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Julia, Embajadora del Sexo

en Hetero: General

Julia, Embajadora del Sexo.

Kleizer

Esta saga es continuación de la serie "Chúpamela en todos los idiomas que sabes, perra".

Julia, la bien dotada diplomática… bien dotada con su escultural cuerpo de nívea piel, pues sus atributos intelectuales son menos que irrelevantes para el tipo de relatos que nos ocupan. Julia se desperezó, y pronto recordó los tumultuosos hechos de la noche recién pasada, hallándose en medio de dos cuerpos masculinos jóvenes y apuestos.

Julia admitió para sus adentros que los dos jóvenes ejecutivos le habían dado con todo lo que tenían. Julia los había puesto a mil, les había permitido hacerle de todo, ninguno de sus tres complacientes orificios estuvo vedado para aquellos dos fornidos guapetones… y sin embargo, mientras aún conservaba el gusto del semen de ambos en su lengua, algo no andaba bien.

Había pasado poco más de un año desde la gloriosa y reveladora semana en que ella, la gran doctora en leyes internacionales, había sido el mero juguete sexual de cinco burdos albañiles durante unas vacaciones en su hogar. Cerró sus ojos, rememorando esas cinco sucias y robustas pollas rodeándola, frotándose contra su cara y sus redondos pechos, pugnando por frotarse contra su ávida lengua… se relamió los labios recordando como la habían usado, cómo se la cogieron por todos sus hoyitos, cómo tragó litros y litros de lefa de aquéllos cinco sucios obreros…

Más tarde, se bañó junto a sus dos apuestos amantes, quienes a duras penas pudieron proporcionarle una vaga imitación de orgasmo… Julia ocultó su frustración y se marchó a su trabajo en la sede de la O.N.U.

La camioneta negra estaba lista para llevarla. Pero en lugar del enteco y senil chofer de siempre, ahora se hallaba un enorme y fornido sujeto. Julia lo miró apenas un instante a los ojos… ese hombre era muy distinto a los dos mequetrefes con los que había desperdiciado una noche entera… y le recordó de inmediato a aquellos afortunados albañiles que por una semana fueron sus amos totales… el traje negro del nuevo conductor parecía a punto de reventar a causa de los musculoso brazos y una algo abultada barriga, no parecía tener más de unos 28 o 30 años. Julia sintió que algo se agitó en su ser más íntimo.

Julia se subió en el asiento trasero del vehículo. El nuevo chofer le cerró la puerta y, acto seguido, rodeó el carro para ocupar el asiento del conductor. Iniciaron el viaje hacia la sede la O.N.U.

-¿Qué le pasó a don Abraham? Nadie me dijo que iban a reemplazarlo… -inquirió Julia, tratando de no resultar muy obvia, mirando el paisaje a través de la ventana polarizada.

-Parece que don Abraham cayó enfermo, señorita –respondió el sujeto, algo sorprendido de que alguien de ese calibre le dirigiera la palabra con tanta naturalidad-. No sé los detalles, señorita, pero me han llamado para cubrirlo por mientras…

-Ya veo… -se dijo Julia, a duras penas conteniendo las ganas de pedirle que la llamara Julia. El nuevo chofer hablaba con un tono de voz que le pareció salvaje y muy… barbáricamente… varonil… Julia ardía de nuevo con aquél mismo fuego lujurioso e impetuoso que la había consumido hace casi un año.- ¿Y cómo te llamas?

El aludido la observó unos instantes por el retrovisor, como apreciando la aristocrática e impresionante belleza de su actual patrona, pero al mismo tiempo diciéndose que ese tipo de mujeres estaban muy por encima de su nivel. Luego, respondió:

-Soy Víctor, para servirle, señorita.

-Mucho gusto, Víctor –lo saludó ella, imaginando la clase de servicios que ese zafio hombretón podía llegar a prestarle…

En el fondo, Julia se molestó con ella misma, no podía creer que aún existiera una parte de su ser que se resistiera a tales impulsos. Era consciente que, como representante de un país, debía guardar las apariencias… pero guardar las apariencias no significaba reprimir deseos, sino satisfacerlos bien, sin que se entere nadie…

Así transcurrió una apacible semana, un poco tensa en el fuero interno de Julia. Ella supo más cosas sobre Víctor, aunque éste se callaba algunas cosas o inventaba otras, Julia lo notaba en el acto. Después, al final de la semana, averiguó que Víctor era un exconvicto, que estuvo preso por complicidad en un asalto a mano armada, sin embargo, salió libre por buen comportamiento, y había venido desde Los Angeles hasta Nueva York, buscando un nuevo comienzo. Todo esto lo averiguó Julia por sus propios medios y contactos, pues Víctor, por razones obvias, no deseaba divulgarlo… nadie lo haría en su lugar…

Por las noches, Julia se sobaba y se mordía los labios… desde que supo que Víctor era un exconvicto sólo había acentuado el inefable deseo que la anegaba… a decir verdad, ella también tenía un secreto, que si era revelado, podía acabar con su carrera diplomática en un parpadeo… o sea, que de alguna manera, ella y Víctor tenían algo en común. Le costaba conciliar el sueño, sabiendo que el fornido Víctor dormía en el piso de abajo, en su diminuta habitación…

Pero Víctor no era de madera ni ingenuo. Apenas unos días después pudo descifrar la clase de miradas que esa mujer le dirigía, el calor que dimanaba… Víctor se moría de ganas por hacer suya a esa ramera disfrazada de fufurufa, pero un paso en falso podía llevarlo de vuelta a la cárcel, y ese pensamiento lo retenía, asimismo, nunca imaginó que Julia fuera capaz de tomar la iniciativa…

-Es usted muy guapa, señorita –se atrevió a piropearla en una ocasión en que la llevaba de vuelta del trabajo, poco después del crepúsculo.

-Gracias, eres muy amable –le respondió ella, ruborizándose.

Fue una noche de sábado, en que la criada derramó una taza de café sobre la mesa, que salpicó la camisa de Víctor. La criada se disculpó, y Víctor le contestó que no se preocupara, que podía marcharse, él iría a cambiarse en seguida, porque debía llevar a la señorita Julia a un evento de noche.

Julia bajó poco después, en un despampanante traje de noche. Víctor debería estar listo, pero no lo halló en la sala. Lo buscó en la cocina y entonces, a través de una rendija de la puerta, lo vio sin camisa… Julia casi se desmaya… de deseo desenfrenado… al ver aquellos musculosos brazos repletos de tatuajes callejeros. Poco faltó para que Julia se desvistiera de inmediato y se arrojara en los brazos de ese expandillero.

Víctor se dio cuenta de que era observado y cerró la puerta. Julia se ruborizó y fue al lobby, para esperar al chofer. Víctor la alcanzó, con su uniforme, también apenado.

Durante el viaje, Víctor pidió a Julia que no se molestara, que realmente necesitaba ese trabajo, que en verdad deseaba dejar atrás su vida delictiva, para siempre. Víctor se veía muy preocupado, pues le habían dicho que Julia ignoraba su pasado en la prisión.

-Descuide, Víctor, confío en usted, creo en las segundas oportunidades… -le tranquilizó Julia, con un tono de voz no muy adecuado en una relación jefe-empleado… y durante la velada, Julia apenas pudo mantener su cabeza fría.

El día siguiente fue domingo. Julia salió de su habitación con un corto camisón de seda blanca y traslúcida, que resaltaba más la blancura de su piel. Deambulaba así por su residencia pues, era el día libre de todos los empleados, debía estar sola, así debía ser… pero no era así.

-¡Víctor! –exclamó Julia, al encontrar al susodicho en la cocina, llevando una camiseta sin mangas. El conductor se sobresaltó, y Julia, como primera reacción, quiso cubrirse con sus brazos, pero comprendió pronto lo absurdo de tal empresa.

Víctor se sonrojó a su vez, pero sus ojillos aviesos no dejaron de devorar la exquisita figura de su patrona. Observó la expresión de Julia y eso lo tranquilizó. Julia a su vez, caliente como estaba, aparentó relajarse; se fijó en los diseños de los tatuajes en los brazos de Víctor.

-¿Te dolieron mucho esos tatuajes? –le preguntó ella, pasando las yemas de sus dedos por los musculosos brazos del chofer.

-Sí –admitió él, sintiendo su virilidad endurecerse de sobremanera ante el febril contacto de la carne de esa hembra-, pero hay cosas que duelen más, señorita…

-¿Qué puede doler más?

-Desear a una mujer demasiado, y no poder tenerla –confesó Víctor, quien mascaba un chicle desde hace varios minutos.

-¿Qué te lo impide? –inquirió ella, mirándolo a los ojos, muy cerca su rostro al de él- ¿Acaso no eres hombre para reclamar lo que es tuyo?

-Esa mujer podría regresarme a la cárcel…

-Lo hará si no te portas como un hombre con ella… -dijo al fin, casi rociando su aliento sobre los aviesos labios de Víctor. El chofer hizo asomar fuera de su boca el masticado chicle, y Julia, sin pensarlo dos veces, lo atrapó con sus labios para introducirlo en su boca y seguir masticándolo, así, empapado con la saliva de su empleado.

Víctor, al ver tan inequívoca luz verde para proceder, de inmediato atrapó los firmes y redondos glúteos de la diplomática, atrayéndola hacia él, apretándola contra su fornido cuerpo. Julia quiso besarlo, pero Víctor no se dejó por el momento, más bien la alzó como si fuera una muñeca, para hundir su rostro entre los carnosos pechos de Julia. Ella rodeó la enorme cabeza de ese hombre con sus brazos, cerrando sus ojos, emocionadísima al sentirse en las garras de ese simio.

Víctor le fue arrancando el caro camisón, Julia lo animó con unos sensuales "¡Sí, sí, sí!", y pronto, supo que estaba desnuda de pies a cabeza y a merced de su conductor. Julia hizo otro tanto con la camiseta de Víctor, que pronto cayó hecha jirones. Víctor tendió a Julia sobre la mesa de madera de la cocina, ella se manoseaba sin control, ansiosa como un animal de ser poseída por ese sujeto.

Víctor se bajó los pantalones y su ropa interior. Julia vio entonces, cómo brotó un butuco sin igual, un miembro rechoncho y negro. Víctor la aferró de sus blancos y finos pies, bajándola del mueble. Julia quiso agarrarle el mazo pero Víctor la hizo dar media vuelta, hincándola sin dificultad, apoyándose ella con sus codos sobre una silla, gimiendo de modo irrefrenable. Víctor se agachó sobre ella, rozándole su gorda pinga por su nívea espalda, causando inesperados espasmos en Julia, quien gemía, gozando cada instante en que ese hombre iba derritiéndola.

-¡Ay, sí, quiero ser tuya! –mugía Julia, con sus párpados bien apretados, conteniendo una avalancha de gemidos.

Víctor resoplaba emocionado, deslizando sus rudas manos sobre la delicada y blanca piel de su temblorosa patrona, lo que más le gustaba de ella era su redondo culo, el mejor y más curvilíneo que hubiera visto en toda su vida, y ahora estaba a punto de poseerlo. Víctor frotó su duro miembro entre las nalgas de Julia, y la agasajada chilló de puro placer, presa de una súbita lujuria rayana en la demencia.

Víctor se inclinó sobre ella, deseoso de hacerla sufrir, de hacerle pagar todas las provocaciones de aquellos tensos días. Le metió dos gruesos dedos en la boca y ella los succionó con ganas, y con su otra zarpa, Víctor comenzó a travesearle su anegada intimidad. Julia casi se desmaya, apoyada sobre sus codos, como Dios la trajo al mundo a merced de ese expresidiario.

Víctor hizo que Julia se arrodillara frente a él, siempre con sus dedos dentro de su aterciopelada boquita. Le sacó el arrugado chicle, se secó los dedos de la saliva de su patrona en el rostro de ella, y Julia embelesada, se dejó hacer. Víctor le lamió el costado de su cara y ella casi desfallece de placer.

-¿Por qué me torturas así? ¡Te quiero adentro ya! –suplicaba ella, respirando pesadamente, e intentó de nuevo besar a su conductor, pero éste se apartó y se puso de pie.

-Si querés, pinga, puta solapada, vení gateando atrás de mí –le dijo él, con su mejor tono delincuencial.

Julia gimió y casi se corre al escuchar esas rudas palabras. Víctor caminó hacia la sala, a unos siete metros de la cocina. Julia no lo pensó dos veces, mandando al diablo cualesquiera doctorados, modales y clases sociales, gateó sonriente hacia su macho, ansiosa de una cosa: ser poseída salvajemente y cogida como la auténtica ramera que era. Víctor no dejó de excitarse como nunca contemplando a ese portento de mujer, gateando embobada tras él.

Víctor se sentó en el más largo sofá, haciendo que Julia lo rodeara, cosa que hizo sin chistar, respetando las perversas reglas hasta el último minuto. Julia entonces, rozó sus labios en los dedos del pie de su chofer y lo besó…. así, labios, lengua y frotes con su hermoso rostro fueron ascendiendo por la velluda y robusta pierna de Víctor, impresionado ante ese inolvidable espectáculo, ansioso de que esas aviesas fauces de súcubo arribaran a su pincho, tembloroso de ser devorado.

El robusto chofer ya casi jadeaba, y justo cuando el aliento de la preciosa diplomática rociaba su verga dura como roca, Víctor la alzó con su mano. Julia gimió, como reprochándole postergar la ingesta del manjar, pero de inmediato, sonriéndole antes, extendió su lengua de seda y con su punta comenzó a estimular los peludos testículos de ese hombre.

-Así mujer, así… portate bien puta… -le decía Víctor. Y Julia jadeaba, lamiendo y engullendo pelotas, chupándolas como caramelos dentro de su boca, calentándolas y humedeciéndolas, haciendo las delicias de su encantado empleado.

-Quiero comerme tu pinga, mi rey… -musitó ella, totalmente rendida a ese coloso-, deja que me la trague… siempre…. –rogaba, y le besó la base de la torre, que se estremeció desde sus cimientos.

La prestigiosa diplomática recorrió con la punta de su lengua toda la longitud de esa cálida y vibrante carne… Víctor la aferró del pelo, y Julia se apoderó de su tercera pierna y en un santiamén, el inmenso glande del exconvicto desapareció tras la quijada de Julia, que mamó y se deleitó como una drogadicta que hubiera pasado meses sin su dosis, mugiendo alocada y retorciendo su cabeza… causando que su fornido amante gimiera junto a ella, disfrutando esa monumental mamada, pensando que ninguna puta de la calle había sido capaz de comerse su pene como aquella hermosísima mujer lo estaba haciendo… Julia gemía como si algo le doliera, encantada de volver a saborear una auténtica polla, masculina y brutal, intentando tragársela cada vez más… Víctor, que la sujetaba de su corta cabellera castaña, subía y bajaba la cabeza de Julia y con sus ojos entrecerrados, observaba complacido cómo su mástil iba perdiéndose dentro de ese caluroso, húmedo y estrecho abismo de lujuria infinita.

-Mmmmm… mmmmmmm…. ssslurpp… mmmm…. –eran los únicos ruidos que emergían de la obstruida garganta de Julia quien, con su cara enrojecida, vivía para dar placer a su hombre, rebosando los chorros de saliva de las comisuras de sus labios, así como de líquido preseminal, que lubricaban el miembro del extasiado Víctor.

Julia, con una de sus delicadas manos, acariciaba el escroto de su amante, y con la otra, pajeaba la parte del venoso órgano que no podía meterse en la boca, muy a pesar suyo, y a veces pajeaba la parte superior para lamer, besar y ensalivar la parte inferior.

Víctor le arrebató su pinga de la boca y se inclinó hacia su arrodillada esclava. Se besaron por primera vez, sus lenguas se fundieron y se succionaron mutuamente… Víctor se apoderó de los erectos senos de su patrona, y Julia no soltó su cilíndrico y vibrante trofeo, resplandeciente y liso con su saliva. Sus bocas chapotearon, y Víctor a veces le lamía toda la cara, Julia aprendió y lamía a veces, sin control, la cara de su nuevo señor.

Se acostaron de lado en el sofá, uno frente al otro, Víctor apretujando a Julia con sus fuertes brazos, besándose con la pasión de dos adolescentes. Víctor no dejaba de manosear ese impresionante cuerpazo de revista.

-Víctor, me estás matando, métemela ya… por favor… te necesito adentro… -suplicó Julia.

-Decí que sós mi puta –ordenó él, sus labios muy cerca de los de Julia.

-¡Soy tu puta, Víctor, soy toda tuya! –exclamó ella, fuera de sí.

Víctor la tendió sobre la gruesa alfombra. Julia temblaba sin control, relamiéndose sus finos labios. Víctor se hincó sobre su pecho, y su atenta esclava sexual adivinó sus intenciones. El chofer colocó su tremendo venablo entre los redondos y casi perfectos senos de la embajadora. Julia los apretó y Víctor inició el mete y saca. Instintivamente, Julia alzó su cabeza para lamer la punta de ese cipote que surgía como una anguila de entre sus níveos pechos. Estuvieron pocos minutos así, hasta que Víctor saltó de su posición y tomó a Julia de las muñecas, acercándola de espaldas a la pared más cercana…

-Por favor, Víctor, por favor… te lo ruego… revuélcame ya, me estás volviendo loca… -musitaba ella.

Víctor le escupió en la cara y regó la saliva con su mano, metiendo sus dedos en la boca de la anonadada Julia. Víctor la levantó en vilo, sujetándola de sus nalgas de estatua, aprisionándola entre su gigantesco cuerpo y la pared… Julia no supo explicar lo que sucedió… el instante más delicioso de su vida, cuando esa grandiosa polla se adentró en su empapado sexo que llevaba ratos pidiendo verga a gritos.

-¡Aaaayyy, aaaahhh, Víct- Víctor… aaaaayyy, jaaaahh! –chillaba Julia, mientras Víctor, sosteniéndola sin demasiados problemas, la penetraba despacio, saboreando ese lento escrutinio de las interioridades de esa, la más magnífica mujer que hubiese caído en sus manos.

-¿Ya estás feliz, perra? Ya tenés tu pinga, ahora sufrí, cabrona –rugió Víctor, en medio de jadeos, lamiendo la sudorosa cara de la quejumbrosa Julia, acentuando la velocidad y fuerza de sus embestidas.

Julia se estremecía de gozo, bañados los dos en sudor; ella cruzó sus blancas y largas piernas alrededor del grueso talle de su amante, aullaba sin complejos, a veces sonriendo, a veces esbozando muecas de dolor… cuando se ponía demasiado escandalosa, Víctor la besaba para ahogar su bulla. Las carnes de ambos enloquecidos amantes chocaban como aplausos, y el panelito tras Julia crujía por la presión.

Julia se aferraba a su imponente macho, repleta de inefable júbilo, mientras sus violentos orgasmos estallaban uno tras otro, pudiendo oír sus jugos cayendo en el piso de madera. Víctor se puso tan ruidoso como ella, y los dos gimoteaban sin control. Entonces, Víctor la soltó, depositándola de rodillas en el mojado piso. Julia le agarró el hinchado miembro y se lo metió a la boca como si de ello dependiera su vida. Víctor tembló y se apoyó en la hendida pared, a punto de estallar. Julia hacía estragos con sus desvergonzados chupetones y su ágil lengua, deslizándose en veloces y tormentosos círculos alrededor del capullo de Víctor…

-¡Aquí está tu premio, ramera! –logró mascullar el agasajado, antes de que el primer chorro de ardiente lefa cruzara el bello rostro de Julia, quien gritó de alegría al sentir esa calurosa sustancia en su piel, seguida de más chorros que resbalaron sobre sus párpados cerrados, sus mejillas, sus senos, su barbilla, relamiéndose excitadísima y limpiando con su lengua el estilete del tremendo gladiador que la había complacido como a ella le gustaba.

Víctor uso su no tan fláccido pene para embadurnarlo con su semen desde la aún enrojecida cara de Julia, para que ella terminara su trabajo con su hambriento boca. Víctor se hincó entonces y los dos se adhirieron en un obsceno beso, y estuvieron así varios minutos.

Julia vio el reloj de soslayo, apenas eran las nueve de la mañana. Frotó su cara contra el pecho de piedra de Víctor y derramó una lágrima de felicidad.

-Víctor, hazme de todo, no dejes que olvide este día…. te prometo que tu puta no va a tener ningún no para ti… ninguno… seré tu esclava, siempre, cuando estemos solos, siempre haré lo que me pidas…. siempre…

Víctor la levantó con sus poderosos brazos, le sonrió, triunfal, sabiéndose amo y señor de esa espectacular hembra, meditando que fantasías iba a aprovechar para cumplir.

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