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El hijo de los vecinos (2)

en Trios

Estaba siendo una mañana de sábado realmente excitante y morbosa. Mi mujer, Natalia, acababa de posar para mi cámara masturbándose en la piscina mientras fantaseaba con que la espiaba el vecino. Y, ahora, se estaba acercando a la portezuela que une nuestros jardines, el de los vecinos y el nuestro, para comprobar si el vecino, bueno… el hijo de los vecinos, estaba o no estaba en la casa.

A todo esto tengo que deciros dos cosas. Por un lado que lo de asomarse a mirar era porque, durante las fotos, habíamos escuchado un móvil en el jardín de al lado y suponíamos que podía haber alguien y, por otro lado, que, además, mi mujer se estaba acercando a la puerta metálica completamente desnuda. Con lo que ya os podéis hacer una idea de lo morboso del momento.

Unos minutos antes, durante la sesión, le había confesado a Natalia que fantaseo con escenas de exhibicionismo que ella misma protagoniza y mi mujer, para mi sorpresa, había afirmado excitarse imaginándose en esa situación. Ahora iba desnuda a curiosear hacia el jardín de los vecinos y eso pasaba de ser una fantasía a convertirse en un auténtico acto exhibicionista. La erección que arrastraba desde que había empezado la mañana empezó a ser, entonces, dolorosa por el grado de excitación que tenía. Pero, como dice el refrán, "Sarna con gusto no pica"…

Natalia se agarró a la maya metálica de la puerta y se puso de puntillas para mirar hacia el jardín de al lado. De perfil a mí, la silueta de mi esposa era tan fantástica que no pude evitar volver a coger la cámara para seguir fotografiándola. Tras varios disparos, Natalia relajó la postura y, ni corta ni perezosa, descorrió el pestillo y abrió la puerta para pasar al otro lado.

Salí tras ella y, encuadrándola con la puerta abierta, le hice varias fotos de espaldas mientras caminaba por el pasillito de los vecinos hacia su jardín. Se detuvo a mitad del pasillo y giró la cabeza para mirarme y para mirar hacia el fondo opuesto del pasillo, el que da a la valla principal de la calle.

Instintivamente yo miré también hacia nuestra valla. Son muros a media altura con celosía para que no se vea el interior de las parcelas desde la calle. Nosotros, además, tenemos plantado un seto de ciprés en toda esa fachada. Quiero plantarlo en el jardín también pero aún no lo he hecho. Al fin y al cabo, ya me sirve de seto el de mi vecino.

Cuando volví a buscar a Natalia con la mirada no se había movido del sitio. Se mantenía en la misma posición, mirándome a la cara.

-¿Me haces una foto a través del seto?... –me insinuó -…Al lado de la manguera hay un pequeño hueco… -.

Me guiñó el ojo y se mordió el labio, ¿Cómo decirle que no? En esos momentos el morbo y la excitación pesan más que la razón o la lógica. Así que, aunque fuera una locura que se metiera sola y desnuda en el jardín de los vecinos, en realidad estaba deseando que lo hiciera y quería fotografiarlo desde nuestro lado, a través de las plantas.

Me separé de la puerta y comencé a buscar ese hueco que había cerca de nuestra manguera. Me costó encontrarlo porque pensaba que estaba más alto de dónde se encontraba, que era a la altura de mis muslos. Así que, una vez que lo encontré, me puse de rodillas y me eché la cámara a la cara para captar la imagen del otro jardín que entraba por ese agujero.

Casi me caigo de la impresión al enfocar el objetivo. Al otro lado del seto, Natalia se había tumbado abierta de piernas frente a mí y, ¡¡Delante de un hombre desnudo que me daba la espalda!!, se estaba acariciando el pecho.

De nuevo el dolor en la polla me recordó lo cachondo que estaba. Hice varias fotos, el morbo de la imagen daba mucho juego, y, cuando las tuve, me levanté para cruzar yo también al jardín de los vecinos mientras no paraba de preguntarme quién era ese tío.

Cuando llegué el hombre seguía en la misma posición: de pie de frente a Natalia con la mano izquierda muerta y la derecha sobándose los huevos. Mi mujer, por su parte, tampoco se había movido de la tumbona y continuaba abierta de piernas. Llegué a la altura del desconocido, me detuve junto a él y le miré.

-Es Vicente, el hijo de los vecinos –me dijo Natalia -…Vicente… Este es Oscar, mi marido… -.

Miré de nuevo al vecino e incliné levemente la cabeza a modo de saludo. El respondió con el mismo gesto y, a continuación, volví a mirar a Natalia algo contrariado aun.

-Te apetece que convierta en realidad tu fantasía de exhibirme, ¿Verdad? –me insinuó –Yo estoy deseando hacerlo… de nuevo…-.

¿De nuevo? ¿Cómo que de nuevo? Natalia me estaba diciendo que no era la primera vez que se exhibía pero yo era incapaz de reaccionar para situar la primera vez, no sabía cuándo había sido ni con quién. Volví a mirar a Vicente con cara de sorpresa y él, hábilmente, supo como quitarse de en medio momentáneamente en cuanto vio mi cara de sorpresa.

-Voy a entrar a por unas cervezas… -dijo.

Cruzó la cristalera de la casa y se perdió en el interior de la misma. Esperé a que estuviera lo suficientemente lejos como para no escucharnos y, entonces, volví a mirar a mi esposa con cara de no entender su "de nuevo".

-Lleva toda la mañana al otro lado del seto –me dijo Natalia –y ya has visto lo bien que lo hemos pasado aunque tu no lo supieras. Ahora me apetece que lo veas, que disfrutes de la desinhibición de tu mujer y que pongamos la guinda a una mañana fantástica… ¿Qué me dices? ¿No te gustaría saber cómo de golfa puedo ser? Me da a mí que, seguramente, te mueres de ganas de ver cómo me folla… ¿O acaso en tus fantasías nunca terminan por follarme quienes me observan? Hoy me apetece follaros a los dos…-.

Una multitud de imágenes en las que mi mujer se pega un festival de sexo se agolparon en mi cabeza. La visualizaba como otras tantas veces protagonizando las escenas de exhibicionismo con las que me he pegado más de un buen homenaje y, a la vez, pensaba en que esta situación que estábamos viviendo era una auténtica locura. Una locura que, dicho sea de paso, me tenía tan cachondo que no sabía si empezar a pelármela o si metérsela en la boca directamente.

No conocía esta faceta de Natalia y eso me descolocaba. Una cosa es fantasear con que tu mujer es la más puta del reino y otra, bien distinta, que se comporte como tal. Al final venció el morbo y la excitación y terminé por aceptar que nos íbamos a montar un trío de padre y muy señor mío. No sabía cómo sería Vicente de fogoso pero una cosa sí que tenía clara: que mi mujer estaba desatada y que eso me pone como una moto. Así que, pasara lo que pasara, fijo que iba a ser una experiencia satisfactoria.

Las expresiones de mi cara debieron ir situando a Natalia en cada uno de mis pensamientos porque, sin mediar palabra, nos fuimos comunicando solo por gestos hasta el momento final en el que puse cara de tener ganas de que ocurriera cualquier disparate. Ya no había marcha atrás porque, incluso, ya habían aparecido en mi imaginación imágenes de Natalia follando con Vicente y, sinceramente, me ponía como una moto solo de pensarlas.

-Tu mandas… -le contesté con una sonrisa pícara –haz todo lo que te apetezca… -.

Natalia se levantó de la tumbona y se me acercó hasta pegar su cuerpo contra el mío. Me besó apasionadamente a la par que me frotaba la polla y terminó dándome un mordisquito en el labio. Luego se separó y, sin más, se dirigió a la cristalera con el propósito de entrar en la casa de los vecinos.

La casa de Doña Concha es simétricamente opuesta a la nuestra, como un reflejo. De manera que era fácil adivinar dónde estaba cada estancia. Pero, por otra parte, la decoración de esa casa era totalmente diferente. Mientras que nosotros, sin rozar el minimalismo, teníamos la casa con los muebles justos, Doña Concha y su marido parecían vivir en un museo de muebles y cuadros centenarios. Todo un escenario fabuloso en el que recrear una escena de sexo para inmortalizarla con la cámara de fotos. Aparte, claro está, del morbo añadido que suponía la presencia de este clima sexual tan exagerado en casa de un matrimonio tan conservador como eran nuestros vecinos. Si doña Concha supiera…

Natalia se sentó sobre sus piernas cruzadas en un sillón individual con orejeras y dejó caer sus brazos sobre los del mueble esperando que Vicente, que nos debía haber escuchado entrar, volviera de la cocina. Era como una Diosa en su trono presumiendo de su inmejorable apariencia física a la espera de poder satisfacer sus instintos.

Vicente volvió de la cocina y no se sorprendió de vernos en el salón. Dejó las cervezas sobre la mesa del té que quedaba junto al sillón y el sofá, enfrentada a la tele, y se acomodó en un extremo del sofá a la espera de que la acción volviera a iniciarse. No dijo absolutamente nada sino que, por el contrario, se comportaba como un simple espectador ensimismado con la belleza y el potencial sexual que emanaba del cuerpo de Natalia.

Mi mujer estiró la espalda al verle venir y saco pecho mientras que volvía a dibujarse en su cara la lujuria y el deseo. Cogió una toalla de playa que había sobre el brazo del sillón, la colocó doblada bajo su culo y, una vez que puso a salvo el cuero del sillón, cogió una de las jarras de barro de cerveza y se la acercó a una teta inclinándola lo justo para que, aun pareciendo que se pudiera derramar, no lo hiciera. Entonces miró a Vicente y le habló.

-¿Un sorbito de cerveza? –le propuso.

Vicente se acercó al sillón y se puso de rodillas delante de Natalia acercando su boca a la teta sobre la que pendía la jarra de cerveza. Abrió los labios, sacó un poco la lengua y espero a que mi mujer hiciera lo que suponíamos que iba a hacer. Y, efectivamente, Natalia comenzó a dejar caer un hilo de cerveza sobre su teta para que Vicente se acercara a chuparla metiéndose, para empezar, todo el pezón en la boca.

Natalia le miraba mientras que él seguía chupando con ansia su teta. El caldo se derramaba sobre la misma y seguía cayendo por la tripa hacia el ombligo y el monte de venus antes de caer y mojar la toalla. En su rostro se reflejaba el placer que le producía la boca del vecino y no pudo evitar llevarse una mano a la entrepierna para mojarse los dedos en la cerveza que caía y se mezclaba con sus fluidos. Luego se llevó los dedos a la boca y los lamió mientras que seguía echando cerveza sobre su piel para deleite de Vicente.

Entonces se llevó la jarra a la otra teta y me miró. No dudé en acercarme y ponerme también de rodillas junto a Vicente para probar ese manjar de cebada y sexo. Natalia comenzó a verter líquido de nuevo sobre sus tetas y ambos nos enganchamos como niños pequeños a chupar para saborear tan delicioso líquido.

Natalia me acarició la cabeza mientras bebía y luego se cambió la jarra de mano para acariciar también la de Vicente. Sorbiendo de sus tetas, ambos levantábamos la mirada para verla y ella también nos miraba a nosotros bebiendo de sus senos. Y así estuvimos, bebiendo, lamiendo y gozando, hasta que todo el contenido de la jarra terminó de caer sobre el cuerpo de mi esposa.

Luego nos echó levemente hacia atrás y, mientras permanecíamos de rodillas, se puso en pie delante nuestra. Cogió a Vicente de la cabeza y lo oprimió contra su sexo para que le chupara bien la cerveza que aún quedaba sobre su escaso vello púbico y que le goteaba hacia el clítoris. Vicente respondió a la opresión cogiéndose fuertemente con las manos del culo de Natalia y se hundió entre sus piernas todo lo que pudo para recorrer con la lengua la mayor cantidad de sexo posible. Después del soberano lengüetazo se separó lentamente de ella y, como yo, se quedó de rodillas esperando la siguiente maniobra de mi mujer.

Nos levantó del suelo y me invitó a que me sentara en el sillón. Me senté con las piernas abiertas y la polla apuntando al cielo mirando lascivamente a Natalia que, entre mis piernas, era quien se arrodillaba ahora mientras cogía otra jarra de cerveza. A continuación se echó un sorbo a la boca y, sin tragárselo, acercó sus labios a mi polla para comenzar a envolverla sin que se derramara una gota. Acto seguido comenzó a agitar la cerveza con sus carrillos mientras que me pasaba la lengua por el prepucio. Era una sensación orgásmica. El frio inicial de la cerveza me provocó un escalofrío que me subió por la espalda y luego, el efecto batidora del líquido empapándome todo el miembro me hizo conocer sensaciones que, hasta ese momento, nunca había conocido y que eran realmente fascinantes.

Estuvo chupándome la polla durante unos segundos hasta que, finalmente, se tragó la cerveza. Entonces fue deslizando sus labios hacia mi capullo para sacarse el miembro de la boca y, cogiendo de la mano a Vicente para que se sentara en el sillón, me dijo:

-Deberías probarlo tú también… -.

Por unos segundos alterné la vista entre la polla de Vicente y los ojos de Natalia. Ella insistía con la mirada, transmitiéndome además la excitación que le producía imaginar esa escena. Cogió con una mano la polla de Vicente, la sobó y, finalmente, accedí a levantarme del sillón para que se sentara él.

La del vecino era la primera polla que me iba a meter en la boca en mi vida y, por un momento, aparecieron en mi cabeza los típicos tópicos homosexuales que podrían llegar a cortarme el rollo. Pero, por otro lado, recordé cuántas veces me había dicho Natalia que le encantaría verme comiendo rabo y, víctima de la excitación más curiosona, acepté morboso el reto de mamar por primera vez un sexo masculino.

Me eché un sorbo de cerveza en la boca y, como había hecho Natalia conmigo, me acerqué a la entrepierna de Vicente lentamente. Una vez que tuve el capullo de su buena verga a tiro de lengua de mi cara comencé con la operación de empezar a metérmela en la boca con decisión pero con cuidado de no derramar nada de cerveza.

Conforme me la iba metiendo en la boca recordé las veces que había soñado con chuparme mi propia polla y, aunque ahora solo iba a experimentar la mitad "desconocida" de esa sensación, me fui excitando aún más si cabe de lo que ya estaba. El miembro de Vicente me llenó la cavidad y, por fin, pude constatar que tener una polla en la boca es realmente excitante independientemente de la tendencia sexual de cada uno. Yo soy hetero pero, sin embargo, en ese momento habría sido capaz de mamar esa polla hasta hacer que se corriera.

Natalia cogió la cámara de fotos y comenzó a inmortalizar el momento. Verla desnuda, cámara en mano y mordiéndose el labio de placer al verme a mí me animaba, más aun, a disfrutar de la experiencia. Me tragué la cerveza y, como si de un gran chupa chups se tratara, comencé a chuparle la polla a Vicente metiéndomela y sacándomela de la boca rítmicamente.

Luego dejó la cámara sobre la mesa y se sentó en el suelo, delante de la tele, apoyando la espalda contra las patas de una silla para mirarnos y tocarse mientras disfrutaba del espectáculo. Mantuve mi comportamiento unos minutos más, mirando a mi mujer para provocar su excitación y acariciándome mi propia polla que me estaba pidiendo a gritos una buena sacudida.

Natalia se levantó del suelo y vino hacia el sillón. Dejó a Vicente sentado y se sentó sobre él dándole la espalda y me cogió de la mano para levantarme. Situó la polla de Vicente en la embocadura de su coño y se fue dejando caer para que la penetrara. Luego echó el cuerpo hacia delante y se metió mi polla en la boca. Mientras me chupaba el miembro, comenzó a mover las caderas para sentir el sexo de Vicente en su interior.

Y ahí estábamos los tres, con Natalia llena de sexo y nosotros disfrutando de su desinhibición y su fantástica manera de hacernos gozar. Tras varios minutos cabalgándose a Vicente, Natalia volvió a levantarse y se dio la vuelta. Ahora me dejaba a mí el culo en pompa mientras que, sin dudarlo, se metía la polla de Vicente en la boca y volvía a dejarse llevar por la lujuria gimiendo sin pudor cada vez que sentía mi polla clavarse en lo más profundo de sus entrañas.

Hice lo imposible por no correrme, no hay nada que me desate más que mi mujer con el culo en pompa, así que cuando me pareció que iba a ser inevitable tomé la única decisión que podía tomar: parar y salir del interior de Natalia.

Mi mujer continuó aferrada al miembro del vecino y, al poco, se detuvo para volver a incorporarse y dirigirse a las escaleras que llevan al piso de arriba. Con las manos apoyadas en la barandilla, nos miró pícaramente y hasta posó para que le hiciera alguna foto. Nosotros dos estábamos inmóviles, hipnotizados con el escultural y sexual cuerpo de Natalia y con la lascivia que contagiaba con su mirada. Finalmente Natalia retomó la marcha y empezó a subir las escaleras sin decirnos ni una palabra.

-¿Dónde vas? –le pregunté.

-Dadme un minuto –fue todo lo que obtuvimos por respuesta.

Durante ese tiempo aproveché para revisar en el visor de la cámara algunas de las fotos que había hecho y, las que más me llamaban la atención, se las enseñaba también a Vicente. Una de ellas, en el jardín de mi casa, era realmente espectacular. Tanto que los dos nos llevamos la mano al paquete mientras la mirábamos.

-¡Pero qué buena que está! –exclamó Vicente.

-¿quién te iba a decir a ti que…? Bueno… ¡Y a mí! ¿Quién me iba a decir a mí que iba a pasar esto? -.

-Pues Natalia parecía tenerlo muy claro… -dejó caer Vicente.

Ante mi gesto de sorpresa, Vicente me contó que había sido Natalia quien había preparado todo esto. Me contó que ella le había llamado y que, desde el primer momento, sabía que Vicente estaba detrás del seto. Había jugado conmigo pero lo había hecho muy bien. De no ser así, en ese momento, yo tendría que haberme mosqueado y, por el contrario, lo que estaba era poniéndome mucho más cachondo al darme cuenta de todo lo que, en realidad, Natalia había hecho y dicho durante las fotos en nuestro jardín.

-Chicos… -la voz de mi esposa sonó desde arriba -…dormitorio principal… -.

La impaciencia por saber qué nos íbamos a encontrar nos hizo subir las escaleras casi a la carrera. Vicente iba delante y yo detrás. Al llegar al dormitorio Vicente cruzó la puerta pero yo me quedé helado de gusto en el mismo pasillo. Una impresionante cama de dosel al más puro estilo de la Edad Media presidía una habitación que parecía sacada de un capítulo de Los Tudor. Natalia estaba recostada en la cama, con la espalda apoyada en grandes cojines, con los brazos extendidos y la pierna derecha flexionada hacia arriba y cruzada sobre la izquierda. Se me quedó mirando fijamente a los ojos y, como no reaccionaba, me dijo:

-¡Foto! -.

Inmediatamente disparé la primera y, de momento, localicé mil encuadres diferentes desde lo que seguir disparando para obtener buenas fotos. Natalia estuvo posando mirando al objetivo durante las primeras fotos hasta que, por fin, recuperé el habla.

-Te exhibes para el vecino, ¿Recuerdas? -.

Natalia buscó a Vicente con la mirada y empezó a juguetear contoneándose levemente sobre la cama como una gatita juguetona. Achinaba los ojos, le sonreía, se mordía el labio mientras que se acariciaba el pezón… En definitiva, le provocaba y gozaba al hacerlo. Vicente, por su parte, se había quedado de pie, inmóvil, cerca de la cama y se sobaba la polla mientras miraba a mi mujer.

Este era mi momento. Ahora sabía que Natalia hacía esto porque le gustaba realmente. Tanto como para llegar hasta el extremo de provocar la situación. Así que, por tanto, podíamos llevarla hasta donde nos diera la gana. Y yo tenía muchas ganas de ir volviéndola cada vez más y más sucia y lasciva…

-¿Qué te parece… -comencé a decir sin dejar de fotografiar a Natalia -…la zorrita que tienes por vecina?... Se masturba en el jardín para que la veas y ahora viene a tu casa para volver a hacerlo en la cama de tus padres… Me parece a mí que está loca porque te la folles…-.

Natalia sonrió pícaramente al vecino y comenzó a deslizar una mano por su vientre en busca de la entrepierna.

-Te lo quieres follar, ¿verdad? –le pregunté.

-Ahora mismo me follaba a todo el que entrara por la puerta –respondió sin pestañear.

-Pues tienes al vecino esperando… -.

-Vicente… -le susurró -¡Fóllame! -.

Mi vecino se aproximó a la cama y se subió en ella de rodillas para meter la cabeza entre las piernas de Natalia. A continuación se fue acercando a su empapada vulva y, finalmente, sacó la lengua para deslizarla sobre el clítoris. Empezó a lamerle todo el sexo mientras la cogía fuertemente con las manos de sus piernas para abrirlas tanto como era posible.

Mi mujer se empezó a retorcer de gusto encima de la cama desde el primer momento en que sintió la lengua de Vicente sobre su piel. Le tenía puestas las manos sobre la cabeza y le apretaba para oprimirlo contra su sexo. Gemía con frecuencia pero sin levantar mucho la voz. Y yo… Yo estaba tan cachondo que quería unirme enseguida a la fiesta. Solo necesitaba encontrar un lugar en el que poder dejar la cámara para usarla con el mando a distancia.

Eché un vistazo al dormitorio y, mientras decidía el lugar, Vicente giró a Natalia para ponerla a cuatro patas. A continuación se situó detrás de ella y la penetró mientras se agarraba a sus caderas. La cama se quedaba entre la ventana y yo, con lo que el contraluz de la pareja de perfil y en esa postura era ideal para fotografiarla. Disparé varias veces y, por fin, encontré el lugar en que dejar la máquina. En una mesita que, debajo de la ventana, se quedaba casi a la altura de los pies de la cama a ras con la altura del colchón.

Dejé la cámara y me quede de pie, en ese lado de la cama, mirando con detenimiento a Natalia y a Vicente. Mi mujer giró la cabeza para mirarme y, al momento, giró el resto del cuerpo para poder meterse mi polla en la boca. Vicente, sin sacarla, acompañó el movimiento para continuar haciendo lo que venía haciendo, follarse a mi mujer.

-Estimúlale el culo… -le dije –No me extrañaría que pudieras meterle dos dedos sin el más mínimo esfuerzo… -.

Natalia me miró a los ojos mientras le hablaba a Vicente y se corrió con la mirada. Empezó a chuparme con más ansia mientras esperaba sentir la mano del vecino acercarse a su ojete. Vicente dejó caer un hilo de saliva y, al impactar sobre la piel de mi esposa, ella gimió. A continuación comenzó a acariciar con la yema de un dedo el ano y, tal y como suponía, el esfínter se abrió enseguida para tragárselo.

Natalia comenzó a gemir más fuerte y empezaba a faltarle al aire al tener la boca ocupada. Se sacó mi polla de la boca y pegó el culo contra Vicente para que se detuviera. Una vez que nos detuvimos todos, me cogió de la cadera para que me tumbara boca arriba en la cama y, a continuación, se colocó sobre mí dejándome entre sus piernas y se dejó caer para que la penetrara vaginalmente.

Me cabalgó durante unos segundos totalmente erguida y, después, se fue dejando caer hacia delante para poner el culo en pompa. Entonces miró a Vicente y él se situó tras ella para proceder a penetrarla también, pero por el culo. El vecino embocó la polla y yo me quedé mirando fijamente a mi esposa. Tenía los ojos cerrados pero los gestos de su boca eran más que suficientes como para saber qué estaba sintiendo en cada momento. Lentamente Vicente la iba penetrando y, durante el proceso, la cara de Natalia transmitió placer, un poquito de daño, más placer, gozo y, por fin, éxtasis.

Con las manos sobre mis hombros, Natalia comenzó a balancearse para sentir las dos pollas que la penetraban entrar y salir de ella. Primero con suavidad, relajando los músculos y acostumbrándolos a la presión, y luego cada vez con un poco más de brío hasta que, finalmente, galopaba jadeante y gimiendo igual de fuerte que lo había hecho antes en el jardín.

-Córrete conmigo –me dijo.

A continuación acompañó el balanceo con movimientos circulares de cadera a la par que la cara se le iba desencajando de placer. No pudo contenerse un segundo más y se dejó llevar para alcanzar un orgasmo de tal calibre que terminaron por fallarle los brazos y cayó sobre mi pecho mientras seguía gimiendo exhausta.

Vicente se detuvo pausadamente para terminar por salir del interior de Natalia. Mi mujer continuaba derrumbada sobre mí tratando de recuperar el aliento y yo permanecía inmóvil, pero acariciándole el pelo mientras se reanimaba. Por fin tuvo fuerzas para moverse y me descabalgó para dejarse caer a mi lado en la cama.

-Vosotros no habéis terminado… -acertó a decir casi entre susurros.

-No te preocupes –le contesté –aún no ha terminado el día… -.

-¡Qué vergüenza! –dijo entre sonrisas y tapándose la boca con un cojín -¡Qué escandalosa soy! ¡Cómo se me ha ido la pinza!... -.

Los tres sonreímos y fuimos dándole a la situación un poco mas de calma con nuestro comportamiento. Actuamos como si la sesión hubiera finalizado y charlando con la normalidad de quien se conoce de toda la vida.

-¿Quieres que te traiga agua o cualquier otra cosa? –preguntó Vicente a Natalia.

-No, no hace falta. Casi que deberíamos volver abajo y, con tu permiso, echar una cervecita ¿No crees? ¡Estoy deshidratada! -.

Bajamos de nuevo al salón y Vicente sacó otras tres latas de la nevera. Nos sentamos y, los tres, apoyamos los pies sobre la mesita del te mientras bebíamos sin hablar. Seguramente cada uno tenía algo en la cabeza con lo que entretenerse y decidimos respetarnos ese minutillo de "evasión" antes de ir volviendo poco a poco a la realidad.

-Después de esta original manera de presentaros –comenzó a decir Vicente –lo menos que puedo hacer es invitaros a cenar -.

Nos reímos. Desnudos los tres en el salón caímos en la cuenta de que Vicente tenía razón y que no nos habíamos presentado siquiera. Así que el momento "Hola soy Oscar, encantado, esta es mi mujer Natalia" resultó súper simpático. Le tomé la palabra y acepté la cena.

-Pero, eso sí, habrá que comportarse porque esta noche también estará mi novia y no sé yo cómo podría sentarle enterarse de lo que hemos estado haciendo… -.

-¡Ah! ¿Tienes novia? –preguntó Natalia.

-Sí, Celia. Llevamos cuatro años juntos… -.

-Pues no te preocupes. Esta noche durante la cena Celia no se enterará de nada… ¡Otra cosa es lo que pase en las copas! -.

Volvimos a echarnos a reír a pesar de que enseguida intuimos que el comentario de Natalia no era una puntada sin hilo. ¿Qué estaría tramando? No soltó prenda y una mezcla de leve preocupación, algo de desconcierto y mucho morbo se quedó en el ambiente.

No importa. No creo que sea nada malo y, además, ya nos enteraremos en las copas…

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