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Calentando al vecino de enfrente

en Fantasías Eróticas

Ella estaba sentada viendo una película semi erótica que desvelaba las perversiones del Marqués de Sade. Se dejaba envolver por el contenido de la proyección en una habitación oscura pero caliente. Sí, hacía calor, mucho calor. Tanto que comenzaba a notar como pequeñas gotas de sudor iban resbalando desde la parte superior de su suculento cuello hasta recorrer el hueco de su escote. Oh! Sí!. Sus manos comenzaban a tocarse sin saber por qué, acariciando su tersa piel, sus firmes pechos y penetrando en su jugosa boca. Comenzaba a sentir una mezcla de timidez y placer humedeciendo su profundo y oscuro sótano de jugo caliente provocando ardores en sus entrañas.

Era rubia y con el pelo largo y lacio como la seda. Sus ojos marrones y rasgados con las pestañas eternamente largas y una mirada profunda que invitaba a perderse sin saber ciertamente hasta dónde se va a llegar. Su cuerpo perfectamente esculpido como si sus curvas hubieran sido diseñadas con ayuda de un compás. Sus piernas… largas e interminables que permiten a cualquier hombre, y por qué no, a cualquier mujer, soñar con rozarlas desde sus pequeños e indefensos deditos, recorriendo sus gemelos perfectamente redondeados a fuerza de gimnasio, continuando con sus rodillas para llegar a sus pecaminosos muslos que dan paso a ese mundo oculto que, según la cara de inocencia de ella, es imposible saber si ha sido explorado antes o no.

Sí, estaba sola o… por lo menos eso creía…

Seguía viendo la película y tocándose. Se estaba poniendo a mil y le entraron ganas de desnudarse para poder disfrutar libremente de todos los poros de su piel con la yema de los dedos. Miró hacia el ventanal para ver si alguien podía verla. La habitación solo se iluminaba por el reflejo de la pantalla. Una ventana, la más peligrosa de todas porque apuntaba directamente hacia el sofá, tenía la cortina ligeramente subida y, en la ventana de enfrente, había un chico fumándose un cigarro. Sintió vergüenza y se levantó para bajar la cortina pero miró al chico demasiado tiempo, el suficiente para que su apetito sexual la invitara a hacer partícipe de alguna manera a ese chico del homenaje que se iba a dar.

Bajó la cortina, encendió la luz del salón y apagó la tele. Se volvió a acercar a la ventana sabedora de que su sombra traspasaría la cortina y el vecino vería su silueta. Entonces se llevó las manos a la cintura y se quitó el pantaloncito del pijama primero y el tanga a continuación. Acto seguido sus manos fueron subiendo de nuevo desde la cintura hacia los hombros arrastrando la camiseta y dejando sus pechos desnudos. Lo hizo sin prisa, acariciándose placenteramente la piel y sintiendo como el roce de la tela iba endureciéndole los pezones cada vez más. Una vez estuvo totalmente desnuda, volvió a recorrerse la piel acariciándose desde los hombros hasta la entrepierna y se separó de la ventana. Y, para rematar, apagó la luz del salón de nuevo, se acercó a subir lo suficiente la cortina y se tumbó en el sofá para, finalmente, volver a encender la tele.

Estaba segura de que el vecino no se habría apartado de la ventana y que, en estos momentos, debía estar mirando hacia el salón de la casa para ver si la pillaba desnuda. Ella se había atrincherado perfectamente en el sofá y no se la veía pero, por el contrario, las imágenes que salían por la pantalla sí que se veían perfectamente desde la posición del vecino. Imaginó al vecino sacando conclusiones acerca de una chica desnuda y una película erótica. Imaginaba cuáles serían las reacciones del vecino y jugaba a meterse en su mente para ver cómo la estaba imaginando sobre el sofá. Y le dio el subidón.

Su primera reacción fue excitarse al visualizarse desde un primer ángulo general. Se veía a sí misma como se mirara suspendida desde el techo. Estaba estirada en el sofá, con la pierna derecha apoyada contra el respaldo y la izquierda abierta apuntando con la rodilla hacia la tele. Se acariciaba suavemente el clítoris en movimientos circulares con la mano izquierda mientras que se metía dos dedos de la derecha en la boca para humedecerlos y que bajaran a tomar el relevo. Se le veía un cuerpo escultural. La amplitud de sus piernas, las curvas de la cintura, los prominentes pechos y sus brazos delicados con manos de uñas largas y cuidadas. El gesto del placer dibujándose con mil muecas en el rostro y gimiendo dulcemente cada vez que un espasmo de placer arrancaba en su interior.

El siguiente espasmo llegó cuando se dio cuenta de que el vecino podría estar imaginándola así. Le gustaba saber que tenía el potencial necesario para excitar sexualmente a los hombres. Se giró para comprobar si el vecino seguía en la ventana y, al verle allí, sintió el placentero cosquilleo del tercer espasmo. La observaban…

Cerró los ojos, la película ya había cumplido su parte en el juego y ahora era la imaginación quien llevaba toda la carga sexual del momento. Sus manos acariciaban el clítoris con suavidad pero con más ritmo cada vez. Fue estirando las caderas hasta que sus piernas se abrieron todo lo que se podían abrir y, los espasmos que habían comenzado siendo cosquilleos, comenzaban a tornar en chispazos de placer. Si el placer físico le excitaba, el psíquico no le andaba tampoco a la zaga. Seguía imaginándose desde todos los ángulos posibles. Más cerca, más lejos, con la vista cerca de la cabeza, entre las piernas. En cada plano siempre encontraba algo que la excitara. Una uña larga, empapada, que araña uno de los labios del sótano subiendo hacia el clítoris, una lengua humedeciendo el labio de arriba de la boca o los erizados pelos del brazo mientras se pellizcaba uno de sus pezones. Pero además sabía que el vecino estaba espiando, que la observaba. Y sabía las cosas que podía estar imaginando el vecino. Su placer estaba encendido de tal manera que estaba totalmente desinhibida y predispuesta a disfrutar de cualquier cosa que pudiera resultarle sexualmente atractiva.

Empezó a pensar en qué cosas morbosas haría para saber hasta dónde estaba dispuesta a llegar. Y, aunque había algunos límites, las posibilidades de hacer algo extremadamente sexual eran muy amplias. Pensó en el vecino. Tal vez no encendiera la luz para seguir masturbándose y que él la viera, porque podrían verle todos los vecinos y eso no formaba parte del juego. Pero si que se atrevería a ponerse de pie y, a oscuras, acercarse lo suficiente a la ventana para que el vecino supiera que estaba a la vista y la mirara. Ya le conocía de vista, era un chico joven y atractivo que vivía con sus padres. Tenía veintitantos. También tenía novia, en alguna ocasión se habían cruzado por la calle. Estaba bueno, era de esos chicos que, en otras circunstancias, te lo tirarías. Así que le excitó eso de provocar al vecino, a su propio objeto de deseo, y se levantó del sofá.

Se apoyó con el costado contra la pared, de cara a la tele, y dándole el culo a la ventana y al vecino. Sus dedos se humedecieron en el pozo de los deseos y comenzaron a acariciar el tesoro que se escondía entre unas piernas que, instintivamente, se fueron abriendo poco a poco. Mientras se acariciaba y sentía como se le ponía todo el vello de punta, se imaginaba al vecino. Primero le imaginó mirándola desde la ventana y excitándose. Luego ya se lo empezó a imaginar como si estuviera con ella en su casa y fueran las manos de él las que, aun de pie, realizaban las conexiones para que los chispazos fueran cada vez más placenteros. Ella, por su parte, disfrutaba acariciando y palpando cada rincón del cuerpo del vecino. Su firme pecho, sus brazos y el impresionante juguete preferido de las mujeres para disfrutar del sexo.

Imaginaba cómo sería el roce de las manos del vecino sobre su piel y la sensación le encantaba. Sentía como él la besaba con fuerza por el cuello, le mordisqueaba la mandíbula. Sabía tocar justo en los puntos clave, en aquellos que solamente conocía ella, su marido y apenas alguna relación anterior. ¡Su marido! No se había acordado de él hasta ese momento. La cosa había empezado siendo una individualidad pero se había convertido en un juego con el vecino de una manera tal que el marido no había podido entrar en juego en ningún momento.

No tardó en incluir al marido en la fantasía. Enseguida imaginó como el vecino continuaba besándole el cuello y acariciando su secreto mientras que el marido, pegado contra su espalda, le acariciaba los costados dibujando la silueta de sus pechos y bajando hasta sus caderas para volver a subir después y repetir el movimiento. Y su miembro rozándose suavemente contra el culo. Imaginar esta primera escena y todas las que fueron sucediéndose después la disparó al éxtasis. Imaginarse con dos hombres la excitaba de tal manera que era capaz de sentir las cuatro manos de ellos recorriendo su piel. Le gustaba la sensación. Tanto que llegó a pedir las cuatro manos en voz alta, manifestando su elevada tensión sexual y lo placentero del momento.

La jugada sería perfecta si hubiera también una mujer, pensó. El grado de desinhibición en el que se encontraba había sacado a la luz su yo sexual más profundo. Se giró porque le empezaron a flaquear las piernas y miró por la ventana. El vecino seguía allí y estaba con la novia. Se sorprendió siendo observada también por una mujer y eso la excitó. No podía tenerse de pie por lo orgásmico del momento. Estaba sintiendo cientos de descargas de placer que salían de lo más profundo de su sexo, tanto del físico como del mental, y tenía que sentarse. Se dejó caer en una silla junto a la ventana, aun de espaldas a sus voyeurs y dejó que la magia del placer inundara todos los poros de su piel. Sus manos no dejaban de acariciarla con mimo y se contoneaba siguiendo el ritmo de sus deseos. Se dejó llevar, liberando la mente e imaginando mil posturas entre los cuatro a cada cual más excitante. No pudo contenerse y empezó a sentir la llegada del tren de los fuegos artificiales.

Frenó en seco y regresó al sofá para sentarse y coger el teléfono. Llamó a su marido y, con el cosquilleo propio de quien sabe que va a dar una sorpresa que va a redundar en su propio placer, le dijo que no tardara en volver a casa porque tenía ganas de pasarlo bien y que estaba predispuesta a todo, absolutamente a todo. El marido la entendió perfectamente y ella lo sabía. Así que se quedó disfrutando de ese gusanillo placentero hasta que, por fin, sintió las llaves de su marido abrir la puerta de casa.

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