chupada.

         En el silencio de la medianoche, solo el tic tac de un reloj de pared y los chupetones y gemidos apagados de ambos amantes, eran los sonidos que retumbaban como relámpagos. Clara no era nueva en el asunto del sexo oral, pensaba Diego, fascinado y embrutecido de gusto, chupaba y lamía con cierta pericia, se la tragaba lo más que podía y le mamaba los huevos también. Diego pensó que no volvería a gastar dinero en putas, ¿quién más ramera que su propia Clarita?

         Luego, sin decirse nada, sólo mirándose a los ojos, Clara se sentó sobre su tío y fue clavándose despacito ese miembro, brillante con su saliva. El rostro de los dos fue un poema. Clara se mordía los labios para no proferir los alaridos que aquella sensación ameritaba. Diego la atrajo hacia él, cubriéndose ambos con la fresca sábana y Clara comenzó a mover sus redondas caderas de ensueño, de arriba abajo, suavemente, mientras se besaban con ardor, se miraban aún incrédulos, sonriéndose.

         -Qué cosa más rica, Diego, eres un egoísta por no dármela antes –le dijo Clara en un susurro, en medio de apagados jadeos.

         -Siempre te he alucinado, Clara, eres la cosa más bella que he visto.

         -Me lo hubieras dicho antes, desde el colegio te lo habría dado si lo hubieras pedido, te quiero tanto, tío Diego –Clara hizo énfasis en la relación familiar que los unía, provocando una oleada de inusitado morbo que calentó a los pecaminosos amantes, aumentando Clara el ritmo de sus ascensos y descensos, sonando los chasquidos de los líquidos sexuales rezumando en el medio de la fricción de los órganos. Clara y Diego se comían la boca, resoplaban como reses apareándose. Finalmente, Diego tumbó a Clara debajo de él, embistiéndola con fuerza, Clara casi que sollozaba, tragándose gritos de placer, susurrándole asquerosidades y todo tipo de guarradas a su tío, hasta que se vio presa de un glorioso paroxismo orgásmico, estremeciéndose todo su delicioso cuerpo. Cuando abrió sus ojos, el primer chorro de semen le cruzó su hinchado busto, alcanzándole los labios. Diego apuntó a la carita de su sobrina, embadurnándola con su eyaculación, observando después, a su dulce Clarita relamiéndose el semen, untando sus dedos y engulléndolos para extraerlos sin el más mínimo grumo. Diego la beso por un largo rato, saboreando su propio semen.

         Recordarlo siempre calentaba a Clara, que junto a Magdalena, subían por el ascensor. Clara vestía un corto traje de noche, color amarillo, que hacía juego con su cabello dorado, resaltando su piel bronceada, más escotado que el juego rojo usado la noche del primer trío con Magdalena y el padre de ésta. Usaba zapatos de tacón alto, blancos, con cintas entrelazadas hasta media espinilla. Aretes azules como sus ojos y una cartera blanca.

         Magdalena, por su parte, llevaba un vestido de noche negro, con línea de apertura casi hasta la cintura, no muy escotado pero sí ajustado de modo que sus redondos y grandes senos se marcaban más de lo que ninguna otra prenda de su armario lo haría. Su espalda de nívea piel totalmente desnuda. Su cabello recogido en un peinado alto, para lucir su piel tersa y su fino cuello. Aretes marrones y zapatos de tacón alto negros completaban el juego. Cualquier tercero pensaría que estaba ante dos suculentas putas de lujo. Esa parte del rol también traía cachonda y emocionada a Magdalena.

         Durante parte de la subida en el ascensor, coquetearon con un individuo en traje, muy sonriente, Clara le apretó el miembro sobre su pantalón de tela y Magdalena le dio un beso ligero, introduciendo su lengua audazmente. Se marcharon riéndose, imaginando la paja monstruosa que ese tipo de edad mediana iba a hacerse indudablemente en su habitación.

2

 

         Pocos hombres pueden experimentar en el transcurso de su vida, la dicha que embargó a Diego al abrir la puerta de la suite y contemplar a aquellas dos mujeres fantásticas, a cual más apetitosa, de embelesadoras sonrisas, espectaculares cuerpos y ojos jóvenes refulgentes de lujuria. Prestó especial atención al curvilíneo y generoso cuerpo de Magdalena, sus pechos níveos y redondos. Diego tomó la mano de ambas y las hizo pasar, cerrando la puerta tras él.

         -¿Te gusta tu regalo, tío? –le preguntó la preciosa Clara, muy sonriente, quien rodeó con sus brazos dorados el cuello de su atractivo pariente y se fundieron en un apasionado beso que instantáneamente pudo calentar de sobremanera a Magdalena.

         Magdalena y Diego ya se conocían, sin embargo, hasta esa noche, ninguno de los dos habría imaginado la posibilidad de sostener relaciones sexuales. Ahora, el corazón de Diego galopaba dentro de su pecho, admirando la gran belleza de Magdalena, perfectamente consciente que esa noche iba a poseer a la mejor amiga de su sobrina. Se sonrieron y aproximaron el uno al otro, comenzando con un suave beso de labios. Magdalena abrió su boquita y permitió al tío de Clara usar su lengua en ella, abrazándose pronto con súbita furia, Diego aún incrédulo, recorriendo ese cuerpazo de curvas pronunciadas y firmes, derritiéndose la joven al sentir esas manos audaces deslizándose sobre toda su piel, apretándole las nalgas perfectas y los pechos ansiosos de ser chupados y manoseados.

         -No tienes idea cómo te he soñado, Magdita –le confesó el anonadado Diego, tomando un respiro, su rostro a muy poca distancia del objeto de su deseo.

         -¿Y en esos sueños me imaginabas haciendo cosas ricas con Clarita? –le preguntó ella, reuniendo más confianza, acariciando el bulto que asomaba debajo de la tela del pantalón de su actual amante, un bulto que pronto haría las delicias y sufrimientos de las dos muchachas ansiosas de camarón.

         -Por supuesto, desde el colegio me las imaginaba chupándomela, cuando me la jalaba –dijo Diego, sin tener idea de las violentas llamas que sus osadas confesiones provocaban en la libido de las dos apsaras, que lo arrinconaron contra una pared tapizada con diseños de rombos de diversas tonalidades entre amarillo hasta el café.

         Las dos lobas se reían y se besaban, convidando una memorable escena al impresionado Diego, observando esos dos pares de carnosos labios juveniles tocándose, mordisqueándose, succionando sus lenguas aterciopeladas y rosadas… pronto se unieron al hombre en un beso triple, amasijo de labios, alientos, lengua y saliva. Magdalena fue la primera en arrodillarse ante Diego, ansiosa de saborear su instrumento. Clara se hincó también junto a su amiga y amante, y las dos rieron y se ruborizaron al surgir del pantalón aquél animal largo y grueso, duro como piedra. De tácito acuerdo, las dos universitarias usaron sus labios para recorrer los costados del magnífico ejemplar, lamiéndolo, embadurnándolo con su tibia saliva, semejando un descomunal caramelo cuando Magdalena se lo metió a la boca, chupando, mientras que Clara continuaba lamiendo lo que su amiga aún no tragaba, y las dos masajeaban el escroto del afortunado Diego, que jadeaba y resoplaba cada vez más ruidosamente, extasiado y viendo con incredulidad y felicidad aquella imagen, dos bellísimas jóvenes devorando su enhiesto miembro.

         La saliva de las dos se entremezclaba, hilillos chorreaban del palpitante pene, y de los finos mentones de las muchachas, que se turnaban para mamar esa carne, como enloquecidas, dejándose poseer por sus instintos más bajos. Magdalena dejó un momento el exquisito pincho para deleite de Clara, quien se entregó a la incestuosa felación. Magdalena se desabrochó su vestido negro, de su única tira tras su cuello de cisne, dejando al descubierto los hermosos senos con que la Naturaleza le había dotado. Magdalena los sostuvo, hincándose, y Diego entendió la pecaminosa propuesta. Colocó su verga en medio de las dos lomas cubiertas de blanca nieve, pero ardientes como el infierno, y comenzó a hacerle una cubana a la joven. Magdalena sujetaba sus pechos, sonrió, lamiendo a veces el glande que se asomaba fugazmente en el ir y venir a través del resquicio entre sus senos, lubricado el estilete a causa de la abundante saliva con que había sido barnizado segundos antes.

         Diego tomó de las manos a Magdalena y la puso de pie, sus bocas se juntaron salvajemente, mientras la joven luchaba por deshacerse de la camisa blanca de su amante. Al lado de la ardorosa pareja, Clara ya estaba totalmente desnuda, a excepción de sus tacones blancos, sus aretes y algunas otras joyas como brazaletes, un fino collar y un aro que adornaba su esbelta pantorrilla izquierda.

         La sobrina se acercó al tío, para besarlo y acariciarle el pene, dando espacio a que Magdalena les diera la espalda y desprenderse del vestido, obsequiando una inigualable vista de su maravilloso trasero. Así, Diego se halló desnudo de pie en medio de sendas diosas bien dispuestas a una noche tórrida. Les rodeó las finas cinturas a ambas, pegándolas a su cuerpo, turnándose para besarlas, mientras ellas le pajeaban el miembro largo y fuerte. Magdalena se soltó el cabello ensortijado, que le cayó hasta media espalda. Diego no aguantaba más y se la llevó a la cama.

         Acostó a la diosa de piel blanca y se arrodilló ante ella para hundir su cabeza entre las esculturales piernas de Magdalena, y empezar a comerle su lugarcito secreto. Tras ellos, y mientras Magdalena daba inicio a la rienda de gemidos de esa noche, chupándose sus dedos y sobándose los pechos, Clara se untaba con lubricante su magnífico cuerpo atlético, resplandeciendo como una auténtica diosa de las artes amatorias. Clara sonrió, viendo a su amiga con su cara enrojecida, retorciéndose, atrapando la cabeza de Diego entre sus piernas. Clara se arrodilló junto a su tío para untarle su miembro con lubricante, Clara pensaba que nunca se aburriría de sujetar la verga de Diego, mucho menos de paladearla, cabalgarla o recibirla por el culo.

         Diego besó a su sobrina, casi mordiéndole la boca, y Clara pudo saborear el néctar de Magdalena en la aviesa lengua de su tío. Y juntos procedieron a diseminar el ungüento sobre el fantástico cuerpo de Magdalena, cuyas mejillas encendidas revelaban la erupción volcánica en su fuero interno, ansiosa de verga. Pronto, Diego pudo admirar la inefable belleza de aquellas ninfas de pieles relucientes y dispuestas a complacerlo en todo. Tío y sobrina se arrodillaron nuevamente, uno junto a otro, para emplear sus nada pudorosas lenguas y labios en comerse el sexo de una espasmódica y bulliciosa Magdalena, que se revolvía como si le estuvieran practicando un exorcismo, clavando sus uñas en las sábanas de fina tela, apretándose fuertemente sus hinchados senos de duros pezones.

         El tío y la sobrina disfrutaban aquella original actividad juntos. Sus alientos los embriagaban, y el perfume de Magdalena los volvía locos. Finalmente, Diego subió sobre Magdalena, posándola sobre las almohadas de tenue color rosa, posicionó su largo y duro miembro, penetrando a la diosa. El instante en que se sintió abrirse paso entre las paredes de la vagina, los dos amantes boquearon, asombrados y contentos, sintiéndose uno por fin. El lubricante coadyuvó para que Diego entrara casi de golpe en la joven universitaria.

         -Qué paloma tan rica –suspiró Magdalena, plena de dicha, bien sonrosadas sus mejillas. Diego la besó y dio inicio a un lento bombeo, ansioso de disfrutarla despacio, sin poder creer aún que estaba haciendo el amor con la bellísima amiga de su sobrina.

         -Cógetela, Diego, cógetela toda, como le mandas los burros a tu sobrinita que te hace feliz… -le susurraba Clarita al oído a su tío, quien no se cansaba de besar, manosear y joder con creciente ímpetu a Magdalena, rendida ante su nuevo amante, clavándole las uñas en la espalda o revolviéndole el cabello.

         Luego, Diego colocó a Magdalena en cuatro patas, de modo que pudiera lamer la concha de Clara al mismo tiempo. Y en tanto la escultural rubia se estremecía y apretaba sus dientes ante los primeros lengüetazos de su amiga, que en ese momento estaba transformada en un animal sexual, Diego penetró a Magdalena por detrás, aferrándose de sus redondas y tibias nalgas, pensando que nunca se había sujetado de un culo tan perfecto como ése.

         Ahora era Clara que se retorcía como posesa, ora sonriendo ora sufriendo, sobándose sus senos, mordiéndose sus dedos o clavando sus dedos en la ensortijada melena de su amiga, que hacía sus delicias en su vagina, introduciendo su lengua caliente o succionando sin compasión su sensible clítoris, chasqueando el ruido de los jugos, y el rostro de la voraz Magdalena chocaba y se frotaba una y otra vez contra el sexo de Clara, en la frontera del desmayo, lloriqueando como si se encontrara dando a luz.

         Magdalena se detuvo entonces, abruptamente. Diego se la había sacado y ahora, con ayuda del lubricante, su pija se disponía a escudriñar el recto de la joven. La bella joven de piel blanca como la leche cerró sus ojos, aullando suavemente, permitiéndole al tío de su mejor amiga convertirse el segundo hombre en sodomizarla. El hombre y la universitaria gimieron al unísono cuando el miembro terminó de deslizarse triunfalmente al interior de ese recto, que se cerraba y lo apretaba. Clara empujó con sus manos doradas la cabeza de su amiga, contra su concha, y Magdalena, como pudo, prosiguió su labor de dar placer oral a su ardiente compañera de clases, mientras el tío de ella iniciaba un  lento y delicioso bombeo, explorando las palpitantes entrañas de Magdalena, que lloriqueaba, transformada virtualmente en un nervio sexual.

         Magdalena pronto, embriagada de lujuria por la sabrosa sodomía que le estaban practicando, comenzó a usar sus dedos para penetrar y frotar con mayor ímpetu el clítoris de Clara, provocando en la rubia de esbelto y sinuoso cuerpo, auténticos espasmos y gemidos, siendo capaz apenas de pensar en muy breves intervalos de lucidez, que nadie le comía el coño como lo hacía Magdalena, sobre cuya cabeza cerraba sus piernas, deseosa que aquella divina felación fuese eterna, recalentada Clara mientras veía a su tío enculando a su amiga, bufando como semental, bien aferrado de las nalgas redondas, blancas y perfectas de Magdalena.

         Luego, Diego atrajo a Magdalena hacia él, tirando no muy gentilmente de su melena ensortijada; la joven entendió pronto lo que su amante deseaba y no puso reparos en complacerlo: abrió su boquita y recibió la leche del bullicioso Diego, de enrojecida cara.

         -No seas glotona con mi semen, Magdita, compártelo con Clara –logró articular Diego, antes de acostarse al lado de las ninfas, observando por primera vez en vivo, el espectáculo incomparable: Magdalena tomó entre sus manos el rostro de Clara, dejando caer el semen de Diego, a través de un fino hilillo, desde su boca a la lengua de la sobrina y pronto sendas lenguas aterciopeladas constituyeron un lascivo puente para la transferencia de leche. Las chicas se unieron entonces en un inigualable beso, rezumando semen de las comisuras de sus labios, saboreándolo en medio de sus lenguas y dientes, para terminar, lamiéndose respectivamente sus caras perfectas, succionando sus labios.

         Diego se tendió al lado de ellas para acariciarlas y alucinar esos cuerpos maravillosos. Las chicas continuaron agasajándose, denotando que llevaban varios días comportándose como amantes lésbicas más que como meras amigas o compañeras de estudios. Magdalena usó su mano para dar placer a Clara, sin separar sus bocas hambrientas de concupiscencia, hasta que el néctar secreto de la estudiante rubia brotó como chorro subterráneo, causando un súbito estremecimiento en ella acompañado de un breve aullido.

         Luego de un descanso, de limpieza y cena, la tórrida sesión sexual prosiguió.

3

 

         El vino tinto sólo consiguió exacerbar la lujuria en ebullición en los componentes del candente trío. Las chicas sumergieron a Diego en la ancha y lujosa bañera de la suite, donde los tres pudieron retozar y acariciarse. Le servían vino en copas de cristal y le daban bocados de uva, jamón y queso refinado, comportándose las risueñas jovencitas como dos verdaderas ninfas sacadas de algún relato mítico dionisíaco, donde el sátiro era Diego, en ese momento incuestionablemente, el hombre más feliz del mundo.

         Las muchachas de sonoras carcajadas y arreboladas mejillas, a causa de la fogosidad y el vino, no perdían oportunidad en aferrar el ya duro y renovado miembro de Diego, a veces sumergiéndose brevemente para convidarle fugaces mamadas submarinas. Magdalena, de espectacular cuerpo, húmedo y reluciente, de piel tan blanca como las nubes, se ubicó sobre Diego, a horcajadas, pues lo permitía la espaciosidad de la bañera. Pronto, Clara pudo deducir, por las expresiones extasiadas de su tío y su mejor amiga, que acababan de fusionarse nuevamente, carne dentro de la carne. Esta vez fue Magdalena quien llevó el ritmo de la copulación, saboreando la tibia y fuerte verga de Diego, cuyas manos inquietas no se cansaban de recorrer ese cuerpo divino, propio de una escultura griega o de una pintura renacentista.

         Magdalena jadeaba, sumamente excitada, observando la cara de placer de Diego, subiendo y bajando por su palanca las espléndidas caderas de la universitaria. Mientras Clara los masajeaba y acariciaba, Magdalena y Diego se besaban y follaban, provocando chapoteos cada vez más sonoros, a medida que aceleraba ella el ritmo de sus embestidas, y en igual medida, sus gemidos pasaban a ser lamentos, auténtico himno a Semíramis.

         Diego rodeó entonces, con sus brazos fornidos, el talle de avispa de la diosa griega con la que estaba haciendo el amor, rugiendo de placer y arrancando a su vez, magníficos alaridos a Magdalena, sintiéndose arder por dentro ante la descarga de hirviente semen muy dentro de ella, sujetándose de los bordes de porcelana de la bañera, estremeciéndose como pocas ocasiones. Magdalena y Diego permanecieron un rato más juntos, abrazados, asimilando los espasmos orgásmicos.

         Luego, las dos muchachas se dedicaron a secar a su semental, no sin besarle casi cada pulgada de piel, pudiendo apreciar ellas, con enorme júbilo, cómo el semi flácido pene de Diego batallaba por reponerse, pues aún había mucho trabajo por hacer.

         Clara y Magdalena recordaron cómo reanimar al padre de ésta, Enrique, pues ya las había follado a las dos juntas en varias ocasiones desde su primer trío, y fueron juntas a la amplia cama, besándose y manoseándose sin el más mínimo resquicio de pudor. Pronto, las dos chicas jadeaban y lloriqueaban, entregadas en amarse mutuamente a través de un espectacular 69, que Diego observaba en primera fila, sentado en una lujosa silla. Los dos tentadores súcubos gemían, enfrascados en una carrera por hacer acabar a la otra, triunfando Magdalena, como evidenciaron los espasmos y jadeos de Clara, quien enterraba sus uñas en las nalgas esculturales de su amiga y amante.

         Diego se arrodilló ante el rostro lujurioso de Magdalena, quien no dudó en meterse a la boca el cipote que tanto placer le había convidado esa noche, ansiosa a su vez de ver al tío penetrando a la sobrina. Pronto, sin más lubricante que la saliva de Magdalena, Diego acomodó su pene duro como el acero sobre los labios vaginales de Clara, quien suspiró gozosa al sentir lo que se venía, y Magdalena pudo atestiguar en primera fila cómo el hinchado glande de Diego desaparecía en el coño de su pariente, y tras él, toda la verga venosa iba siendo engullida sin misericordia por la bulliciosa Clara, aullando como loba el ingreso de su tío en ella. Magdalena permaneció a horcajadas, su sexo sobre el rostro de Clara, besándose con Diego mientras éste propinaba una brutal cogida a la rubia fantástica hija de su hermano, sus carnes chocando como aplausos. A veces, Diego la sacaba para recibir breves y deliciosas mamadas de Magdalena, quien succionaba golosa, el sabor de la carne de su macho sazonada con el gusto dulzón de Clara.

         -Acaba dentro de ella, mi león –le dijo Magdalena, mientras se besaban. Diego aceleró el ritmo de sus embestidas, arrancando chillidos de gozo a su sobrina, las bocas de Magdalena y Diego casi sin separarse, sus lenguas entrelazadas. Entonces, Diegó chupó con toda su alma la lengua aterciopelada de la divina Magdalena, en tanto depositaba su simiente en el interior de Clara, que volvió a clavar sus uñas en las generosas y redondas nalgas de Magdalena, quien se dedicó luego a limpiar el estilete de Diego y después a saborear los jugos de Clara revueltos con algún saborcito de semen.

         Los participantes del bacanal se acostaron juntos, sus piernas atravesadas, sudorosos y resoplando, exhaustos y felices ante las interminables oleadas de placer que se habían proporcionado entre sí.

         Diego durmió flanqueado por dos maravillosos pares de pechos esa noche. La segunda fase del pacto estaba consumada.

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