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La divorciada, su inquilina y Groucho

en Trios

Irene había revolucionado mi vida. Desde que nos liamos en el salón por primera vez aquella tarde, Nacho había salido de mi memoria para no volver a aparecer hasta el día en el que me di cuenta de que lo había superado. Nos habíamos convertido en dos solteras libertinas que compartían piso y que, con frecuencia pero sin ataduras, se acostaban juntas.

Habían pasado ya dos meses de aquello y manteníamos las mismas costumbres que la tarde en que empezó todo. Andábamos desnudas por casa compartiendo drogas y alcohol y nos habíamos hecho ya mil fotos nuevas, chulísimas por cierto. Irene se había acostado con más gente, amigos de la universidad, pero yo me mantenía aún en mi sexo doméstico. Aunque tuviera a Nacho más que superado y estuviera abierta a vivir nuevas experiencias, todavía no había aparecido ninguna que me llamara la atención particularmente. Ya llegaría cuando tuviera que llegar y, mientras tanto, tenía bastante masturbándome o follando con Irene.

Hasta que a Irene le pareció que había llegado el momento de que sumáramos una polla a uno de nuestros polvos y, para variar, aquella fue otra “primera vez” inolvidable.

Llegué a casa con el telediario empezado y me la encontré echándose una siesta en su habitación, desnuda y con la ventana abierta. No la había cerrado en todo el verano, ni de día ni de noche, y solo se protegía del exterior con los visillos celestes de la cortina que, por otro lado, no siempre estaban echados. Se había dejado la tele encendida y me había pegado una nota en la pantalla.

-Tienes ensalada de pasta en la nevera y un porrito preparado en la caja  para después. ¿Me puedes hacer un favor? Sácame un par de fotos con el móvil mientras echo la siesta y trata de no despertarme. Luego te cuento.

Entré en mi cuarto y me desnudé, hacía calor y había llegado sudando. De camino a la ducha entré en su habitación y busqué su móvil para hacerle las fotos. No me había dicho si las quería de alguna manera en particular así que, para no quedarme corta, tenía pensado hacerle fotos, tanto de primer plano con la babilla cayéndole por la comisura de los labios, como de cuerpo entero bien encuadrada en la pantalla del teléfono.

No sabía para qué podría quererlas pero tampoco me sorprendió que me las pidiera. Lo único que tenía claro era que, dormida y desnuda, Irene era un angelito bellísimo de voluptuosas curvas. Por otro lado, de tanto pensar en que seguramente las quería para darle algún uso sexual, terminé por ponerme cachonda mientras se las echaba.

Después de ducharme, de comer y de fumarme el regalito, terminé por quedarme dormida en el sofá esperando que se despertara. Tuve un sueño húmedo, lo recuerdo perfectamente. Estábamos en una orgía en un castillo en Toledo, los caprichos de la imaginación, y me veía protagonizando un gang bang con siete u ocho tíos a cuál más buenorro. La cuestión es que el sonido que hace el iPhone al echar fotos me despertó y, con los ojos entreabiertos, me la encontré a un palmo de mi cara con el móvil en la mano.

-¿Qué haces? –bostecé

-Muy chulas las fotos que me has hecho. ¡Gracias! Estaba devolviéndote el favor, pero ya te has despertado…

-Si… Me he despertado… Que sepas que me has interrumpido en plena orgía.

Al incorporarme del sofá para sentarme se me voló la cabeza. La maría estaba todavía alterándome las neuronas y la había olvidado por completo. Estaba grogui…

-¿Me traes una coca cola?

Mientras iba a la cocina empecé a espabilarme. Seguía con un poquito de globo pero me iba asentando. Me encendí un cigarro.

-¿Para qué son las fotos?

-Para un concurso que me han dicho de facebook –empezó a explicarme desde la cocina y mientras venía-. Hay un grupo liberal que ha montado un concurso fotográfico bajo el lema “la siesta más sexy” y, la foto que me has hecho que se ve también la ventana, es perfecta. Es la que voy a subir.

-¿Cuál es el premio?

-Fin de semana en una casa rural para las dos fotos ganadoras. Cuatro personas…

-¡Oye! Pues no es mal premio. ¿Dónde?

-A elegir. El administrador paga dónde sea hasta un máximo de 60 euros por persona.

-¿Cómo te has enterado?

-Por un colega de la universidad. Me lo ha comentado esta mañana.

Irene subió la foto al concurso mientras me lo contaba. Le tenía un manejo al teléfono que era alucinante. Apenas había terminado y lo había dejado sobre la mesa cuando sonó el primer aviso. Lo volvió a coger y una sonrisa iluminó su cara.

-¡Anda que has tardao! –Sonrió en voz alta-. Es él, que ya me está hablando por whatsapp sobre la foto… Jajajaja… dice que pagaría por ser el vecino de enfrente…

-¿Es una de tus conquistas? –pregunté socarrona.

-Es la próxima –y nos echamos a reír-. Busca a Fernando Rey del Castillo en Facebook. Tiene el perfil abierto y puedes ver sus fotos.

-¡¿Se llama así?!

-Sí –y nos volvimos a echar a reír.

Yo también cogí el teléfono y me puse a investigar mientras que Irene seguía de casquina con él. No paraba de teclear y, por cómo se reía, tenían que estar pasándoselo teta. Le eché un vistazo a sus fotos y me encontré con un jovenzuelo moreno muy atractivo que tenía muy buena pinta.

-Sí que es mono, sí. ¿Y para cuándo dices que va a caer?

-Estoy por quedar luego con él… Por cierto, dice que eres muy buena fotógrafa, que le gustan las fotos que me has hecho.

-¿Es que le has enseñado más aparte de la del concurso?

-¡Claro! ¿O es que no te ha quedado claro que quiero pescarlo? No puedo dejar que se me escape, que es un tío súper salao. ¿Le quieres decir algo?

-No… Solo dale las gracias por lo de buena fotógrafa. Es que no es plan de que le digas que tu amiga piensa que está bien rico. A ver si le va a picar la curiosidad y me va a preferir a mí en lugar de a ti.

-¿Este? Este se lo montaría con las dos juntas si pudiera… ¿Le digo que se venga?

Era una proposición interesante. El chaval estaba bueno, tenía química con Irene y, por lo que me contaba, seguramente no nos resultaría complicado conectar los tres. Aún así negué con la cabeza. No me parecía apropiado meter a un desconocido en casa para follar con él así sin más aunque fuera un amigo de Irene. ¿Qué concepto iba a tener de mí? Aunque, claro, si tenemos en cuenta que sabía que había sido yo quien había hecho las fotos, a saber qué más cosas le había contado Irene.

-¿Qué más le has contado de mí?

-Que no quieres saludarle –se burló.

-¡Vete a la mierda! –nos reímos- ¿Eso le has dicho?

-Te leo: “Aquí está, tirada en bolas en el sofá curioseando tu feisbuk, diciéndome que estás rico y, sin embargo, negándose a conocerte. No se lo tengas en cuenta, en realidad lo que le pasa es que te tiene miedo”.

-¡¿Miedo yo?! ¡¿De qué?!

Solo tuvo que hacerme una caída de pestañas para decirme que, aunque todo esto formaba parte de una situación trivial y desinhibida, existía un trasfondo real que ambas conocíamos y del que no era momento de discutir.

Tenía razón. Aún no estaba preparada para tener nada con un tío y, para no asumirlo, estaba sumergida en mi particular espiral de sexo lésbico con ella. Así que, era cierto, tenía miedo. Miedo a los tíos y miedo a perderla.

-Es un tío salao y buena gente, te lo prometo. ¿De verdad que no quieres decirle nada?

-¿Te ha contestado algo a lo que le has puesto?

-“¿Dos mujeres desnudas juntas hablando bien de mi? ¿Por qué no estoy yo ahí?”

-Porque, entonces, no podríamos hablar bien de ti –contesté-. Pónselo. Y dile que lo he dicho yo.

-“Da igual. A mí me gusta que me hablen mal… ¡Y hasta que me digan guarradas!” –leímos juntas en la pantalla un instante antes de echarnos a reír.

-¡Pues sí que es un buen elemento! Anda, mándame las fotos que me has hecho que creo que me voy a apuntar yo también al concurso…

-¡Guay tía! Que necesitas un subidón de autoestima y seguro que te van a acribillar a “me gusta”

-¿Sale en tu perfil que subes la foto?

-No. Es un grupo privado en el que las publicaciones solo aparecen en su muro y solo pueden verlas los miembros del grupo. No te preocupes, tus primos y tus amigos no van a verte desnuda.

Cogí el móvil y, mientras me hacía miembro del grupo y curioseaba por las publicaciones, dejé de esperar con el rabillo del ojo a que Irene me mandara las fotos. Así que, cuando sin acordarme ya de ellas, me vibró el móvil en la mano con un aviso de whatsapp, lo abrí por inercia suponiendo que sería Irene. Me gustaría haberme visto la cara que puse cuando me encontré con aquello.

En mi pantalla apareció una polla con gafas, ojos y bigote que, al pronto, era la cara de Groucho Marx. Debajo apareció al cabo de unos segundos un bocadillo.

-¿Por qué no quieres decirme cosas buenas? L

Me quedé tan en shock que tardé unos segundos en reaccionar. ¿Cómo me tomaba aquello? Por un lado quería crujirme de la risa porque la foto era realmente divertida pero, por otro, Irene se había tomado la libertad de darle mi número a un tío que, para presentarse, me mandaba una foto de su poya. ¿Me reía? ¿Me mosqueaba?

¡¿Qué coño?! Estábamos de buen rollo y, aunque estuviéramos en la misma ciudad, nos separaba un satélite de distancia. Podía divertirme porque estaba a salvo. Y decidí divertirme…

-Perdona Groucho pero es que estoy esperando que mi amiga me mande unas fotos y pensé que eras tú. Ahora mismo estoy contigo… es para poder pensar algo bonito que decirte antes de crujirme de la risa por tu foto…

-Acabas de decirme algo bonito... Te hago reír

Estuvo muy rápido ahí. Y me fue ganando poco a poco. Casi sin darme cuenta había pasado de la incertidumbre inicial a un agradable estado de insinuación y jugueteo por parte de los dos. Y, cuánto más me dejaba llevar, mejor me hacía sentirme.

-Te enseñaría la foto con la voy a participar en el concurso, pero Irene no me las ha enviado todavía…

Estaba tan inmersa en mi charla con Fernando que me había olvidado de ella. Seguía pendiente del móvil chateando con alguien. Y digo alguien porque suponía que Fernando no podría ser capaz de mantener las dos conversaciones con la fluidez con la que, al menos, mantenía la nuestra. De ser así este tío debía ser, aparte de guapo y simpático, un cerebrito.

-¡Irene ¿Me piensas mandar las fotos?!

-Me gustaría más verte tal y como estás ahora mientras charlamos a ver cómo estabas cuando dormías –leí en mi móvil.

-ahora mismo- respondió ella sin quitarle el ojo a su teléfono.

-¿Se me ve algo desde dónde estás? –Irene negó con la cabeza- ¿Estás hablando todavía con Fernando? –asintió-. Hazme una foto mientras miro el móvil y mándasela.

Posé para la foto y se la mandamos.

-¡¿Pero esto qué es?! ¡¿Una charla a tres?! Por cierto, Irene no me había dicho que estabas tan bien hecha. No le digas nada, pero tú estás más buena que ella.

-¿Qué? ¿Ya te ha dicho qué le parece la foto? –mi sonrisa me había delatado. Irene estaba pendiente de mí.

-Estoy más buena que tú…

-¡¿Será mamón?! Este es que no me ha visto bien. Hazme una foto mientras le entretengo.

Se recostó sobre el brazo izquierdo en el sofá y giró las caderas levantando un poco la pierna derecha para que se le viera la rajita. A continuación, mientras miraba el móvil que sujetaba con la mano izquierda, con la derecha se abrió los labios y posó la yema del dedo corazón sobre su clítoris.

-¿De verdad quieres mandarle una foto así?

-¿Cómo me ves? –Preguntó sin dejar de mirar su teléfono -¿Zorrona sin clase o guarrilla erótica?

-No te abras tanto los labios zorrona… Ahí está bien. Ahora eres la guarrilla.

Ya te digo si estaba bien. Me estaba poniendo cachonda hasta yo. Pero vamos, que era normal a tenor del ratito que llevábamos ya de cachondeo los tres cruzados.

-Ehhhh!! Irene ha apostado muy alto con esta foto… -recibí en el móvil-. ¿Puedes mejorarla? Es que tu título de tía buena se acaba de tambalear…

-¿Qué, Groucho? ¿Qué del golpe que le acabas de dar al móvil se le ha caído a Fernando de las manos?

-Algo parecido. Pero no ha sido groucho quién me ha dado el golpe, sino una farola. Aunque, ya que lo dices, Groucho tampoco se encuentra muy bien. Le aprieta la opresión.

-Es que ir por la calle viendo mujeres desnudas en el móvil no es sano… Por cierto, ¿A dónde vas?

-Voy sin rumbo fijo. Me alejo de ti porque no me quieres conocer y me has roto el corazón :’(

-Pero eso fue antes. ¿No ves que ahora somos amiguitos?

-¿Cómo de amiguitos? ¿Eres capaz de decírmelo con una foto?

-No sin que corras el riesgo de comerte otra farola

-No volverá a pasar. El capitán estrábico puede mirar a dos sitios a la vez.  Solo que, antes, no me había acordado.

-Sí, sí… Disimula… Lo que pasa es que hasta el capitán estrábico se ha quedado tonto con la foto de Irene…

-Porque me la estaba tratando de imaginar con tu cara…

Tenía salidas para todo y, con todas, conseguía mantenerme la sonrisa en la cara. Se había ganado una foto algo más subidita que la anterior, aunque no tan descarada como la de Irene. Estaba sentada con las piernas cruzadas sobre el sofá, frente a la tele. Le dije a Irene que se pudiera delante de mí y, mientras se colocaba, volví a abrir la foto de groucho en el móvil y me lo coloqué entre las piernas tapándome el sexo. Apoyé los codos en las rodillas, con el antebrazo izquierdo dejado caer hacia delante, me encendí un cigarro que sujetaba con la mano derecha, me alboroté el pelo y posé mirando al objetivo.

-¡Qué coño tienes! –me dijo Irene.

-se llama Groucho, ¿A que es bonito? –nos reímos.

Me hizo la foto y me la enseñó antes de enviarla. Se me veía la mirada seductora, las tetas bien puestas, mi cinturita y, en el lugar en que se me debía ver el sexo, estaba mi móvil con la foto de Groucho. Sin enseñarlo todo pero sugiriendo mucho más que Irene con su foto.

-Mándasela.

Al cabo de unos segundos que me parecieron demasiados, Fernando respondió a mi móvil.

-No quería decir nada para que no tuvieras que coger el móvil y Groucho se quedara más ratito ahí… Está tan agustito… Definitivamente tú estás más rica que Irene y, además, me caes mejor.

-Cuidao!! La farola!!

-Me he parado. Acabas de curar la enfermedad del capitán estrábico!! Tengo los dos ojos clavados en el mismo sitio. ¡Milagro!  ¿Cómo podré pagártelo?

-Le ha encantado la foto –le dije a Irene.

-Lo sé. Me lo está diciendo. Te leo: “Virgen santísima!! ¡¿Pero cómo os habéis venido a juntar dos pivones desinhibidas como vosotras en un mismo piso?! ¿De verdad que no hay una habitación para mí?! Pagaría lo que fuera por vivir con vosotras.

-¿Lo que fuera? –pensé en voz alta.

-¿Qué estás pensando?

-Una tontería –reaccioné de inmediato-. Había pensado en arreglar la habitación de los trastos y alquilársela aprovechándome de ese “lo que fuera”. Pero no es una buena idea… Por muy bien que nos pueda venir tener un ingresillo extra y un hombre en casa que haga las chapucillas y otras labores que nosotras no sabemos, no podemos o no queremos, no merece la pena si implica que tenemos que renunciar a nuestra intimidad. No estaríamos igual de cómodas si viviera con nosotras…

-¿Por qué no?

-Porque es un tío

-¡¿Y?!

-Pues que tú y yo podemos andar desnudas por casa sin que eso implique un componente sexual y a él eso no le pasa. Cuando ande por casa desnudo o nos vea desnudas le entrarán ganas de cachondeo y se pondrá tonto sin entender cuando le digamos que no. Se romperá la armonía, ¿no te parece?

Su mirada fue diciéndome varias cosas. Primero le leí en los ojos que estaba asimilando mis razones y pensando sobre ellas para, a continuación, leerle que estaba preparándose para responderme con, según me dio la impresión, un argumento aplastante. Miedo me daba…

-Somos exactamente iguales. Cuando me vine a vivir contigo y pasó lo que pasó, las primeras veces sabíamos que, solo con desnudarnos, estábamos manifestando nuestro apetito sexual porque lo teníamos constantemente. Pero mira, llevamos ya dos meses viviendo juntas y, ahora, no siempre hay sexo de por medio. Bueno, la mayoría de las veces sí, pero porque somos unas golfas –nos reímos-. Pero sabes a lo que me refiero… No entiendo cómo puedes ser tan moderna y tener una mente tan clara sin haber aceptado aún que los tíos y las tías somos exactamente iguales… ¿Qué al principio querrá follar a diario? ¡Claro! Como nos pasó a nosotras. ¡Y cómo nos pasará a nosotras con él! ¿Qué terminará por estar en el mismo nivel en el que, tu y yo, estamos ahora? ¡Seguro que también!

No había sido un argumento aplastante ni tanto como me esperaba. Había sido mucho peor. Había sido contundente. Una moderna como yo tenía que tener asumido que no existe la diferencia de género salvo si queremos que exista y, puesto que yo doy por hecho que no existe, tengo que aceptar que un hombre piensa exactamente igual. Era yo quien no le quería dar la oportunidad por dar por sentados viejos mitos.

-Tener en casa  por 300 euros a alguien que nos complemente en las cosas que nosotras no podemos, no queremos o no sabemos hacer y que, además, te lo digo yo, es muy buena gente, es todo un premio…

-Pero si seguro que lo de vivir aquí lo ha dicho de cachondeo…

-¿Y si lo dijera en serio? No le hemos preguntado…

-¡Tía! Que ni siquiera le conozco…

-Pues, aparte de porque ya le has mandado dos fotos tuyas desnuda, yo diría que sí que le conoces. ¿O es que el ratito de charla que llevas con él no te ha servido para nada más que para calentarte la pepitilla? A ver si resulta que vas a ser tan salida como dices que son los hombres…

 -Cabrona…

Tenía razón de nuevo y, por segunda vez, me hacía tragarme mis prejuicios. Estaba cachonda, tonteando junto a mi amiga con un desconocido que, además de tener buena polla, me había demostrado ser simpático, divertido e inteligente.

Miré la pantalla de mi móvil. La conversación se había quedado en que había curado al capitán estrábico con mi foto y en que quería pagármelo de alguna manera. Sonreí. En el fondo no tenía pinta de ser mal tío…

-¿300 está bien? Tú pagas menos…

-Mi habitación es más chica y él viene a invadir nuestro espacio vital –sonrió irónicamente.

El móvil me vibró en ese momento en la mano y pegué un repullo. No me lo esperaba.

-Si tengo que interpretar que, lo que tardas en responder, es directamente proporcional al precio que he de pagar por la sanación del capitán estrábico, esto me va a costar un ojo de la cara… Joé! Pues, si lo voy a perder, ¿Pa qué me lo has curao?

No tuve más remedio que reírme al leer aquello. Fernando tenía arte…

-Y además está muy bueno –murmuró canturreando Irene al verme reír- Y se muere por venir…

Me quedé pensativa un instante sobre qué hacer. Igual era una buena opción que viniera. Así podría conocerle antes de decidir si podría ser un buen compañero de piso o no. Cosa que, por otro lado, tampoco sabía con certeza y, sin embargo, pensar en que era una posibilidad me había ilusionado.

-¿Le decimos que se venga?

Conforme pronuncié aquellas palabras sonó el portero automático. Miré atónita a Irene y su sonrisa me lo dijo todo. Ella le había traído mientras hablaba conmigo y no me había dado cuenta.

-¿Ahora? ¿Ahora que estoy desnuda y cachonda?

-Y espérate que pruebes la maría que trae…

Se levantó del sofá y se acercó a responder al porterillo dando por hecho que no le iba a poner objeciones. Fernando iba a subir sí o sí y, en el fondo, me apetecía que lo hiciera aunque estuviera tan nerviosa. No era una situación normal…

-No te muevas del sofá –me dijo Irene desde la puerta-. Yo me encargo de presentaros…

No sabía cómo ponerme, si esperar sentada o si ponerme de pie, si sentarme de una u otra manera… Escuché abrirse la puerta y una voz de hombre decir algo conforme se acercaba por el pasillo del edificio. Se oyeron los dos besos de un saludo y, de pronto, el silencio.

Estuve por salir del salón y dirigirme a la entrada de casa a ver qué estaba pasando pero terminé por no moverme. Si Irene había dicho que se encargaba ella, seguramente tenía algo preparado y no era plan de chafárselo. Pero, claro, con eso me puse más nerviosa todavía porque, aparte de pensar en qué estaría tramando, se me vino a la cabeza el desde cuándo lo estaba tramando y un sinfín de preguntas más que me mantenían inquieta, en tensión. Una tensión que no hacía más que acentuarme el calentón.

-Natalia –escuché a Irene acercarse por el pasillo-, te presento a mi amigo Fernando.

Se me disparó el pulso. Iba a recibir en pelotas en mi casa a un amigo de Irene después de haber estado tonteando con él por whatsapp durante un rato. Estaba cachonda, él debía suponerlo, y la tensión sexual que se estaba acumulando me estaba poniendo tan húmeda como desinhibida.

Apareció en pelotas en el salón con un antifaz negro que le impedía ver nada. ¡Dios! ¡Qué cuerpazo tenía! No estaba cachas pero tampoco se le veía un ápice de grasa por ninguna parte. Tras el primer vistazo general mis ojos se clavaron en Groucho. Estaba empalmadísima, dura y tiesa como pocas veces había visto yo una polla. Y aquella tenía muy, muy buena pinta.

El escalofrío que me sacudió la piel me confirmó que estaba excitadísima. Fernando desnudo me trajo a la mente el sueño que había tenido en la siesta; Ese en el que estaba comiéndome seis o siete pollas y, Groucho, me estaba llamando a gritos. Me levanté del sofá y me acerqué hasta ellos para, a continuación, arrodillarme delante de Fernando.

-Hola Groucho, por fin nos conocemos –y me la metí entera en la boca…

Tenía intención de haberla ido sacando lentamente mientras la dejaba bien empapada en mi saliva pero, una vez la tuve dentro, no pude separarme de ella y empecé a mamarla casi con frenesí. El sueño había sido premonitorio y Groucho me recordó lo que me gusta comerme una buena polla. Después de quedarme agusto con la mamada, nos lo follamos sin quitarle el antifaz; Solo podía hablar. Y el muy cabrón sabía muy bien las cosas que decir. Consiguió que nos corriéramos las dos, por separado, penetradas y después de habernos comido muy bien el coño.

Fernando tenía autocontrol, aguante, carisma, una polla alucinante, simpatía, inteligencia, diversión, conectaba con nosotras y, además, aceptaba pagar los trescientos al mes por la habitación. Fue el mejor polvo que he echado en mi vida y el principio de una cantidad de aventuras que ya os iré contando próximamente…

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